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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

ESOTERISMO

Ruta de las esculturas

Ruta de las esculturas

Info-krisis.- En Sintra, entre el centro urbano y la zona “noble” de la misma, alguien ha decidido colocar una serie de figuras cinceladas por varios escultores, unidos por una misma temática: el lenguaje de los símbolos. Cada una de estas formas no puede entenderse como aislada de las demás, sino que todas ellas forman un conjunto simbólico. Los artistas que las han elaborado han querido, sin duda, decirnos algo. Cada cual podrá leerlas según su intuición y estamos seguros de que otros querrán ver un mensaje diferente al que, por nuestra parte, hemos considerado. Están en su derecho. No en vano, el mismo símbolo puede ser susceptible de distintos niveles de interpretación.

1. La Rosa y Dios Padre

Se trata de esculturas simbólicas que, en tanto que tales, pretenden ser expresiones sensibles de ideas. Todas ellas están situadas en un espacio de apenas 100 metros. La secuencia de inicia con dos imágenes algo separadas del resto: un trono representado por un cojín extremadamente mullido realizado en mármol blanco, sobre el que se ve una rosa. Cerca de allí, sobre una piedra en bruto, una imagen de Dios Padre con los brazos abiertos parece ser la contrapartida: esoterismo y exoterismo, vía interior y vía exterior, parecen sugerirnos ambas figuras. El esoterismo, representado por la rosa (esa rosa roja, equivalente al corazón y que el adepto siente como se abre en su pecho cuando atraviesa la última fase dela progresión que le lleva por los peldaños del Saber). El exoterismo representado por el culto religioso y la fe, ese impulso emotivo del alma que nos lleva a abstraernos y creer a la espera de la recompensa en el más allá. No es por casualidad, sin duda, que la imagen de este Dios Padre está diseñada de manera etérea; a pesar de estar elaborada en hierro forjado puede verse a través suyo.

 

Guénon piensa que solamente la unión de esoterismo y exoterismo, de doctrina interior y de fe pública, pueden conducir a la liberación del alma. No parece evidente. La fe es apenas una forma de emotividad. Tener fe, simplemente, tranquiliza, pero no es seguridad ni vencer al desasosiego lo que implica una práctica espiritual, sino más bien, clavo ardiendo al que asirse en un mundo que tiene poco sentido. Al igual que ascender por el camino que conduce a la cúspide de una montaña, implica que el paisaje que vemos se va ampliando y va cambiando la percepción que teníamos de él en los niveles inferiores, así mismo en el terreno de la espiritualidad existe un nivel inferior, la fe, y un nivel superior, la conquista de lo espiritual. La fe se expresa a través del exoterismo, de la práctica religiosa, superior seguramente a la mera observancia de principios morales, pero inferior a la práctica esotérica. Porque el esoterismo implica reconocer que existe una realidad física y una realidad metafísica y que la iniciación es el puente entre una y otra realidades. Así pues, estas dos primeras imágenes nos sitúan ante esa disyuntiva: o culto exterior, o práctica interior, o “salvación” o “liberación”. Quien aspire a la “salvación”, la religión tradicional, la Iglesia, ofrece una vía. Quien aspire a la “liberación” deberá optar por recorrer un camino mucho más complejo en donde nadie le perdonará sus pecados, ni le reprochará sus errores: una “vía autónoma a la trascendencia”, en definitiva. La vía del esoterismo.

2. El laberinto y el árbol

El ser humano, arrojado a un mundo carente de sentido tiene, durante todo el tiempo que se prolongue su estancia aquí, la posibilidad de permanecer en las tinieblas o de aspirar a buscar la luz, esto es, a dar un sentido a su vida. En la Edad Media, el laberinto que se encontraba en algunas catedrales góticas indicaba los conflictos y los problemas que todos encontraríamos en nuestra peripecia en este mundo, pero siguiéndolo, finalmente, llegaríamos a un centro exento de conflictos. Ese centro se representaba casi siempre por un círculo o una figura geométrica próxima a él (el octógono regular). Aspirar a llegar a ese centro era, justamente, lo que daba sentido a la vida.

En el camino de Sintra, la siguiente escultura que encontramos nos muestra a un “laberinto” en forma de línea quebrada, que partiendo de lo más profundo de la tierra, de la negrura más abisal, va ascendiendo hasta la superficie y eclosiona como forma vegetal. El simbolismo es el mismo que el de las viejas catedrales: de la negrura y de conflicto a la luz. Tal es el recorrido que la simiente debe superar una vez se la ha enterrado en la tierra. La semilla busca la luz porque es ahí, en contacto con la luz del Sol, como podrá crecer y multiplicarse.

Por otra parte, la vida vegetativa es un estadio inferior en relación con la vida animal. Es necesario comprender la necesidad de pasar de las tinieblas a la luz. Ese primer recorrido es complicado, e incluso laberíntico: no hay escuelas esotéricas dignas de tal nombre que “garanticen” que el camino emprendido llegue a buen puerto; hay lecturas que el interesado puede estudiar, símbolos que deberá tener en cuenta, pero también hay mucha charlatanería, mucha banalidad, demasiado gusto por la erudición que lo desviará de su camino. La única señal de que va por una buena ruta y de que va esquivando las trampas del laberinto y aproximándose a la luz, es seguir solamente a quien hable claro desde el principio: no se trata de “mejorar” como persona, ni de “enriquecerse como ser humano” o “crecer”, sino, simplemente, de destruir el Ego. De morir, en definitiva. La semilla muere como tal cuando eclosiona y sale a la superficie para alimentarse de la pura luz del sol. Si una semilla tuviera la potestad de negarse a morir, sin duda, jamás daría fruto. El ser humano está situado en un espacio intermedio entre la Trascendencia y la Materia. Su cuerpo es materia, su alma es espíritu, pero su mente es una emanación de sus neuronas y por tanto de la materia que compone su cerebro, pero al mismo y está situado en el espacio intermedio del ser humano: es emanación de la materia, pero no es materia. Es ahí, en su cerebro en donde anida lo esencial de su personalidad, de su Ego. A lo largo de la vida, el ser humano, debe en cada momento, optar por engordar su Ego o por liberarse de su tiranía. Engordar el Ego supone verse atraído por el mundo de la materia, liberarse de él implica tender hacia la conquista del mundo que está “al otro lado”, el mundo de la trascendencia. Y, para ello, es preciso liberar la personalidad, neutralizarla primero y vencerla después. Vale la pena recordar que en el camino de la verdadera espiritualidad, el Ego no tiene entrada. Cuando se acepta esto, la semilla ha llegado a la superficie, ha entendido la vía a seguir y se sitúa en el atrio del Templo del Saber.

3. La comprensión del Mundo

Todas las escuelas esotéricas (y especialmente la tradición hermética alejandrina) explican que el mundo está compuesto por una sucesión de elementos que emanan de lo Absoluto y replegándose sobre sí mismo, ese Absoluto crea el Cosmos, la totalidad; el círculo vacío es su representación. Esa totalidad está formada por dos principios: activo y pasivo, cielo y tierra, espíritu y materia, positivo y negativo; sin duda, el ying-yang es el símbolo que mejor nos transmite estas concepciones. Todos estos elementos están representados en la parte superior de la siguiente escultura: La pura trascendencia es la estrella e cinco puntas con volumen que aparece en la parte superior, como culminación del conjunto. Inmediatamente debajo aparece el círculo y debajo suyo, el ying-yang. Los colores que dominan son el blanco y el rojo y todos estos símbolos están situados sobre una forma triangular de piedra relativamente pulida que tiende a lo alto.

Los elementos de la parte inferior, en cambio, están incluidos en una piedra apenas sin desbastar y en ella es perceptible la espiral levógira, la estrella de seis puntas y la estrella de cinco puntas, esta última provista de una tonalidad rojiza idéntica a triángulo superior. La espiral sugiere generación, desarrollo de una fuerza que, después de varios giros termina abarcando el perímetro formado por la estrella de seis puntas. ¿Qué implica este elemento? En la Tradición Hermética es la fusión de los cuatro elementos (Fuego, Tierra, Agua y Aire) que forman la estrella de seis puntas (la llamada “Corona del Mago” 1+2+3+4+5+6=24).

La tradición hermética alejandrina aludía a que estos cuatro elementos tenían su equivalente tanto en el cosmos como en el interior del ser humano (el fuego en la sangre, la tierra en los huesos, el agua en los fluidos corporales, el aire en los pulmones). De ahí que también este símbolo sea la unión de dos triángulos, macrocosmos y microcosmos. Tomar conciencia del propio cuerpo y de sus elementos parece una de las vías para armonizar la vía y adquirir una naturaleza en cuyo interior exista equilibrio, es decir, “ser hombre”. A diferencia de una modernidad que tan fácilmente concede la patente “humana” a cualquier primate evolucionado, en el terreno de la Tradición Hermética, tal condición solamente se concede a quien tenga la conciencia de que dentro de sí mismo existe un elemento sobrenatural, una chispa de trascendencia, que se trata de desarrollar. Como se sabe, la estrella de cinco puntas se traza en función del llamado “número de oro” o “divina proporción”: es decir, de una “medida” divina que está presente en algunos humanos. De ahí que en el conjunto escultórico esta estrella de cinco puntas esté presente en la piedra, como réplica invertida de la estrella de cinco puntas esculpida casi en el vacío en lo alto de la imagen.

4. La cópula filosofal

La “divina proporción” y el “número de oro” presentes en el trazado del pentágono regular y en la estrella de cinco puntas, indica que hay en el interior del ser humano que tiene conciencia de sí mismo y de su realidad, un “germen” que puede desarrollarse. Es lo que nos indica la siguiente escultura: una imagen de verticalidad en cuya base se encuentra un “huevo” (símbolo de toda generación), próximo a un “cinturón” formado por triángulos equiláteros (símbolo del fuego), encima del cual, un canal ascendente conduce mediante una progresión de piedra a una forma redondeada, evocadora, sin duda, de las curvas femeninas. Para confirmarlo, un búho estilizado cuyo pico es un triángulo invertido parece ser el destino del germen situado en la base.

Lo que el artista no está diciendo es la necesidad de unir lo “activo” (el huevo) y lo “pasivo” (el triángulo invertido, símbolo también de la feminidad). Tras ordenar los cuatro elementos que existen en su interior, el ser humano da “forma” a su naturaleza (la estrella pentagonal), con el que podrá huir de la materia. El tránsito a través del canal ascendente que muestra la escultura que comentamos implica unir esa chispa de trascendencia que encontramos en el ser humano al “aspecto femenino del Cosmos” es lo que la Tradición Hermética llamó “la cópula filosofal”. Los textos clásicos advierten que solamente es posible realizar esta cópula en cuanto el “principio activo” (el huevo de toda generación) está suficientemente depurado y es capaz de huir de la materia y reconocer su meta en el Espíritu, ese principio pasivo presente en el Cosmos solamente accesible para un espíritu que ya se ha liberado de las escorias del Ego.

5. La gestación del hombre nuevo

Apenas 20 metros más adelante por el camino del Palacio Nacional de Sintra, se encuentra la siguiente escultura: una forma femenina esencial, reducida a un cuerpo en el que destaca el vientre, visiblemente embarazado, sin rostro, es el “crisol” en donde se gesta el hombre nuevo que nacerá de la “cópula filosofal”. La imagen de la mujer y del fruto de su vientre, parece escapar del mármol que los representa. Bajo ella, en la parte izquierda, sumido en la piedra en bruto, un fauno, apenas está en condiciones de extraer la cabeza y observar con gente horrorizado la imagen de la mujer encinta.

En la Tradición Hermética, a la “cópula filosofal” sigue una etapa en la que se trata de insistir en lo realizado hasta ese momento: ir depurando la materia, asegurarnos de que el Ego ha sido definitivamente vencido (ese Ego representado por el fauno, símbolo de lo que es meramente humano, animal, salvaje, desenfrenado, incontrolable, encastrado en la “piedra en bruto”). Los nueve meses de gestación de todo embarazo, son el símbolo de ese proceso de perfeccionamiento interior realizado con total abandono de uno mismo, como el feto se abandona a su madre durante el embarazo. La blancura de la forma femenina, sus contornos perfectamente dibujados por el cincel, aumentan la sensación de huida de la materia, contrapartida al fauno y a su Ego, atrapados en la misma.

6. La piedra se va desbastando

La siguiente escultura es extremadamente diáfana para que nos tome muchas líneas el comentarla: en el interior del vientre de la madre, el nuevo ser va cobrando forma. En él son perceptibles ya los rasgos de un recién nacido. Poco a poco, la piedra va quedando desbastada, la materia superflua va cayendo, y el nuevo ser va adquiriendo sus facciones definitivas.

La masonería moderna, heredera de antiguas corporaciones artesanales y estas, a su vez, detentadoras de ritos iniciáticos procedentes del mundo clásico, alude a la transformación de la piedra en bruto, sacada de la mina, informe y áspera, que equivaldría al ser humano anterior a comenzar su proceso de perfeccionamiento y, por tanto, en el simbolismo masónico equivale al grado de “aprendiz”. Dicha “piedra en bruto”, mediante el “arte”, deberá transformarse en “piedra cúbica”, con sus seis caras perfectamente pulidas, cuya proyección se extenderá por las seis direcciones del espacio, en lo que constituye el símbolo del “compañero”, el segundo grado de aprendizaje en la masonería.

El artista de Sintra ha representado esta misma idea de otra forma: la piedra en bruto, con forma de cuyo sin desbastar, poco a poco va adquiriendo los rasgos del nuevo ser. Se percibe claramente que el artista ha querido huir del simbolismo masónico para evitar caer en equívocos simbólicos y ha dado su particular interpretación que culminará en la escultura siguiente.

7. El nacimiento del hombre nuevo

La última escultura de la serie nos muestra a la vez el dominio que el artista tiene sobre el mármol, pues no en vano, ha cincelado a un recién nacido perfecto y absolutamente realista, sino también el dominio que tiene sobre el simbolismo: el bebé, en posición fetal, se dispone a salir del claustro materno, es el Hombre Nuevo. El “re-nacido”, el nacido dos veces, el “vuelto a nacer”, aquel que ha pasado por la “iniciación” que en el mundo clásico equivalía a un nuevo nacimiento.

La imagen recuerda extraordinariamente al final de la película de Kubrick, 2001 Odisea en el Espacio. Haciéndose eco de la popularidad que vivía en la época el padre Teilhard du Chardin, Kubrick sobre el “Cristo Cósmico” como destino final de la evolución de lo humano, presentaba el nacimiento del hombre nuevo con la imagen de un feto en gestación proyectado sobre el planeta Tierra. La película de Kubrick es, en cualquier caso, difícilmente comprensible en nuestros días cuando las tesis de Teilhard du Chardin se han desdibujado completamente y solamente subsiste un eco de las mismas en el movimiento de la New Age. Sin embargo, a poco que nos documentemos, veremos que la idea del nacimiento de hombre nuevo es común a todas las escuelas herméticas y a toda la metafísica tradicional. El hombre viejo, representado por aquella estrella pentagonal tintada de rojo, que tiene en sí mismo la chispa divina pero que se muestra incapaz de manifestarla en tanto que ahogada por su Ego, finamente logra liberarse, hacerse con una “forma”, sublimarse, mediante la muerte del Ego a la que sigue, tras una etapa de gestación y depuración, el nuevo nacimiento, no ya en la materia sino en el espíritu.

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Resulta curioso dar una vuelta, en un momento de vacaciones, por las inmediaciones de Sintra y bruscamente encontrar una serie de estatuas colocadas recientemente que nos hablan en el lenguaje tradicional de los símbolos. Los símbolos están ahí para sugerirnos interpretaciones. No apelan a la lógica, ni al racionalismo, pero si a la coherencia y a la racionalidad. Con solo verlos, las interpretaciones apelan a nuestra intuición. Son como chispas en la oscuridad que permiten divisar en la mínima fracción de tiempo, el paisaje que estamos recorriendo. Hacía mucho sol en el camino que va desde el centro urbano de Sintra a la zona noble de los palacios y las quintas. Y ha querido el destino que nos fijáramos en estas imágenes que, en sí mismas, constituían una “morada filosofal”, esto es el soporte físico de una verdad hermética.

Se observará que no hemos dedicado ni una línea a los autores de estas esculturas: ¿a quién le importa una firma personal para un conjunto que nos habla de vencer al Ego?

©  Ernesto Milá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción sin indicar origen.

