Antropología de la Vieja España (VII): la Covada
En 1998 me preguntaba exactamente si, verdaderamente, el País Vasco era algo diferenciado del resto de España. Y, en buena medida lo era. Allí, hasta los años 50, subsistió una costumbre que había desaparecido del resto de España siglos antes, la covada. El marido vasco nueve meses después de la boda, cuando mujer estaba alumbrando su primer vástago, se tendía en el lecho conyugal y simulaba los dolores del parto, mientras ella, en otra estancia paría efectivamente. Daba la sensación de que la costumbre se había iniciado cuando el marido quería autentificar su paternidad, pues si bien no hay dudas sobre la maternidad, cualquier esperma de origen desconocido sería bueno para alumbrar un óvulo con DNI autentificado. Imitando los dolores del parto, el padre parecía querer decir: El que va a nacer es mi hijo. Se lo juro. Más curioso aún es constatar que en vascuence no existe ninguna palabra para designar la covada, se le conoce como parto de Vizcaya.
Es presumible que la costumbre de la covada apareciera en sociedades que realizaban el tránsito del matriarcado al patriarcado. Se tienen referencias de la covada en el sur de Europa y en las islas mediterráneas, lo cual basta para afirmar que estuvo relacionado con los pueblos que rendían culto a la Gran Madre, pueblos de carácter telúrico y ginecocrático. Poco a poco, con el ascenso de los pueblos que practicaban cultos solares y masculino (aqueos, dorios, etc) se impuso la sociedad patriarcal, pero subsistieron formas ligadas a la antigua tradición. La covada debió aparecer en los momentos de tránsito: el hombre quería reivindicar su importancia en todos los momentos de la vida social, incluso en algo que no le correspondía: dar a luz.
Otros intentar dar una explicación más pragmática. Dadas las altas tasas de mortandad entre las parturientas, era necesario engañar a la muerte. Los kirguises, por ejemplo, hacían montar a la parturienta sobre un caballo que, al galope, intentaba que la muerte no la alcanzara. Por eso mismo, alegan, el marido intenta que la muerte le ronde a él y deje en paz a la parturienta. Improbable, pero ingenioso. Muchos pueblos practican la distocia, palabreja que describe la tradición de suspender a la parturiente de las muñecas para que sus pies no toquen el suelo en el momento del parto. Al parecer los malos espíritus se transmiten a través del suelo. Otros mucho más pragmático dotaban a las embarazadas de talismanes de protección. Para las cristianas viejas el prepucio de Nuestro Señor Jesucristo engastado en un relicario, les libraba a ellos y a sus futuros hijos de cualquier riesgo. Los escoceses colocaban en el lecho una Biblia y sanseacabó. Y si no, el cinturón de Santa Margarita o el cordón de San Francisco, que no eran sino avatares del ceñidor de Venus. A todo esto, en Roma estaba legislado que las mujeres embarazadas debían quitarse el ceñidor. La prohibición legal estaba avalada por el tabú religioso; ninguna mujer podía entrar en el templo de Juno Lucina portando algún nudo sobre su cuerpo: ni en el cabello ni en el ceñidor. De ahí deriva la palabra encinta, esto es sin cinta.
Para Casas, la covada era otra forma de engañar a la muerte; escribe: El marido venía a ser el pararrayos de la mujer, hacía de tripas corazón y asumía los golpes de los malos espíritus. Como no pasaba nada, el marido seguía manteniendo la tradición. Diferente habría sido si unos cuantos maridos hubieran fallecido en acto de servicio en el falso lecho del parto. Todo lo contrario: el marido era dispensado durante unos días del trabajo, esperaba en momento fatal del parto en la cama, lo alimentaban como si se tratara de una delicada parturiente, mientras que la mujer realizaba las tareas domésticas e intentaba que ningún espíritu advirtiera su estado. Para el marido, la covada era un fingimiento que le daba más satisfacciones que riesgos y que, por lo demás, le certificaba ante la sociedad que él era definitivamente el padre de la criatura que no iba a nacer de su vientre. Y es que, a la postre, la covada legitimaba la parternidad.
La engañifa de la covada proseguía en el templo. El bautismo suponía la presentación en sociedad del recién nacido y su primera iniciación en el ámbito espiritual. Era un momento clave por que las fuerzas del mal, podían advertir el engaño y afectar al nacido. De esta idea derivan algunas costumbres del bautismo que han sobrevivido hasta nuestros días. El recién nacido, por ejemplo, no es aguantado por su padre en la pila bautismal, sino por el padrino. Existen muchas tradiciones en Europa que sorprenden por el papel que conceden al afortunado padre. En Turingia y en otros muchos puntos de Europa el padrino salía pies en polvorosa del templo tras el bautizo de su ahijado. En Grecia el padre era el que salía galopando con el hizo a cuestas. Se trataba, una vez más de huir y engañar a la muerte.
Idéntico significado tiene la costumbre que algunos considerarán ecológica, de plantar un árbol justo en el momento en que nace un hijo. La tradición estuvo extendida por toda Europa. Los alemanes plantaban un manzano y los romanos un ciprés. Se trataba de que, ya que se hurtaba un ser vivo a la muerte, ésta recibiera un compensación. Otros pueblos, entre ellos los antiguos egipcios, realizaban una estatua copia fidedigna del recién nacido, luego, una serie de ritos le otorgaban un simulacro de vida; era el doble del neonato. La muerte podía llevárselo y así quedar satisfecha. En toda Europa existieron técnicas rituales para animar imágenes. En Grecia, las novias consagraban las muñecas con las que habían jugado desde pequeñas a las divinidades protectoras de su sexo, Artemisa o Afrodita.
