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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

11-S. La Gran Mentira

11-S. LA GRAN MENTIRA. (VII de XV). Segunda Parte. Los hechos del 11-S

Infokrisis.-Todos lo vimos por TV, sin embargo, no siempre lo que se ve tiene relación con lo que ocurre. Por eso vale la pena repasar la cronología de aquel infausto día, hora a hora. La frase que conviene recordar antes de enumerar lo que ocurrió aquel día, es que en el terrorismo internacional nada es lo que parece. En la sociedad del espectáculo es relativamente fácil convertir cualquier atentado en espectáculo de masas. Y esto fue, en el fondo lo que ocurrió el 11-S.

Cronología de los hechos:

08:45 (14:45 hora española).- Un avión choca con la torre norte del World Trade Center en Manhattan (Nueva York).

09:05 (15:05 hora española).- Un segundo avión colisiona con la torre sur. La Bolsa estadounidense cierra tras el ataque.

09:17 (15:17 hora española).- Las fronteras con México y Canadá se cierran.

09:21 (15:21 hora española).- La autoridad portuaria de Nueva York cierra todos los puentes y túneles hacia y desde la ciudad.

09:30 (15:30 hora española).- El presidente George W. Bush declara desde Florida que "el país, ha sufrido un ataque terrorista".

09:40 (15:40 hora española).- EEUU paraliza todos los vuelos de la nación por primera vez en su historia.

09:45 (15:45 hora española).- Un tercer avión cae sobre el Pentágono, parte del cual se derrumba.>

09:57 (15:57 hora española).- El presidente Bush cancela una presentación en Florida y parte con rumbo desconocido.>

10:05 (16:05 hora española).- El Pentágono, la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Departamento de Justicia, El Capitolio, la CIA y otros edificios gubernamentales son evacuados. A la misma hora la torre sur del World Trade Center se derrumba.

10:10 (16:10 hora española).- El vuelo 93 de la empresa United Airlines en dirección a San Francisco, se estrella en Pensilvania.

10:20 (16:20 hora española).- Todas las bolsas europeas registran fortísimas pérdidas durante toda la jornada y al cierre, mientras el euro se revaloriza frente al dólar a raíz de los atentados. A la misma hora un destacado dirigente del Frente Democrático para la Liberación de Palestina desmiente cualquier implicación en los atentados de Nueva York.

10:28 (16:28 hora española).- Se derrumba la segunda torre.

10:46 (16:46 hora española).- El Secretario de Estado, Collin Powel, suspende su viaje en Latinoamérica y vuelve a los EEUU.

10:48 (16:48 hora española).- United Airlines confirma la pérdida del vuelo 175 en ruta a Los Angeles.

10:58 (16:58 hora española).- Israel evacua sus representantes en todo el mundo.

11:02 (17:02 hora española).- El alcalde de Nueva York, Rudy Guiliani, pide a los ciudadanos que permanezcan tranquilos y en casa.

11:16 (17:16 hora española).-  El Centro para el Control de Enfermedades prepara equipos de lucha contra el bioterrorismo.

11:18 (17:18 hora española).- La compañía aérea American Airlines informa que ha perdido dos aviones, el vuelo 11 con 81 pasajeros y 11 tripulantes y el vuelo 77 con 58 pasajeros y 6 tripulantes. Ambos estaban en ruta hacia la ciudad de Los Angeles.

11:30 (17:30 hora española).- La OTAN evacua todo personal prescindible de sus cuarteles en Bruselas. 

12:04 (18:04 hora española).- El aeropuerto de Los Angeles, destino de dos de los aviones siniestrados, es evacuado.

12:13 (18:13 hora española).- La parte sur de la isla de Manhattan es evacuada y 10.000 efectivos acuden a la zona para efectuar tareas de rescate.

12:15 (18:15 hora española).- El aeropuerto de San Francisco, destino del siniestrado vuelo 77, es evacuado y cerrado.

12:42 (18:42 hora española).- El embajador de los Talibanes en Pakistán, Mullah Salam Zaeef, declara que "Afganistán siente el dolor de los niños estadounidenses y esperamos que se haga justicia".

13:29 (19:29 hora española).- Bush, en una segunda declaración desde la base de la Fuerza Aérea en Barksdale, afirma que los responsables de los atentados serán perseguidos y castigados.

13:48 (19:48 hora española).- Bush llega al Cuartel General del Mando Aéreo Estratégico, situado en la base aérea de Offutt (Nebraska).

15:56 (21:56 hora española).- El alcalde Rudolph Giuliani dice que el número de muertos en los atentados contra las Torres Gemelas podrían ser "mucho mayor de lo que ninguno de nosotros podemos resistir".

16:42 (22:42 hora española).- Bush parte hacia Washington.
17:40 (23:40 hora española).- Un edificio próximo a las torres del World Trade Center Se derrumba tras consumirse pasto de las llamas.

18:00 (00:00 hora española).- Kabul, capital de Afganistán, atacada por mísiles en plena noche. Un portavoz del Pentágono desmiente que Estados Unidos esté detrás de una posible operación de represalia, y la achaca a la oposición afgana al Gobierno talibán. A las 20:30 hora local, 02:30 del miércoles hora española, el presidente estadounidense se dirige por tercera vez a la nación. En un discurso televisado, asegura que EE UU no hará distinciones entre los que cometen los actos terroristas y los que les protegen o cobijan. Bush asegura que el país perseguirá la paz, la libertad y la justicia y que los que pretendían crear el caos no lo han conseguido pues Estados Unidos es "una nación fuerte".

12 de septiembre: Bruselas: La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) acordó que los actos terroristas desde el exterior pueden enmarcarse en el Artículo V del Tratado del Atlántico Norte, que establece la obligación de defensa mutua.

13 de septiembre: Washington: La policía federal norteamericana (FBI) identificó al menos a 50 personas que colaboraron en los atentados y el secretario de Estado, Colin Powell, apunta a Bin Laden como principal sospechoso de la tragedia.

14 de septiembre: Washington: El FBI informó que siete de los secuestradores recibieron entrenamiento como pilotos en Florida, confirmó la primera detención de un "testigo material con información relevante" e identificó a los 19 terroristas suicidas.

15 de septiembre: Washington: Georg W. Bush acusó al millonario saudita Osama Bin Laden de ser el "principal sospechoso" y anunció una "acción arrolladora, continuada y eficaz" contra los autores. Kandahar (Afganistán): El líder de los talibanes, el mullah Mohammed Omar, llamó a los musulmanes a la "guerra santa".

16 de septiembre: Kabul: Bin Laden negó su implicación en atentados del 11 de septiembre.

17 de septiembre: Washington: George W. Bush reclamó a Bin Laden "vivo o muerto".

20 de septiembre: Kabul: Los ulemas afganos pidieron a Bin Laden que abandone voluntariamente Afganistán.

28 de septiembre: Nueva York: El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución que permite la congelación de activos financieros de sospechosos terroristas o vinculados con organizaciones terroristas.

1 de octubre: Roma: La opositora Alianza del Norte y el rey afgano en el exilio, Mohamed Zaher Shah, acuerdan formar un gobierno de transición en Afganistán.

2 de octubre: Bruselas: La OTAN invocó la cláusula de defensa mutua tras recibir pruebas de Estados Unidos sobre la complicidad de "Al Qaeda" (organización de Bin Laden) en los atentados.

5 de octubre: Washington: La administración Bush calificó de "inaceptables" las declaraciones del primer ministro israelí, Ariel Sharon, quien dijo que Estados Unidos sacrificaba a su país para ganarse el favor del mundo árabe en su intento por consolidar una coalición internacional contra el terrorismo.

6 de octubre: Washington: El presidente George W. Bush anunció un ataque inminente sobre Afganistán.

7 de octubre: Estados Unidos comenzó el ataque sobre Afganistán.

I. ANTES DE LOS ATENTADOS

 

II. DOS AVIONES CONTRA EL WTC

 

III. EL MISTERIO DEL VUELO 93

En los cuatro aviones estrellados el 11 de septiembre subsiste el mismo misterio: se ignora exactamente qué ocurrió en su interior. Las cajas negras de los cuatro se han perdido. No existen conversaciones entre los pilotos y los controladores aéreos. Tan sólo unas cuantas conversaciones inconexas realizadas presuntamente desde teléfonos móviles por pasajeros a sus familias. Ya habrá ocasión de hablar sobre ellas. Pero, de entre todos los misterios, el del vuelo 93 de United Airlines es, sin duda, el más complejo.

 

A los pocos días de producirse los atentados, la mitología del 11 de septiembre, lanzó uno de sus bulos más dramáticos: los heroicos pasajeros del vuelo 93 supieron por los teléfonos móviles (esos mismos que en todos los vuelos se ordena imperativamente apagar) que otros tres aviones se habían estrellado contra el WTC y el Pentágono y, puestos a morir, optaron por comportarse como patriotas afrontando a sus secuestradores. En la lucha que siguió, el avión terminó por estallar o estrellarse en Pensylvania. Vanity Fair explicó en un amplio reportaje que el vuelo “podrá recordarse como una de las mayores historias de heroísmo jamás contadas”. New York Times, más ponderado, explicó que “la grabadora de la cabina del avión había registrado una lucha salvaje y desesperada a bordo (...) y a pesar de que no ofrecía una imagen clara ni completa (...) parece indudable que hubo un enfrentamiento caótico que, al parecer, provocó la caída del avión”. Newsweek publicó fragmentos de la grabación: se oían oraciones musulmanas y cristianas, gritos, insultos. El mismo Presidente Bush y otros altos funcionarios de su administración, loaron en innumerables ocasiones a los “héroes del vuelo 93”. En el momento de escribir estas líneas, la pradera de Pensilvania en la que se estrelló el avión es considerada como un nuevo “cementerio de los héroes” y visitada diariamente por americanos medios.

 

La grabación revela conversaciones de rutina entre la tripulación y la torre de control de Cleveland, interrumpidas por gritos y una voz anglosajona ordenando "fuera de aquí". Es evidente que están secuestrando el aparato. Quien parece uno de los secuestradores advierte a los pasajeros: "Hola, les habla el capitán. Les recuerdo a todos mantenerse sentados. Hay una bomba a bordo y todos vamos a hacer el esfuerzo para conseguir nuestras exigencias". Un controlador aéreo escuchó el anuncio y confirmó la información con la tripulación de un avión que volaba por el área. Después realizó cerca de 20 intentos para comunicarse con el vuelo 93, pero nunca hubo respuesta. Solo algunos pasajeros pudieron comunicar con sus familiares a través del móvil. Se ha difundido la versión de que tres pasajeros lograron oprimir a los secuestradores pero no lograron mantener el control de la aeronave. Todo esto es extremadamente incierto. En realidad no se sabe nada sobre los últimos ocho minutos. El propio forense que realizó las improbables autopsias, certificó que la causa de la muerte de los 40 pasajeros fue “asesinado” y en el caso de los 4 supuestos terroristas “suicidio”. Pero, a pesar de haber colaborado estrechamente con el FBI en las dos semanas siguientes al atentado, Miller reconoció a la prensa –y sus declaraciones las reprodujo El País el 27 de diciembre de 2001- que “no puede probarse lo que ocurrió. Sólo deducirlo”. Y el cronista añadía: “Tampoco saben, ni él ni nadie más, qué fue exactamente lo que hizo que el vuelo 93 cayera (...). O, si alguién lo sabe, no lo ha dicho”. Existe un vacío absoluto que contrasta con la importancia que el episodio ha tenido en la conciencia del pueblo americano. La idea de una “venganza patriótica” en aquellos días posteriores al atentado, fue estimulada por dos episodios fuertemente emotivos y sentimentales, la imagen de Bush hablando con un megáfono, junto al bombero más anciano de Nueva York, sobre las ruinas del WTC y, de otro lado, la difusión del “heroico combate” de los pasajeros del vuelo 93 contra sus secuestradores.

 

Dejando atrás la mitología, veamos ahora qué se sabe de manera objetiva sobre lo que ocurrió en el interior del avión.

 

Gracias a un testigo presencial se sabe como se estrelló el avión. Leer Purbaugh confirmó que a las 10:06: “Hubo un fuerte estruendo y, bruscamente, sobre mi cabeza, apareció el avió sobre mi cabeza a unos 16 metros de altura (...) Fue apenas una fracción de segundo y lo ví todo a cámara lenta, parecía que no iba a acabar nunca. El avión osciló de un lado a otro y, de pronto, se inclinó y cayó en picado contra la tierra con una gran explosión”.

 

Las grabaciones telefónicas parecen demostrar que varios pasajeros tenían intención de afrontar a sus secuestradores. La grabadora del interior de la cabina también ha aportado datos, pero estos no han sido revelados a la opinión pública. No ha podido evitarse la aparición de teorías alternativas que han sido desmentidas de plano por las Fuerzas Aéreas Norteamericanas: ni estalló una bomba en el interior del avión, ni éste fue derribado por un caza. La primera versión se dedujo a partir del testimonio de varios pasajeros que, mediante el móvil, explicaron a sus familias que algún secuestrador llevaba lo que parecía una bomba adosada a su cuerpo. La negativa de la USAF fue lo suficientemente rotunda como para que no hubiera dudas sobre la opinión oficial. Sin embargo persistían algunos interrogantes que, al menos, concedían cierta credibilidad a las hipótesis alternativas.