 

 

Símbolo: naturaleza y papel

Símbolo: naturaleza y papel

Infokrisis.- Cualquier estudio sobre la Tradición ha de ocuparse, más tarde o más temprano, del mundo de los símbolos. Los arcanos ma­yores del Tarot, por ejemplo, constituyen conjuntos simbólicos que, sin duda, están en condiciones de ayudarnos a comprender y a meditar sobre aspectos de la vida y de la naturaleza humana. El primer arcano nos presenta la imagen de un joven con un hatillo al hombro que camina hacia un precipicio; un perro le muerde una pierna. Si tomamos cada uno de estos elementos ‑joven, hatillo, precipicio, pe­rro‑ en su sentido simbólico ‑pureza, necesidad, devenir, instintos y pasiones, respectivarnente‑ obtendremos un significado de conjunto: el devenir de la vida humana, emprendida al nacer con los mínimos imprescindibles, nos arrastra hacia el abismo en caso de que nues­tros instintos y pasiones no sean controlados. Y al mismo tiempo irá implícita una enseñanza: hay que salir de la corriente del devenir, bloqueando primero y anulando después el impulso aninial que ani­da en nosotros. La carta en cuestión se llama "El Loco”, “The fool”, "Le Mat”. Despojando al Tarot de la devaluación y banalización que su­fre en los tiempos modernos como objeto predilecto (le todo tipo de charlatanes y estafadores, se convierte en un "mutus liber”: un libro mudo, sin texto, pero con imágenes ‑esto es, símbolos‑, en las cuales se encierran algunas "enseñanzas".

Ahora bien, el Tarot no constituye un universo sinibólico ais­lado, sino que está relacionado con otras ciencias tradicionales: her­metismo, alquimia, cábala, astrología, medicina, etc. Ciencias cuya existencia misma sería impensable de no ser por la utiliación del símbolo. Igualmente, la práctica operativa de lo que se llama “siste­mas de meditacion con apoyo” implica el conocimiento del universo simbólico: se medita fijando la atención sobre una forma geométrica (en ocasiones un mandala) que facilita el tránsito hacia estados dife­renciados de conciencia.

Todo lo anterior evidencia que un estudio serio (le las doctri­nas y técnicas tradicionales nos lleva, antes o después, al mundo de los símbolos.

I. UNIVERSALIDAD DEL SÍMBOLO

Ahora bien, lo primero que llama la atención en este terreno es la reiteración con que los mismos símbolos, apenas sin alteracio­nes, se repiten en marcos geográficos muy diferentes: un lagarto tiene el mismo significado para los pastores de los Pirineos que para los chamanes del altiplano andino. Un triángulo simboliza el elemento fuego tanto entre los indios guatemaltecos como entre los hermetistas de Beirut. Por no hablar de la svástica, símbolo universal por excelen­cia. El campesino pirenáico nutre su conversación de sabiduría tradicional (tradición = transmisión) y, excluyendo su posibilidad de con­tactos culturales con otros grupos étnicos fuera de los que pueblan el entorno de los valles Pirenáicos, hay que concluir que en él ‑en algún lugar de su persona‑ residen los mismos arquetipos que en el chamán andino.

En cierta ocasión un pastor nos contó bajo un sol de plomo, la historia de una salamandra que se introdujo en el fuego y se convir­tió en una hermosa mujer; por ello, los restos de madera quemada, el carbón vegetal, en definitiva, es utilizado para curar ciertas enferme­dades. Una leyenda parecida circula en el "mercado de las brujas" de La Paz, ligada así mismo a pretensiones terapéuticas: la mujer en cuestión, reconvertida en especie proxima a la salamandra, un lagarto local, se vende disecada para curar enfermedades de columna; hay que colocársela durante un tiempo en el cuello para sanar de hernias discales, escoliosis, etc. También sabemos que las doctrinas tántricas y yóguicas hablan de una fuerza ígnea contenida en la base de la co­lumna vertebral (la Kundalini) que el practicante debe despertar, y que tal fuerza tiene un carácter serpentino y femenino (la Shakty). Las leyendas medievales europeas, igualmente, aluden al regalo que el mítico "rey Pescador”, el "Preste Juan", realizó al Emperador Federico I: un abrigo de piel de salamandra que protegía del fuego. Y no queremos agotar las correspondencias. Es evidente que en todos estos temas existe una interrelación simbólica: mujer – reptil – fuego - curación.

Ahora bien, a poco que investiguemos sobre el tema utilizan­do el material facilitado por la antropología, la arqueología y la histo­ria de las religiones, advertiremos que la naturaleza de los símbolos es universal tanto en lo espacial como en lo temporal; el origen de los simbolos se pierde en la noche de los tiempos, más aún, da la sensa­ción de que con el paso del tiempo han ido perdiendo concreción y hoy no son más que productos degenerados bajo la forma de cuentos y leyendas o supersticiones.

Hay que descartar, pues, que el símbolo en sentido tradiclonal sea una construcción “original” ligada a la fantasía poética de tal o cual persona, fijado en un marco geográfico concreto y surgido en un tiempo histórico preciso; por el contrario, su universalidad es demasiado evidente como para que pueda ignorarse.

Por lo demás, en el sistema que les era propio, los símbolos sin­tetizaban los conocimientos de las distintas ramas del saber ‑en las dis­tintas ciencias tradicionales‑ a la par que se trataba de instrumentos interdisciplinarios que las conectaban y daban a la ciencia tradicional el aspecto unitario que, por lo demás, caracterizó a este tipo de sociedades.

II. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL SÍMBOLO

El concepto de símbolo que asumimos no tiene nada que ver con las teorías semióticas que deambulan entre la intelectualidad occi­dental desde finales del siglo XVIV. Tampoco tiene nada que ver con las divagaciones de ciertas escuelas psicoanalíticas (las capitancadas por Rank y Jung principalmente).

El símbolo ‑a efectos de nuestro estudio‑ no puede entenderse como desvinculado de la sociedad tradicional y habrá que apelar a una clasificación de los símbolos en el parágrafo siguiente para fijar esta idea.

Así pues, no es raro que Guénon dijera del símbolo que "se ha convertido en algo ajeno a la mentalidad modernia”. Y uno de sus comentaristas añade: "El símbolo es todo lo contrario de lo que con­viene al racionalismo". En otra de sus obras, el propio Guenon perfila más estos conceptos cuando establece que el símbolo es la expresión sensible de una idea".

En estas frases está contenida toda la ciencia del símbolo. No se trata de algo que pueda ser entendido, aprendido o asimilado por la razon, sino que su sentido y esencia hay que captarlo a través de la in­tuición intelectual. Toda “práctica tradicional”, en definitiva, no es si­no un conjunto de métodos para estimular tal intuición, siendo el símbolo una ayuda para recorrer ese camino.

No es raro, pues, que se afirme que el símbolo es exterior al mundo moderno, en tanto que este mundo no es otra cosa más que una derivación monstruosa del racionalismo. No se vea en este orden de ideas una defensa de lo irracional ‑infra‑racional, en realidad‑ sino de una for­ma de conocimiento asimilada mediante otros medios diferentes de los racionales. Situarnos en la esfera de la suprarracionalidad es situarnos en el terreno del universo simbólico.

En cierta ocasión nos explicaron una hermosa parábola a pro­pósito de las formas de descripción de estados de conciencia diferen­ciados. "Un hombre se retiró al desierto para meditar, allí vió a dios. Cuando regresó a la ciudad sintió la necesidad de contar a los suyos lo que había experimentado. Hubo de apoyarse en parábolas y descrip­ciones limitadas; aún así, quienes le oyeron adquirieron una nueva fe y mataron y murieron por ella, pero ¿,cómo pueden unas pobres pala­bras definir la esencia y el contenido de lo Absoluto”.

En efecto, las construcciones humanas son limitadas para definir y pe­netrar en lo que está más allá de lo humano. Toda práctica tradicional se basa en la posibilidad de atravesar la línea divisoria que separa el mundo físico del mundo que está más allá de él. La doctrina tradicio­nal afirma que el verdadero sentido de la vida y las respuestas a buena parte de los misterios que encierra la existencia, anidan en esa "otra parte", esto es, en el universo metafísico. De ahí que, desde el punto de vista tradicional, no tenga sentido discutir sobre metafísica, dee la mis­ma forma que tampoco tiene sentido discutir sobre las posibilidades de cambios de estado de los fluidos: basta con experimentarlos. Esta experimentación es lo que hemos llamado hasta ahora “práctica tradi­cional”.

Dado que en el inicio de esta práctica el hombre no cuenta con otro apoyo más que su propio ser y sus sentidos físicos, y que es­tos no están acondicionados para percibir otra realidad que la estricta­mente material, estamos forzados a utilizar unos instrumeutos que se sitúan a medio camino entre el universo estríctamente físico y el me­tafísico, esto es, los símbolos. Puede entenderse ahora por qué Guénon había definido al símbolo como "expresión sensible de una idea". En tanto que expresión tiene algo de esa idea, y en tanto que sensible participa del mundo físico.

La justeza de esta definición viene avalada por el estudio eti­mológico de la palabra. Símbolo procede de la palabra griega Sumbolon, derivada del verbo súmballo, juntar, reunir. La antigüedad griega registraba una costumbre consistente en romper un objeto en dos partes y dar una de ellas al huésped, quedándose el arifitrión la otra. Cada una de las partes era transmitida de padres a hijos, para que, en caso de que volvieran a unirse, fuera señal de la amistad y hospitali­dad que existió tiempo atrás. Se trataba de un objeto de reconocimiento.

Así pues la palabra expresa, en su etimología, una concepción que recorre transversalmente todas las expresiones temporales del mundo tradicional: el hombre es un ser roto que inicialmente no lo era; ese proceso de ruptura constituyó lo que en distintos mitologemas es la "caída", es decir, la imposibilidad para el hombre de vivir dos órdenes de realidad diferentes: la física y la metafísica; también mar­ca, implícitamente, un objetivo: la reunificacion de las dos partes en un todo renovado.

En la Edad Media, esta idea es expresada a través del mito de la espada rota, que el héroe debe soldar para volver a empuñar y ven­cer al dragón (mito nórdico de Sigfrido). También se expresa a través del mito céltico‑artúrico de la espada clavada en la piedra, entendiendo por ello un poder superior que está retenido por la pura materialidad (representada por la piedra) y que es preciso liberar (acto de extraer la espada). Próximo a este orden de ideas sería también el concepto her­mético del Rebis andrógino, el de "puente" y de "pontífice" (hacedor de puentes) como instrumento de tránsito entre dos realidades jerárqui­camente dispuestas, o las llaves que abren y cierran mundos.

El símbolo es, pues, un mediador. Captar su sentido metafísi­co equivale a comprenderlo. Es evidente que puede existir una aproxi­mación intelectual al símbolo. De hecho, tal es la función de los mu­chos diccionarios de símbolos que existen en el mercado. Un círculo, por ejemplo, en hermetismo simboliza el caos: el círculo cerrado so­bre sí mismo abarca en su interior elementos indiferenciados y por tanto, caóticos. Ese mismo círculo con un punto en el centro, pasa a ser un símbolo solar, el caos ordenado, igual que el sol físico de nues­tro sistema, situado en el centro de gravitación de los planetas. Un cu­bo es la representación de la materia, en tanto que es el mas inmóvil de todos los poliedros, y este concepto sugiere la “pesadez” y la “densi­dad” de la materia. Sin embargo, una esfera, la mas perfecta de las formas físicas, por ello mismo es asimilada al alma. Estos serían ejemplos de aproximaciones intelectuales a la naturaleza del símbolo.

Podemos hablar también de aproximaciones, naturalistas. A través del estudio sobre alquimia clásica sabemos que la salamandra es asimilada siempre al fuego, pero fue necesario que viéramos una salamandra moverse sobre las rocas para que entendiéramos por qué se le ha otorgado tal símbolo: su movimiento “recuerda” al de las lla­mas. Igualmente, el espíritu en la tradición hermética ha sido compa­rado con el mercurio: el temblor de una porción de mercurio indica su movili­dad, el hecho de que no tenga forma propia, sino que se adapte siem­pre a la del recipiente que lo contiene, así como su aspecto exterior que evoca el color de la luna ‑forma astral cambiante por exce­lencia‑, por todo ello, el mercurio es símbolo de un espíritu ‑entendi­do como conjunto de construcciones mentales ernanadas de nuestro cerebro‑ no fijo, sino en continuo movimiento por el perpetuo fluir de las ideas. Otros han comparado ese mismo espíritu a la mariposa que se posa de flor en flor, nerviosa y sin apenas detenerse. Imágenes que nos sugieren que el espíritu es puro devenir, flujo mental, caos, movi­lidad, ideas todas ellas contenidas en los objetos o materia­les presentes en la naturaleza, a través de los cuales son representadas aproximativamente.

Pero todo ello son, efectivamente, aspectos intelectuales o naturalistas. Penetrar en el sentido de un símbolo ‑no meramente aproximarse‑ quiere decir comprender su significado metafísi­co. Y al llegar a este punto es imposible dar más explicaciones: no se puede conocer esta parte del camino sin franquearla y este recorrido no puede ser sino personalizado. Luego insistiremos sobre esta idea.

III. INTENTO DE CLASIFICACIÓN DE LOS SÍMBOLOS

Tomemos un episodio evangélico suficientemente conocido: Cristo azotado tras su detención. Este episodio es susceptible de múl­tiples niveles de interpretacion. Encontraremos a una escuela psicoanalítica que nos hablará de evidencias de un complejo sado‑masoquista en el autor del texto evangélico, el cual habrá plasmado sus pulsiones eró­ticas más recónditas, adquiridas durante su infancia, en el episodio descrito. Es lo que podríamos llamar una interpretación profana ba­sada en un intento de racionalización y análisis de los procesos men­tales.

Paralelamente, el fiel católico verá en el episodio una etapa del sufrimiento de Cristo para la redención del género humano; episo­dio necesario en el desarrollo de la pasión y muerte de aquel a quien todo cristiano considera su Redentor. Estamos en plena interpretación sagrada del mismo episodio. Afinando más, podemos decir que se tra­ta de una interpretación exotérica, es decir, situada en el plano de la mera religiosidad.

Pero este episodio no constituye algo exclusivo del cristia­nismo: temas parecidos se describen en otras tradiciones. Así por ejemplo, cuando Mithra atraviesa las aguas del río en el que acaba de nacer, y gana la otra orilla, se ve "azotado" por un viento que desga­rra sus vestiduras y castiga su cuerpo. Es evidente que se trata de la misma experiencia dramatizada de forma diferente que en el Evangelio.

Esta experiencia puede entenderse en un sentido interior y ser vivida de formas muy distintas. Puede ser también el momento en que el practicante "separa" ‑el hermetismo fue llamado "el arte de la separatoria"‑ su cuerpo físico de su flujo mental, es decir, de la primera fase del desplazamiento de la conciencia: del cerebro (conciencia racional) al corazón (conciencia intuitiva). En esta fase, una y otra vez, la conciencia racional se resiste a abandonar el soporte que representa para ella el cuerpo físico y, al mismo tienipo, siente una especie de terror cuando lo ha conseguido, ya que acaece una sensa­ción de vacío, como de caída libre, que provoca la regresión de la experiencia y la vuelta al punto de partida.

Pues bien, una vez madu­rada esta fase, la sensación universal de todos los que la han atrave­sado suele ser de desgarramiento interior: puede comprenderse en­tonces por qué unos la representan como azotes, otros como el golpe­ar del viento contra el propio cuerpo y otros ‑se nos permitira añadir una experiencia interior al respecto‑ como si el cuerpo fuera atrave­sado por discos de vidrio afilados que lo rompieran. Se trata de la misma experiencia vivida de formas diferentes. La ecuación personal de cada uno influye decisivamente, así como la actividad profesional, los mitos y símbolos de la propia cultura, los tenias centrales de un exoterismo. Este último es el caso del cristianismo con su pathos de expiación a través del cual se obtiene la salvación. Un el caso del mithraismo, sistema mistérico de tipo guerrero, se entieende como lu­cha del hombre contra los elementos, y en el caso de los discos de vi­drio afilados que cortan al practicante, aparece en alguien que participa­ba en las tareas del campo y, por tanto, tenía relación con el instru­mento utilizado para romper los terrones apelmazados tras el paso del arado.

Todo lo anterior nos permite ya establecer una sucinta clasifi­cación de los símbolos: profanos y sagrados y, estos últimos, símbo­los exotéricos y símbolos esotéricos. Tal es la clasificación del con­junto. Profano: todo lo que está ligado a la vida cotidiana y vinculado a interpretaciones racionalistas. Sagrado: lo que esta ligado a sistemas de tipo trascendente. Exotérico: todo lo que se rrianifiesta en el exte­rior. Esotérico: todo aquello que es interiorizado. Exotérico sería equivalente a religioso, y esotérico ‑más o menos‑ a metafísico; am­bos serían los dos polos de un conocimiento sagrado, esto es, trascendente, no ra­cional y jerárquicamente estructurado: el exoterisnio requiere fe; el esoterismo, experimentación, y ésta es una forma de conocimiento di­recto y superior a la fe.

