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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

El Sherlock Holmes de Jeremy Brett y el Hercules Poirot de David Suchet


Infokrisis.- Hoy no cabe duda que la mejor adaptación del ciclo de Sherlock Holmes a la pantalla ha sido la protagonizada por Jeremy Brett y, así mismo, que la del personaje creado por Agata Christie se ha debido al actor David Suchet. Recientemente, a falta de series nuevas de cierto interés, hemos vuelto a ver ambas series en su totalidad y en poco tiempo así que podemos establecer una comparativa, no tanto entre ambas series, que son, en realidad, excepcionales, sino entre los protagonistas de la mismas: algo así como poner frente a frente a Sherlock Holmes y a Hercules Poirot. Son dos series, en cualquier caso, fácilmente accesibles desde emule o a partir de plataformas como tusseries.com o seriesyonkis.com, que pueden recomendarse sin miedo a decepcionar.

El Holmes de Jeremy Brett

Siempre han existido casos de actores consumados –especialmente, de eso que se llama “actores el método”- que se ven finalmente ganados por los personajes que interpretan o, simplemente, que ven destruida su personalidad por la del personaje original. Se sabe, por ejemplo, que la vida de Johnny Weismuller quedó “atrapada” por el personaje de Tarzán y en sus últimos años, cuando el Alzheimer y la demencia senil lo acosaban, solamente era capaz de dar su famoso “grito de Tarzán” en el geriátrico donde residía. Brett no llegó a tanto, simplemente murió silenciosa y tempranamente a los 65 años, superado por Holmes y con la salud quebrantada por haber intentado en los 11 años anteriores ser la representación exacta del detective creado por Conan Doyle. Algo que, por lo demás, consiguió.

Antes de Brett, hubo decenas de “Sherlock Holmes”. El que se acercó más al modelo original fue sin duda Basil Rathbone en los años 40. De hecho, durante décadas, la imagen de Holmes estuvo ligada a esta creación mucho más que a las descripciones que hizo Doyle. Rathbone incorporó al personaje el habitual atuendo que ha pasado a la historia: un gorro estrafalario y un abrigo con esclavina a cuadros, unido, por supuesto a la pipa de “espuma de mar”. Entre 1939 y 1946, Ratone rodó catorce películas encarnando el papel de Holmes, primero para la Century y luego para la Universal.

Rathbone ya sufrió lo que se ha dado en llamar “la maldición de Holmes”: nunca, absolutamente nunca, éste actor inicialmente de teatro shakesperiano, pasado luego al cine, volvería a recuperar su carrera. Tras la serie solamente alcanzó a realizar algunas parodias junto a Bob Hope y algunas películas de terror. Holmes había eclipsado al actor. Otro tanto le ocurrió a Brett.

Cuando en 1982, Granada propuso a Brett encarnar al detective en la serie que estaba preparando, el amigo de éste Robert Stephens (que ya había encarnado el mismo papel en la encantadora película La Vida Privada de Sherlock Holmes) le desaconsejó que aceptara. De hecho, el propio Stephen tampoco superó la “maldición Holmes” y tras filmar una película que, en sí misma, debería de haber propulsado su carrera, ocurrió justamente lo contrario: se estancó y se deshinchó por completo.

Al aceptar, Brett condicionó la vida que le quedaba por delante, incluso la acortó. En tanto que actor meticuloso que era, leyó lo esencial escrito por Doyle y fue construyendo un “canon” del personaje. Brett, zurdo de nacimiento, aprendió a utilizar la mano derecha e incluso a fumar con la derecha sin que se notaran sus dificultades. Las primeras películas rodadas (El Ciclista Solidario, La Banda moteada, El Tratado Naval, escándalo en Bohemia, etc., se emitieron a partir de abril de 1984 y evidenciaron desde la presentación que no se trataba de una serie como cualquier otra. Y así ocurrió con las siguientes películas de la serie Las Aventuras de Sherlock Holmes.

Cuando terminó la primera parte de la serie, el esfuerzo había sido excesivo para Brett que había caído víctima de una aguda depresión y quedó literalmente agotado. Fue en la segunda temporada en la que completó la segunda parte del ciclo que alcanzó su cota máxima de audiencia y calidad en el episodio El Problema Final en donde tiene lugar el enfrentamiento entre Holmes y el genio del mal, el Profesor Moriarty. Para colmo de males, a la depresión con la que culminó la primera parte de las Aventuras de Sherlock Holmes, se sumó al terminar esta segunda, la muerte de la mujer de Brett, víctima de un cáncer.

