¿Un golpe como los demás?
Infokrisis.- Finalmente se ha producido lo que desde hace una semana se estaba viendo venir. El ejército ha cortado la experiencia de los Hermanos Musulmanes en Egipto. No es raro, si tenemos en cuenta que el ejército egipcio ha estado permanentemente presente en la política nacional desde la independencia. Primero con Nasser, luego con Sadat hasta llegar a Mubarak. Tras este corto interregno de un año, vuelve de nuevo al primer plano. Así pues, hasta aquí, no hay nada nuevo bajo el sol.
Quizás la novedad estribe en que el ejército parece haber acudido al llamamiento de las masas airadas concentradas en la plaza Tahrir… o al menos, así es como se presenta el movimiento militar. De hecho, no hay que olvidar que esas mismas masas derribaron al régimen de Mubarak no tanto por su peso muerto, como por el apoyo que tuvieron de las potencias occidentales las cuales se negaron a apoyar al régimen de Mubarak. Y, por otra parte, es preciso no olvidar dos elementos esenciales:
- que los Hermanos Musulmanes vencieron en unas elecciones en las que los partidos islamistas, muy islamistas o fanáticamente islamistas, consiguieron una abultadísima mayoría. Los Hermanos Musulmanes, en solitario, obtuvieron el 52% y su rival inmediato el 47,5 en la segunda vuelta, y
- que la sociedad egipcia es una sociedad mayoritariamente islamista (el 75% son sunitas, los coptos son el 19% y de la población y el 6% restante ortodoxos, cristianos armenios, católicos romanos y protestantes)
Así pues, la simetría electoral dio la victoria a los islamistas. Resulta sorprendente la tibieza con la que el mundo occidental se ha tomado el golpe de Estado contra el gobierno, no lo olvidemos, legal, de Mursi. Como si Occidente agradeciera a los militares egipcios que un islamista radical (relativamente radical) fuera expulsado del poder. Un golpe militar en Iberoamérica, exactamente en las mismas condiciones, hubiera sido denostado inmediatamente por los EEUU y por los profesionales de los “derechos humanos” de todo Occidente. Dos pesos, dos medidas. Y esto es un grave error:
El error consiste, en primer lugar, en pensar que el sistema democrático occidental, inamovible y dogmático desde 1945, puede ser exportado a todo el mundo. Ni es perfecto en Europa (donde la corrupción y la partidocracia prolongan su vida durante décadas), ni es justo en los EEUU (en donde las elecciones son una mascarada para regular la distribución de poder político entre las distintas fracciones e intereses del capitalismo norteamericano), ni se ha implantado en África (en donde cualquier apariencia de democracia es pura ficción), ni siquiera en Iberoamérica puede decirse que funcione bien (funciona especialmente bien para las oligarquías económicas). Pero el dogma establecido en 1945 implica que la “concienciad universal” solamente puede evidenciarse mediante la “democracia”, esto es, mediante un sistema liberal en lo económico y partidocrático en lo político.
Para que el sistema democrático a la occidental sea viable hay que contar con una clase media, fuerte, estable y tranquila. Nada de eso existe en el mundo árabe. La clase media europea es una clase hasta ahora mayoritaria en nuestras sociedades que por su naturaleza misma precisa estabilidad y que huye de los sobresaltos. Para que haya “democracia”, al menos debe existir un grupo social lo suficientemente amplio como para que pueda asentarse. Y en Egipto no hay una clase media suficientemente extendida como para que la partidocracia a la Europa pueda prolongar su existencia durante mucho tiempo.
Así pues, el error, europeo consiste en ignorar el hecho esencial de las sociedades árabes, a saber: que la fuerza social hegemónica es el Islam. El Islam está extendido a toda la sociedad y supone el elemento de agregación de aquellos pueblos, gracias al cual, consiguieron civilizarse. Si se ignora este hecho capital, Occidente queda imposibilitado por comprender lo que está ocurriendo en el mundo árabe.