IV. CÓMO ACTÚA EL SÍMBOLO

Anexo a la iglesia de San Cugat del Vallés, en las proximida­des de Barcelona, existe un claustro de singular belleza cuyos capite­les llaman inmediatamente la atención del visitante. Hacia el año 1945 fue a parar a este lugar Marius Sclineider, musicólogo alemán, considerado heterodoxo por sus colegas. Poco a poco fué interesándo­se por los capiteles, en los que intuía un ritmo y una armonía. Buena parte de las figuras grabadas en piedra representaban a animales en distintas actitudes. Schneider tuvo la idea de asociar cada animal a un sonido específico: el oso representaría un sonido bajo; la hiena, agu­do; el cuervo estaría entre uno y otro, y así sucesivamente. La actitud de los animales representados en los capiteles marcaría un ritmo. Como conclusión de sus trabajos, Schneider intentó llevar todas estas observaciones al pentagrama y de ahí salió una música. Años después ‑cuando el erudito alemán ya había muerto‑, en el curso de unos tra­bajos de remodelación en el Monasterio de San Cugat del Vallés, fueron encontrados unos códices medievales y entre ellos la partitura de lo que fue el himno perdido del lugar. Pues bien: se trataba de la mis­ma música que Schneider había intuido en la piedra...

Esto es mas que una hermosa historia. Es la muestra fehaciente de que nada en el arte medieval es gratuito o superfluo, nada moti­vado por razones frívolamente estéticas o por una religiosidad inge­nua y devota. Música y arquitectura implican conocimientos técnicos específicos, leyes objetivas de ritmo, armonía, resistencia de materia­les, medida, proporción, etc. y, además, la capacidad de combinarlas entre sí. ¿Con qué fin? ¿Para qué?

El mundo tradicional hablaba de la existencia de una armonía en el cosmos percibida por el iniciado que había conquistado un esta­do de conciencia diferenciado. Pitágoras habló de la “música celes­tial” aludiendo a ésto; Platón mismo aludió a la "armonía de las esfe­ras cósmicas"; más recientemente, Robert Flud escribió en 1617 De musica mundana y Atanasius Kircher Musurgia Universafis en 1650. El espacio que va entre unos y otros es cubierto por la arquitectura medieval. A este respecto, el estudio de Selmeider sobre el Monasterio de San Cugat y el de Charpentier sobre la Catedral de Chartes muestran que se percibía en el Cosmos una armonía que se quería transmitir al hombre mediante la música y la arquitectura.

¿Qué permitía realizar tal tránsito y por qué? La sensación de existencia de un orden cósmico era fundamental en la humanidad tradicional. El macrocosmos era sentido coino la expre­sión de fuerzas que actuaban armónicamente, exentas de contradiccio­nes. Algunos llamaron a esta sensación "Amor". El hombre, en cam­bio, tenía otra dimensión, microcósmica y, en tanto que formaba parte del cosmos, reproducía en sí mismo las características fundanientales de éste. El hermetista árabe Geber, cuando tradujo un manuscrito ale­jandrino que llevaba el título de La Tabla Esmeraldina, alcanzó la fa­ma al redescubrir para Occidente la primera frase del escrito: “Loque está arriba es como lo que está abajo”. Es decir, el microcosinos hu­mano reproduciría, según esta escuela, el orden macrocósmico; pero tal microcosmos estaba amputado de una parte de sí mismo y, no per­cibiendo otra realidad que la física, había caído en el caos primordial. Y de la misma forma que el Génesis anuncia las etapas en las cuales el Caos se transformó en Orden, el hermetista debe “trabajar” su pro­pio Caos y ordenarlo.

Ecos de todo esto subsisten incluso en la enseñanza escolásti­ca. La "ciudad de Dios" no es sino aquella construida a imagen y se­mejanza de lo divino, o si se quiere, como reflejo de lo divino. Así mismo, cuando en el Génesis se dice que "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza" lo que se está haciendo es enunciar una ley de correspondencias y analogías. Pablo, en su Epístola a los romanos, ofrece algo similar cuando dice (1, 20): "Lo cognoscible de Dios es manifiesto; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras". Goethe, siglos más tarde, repetiría casi textualmente la traducción de Geber: "Lo que está dentro es como lo que está fuera”. Mircea Eliade, en su Tratado de Historia de las Religiones, reconocería: "Si el todo se puede apreciar contenido en un fragmento es porque cada fragmen­to repite al Todo". Y Guénon, finalmente, resumiendo toda la tradi­ción metafísica que le precedió, establecería que "el fundamento del símbolo es la correspondencia que une entre sí todos los órdenes de realidad, ligándolos unos a otros", concluyendo que "el universo ente­ro es un símbolo".

El símbolo transmite y canaliza esta ley de analogía entre el hombre y el cosmos. Al ocupar un mundo intermedio entre uno y el otro, es reflejo del cosmos y traducción cognoscible de algunos as­pectos de éste, pero en tanto que representación sensible, puede ser entendida por los sentidos físicos del hombre y, en estado de medita­ción profunda, "sugiere" o le hace intuir aspectos de ese mismo cos­mos.

En realidad, los sistemas de meditación del mundo tradicio­nal, como hemos dicho, no tienen otra finalidad más que transferir la conciencia del cerebro al corazón, es decir, de una forma de pen­sar dualista a una forma de entender y conocer más inmediata, in­tuitiva y directa. Se trata de unas técnicas progresivas de aprendiza­je y desarrollo de facultades que habitualmente permanecen sofoca­das por nuestro sistema de pensar dualista, técnicas que por lo de­más, en su mayor parte, no requieren ninguna cualificación especial y hoy están al alcance de cualquiera gracias a la proliferación de textos que divulgan sistemas de meditación Zen, determinados ti­pos de yoga, incluso residuos de sistemas ligados al catolicismo, tanto occidental (Meister Eckhart y la mística renana) como a la iglesia ortodoxa oriental (filocalia y hesicasmo). El sistema es siempre el mis­mo: total abandono del Yo (superación del principio de individua­ción), adquisición de una conciencia inmediata del aquí y del ahora, introspección (pregunta repetida de ¿quién soy yo? ¿cuál es mi ver­dadera naturaleza?), meditación sobre algunos símbolos (cruz, mandalas, letras, etc.), salida a la superficie de los estratos más pro­fundos de la personalidad e identificación con ellos, etc. Este pro­ceso termina en aquello que quienes lo han pasado, a través de todas las épocas y lugares, han definido con nombres característicos y simi­lares: el Despertar, la Iluminación, el Fuego Interior, la experiencia de la Luz, etc.

En cualquier caso, la persona decidida a estudiar seriamente estas vías no debe hacer de ello un objeto de erudición. El mundo tradicional, jerárquicamente concebido, prescribía que todo practicante de cualquier disciplina debía tener un instructor y recibir de él una en­señanza viva y personalizada, en absoluto libresca y masificada. Una enseñanza en la cual el secreto formaba parte sustancial de la misma. ¿Por qué este culto al secreto? El practicante debía descubrir por sí mismo lo que se encontraba al final de cada etapa, y esto no sólo por la dificultad que entraña definir coloquialmente estados diÍcrenciados de conciencia, sino porque explicar al neófito la naturaleza de cada experiencia supondría crear en él un deseo de alcanzarla, y tal deseo ‑en tanto que mera pulsión cerebral‑ hubiera bloqueado la ex­periencia misma. Esto es fácil de entender si se tiene en cuenta que to­da práctica tradicional implica sacrificio del Yo, pero el instructor no puede evitar hablar a ese mismo Yo que ha decidido vivir otra reali­dad jerárquicamente superior. Si el instructor facilita excesivos datos sobre cada etapa, el Yo los asimila e intenta expermentarlos por sí mismo, pero tales estados no pueden vivirse a través del Yo, sino de su renuncia. De ahí que hayamos dicho que el deseo de la experiencia bloquea a esa misma experiencia. En cambio, si el instructor facilita sólo la técnica, el practicante se limitará a utilizarla, sin esperar nada en concreto, es decir, sin que el Yo se pueda interferir por la vía del deseo concreto).

V. LAS INTERPRETACIONES PSICOANALÍTICAS

Llegados a este punto, hay que repetir la pregunta que otros muchos han hecho: ¿Dónde “viven” los simbolos? ¿Cuál es su “lugar de residencia”? A partir de Jung y de su intento de psicología analítica, ta­les preguntas han polarizado las discusiones centrales en torno a los símbolos. ¿Por qué los mismos símbolos se repiten en todas las épo­cas en lugares distantes y sin contacto entre sí? ¿Por qué encuentran eco en las profundidades del alma humana? ¿No será que es ahí donde se encuentra su hábitat natural?

Las teorías de Jung han intentado dar respuesta a estas pre­guntas a través de la psicología analítica, heterodoxa en relación a Freud, pero, al mismo tiempo, limitada, como ésta. Las tres teorías de Jung ‑sobre los “procesos de individuación”, el “inconscienie colecti­vo” y los “arquetipos”‑ aminoran la importancia dada por Freud a la sexualidad infantil, principal aberración del psicoanálisis, pero, a de­cir verdad, no penetran en la naturaleza del mundo tradicional que pre­tendió estudiar y que alardeó de haber desvelado.

Las distintas técnicas tradicionales ‑y la alquimia en particu­lar, a la que Jung consagró un voluminoso trabajo: Psicología y Alquimia‑ serían para Jung proyecciones de contenidos psíquicos del inconsciente sobre las cosas. A esto Jung lo llamaba "proceso de individuación" y mostraría la tendencia hacia la realización del ser. ¿Por qué se producía una convergencia de símbolos? Porque todos los seres humanos tenían desde el momento mismo de su nacimien­to, grabados en su cerebro, mitos y creencias propios de su raza, una especie de herencia psicológica a la que Jung llamó "inconsciente colectivo". Otto Rank, psicoanalista freudiano ortodoxo durante mu­cho tiempo, convergió con estos postulados afirmando que "el mito es el sueño colectivo de un pueblo". Sería en este inconsciente co­lectivo en donde residirían los "arquetipos", rnodelos simbólicos re­currentes.

Estas teorías fueron expuestas en diversos libros: El secreto de la flor de oro, Transformaciones y símbolos de la líbido y Psicología y Alquimia, fundamentalmente, y ya en su momento su­frieron críticas muy duras, beneficiándose de la ventaja de eludir los aspectos más problemáticos de las teorías freudianas y de recurrir a exposiciones frecuentemente cargadas de poesía. Por lo demás, en la discusión entre Freud y Jung lo que hubo fue una confrontación ra­cista del "SIgfrido suizo" contra el "judío de Viena", repleta de ajus­tes de cuentas (Totem y tabú, de Freud, es solo un ajuste de cuentas con la escuela de Jung), insultos mutuos y dos personalidades en dis­puta por la jefatura de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Era rigurosamente cierto, por lo demás, como achacó Ernst Jones a Jung, que éste solía cubrir sus exposiciones con "inmensa espuma de ver­borrea".

Pero tras todas estas disputas y teorías, lo que existe es una teoría freudiana difícil de comprobar, frente a un "cuento de hadas" junguiano que se desvanece en presencia de la genética actual (los caracteres adquiridos no se transmiten por herencia). Efectiva­mente, ni uno ni otro utilizan el método científico para establecer sus teorías. Freud fue lamarckista hasta su muerte y Jung no va rnás allá de él cuando intenta explicar los símbolos tradicionales no co­mo un eslabón de enlace entre el mundo físico y el nictafísico, sino entre el consciente y el inconsciente. En este punto ‑el que interesa verdaderamente‑, Jung permanece en el mismo nivel de ideas que Freud.

La tendencia del psicoanálisis, sea cual sea su escuela, es siempre la de haber superado efectivamente, al menos en parte, el ma­terialismo que dominaba hasta finales del siglo XIX (“no existe más realidad que la que se puede percibir con los sentidos”) y el haber con­cebido estados de conciencia subpersonales, pero sin contemplar si­quiera la posibilidad de existencia de estados de conciencia diferenciados que trasciendan al individuo. La confrontación entre el psicoanálisis y las doctrinas tradicionales estriba en la naturaleza de los símbolos. Para el psicoanálisis, se trata de una plasmación del inconsciente colectivo al­bergada en un estrato más profundo del insconsciente individual, mientras que para las doctrinas tradicionales tal inconsiciente no es si­no una manifestación de lo mental y, por tanto, está alejada de la me­tafísica y la espiritualidad pura. El mundo tradicional contemplaba la existencia del inconsciente entendido en sentido psicoanalítico ‑a eso aluden los mitos sobre el "reino de Neptuno" y los monstruos abomi­nables que moran en él‑ pero considerándolo como capas infrarracio­nales y subpersonales. Al mismo tiempo, afirmaba la existencia de ni­veles superiores a la conciencia ordinaria, supra‑personales. Estos ni­veles suprapersonales estarían en el umbral de la otra realidad, la me­tafísica, y mantendrían con ella "territorios" comunes. Esta situación privilegiada permitiría al símbolo ejercer su función de mediador en­tre lo humano y lo metafísico. Por lo demás, para la metafísica tadi­cional no existe realidad individualizada ‑este sería uno de los aspectos de "maya", la ilusión‑, sino unicidad orgánica, demostrable a tra­vés de la persistencia espacio‑temporal de los símbolos.

VI. EL SÍMBOLO COMO BASE PARA LA RECONSTRUCCIÓN DEL ORDEN TRADICIONAL

La sociedad tradicional, como todo lo que tiene un soporte humano, se fue agotando en el curso de los siglos y su influencia ha ido disminuyendo en el plano contingente. Hoy incluso ha desapareci­do el concepto mismo de "tradición" y "tradicionalismo", pasando, en ocasiones, a ser sinónimo de "ochocentismo" o de "burguesismo".

Pero es innegable que cuando se habla de "alternativa al siste­ma" en materia espiritual, una de las pocas alternativas posibles es la recuperación de los valores de la Tradición. La búsqueda de la nove­dad parece el callejón sin salida de todos los intentos "alternativistas". Martin Buber escribió: “Imago mundi nova, imago nulIa”, que no creemos necesario traducir; pero si no se quiere ser tan radical, es preciso reconocer, como mínimo, que cuando se han agotado todas las fórmulas "nuevas" no queda más re­medio que buscar entre el arsenal de las que se dieron en el pasado y adaptar sus principios al tiempo moderno.

Pero esto suscita una serie de problemas. En primer lugar, "tradición" implica "transmisión". Y esto se ha perdido. El hilo que une las escuelas tradicionales del pasado con el presente es tan débil que no puede considerarse como realmente válido y operativo. Cualquiera que haya tenido relación con escuelas tradicionales ‑budis­tas, sufíes, hinduístas, ortodoxas, residuos occidentales‑ habrá adverti­do lo problemático de todas ellas. Desde Taishen Deshimaru, uno de los japoneses que más hicieron por adaptar el budismo a Occidente, hasta Allan Wats, gurú de la contracultura y divulgador del Zen en los años 60 y 70, pasando por el lama Tchongyam Grumpa Rimpoché, uno de los más lúcidos maestros tibetanos llegados a nuestras latitu­des, todos ellos ‑cuyos escritos nos han ayudado extraordinariamente- ­murieron de algo tan prosaico como la cirrosis hepática... No puede esperarse encontrar un "maestro" perteneciente a una escuela regular sobre cuyo origen, actitud o regularidad no existan dudas. El mundo moderno no puede ofrecer ningún tipo de certidumbre si no es la de su propio fin, y esto afecta a los residuos tradicionales que subsisten en su seno.

En la polémica entre Jullus Evola y René Guerion en torno a la “regularidad iniciática”, estamos tentados de dar la razón al prime­ro en contra de la innegable ortodoxia del segundo. Como se sabe, to­das las doctrinas tradicionales sostienen la posibilidad de injertar en el aspirante una fuerza que le trasciende a través del rito y de la iniciación; algo así como colocar un molino de viento justo donde pasa una co­rriente de aire para activarlo. Pero nuestra experiencia personal nos ha permitido conocer decenas de "iniciados regulares" en distintas escue­las budistas e islámicas, que han aportado poco o nada al sujeto que la recibía, al igual que la recepción de los sacramentos no suele varias la condición de quienes los reciben. En la Grecia crepuscular ocurrió otro tanto: los ritos dejaron de ser "eficaces"; al igual que en los mornentos actuales, los ritos y las iniciaciones “se dernocratizaron”: como los sacramen­tos, se recibían sin ninguna preparación previa en profundidad, sin pa­sar por un período de ascesis y, de la misma forma que el corcho ab­sorbe cualquier vibración, el así "iniciado" se convertía en impermea­ble a la "fuerza actuante" de los ritos.