Alegando motivos familiares, quien hasta ese momento había hecho de “Doctor Watson”, David Burke, acaso siendo conscientes de la “maldición Holmes”, se retiró de la serie siendo sustituido por Edward Hardwicke. La segunda serie se llamó El Retorno de Sherlock Holmes y en ella figuran episodios tan notables como El Pabellón Wisteria, Los Seis Napoleones o El Ritual de los Musgrave. Es esfuerzo para Brett parecía excesivo y su salud mentar empeoraba. Pero el litio que le prescribieron para curar su manía depresiva y la hospitalización no le hicieron mucho bien. Al salir, los “perrodistas” de revistas sensacionalistas sugirieron que era homosexual y que había contraído el SIDA.

A partir de ese momento, las críticas hacia la serie empeoraron y a ellas se sumó la hija de Conan Doyle que rechazó la serie. A decir verdad, las películas de esa época no registran ninguna bajada de calidad apreciable, sino que mantienen el mismo tono de la serie perfectamente interpretada, ambientada y realizada y, si se nos apura, la presencia de Hardwichke contribuye a realzar algo más la figura del “Doctor Watson” que en la anterior interpretación de Burke (como en la de la serie protagonizada por Basil Rathbone) adoptaba casi un figura paródica. Pero lo cierto es que la serie siguió cayendo por la pendiente de las malas críticas y probablemente si Granada TV la hubiera cancelado Brett habría salvado la vida. Pero en 1991 se abrió la tercera entrega de la saga: Los Archivos de Sherlock Holmes compuesta por otros seis episodios. Al filmarse, Brett seguía en tratamiento médico y, como resultas del mismo, iba ganando peso.

La siguiente entrega, Las Memorias de Sherlock Holmes, se empezó a filmar en 1993, pero apenas pudieron acabarse tres episodios. Brett seguía con la depresión y además había sufrido un enfisema pulmonar. Se alteraron los guiones para que Brett apareciera lo menos posible, siendo sustituido por la figura de su hermano, Micrófito Holmes, el alto funcionario del Estado que había hecho del Club Diógenes su centro de operaciones y que, al decir de Doyle, superaba a su hermano menor Sherlock en capacidad deductiva. Eso hizo que los tres últimos episodios de esta entrega pudieran mantener calidad a interés. Murió en 1995 con 58 años cumplidos.

El Hercules Poirot de David Suchet

Al igual que Holmes, el papel de “Hercules Poirot” ha sido representado en innumerables ocasiones, siendo recordada particularmente la que encarnó en varias películas de los años 70 el actor Peter Ustinov, especializado en papeles exóticos y excéntricos, pero donde podemos afirmar que la serie que con más brillantez ha reflejado a Poirot es en la protagonizada por David Suchet. Se inició a principios de los años 90 y todavía se siguen filmando episodios en el momento de escribir estas líneas.

Suchet, hijo de judío y anglicana (y él, a su vez, anglicano), tiene antepasados lituanos y su apellido correcto sería Suchedowitz que “afrancesó” al tener su madre antepasados e esa nacionalidad. Se trata, como en el caso de Brett o de Rathbone, también de un actor, originariamente de teatro y de carácter shakesperiano. Ha recibido hasta ahora varios premios de interpretación y a pesar de su discreción tiene una abultada filmografía, en la que encarnar el papel de Hercules Poirot ocupa una parte destacada pero no decisiva. Dicho de otra manera: Poirot personaje no se “comió” a Suchet actor, aun cuando su interpretación sea tan meticulosa como la de Brett. Al igual que le ocurrió a Brett, también Suchet, cuando le propusieron encarnar el personaje, se leyó todas las obras de Agata Christie y construyó rigurosamente el personaje con una dedicación propia del buen artesano.

La serie producida por A&E Television Networks, tiene como aliciente una ambientación situada a finales de los años 20 y durante el primer tercio de los años 30 que puede calificarse, hasta en sus menores detalles, de prodigiosa. El estilo art-decó y la arquitectura futurista se adivinan ya desde la carátula de presentación de la serie y no hay detalle, por pequeño que sea, que no esté de acuerdo con aquella época y aquel estilo hasta el punto de que parece casi imposible que se hayan reconstruido tantos escenarios y localizados edificios y mobiliario de aquella época. En cuanto a la rigurosidad de los guiones en relación a la obra original de Agatha Christie la podemos calificar de elevada.