Las “primaveras árabes” se saldaron con gobiernos todavía más injustos que los que fueron derribados, se establecieron en algunos casos a través de guerras extremadamente destructivas o bien dieron lugar a gobierno, más o menos democráticos, que disgustaron a “Occidente” (esto es, a EEUU y a su apéndice militar, la OTAN). Cuando aludimos a estos movimientos de hace tres años, nos referimos a ellos diciendo que se inauguraba un período de inestabilidad en Oriente Medio.
Europa fracasará en su política exterior hacia el mundo islámico mientras no perciba este hecho esencial y –tal como escribimos en 2002 en nuestra obra Marruecos, el enemigo del Sur y Marruecos, la amenaza–, antes o después, será preciso que reconozcamos el hecho de que el único interlocutor válido al sur del Mediterráneo y al Este del Bósforo, es el Islam. Vale más, -decíamos entonces- que nos hagamos a la idea de que tendremos que tratar con él Islam, antes que intentar apuntalar a los tambaleantes gobiernos de la zona. De todos aquellos gobiernos solamente subsiste el de Marruecos, en la medida en que se ha convertido en el portaviones norteamericano en África.
Ahora bien, hay que insertar el golpe de Estado y los sucesos que están ocurriendo en Egipto desde hace quince días, en el contexto que le es propio: las tensiones generadas por la existencia del Estado de Israel y por la amenaza iraní de disponer en breve de armamento nuclear, con lo que la hegemonía judía en la zona quedaría en entredicho. Israel ya no podría mostrarse tan altiva e intolerante en la cuestión palestina y en la discusión sobre las fronteras de 1967. Le tocaría negociar. E Israel no puede negociar porque lo que está en juego es, caro o cruz, o la subsistencia del Estado de Israel o su desaparición: los acuíferos de Gaza, las fuentes del Jordán, el agua, en definitiva, es lo esencial de la cuestión. Y también la geopolítica del imperialismo que hace de Israel la “base avanzada” de los EEUU en caso de conflicto y la permanente espina clavada en el flanco del mundo árabe.
Así hay que situar la agresión de bandas de mercenarios de la CIA y del Mosad y de grupos de delincuentes tribales de Siria contra el gobierno legítimo. Siria se encuentra separando a Irán de Israel, si los aviones judíos quieren volver a bombardear las plantas nucleares iraníes deberán hacerlo sobrevolando Siria y eso no sería posible con un ejército sirio vigilante y atento a lo que sobrevuela su espacio aéreo. Para que el ataque pueda tener lugar con garantías de éxito, Siria debe ser neutralizada y su capacidad militar anulada. Tal es el sentido del actual conflicto.
La segunda pieza del puzle es Egipto. La historia militar enseña que ningún país puede combatir en dos frentes al mismo tiempo: el Israel de hoy no es el de 1967 cuando la sociedad judía era todavía joven. Incluso la “composición étnica” de Israel ha variado. Se han ido judíos centroeuropeos (los que dieron coherencia en las primeras décadas a Israel) y han llegado grupos judíos procedentes de Rusia, Sudamérica, África, que en el momento actual no están suficientemente integrados. Por lo demás, el pacifismo, lo políticamente correcto, la corrupción, la partidocracia y el consumismo han hecho mella en la sociedad judía. Israel solamente puede llegar a la guerra basando su estrategia en un primer y único golpe destructor propinado a distancia mediante misiles y a través de su aviación.
Desde el inicio de la crisis económica, tal como se puso de manifiesta en la reunión del Club Bildelberg en Sitjes en 2009, Israel está resultando demasiado caro al judaísmo norteamericano, el cual tomó el relevo cuando Alemania acabó de pagar las indemnizaciones que desde la postguerra garantizaron la viabilidad económica del Estado judío. Decir judaísmo norteamericano es decir gran capital financiero… que ante todo busca rentabilidad y máximo beneficio para sus inversiones.
Al estallar la crisis económica en 2007 en los EEUU empezó a teorizarse con la posibilidad de que se tratara de una crisis de larga duración, como al de 1929, de la cual solamente se salió mediante la Segunda Guerra Mundial (ahora podemos entender perfectamente el interés del Reino Unido en convertir una disputa fronteriza entre Polonia y Alemania en una guerra mundial). En efecto, la crisis del 29 duró en EEUU 10 años y de ella se salió solamente cuando las fábricas volvieron a ponerse en marcha fabricando armamento militar y fluyeron los créditos para la compra de grandes arsenales y recursos bélicos. Ahora estamos ante la misma situación.