Sobre este tema se podría discutir mucho ‑y de hecho así ha ocurrido‑, pero a nuestros efectos carece de interés en tanto que, si bien es posible dar la prueba en negativo (la actual ineficacia de las iniciaciones), no lo es en positivo (nunca sabremos "positivamente" si en el pasado fueron o no eficaces ciertos ritos). A su favor está la tesis de la duración dilatada de los ciclos tradicionales; el arqueólogo e his­toriador Contenau pone, al respecto, el dedo en la llaga: los ciclos tra­dicionales, con sus ritos y mancias, nunca habrían podido sostenerse durante muchos años de no ser por haber mostrado un porcentaje sig­nificativo de éxitos, Gaston Bachelard, por su parte, abunda en la mis­ma idea preguntándose: "¿Cómo podría perpetuarse y mantenerse una leyenda si ca­da generación no tuviera razones íntimas para creer?”.

Despojando al mundo tradicional de todo aquello que es acce­sorio, de lo que fueron construcciones históricas sujetas a imperativos étnicos, geográficos o históricos; quitando a todo exoterisrno sus ras­gos propios superfluos y su utilitarismo social, abandonando en el camino todo aquello que se presta a discusión intelectual y reviste caracteres problemáticos o indemostrables, lo único que nos queda hoy son tres factores: unos métodos de meditación e instrospección, unos elementos mínimos de metafísica (de conquista de lo que está más allá de lo físico) y un sistema de símbolos sobre los que apoyar la práctica. Es decir: teoría, práctica y puntos de apoyo. ¿Para qué debería faltar algo más?

A la hora de la verdad, meditar ‑es decir, abordar una de las prácticas tradicionales posibles‑ es estar solo consigo mismo, y nada ni nadie puede ayudarnos en la búsqueda de nuestro Ser más profun­do. A la iniciación "real" y “ortodoxa” como la teorizada por Guenon, el tiempo nuevo debe oponer, ha opuesto, una “iniciación virtual”, de­rivada de una práctica seria, personalizada, basada en una rigurosa or­todoxia metafísica y apoyada en un sistema de símbolos que encuen­tre eco en nuestro interior.

No puede haber reconstrucción de orden tradicional alguno, si antes no se reconstruye la élite tradicional que lo alumbrará. Nunca el efecto fue anterior a la causa.

(c) Ernesto Milà – ernesto.mila.rodri@gmail.comhttp://info.krisis.blogspot.com Prohibida la reprodcción sin indicar origen

 

La "sacerdotisa de Lucífer": María de Naglowska

La "sacerdotisa de Lucífer": María de Naglowska

 

Infokrisis.- En el París de los años 30, una mujer se recogía en una iglesia de Montparnasse, pero en la noche daba cursos sobre magia sexual. Era conocida como “la Sacerdotisa de Lucifer”. Se llamaba Maria de Naglowska. Discreta, pero extremadamente influyente, fue sin duda la gran difusora de la magia sexual en el siglo XX.

María de Naglowska nació el 15 de agosto de 1883 en San Petersburgo. Era hija del gobernador de Kazan, el general Dimitri de Naglowski que en 1895 resultaría envenenado por un nihilista. A la edad de 12 años quedó huérfana. Su tía la matriculó en el instituto Smola para jóvenes aristócratas. Allí culminó brillantemente sus estudios. Durante ese tiempo, según su propia confesión, contactó con la secta de los Khlistis a la que pertenecía Rasputín y cuyos ritos incluían técnicas de magia sexual. Ese fue el primer contacto con la doctrina que absorbería toda su vida.

HACIA OCCIDENTE

La revolución de 1905 la impulsó a frecuentar círculos cerrados de intelectuales. Enamorada de un músico de origen judío, Moisés Hopenko, abandonó con él Rusia para instalarse, primero en Berlín y luego en Suiza, donde se casaron. Allí continuó sus estudios universitarios siguiendo simultáneamente varias carreras. Para salvar su matrimonio y permitir a su marido terminar su formación como músico, dio clases particulares. Poco después nacieron sus tres hijos: Alexandre, Marie y André.

Hopenko seducido por las ideas sionistas decidió partir hacia Palestina abandonando a su mujer y a sus hijos. Maria continuó enseñando y escribiendo algunos artículos para diferentes revistas. Dio también conferencias. Pero estas actividades y la aparición de un libro le costaron ser encarcelada por actividades políticas y espionaje. Tras su liberación abandonó Ginebra para radicar en Berna y luego en Bale.

DEL GRUPO DE “UR” A LA TEOSOFIA

Pronto abandonó Suiza y se trasladó a Italia instalándose en Roma donde permaneció entre 1921 y 1926. Siguió enseñando y se convirtió en redactora del diario "L’Italia". Quiso trasladar a sus hijos desde Suiza, pero Alexandre se unió con su padre en Palestina.

Pronto surgieron los problemas: Maria perdió su empleo y debió dar clases a cualquier precio para sobrevivir. En Roma, frecuentó a un grupo de escritores ocultistas. Este contacto le permitió conocer a un filósofo ruso exiliado que le reveló las tradiciones Boreales más secretas.

En ese período conoce a Julius Evola y a otros amigos suyos que formarán poco después el “Grupo de Ur” de magia operativa. Evola, junto con René Guenon, son dos de los esoteristas más prestigiosos del siglo XX y aun hoy sus obras son frecuentemente reeditadas.

Su hijo Alexandre que consiguió un buen puesto de trabajo en Alejandría, la llevó a Egipto con sus hermanos. Pronto fue invitada a dar conferencias en la Sociedad Teosófica en la que ingresó finalmente. La logia de Alejandría había sido fundada por la propia Blavatsky. Así mismo se convirtió igualmente en redactora del diario “La Bolsa”.

EN MONTPARNASSE

En 1930, volvió a Roma, sus amigos le encontraron un trabajo en una editorial de París donde pudo establecerse. Desgraciadamente no obtuvo autorización para trabajar en Francia y debió contar con su hijo André para sobrevivir.

María se estableció entonces en Montparnasse donde conoció a escritores, artistas y poetas. Pronto inició la edición de un semanario mágico, "La Flèche" en la que colaboraron Julius Evola y otros destacados esoteristas de la época. Aparecieron 18 números que hoy se cotizan a precios extremadamente altos. La revista se subtitulaba “organo de difusión del Tercer Término”

Estableció su cuartel general en el restaurante La Coupole dónde se reunían los ocultistas de la época. La dirección le ofrecía gratuitamente cada tarde la cena y los numerosos cafés que consumía a lo largo del día. El miércoles daba conferencias en el Estudio Raspail situado en el número 36 de la cercana rue Vavin y todas las tardes acudía a la iglesia de Notre-Dame des Champs para concentrarse y meditar. Diariamente, durante 2 horas, recibía a sus discípulos en el Hotel Americano (15, rue Brea) no lejos de allí. Estos llegaban desde muchos países extranjeros; no en vano María de Naglowska dominaba el inglés, el ruso, el alemán, el francés, el italiano y el yidish, comprendía el polaco, español y checo y, finalmente, algo de árabe.

Su biógrafo y discípulo más directo, Marc Pluquet, cuenta que a las conferencias solían acudir en torno a 40 personas, luego, al concluir, un pequeño grupo pasaba a la sala contigua y realizaba ritos más discretos. Allí confería iniciaciones que ella misma calificada de “satánicas”. La prensa se ocupó frecuentemente de ella y un artículo en la revista “Voilà” fue suficiente para que su nombre alcanzara fama y relieve.

HACIA EL FINAL DE UNA VIDA

A finales de 1935, anunció a Marc Pluquet que acababa de terminar su misión y que preparaba la partida. Profetizó que el advenimiento del Tercer Término no podría hacerse más que en dos o tres generaciones cuando el mundo estuviera preparado para las transformaciones sociales y políticas que implicaba el advenimiento de una nueva era. La misión de los que han compartido su obra será conservar la enseñanza para que pueda reaparecer bajo una forma clara y comprensible a hombres y mujeres que no estarán necesariamente formados en el simbolismo.

El pequeño grupo de sus discípulos estaba formado por conocidos esoteristas, entre los que figuran Claude Lablatinière (alias “Claude d’Ygée”, luego dedicado a la alquimia), Camille Bryen y su biógrafo Marc Pluquet. Algunos de ellos, como d’Ygée, se movían en el entorno en el que aparecieron las obras de Fulcanelli, el misterioso alquimista del siglo XX.

A principios de 1936, María dio su última conferencia un sábado en el Estudio Raspail (36, rue Vavin, en un hotel que, reformado, aun existe y en el que vivieron entre otros Aleister Crowler y Eliphas Levi) a fin de las cual se despidió de la concurrencia sin dejar ningún sucesor. Luego se reunió con su hija María en Suiza.

Contrariamente a la versión que se ha dado de sus últimos años, el 17 de abril de 1936, María de Naglowska, la Sophiale de Montparnasse, como fue llamada por unos y “sacerdotisa de Lucifer” para otros, murió en casa de su hija en Zürich. No es cierto que los alemanes la detuvieran en 1940 en París y la deportaran a Austwitz tal como han publicado erróneamente autores como Jean Pierre Bayard (“La meta secreta de los rosacruces”).

MARIA DE NAGLOWSKA Y LE CORBUSIER

Maria de Naglowska, con el pequeño grupo de sus discípulos constituyó la Orden de los Caballeros de la Flecha de Oro de los que Marc Pluquet era el más próxima a ella. Pluquet constituye, al mismo tiempo, la fuente más preciosa de datos sobre la Naglowska. En la Biblioteca del Arsenal de París se encuentran depositados 75 folios mecanografiados con el título de La Sophiale, Maria de Naglowska: sa vie – son oeuvre. Pluquet era, al mismo tiempo, arquitecto y trabajó en un período de su vida –justamente en la época en la que estuvo en contacto con María de Naglowska- con el arquitecto Le Corbusier. Pluquet afirma que las ideas de la Naglowska influyeron en el estilo y en las ideas de éste renovador de la arquitectura.

Por esas fechas (1931), el famoso arquitecto, había ido a vivir a París a una casa que él mismo diseñó en rue Molitor. Poco después, en 1935, Le Corbusier interviene en el congreso Internacional de Arquitectura Moderna con una ponencia titulada La Ciudad Radiante. En 1935 desarrolla este tema en un libro del mismo título. Su propuesta es constituir edificios con la planta en forma de cruz, lo que permitiría aprovechar al máximo la luz. Su idea consistía en construir un rascacielos en París de 220 metros de altura, que permitiera circular entre los pilares. Poco después, cuando le encargan el plano urbanístico de Sao Paulo (Brasil), vuelve a insistir otra vez en la forma de cruz, para toda la ciudad.

Estas ideas se encuentran en las obras de María de Naglowska. Por otra parte, no hay que olvidar que Le Corbusier tenía en aquella época una vena mística muy acusada que le llevó incluso en visitar Barcelona las obras de Antonio Gaudí por invitación del pintor José María Sert (hombre muy versado en esoterismo y uno de los grandes maestros y amigos de Dalí).

MARIA DE NAGLOWSKA Y LA MAGIA SEXUAL

En 1931, María de Naglowska publica en París un libro, generalmente atribuido a Pascal Beverly Randolph, Magia Sexual. En la biografía de Randolph resulta probable que viajara a París, pero se desconoce la forma en que llegó el manuscrito de “Magia Sexual” a manos de María de Naglowska. De hecho no hay pruebas siquiera de que el libro fuera escrito por el propio Randolph. Algunos fragmentos del libro son sospechosamente idénticos a los que contienen otras de sus obras (en especial todo lo relativo a los espejos mágicos y la animación de estatuas), pero, en general, el estilo es diferente y parece más influido por Josephin Peladan (artista y ocultista rosacruciano francés de finales del XIX y principios del XX) que por el propio Randolph.

La Naglowska explica en su revista La Fleche que el texto le fue remitido “por un desconocido en una céntrica calle de París, sin darle tiempo a preguntarle nada más”. A pesar de que Julius Evola, no solamente dio por auténtico el texto, sino que además lo prologó, por nuestra parte pensamos que Magia Sexual encierra un misterio difícil de resolver, pero que, en cualquier caso, la clave está en Maria de Naglowska, la mujer que publicó el libro en 1931 y que, probablemente lo escribiera a partir de fragmentos de Randolph, de ideas de Peladan y de las suyas propias.

Si esto es así, a la “Sacerdotisa de Lucifer” le cabe el honor de ser la inspiradora del libro sobre técnicas sexuales mágicas más difundido en Occidente incluso en nuestros días. El mensaje esotérico de esta gran desconocida sobrevive en nuestros días, sin que la mayoría lo perciba.

[ r e c u a d r os   f u e r a   d e   t e x t o ]

MARIA DE NAGLOWSKA Y GALA DALI

En 1931, Salvador Dalí pasó una temporada en París donde se encontraba el centro mundial del surrealismo. Cierta mañana de junio, fue a visitar a su amigo Joan Miró y éste le propuso ir al restaurante La Coupole donde estaba el fundador del dadaísmo, Tristan Tzara. En La Coupole, los surrealistas tenían una animada tertulia en la que participaban los exponentes más destacados del movimiento.

Dalí frecuentó este artículo durante los años 1931-1933. Iba acompañado por Gala Dianokov, su esposa.

Resulta difícil pensar que ambas mujeres no se encontraran en la Coupole y no sintonizaran. Gala, nacida en Kazan (donde residió la Naglowska mientras su padre fue gobernador de esa provincia), rusa, interesada en la magia sexual y en el ocultismo (por entonces Gala oficiaba de médium de los surrealistas e introduce en la mediumnidad a otros miembros del grupo; ha aprendido a tirar el tarot) y le apasiona el ocultismo y la astrología. Aparecía por entonces y en los años que siguieron una réplica de la Naglowska.

A decir verdad, la influencia de la ocultista rusa aparece en la vida de Gala en distintas ocasiones. Su psiquiatra contó que en 1973 Gala estaba convencida de que el semen de muchachos jóvenes la rejuvenecía y, hasta sus últimos meses de vida, siguió manteniendo relaciones sexuales. Muy frecuentemente sus amantes quedaron destrozados por la experiencia: Jeff Fenholt, por ejemplo, protagonista de Jesucristo Superstar, pasó a un grupo de rock satánico; varios se convirtieron en toxicómanos.

Por lo demás, las ideas de Dalí sobre el andrógino, sobre la sexualidad mágica, su misticismo neocatólico y sobre todo sus concepciones en el terreno del  erotismo parecen extraídas directamente de las doctrinas de la Naglowska sobre el Tercer Término.

[recuadro II]

LA “MISA DE ORO” Y LA DOCTRINA DEL “TERCER TERMINO”

La idea central del pensamiento de la Naglowska consiste en intuir como será la religión del Tercer Término. Para ella el judaísmo es la religión del Padre, el cristianismo, la del Hijo y queda todavía por manifestarse el Tercer Término de la Trinidad que inspirará la religión de la Nueva Era.

De la misma forma que atribuía un carácter andrógino al Padre y un carácter masculino al Hijo, la nueva religión del Tercer Término debía de surgir e la unión de los contrarios y tendría una naturaleza femenina. Para esto era preciso dominar las técnicas de magia sexual.

¿Y Satán? ¿por qué la Naglowska se hace llamar Sacerdotisa de Lucifer? En su particular visión, en el ser humano están presentes dos componentes,  el cuerpo de Dios (la vida) y la Razón. Ambos son interdependientes y complementarios. La Naglowska afirmaba que la razón está al servicio de Satán e incluso sostenía que la razón es Satán. Existe una relación dialéctica entre Dios-Vida y Satán-Razón. La práctica hermética tiene que enseñar el calvario de Satán que resuelve la relación dialéctica en una síntesis que es precisamente el Tercer Término, el Espíritu Santo.

El elemento ritual central de este calvario es la llamada Misa de Oro. En 1935, Maria organizó reuniones para presentar los ritos preliminares de la Misa de Oro cuyo fin era consagrar el advenimiento del Tercer Término. La Naglowska daba mucha importancia a un ritual extraño y siniestro en el cual el adepto era colgado por el cuello. Incluso dedica una de sus obras más turbadoras Le Mystère de la Pendaison (literalmente El Misterio del Ahorcamiento) inspirado en la carta del Tarot. Para la Naglowska esta carta era algo más que un símbolo. En esa posición, el acto sexual parece tener una mayor intensidad traumática; se sabe incluso que los ahorcados experimentan una erección que llega hasta la eyaculación en el curso de su agonía. Sería el momento en el cual, confundido el placer con la muerte se alcanzaría el punto álgido del calvario de Lucifer y... justo en ese momento el adepto provocaba en sí mismo el nacimiento del Tercer Término.