 

Los restos del avión aparecieron dispersos por varios kilómetros. Se llegaron a encontrar cartas a 13 km del siniestro. Uno de los motores apareció a dos kilómetros del lugar, algo difícil para una pieza que pesa algo más de un tonelada. La mayoría de los restos tienen, como máximo, cinco centímetros. Estos hechos inducen a pensar si no fue un bomba que estalló en la sujeción de uno de los motores –el que se encontró a dos kilómetros del resto, lo desprendió y esto precipitó la caída.

 

La celeridad con que las USAF negó las versiones alternativas es comprensible. Para la USAF ninguno de los aviones que despegaron llegó a tiempo para interceptar el vuelo. Se reconoce que “lograron aproximarse” al avión antes de que éste se precipitara sobre tierra. La fuerza aérea no quería verse implicada en un episodio que costó la vida a 40 americanos. Sin embargo, es rigurosamente cierto que se han difundido informaciones contradictorias sobre la actuación de los cazas YF-16 de la base de Andrews. Se sabe que una escuadrilla despegó a las 8:52 con la misión de interceptar al avión. Otra escuadrilla despegó a las 9:35 cuando el avión giró 180º y se puso en la trayectoria de Washington, enfilando hacia la Casa Blanca. Los controladores aéreos oyeron decir al piloto que “había un bomba a bordo”. El vuelo se estrelló media hora después. Es decir, había tiempo suficiente para que los YF-16, aviones supersónicos, interceptaran al aparato. Incluso un controlador aéreo declaró en el periódico local de New Hampshire que uno de estos cazas persiguió al avión secuestrado. Esto sin olvidar que el vicepresidente Cheney reclaró el 16 de septiembre que Bush había autorizado derribar al aparato. ¿Lo derribaron realmente? No todos los testimonios son coincidentes. Por lo demás, seguir a un avión, no implica derribarlo necesariamente. Lo que si parece confirmado por media docena de testigos presenciales en tierra, es que existió otro avión que volaba a baja altura, “pequeño, blanco, con motores posteriores, de color blanco”. Purbaugh, sobre cuya cabeza pasó el vuelo 93 antes de estrellarse, declaró que no era una “avión militar” y puede creerse en su opinión por que sirvió en la marina durante tres años. Existen dos aviones que responden a las características descritas por los destigos (pequeño, maniobrable, motores traseros). Uno es el “Thunderbold A-10”, llamado “cazatanques”, del que la Guardia Nacional dispone de algunos ejemplares. El otro es el “Depredator”, avión sin piloto, guiado desde tierra con misiones de observación. No pudo ser el primero por que hubiera dejado constancia en los radares. El “Depredator”, sin embargo es extremadamente reducido; ha sido utilizado en Afganistán e Iraq, en donde fue derribado uno de ellos. Está provisto de elementos de observación, videocámaras, equipos de fotografía, etc. Es significativo que ninguno de los testigos afirmara que este segundo avión –fuera cual fuera- disparó misil alguno o ametralló al vuelo 93.  Oficialmente, la USAF y el FBI han explicado que este pequeño avión era un “Falcon” privado que volaba en las inmediaciones. Las autoridades le pidieron por radio que descendiera de 12.300 a 1.600 metros para observar lo que había sucedido. Este “Falcon” no podía ser el avión que los testigos dijeron ver por la sencilla razón de que apareció cuando el vuelo 93 se había estrellado.

 

Pero hay otro problema. No existe ningún dato que permita acreditar esa versión, ni piloto alguno ha reconocido ir a los mandos del “Falcon”. El que si ha reconocido volar en las inmediaciones del Vuelo 93 ha sido Bill Wgriht a bordo de una Piper a escasos 5 kilómetros, hasta el punto de “poder ver las enseñas de United en el aparato”. Pero éste no pudo ser el avión divisado desde tierra por que “le ordenaron que se alejara de la nave secuestrada y aterrizaría inmediatamente”, según se lee en El País (27.12.01). “Una de las primeras cosas que se me ocurrieron –declaró Wright- al recibir la orden fue que esperaban que estallase en el aire o lo iban a derribar”.

 

Otro testimonio publicado por Associated Press explica que ocho minutos antes de la colisión un hombre llamó desde el móvil al teléfono de urgencias, 911. Le atendió Glen Cramer el cual explicó que el pasaje, en un estado de gran excitación, encerrado en el lavabo, le explicó que el avión estaba cayendo. Se había oído una explosión y salía humo del aparato, pero era imposible precisar de qué parte. Cramer le pidió varias veces que confirmara la información. Luego se cortó la llamada. Esta fue la última recibida desde el vuelo 93. Ocho minutos después el avión se estrellaba. Cramer –como el resto de controladores- ha recibido la orden de que no hable públicamente de estos hechos.

 

El FBI sostiene que no hay nada raro en la dispersión de los restos o en la aparición del motor a distancia de los demás restos. Pero si es extraño, especialmente, el hecho de que aparecieran cartas tan lejos y tan poco tiempo después de la caída. La hipótesis del misil dirigido por un caza en vuelo debería descartarse: en efecto, el testimonio de Purbaugh y de la media docena de testigos es definitivo, hubo otro avión, pero de éste aparato no salió ningún misil hacia el Vuelo 93.

 

¿Entonces? ¿qué ocurrió? Hay otros testimonios no menos enigmáticos que han sido incorporados a la hipótesis conspirativa. El FBI afirmó que junto al Falcon privado existía un avión militar en un radio de 40 kilómetros. Se trataba de un Hércules C130. Veintiocho de estos aparatos fueron dotados en 1995 con equipos de “guerra electrónica” capaces de “afectar intencionadamente a los mecanismos de un avión y provocar, por ejemplo una caída en picado incontrolable”. El País señalaba que en 1996, un avión de la TWA cayó al mar víctima de una interferencia electromagnética, pero existe armamento desarrollado e incorporado a los C130 que puede provocar voluntariamente los mismos efectos.

 

Las hipótesis son tres:

 

-          O los pasajeros se enfrentaron a sus secuestradores y estos estallaron la bomba que presuntamente llevaban adosada, o en el curso de la lucha el avión se precipitó, o bien los secuestradores lo estrellaron al ver que no podían alcanzar sus objetivos, o incluso, liberados los pasajeros de sus secuestradores, al tomar los mandos del avión, se estrellaron con él.

 

-          O el avión fue derribado mediante algún tipo de sistema exterior al propio avión y a la voluntad de los secuestradores y del pasaje.

 

-          O, finalmente, una bomba estalló en algún lugar del aparato que provocó el desprendimiento de uno de los motores.

 

Los datos de los que no puede dudarse son:

 

-          Se sabe ciertamente que en el interior del avión cuatro secuestradores se hicieron con el control del aparato.

 

-          Hubo voluntad de lucha por parte de los pasajeros, pero no puede certificarse que ésta se produjera en realidad.

 

-          Un segundo avión (sin que se sepa exactamente el tipo de avión y su procedencia) estuvo en las inmediaciones del Vuelo 93 y debió ver todo lo que ocurrió.

 

-          Se desconoce completamente lo que ocurrió en el interior del avión en los ocho últimos minutos posteriores a la última llamada efectuada desde un móvil.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

11-S. LA GRAN MENTIRA. (VI de XV). El modelo histórico del 11 de septiembre

Infokrisis.- ¿Cómo podemos sostener que un sector de la administración americana haya podido planificar o colaborar en la ejecución de un atentado que haya costado la vida de 3000 americanos? ¿No es acaso una monstruosidad sólo pensarlo? ¿no es escandaloso el mero hecho de enunciar esta hipótesis de trabajo? ¿no es una afrenta para los muertos y para el gobierno de su país que los ha llorado y vengado?

Pues bien, si los opositores a la tesis oficial tenemos legitimidad moral para exponer una hipótesis alternativa, es por la sencilla razón, de que operaciones de este tipo han sido una constante en la historia americana.

En esta parte de la obra vamos a ver someramente algunos “modelos históricos” del 11-S. No son pocos. No son desdeñables en la historia de los Estados Unidos.

PROVOCACIONES DE LA CIA: UN PEQUEÑO EJEMPLO

El 10 de octubre de 2001 se publicó uno noticia que demostraba el estilo de trabajo de los servicios secretos norteamericanos. La noticia se generó en Brasil en los años setenta. En aquella época, los militares ocupaban tranquilamente el poder y abordaban cómodamente la creación de infraestructuras en todo el país. La guerrilla urbana de Carlos Marighela había sido completamente liquidada en la década anterior y el gobierno militar tenía ideas propias. Quería convertirse en “potencia continental”. Para ello tenía recursos naturales, tecnología, población y territorio; era, en efecto, una nación “transoceánica”,  concepto geopolítico según el cual resulta imprescindible para alcanzar la hegemonía en un espacio geográfico el que las costas de un país sean bañadas por las aguas de dos océanos. Ciertamente las aguas brasileñas sólo dan al Atlántico, pero los militares se las habían ingeniado para ampliar su área de influencia hacia el Pacífico; en la parte Este de Bolivia los intercambios comerciales se hacían en aquella época en cruceiros, la moneda brasileña; los militares cariocas habían abordado la construcción de carreteras transamazónicas que cruzarían horizontalmente el país y los fronterizos hasta el Pacífico; y, finalmente, el Servicio Nacional de Inteligencia brasileño había tenido mucho más peso en el golpe de Chile de Pinochet que la propia CIA, contrariamente a lo que se ha dicho y lo que se tiene tendencia a creer. Baste recordar que el propio Pinochet se había formado en la escuela geopolítica brasileña... a la que pertenecía todo este orden de ideas que acabamos de exponer.

Pues bien, en esta balsa de aceite, la CIA planeó realizar atentados terroristas en Brasil cuya responsabilidad sería atribuida a organizaciones de izquierda. Estas revelaciones fueron realizadas por un antiguo colaborador de la inteligencia americana, actualmente ingeniero químico estadounidense, Robert Muller Hayes. Trabajó para la CIA en Brasil entre 1972 y 1976 y recibió la orden de preparar un atentado terrorista contra el Consulado americano en Sao Paulo que sería atribuido a la izquierda. Hayes no era un cualquiera en la CIA; en 1987 investigó la participación de colaboradores de la agencia en el contrabando de armas y presentó sus conclusiones al Senado. A decir verdad, Hayes había sido en los años 60 y 70, un asesino de la CIA, tal como él mismo reconoció. No sólo cosechó informaciones comprometedoras sobre el gobierno brasileño de la época, sino que además asesinó a militantes de izquierda latinoamericanos refugiados en aquel país. En un momento dado, se arrepintió: “Yo seguía una regla sencilla; solo mataba a personas malas. Nada de inocentes, mujeres y niños. Es necesario mantener ciertos principios.  Cuando me negué a participar en el plan, pasé a ser perseguido y amenazado de muerte”. Fue entonces cuando sus superiores le pidieron que atentara contra el consulado americano en Sao Paolo para responsabilizar a la izquierda.

La historia de Hayes es significativa del estilo de trabajo de la inteligencia americana: todo vale –incluso la muerte de los propios ciudadanos- para conseguir un objetivo. En el episodio revelado por Hayes Hayes, sorprende que esos atentados contra el consulado americano eran completamente inútiles: la izquierda había sido derrotada en Brasil y el país era extremadamente estable, acaso demasiado estable para los intereses americanos. La muerte de unos cuantos americanos lejos de su patria iba a servir de muy poco... sin embargo se programó.

Y es que este accionar ha sido una constante en la historia americana.

De hecho, la gran expansión comercial de ese país está directamente ligada a diversos episodios bélicos (la guerra de Cuba, la Primera, la Segunda Guerra Mundial, etc.). La opinión pública americana nunca ha estado predispuesta para entrar en estos conflictos, pero siempre su resistencia ha sido vencida mediante un episodio traumático –un “casus belli”- que ha despertado el patriotismo y el deseo de “revenge” (venganza) entre la población. Estados Unidos no es el único país que ha utilizado esta estrategia para arrastrar a la opinión pública a conflictos, pero si desde luego es el que ha llegado más lejos en cinismo y frialdad. Véase.

I. EL EXTAÑO CASO DE EL ALAMO

El 6 de mayo de 1836, con ocasión de la guerra con Tejas, el Ejército mexicano del general Santa Ana, decidió poner fin a los asentamientos de colonos en Texas, en esa época territorio mexicano. Santa Ana decidió poner sitio al fuerte El Alamo que, doce días después, fue asaltado, muriendo la mayoría de sus defensores; a pesar de que el General Sam Huston se hallaba en las proximidades con unos destacamentos militares tan fuertes como el ejército de Santa Ana, no se mivió para auxiliar a los sitiados. La cuestión es todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que pocas semanas después, ese mismo ejército combatió y venció a Santa Ana en la batalla de San Jacinto. El resultado fue la anexión de 1/3 del territorio mexicano a EE.UU., incluyendo los extensos territorios de Texas al grito de "Remember the Alamo" (Recuerda El Alamo). El Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) confirmó la anexión de California, Arizona  y el resto de Texas a los EE.UU.