La crisis iniciada en 2007 está durante ya cinco años y no tiene aspecto de cesar sino que progresivamente se va complicando. La guerra, una guerra localizada sería lo único que podría hacer que se “calentara” la economía mundial. Oriente Medio ofrece las mejores condiciones para un conflicto de este tipo: si Israel lograra imponerse a sus enemigos, el mundo árabe quedaría definitivamente fuera de la historia, obligado a “laicizarse” y a ceder completamente sus recursos petroleros al capitalismo norteamericano… gobernado por judíos.
Pero, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, no todos los judíos son sionistas. Y en los EEUU el judaísmo, si bien tiene “simpatía” por Israel, antepone sus beneficios a cualquier otra consideración. En caso de que Israel fuera aniquilado por sus vecinos árabes (lo cual podría ocurrir), el judaísmo norteamericano perdería especialmente una fuente de gastos. En cualquiera de los dos casos, la guerra parece ser la mejor opción para salvar al capitalismo de esta crisis.
¿Estamos defendiendo una visión conspiracionista de la historia? En absoluto, lo que estamos sugiriendo es que alguien está moviendo fichas para preparar las condiciones para que la agresión judía contra Irán se realice con garantías de éxito para Israel.
La movilización de la plaza Tahrir es, como todos estos movimientos, de importancia relativa. Tiene la importancia que le atribuyen las cadenas mediáticas. Esas masas están en la calle por las malas condiciones de vida y porque un 25% de la población no es islamista y protesta contra una legislación islamista que le agrede. Pero no son mayores, ni de más interés que las que derribaron a Mubarak, ni siquiera representan nada en un país de ¡83.000.000 millones de habitantes!
Ahora sabemos que el movimiento del 15-M y de los “indignados” tuvo una importancia muy relativa y era protagonizado por exiguas minorías movilizadas a golpe de twit o mediante msm. Nada grave, en definitiva, ni nada importante. Casi un movimiento superficial compuesto por muchas tendencias, la mayoría muy superficiales que pronto logró segregar la presencia de verdaderos indignados al comprobar que las riendas las llevaban rancios extremistas de izquierdas y marginados de todos los pelajes.
Y, sin embargo, durante unos días pareció que en las plazas del 15-M acampaba una “mayoría social”. Si dio esa impresión fue por que las agencias mediáticas transfirieron esa sensación. Y nadie que conoce mínimamente lo que es el periodismo ignora que esas macroempresas, a menudo deficitarias y, por tanto, subvencionadas, trabajan para determinados gobiernos y grupos económicos para condicionar los criterios de la población y “orientarlos”.
En la plaza Tahrir lo que se ha desarrollado fue el habitual “teatrillo” escenificado para uso de los medios de comunicación. Protestaba una minoría contra un gobierno legal que había obtenido el 52% de los votos. Esa protesta ha justificado un golpe de Estado que muy probablemente suma al país en una guerra civil similar a la que estalló en Argelia cuando la victoria del Frente Islámico de Salvación fue hurtada por el consorcio franco-norteamericano.
En esa circunstancia, el “frente occidental” de Israel estará neutralizado y los aviones y las baterías de mísiles judías solamente tendrán que apuntar hacia Teherán.
Europa se está equivocando en su política hacia el mundo árabe: la presencia de millones de islamistas en la sagrada tierra de Europa no va a hacer cambiar los datos esenciales de la ecuación. Antes o después, Europa tendrá que negociar con el islamismo, así que mejor hacerse a la idea de cuáles van a ser los términos del toma y daca:
- para el Islam el sur de Gibraltar y el este del Bósforo.
- Europa no es tierra del Islam.
- Buenas relaciones basadas en la separación nítida de las zonas de influencia.
- ¿Y que pasa con Israel? Israel no es problema de Europa. Allá Israel se las componga con quienes lo han creado.
- Europa no puede ejercer el papel de redentor y entrometerse en lo que son cuestiones regionales.
© Ernesto Milá – ernesto.mila.rodri@gmail.com - infokrisis