[recuadro III]

LA FRATERNIDAD DE EULIS: DE RANDOLPH A LA NAGLOWSKA

Pascal Beverly Randolph, tras escindirse de la Hermandad Hermética de Luxor, constituyó su propia organización iniciática, la Fraternidad de Eulis. Tras su muerte en 1875, Freeman B. Dowd asumió la dirección. En 1878, fundó una gran logia en Filadelfia y en 1907, al retirarse fue sucedido por Edward Brown.

A la muerte de éste en 1922, el teósofo rosacruciano R.S. Clymer tomó el relevo. Nacido en 1878, Clymer fue recibido como Neófito en el seno de la F.R.C. y de la Fraternidad de Eulis en 1897. En 1911, se instaló en Berverly Hall donde estableció la sede de la Orden. Tuvo una agria polémica con Spencer Lewis y su A.M.O.R.C. (Antigua y Mística Orden rosa Cruz) a quien acusó de falsario y mistificador.

Con otros iniciados, Clymer construyó la F.U.D.O.S.F.I. (Federación Universal de Ordenes, Sociedades y Fraternidades Iniciáticas) a fin de combatir a Lewis y la influencia de la F.U.D.O.S.I. (Federación Universal de Ordenes y Sociedades Iniciáticas) que éste había constituido.

La Naglowska conoció la obra de Clymer mientras permaneció en Roma junto a Julius Evola y tuvo contactos con la F.R.C. en París, sin embargo, considerando que la enseñanza sexual de Randolph estaba muy atenuada, prefirió fundar su propia estructura iniciática, la Orden de los Caballeros de la Flecha de Oro. 

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Baphomet: el misterio central del templarismo

Infokrisis.- [artículo escrito en 1981] En el proceso entablado por el Rey de Francia contra la Orden del Temple, dos fueron las acusaciones centrales, sin las cuales el resto del pliego de cargos apenas hubiera significado nada: el acto de renegar de la cruz de madera, símbolo de Jesucristo, tras el cual, se adoraba un horrible ídolo de madera o plata.

UN TIPO DESCONOCIDO DE GNOSIS

Al tratarse de un culto presuntamente diabólico la acusación añadió otros elementos típicos de las prácticas satánicas de la época: el beso en el ano, la sodomía, la quema de recién nacidos, la adoración de la cabeza de un macho cabrío, el culto al pentáculo, etc.

Exajeraciones aparte, es rigurosamente cierto que, tal como pretendía la acusación, algo de todo esto existió en el interior del Temple, como patrimonio de una pequeña élite de iniciados en no se sabe bien que misterios, aunque se disponen de elementos suficientes como para inferir que se trataba de un tipo de gnosis.

Durante el proceso al Temple todas estas acusaciones salieron a relucir y pareció como si nadie entre los templarios quisiera aclarar el significado de tales prácticas y aquellos que intentaron hacerlo evidenciaban ignorancia y ausencia de la clave interpretativa.

BAPHOMET, LAS INTERPRETACIONES ERRONEAS

Entre todos los misterios del Temple, sin duda la naturaleza del ídolo, conocido como "Baphomet", es el más apasionante y al mismo tiempo uno de los más impenetrables.

Para algunos autores habría que descomponer el nombre del ídolo en "Bap" y "homet" que constituirían la primera sílaba de los nombres de Juan el Baptista y las dos últimas de Mahomet... lo cual evidenciaría que el Islam había ganado para sí a la Orden Templario.

Por supuesto la teoría no resiste el más mínimo análisis teórico o lingüístico, entrando de lleno en el género de aquellas interpretaciones que aceptan la existencia de un compromiso entre musulmanes y templarios; una orden reciente de "neo templarios" llega incluso, en nuestros días, a rezar la "Jatifa" árabe, tras el "Padrenuestro", en alguna de sus ceremonias. Esta mixtificación procedería de los problemáticos documentos salidos a la luz en el siglo XVIII, entre los cuales figura la "Regla del Maestre Roncellin". Pero todo esto parece pura ficción e históricamente no consta otro reglamento que el redactado por Bernardo de Claraval.

Un ejemplo más de las piruetas a las que nos puede llevar la descomposición del nombre del "Baphomet" es la que realiza J. Argentier afirmando que escrito a la inversa y separado en sílabas este nombre daría: Tem   Oph   Ab, anagrama de "Templi Omnum hominyn pacis abbas", es decir, "el padre del templo, paz universal a los hombres", frase cabalística cuya deducción es más que forzada en la medida en que las mismas radicales latinas podrían dar lugar a otras derivaciones igualmente incoherentes.

¿HUELLAS DE IDOLATRIA?

Pero dejando aparte estas curiosidades, será preciso, antes de entrar en el contenido del símbolo, relatar, siquiera brevemente como llegó a ser conocido y de qué se trataba materialmente.

Los primeros rastros de "idolatría" los encuentra la inquisición en el relato de algunos escuderos y personal de servicio en las encomiendas templarias, en relación a ciertas ceremonias secretas que se realizaban en las capillas, de noche y protegidas por una guardia de caballeros. Ningún caballero logra explicar en los interrogatorios lo que verdaderamente sucedía, excusándose en que jamás asistieron unos o bien negándose pura y simplemente a declararlo en el caso de otros. Es decir, que todas las versiones y referencias que tenemos, incluso la noticia misma de la existencia de tales ceremonias procede de relatos de gentes que, o bien no estaban en el secreto y, por tanto, no podían comprender el significado de la ceremonia, o bien estaban resentidos por no haber sido admitidos en las mismas. Lo que sí esta fuera de duda es que no todos los caballeros tenían acceso al ritual, es decir, que existía una selección interna y, por así decirlo, una doble jerarquía, o la "exotérica" o exterior, visible y la "esotérica", oculta. En una el elemento propiamente guerrero y la cualificación militar era el germen de la jerarquía; en otro, el círculo esotérico, seguramente hacía falta otro tipo de cualificación metafísica.

Pues bien, algunos que pudieron conocer de forma fragmentaria y adulterada, estas ceremonias, declararon a la Inquisición que en ellas se adoraba una figura pequeña, posiblemente de madera o metal, cuyas descripciones variaban según los casos (por ejemplo, algunos le otorgaban dos caras, otros tres, varios una sola, pero horrible y provista de cuernos) e incluso en alguna declaración se aseguró que el objeto de adoración era un gato negro.

Todo esto no fueron más que conjeturas basadas solo en la buena o mala fe del declarante voluntario y siguió siendo así hasta que, por fin, los inquisidores descubrieron en la Torre del Temple de París, algo que parecía un pequeño relicario con la inscripción "Caput LVIII" que nadie reconoció como propio y que nadie quiso o pudo interpretar. Posiblemente se tratara de una falsificación creada por el rey de Francia para uso de la acusación.

LAS DESCRIPCIONES DEL IDOLO

Aquella imagen en uno de los interrogatorios fue bautizada por el Hermano Gaucerant, sargento de Mont Pezat cuando habló de una imagen "in figuran baphometi" (=en forma de Baphomet) del que le dijeron que "la salvación pasa a través de ella".

El proceso terminó sin que se encontraran nuevos rastros de ídolo templario. Y sin embargo existían: en el pórtico de la Iglesia templaria de Saint Bris de Tureaux existe una imagen que representa al mismo Baphomet, un diablo barbudo y cornudo. Un cofre encontrado en Volterra parece presentar escenas que los especialistas creen reconocer como la famosa ceremonia de iniciación al capítulo esotérico templario; entre otras, la adoración del Baphomet, y del Vellocino de Oro de la leyenda de los Argonautas...

¿Cómo es la imagen del Baphomet según este bajo relieve? Andrógino, con barba luenga y senos turgentes, manto corto y capucha.

En las preguntas formuladas por la Inquisición a los reos templarios machaconamente se repite el tema del "ídolo": la circular remitida a los inquisidores contenía las siguientes cuestiones que debían plantear a los monjes  guerreros presos: "¿Adoraban la imagen de un ídolo llamado Baphomet, que a veces se mostraba como un ser de dos cabezas, otras de tres y otras como un gato negro? ¿llevaban siempre un cordel previamente depositado sobre el ídolo?

EL "BAUTISMO POR EL FUEGO"

Otra etimología de la palabra Baphomet, descompone la palabra en "Baphe" (tintura, inmersión, bautismo) y "Metheos" (purificación espiritual por el fuego, iniciación). Baphomety sería pues el "bautismo por el fuego". Esto coincide con el hecho de que la fiesta templaria por excelencia fuera el día de Pentecostés, rememorando el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos y su envío de lenguas de fuego para cada uno de ellos.

Pero el fuego es también símbolo de la Sabiduría como nos sugiere el mito de Prometeo.  Baphomet, así pues, sería un "bautismo del conocimiento", una transmisión victoriosa de la "Santa Sabiduría". Así pues, el Baphomet no designaría un ídolo sino una ceremonia: la de la apertura del conocimiento, entendiendo por tal una especie de iluminación que permitiría al iniciado el acceso a "otra realidad" y el contacto con la trascendencia.

BAFOMET Y MISTERIO DEL GRIAL

Henos aquí en plena temática gnóstica. Dentro del ritual el "Baphomet imagen" cumpliría una función determinada, probablemente la de ser un elemento de concentración y meditación. Valdría la pena recordar como las figuras y la iconografía utilizada por el budismo está repleta de imágenes y escenas terroríficas y complejas que el practicante debe visualizar y sobre las que debe meditar.

Pero no hace falta remitirnos al Oriente cuando la literatura occidental nos ofrece un ejemplo claro y similar en el ciclo del Grial. Efectivamente, los atributos del Grial (conocimiento, sabiduría, etc.) son los mismos que los que otorga el Baphomet.

Ya hemos oído la declaración del sargento de Mont Pezat; así mismo también en la literatura arturiana y en los relatos graélicos, el vaso sagrado es un vehículo para la iluminación del alma. Análogamente se podría recordar que la desaparición del Grial provoca, al decir de la literatura caballeresca, las hambrunas y guerras y el que los campos dejen de dar sus frutos.

Es lo mismo que declararon algunos templarios o escuderos sobre las virtudes del ídolo que "hacía florecer los árboles y germinar la tierra".

LA QUEMA DE RECIEN NACIDOS

La imagen del "bautismo por el fuego" simboliza la calcinación que hace el iniciado de su vida pasada y de todo lo que hay en su ser de pasional, bajo, material y grosero. Para él, la iniciación es el comienzo de una nueva vida: de ahí que a la ceremonia se la llama "bautismo" y que el elemento fuego cobre su importancia. Los iniciados aparecen así como "recién nacidos", hijos de sus maestros. Aquí puede encontrarse también la explicación del porqué ciertos testimonios exteriores a la orden del Temple les achacase el "quemar a recién nacidos", símbolo que tomaron al pie de la letra quienes nada entendían del ritual.

Otro tanto se puede decir de los besos en el ano que no representaban sino el rito por el cual el maestro, transmitiría "el espíritu" a través del aliento, al discípulo en la base de la columna vertebral, a través de la que circulaba la "serpiente del conocimiento" y cuyo origen radicaría ahí, mientras su culminación estaría al decir de los textos justo en el lugar marcado por la tonsura sacerdotal, ritual cuyo origen podría estar precisamente aquí.

Pero el "recién nacido", una vez salido del vientre de la madre posee una sola cosa en común con ella: el cordón umbilical. No puede extrañar pues que en tales ceremonias secretas, a los pies del Baphomet se encontrara una cinta que, distribuida entre los asistentes al ritual, deberían conservar durante toda su vida, como nacidos del mismo seno y portadores del mismo espíritu. Una temática parecida se sigue practicando en las iniciaciones budistas al finalizar las cuales, la cuerda que ha unido a los iniciados con el iniciador es cortada y distribuida entre los asistentes.

EL SIGNO DE GEMINIS DOMINANDO AL TEMPLE

El idólo (si es que a estas alturas podemos seguir llamándolo "ídolo") es siempre desccrito como una figura andrógina. El andrógino es un antiguo símbolo de unión de los contrarios, de totalidad, casi tan antiguo como el mundo. En Memmon uno de los colosos tiene en su pedestal varias imágenes hermafroditas que pueden representar el mito del nacimiento original, antes de producirse la separación de los sexos. La "serpiente emplumada" Quetzalcoalzlt, de la mitología precolombina, reune en sí también a los dos sexos. Adán antes de la caida era el ser perfecto y lo siguió siendo hasta que de su costilla nació Eva. A través del andrógino llegamos al mito zodiacal de Géminis.

El mito del andrógino está ligado al de los gemelos, es decir, a la constelación zodiacal de Géminis. Se sabe que dicho signo tuvo un papel capital en la configuración de la orden de los templarios: es universalmente conocido el sello que representa dos caballeros sobre una misma montura; en las catedrales surgidas de la inspiración y gracias a la protección del Temple, se daba una importante diferencia con respecto al anterior estilo románico: la existencia de dos torres gemelas que sería también otra sublimación del signo de Géminis. Este signo también significa fraternidad y no es raro que una orden guerrera, con un acendrado espíritu de camaradería y cuerpo, cuyo primer escalón organizativo fueron los "pares" haya visto su sino en Géminis. El número del andrógino cuyas características asume el Baphomet, es dos, la dualidad integrada.

EL FINAL DEL TEMPLARISMO

A principios del siglo XIV el rey de Francia Felipe el Hermoso arrestaba a todos los templarios de Francia. Cuando siete años después, Jacques de Molay era quemado en una pequeña isla del Sena, próxima a Notre Dame, como por arte de magia, se interrumpía bruscamente el ciclo de relatos del Grial. Desde hacía algunos años hechos traumáticos parecían los símbolos de la profecía que siglos antes había hecho Joaquin de Fiore sobre el fin de al cristiandad pronosticada para esa época: los cruzados abandonaban Jerusalén y el Reino Latino de los Santos Lugares se hundía irremisiblemente con las órdenes militares resistiendo hasta la extinción de sus combatientes; dentro de la Iglesia el cisma de Aviñón rompía la unidad de la cristiandad. El hundimiento de los templarios y de todo su sistema económico político acarreó en buena medida, las hambres y las pestes que asolaron Europa reduciéndola a un tercio de su población. La doctrina guelfa de la separación de poderes triunfaba y las herejías pre  racionalistas se anunciaban en el horizonte.

Parece como si la Orden del Temple en su más alta jerarquía iniciática hubiese previsto todo esto; uno de los caballeros interrogados por la inquisición dijo: "consideramos la madera de la cruz como el signo de la bestia del Apocalipsis..." de ahí el reniego que realizaban los aspirantes al capítulo secreto de la orden: escupir y pisotear una cruz. En este sentido el Baphomet podría ser considerado también como la negación pura y simple del Dios muerto sobre la cruz, cuya preponderancia en la Era de Piscis, se creía periclitada en medio de signos caóticos, cataclismos, persecuciones y desastres, tal como los profetas habían augurado.
 
Quizás los fundadores del Temple pretendiesen que esta orden ascético militar, fuera el blanco de pruebas de la élite que debía guiar a la sociedad en la nueva era que creían estaba ante ellos y que era posible edificar un Orden Imperial tomando como eje al Temple mismo. Se equivocaron.

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Sesenta y cinco años de masonería femenina

Infokrisis.- En 1995 las logias de todo el mundo han celebrado el 50 aniversario de la fundación de la Unión Masónica Femenina de Francia, logia-madre de la masonería femenina. Este aniversario ha coincidido con el 25º de la Gran Logia Femenina de España. Ciertamente han existido mujeres en la masonería, pero casi siempre se ha tratado de disidencias de la línea regular, la Gran Logia Unida de Inglaterra.

En estas líneas pretendemos sintetizar la trayectoria de las mujeres en las logias.

¿QUE ES LA MASONERIA?

Es difícil penetrar en lo que es la masonería femenina sin antes tener una noción de cual es el origen y finalidades de la orden masónica. Nacida inicialmente de los gremios artesanales relacionados con la construcción, poco a poco, fue admitiendo a gentes que no practicaban el oficio. Estos gremios mantenían secretos de oficio, juramento de silencio y ritos iniciáticos particulares; más tarde, a partir de 1717 las logias se transformaron en círculos de especulación política y filosófica.