El Alamo podía haber sido salvado. Desde el punto de vista militar era perfectamente factible que el enfrentamiento de San Jacinto se hubiera adelantado sólo unas semanas. Pero, entonces, se hubiera perdido el factor emotivo que permitió la impresionante movilización nacional contra México que le amputó un tercio de su territorio nacional.

II. EL EXTRAÑO CASO DE LA VOLADURA DEL “MAINE”

Cincuenta años después del episodio de El Alamo, en la noche del 15 de febrero de 1898 una enorme explosión destruyó la proa del acorazado Maine, uno de los más poderosos de la marina estadounidense. Perecieron 286 tripulantes de su dotación, abrasados o ahogados, mientras el buque se hundía en la bahía de La Habana. Los grupos imperialistas de Washington y la prensa amarilla de Nueva York aprovecharon el suceso para azuzar a la opinión pública contra España. Dos meses más tarde, Estados Unidos declaraba la guerra a la vieja potencia colonial. Tras la agresión a México, seguía la guerra contra España cuyo objetivo era convertir el Caribe en una zona de influencia indiscutiblemente americana.

EE.UU. ya había liquidado la pomposamente llamada "conquista del Oeste". En esa época ya estaban definitivamente enlazados los territorios del Este y del Oeste de los EE.UU. Claro que para ello hizo falta eliminar a las poblaciones indígenas en el genocidio más brutal y planificado de la historia. En ese tiempo ya se había desarrollado el embrión del poderío industrial norteamericano; el país estaba gobernado por la oligarquía industrial y financiera anglosajona, blanca y protestante enormemente enriquecida. Y uno de los sectores más pujantes y, políticamente, más comprometidos en toda esta aventura era la prensa. Decir “prensa” a fines del siglo XIX equivalía a pronunciar el nombre de John Randolph Hearts.

Gracias a Hearts la población ignoraba el genocidio de la población indígena y se sentía orgullosa del robo a México de extensos territorios. En este contexto ocurre el incidente de El Maine.

Las investigaciones revelaron que la explosión había sido interna, pero en EEUU nadie quiso escuchar. El gobierno español pidió un informe a la Royal Navy británica que concluyó que la explosión no era culpa de España, pero nadie en EEUU quiso escuchar. Hoy, incluso en Norteamérica, se reconoce que España no fue responsable de la voladura del Maine y se sostiene que se trató de una explosión fortuita en las calderas.

A raíz de esta guerra, España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam y Wake que pasaron a entrar en la zona de influencia americana. Y también se despertó sin Marina. Sigsbee, capitán del Maine, recibió un mensaje cuyo contenido completo nunca se ha conocido y se dirigió hacia el puerto de La Habana. Amarró a pocos metros del crucero español Alfonso XII, que apenas sufrió pequeños daños en la arboladura como efecto de la explosión; si se hubiera tratado de una explosión exterior estos daños hubieran sido extremadamente mayores. Y otro tanto hubiera ocurrido con el crucero español Legazpi, y el americano Ciudad de Washington, anclados en las proximidades.

Desde el principio, el debate consistía en establecer si el Maine se hundió a causa de una explosión accidental o bien de una explosión voluntaria provocada en el interior del propio buque. El Jefe de Policía de La Habana aludía directamente a la colocación de un artefacto explosivo dentro del barco por alguien de la tripulación o por un visitante. Jamás se sabrá a ciencia cierta por quien. Pero hay algún elemento que vale la pena tenerse en cuenta. Menos de cien horas antes de la explosión, el yate de John Randolh Hearst –con el evocador nombre de “Bucanero”- estuvo anclado a muy poca distancia de donde amarró el Maine. Se sabe que hizo numerosas flotas del Maine y luego levó anclas. Hearts, sin duda, fue el más belicista de los magnates norteamericanos. Había escrito: “Mi lema es que mientras otros hablan mi Journal actúa”. Y se conoce otra de sus frases “geniales”: "denme un incidente y yo ocasionaré una guerra".

Sea como fuera, todas las versiones apuntaban a una explosión en una de las calderas que generaban energía eléctrica; el incendio se comunicó a la Santa Bárbara del buque y a los torpedos y dinamita almacenada. Una explosión exterior inicial y con autoría humana, pudo provocar la siguiente y más grave en el pañol.

Clara Barton, fundadora de la Cruz Roja americana, se hallaba en La Habana, lamentaba aquella hecatombre a la que no pudo dar explicación razonable. Añade que desde el puerto los cubanos gritaban "traen dinamita para volar barcos españoles pero les explota a ellos". Los propios americanos reconocieron que los españoles habían reaccionado inmediatamente prestando ayuda a los heridos y náufragos. Toda la prensa europea e incluso algunos diarios norteamericanos negaban que España tuviera algún tipo de implicación con la deflagración. Edwin Lawrence Gogki, director y propietario del Evening Post, fue una excepción. Días después del siniestro escribió "nada tan desgraciado como el comportamiento de estos diarios [se refería a los de Hearst y al Word] se ha conocido jamás en la historia del periodismo de este país, con reproducción falseada de hechos, invención deliberada de cuentos calculados para excitar al público, a lo que se añade una temeridad desenfrenada en la composición de titulares. Es una vergüenza pública que los hombres puedan hacer tanto daño con el objeto de vender más periódicos".

EE.UU. no aceptaron la solicitud de arbitraje internacional. Apoyado por el grupo de Hearts, el gobierno americano incitaba al odio contra España y se negaba a reconocer cualquier argumento exculpatorio... una situación que tiene extraordinario paralelismo con lo ocurrido tras el 11-S. A poco que se examine con objetividad y serenidad los hechos, se advertirá que las declaraciones del portavoz talibán en Afganistán en el sentido de que Bin Laden sería entregado en cuanto se presentaran pruebas fehacientes de su culpabilidad en los atentados del 11 de septiembre, no fue tenido en cuenta, a pesar de que parece una oferta extremadamente sensata. Sólo que, desde el primer momento, EE.UU. ya había decidido que Bin Laden era culpable y que había que intervenir en Afganistán. En el caso del Maine era evidente que España no quería la guerra. Estados Unidos sí. Gracias a esa guerra, EE.UU. sustituyó a España en el Caribe y el Pacífico en lo que supuso la primera vuelta de tuerca de su expansión internacional.

III. EL EXTRAÑO CASO DEL “LUSITANIA”

Veinte años después, cuando la Doctrina Monroe (“América para los americanos... del Norte”) ya se había afianzado y el desarrollo industrial del país le permitía aspirar a nuevos mercados, la Primera Guerra Mundial le brindó una oportunidad de ampliar sus horizontes comerciales. Como era habitual con el pueblo americano, tampoco en esta ocasión existía una opinión pública belicista interesada en implicarse en lo que hasta ese momento se conocía como la “Guerra Europea”. Sin embargo, en Europa, especialmente en Inglaterra, se deseaba ardientemente que EE.UU. entrara en guerra al lado de las potencias aliadas. Todos los combatientes europeos estaban desgastados por tres años de guerra de desgaste y parecía que ninguno de los dos bandos pudiera alcanzar una hegemonía decisiva sobre el otro. Fue entonces cuando ocurrió el misterioso episodio del Lusitania y, una vez más, EE.UU. encontró el medio para convencer a su opinión pública de que había que entrar en guerra para satisfacer ese primitivo afán de venganza estimulado artificialmente: una vez más el esquema del Maine, de El Alamo, volvía a repetirse. No sería la última vez.

Hundido en la costa meridional de Irlanda, el 7 de mayo de 1915, a las 14:11, a veinte kilómetros de distancia, en la Old Head Kinsale, el Lusitania arrastró consigo a 1198 personas, 124 de las cuales eran americanas. Sabemos que el Lusitania fue hundido por un submarino alemán. Sin embargo se ha debatido hasta la saciedad los motivos por los que fue torpedeado. ¿Era el Lusitania un barco de pasajeros o era un buque artillado? ¿Es cierto que transportaba armas? Hoy no es posible dudar de que el trasatlántico fue sacrificado intencionadamente, a fin de inducir a la opinión pública americana a aceptar la intervención en la Guerra Europea.

El último viaje del trasatlántico -de Nueva York a Liverpool- comenzó el 1 de mayo de 1915. Los alemanes advirtieron a los pasajeros que pensaban viajar en el Lusitania que desistieran de su propósito y cancelaran sus reservas. Recordaron que todo barco de pasajeros perteneciente a un país enemigo que entrara en aguas de la zona de guerra se exponía a ser atacado.

La embajada alemana en Washington llegó incluso a publicar en los periódicos americanos anuncios que advertían: “A los viajeros que proyecten embarcarse en una travesía por el Atlántico, se les recuerda que existe estado de guerra entre Alemania y Gran Bretaña, y que los barcos de bandera británica pueden ser destruidos. Los pasajeros que viajen por la zona de guerra en barcos de Gran Bretaña o de sus países aliados, lo harán bajo su propia responsabilidad”.

A pesar de todo, 188 americanos reservaron pasajes a bordo del Lusitania, en cuya “inocente” declaración de carga no figuraban las más de 4000 cajas de municiones que transportaba, destinadas a contribuir al esfuerzo de guerra de los aliados.

El capitán William Tumer, recibió un mensaje del vicealmirante sir Henry Coke: “Submarinos en actividad a la altura de la costa meridional de Irlanda”. Uno de esos submarinos, el U-20, al mando del comandante Walter Schwiege, avistó al Lusitania. El barco iba armado por lo menos con doce cañones de 6 pulgadas y transportaba municiones y explosivos. En 1913, fue modificado para ser dotado de artillería pesada en caso necesario, quedando transformado en un crucero de guerra auxiliar. Una de las calderas del buque fue convertida en un depósito de municiones dotado de montacargas que podían elevar los proyectiles hasta la cubierta. ¿Por qué el Lusitania se hundió tan rápidamente? El torpedo disparado por el submarino alemán era del tipo “G”, cuyo poder de destrucción y de penetración era moderado. Fue el único impacto que recibió y bastó para lanzarlo al fondo del mar en apenas 18 minutos. Es casi seguro que la explosión hizo estallar las 4000 cajas de municiones que, como se admitió más tarde, viajaban clandestinamente a bordo? Todo induce a pensar que el Lusitania era en realidad un transporte de material bélico, camuflado como transporte de pasaje. El Almirantazgo inglés atrajo el buque hacia una zona infestada de submarinos alemanes. Era una trampa.

Después del desastre, norteamericanos y británicos se pusieron de acuerdo para encubrir lo ocurrido. Hoy se reconoce que la declaración de carga del buque fue falsificada; además, en los partes oficiales de sir Henry Coke, tanto como en el registro de señales del almirantazgo, faltan las entradas correspondientes al 7 de mayo: son las únicas páginas perdidas de los documentos oficiales en todo el periodo de la guerra. Los 188 pasajeros americanos muertos fueron la excusa para entrar entrar en la Guerra Europea y transformarla en Mundial.

Este conflicto, históricamente, sirvió para debilitar las potencias europeas, provocar la mayor alteración de fronteras de todo el siglo XX, y consagrar la supremacía del capitalismo americano. Mientras que las potencias continentales sufrieron altos niveles de destrucción material, especialmente Francia y Alemania, EE.UU., situado fuera del radio de acción de las bombas, pudo poner en marcha una ingente producción industrial al servicio del esfuerzo bélico. Este esquema se repetiría en la Segunda Guerra Mundial.

Cuando ocurría el incidente del Lusitania, algo había cambiado en relación al del Maine. Se había creado un eje anglosajón que dura hasta nuestros días y que consagró a Inglaterra como el principal ayuda de cámara de la política expansionista americana.

IV. EL EXTRAÑO ATAQUE A PEARL HARBOUR

Se suele pensar que EE.UU. entraron en las dos guerras mundiales con el fin de defender la democracia y la libertad, frente a gobiernos oscurantistas o totalitarios. Nada más lejos de la realidad. EE.UU. no han entrado jamás en una guerra por motivos ideológicos y mucho menos en defensa de unos derechos humanos que ellos mismos son los primeros en conculcar incluso en su propio territorio. EE.UU. sólo ha entrado en guerra –como potencia oceánica que es- allí donde ha querido ampliar sus mercados o para asegurarse el control de zonas ricas en reservas estratégicas. Cuando sus magnates económicos perciben una posibilidad de obtener buenos beneficios presentes o futuros deciden irrumpir en una zona. Frecuentemente bajo la forma de una intervención militar. Y si la opinión pública no es proclive a esta intervención, basta generar una situación de indudable dramatismo, poner en marcha los mecanismos de guerra psicológica (siempre hay un Hearst o una CNN dispuestos a hacer esa parte del trabajo sucio) para conseguir que todo un pueblo clame al unísono “¡venganza!”. Afán de lucro, cinismo criminal, provocación y doble lenguaje, son las armas empleadas habitualmente en este tipo de operaciones. La entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial engloba, una vez más, todas estas técnicas.