Los productores se limitan a rodar nuevos episodios pero sin agruparlos por temporadas. En la mayor parte de la serie, Poirot está asistido por la “señorita Lemon” y por el “Capitán Hastings”, Pauline Moran y Hugh Fraser a quien ya conocíamos desde su debut en la película Juego de Patriotas y en televisión a partir de su aparición en algunos episodios de la memorable serie Reilly as de espías, protagonizada por Sam Neil y que recomendamos vivamente; a pesar de ser rodada en 1883 conserva toda su actualidad y belleza.

A diferencia del Holmes sobre el que descansa toda la fama literaria de Sir Arthur Conan Doyle, el personaje de “Hercules Poirot” es solamente una creación más de Agatha Christie que creó varios detectives y personajes singulares entre los que la “Señorita Marple” es sin duda el más conocido, escribiendo también novelas románticas (con seudónimo) y novelas simplemente de misterio sin detective conocido (la más famosa de las cuales es, sin duda, “Los diez negritos”) y muchas obras de teatro de las que La Ratonera es sin duda la más popular, casi ininterrumpidamente escenificada en Londres como atractivo turístico. Falleció en 1976 a la provecta edad de 86 años. Prácticamente escribió tantas novelas como años tuvo.

La figura de Poirot es una síntesis de dos detectives que tuvieron relativa fortuna en los años 30: “Hercules Popeau” de Marie Belloc Lowndes y “Monsieur Poiret” de Frank Howel Evans. Si tiene la nacionalidad belga es porque la propia Agatha Christie se relacionó con refugiados de esa nacionalidad durante la I Guerra Mundial. La influencia de Conan Doyle sobre ella es patente y reconocida por la propia autora, pero también está influida por la obra de Edgar Allan Poe quien creó el detective “Auguste Dupin” en el que ya empezaron a destacar las cualidades deductivas que Doyle maximizó en su personaje y que Christie extremiza.

La autora se limitó a sintetizar todos estos personajes e influencias en la figura de Poirot, darle algunos rasgos específicos y escribir un largo ciclo literario que empezó en 1920 con El Caso Styles y terminó en 1997 con Telón, entre ambas hay cincuenta años de producción. El mundo había cambiado, la propia Agatha Christie había cambiado, pero Poirot era el mismo que pisó Inglaterra como refugiado en 1914.

Holmes frente a Poirot, Brett frente a Suchet

En sus escritos Conan Doyle fue mucho mejor escritor que Agatha Christie y estuvo dotado de una mayor inspiración que la creadora de Hercules Poirot. Sin embargo, en lo que se refiere al resultado de la adaptación televisiva, el personaje de Poirot gana enteros y hace que los defectos de construcción implícitos en los textos de Agatha Christie pasen desapercibidos.

En efecto, los casos tratados por Poirot tienen siempre una tendencia demasiado acusada a tratar sobre temas de herencias, los casos de Holmes, en cambio, abarcan un sinnúmero de temas, algunos de ellos propios del caustico humor inglés. Hay mucha más variedad en las novelas de Doyle que en las de Agatha Christie cuya creatividad en materia detectivesca parece haberse agotado a finales de los años cincuenta. Y en realidad, las mejores obras de la autora inglesa son altamente tributarias del legado anterior de Doyle.

En las novelas de ambos existe un triángulo protagonista: en Doyle está formado por Sherlock Holmes, es el Doctor Watson y un policía eventual, habitualmente incapaz, inútil e incluso cuando tiene el olfato propio de sabueso se trata de alguien ridículo. El paradigma del policía “holmesiano” es el “inspector Lestrade”, una mezcla de petulancia, incapacidad, falta de eficacia, egomanía y mezquindad. El triángulo “poirotiano” en cambio está formado por los tres miembros que componen la agencia de investigaciones: Poirot, el Capitán Hastings y la secretaria “Señorita Lemon”, hacedora y mantenedora de un archivo del que solamente ella conoce la clave interpretativa y el método para encontrar cualquier detalle. La figura del policía es trata de una manera más humana, con la figura del “inspector jefe Jabb”, pero, aun así subsisten en él los mismos rasgos de vulgaridad con que Doyle aureoló a sus policías. Jabb es zafio, típicamente británico, tosco en maneras y ademanes, mucho más en el comer y en el beber, casado y dependiente en todo de su mujer, de aficiones y costumbres simples hasta la rusticidad. En ambos casos, los policías son la mera coreografía necesaria para resaltar las cualidades deductivas de Poirot y de Holmes.