Formada inicialmente por aristócratas y burgueses, la masonería alcanzó una gran difusión a partir de mediados del siglo XVIII especialmente en los países anglosajones y Francia. La importancia política de la orden no fue menor y su actividad se sitúa tanto en el origen de la revolucion americana como de la revolución francesa y, por extensión de las revoluciones liberales del siglo XIX.

La masonería se define como una asociación filantrópica creada para mejorar la calidad intelectual, moral y espiritual de sus miembros a través de un sistema progresivo de perfeccionamiento estructurado en distintos grados (cuyo número depende del tipo de rito que se practique, siendo 33 los grados del Rito Escocés, el más difundido en España en este momento). Los valores de libertad, igualdad y fraternidad fueron inicialmente propios de la Orden Masónica y, a partir de ella, extendida a las naciones democráticas.

LA MUJER Y LA MASONERIA

Dado que en la masonería de los oficios, no se admitían a mujeres, la masonería actual -como hemos visto derivada de aquella- cerró la puerta a la presencia femenina en las logias. Estas durante dos siglos y medio debieron de conformarse, o bien con participar en obediencias disidentes de la masonería regular.

El famoso aventurero siciliano, Giusepe Balsamo, más conocido como Conde de Cagliostro, fundó hacia 1780 el Rito Egipcio de la Masonería en la que su amante, Lorenza Felñiciani, realizaba las iniciaciones femeninas, si bien las logias de cada sexo se reunían por separado. La peculiar masonería de Cagliostro tuvo éxito mientras siguió en vida y en libertad; declinó inmediatamente tras ser detenido y encarcelado en la fortaleza de Sant’Angelo, prisión papal, donde moriría.

Sin embargo el interés femenino por las logias forzó la creación del llamado "Rito de Adopción". Hacia 1730 apareció en Francia para regular la admisión de mujeres que recibían el nombre de "adoptadas". Estaba estructurado en cuatro grados: aprendiza, compañera, maestra y maestra perfecta. Cada "logia de adopción" debía depender de una logia masculina regular.

El éxito del Rito de Adopción fue inmediato y pronto pudo contar con la presencia de damas de la nobleza, entre ellas la duquesa de borbón y la propia Emperatriz Josefina, esposa de Napoleón. Es posible incluso que la desventurada María Antonieta, esposa de Luis XVI, guillotinados ambos por los revolucionarios, perteneciera a una logia de adopción.

Hacia finales del siglo XIX,  algunas disidencias masónicas adquirieron tintes políticamente radicales. Fue el caso de la logia "Los Libre-pensadores" de la pequeña aldea de Pecq, en Francia, que admitieron a una agitadora feminista radical, Marie Deraismes. La admisión fue considerada ilegal por la dirección de la masonería francesa y Marie Deraismes, junto a su padrino, el diputado Georges Martín, constituyeron una nueva obediencia masónica: el "Derecho Humano" que todavía subsiste y cuenta con logias en España.

Poco después, la Sociedad Teosófica, fundada por Helena Petrovna Blavatsky, se había hecho iniciar en otro rito masónico, el de Menfis y Misraïm, que también admitía a mujeres. La sucesora de la Blavatsky al frente del teosofismo fue Annie Besant, otra activista política radical y feminista notoria.La señora Besant fue iniciada en el "Derecho Humano" y constituyó su rama inglesa con el nombre de "Co-masonería", siempre muy ligada a la Sociedad Teosófica.

Todos los grupos aquí definidos, son considerados como irregulares o disidentes por la Gran Logia Unida de Inglaterra, origen y centro de la masonería universal.

LA MASONERIA FEMENINA REGULAR

Poco después de acabar la Segunda Guerra Mundial,  se creó la "Unión Masónica Femenina de Francia", relacionada con la Logia Nacional Francesa. El 21 de octubre de 1945 tuvo lugar la primera asamblea masónico femenina y a paritr de allí se estabilizaron "cámaras" de mujeres en todo el territorio francés. En 1952 estas logias pasaron a llamarse "Gran Logia Femenina de Francia". En la actuyalidad cuenta con 100 logias y 5.000 afiliadas.

En el vecino país la masonería se encuentra dividida entre el Gran Oriente y la Logia Nacional, teniendo la segunda un carácter más próximo al espíritu de la masonería originaria. El Gran Oriente, por el contrario, se sitúa más en la tradición posterior de las logias agnósticas, librepensadoras, anticlericales, políticamente izquierdistas, que promovieron en el siglo pasado los regímenes republicados y laicos. A este respecto hay que añadir que hasta 1984 la masonería española estuvo vinculada a lo largo de toda su historia al Gran Oriente francés. A partir de esa fecha, los masones españoles fueron reconocidos por la Gran Logia Unida de Inglaterra, firmándose el protocolo en una logia de Gibraltar. Un año después se constituía el núcleo de la Gran Logia Femenina de España que ha celebrado en 1995 su décimo aniversario.

MASONERIA FEMENINA EN ESPAÑA

Las primeras mujeres investidas del mandil masónico que aparecieron en España llegaron con los ejércitos napoleónicos. Se trataba de esposas de oficiales del ejército que acompañaron a sus maridos en la invasión de España. Jose Bonaparte fue Gran Maestre de la masonería y durante su corto período de reinado en  nuestro país florecieron las logias especialmente en las grandes ciudades.

En 1809, se crea en Orense una asociación inspirada en la masonería, formada así mismo por oficiales y sus esposas o amantes: la Orden de Caballeros y Damas Philocoreitas, esto es, "amantes del placer". Habían extraido sus ritos de los antiguos textos de la caballería medieval y su actividad predilecta eran los "círculos" (equivalente a las "tenidas" masónicas, esto es, las reuniones) que en esta asociación tenían el carácter de orgías. Cada miembros recibía un "nombre iniciático" que aludía a sus cualidades amatorias. Los "philocoreitas" lograron abrir logias en otras capitales europeas, siempre a partir de las tropas napoleónicas acantonadas en Europa. Antes de la derrota de Waterloo ya habían desaparecido, tratándose de pura anécdota.

Más importancia tuvo la incorporación de algunas mujeres notables a las logias españolas durante todo el siglo XIX. Se trató siempre de personalidades destacadas en el mundo de la literatura como Concepción Arenal de la que hablaremos más adelante, Angeles López de Ayala, escritora y poetisa espoñola, feminista, o Clotilde Cerdá, hija del genial urbanista Ildefonso Cerdá, planificador del Ensanche barcelonés y, así mismo, franc-masón. Clotilde Cerdá, fue iniciada en logia "Lealtad", de Barcelona y adoptó el nombre iniciático de "Esther"; era una virtuosa con el arpa y tocó en actos de solidaridad con masones represaliados. Otra mujer admitida en las logias fue Isabel de Zwonar, nombre iniciático "Fraternidad", recibidos en la "Logia Concordia", traductora al italiano del escritor masón y cronista de la ciudad de Barcelona, Víctor Balaguer.

En todos estos casos se trató de mujeres ligadas a causas político-sociales de corte radical, comprometidas con el feminismo y con las opciones progresistas de la época. Y siempre se trató de excepciones, nunca de una práctica extendida.

Realmente, durante la II República, a pesar de la pujanza que tuvo la masonería, fueron pocas las mujeres "adoptadas" por las logias. Ciertamente existieron especialmente en las obediencias minoritarias, pero su papel fue en aquella época residual.

Tras los cuarenta años de franquismo, los intentos de reconstruir la masonería durante la transición no tuvieron a mujeres en primera fila, salvo en la Gran Logia Simbólica y en el Derecho Humano, una de cuyas logias barcelonesas en la actualidad está regentada por una mujer. Fue solo en 1985 cuando se fundó la Gran Logia Femenina de España a la que ya hemos aludido.

MADRILEÑAS CON MANDIL

En el último cuarto del siglo XIX el feminismo, la masonería, el librepensamiento y los positivistas, los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, el espiritismo y la masonería constituían un sector sociocultural del que era difícil establecer sus fronteras interiores, frecuentemente existía ósmosis entre todas estas tendencias que, por lo demás, tenían respuestas comunes ante los mismos estímulos.

La madrileña calle Concepción Arenal hace honores a la eminente escritora y penalista ferrolana. No consta que se iniciara en logia alguna, sin embargo, es cierto que permaneció siempre próxima a la masonería y la temática de sus obras se corresponde perfectamente con el espíritu masónico y con sus ideales filantrópicos. Como miembro de la dirección del Ateneo Artístico y Literario de Señoras, había sido una de las impulsoras de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, relacionada con los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza. La presencia de notorios masones en estas asociaciones no deja lugar a dudas sobre su filiación ideológica.

Rosario de Acuña y Villanueva era el prototipo de estas corrientes. Iniciada en la masonería simbólica en 1887 fue una de las impulsoras de la logia femenina "Hijas del Progreso". Sus ideales pedagógicos y educativos coincidían con los krausistas, pero también había destacado como librepensadora en multitud de artículos y ensayos. Había loado al tribuno romano Cola de Rienzi, cantado en esos mismos años por Wagner; como poeta había demostrado su sensibilidad en "Ecos del Alma". Tanto su prosa como su poesía eran fuertes y vigorosas.

En la última década del siglo pasado buena parte de las logias madrileñas contaban con mujeres entre sus miembros: la "Comuneros de Castilla" llegó a tener hasta 12, la logia "Unión y Fuerza" cuatro que finalmente desembocaron en la creación de una "logia de adopción", "Fuerza Unida"; las logias "Fraternidad Ibérica", "Hijos de Riego", "Federación", "Los Puritanos" y "5 de Abril", contaron todas con menos de 3 mujeres iniciadas. En 1892 la logia "Acacia nº 170", de Alcalá la Real tenía 13 mujeres de las que 5 eran menores de 20 años. La logia "El Porvenir" de Linares contaba con 7 mujeres menores de 21 años a las que tomaban bajo su protección y les sufragaban los gastos de educación.

LA "INICIACION VARONIL" DE LA CONDESA DE APRATXIN

Es curioso como algunos Gran Maestres y Venerables de Logias salvaban la prohibición de iniciar a mujeres. Existe el caso atípico, pero suficientemente documentado, de la ceremonia de iniciación masónica de Dª Julia de Rubio y Guillén, "en los Vallles de Mantua Carpetana a los 14 días del mes de Thamuz (junio) de 5880, 153 de la Orden en España (es decir el 14 de junio de 1880)". Entre miembros de la logia "Fraternidad Ibérica" y visitantes de otras logias, asisitieron setenta franc-masones cuyos nombres iniciáticos figuran al margen en el acta; véase una muestra de los asistentes: "Saulo", "Pelayo 2º", "Abdherramán", "Roldán", "Marco Polo", "Hipócrates", dos "Viriatos", "Murillo", "Avicena", dos "Sócrates", "Washington", "Moltke", "Lamartine", "David", "Colón", "Churruca", "Américo", "Calvino", Servet", "Trajano", "Licurgo", otro "Viriato", "Galeno", "Aristóteles"... la condesa de Apratxin podía sentirse bien arropada en su iniciación. Ella misma, tras ser proclamada aprendiz escogió el nombre simbólico de "Buda".



La autorización para la ceremonia había sido dada por el Gran Maestre del Gran Oriente Nacional de España, Seoane,  "... en atención a su servicio varonil en el ejército francés, probado en el diploma de Oficial", por lo cual "... pláceme acordársele [el grado de aprendiz] no en clase de adopción que no está establecida en nuestra orden, sino en el carácter varonil". Caballero Puga cita otro testimonio de Seoane: "[a Dº Julia Apratxin] le he concedido más de lo que puedo, más que lo que puede conceder un Parlamento Inglés, de quien dicen que es omnipotente, menos para hacer de una mujer un hombre". Es evidente que si Julia Apratxin fue iniciada en las logias lo fue a costa de ser "masculinizada", gracias a sus servicios "varoniles", eludiendo la problemática cuestión objetiva de su sexo.

SOCIEDADES PARALELAS

La prohibición de pertenecer a la masonería en igualdad de derechos hizo que algunos espíritus inquietos y de imaginación fértil constituyeran asociaciones calcadas de la masonería aunque desprovistas de toda tradición: la "Orden de la Felicidad", los "Caballeros del Ancla" y los "Caballeros de la Rosa", de carácter mixto.

La "Orden de la Felicidad", utilizaba un vocabulario náutico: las "hermanas" hacian un viaje iniciático en busca de la "Isla de la Felicidad". Los grados eran cinco: grumete, patrón, jefe de escuadra y vicealmirante; el Gran Maestre recibía el título de Gran Almirante. Se hacía jurar a los varones no "fondear en ningún otro puerto donde no se encontrara ya anclado algún buque de la orden" y a la mujer "no recibir ningún buque extranjero en su puerto, en tanto no estuviera anclado en él alguno de la orden", lo cual, probablemente, aludiera a la prohibición de galanteos con gentes no pertenecientes a la secta. En 1745 se produjo una escisión constituyéndose la "Orden de los Caballeros y Damas del Ancla", ambas desaparecieron durante la revolución francesa y constituyeron solo una atracción para nobles ociosos, sino libidinosos...

En 1747 un desaprensivo, el caballero Beauchaine, instituyó la "Orden de los Leñadores", inspirada en las corporaciones forestales de carboneros y leñadores. La orden era mixta; la única logia que tuvo, instalada en una taberna el "Sol de Oro" de la calle de San Víctor, estaba decorada con instrumentos propios de leñadores y recibía el nombre de "cantera". Beauchaine, por seis francos iniciaba en una sola sesión y en toda la jerarquía de grados a quien tuviera el suficiente patrimonio para sufragarse la ceremonia. Acaso por esto, los hermanos y hermanas eran llamados "primos" y "primas".

Desaparecida esta sociedad se fundaron otras de similar cariz: la "Orden del Hacha", la "Hermandad de la Soga y la de la Fidelidad". Pero sin duda, la que alcanzó más notoriedad fue la "Orden de los Mopses" (del alemán "mops" = carlina), presidida por la duquesa Wilhelmine von Anspach und Bayreuth, hermana de Federico II. El encomiable objetivo de esta hermandad vienesa era la exaltación de todo vínculo de fidelidad: al emperador, entre esposos... Existe un curioso grabado de un acto de recepción de esta orden, depositado en la Biblioteca Nacional de París en la que pueden verso los símbolos de la hermandad: dentro de un gráfico alusivo a la cuadratura del círculo, 12 corazones, las dos columnas propias del templo de Salomón y un perro, imagen de la fidelidad, símbolos, salvo este último, propios de la masonería.

Las finalidades de esta orden eran caritativas y moralizadoras. Otro tanto ocurría con la "Orden de las Damas Escocesas del Hospicio del Monte Tabor", la última de estas sectas en aparecer. Fundada en París el año 1810, tuvo por Gran Maestra a Mme. de Carondelet. Dedicada a "suministrar alimento y trabajo a las personas de buena conducta del sexo femenino", Clavel explica en su "Histoire Pittoresque de la Franc-maçonnerie" que la sociedad desapareció hacia el fin de la restauración, cuando las logias afectas a los Ritos de Menphis y Misraïm ya estaban en plena actividad; en ellos las mujeres eran tratadas en plano de igualdad.

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DUALIDADES I - EL BOSQUE Y EL JARDIN

Infokrisis.- No es por casualidad que el Paraíso Terrenal era llamado también Jardín del Edén, pues con esa denominación se quería aludir a un estado primordial de perfección y orden que luego desapareció. Desde el punto de vista del mundo vegetal la “caída" de nuestros primeros padres supuso un tránsito del Jardín al Bosque. No sabemos por qué, pero siempre que intentamos imaginar la expulsión de Adán y Eva del Paraíso imaginamos que dejan atrás un mundo idílico en el que los animales viven en comunión con los hombres y las plantas proporcionan espléndidos manjares al alcance de la mano, todo ello en un entorno luminoso; con el destierro, por el contrario, nos encontramos en un ambiente humbrío, de vegetación lujurioso y exuberante que nada ni nadie puede contener- lianas entrelazadas, espinos, piedras pútridas cubiertas de helechos ennegrecidos, todo ello circundado por horribles especies animales de inusitada fiereza. Adán y Eva han entrado en el bosque.

Casi todas las tradiciones conservan el recuerdo de un Jardín primordial situado en el centro del mundo y en cuyo centro, a su vez, mana una fuente de agua de vida bien está situado un árbol de cualidades mágicas. Alcanzar el centro del centro es llegar a la perfección; si la tradición judeo-cristiana sitúa a Adán y Eva en ese lugar privilegiado por la mera decisión de la voluntad de Jehová, el mundo clásico exigía que ese destino venturoso fuera merecido y conseguido a través de la lucha y del ascesis. Fue así como Hércules pudo llegar al Jardín de las Hespérides tras la serie de trabajos que le dieron la inmortalidad olímpica. También allí, pendían los frutos dorados de un árbol divino. La manzana, que en la tradición bíblica es fuente de pecado y condenación, en el clásico se convierte en signo de realización espiritual.