Cuando el 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbour, los dos principales portaaviones norteamericanos habían abandonado la rada del puerto unos días antes. Este hecho ha permitido sospechar sobre si realmente se trató de un ataque por sorpresa. Cada vez con más insistencia se sostiene que, efectivamente, se trató de una maniobra de Roosevelt para justificar la entrada en guerra de su país. Con el ataque a Pearl Harbour los japoneses no sólo brindaron a los norteamericanos los pretextos necesarios para entrar en guerra contra las potencias del Eje, sino que además se embarcaron en una guerra desigual contra una nación pródiga en recursos humanos y en extensión territorial.

La invasión alemana de Polonia en 1 de septiembre de 1939, supuso el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El día 3 de septiembre, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania. Hitler no tenía concepciones geopolíticas excesivamente claras. Como hombre visceral que era, se guiaba por impulsos, fue tensando una cuerda que finalmente se rompió. Se podía haber roto dos o tres años antes, al producirse la anexión de Austria o con la invasión del Checoslovaquia. Pero ocurrió con la intervención en Polonia. Esta ocurrió cuando la diplomacia alemana había sellado el Pacto Germano-Soviético, el cual implicaba algo más que manos libres en Polonia. Si bien, con el acuerdo, no había razón suficiente para la existencia de un Estado-tapón entre ambas potencias –Polonia-, los mentores del Pacto lo consideraron un acuerdo de alcance histórico que lograría crear un espacio euro-asiático continental, hegemónico frente a las potencias oceánicas anglosajonas. Las victorias alemanas en el Oeste, el episodio de Dunkerque y el vuelo de Hess a Inglaterra, demostró que una parte del régimen nazi deseaba la paz con Inglaterra precisamente para tener las manos libres en Rusia. Otros miembros del régimen nazi –Rosemberg, Bormann- tenían la concepción opuesta: querían vencer al mundo anglosajón y pactar con el mundo eslavo.

En cualquiera de los dos casos, EE.UU. permanecía alerta. Percibía que, sea cual fuera la orientación del conflicto, una vez más, Europa quedaría literalmente arrasada (a medida que los medios de destrucción eran cada vez mayores) y el esfuerzo bélico generaría un nuevo impulso para la industria norteamericana, incluyendo la posibilidad de penetrar en los mercados europeos hasta entonces vedados por medidas proteccionistas.

La cuestión era que el lobby pacifista norteamericano contaba con personajes extremadamente conocidos de la vida pública americana. El hecho de que Alemania hubiera terminado atacando a la meca del bolchevismo, implicaba que sectores conservadores, católicos y anticomunistas norteamericanos, miraron con simpatía esa operación. El famoso aviador Charles Limberg era uno de los antibelicistas más conocidos. Era imposible que cualquier presidente de los EE.UU. que quisiera ser reelegido, pudiera obtener del Congreso plenos poderes para declarar la guerra en esas condiciones. La tradicional amistad con Gran Bretaña no era suficiente como para arrastrar al país a la guerra. Así pues era necesario generar, una vez más, un “casus belli” capaz de vencer las resistencias y generar un estado de cólera en la opinión pública. Así se forjó la “operación Peard Harbour”.

En el verano de 1940 el Presidente Roosevelt ordenó la movilización de la flota del Pacífico y su concentración en Pearl Harbour. Cuando su comandante, el Almirante Richardson, protestó porque dicho puerto ofrecía protección inadecuada contra ataques aéreos y torpedos, fue relevado del cargo. El 7 de octubre de 1940 el analista de inteligencia naval McCollum, mandó a Roosevelt un memorando detallando cómo se podría forzar a Japón a una guerra contra Estados Unidos, proponiendo, entre las opciones, un embargo de petróleo a los nipones. Todo lo propuesto en ese memorando fue sistemáticamente llevado a la práctica.

Luego, el 23 de junio de 1941, un día después que Hitler atacase a la URSS, el Secretario del Interior y consejero del presidente, Harold Ickes, escribió otro memorando a Roosevelt en el que reafirmaba que “..se podría generar a raíz del embargo de petróleo contra Japón, una situación tal que haría no sólo posible sino sencillo el involucramiento en esta guerra de un modo efectivo. Y si de esta forma ingresamos indirectamente, nos evitaremos las críticas de haber entrado como un aliado de la Rusia comunista”. El propio Ickes hizo la siguiente anotación en su diario: “Por mucho tiempo he creído que nuestra mejor entrada en la guerra sería por el lado de Japón”.

Actualmente, a más de medio Siglo de ocurrido el ataque, el gobierno norteamericano se sigue negando a identificar y desclasificar muchos documentos japoneses descifrados antes del ataque, bajo la excusa de poner en peligro su “seguridad nacional”.

El 1 de agosto de 1.941, los EE.UU. impusieron el embargo de petróleo a Japón. Esto significaba apretar el cuello a esta nación que recibía de Norteamérica el 90% de su combustible. Los especialistas cifraban las reservas de petróleo de Japón en 65 millones de hectolitros. Como mucho daban para año y medio. Ahogando a Japón con el embargo de petróleo, y presentando propuestas inadmisibles para los nipones en términos geoestratégicos y militares, los Estados Unidos empujaron al Japón hacia la única salida posible: la guerra. Roosevelt había incitado directamente a los japoneses a entrar en guerra planteando un ultimátum el 26 de noviembre de 1941. En él exigía la retirada de todas las tropas japonesas de Indochina y Manchuria. Este ultimátum sólo fue comunicado al Congreso después del ataque a Pearl Harbour. Hasta ese momento los japoneses habían hecho todo lo posible para evitar la guerra, a partir del ultimátum no tenían otra posibilidad más que declararla. El príncipe Kenoye, embajador del Japón en los Estados Unidos había solicitado en varias ocasiones entrevistarse con Roosevelt para encontrar la solución. Roosevelt rechazó siempre el encuentro. Hoy se sabe que el gobierno de los Estados Unidos preparaba desde hacía años la guerra contra Alemania y Japón. La población norteamericana, sin embargo, no quería comprometerse en aventuras de este tipo y se mostraba francamente antibelicista e incluso, algunos sectores, especialmente tras el ataque alemán a la URSS, se mostraban abiertamente partidarios del Eje. Haciéndose eco de tal estado de ánimo, Roosevelt hacía declarado solemnemente, con un cinismo habitual en los presidentes americanos: “Me dirijo a todas las madres y padres para hacerles una promesa formal. Lo he dicho antes y lo repetiré sin cesar: vuestros hijos no serán enviados a la guerra en el extranjero”. Pero, junto a estas palabras tranquilizadoras, se negaba a entrevistarse con Kenoye, aumentando progresivamente la tensión.

Existen pruebas más que suficientes de que el Ejército Norteamericano estaba informado de que se iba a producir el ataque a Pearl Harbour. El embajador de los EE.UU. en Tokyo, Joseph Grew, informó en una carta dirigida a Roosevelt (27.01.1941) que, en caso de guerra, Pearl Harbour sería el primer objetivo japonés. El senador Dies, no solamente indicó al presidente (03.08.1941) que Pearl Harbour sería el objetivo preferencial japonés. Fue condenado al silencio. El 1941, la inteligencia americana consiguió decodificar las claves militares y diplomáticas de los japoneses. Esto permitía a Roosevelt conocer la fecha exacta, la hora y el lugar del ataque.

Al día siguiente, el presidente Roosevelt anunció en el Congreso que se había implantado el estado de guerra entre los Estados Unidos de América y el Imperio de Japón. La cifra oficial de bajas quedó fijada en 2.086 muertos, 749 heridos y 22 desaparecidos. La Armada perdió 92 aviones, y el Ejército, 96. La flota perdió 8 acorazados, 3 cruceros y varios buques menores de apoyo.

Desde la campaña japonesa en China, el gobierno norteamericano presionaba a Japón tensando la cuerda hasta el límite del enfrentamiento armado. Las Fuerzas Armadas de los EE.UU., conscientes de los riesgos que implicaba esta tensión, desde 1932 habían realizado ejercicios de simulación sobre ataques aéreos a Pearl Harbour, con aviones que despegaron desde portaaviones norteamericanos, y así pudo constatarse lo insuficientes de las defensas.

Además, criptógrafos estadounidenses lograron descifrar el código secreto de transmisiones de Japón y tenían conocimiento, desde 1.940, del creciente interés japonés sobre Pearl Harbour. A partir de septiembre de 1.941, los informes interceptados se referían no sólo a los movimientos de buques, sino a la posición exacta de los mismos en la rada del puerto así como de la posición de las baterías antiaéreas y frecuencia de los vuelos de reconocimiento en torno a las islas Hawaii, lo que sólo podía indicar que se estaba preparando un ataque.

A principios de 1.941, el General Martin y el Contralmirante Bellinger, jefes de las fuerzas aéreas del ejercito y de la aviación naval en Pearl Harbour, habían manifestado su preocupación por la pocas defensas de la base y anunciaban la posibilidad de un ataque japonés previendo la ruta, la intensidad y el número de portaaviones. No se equivocaron en nada.

Días antes de la operación, los norteamericanos habían interceptado y descifrado la orden dada a consulados y embajadas japonesas en los países hostiles (Holanda, Inglaterra y EE.UU., básicamente) de destruir los códigos secretos y documentos comprometedores ante el riesgo de conflicto, lo que sólo podía suponer que el Japón iba a entrar en guerra con ellos de forma inminente. Pese a todo no se adoptaron medidas preventivas. Pocas horas antes del ataque, los norteamericanos habían interceptado el mensaje cifrado, dirigido por el Ministerio de Asuntos Exteriores japonés a la embajada en Washington, que había de ser presentado al Secretario de Estado norteamericano: contenía la declaración de guerra. De todo lo anterior se desprende que los EE.UU. sabían dónde, cómo y cuándo se iba a producir el ataque japonés.

La pregunta es: ¿por qué no se adoptaron las medidas de seguridad oportunas? La explicación más probable se encuentra en el deseo del gobierno estadounidense de entrar en guerra, al encontrarse amenazados sus intereses económicos en el Pacífico y China, y con el riesgo de perder las millonarias inversiones efectuadas en Gran Bretaña, si ésta sucumbía ante Alemania.

Tras haberse pasado años abogando por la neutralidad, el gobierno estadounidense no podía esperar que sus ciudadanos aceptaran una entrada en la guerra de forma voluntaria, por lo que había que encontrar la manera de presentar la guerra como algo no deseado por el gobierno, pero necesario, como una guerra patriótica librada para vengar una agresión previa. Sólo un deseo calculado de entrar en guerra por parte del gobierno estadounidense explicaría la ausencia de medidas defensivas apropiadas, o por qué se retiraron las redes antitorpedos a los acorazados, se desistió de colocar globos cautivos de defensa antiaérea en la base, o por qué se retiraron aquel día los portaaviones norteamericanos de la rada de Pearl Harbour, dejando en su lugar acorazados obsoletos de la I Guerra Mundial. El valor militar de estos viejos buques frente a unidades japonesas del mismo porte era escaso.

A causa de retrasos en el descifrado del mensaje en la Embajada japonesa, la nota fue presentada a las dos y veinte de la tarde. En ese momento, la Flota del Pacífico ya había sido virtualmente aniquilada en Pearl Harbour. El efecto de su destrucción ante la opinión pública estadounidense determinó la decisión de vengar con sangre la afrenta. Sabemos lo que ocurrió después; lo que empezó en Pearl Harbour, terminó en Hiroshima y Nagasaki.

V. EL EXTRAÑO “INCIDENTE DE TONKIN”

Veintitrés años después, llegamos a Vietnam. El 2 de Agosto del 1964, siete meses después del asesinato de Kennedy, barcos aparentemente norvietnamitas atacaban al destructor “Madox” en el Golfo de Tonkín “sin mediar provocación alguna”. Dos días después, en la misma zona, en medio de una tormenta, dos lanchas presuntamente norvietnamitas lanzaron 43 torpedos contra dos barcos norteamericanos. En medio de un clima emocional extremadamente excitado, el Congreso norteamericano no pudo negarse a la petición de guerra abierta contra Vietnam del Norte, formulada por el presidente Johnson.

Inmediatamente fueron bombardeadas instalaciones militares de Hanoi. A partir del 5 de febrero de 1965, estos bombardeos fueron diarios. Casi cuarenta años después, nadie ha podido demostrar que este ataque alguna vez se produjera. Los barcos norvietnamitas eran invisibles y los presuntos torpedos no provocaron daño alguno en los navíos americanos. El segundo ataque jamás existió y en cuanto al primero, Murrey Marder, reportero que cubrió la noticia para el Washington Post, reconoció años después que la información publicada era falsa y que “jamás hubo retractación”. Marder recordó haber visto con sus propios ojos como la marina de Vietnam del Sur “respaldada por EE.UU., había estado bombardeando las islas costeras de Vietnam del Norte, justo antes de los ataques “no provocados” contra los barcos de EE.UU. en el golfo de Tonkín. Pero la máquina de propaganda del Pentágono estaba acelerando: Antes de que pudiera hacer algo como reportero, el Washington Post había apoyado la Resolución de Tonkín”. Marder añadió: “Si la prensa estadounidense hubiera estado haciendo su trabajo correctamente y el Congreso hubiera hecho lo mismo, no nos hubiéramos implicado en la guerra de Vietnam”. Raldolph Hearst había muerto, pero su espíritu seguía vivo entre los magnates de la prensa americana...