Las “pequeñas células grises” de Poirot y el “cuando hay descartar lo improbable, lo imposible se impone” de Holmes, indican cuál es el método que siguen ambos detectives: una sumisión a la racionalidad extrema y una sumisión a las leyes de la lógica, a la observación y a la extracción de las consecuencias que se imponen sólo de la misma. El método de investigación no varía en absoluto en ambos. Lo ha creado Doyle, quizás influido por Poe, pero lo aprovecha sin decoro, Christie. Hay en los una imaginación que solamente sirve para integrar todos los datos objetivos y entrecruzarlos con una lógica precisa surgida de observaciones. Es lo que Holmes grita frecuentemente a Watson: “hechos, hechos, hechos”.

Ambos son remilgados, Poirot un neurótico obsesivo, maníaco de las simetrías y del orden que empieza por el cuidado de su bigote característico. Holmes no llega a tanto, ni siquiera parece un dandy, pero se comporta como tal. Los movimientos de ambos son rígidos, andan de forma muy particular, Poirot a pasitos que corresponden a su pequeña estatura, Holmes camina como cualquier otra persona, salvo cuando está investigando. Entonces sus movimientos se vuelven rápidos, su andar agitado como denotando impaciencia. Ambos manejan el bastón pero solamente Holmes lo utiliza en alguna ocasión como arma de defensa, nunca Poirot cuyo aspecto atildado se completo con unos botines ya fuera de uso en los años 30 que remiten, mira por dónde, a la época en la que Doyle escribió sus novelas. Hay también en todo ello algún tributo de la Christie hacia Doyle.

Los segundones, Watson y el Capitán Hastings carecen por completo de capacidad deductiva, suelen el “músculo” del personaje que no dudan en tomar un arma para defender a su patrón o bien para hacer valer la justicia. Ambos han sido oficiales del ejército británico y ambos están familiarizados con el uso de las armas. En general, su figura es parecida a la del Sancho Panza, algunos de sus rasgos son risibles, siendo el “músculo” de la pareja, reconocen la superioridad de sus patrones a los que frecuentemente crispan con sus comentarios vulgares, ignorantes o fuera de uso.

El Capitán Hastings es un hombre de su tiempo, le gusta conducir vehículos de alta cilindrada y de carreras, ama todos los rasgos de su tiempo a diferencia del doctor Watson que solamente se preocupa por anotar todos los detalles de los casos que luego reflejará para conocimiento del público. En la vida de Watson no pasa absolutamente nada notable, pero sí en la de Hastings que intenta negocios, emigra a Argentina, se enamora, compra vehículos sofisticados. Watson es completamente gris y subalterno a la figura de Holmes, por el contrario Hastings tiene vida propia. Algunos de los casos más famosos de ambos detectives llegan a ellos a través de antiguas amistades de sus escuderos con los que recuerdan aquellos años de internados ingleses en los que eran jóvenes y activos.

Holmes es humano: se sabe de su humanidad a raíz de sus depresiones y de su dependencia de la cocaína. Pero a veces es posible dudar de tal humanidad: no ha conocido jamás el amor (salvo en aquella improvisación no doyliana que fue La vida privada de Sherlock Holmes), ni se ha enamorado ni precisa del amor. Le basta con su método deductivo. Tampoco tiene grandes aficiones, salvo el ejercicio de la química y la lectura de prensa sensacionalista en la que encuentra material para sus propios archivos y para encontrar nuevos casos por los que interesarse. Poirot en cambio lamenta muy frecuentemente su soledad, se ha enamorado y hay un tipo de mujer que le atrae: debe ser inteligente, brillante, cultivada, con un alto sentido del orden y de la estética y no importa siquiera si es delincuente. La única vez que Poirot deja escapar a un delincuente es a una condesa rusa de inteligencia privilegiada, ladrona de altos vuelos con la que ha recorrido museos y le ha dado su brazo. Se sabe, también por otro de sus casos, que de joven se enamoró en Bruselas cuando todavía no era más que un inspector recién graduado. Esto es todo, no existe una erótica de Holmes o de Poirot.

Ambos detectives odian a la masa y todo lo que es vulgar y propio de las masas. Creen pertenecer a una élite diferente al resto formada en torno al binomio “inteligencia – distinción”. Aprecian el dinero y las compañías de la alta sociedad, pero aprecian mucho más la inteligencia. Holmes llega a sentir admiración por la capacidad de su reflejo negativo, el “profesor Moriarty”. Poirot, en cambio, no tiene un enemigo de cámara, no hay en su saga un malvado oficial, pero en alguna ocasión comenta al capitán Hastings que a la vista de lo mal que está el delito en el Reino Unido (y, por tanto, la investigación), un día se dedicará a la delincuencia.