Pero si la manzana devino sagrada en la tradición clásica y maldita en la hebrea fue precisamente por su constitución interior. Realizando un corte perpendicular a su eje a la altura de su ecuador, lo que puede verse al separarse los dos hemisferios es la disposición de sus pepitas formando una estrella de cinco puntas completamente regular. Esta estrella, símbolo del hombre renovado, remite también a una vieja tradición sasánida relacionada con sus jardines. Estos, reputados de una gran belleza y esplendor y merecedores de cuidados extremos, tenían forma de cruz regular, cada uno de sus brazos simbolizaba a un elemento (Tierra, Fuego, Agua y Aire), se cuidaba particularmente que fueran plantadas flores que les correspondieran en color, aroma y propiedades, pero sobre todo, en el centro, se situaba el palacio que justificaba tanto esplendor. El quinto elemento -la quintaesencia- era la razón de ser, la síntesis y el resumen de los otros cuatro.

Al símbolo de realización espiritual que fue el jardín correspondió como antítesis el bosque desordenado y anárquico. Lo que en el jardín son armoniosos cantares de los pájaros, se transforman en los bosques en sonidos inquietantes y misteriosos presagio de cualquier presencia intranquilizadora. Los árboles inmensos de los bosques, que se alzan sin límite hacia los cielos y nublan su luz, están en el jardín sometidos a criterios estéticos, bien podados y domesticados sirven al espíritu de quien dispuso su presencia. Todo es azar y necesidad en el bosque, todo, por el contrario, voluntad realizada y disposición expresa en el jardín. Incluso cuando en algún jardín japonés se procura evitar las simetrías y dar una sensación de naturalidad, no hay que engañarse, todo ha sido colocado en su lugar con una voluntad precisa. Voluntad mucho más evidente en los jardines franceses que lucen avenidas rectilíneas, y trazados geométricos complicados, por no hablar de los laberintos vegetales de setos tan recortados que se diría que pertenecen a un mundo mineralizado y estable.

El bosque, como las aguas profundas, en tanto que sugieren terroríficas presencias, son símbolos del inconsciente; como en él, existe una floración caótica y brutalmente incontenible en que las ramas y hojas sustituyen a los pensamientos, los extraños animales salvajes a las obsesiones, los monstruos que acechan en la oscuridad, a nuestros miedos. El jardín, por el contrario, pertenece más bien al orden de lo realizado, a una mente serena que ha logrado el perfecto dominio de sí misma. Recuérdese a este respecto que uno de los atributos de la perfección espiritual es un olor específico, irresistiblemente atractivo, que muchos místicos han comparado con el que exhalaba el Jardín del Edén: el olor de santidad. Un olor carente en los bosques donde todo nace y se pudre simultáneamente: nuevas hojas buscan la luz cada día y otras tantas caen en el humus junto con miles de insectos y animales cuyo ciclo de vida termina en la putrefacción que favorecerá nueva vida.

En otro tiempo los dioses habitaron en los bosques y se decía que no había árbol alguno, por nimio que fuera, que no albergara a un genio, ni bosque que no estuviera bajo la advocación de un Dios. Hasta mediados del siglo XIX los bosques siguieron ejerciendo un atractivo mágico para los hombres. Distintas sociedades secretas, como los carbonarlos, llegaron hasta los bosques para realizar sus ceremonias iniciáticas. Juraban sobre troncos y su vocabulario estaba repleto de ideas y conceptos tomados de los oficios propios del bosque.

Por que en el fondo los hombres han considerado misterioso y sagrado al bosque. Cuando las legiones de César talaban bosques enteros para construir las empalizadas de sus campamentos, ni una sola brizna de hierba podía ser cortada sin antes realizar sacrificios expiatorios a los dioses del lugar. Y cerca de cualquier centro iniciático hubo siempre un bosque considerado sagrado. En ocasiones incluso las ceremonias de introducción de algún aspirante en cofradías secretas    concluía con una incursión del recién llegado dentro del bosque sagrado.

Se presentía que al ser morada de poderes desconocidos, quien se aventuraba en los bosques y sobrevivía a ellos, aquel que era capaz de mirar a los Ojos del misterio y seguir viviendo, había asumido la naturaleza de esos mismos genios, se había impregnado en sus cualidades y era un ser radicalmente diferente al no-iniciado.

Hoy, en nuestro maltrecho siglo, los bosques caen, la tierra se ahoga, no se alzan nuevos jardines dignos de tal nombre, sino solo plazas "duras" de hormigón y cemento, las flores artificiales causan buena impresión y, por lo demás, están tan bien imitadas... Con razón Nietzsche pronunció su oráculo: "El desierto crece". Hoy más que nunca.


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JÖRG LANZ VON LIEBENFELS Y OSTARA

Infokrisis.- Este artículo forma parte de la serie que realizamos para incluir en un proyecto que hasta ahora hemos ido desarrollando pero nunca hemos tenido ocasion de coronar, sobre el "esoterismo nazi". El artículo está consagrado a la figura de Von Liebenfels a pesar de que también trata sobre Guido von List y la revista Ostara. Liebenfels, sobre todo, fue el alucinado ideólogo y fundador de la Orden del Nuevo Temple, uno de los grupos ariosóficos de los que hemos hablado en un artículo anterior.

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Los escritos de un hombre extraño y enigmático, Guido von List  de quien hablaremos más adelante  fueron leídos ávidamente por alguien más joven que él, que los asumiría íntegramente, yendo todavía más lejos en la formulación de la gnosis racista  teosófica. Se trataba de Jörg Lanz von Liebenfels. Había nacido el 1 de mayo de 1872 y conoció las teorías teosóficas poco después de publicarse; a los diecinueve años tomó el hábito cisterciense, de ahí que en sus escritos demostrase un conocimiento profundo de la Biblia y los Evangelios y estuviera familiarizado  y atraído  por los movimientos sectarios del cristianismo  gnósticos, dualistas, templarios, rosacrucianos, etc. . Lanz introdujo, con posterioridad a su abandono del Císter, un elemento nuevo en la gnosis racista: la veta cristiana, según la cual Cristo  Frauja, en nombre germánico antiguo  era un iniciado ario que se opuso a las fuerzas oscuras repesentadas por la sinagoga. A estos y a otros muchos movimientos sociales Lanz les otorgaba un grado de biológico  existencial inferior al humano: mientras los arios eran los descendientes de los dioses, los pueblos "inferiores" eran los descendientes de los monos; con esta pirueta Lanz incorporaba de un solo golpe la temática evolucionista a sus delirios místico  teosóficos, de un lado, y de otro introducía la antropología y la zoología como ciencias de apoyo a su welstanchaaung. El producto de todo esto sería la "teozoología" y su biblia un libro de título ampuloso y enigmático:  "La teozoología o los Simios de Sodoma y el Electrón de los Dioses", nombre que ya de por sí constituye todo un programa.

El 27 de abril de 1899 abandona el monasterio de Heiligenkreuz, apenas ha resistido tres años la austeridad del monacato y el dogma católico, años que ha aprovechado para algo más que para piadosas plegarias: ha formado sus opiniones doctrinarias  al menos en lo esencial  en la biblioteca del monasterio. No queda claro en qué momento se ha hecho racista, pero lo cierto es que proclama que el Císter ha traicionado su doctrina originaria: una doctrina en la que Lanz advierte elementos simbólicos que encubren una componente racista. Para el prior del monasterio el motivo del abandono es sensiblemente diferente: Lanz no ha soportado el voto de castidad. Y efectivamente, la teorización de Lanz evidencia la existencia de una obsesión enfermiza por la sexualidad.

En torno a 1903 empieza a escribir en publicaciones völkisch y darwinistas. Parece que hacia 1905 ya había completado lo esencial de su formación intelectual. Publica un artículo en uno de estos boletines völkisch titulado "Antropozoon bíblico" en el que defiende como tesis central la existencia de prácticas esotéricas relacionadas con el sexo que se encuentran presentes en los pueblos de origen ario: serán las orgías en Grecia y Roma, serán los misterios sexuales del tantrismo y la presencia de esculturas y relieves de inspiración sexual en las antiguas culturas indo arias del medio oriente, lo que le dará la pista de tales ritos. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que en algunas representaciones iconográficas se incluyan figuras animales le confirmará en una intuición: la "caída" del estado edénico primordial se habrá producido por que los "hijos de los dioses" se unirán con las "hijas de los hombres", ¿de qué hombres puede tratarse?: de especies animalescas, se responde, poco evolucionadas. Estos "hijos de los dioses" serán los arios, y a esta raza la llamará Teozoa. Del producto de este mestizaje nacerán cultos satánicos y demoníacos, especies inferiores en estatura  pigmeos  y en capacidades éticas y morales, se tratará de una especia con características animales y, solo accesoriamente humanas: los Antropozoa. Y se tratará de una especie biológicamente condicionada hacia la práctica desenfrenada de la sexualidad, en la medida en que através de la misma se podía corromper a los "hijos de los Dioses". El Antiguo Testamento es una guía para el pueblo ario  atención, no para el pueblo elegido hebreo  sobre como evitar la tentación de los animalescos seres inferiores.

Lanz evidencia dos carencias: una de carácter psicológica, probablemente fruto de sus años conventuales; una sexualidad mal asumida o asumida junto a un complejo de culpabilidad que la hace nociva; producto de dicho complejo de culpabilidad es la fijación de Lanz contra aquellos que han cometido el mayor pecado, un pecado mucho más grave que sus deseos sexuales execrados por la Iglesia, un pecado, en definitiva, contra la raza; se trata de las razas inferiores, animalescas, de entre las que los judíos destacan de forma señera.

La otra carencia es doctrinal: en los escritos teosofistas la sexualidad ocupa un discreto lugar secundario. Parece como si la Blavatsky apenas concediera mucho interés a aquello que otros han calificado como la "fuerza más grande de la naturaleza". Así pues para la Blavatsky  y por extensión los teosofistas  en cuya concepción del mundo había mucho de moralismo victoriano, la sexualidad era algo que, en principio podía desviar de la verdadera espiritualidad: la suya. No es raro que Lanz ignorara todo lo relativo a una "metafísica del sexo" y a la posibilidad de una práctica espiritual centrada en el dominio, control y reorientación de la energía sexual.

Tal metafísica tiene su plasmación no solo en el tantrismo (yoga sexual), sino, en toda la tradición alquímica y rosacruz que frecuentemente utiliza el símbolo sexual para indicar la unión entre un principio masculino, activo e ígneo y un principio femenino, pasivo y acuoso: se trata de la imagen del Rebis, de la "cópula regia", etc. Y si hemos de remontarnos a la antigüedad, la orgía misma y las bacanales eran cultos telúricos y dionisíacos propios de los pueblos mediterráneos y asiático mediterráneos. Lanz, por el contrario, no elude la problemática sexual, ni tampoco la coloca en segundo plano de su sistema: por el contrario, le da una máxima trascendencia y la sitúa como infraestructura de la lucha racial: Teozoa contra Antropozoa, hijos de los hombres (seres animalescos degenerados, razas inferiores) contra hijos de los dioses (arios).

Lanz escribe sus libros en momentos en los que la ciencia vive plena efervescencia: la física nuclear está en sus primeros balbuceos y la radiactividad ha sido perfectamente establecida y medida; el envío de ondas, la codificación y decodificación de las señales hertzianas hace posible el envío de la palabra y de la imagen. Y todo esto le parece a Lanz  precursor en esto de cierta tendencia actual de la física nuclear y cantase a converger con la metafísica  que da la razón a las tesis teosóficas que consideran la sustancia divina como una forma de "energía" o un estado de "vibración de la materia". Cuando los "seres superiores" (los "superiores desconocidos" del ocultismo inglés de fines del XIX, los "mahatmas" del teosofismo) transmitían a los elegidos ese particular estado de vibración de la materia, transmitían con él facultades parapsíquicas: clarividencia, telepatía, etc. A esto Lanz le llamaba "electrón de los dioses".

En 1905 aparece el número 1 de Ostara. Ostara es el nombre de la pascua germánica, su nombre procede de una antigua divinidad estacional indo germánica. Durante dos décadas y en dos series (la primera de  1905 a 1917 estará compuesta por 89 números y la segunda de 1922 a 1927 llegará al número 101) Ostara será el portavoz de las tesis teosófico völkisch. El mismo Hitler conocerá la publicación  y según parece  la leerá asiduamente. Los números de Ostara eran monográficos y generalmente estaban compuestos por los textos de un solo autor. Entre los números de la primera serie se encuentra una veintena dedicada ¡exclusivamente! al sexo y una decena a temas teosofistas.

Lanz se había rodeado de un grupo de teósofos, entre ellos los miembros de la Sociedad List y el propio Guido List, así como del teosofista Harald Grävell van Jostenoode. Este último evidenciará en el monográfico número 2 de la revista la inspiración teosófica: en efecto, esté número se dedicará a exponer las tesis de H. P. Blavatsky sobre las "razas matrices". Esta teoría fue reconducida por Lanz hacia su particular visión sexo racista: para Lanz la separación entre Teozoa y Antropozoa se habría producido al debutar en la "escena cosmogónica" la raza Atlante, la "cuarta raza matriz".

Las teorías de Lanz tienen una doble importancia para nuestro estudio: en primer lugar Lanz es otro de los canales de entrada de las ideas teosóficas en el movimiento völkisch. Su importancia es similar a la de Guido von List, aunque sea altamente tributario de los planteamientos de éste que, incluso, los extremiza. En segundo lugar, la importancia de List radica en la creación de la revista "Ostara" que, como se ha visto, a lo largo de más de dos décadas facilitará el material teórico a una constelación de ligas místico völkisch de las cuales la Orden del Nuevo Temple y la Orden de los Germanos serán las más significativas.

En cuanto a Ostara parece que contribuyó, si bien es cierto que en una medida no establecida, a la formación de los criterios racistas de Adolf Hitler. Sobre este particular ha existido hasta hace poco contradicción entre los historiadores: para unos se trata de un mito, no consta que Hitler fuera lector de Ostara. Dados algunos temas de la revista, estos historiadores afirmaban que el atribuir a Hitler interés por Ostara era un arma más de la guerra psicológica destinada a ridiculizar al führer el cual se habría interesado por una revista de contenidos, así mismo, ridículos. Pero existen testimonios en contra: en un libro publicado en Alemania en 1958, Wilfried Daim ("Der Mann, der Hitler die Ideen gab") estudioso de los movimientos sectarios alemanes y sus relaciones con los partidos políticos durante el período de las entreguerras, da cuenta de una entrevista con Lanz en 1951, anciano de más de setenta años. Lanz, a sabiendas de que este testimonio solo le podía causar perjuicios, le refirió que en el curso de 1909 recibió la visita de un joven que dijo llamarse Adolf Hitler interesado por comprar los números atrasados de la revista Ostara. Lanz se los regaló al percibir el estado de miseria del joven. Pues bien, el domicilio que Hitler dejó a Lanz, fue cotejado por Daim coincidiendo con la sórdida pensión en la que el futuro fuhrer residió en ese año en Viena. Un compañero de la misma pensión refirió, igualmente, en un artículo posterior, que Hitler guardaba en su miserable cuartucho un montón de revistas Ostara.

El vínculo entre Hitler Lanz parece, con todo muy débil, pero hay que tener presente que una vez convertido en canciller del Reich y el NSDAP en partido único, existió una deliberada y sistemática campaña de destrucción de pistas: en el fondo las iniciativas llevadas por Lanz von Libenfels se habían concretado en movimientos y publicaciones en buena medida risibles; es evidente que se intentó borrar pistas de las relaciones del fuhrer con estos movimientos. Los mismos textos de von Sebotendorf fueron prohibidos literalmente en la Alemania nacional socialista y el resto de teóricos de esta primera hora, lejos de lograr un impulso a sus ideas con la subida del nuevo régimen, o siquiera un mínimo reconocimiento oficial a título de "precursores" se vieron frecuentemente obstaculizados, reducidos al silencio ellos y disueltas sus organizaciones. Capítulo aparte es el hecho de que algunas de sus tesis y varios de sus colaboradores fueron integrados en una institución ciertamente diferenciada del conjunto del régimen: las SS.

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RAMON LLULL: LA SORPRENDENTE VIDA DEL DOCTOR ILUMINADO

Infokrisis.- Otro artículo que fue publicado en 1997 en la revista Saber MAS. Estábamos calibrando en aquel momento la posibilidad de elaborar una obra que pretendíamos dedicar a "catalanes mágicos" y disponíamos de una decena de biografías breves como ésta. Sin embargo, el proyecto se fue aplazando por distintos motivos y encargos y, finalmente, fue abandonado. El material que teníamos preparado fue parcelado en artículos y publicado en distintas revistas. Éste es uno de ellos.