La llamada Resolución del Golfo de Tonkin, entregaba al presidente poderes para intervenir directamente en el conflicto. Fue el inicio de la guerra del Vietnam. Hoy se sabe que el primer ataque norvietnamita, de haber ocurrido –y no existe seguridad de que así fuera- fue provocado por Estados Unidos y el segundo nunca existió. Con posterioridad, se revelaron las conversaciones telefónicas entre el Presidente y el Secretario de Defensa McNamara; se supo entonces que Johnson había engañado al Congreso, ocultando que habían ordenado operaciones secretas para provocar a las fuerzas de Hanoi, previamente al episodio de Tonkín.

Es imposible separar en el tiempo y en la lógica de los hechos, el asesinato de Kennedy del episodio de Tonkín. La única diferencia entre la presidencia de JFK y la de Johnson consistía en que, el primero se negaba a implicar más al país en Indochina, mientras que el segundo –comprometido con sus amigos tejanos representantes del consorcio militar-industrial- no perdió la ocasión para intervenir en Vietnam. Pero existían limitaciones legislativas y la opinión pública no se sentía excesivamente atraída por la intervención. Fue necesario un episodio de alto voltaje dramático para sacudir –una vez más- la conciencia americana. Y esa fue la función del “incidente de Tonkín”. Si bien en ese episodio no se produjeron muertos ni heridos, sino solo una afrenta al orgullo norteamericano, lo que seguiría en los diez años siguientes costaría casi 50.000 muertos y el hundimiento moral de los EE.UU. Además, por su puesto, de cuantiosos dividendos para la industria de armamento.

Todavía hoy, cuando las relaciones entre EE.UU. y Vietnam se han normalizado, éste país sigue negando cualquier implicación en el “incidente” y, ni ayer ni hoy, el Pentágono ha podido demostrar fehacientemente que el ataque se produjera, aun a pesar de que los torpedos disparados deberían haber dejado rastros físicos. No fue así. Hoy puede intuirse que se trató de una nueva provocación a fin de formar un “casus belli”.

VI. EL MISTERIO DEL PRIMER ATENTADO CONTRA EL WTC

Una bomba cargada con 600 kilos de dinamita, oculta en una rampa de acceso al aparcamiento subterráneo, estalló en el WTC de Nueva York. Era el 26 de febrero de 1993. La explosión provocó un cráter de 30 metros de diámetro y unos 60 de profundidad, desatando un incendio. También destruyó los seis niveles de subsuelo del centro y, poco después, por efecto de la onda expansiva, se derrumbó el techo de la estación de trenes que cubren el trayecto entre Nueva York y Nueva Jersey. Fallecieron seis personas y otras mil resultaron heridas. El atentado anticipó lo que ocurriría ocho años después en el mismo lugar y a una escala mucho mayor y no sólo por que anticipó las escenas de dramatismo y terror, sino por los puntos oscuros que salieron a la superficie durante la investigación.

Rápidamente, las investigaciones se dirigieron hacia los medios islámicos y el FBI no tardó en identificar a los culpables. En mayo de 1994 cuatro activistas islámicos integristas fueron condenados a un total de 240 años de cárcel por ese atentado, que luego fue imputado a la red terrorista que supuestamente dirigida por el jeque Omar Abdel Rahman, guía espiritual de una organización clandestina integrista egipcia.

Pero no todo estaba tan claro como el jurado pretendía. Empecemos por el “jeque ciego”. No era un desconocido. Predicador islámico y líder religioso abogaba por el derrocamiento violento del Gobierno egipcio, lo que no fue obstáculo para que obtuviera en 1990 un visado para EEUU. Abdel Rahman predicaba en una mezquita de Nueva Jersey que frecuentaban varios de los sospechosos detenidos por el atentado de 1993. El líder islámico religioso obtuvo un visado para EEUU en Jartum, “gracias a un error informático” y después de que los consulados norteamericanos en Cairo y Londres se lo denegaran. Al saberse este dato, se difundió el rumor entre los medios de información de que “Hubo una serie de mensajes frenéticos de Washington y El Cairo a la Embajada para cancelar el visado, pero el líder islámico ya había partido para EEUU y pasó sin problemas el control de pasaportes en el aeropuerto J.F. Kennedy de Nueva York”. Esta noticia, como veremos, resultó ser completamente falsa. Estaba claro que se le había ayudado a entrar en EE.UU. por los servicios prestados en anteriores episodios, sin duda, el más notorio de los cuales fue su apoyo a las guerrillas antisoviéticas afganas.

El 22 de julio se supo que el “error informático” al que se aludió en un principio era falso. Ese día, The New York Times reveló que los servicios secretos de Estados Unidos estuvieron más implicados de lo que se creía en la concesión de visados de entrada en el país al Omar Abdel Rhaman. El diario había obtenido documentos secretos del Departamento de Estado. Entre 1986 y 1990, el Servicio Central de Información estadounidense (CIA) aprobó seis veces la concesión de visado a su nombre.

La última vez que Abdel Rahman obtuvo un visado de entrada en EEUU fue en la embajada estadounidense en Sudán en 1990, donde se lo concedió un empleado de la CIA destacado en dicha representación diplomática. Pero en esa época, el líder integrista ya tenía un amplio historial relacionado con episodios de terrorismo. En 1981 fue procesado y absuelto en Egipto de los cargos de participar en la conspiración para el asesinato del presidente Anwar Sadat. Ocho años después las autoridades egipcias le acusaron de incitar a la violencia entre sus fieles. Pero sus extremadas buenas relaciones con la CIA derivaban de su contribución al reclutamiento de integristas musulmanes para luchar en las filas de la guerrilla afgana. Fuentes gubernamentales egipcias aseguraron que incluso trabajó para la inteligencia americana.

Hosni Mubarak, presidente egipcio, afirmó dos meses después del primer atentado al WTC, que había enviado informaciones al FBI sobre la red de integristas islámicos en EEUU. En una entrevista publicada hoy por el The New York Times, el líder egipcio declaró que “el atentado podría haberse evitado si hubierais escuchado nuestros consejos". Mubarak echó la culpa por la ola de violencia en Egipto y otros países de Oriente Próximo a los guerrilleros afganos que, apoyados por EEUU, combatieron al Ejército Soviético en la década de los años 80. Altos funcionarios egipcios dijeron a ese diario norteamericano que meses antes habían alertado a EEUU sobre las actividades y los discursos incendiarios del líder religioso integrista Omar Abdel Rahman y sus predicaciones en Nueva Jersey y en las mezquitas de Brooklyn.

Así pues, el principal instigador del crimen –o presentado como tal- había entrado sin problemas en EE.UU. de la mano de la CIA. Pero lo más sorprendente es que el resto de acusados, con anterioridad, ya había sido investigado por el FBI. El 10 de junio de 1993, se supo que el FBI tenía la sospecha de que estaban programando un “acto criminal”, se habló incluso del intento de asesinato del secretario general de la ONU, Butros Gali. Sorprendentemente, seis semanas antes del atentado al WTC, los agentes de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) desistieron de sus pesquisas que se habían prolongado por espacio de cinco meses, al no encontrar pruebas que confirmaran sus sospechas, según el periódico neoyorquino US News and World Report.

Entre la veintena de investigados estaba el egipcio Mahmud Abuhalima, de 33 años, considerado el "cerebro" del atentado. Era la cuarta vez que el FBI le investigaba, y en enero de 1993, los agentes concluyeron que las sospechas de que planeaba el asesinato de Gali eran infundadas. Sin embargo, cuando se decidía concluir esta investigación, su célula ya estaba planificando el atentado contra el WTC.

Todo esto es bastante preocupante, pero mucho más lo es recordar la noticia publicada el 28 de octubre de 1993 y difundida en España por EFE, según la cual: “El FBI no sólo sabía que se estaba preparando un atentado contra el World Trade Center de Nueva York sino que anuló unos planes para hacerlo fracasar, según cintas grabadas en secreto por un confidente”. Algunos extractos, fueron publicadas por el diario The New York Times, y revelan que las autoridades fueron alertadas sobre los preparativos de un atentado. La noticia proseguía explicando que, ante las advertencias del confidente, los investigadores prepararon un plan para cambiar los explosivos que iban a utilizar los presuntos terroristas por una sustancia inofensiva. Pero el plan fue cancelado por un supervisor del FBI, cuya identidad no ha sido facilitada, “quien tenía diferentes ideas de cómo utilizar los servicios y los datos que ofrecía el confidente, el ex militar egipcio Edmad Salem”. Las transcripciones de las cintas fueron facilitadas a la defensa de los 15 acusados de formar parte de un complot que presuntamente planeaba asesinar al presidente egipcio, Hosni Mubarak, en una visita a Nueva York y cometer un atentado contra la sede de la ONU y dos túneles muy transitados de esta ciudad.

Sin embargo, las grabaciones contienen también conversaciones en las que Salem se queja a agentes del FBI de que si hubieran hecho caso a sus advertencias se hubiera podido evitar el atentado contra el WTC. Después del atentado, Salem estaba tan furioso que quería quejarse a los máximos representantes del FBI en Washington, pero agentes de dicho organismo en Nueva York le disuadieron, según The New York Times, que cita un fragmento en el que el informante afirma que "desde el atentado me siento horrible ... siento que aquí (FBI) hay gente que no me escucha". En la misma conversación la agente del FBI Nancy Floyd intenta animar a Salem al declarar que "no fue porque usted no lo intentó y yo lo intenté" y agregó que "no se puede forzar a la gente a hacer lo apropiado". En otro fragmento Salem comenta una conversación que tuvo con el agente del FBI, John Anticev, al que le dijo que "ahora han visto el atentado y ustedes dos saben que hubiéramos podido evitarlo (...) a ustedes se les paga para prevenir que ocurran estos problemas". "Manejábamos el caso perfectamente hasta que llegó el supervisor que lo enredó todo", declaró Salem en una conversación con Anticev, quien no puso objeciones a dicha afirmación. En otros extractos de las cintas filtradas a la prensa, el líder integrista musulmán Omar Abdel Rahman declaró a Salem que no quería tomar parte en el atentado contra la ONU.

Aunque el director del FBI, Louis Freech, afirmó que no podía comentar el asunto, fuentes no identificadas de esa agencia federal confirmaron al diario The New York Times la apertura de una investigación sobre el tratamiento que se dio a las informaciones y advertencias hechas por Emad Salem. Las informaciones de Salem, quien supuestamente recibió un millón de dólares del Gobierno de EEUU por sus servicios, permitieron la detención de los presuntos miembros del complot. Salem empezó a trabajar como confidente del FBI antes del atentado e incluso se infiltró en los círculos más cercanos a Omar Abdel Arman, en 1991, a raíz de la investigación sobre el asesinato en Nueva York del líder radical judío Meir Kahane.

La información transmitida por Salem permitió al FBI vigilar durante más de seis semanas y detener finalmente a los ocho presuntos terroristas, de los que se dijo que planeaban volar la ONU, dos túneles bajo el río Hudson por donde transitan decenas de miles de personas al día, y la sede del FBI en Nueva York. La banda también preparaba, según las autoridades, el asesinato del secretario general de la ONU, el egipcio Butros Gali, del presidente de Egipto Hosni Mubarak, y de dos políticos neoyorquinos. Sus motivos para cooperar con el FBI eran "altruistas y mercenarios", dijo una fuente, mientras otra explicó que el ex militar egipcio, musulmán convencido, consideraba que los conspiradores habían pervertido el Islam.

Recapitulemos.

-          Así pues, el inspirador del atentado era un antiguo colaborador de la CIA en Afganistán, al que la CIA introdujo en EE.UU.;

-          la célula terrorista había sido investigada por el FBI, existían informes procedentes de Egipto en los que se detallaban los episodios de terrorismo en los que estaban implicados los miembros de la célula y su inspirador;

-          la célula estaba infiltrada por el FBI que seguía sus pasos con uno de sus confidentes inmejorablemente situado en su interior.

Pero aún hay algo más grave que todo esto. La “infiltración” de Salem no fue tangencial o exterior al centro que planificó el atentado. De hecho fue él mismo quien fabricó la bomba. La afirmación se encuentra en la trascripción judicial de las conversaciones grabadas secretamente por el informante y que revelan que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) estaba presuntamente al tanto de la fabricación de la bomba. En una conversación tenida en abril de 1993 con el agente del FBI, John Anticev, Salem justificó la nota de gastos que le presentó al señalar que los costes eran más elevados, debido “a la fabricación de la bomba”. Salem afirmó también que la bomba fue construida "con la supervisión de la Oficina" (el FBI). En un fragmento de la conversación, Salem dijo: "sabemos que la bomba empieza a ser construida. ¿Por quien? por vuestro informante confidencial".