Esta costumbre que también se extendió a otras culturas y de la que el énfasis puesto por los padres en fotografiar al recién nacido apenas han quedado atrás los dolores del parto, es el último residuo, fue también el origen de los exvotos. El exvoto es el tributo ofrecido a la divinidad casi siempre una estatua- para lograr un beneficio y alejar un mal. Por que, a fin de cuentas, la covada es un intento de alejar al principio del mal de la cuna del recién nacido.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
Es presumible que la costumbre de la covada apareciera en sociedades que realizaban el tránsito del matriarcado al patriarcado. Se tienen referencias de la covada en el sur de Europa y en las islas mediterráneas, lo cual basta para afirmar que estuvo relacionado con los pueblos que rendían culto a la Gran Madre, pueblos de carácter telúrico y ginecocrático. Poco a poco, con el ascenso de los pueblos que practicaban cultos solares y masculino (aqueos, dorios, etc) se impuso la sociedad patriarcal, pero subsistieron formas ligadas a la antigua tradición. La covada debió aparecer en los momentos de tránsito: el hombre quería reivindicar su importancia en todos los momentos de la vida social, incluso en algo que no le correspondía: dar a luz.
Otros intentar dar una explicación más pragmática. Dadas las altas tasas de mortandad entre las parturientas, era necesario engañar a la muerte. Los kirguises, por ejemplo, hacían montar a la parturienta sobre un caballo que, al galope, intentaba que la muerte no la alcanzara. Por eso mismo, alegan, el marido intenta que la muerte le ronde a él y deje en paz a la parturienta. Improbable, pero ingenioso. Muchos pueblos practican la distocia, palabreja que describe la tradición de suspender a la parturiente de las muñecas para que sus pies no toquen el suelo en el momento del parto. Al parecer los malos espíritus se transmiten a través del suelo. Otros mucho más pragmático dotaban a las embarazadas de talismanes de protección. Para las cristianas viejas el prepucio de Nuestro Señor Jesucristo engastado en un relicario, les libraba a ellos y a sus futuros hijos de cualquier riesgo. Los escoceses colocaban en el lecho una Biblia y sanseacabó. Y si no, el cinturón de Santa Margarita o el cordón de San Francisco, que no eran sino avatares del ceñidor de Venus. A todo esto, en Roma estaba legislado que las mujeres embarazadas debían quitarse el ceñidor. La prohibición legal estaba avalada por el tabú religioso; ninguna mujer podía entrar en el templo de Juno Lucina portando algún nudo sobre su cuerpo: ni en el cabello ni en el ceñidor. De ahí deriva la palabra encinta, esto es sin cinta.
Para Casas, la covada era otra forma de engañar a la muerte; escribe: El marido venía a ser el pararrayos de la mujer, hacía de tripas corazón y asumía los golpes de los malos espíritus. Como no pasaba nada, el marido seguía manteniendo la tradición. Diferente habría sido si unos cuantos maridos hubieran fallecido en acto de servicio en el falso lecho del parto. Todo lo contrario: el marido era dispensado durante unos días del trabajo, esperaba en momento fatal del parto en la cama, lo alimentaban como si se tratara de una delicada parturiente, mientras que la mujer realizaba las tareas domésticas e intentaba que ningún espíritu advirtiera su estado. Para el marido, la covada era un fingimiento que le daba más satisfacciones que riesgos y que, por lo demás, le certificaba ante la sociedad que él era definitivamente el padre de la criatura que no iba a nacer de su vientre. Y es que, a la postre, la covada legitimaba la parternidad.
La engañifa de la covada proseguía en el templo. El bautismo suponía la presentación en sociedad del recién nacido y su primera iniciación en el ámbito espiritual. Era un momento clave por que las fuerzas del mal, podían advertir el engaño y afectar al nacido. De esta idea derivan algunas costumbres del bautismo que han sobrevivido hasta nuestros días. El recién nacido, por ejemplo, no es aguantado por su padre en la pila bautismal, sino por el padrino. Existen muchas tradiciones en Europa que sorprenden por el papel que conceden al afortunado padre. En Turingia y en otros muchos puntos de Europa el padrino salía pies en polvorosa del templo tras el bautizo de su ahijado. En Grecia el padre era el que salía galopando con el hizo a cuestas. Se trataba, una vez más de huir y engañar a la muerte.
Idéntico significado tiene la costumbre que algunos considerarán ecológica, de plantar un árbol justo en el momento en que nace un hijo. La tradición estuvo extendida por toda Europa. Los alemanes plantaban un manzano y los romanos un ciprés. Se trataba de que, ya que se hurtaba un ser vivo a la muerte, ésta recibiera un compensación. Otros pueblos, entre ellos los antiguos egipcios, realizaban una estatua copia fidedigna del recién nacido, luego, una serie de ritos le otorgaban un simulacro de vida; era el doble del neonato. La muerte podía llevárselo y así quedar satisfecha. En toda Europa existieron técnicas rituales para animar imágenes. En Grecia, las novias consagraban las muñecas con las que habían jugado desde pequeñas a las divinidades protectoras de su sexo, Artemisa o Afrodita.
Esta costumbre que también se extendió a otras culturas y de la que el énfasis puesto por los padres en fotografiar al recién nacido apenas han quedado atrás los dolores del parto, es el último residuo, fue también el origen de los exvotos. El exvoto es el tributo ofrecido a la divinidad casi siempre una estatua- para lograr un beneficio y alejar un mal. Por que, a fin de cuentas, la covada es un intento de alejar al principio del mal de la cuna del recién nacido.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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