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Allí donde se producía alguna gran convulsión de su tiempo, allí iba Llull a proponer soluciones y examinar desde cerca el problema; allí donde se avecinaban grandes conflictos, Llull era capaz de intuirlo y ofrecer su mediación; donde la ciencia de su tiempo estaba atascada, Llull juzgaba que bien valía aprestarse a darle un impulso.

Todas estas actividades dejaron innumerables huellas en documentos y registros reales e inquisitoriales, que permiten trazar la biografía de este hombre sorprendente que concitó adhesiones y despertó recelos e incluso odios eternos. Pero a pesar de la abundancia de fuentes, algo brumoso e impreciso, como un hálito de misterio envuelve la vida de este hombre providencial...

EPISODIOS MITICOS


Llull había nacido en Mallorca entre el 1233 y el 1235. El "Directorio de los Inquisidores" dice de él que era "catalán, mercader, oriundo de Mallorca, era laico, fantasioso, impérito, que había escrito unos cuantos libros en lengua catalana vulgar, porque era totalmente ignorante de la gramática". Quien le dedicó estas líneas -el inquisidor Nicolau Eimerich- evidentemente no le tenía mucha simpatía. Lo único que hay de cierto en estas informaciones es su lugar de nacimiento y la profesión de sus padres que pudieron darle una desahogada situaciones económica. Como San Ignacio de Loyola, durante su juventud fue un aventurero de pocos escrúpulos, perseguidor de mujeres y amante impenitente.

Emprendió su camino de Damasco al quedar prendado por la belleza de una noble genovesa, Ambrosia de Castello a quien asedió. Es célebre su irrupción a caballo en una iglesia para depositar a los pies de su amada un madrigal. Tras este episodio, Ambrosia aceptó recibirlo en sus habitaciones y teniéndolo con él empezó a desnudarse, no para satisfacer los ímpetus del joven Llull sino para mostrarse un seno carcomido por un cáncer. El mismo Llull contó el episodio explicando como retrocedió horrorizado. En sus oidos quedaron grabadas las palabras de la dama: "Miralos bien Raimundo; contempla la fealdad de este cuerpo que ha conquistado tu afecto. ¿No harías mejor consagrando ese amor a Jesucristo?".

Se retiró a meditar y pensó que el ejercicio de la lírica trobadoresca podría calmar su angustia; pero la poesía no logró serenarlo. Se le apareció una cruz y la rechazó; y aun hubo de aparecer tres veces más la visión para que comprendiera su vocación. A partir de ese momento Llull decide entregar su vida "a señores que no se corrompan jamás" y el único que conoce así es Dios. Quiso ratificar esta decisión mediante una acto que demostrase lo muy atrás que había quedado su disipada vida anterior. Y peregrinó a Santiago de Compostela. Llull sitúa este viaje en 1267, cuando contaba treinta y tres años... Demasiado simbolismo para no tomar esta peregrinación como una alegoría, que habían utilizado ya otros muchos hermetistas, como Nicolás Flamel o Basilio Valentino.

Llull aportó varias innovaciones a la alquimia: ideó un recipiente de destilación llamado "pelícano" y un "sello hermético" para cerrar los recipientes en el interior de los cuales se cuece el compuesto filosofal. Estas aportaciones son descritas ampliamente en su "Elucidación del Testamento" uno de los tratados alquímicos que se le atribuyen. En otro tratado llamado "La Clavícula" describe todo lo necesario para la realización de la Gran Obra, lamentablemente, siempre en lenguaje alegórico o simbólico: "Hemos llamado Clavícula a esta obra porque sin ella es imposible comprender los demás libros nuestros, cuyo conjunto cubre el Arte entero y porque nuestras palabras son oscuras para los ignorantes", son sus primeras frases. Y advierte también en la introducción "Tened cuidado de revelar este secreto a los malos, no lo comuniqueis sino a vuestros amigos íntimos, aunque no deberíais revelarlo a nadie, porque es un don de Dios que con él hace un  regalo a quien le parecce bueno. El que lo posea, tendrá un tesoro eterno".

LLULL Y LOS "NOBLES DE LA ROSA"

Toda la actividad de Lull en relación a la alquimia está envuelta en el misterio. Y sin embargo corren aun entre los coleccionistas unas monedas acuñadas, según se dice, con oro obtenido por Lull en una memorable transmutación en la Torre de Londres.

Para Lenglet de Fresnoy, autor de la muy celebrada "Historia de la Filosofía Hermética", Llull se desplazó a Londres en 1312 llamado por el rey Eduardo de Inglaterra. Como veremos, en esa época, el místico defendía la idea de una nueva cruzada y viajó con la intención de pedir financiación para dicho proyecto a los reyes de Inglaterra y Escocia. Ambos monarcas alegaron falta de medios económicos para justificar su negativa a participar en la operación.
 
Llull prometió facilitarles la suma que pidieran y para ello instaló en la Torre de Londres su laboratorio hermético. A los pocos días estuvo en condiciones de operar la transmutación obteniendo una extraordinaria cantidad de oro con la que se acuñaron unas monedas conocidas como los "Nobles de la rosa". Lenglet de Fresnoy añade que "Todos aquellos que han examinado esas piezas, tan curiosas y buscadas en Inglaterra, reconocen que son incluso de un oro más perfecto que el de los Jacobos y otras modenas antiguas de oro de este tipo. Hay incluso una inscripción que los distingue y que muestra que las piezas fueron hechas por una especie de milagro". La inscripción dice así: "De la misma forma que Jesús había pasado invisible por entre los fariseos, así el oro alquímico pasa inadvertido entre vosotros".

La existencia de los "Nobles de la Rosa" es incontrovertible, así como la presencia de Llull en Inglaterra; todo lo demás está envuelto en la leyenda. Ciertamente buena parte del centenar de tratados alquímicos atribuidos a Llull es manifiestamente falso y entre las suspicacias que despertó en el Gran Inquisidor Nicolau Eimeric no figura la práctica de la alquimia, pero si se alude, en cambio, a la práctica de la nigromancia. Efectivamente, la acusación aparece en el tratado acusador de Eimeric titulado "Fascinació de los lul.listas" escrito con posterioridad a la muerte de Llull. En otra obra análoga, el "Directorio de los Inquisidores" se acusa a Llull de haber divulgado obras "obtenidas mediante arte diabólica, porque no le había sido comunicada por los hombres, ni por el estudio humano". Tanto la acusación de nigromancia, como la alusión a las artes diabólicas, eran frecuentemente eufemismos que los inquisidores utilizaban para evitar hablar del noble arte de la alquimia que inmediatamente suscitaba el favor popular y la posibilidad de apoyos de la nobleza.

LA ESCUELA LULIANA

Llull tardó siete años en apaciguar su espíritu, luego emprendió su viaje real o imaginario a Santiago como inicio de una serie de desplazamientos por las grandes orbes del mundo conocido. En 1265 regresa a Palma de Mallorca con un bagaje cultural envidiable.

Nuevamente encontramos un episodio en la vida de Llull que es imposible dilucidar lo que tiene de realidad y de símbolo. Un esclavo árabe de su propiedad se reveló; blasfemó de Cristo e hirió a Llull. Luego se suicidó. Llull entró como terciario en la orden franciscana y meditó en la soledad del monte de Randa, situado en el centro geométrico de Mallorca. En el lugar donde hoy se encuentra el santuario de Nuestra Señora de Cura se hallaba la cueva elegida por Llull para retirarse en 1273 durante ocho días; fue allí donde tuvo su primera iluminación de la que saldría el "Ars Magna". Concentrado en sí mismo, de repente alzó la vista hacia el árbol que le cubría con su sobra y pudo ver en las hojas las letras ordenadas que comprondían su obra capital. Durante cuatro meses, volvió a tener visiones angélicas y con ellas la revelación de toda la ciencica de su tiempo. Estas visiones le acabarían otorgando el título de "Doctor Iluminado".

El rey Jaime de Mallorca se interesó por esta obra y facilitó los medios para la puesta en marcha del Colegio de Miramar, escuela de misioneros y traductores especializados en llevar la palabra de Dios a los países dominados por el Islam. Trece franciscanos fueron sus primeros alumnos. Llull pretendió crear instituciones de este tipo por toda la cristiandad, convencido de que era posible convertir a los musulmanes mediante la argumentación.

Intentará que el Papa Honorio IV aprobara su sistema de formación de misioneros, pero el día en que puso el pié en Roma -el 3 de abril de 1287- el papa acababa de morir y Llull se retiró a París. En la Sorbona disputó con Duns Scoto del que llegaría a ser gran amigo. El canciller de la Universidad, Bertaud de Saint Denis le permitió enseñar sus teorías. De esa época data el "Libro de las Maravillas". Luego en Montpellier escribió el "Arte Inventiva" y el "Arte Amatoria". Buena parte de esta producción parece de corte oriental; ya por entonces Llull era un perfecto conocedor de la literatura árabe; había leído los texos sufíes y la poesía musulmana y encontró en ellas inspiración y técncias precisas.

Pasó por Montpellier e incluso es posible que hubiera conocido personalmente a Arnau de Vilanova. Contrariamente a Arnau, Llull no cree en la venida inminente del Anticristo -contra el que, por lo demás, escribe un opúsculo- pero, ambos coinciden en la necesaria reforma de la cristiandad que, como veremos, pasaba por la organización de una nueva cruzada y de la conversión de los infieles. Difunde estas tesis en los medios universitarios y entre los franciscanos espirituales. Pero, poco a poco, se va conveniendo de que en esto existe demasiada teoría y que es preciso predicar con el ejemplo.

Tras una crisis interior decidirá desplazarse a Barbaria (Túnez) para predicar entre los infieles su "Arte". Estaba convencido de la infalibidad de su método, obtenido por revelación divina. Algunos historiadores opinan que Llull buscaba desesperadamente el martirio. No lo conseguiría ni en este viaje ni en otros dos posteriores. A la expedición a Túnez seguiría otra en 1301 a Chipre y Armenia y una siguiente a Bugia. No hubo martirio, ni tampoco resultados positivos; los años siguientes serían  igualmente parcos en éxitos... tanto para Llull como para la cristiandad.

LLULL Y LA ORDEN DEL TEMPLE

El siglo XIII no terminó bien para la cristiandad. San Juan de Acre fue ocupado por los musulmanes y la pérdida de Tierra Santa en 1291 constituyó un verdadero trauma para la cristiandad. En su momento todavía no se advirtió, pero aquella derrota constituía el fin de una forma de concebir el mundo y entrañaría, por eso mismo, la crisis de las Ordenes Militares.

El período que va de 1291 hasta 1307, año en que son detenidos los templarios, está marcado por la búsqueda de un culpable de la derrota. Los reyes, por lo demás, habían perdido de vista, en su gran mayoría, los objetivos heroicos y el espíritu de las cruzadas, les interesaba mucho más ordenar sus reinos, doblegar a la nobleza feudal e iniciaban visiblemente un proceso de concentración de poder que debería culminar un par de siglos después con la constitución de los primeros estados nacionales. Los reyes eran los primeros en necesitar un culpable a quien señalar y si, por lo demás, podían requisar sus fondos y llenar con ello sus arcas, mucho mejor. Durante estos quince años, particularmente en Francia, la Orden de los Caballeros Templarios fue el chivo expiatorio al que se responsabilizó de todas las desgracias de la cristiandad. Tampoco los Caballeros Teutónicos, ni los Hospitalarios se vieron libres de críticas y acosados por papas y reyes. Sin embargo, iban a ser los templarios, las verdaderas víctimas de este triste episodio que prefigura la historia moderna de Europa.

En los primeros años del siglo XIV se hizo evidente que la política templaria no coincidía para nada con la de Felipe el Hermoso rey de Francia. Este, por lo demás estaba endeudado desde el 1300 con los templarios que le habían prestado cien mil libras para costear su corte. Felipe debió refugiarse en la Torre del Temple de París hostigado por sus súbditos. En esos años los templarios se habían manifestado partidarios de limitar el poder real en beneficio de las instituciones feudales, religiosas y corporativas. Felipe comprendió pronto que su suerte personal estaba ligada a la de estos caballeros cuya tutela jamás lograría sacudirse. Así que decidió exterminarlos con la complicidad y adquiescendia del papa Clemente V, pues tampoco el papado veía con buenos ojos el poder templario y se había hecho eco de los rumores que corrían sobre extrañas ceremonias y ritos iniciáticos aprendidos en Tierra Santa por el contacto con sectas musulmanas. Desde 1179 llegaban acusaciones del clero contra la orden, pero su valor en el combate y la copiosa sangre templaria derramada en defensa de la cristiandad había acallado todas estas fabulaciones.

A principios del siglo XIV se vivía otro clima muy diferente. En esos momentos Ramon Llull aparece en escena. Escribe una misiva al papa Nicolás IV titulada "De qué manera se podrá recuperar Tierra Santa" que contiene una propuesta audaz ya que no original. En efecto, desde mediados del siglo XIII, Federico II había propuesto un plan de unión de las tres principales órdenes militares. Llull lo recupera cincuenta años después y considera que solamente la fusión podría crear una punta de lanza lo suficientemente aguerrida como para que la cristiandad pusiera de nuevo pies en Tierra Santa. El Temple, los Hospitalarios y Teutónicos deberían aliar sus fuerzas en la "Orden del Espíritu Santo".

Llull se desplazó a Chipre para entrevistarse con Enrique II, rey de los Santos Lugares que permanecía en esa isla, último reducto del Reino Latino. No obtuvo nada de lo que pedía, ni apoyo para su proyecto, ni tan siquiera permiso para marchar en busca del misterioso reino del Preste Juan en la ruta hacia Oriente. En Famagusta fue recibido por el Gran Maestre del Temple, Jacques de Molay, quien tras acogerle le negó igualmente cooperación. Molay no pensaba que su orden pudiera ser liquidada solo tres años después, se veía maestre de la organización militar más poderosa de su tiempo, con 30.000 combatientes, 9.000 emcomiendas y miles de toneladas de metales preciosos en sus arsenales.

Ramón Llull no se rinde. Está persuadido que la cristiandad va a derrumbarse y es preciso preparar la llegada del Reino del Divino Paráclito, ese Espíritu Santo, cuyo nombre quiere que sea el de la Orden Militar nacida de la fusión de las otras tres. Llull marchará a entrevistarse con Jaime II de Aragón en 1305; para él ha escrito "Liber de Fine" que el rey remitirá a Clemente V. Débil y temeroso, el papa tiene conocimiento de la conspiración que Felipe el Hermoso está urdiendo contra los templarios y pretende encontrar una salida en la fusión de las órdenes militares. La lectura del documento de Llull inspirará una misiva a los maestres de las tres órdenes en donde les sugerirá seguir el consejo de Llull. Pero la carta quedará sin respuesta durante muchos meses y cuando De Molay se digna contestar, la negativa, educada y correcta en su forma, es radical en su fondo. El 13 de octubre de 1307 la suerte está hechada para los templarios que son detenidos en todas las encomiendas situadas en territorio francés.

Pero tampoco este descalabro para la caballería medieval indujo a Llull a la pasividad o la renuncia a su proyecto; antes bien, volvió a escribir al papa para pedirle la celebración de un concilio que tratara sobre la disolución de la Orden y reconsiderara, a la luz de los nuevos acontecimientos, su proyecto de reconquista de Tierra Santa y fusión de las órdenes militares. Llull, sin entrar en la legitimidad de las acusaciones de Felipe el Hermoso contra la Orden, admite que los intereses templarios se han trasladado a Occidente, después de la pérdida de Acre y Jerusalén y considera que aquí entran en contradicciones con las distintas monarquías nacionales en formación. La única solución al problema consiste en unificar esfuerzos, aprovechar el legado templario y sus riquezas, para impulsar una nueva cruzada. Ingenuamente escribe al rey de Francia su memorial "Liber de natali pueruli parvuli Christi Iesu", pidiendo apoyo para su proyecto.  El Rey quiere la destrucción de la Orden y su oro. Otro tanto harán, con mayor o menor rapacidad, todos los reyes de la cristiandad. Llull intentará inútilmente salvar su proyecto en el Concilio de Vienne.

Morirá un año después de que Jacques de Molay y los altos dignatarios del Temple fueran quemados en una pequeña isla del Sena, tras Notre Dame de París, cuyas torres jamás acabarían los canteros medievales como protesta por la ejecución de quien tanto les ayudó.

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