Uno de los abogados de la defensa, Ronald Kuby, afirmó: "creemos que Emad Salem puso la bomba en el World Trade Center". Kuby explicó que debido a que se encontraba cerca del lugar del suceso cuando ocurrió la explosión, Salem sufrió una afección de oído, por la que fue hospitalizado. Según la hipótesis de la defensa, Salem se habría ofrecido para fabricar la bomba con el fin de ganarse la confianza de los acusados y al mismo tiempo obtener un lucrativo beneficio por su colaboración con el FBI.

Con los datos de que disponemos es posible afirmar que:

-          los servicios de inteligencia americanos, no sólo sabían que se iba a producir un atentado en el WTC, sino que además lo estimularon,

-          no hicieron nada sustancial para impedirlo e incluso puede pensarse si no lo instigaron y

-          el celo de la CIA en introducir en EE.UU. al jeque Abdel Rhaman parece una maniobra para crear un falso responsable intelectual del crimen.

La CIA sospechaba que el jefe del comando, Ramiz Ahmed Yousef, que logró huir -¡tras ser interrogado por el FBI!- se ocultaba en Iraq, a pesar de que sus pistas se perdían en Jordania. El presidente Clinton, ordenó un nuevo bombardeo de Bagdad...

VII. CONCLUSIONES

-          Gracias al Motín del Te de Boston, se inició la guerra de la independencia de Gran Bretaña.

-          Gracias a la caída de El Alamo, EE.UU. arrebató e incorporó 1/3 del territorio mexicano.

-          Gracias a la explosión del Maine se hizo con el control económico del comercio en el Caribe.

-          Gracias al hundimiento de Lusitania logró entrar en la guerra europea y dar salida a enormes excedentes de producción.

-          Gracias a Pearl Harbour, consiguió entrar en la guerra europeoa y obtener un espacio preferencia en los mercados europeos en la postguerra.

-          Gracias al incidente de Tonkin el conplejo militar-industrial se enriqueció como nunca había hecho, gracias a la entrada en la guerra del Vietnam.

El llamado “motín del té de Boston” fue el pistoletazo de salida de la independencia americana. Y no se trató de un episodio misterioso. Hoy se sabe que los “indios” que asaltaron el buque inglés en el puerto de Boston y arrojaron toda la carga al mar, eran colonos pintarrajeados y disfrazados de indios, todos los cuales pertenecían a la logia masónica local. El “motín del té” es el primer episodio en la historia de los EE.UU. en el que lo que se ve es muy diferente de la realidad en sí misma. Nada es lo que parece en la historia de los EE.UU. Ese mismo esquema basado en la falsedad, la mentira, la provocación y el cinismo, han sido una constante en la historia americana que ha afectado, como hemos visto, de manera muy directa a España. Pero los pueblos y sus gobiernos eluden extraer consecuencias de la historia.

Gracias a esa ignorancia histórica, EE.UU. puede permitirse el lujo de crear un “casus belli” capaz de generar un nuevo conflicto del que sus intereses salgan reforzados. Cuenta para ellos con 26 servicios de inteligencia dotados globalmente de un presupuesto anual de 30.000 millones de dólares. La red de complicidades de estos servicios con los medios de comunicación es hoy, proporcionalmente tan importante como lo era en tiempos del Maine.

El pueblo americano, celoso de sus libertades, contrario a las intervenciones estatales, opuesto tradicionalmente a los dispendios de los organismos federales, desconfía de todo lo que supongan aventuras exteriores. La oposición a la guerra de Vietnam, a pesar de ser protagonizada por movimientos pacifistas, nueva izquierda y grupos contestatarios, fue una iniciativa muy propia del pueblo americano. De la misma forma que justificar los bombardeos de Vietnam del Norte en función del prefabricado “incidente de Tonkín” era una argucia, también muy propia, de la Administración...

Los Presidentes de los EE.UU. saben que sus posibilidades de reelección están muy disminuidas en caso en embarcarse en aventuras exteriores. Y es que las decisiones en política exterior pesan mucho en la política interior americana. Por lo demás, no resulta demagógico recordar que en las guerras cuyo desarrollo aumenta inevitablemente el poder del consorcio militar-industrial, los que mueren son los hijos de los norteamericanos medios, no los vástagos de las dinastías locales.

El único procedimiento mediante el cual las administraciones americanas han logrado salvar la resistencia de la población a implicarse en conflictos fuera de su territorio, ha sido la creación de episodios de inusitado dramatismo que han suscitado un impulso emocional en busca de venganza, ante el cual, el aislacionismo en política exterior pasa a un plano muy secundario.

Pero el impulso de venganza dura poco; cuando está agotado, o bien es necesario ofrecer victorias al pueblo americano (como ocurrió con las dos Guerras Mundiales), o bien se trate de una guerra de corta duración que termine con una rápida e incuestionable victoria (guerra contra México, guerra contra España, Segunda Guerra del Golfo, ataque a Afganistán). El riesgo consiste en que el deseo de venganza se disipe antes de haber podido ofrecer victorias. En ese caso, el pueblo americano genera redobladas resistencias a proseguir el conflicto. Tal fue lo que ocurrió en Vietnam.

Sea como fuere el modelo histórico es siempre el mismo a expensas del resultado final del conflicto iniciado. Lo verdaderamente importante es establecer el mecanismo mediante el cual se genera un conflicto a partir del interés de una parte por adquirir una posición preponderante en una zona geográfica o en una competencia comercial.

EE.UU. es, como hemos visto, lo que geopolíticamente es una “potencia oceánica” y, por tanto, sus intereses son, ante todo y sobre todo, comerciales. Es la “nueva Cartago”. Y para defender esos intereses, cualquier procedimiento es bueno. No puede decirse que, para las administraciones americanas “el fin justifique los medios”, sino más bien que “un solo fin –la hegemonía- justifica todos los medios”. Y uno de estos medios es el terrorismo entendido como provocación.

Desde el punto de vista operativo, contra más extremista es un grupo político, más fácilmente es manipularlo. Muy frecuentemente determinados grupos terroristas –o sus cúpulas- han aceptado fácilmente su manipulación a fin de aumentar su radio de acción o su capacidad para cometer atentados. Tal es el caso de Bin Laden durante su período de colaboración con la CIA en la lucha contra los soviéticos en Afganistán.

Puede establecerse el siguiente axioma: allí donde existe extremismo político, no hay reflexión estratégica en profundidad y, por tanto, hay una inmadurez política susceptible de ser manipulada. Entendemos por “inmadurez política” el desfase existente entre el proyecto político que se pretende poner en práctica y las posibilidades reales de hacerlo recurriendo a la violencia. El tipo de activista que ingresa en un grupo terrorista une a su convencimiento ideológico un impulso irrefrenable a la violencia que puede surgir de factores muy diversos: sexualidad anómala, frustraciones existenciales, psicopatías, una energía vital mal encauzada, presiones socio-culturales del medio en el que vive, etc. Sea como fuere, la inmadurez política está siempre presente. Y eso facilita la manipulación, la provocación y la infiltración.

Como ya hemos visto, otra estrategia muy habitual en los servicios de inteligencia es dejar actuar a un grupo terrorista, sin interferir en su acción, ni desarticularlo, así puede ir cometiendo pequeñas acciones terroristas, hasta que, finalmente, “alguien” comete un macroatentado que es endosado en la cuenta del grupo terrorista en cuestión. Dado que ese grupo se ha mostrado capaz de cometer acciones terroristas, nada impide pensar que, bruscamente, haya dado un salto cualitativo, y cometido una acción mucho más importante... a pesar de que, en realidad, no haya tenido nada que ver con ella. Es la estrategia de la manipulación y la provocación.

Otra estrategia habitualmente utilizada en la historia americana es la del arrinconamiento del adversario hasta que se le pone en situación de responder (así ocurrió con los japoneses en Pearl Harbour y en el caso del Lusitania). En el momento en que se ha atraído al adversario a la trampa, cuesta poco sacrificar unos cuantos cientos o miles de peones si, a cambio, el beneficio que se va a obtener es extraordinariamente alto. Colóquese a un lado lo que significan los 3.500 muertos en los atentados del 11-S, junto a los extraordinarios beneficios que reporta adelantar las líneas hasta las puertas del Caspio, custodiando las terceras reservas petrolíferas mundiales. Piénsese en los 2.500 americanos muertos en Pearl Harbour junto a los extraordinarios beneficios que reportó el vencer las barreras arancelarias europeas y crear mercados mundiales como consecuencia del conflicto desencadenado con un ataque que, era impactante para la opinión pública, pero estaba muy lejos de aportar una victoria completa para los japoneses.

Finalmente, otra estrategia concurrente consiste en achacar al adversario justamente aquello que uno mismo está realizando. El doble lenguaje ha sido utilizado por los totalitarismos de todos los tiempos. El caso del 11 de septiembre es extremadamente significativo: EE.UU. ha mentido, intoxicado, falseado y manipulado pruebas, lanzado acusaciones falsas, decretado medidas totalitarias en Intertnet, realizado bombardeos de terror sobre las ciudades afganas, apoyado y armado a bandas de asesinos, como mínimo tan desaprensivas como los talibanes, tratado a los prisioneros en Guantánamo con una crueldad difícilmente imaginable para un Estado occidental moderno, todo ello para concluir que se ha actuado en nombre de la libertad, los derechos humanos y la democracia que estaban en peligro por la acción de los terroristas. O como dice el refranero español “te lo digo para que no me lo digas”. 

El misterio que rodea al atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono no es sino la reedición de un modelo histórico repetido en innumerables ocasiones y con pocas variaciones, en la historia de los EE.UU. En el momento de escribir estas líneas lo obtenido por la política exterior americana bien vale la humillación de ver el WTC convertido en un amasijo de ruinas flameantes. Al calor de esas ruinas, el pueblo americano elevó un grito de venganza. Y George W. Bush, el presidente no refrendado en las urnas, “escuchó” ese grito y aprovechó para matar varios pájaros de un tiro: con la presión psicológicas de los atentados y estimulado el deseo de venganza, nadie se opuso a sus medidas limitadoras de las libertades en el interior del país, nadie condenó los bombardeos de Afganistán, nadie denunció que toda la farsa olía a petróleo y que se aprovechaba para intervenir en zonas distantes del foco del conflicto (Filipinas) y amenazar a otras (Irán, Iraq, Corea, Siria); finalmente, Bush alcanzó el liderazgo que no tenía al alcanzar fraudulentamente la Presidencia y borró su imagen de patán ignorante y zafio.

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11-S. LA GRAN MENTIRA. (V de XV). ¿Por qué Afganistán?

Infokrisis.- Tras los atentados del 11-S, los equipos de guerra psicológica activados lograron que calase hondo en el cerebro de la población la idea de que existía un conflicto entre la ciudadela occidental de la tolerancia y la democracia y esos fanáticos religiosos musulmanes cuyo centro radicaba en Afganistán. Se trataba de una idea completamente falsa “por que el centro del conflicto es Arabia Saudita, no Afganistán (o Palestina)”, tal como explicaba Michael T. Klare en un artículo publicado en The Nation el 8 de noviembre de 2001. El analista norteamericano acertaba plenamente.

Resulta evidente que el mecanismo militar americano no se puso en marcha para derrocar al régimen talibán, sólo por que no respetaba los derechos humanos o por que daba cobijo a los presuntos terroristas de Bin Laden, proclamados sin pruebas que hubiera aceptado ningún tribunal, como único responsable de los atentados del 11-S. Existían dos objetivos. Hemos creído identificar uno de ellos (la aproximación a las fuentes energéticas del Caspio), pero aun hay otro: Arabia Saudí. Es extremadamente fácil entender lo que estaba ocurriendo.

Herbert Feis era en 1945 un oscuro asesor del Departamento de Estado que en esa época trabajaba sobre un informe elaborado por Defensa según el cual el petróleo importado por EE.UU. desde Venezuela y México, unido al que extraía de su propio territorio, no bastaría para abastecer el país en los años siguientes. Feis se preguntaba una y otra vez cómo salir de este callejón sin salida estratégico; analizando unos informes técnicos del Departamento de Estado comprobó que la única zona en la que EE.UU. podía garantizar durante décadas el suministro de petróleo era en Arabia Saudí que albergaba las mayores reservas conocidas sin explotar en aquella época. Pero no todo estaba tan claro: los informes de diplomáticos norteamericanos dudaban que la estabilidad política del país pudiera prolongarse en las décadas siguientes, por tanto, ofrecieron su colaboración para garantizar la peremnidad de la monarquía saudí a cambio de la garantía en el suministro petrolífero. Se aprovechó el desplazamiento de Franklin Roosevelt a la Conferencia de Yalta (con Stalin y Churchill) para organizar un encuentro con el rey Idn Saud en Suez. Allí se intuye que el acuerdo quedó oficializado, por que el hecho es que ningún documento de lo que se dijo ha salido a la superficie. Este convenio de “petróleo por apoyo político” sigue en vigor en nuestros días. Y la presencia de Bin Laden corría el riesgo de trastocar la situación. Mientras el Reino Unido mantuvo su despligue militar en todo el mundo, sus tropas estaban presentes en esa región, pero cuando el gobierno inglés decretó en 1971 el abandono de todas sus bases “al Este de Suez”, EE.UU. asumió más directamente la protección del país.