Tanto uno como otro detectives están constantemente preocupados por su carrera. Tienen miedo de terminar como la mayoría de investigadores privados, buscando perros o siguiendo a esposas a cuenta maridos engañados o esperando hasta altas horas de la noche que un marido infiel se despida de su amante. Les horroriza la vulgaridad y los deslices matrimoniales forman parte de esa misma vulgaridad, así que rechazan cualquier caso que pueda tener una componente de infidelidad matrimonial.

Los casos que les animan a vivir son aquellos que se destacan por su intensidad, rareza, aparente imposibilidad para explicarlos racionalmente o, simplemente, por lo que de inusuales tienen. Algunos están vinculados a la alta sociedad, otros a la burguesía media, no importa. No está claro que trabajen siempre por dinero aunque este parece ser el motor e Holmes que, en un momento dado dice a un noble de alcurnia cuyo hijo ha sido secuestrado: “gracias a mí, usted encontrará a su hijo y yo seré algo más rico”. Pero ni el dinero ni las vacaciones parecen importarles mucho. Poirot solamente va de vacaciones arrastrado por el Capitán Hastings y siempre, inevitablemente, cada salida se convierte en una fuente de nuevos casos, según el modelo creado treinta años por Si Arthur Conan Doyle. Holmes nunca quiere salir de Baker Street entre caso y caso. Allí pasan monótonas sus horas haciendo chirriar las cuerdas del violín ante el hartazgo de Watson. Poirot, en cambio, es ligeramente más mundano, acude a fiestas en su honor, a ganas, a la ópera, incluso a bailes de disfraces en los que él apenas varía su apariencia acudiendo disfrazado de Hércules Poirot. Holmes más hermético hasta lo depresivo y genera frecuentemente la preocupación de Watson que, no se olvide, es médico y conoce perfectamente los problemas de la mente humana.

Ambos son ególatras, les satisface el cumplido y el elogio, aman rodearse de gente que les aprecia y que valora su inteligencia y sus métodos. Es más, en algunos casos, los elogios son lo que parece mantener el pie a Poirot, y otro tanto ocurre con Holmes.

No se sabe nada ni de sus filosofías, ni de sus creencias personales, ni si practican una religión o si son ateos. Son conservadores en lo político, pero sin estridencias e incluso manifestándolo más por signos externos que por opiniones expresadas en voz alta. Los botines y los bigotes de Poirot con hijos del conservadurismo, mientras que la clientela de Holmes es un repertorio de la aristocracia británica, de sus usos, costumbre y taras, así como de la alta burguesía acomodada.

Holmes se muestra mucho más rústico que Poirot. No tiene miedo de arrastrarse por el suelo para identificar una huella, caminar bajo la lluvia para seguir un rastro, mancharse las manos para identificar la textura del barro inglés. Poirot moriría antes que ensuciar sus botines. Aunque los dos son neuróticos consumados, Poirot lo es mucho más hasta el punto de que si su autora dejó de escribir sobre él en 1975 se debió precisamente a que era la primera en no soportar las actitudes obsesivas de su personaje.

Podríamos extremar nuestro análisis de ambos personajes casi hasta el infinito. No vale la pena. Estas líneas tienen una única intencionalidad: excitar a los lectores a que juzguen por sí mismos si no lo han hecho ya, a que revisen ambas series televisivas y se distraigan evitando que las pocas horas de descanso al día estén colmadas por la telebasura, los noticiarios pródigos en información manipulada y las series de baja calidad. Tantos las novelas de Doyle como las de Agatha Christie no forman parte de la “gran literatura”, por eso no es importante leerlas tanto como conocerlas. El difícil llevar los matices implícitos en El Quijote o en las Odisea y, por tanto, no hay más que recurrir a la lectura de los clásicos, no basta con saber de qué va la trama mediante alguna adaptación más o menos desafortunada con la que nos obsequia regularmente la industria del cine. En cambio la literatura de puro ocio que ya tiene un siglo en el caso de Doyle y más de setenta años en el de Christie, se hace más llevadera en la pequeña pantalla, siempre y cuando la proyección no sea aprovechada para regalarnos por cada veinte minutos de filme, quince más de publicidad. Por ello, recomendamos utilizar los instrumentos que ponen a nuestro alcance las nuevas tecnologías a través de P2P o de plataformas digitales para ver estas series de la manera más cómoda posible.

La literatura de ficción y policíaca tiene en estas dos series lo que seguramente son las muestras más sofisticadas y depurada del personaje de un investigador privado. En nuestro juicio, Doyle es muy superior a Christie, pero llevados a la pantalla ambos quedan igualados e incluso mejoran. Esperamos y deseamos que nuestros amigos y lectores disfruten con estas series como hemos disfrutado nosotros.

© Ernesto Milà – infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

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