En la actualidad la ARAMCO (Compañía Árabe Americana de Petróleo) controla las extracciones de crudo saudí y una sexta parte de las necesidades americanas quedan cubiertas, pero el crecimiento económico plantean nuevos retos para la economía americana.

Por otra parte, a partir de 1989 algo empezó a cambiar en Arabia Saudí. Dos hechos merecen ser recordados. Saddam Husein invadió Kuwait y unió sus propias reservas a las del país conquistado. Además se aproximó peligrosamente a Arabia Saudí. Por otra parte, la guerra de Afganistán había generado la formación de una especie de “legión árabe” procedente de todo el Islam, que combatió a los soviéticos; 8 de cada 10 combatientes extranjeros, eran saudíes. Bin Laden era uno de ellos.

El Islam seguido en Arabí Saudí es una variante local muy particular, el wahabbismo. Los wahabbitas, sectarios del Islam, proponen la estricta observancia de los preceptos coránicos, los cuales deben seguirse al pie de la letra. Uno de ellos es la prohibición a que tropas infieles campen en la tierra más sagrada del Islam, Arabia, en donde se encuentran las ciudades de La Meca y Medina que pisó el Profeta. Cuando en 1989, los americanos reunieron tropas para atacar a Saddan Husein, muchos wahabbitas saudíes que habían luchado en la “legión árabe” en Afganistán protestaron. Pero la situación interior de Arabia Saudí es pésima: de entre todos los países del mundo, posiblemente es el que tiene los derechos humanos y democráticos más conculcados. No existe parlamento, ni partidos políticos, ni mucho menos libertad de prensa e información. El petróleo ha generado una corrupción inimaginable a la que se une la crueldad y siniestra eficacia de unas fuerzas de seguridad –la Guardia Nacional Arabe Saudí- entrenadas por EE.UU.

Llegó el año decisivo: 1979. Las tropas soviéticas penetran en Afganistán y los EE.UU. vuelven la espalda al régimen del Sha, facilitando el ascenso al poder del Imán Jomeini. Ese mismo año se produjo una revuelta islámica en La Meca, que fue ahogada en sangre. Carter, habitualmente tan pacifista, lanzó una seria advertencia a los que se sentían tentados de desestabilizar Arabia Saudí: “Cualquier amenaza a los intereses vitales norteamericanos será respondido por la fuerza”, era el núcleo central de lo que se ha conocido como la “Doctrina Carter”. La consecuencia de esta doctrina fue la formación de una Fuerza de Despliegue Rápido acuartelada en los EE.UU. pero con capacidad para desplegarse en horas en Oriente Medio. Tal como recuerda Michel Klare: “Carter también desplegó buques de guerra en el Golfo y arregló que las fuerzas estadounidenses pudieran hacer uso periódicamente de bases militares en Bahrein, en Diego García (bajo control británico en el Indico), Omán y Arabia Saudí. Todas estas bases fueron empleadas entre 1990 y 1991 durante la Guerra del Golfo y se están usando hoy en día”.

Cuando Rusia invadió Afganistán, EE.UU. creyó amenazada su privilegiada situación en la zona y apoyó por todos los medios a la guerrilla afgana. Los saudíes apoyaron estas acciones y permitieron que jóvenes voluntarios lucharan junto a los muyahidines afganos. Para colmo, como recuerda Michael Klare: “Carter añadió un importante codicilo a su doctrina: EE.UU. no permitiría que el régimen saudí fuera derrocado por disidentes internos, como ocurrió con Irán”. Reagan centuplicó estos apoyos y finalmente Afganistán terminó convirtiéndose en el Vietnam de la URSS. Para entonces ya había estallado la Segunda Guerra del Golfo.

Las unidades militares americanas se establecieron en Arabia y no la abandonaron tras el final de los combates. De hecho, los aviones que frecuentemente bombardean Iraq y patrullan constantemente en la zona de exclusión, despegan desde bases saudíes.

Y es en este contexto en el que aparece el proyecto político de Bin Laden que tiene mucho más que ver con Arabia Saudí que con Afganistán. Por que los objetivos confesados de Bin Laden son dos:

-  expulsar a los infieles de Arabia Saudí y

-  derrocar al régimen que ha permitido su presencia y con sus costumbres corruptas y depravadas ha pervertido al Islam.

En estos dos puntos se encierra el proyecto político de Bin Laden y lo esencial de su confrontación con EE.UU.

Que el proyecto tenía –y tiene- seguidores lo demuestra el hecho de que 100 de los 150 presos de Al Qaeda en Guantánamo son saudíes. Así mismo, las acciones terroristas de Bin Laden demuestran sin equívoco posible su opción antiamericana. Michael Klare dice con razón: “La actual guerra no comenzó el 11 de septiembre. Hasta donde podemos decir, comenzó en 1993 con el primer ataque al World Trade Center. Luego en 1995 con el ataque contra la Guardia Nacional Arabe Saudí de 1995 en RIAD, y con la explosión en 1996 de las torres de Khobar, en las afueras de Dahran. A eso siguieron los atentados contra las embajadas americanas de Kenia y Tanzania y, más recientemente, el ataque contra el USS Cole”. En todos estos casos se trata de atentados contra los intereses de los EE.UU. y de la monarquía saudí, su principal aliado en la zona.

¿Hay que concluir, por ello, que Bin Laden, en un nuevo paso al frente, ordenó los atentados del 11-S? Las policías de todo el mundo y los servicios de información saben bien que una técnica habitualmente utilizada consiste en no perseguir con excesiva saña a un grupo terrorista que va ejecutando pequeñas acciones, por que siempre habrá ocasión de realizar una grande que se le pueda atribuir. El viejo refranero español dice aquello de que “quien hace un cesto hace ciento”. Y en efecto, si un terrorista comete pequeños atentados durante meses y, bruscamente, alguien comete uno gigantesco y lo firma con la sigla utilizada por el otro, ¿quién va a creer que aquel que es capaz de cometer pequeños atentados no va a cometer un de mayor envergadura?

En 1973, miembros de la Logia Masónica P-2 y de los servicios de inteligencia italianos, contactaron con dos pequeños grupos neofascistas de Toscana y Milán. Les animaron a que cometieran atentados en sedes de izquierda. Les dieron dinero y medios. Y ellos lo hicieron. Inopinadamente, en 1974, los mismos que les habían apoyado durante más de año y medio, les sugirieron que fueran a entrenarse a los Abruzzos, lugar donde no habrían policías. Y ellos lo hicieron. Estando en la montaña, muy cerca del lugar en donde estaban acampados estalló una bomba en el interior del tren Italicus. La policía, inmediatamente, logró una foto robot del terrorista. Se correspondía con uno de los que estaban acampados. Un miembro de los carabinieri lo abatió con un rifle dotado de mira telescópica. Lamentablemente para los manipuladores, el muerto tenía un aspecto completamente diferente al que tenía en la foto. En efecto, durante varias semanas se había dejado crecer la barba. Este pequeño detalle no fue advertido por los servicios secretos que planificaron la operación y desbarató la operación. En cuando al otro grupo, también acampado en la montaña, sus miembros lograron huir gracias a la confidencia de un oficial de los servicios secretos. Estos fueron presentados como autores de la masacre: gente que había cometido decenas de pequeños atentados, muy bien podían ejecutar uno de mayor envergadura... Podríamos referir otros muchos casos similares, incluso en nuestro país. Pues bien, otro tanto pasó con Bin Laden.

Las acciones terroristas cometidas por el saudí fueron inmediatamente asumidas, estratégicamente tenían sentido, implicaban un desgaste del adversario, sin quemar excesivos peones. Y, por lo demás, estaban estudiadas para provocar reacciones débiles, en absoluto para poner en pie de guerra a la opinión pública americana. Por lo demás, siempre existirá la sospecha de cuál es el verdadero sentir de Bin Laden, cuestión que será planteada en otro lugar del presente estudio.

ASIA CENTRAL EN LA ENCRUCIJADA

La geopolítica enseña que el destino de los pueblos está íntimamente ligado a la geografía de los países que habitan y a los recursos que se albergan bajo su suelo. El azar fatalmente ha impuesto un dramático destino a la zona del Caspio desde que se realizaron prospecciones petrolíferas en el propio mar interior y en las repúblicas bañadas por sus aguas. Kuirguizia, Kazajastán, Uzbekistán, Tadzikistan y Turkmenistán, albergan juntas las terceras reservas petrolíferas más importantes del mundo. Retengan estos nombres por que, en las próximas décadas van a suministrar noticias a las primeras páginas de los diarios. Tadzikistán –un Estado prácticamente islámico- alberga las segundas mayores reservas mundiales de gas. Turkmenistán y Kazajastán albergan dos y tres zonas petrolíferas y éste último, además dispone de ingentes reservas de gas y plata.

Lo que está en juego no es sólo la posesión de estas gigantescas reservas petrolíferas, sino los canales de conducción del crudo a zonas marítimas. En este sentido existen tres proyectos para trazar oleoductos:

- El que conduce el petróleo hasta Irán y de ahí al Golfo Pérsico. Este país ha firmado acuerdos con Turkmenistán para el suministro de gas natural al norte del país a través de un gaseoducto de 287 km. El proyecto fue vetado por EE.UU. Coste: 2000 millones de dólares.

- El que conduce a Rusia de Tendiz a Novorossisk. Su construcción ha sido momentáneamente suspendida a causa de los conflictos locales y de la guerra de Chechenia

- El financiado por EE.UU. que discurre por Azerbaiján y Georgia hasta Turquía. Su objetivo es evitar la zona del Golfo Pérsico, con un trazado de 2000 km. Coste: 4.000 millones de dólares.

Todos estos trazados cruzan zonas extremadamente inestables y resultan inviables sin una presencia militar capaz de proteger la integridad de las instalaciones y de intervenir inmediatamente en caso de bruscos cambios de situación. La crisis de Afganistán ha ofrecido una oportunidad inesperada para acercar las bases militares americanas a esta zona.

Ciertamente no está claro cual será el desenlace de este conflicto; a pesar de desplegar ingentes medios de intervención y control, un oleoducto es siempre una instalación extremadamente frágil, especialmente cuando prolonga su trazado a lo largo de cientos de kilómetros.

Además no hay que olvidar que todo esto está ocurriendo en una zona tradicionalmente de influencia rusa. En tanto se ha producido la quiebra de la URSS y el vacío de poder del período Eltsin, Rusia ha quedado disminuida como potencia; pero frecuentemente se olvida que se trata de una situación coyuntural y que Rusia sigue teniendo las condiciones objetivas necesarias para volver a ser una superpotencia en décadas venideras. Y Rusia, en cualquier caso, está mejor situada que cualquier otra superpotencia para acceder a los yacimientos del Caspio que hasta los años 90 le pertenecieron en el marco de la URSS.

Las nuevas repúblicas exsoviéticas del Caspio, tienen un poderío militar muy disminuido. De todas ellas Uzbekistán  es la que cuenta con unas fuerzas armadas mejor dotadas (20.000 soldados, 180 tanques y 80 aviones de combate). Cualquiera de los países que, en la misma zona, se consideran como soportes del terrorismo (Siria, Iraq e Irán), cuentan con fuerzas militares muchísimo más fuertes y en condiciones de aplastar a estas pequeñas repúblicas ricas en petróleo. La estructuración de una alianza regional –Socios por la Paz- formada por Azerbaiján, Georgia, Uzbekistán, Kazajastán y Turkmenistán, enlazada con la OTAN, no ha mejorado excesivamente la situación.

No hay que olvidar que en estas repúblicas el Islam es la religión mayoritario y en el caso de Tadzikistán, se trata de un Islam emocionalmente próximo a los talibanes y en donde se han refugiado buena parte de los “estudiantes islámicos” que huyeron al iniciarse los bombardeos americanos.

De hecho, Bin Laden también se movía con criterios geopolíticos. Si el eje de su proyecto apuntaba a Arabia Saudí, también existió un proyecto regional avalado por Bin Laden y el Mullah Omar que contemplaba la creación de un “espacio islámico unificado” formado por Afganistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tadzikistán. Evidentemente, este proyecto es inviable dadas las circunstancias que siguieron al 11-S, pero no quiere decir que no haya generado adhesiones entre el Islam de la zona. Y, por lo demás, es aún pronto para saber cuál es la nueva correlación de fuerzas que seguirá a la campaña de bombardeos sobre Afganistán.

Pero si aun es pronto para saber como evolucionarán los acontecimientos al detalle, hemos creído poder establecer los móviles geoestratégicos que llevaron a utilizar los atentados del 11 de septiembre como “casus belli” y, por tanto, creemos que hemos señalado el área donde anidan los cerebros criminales que los idearon.

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11-S. LA GRAN MENTIRA. (IV de XV). El móvil de los atentados. Análisis geopolítico del conflicto.

Infokrisis.- La geopolítica es aquella rama de las ciencias políticas que estudia la influencia de la configuración y los accidentes geográficos en el desarrollo de la vida política y en la historia de las naciones. Los centros en los que se enseña geopolítica son raros y, sin embargo, esta ciencia guía los destinos de la humanidad. Se trata casi de una ciencia “esotérica” en el sentido de que muy pocos estadistas reconocen que buena parte de las orientaciones de sus políticas exteriores están dictadas por ella. Es una ciencia reservada a unos pocos, pero, no les quepa la menor duda que en las instancias que deciden la política exterior de las grandes potencias, las decisiones están marcadas, fundamentalmente, por los análisis geopolíticos.

EL MOVIL DE LOS ATENTADOS. EL ANÁLISIS GEOPOLÍTICO DEL CONFLICTO

Fundada en el siglo XIX y desarrollada en el primer tercio del siglo XX, influyó en la toma de decisiones que precipitaron la Primera y la Segunda Guerra Mundiales y el desarrollo de las estrategias del Este y el Oeste durante la Guerra Fría. Los nombres Mackinder, Kjellen, Haushofer posiblemente no digan nada a los lectores, pero episodios tan importantes como el Pacto Germano Soviético de 1939, Yalta, el desarrollo de la marina soviética en los años 60 y 70, la política exterior de Nixon o buena parte de las directrices de Stalin, la posición de Inglaterra en relación a Gibraltar, todo ello deriva directamente de las concepciones geopolíticas puestas al servicio de los proyectos hegemónicos de las superpotencias.

La geopolítica extrad sus conclusiones de distintas ramas de las ciencias del Hombre, en especial de la historia. A través de la crónica de las acciones de los hombres, encuentra confirmación a sus intuiciones. El análisis geopolítico parte de la base de que siempre, a lo largo de la historia, han existido dos potencias en disputa: una oceánica y otra continental, una potencia marítima y otra terrestre. Ayer fueron Cartago y Roma. Durante la Guerra Fría fueron Estados Unidos y la URSS. Algunas escuelas geopolíticas añaden a este análisis connotaciones ideológicas. Mientras que las potencias oceánicas atribuyen más importancia al comercio y a la vida económica, las potencias continentales dan mas importancia al Estado y a su organización.

Existen distintas escuelas geopolíticas, pero todas ellas hacen girar sus reflexiones en torno a la lucha por la hegemonía entablada entre el “mar” y la “tierra”. En la actualidad existe una potencia que domina sobre la gigantesca “isla” que es el continente americano y que completa su control sobre los mares gracias a la alianza histórica con Inglaterra (y por extensión con los países de la Commonwelth). El Pacto UKUSA (United Kingdom - United States of America) renovado tras la Segunda Guerra Mundial llevó a la práctica ideas que larvaban desde mediados del siglo XVIII tanto en Estados Unidos como en Inglaterra. La familia Bush -como veremos en otro lugar de este estudio- compartió desde generaciones estos planteamientos de alianza del mundo anglosajón. Su adversario era la potencia continental (el Imperio Austrohúngaro, Alemania, Rusia, etc.).

La geopolítica sostiene que, dependiendo del momento histórico, una potencia hegemónica continental termina convirtiéndose en un Imperio y ensanchando sus fronteras a la búsqueda de “espacio vital” hasta que encuentra una barrera geográfica que realmente le suponga una línea de defensa segura. Durante la Guerra Fría el teatro preferencial de operaciones era Europa. Era evidente que la URSS era la potencia continental del momento y, por tanto, su “destino geopolítico” era controlar toda Europa Occidental y crear un vasto imperio desde Lisboa a Vladikostov. De hecho, el Pacto Germano Soviético había sido el intento de articular un eje “terrestre” que tuviera como centros el Berlín hitleriano y la Rusia stalinista. En ambos bandos, el pacto encontró enormes resistencias que, finalmente, terminaron arruinándolo, pero la intención implícita consistía en crear un rival que consiguiera evitar la hegemonía mundial de la “isla” anglosajona. Tras la guerra, con Stalin y luego, cuando Kruschev fue alejado del poder, por la camarilla neostalinista de Breznev, estas ideas siguieron en vigor hasta el hundimiento de la URSS, pero con un matiz: para poder llevar adelante sus planes hegemónicos, la URSS precisaba abrirse hasta los “mares cálidos” del Sur, tal como ya habían intentado los zares. El fatum geopolítico de Rusia estriba en que carece casi completamente de salida al mar. Así pues, Rusia intentó “abrirse” hacia los mares (en Vietnam, en Corea, con la intervención en Afganistán que debería acercarlo al Indico, Cuba, guerrillas en las excolonias portuguesas, etc.) y crear una inmensa flota de submarinos nucleares y cruceros lanzamisiles con el intento de contrarrestar la hegemonía marítima anglosajona.

Pero, una serie de circunstancias fatales entrañaron la ruina de este proyecto geopolítico (el empantanamiento de Afganistán, la elección de Wojtyla como Papa y la subsiguiente repercusión sobre Polonia que entrañó el desmantelamiento de su red de alianzas defensivas, la Guerra de las Galaxias de Reagan que obligaba a la URSS a realizar un esfuerzo presupuestario que no estaba en condiciones de afrontar y, finalmente, las fuerzas centrífugas de carácter étnico-religioso que actuaban en el interior). A partir de ese momento, EE.UU. ya no tendría rival geopolítico; al menos en el futuro inmediato, por que a medio plazo, los propios analistas americanos dudaban de poder conservar durante muchas décadas su hegemonía.

LAS NUEVAS ORIENTACIONES EN POLÍTICA EXTERIOR

La política exterior americana ha variado sensiblemente con la administración Bush. Resulta evidente que en el historial de George W. Bush, no se encuentran rastros de que jamás se haya interesado por la política exterior (ni por política alguna, por lo demás). Si además tenemos en cuenta que resultó elegido por unas pocas decenas de votos, se entiende que los primeros meses del personaje en la Presidencia hayan sido vacilantes hasta el 11 de septiembre. Bush carece de talla intelectual para forjar una nueva orientación en política exterior, pero para ello están los antiguos funcionarios que trabajaron con su padre y que, de hecho, son las eminencias grises de su administración: el vicepresidente Dick Cheney y su Secretario de Defensa, Donal Rumsfeld, los llamados “halcones”, frente al “paloma”, Colin Powell que también estuvo a las órdenes de Bush “señor”. Rumsfeld ha enunciado una nueva doctrina de defensa cuya aplicación supone un intento de actualizar las líneas de política exterior que deben mantener la hegemonía americana en las próximas décadas.

A finales de marzo de 2001, cuando hacía pocas semanas que Bush se sentaba en el despacho oval, salió a la superficie una de las ideas-fuerza de su administración: China ha pasado a la categoría de ser enemigo estratégico. Esta idea ha sido expuesta en el contexto de un estudio sobre la modernización de las fuerzas armadas norteamericanas. Dicha reforma es un medio para alcanzar un fin: seguir detentando la hegemonía mundial. Estos elementos se conocen con el nombre de “Doctrina Rumsfeld”.
El eje de la polémica es la orientación de la expansión americana hacia el Pacífico con todo lo que esto implica:
-          Decoupling (desconexión) de Europa y de la OTAN.
-          Preponderancia de las armas de largo alcance.
-          Designación del nuevo enemigo estratégico: China.
-          Adecuación de las FF.AA. al nuevo teatro operacional.
Desde los años finales de los años 80, la doctrina del Estado Mayor del Ejército Chino explica que la guerra con EE.UU. es inevitable. Inevitable no quiere decir, deseable. China desde 1973 evitó el enfrentamiento con EE.UU., aceptó la llamada “política del ping-pong” emprendida por Nixon que, en la práctica consistía en generar una alianza estratégica entre Washington y Pekín para aislar a la URSS. Durante 25 años, esta política ha logrado mantenerse. China recibió a cambio su reconocimiento diplomático por Occidente, entró en el Consejo de Seguridad y aisló a Taiwán. EE.UU. obligó a la URSS a distraer fuerzas del teatro europeo y reubicarlas en sus amplias fronteras con China, especialmente en la zona del Usuri, reivindicada por el coloso asiático.

 

Pero las cosas variaron sensiblemente en el interior de China a partir de la muerte de Mao. Los nuevos gobernantes adoptaron decididamente la política de “un país, dos sistemas” que ha reportado un espectacular crecimiento económico, mientras que la natalidad quedaba contenida y se generaba un tejido industrial en trance de irrumpir masivamente en los mercados de todo el mundo. Junto a Europa, China iba a ser un competidor de los EE.UU. Sólo que un competidor extraordinariamente más agresivo que iba a generar resistencias especialmente entre los países de las orillas del Pacífico. El Washington Post lo enunció con claridad: “El crecimiento de China significa que el Océano Pacífico será el campo de batalla para las fuerzas norteamericanas”.

La Doctrina Rumsfeld explica, según Alejandro Uriarte, que el “actual sistema de alianzas americano es un resabio de la guerra fría”. Prevé que buena parte de sus aliados actuales –entre ellos la Unión Europea- se perderán y que los enemigos de EE.UU., después de un período de transición de 10 años –hasta el 2010- se verán intimidados por las armas de largo alcance de sus enemigos, especialmente en la zona del Pacífico. Una ofensiva china en esa zona implicaría que los gobiernos de Corea del Sur, Tailandia, Filipinas y Japón, tras verse intimidados, romperían su alianza preferencias con EE.UU. y terminarían clausurando sus bases militares en esas países.

Esta doctrina fue aceptaba por Bush frente a las tesis de Colin Powell partidario de una entente cordial con China. Pero la postura de Powell se debilitó extraordinariamente cuando la inteligencia americana advirtió que durante el bombardeo de Bagdad en abril de 2001 –realizado justo cuando Powell estaba de visita en Oriente Medio- las baterías iraquíes contaban con tecnología china. Luego los americanos redoblaron sus vuelos de espionaje sobre China, perdiendo un avión; volvieron a sacar el tema de los derechos humanos, facilitaron nuevos apoyos al Falung-Gong (secta religiosa de oposición) y procuraron por todos los medios aislar a los aliados de China en la zona, especialmente a Pakistán.

En los primeros momentos, si bien la designación de China como adversario principal fue aceptada por el Pentágono, surgieron algunas resistencias en la medida en que desembocaba fatalmente en una reducción del presupuesto de Defensa.

Los análisis de Rumsfeld no son absurdos. La guerra de las Malvinas demostró que un solo misil disparado a kilómetros de distancia puede acabar con un costoso destructor o hundir un transporte de helicópteros y, por lo demás, los mísiles Tomahawk se emplearon masivamente en Kosovo, Iraq y Afganistán. La importancia de los aviones tripulados sigue siendo grande, pero cada vez van ganando más terreno los “aviones inteligentes” (no pilotados).

En efecto, mientras el Pentágono sostiene que deben invertirse anualmente en Defensa entre 70 y 100.000 millones de dólares para financiar la modernización de las FF.AA. (frente a los 60.000 actuales), lo que se deduce de la Doctrina Rumsfeld, es justamente lo contrario, la sustitución de los planes de armamento más costosos (construcción de dos superportaviones de la clase Nimitz, cancelación del Proyecto Joint Strike Fighter y reducción de pedidos del cazabombardero F-22) por otros más adaptados a la nueva realidad y, mucho más baratos (barcos lanzamisiles más pequeños y ágiles, desarrollo de aviones no tripulados), lo que permitiría un ahorro de 20.000 millones anuales. En otras palabras, la doctrina Rumsfeld tiene como consecuencia un descenso de ingresos en el complejo militar-industrial. Después del 11 de septiembre todo esto ha cambiado y las partes han llegado a un acuerdo. La doctrina Rumsfeld se mantiene (China es el enemigo principal), pero las necesidades bélicas del día a día generadas a partir del ataque a Afganistán, crean la necesidad de aumentar las partidas de defensa y respetar planes armamentísticos propuestos. A primera vista, da la sensación de que la “Operación Afganistán” ha sido posible gracias a un acuerdo entre “halcones” y “palomas”.

LA LUCHA CONTRA EL CONTROL DE LAS FUENTES DE ENERGÍA

No hay nada en la política actual de los EE.UU. y en su accionar, que no esté implícito en la propia historia del país. En 1890 el capitán Alfred T. Mahan, sostenía que “Estados Unidos necesitaba una flota numerosa y capaz de fin de reforzar su posición como potencia comercial en el mundo”. Esta idea fue aceptaba por la Administración americana y especialmente por Tedy y Franklin Roosevelt. A partir de ahí la influencia de esta idea ha ido ganando peso constantemente en las administraciones americanas. En 1980, el presidente Carter explicó: “EE.UU. considerará un ataque vital contra sus intereses cualquier intento de potencias hostiles por interrumpir la circulación de petróleo en el Golfo Pérsico”. Incluso en las últimas fases de la Guerra Fría, a pesar de que el énfasis se colocaba en la disputa ideológica, ya se hizo evidente –especialmente a raíz de la Tercera Guerra Arabe-Israelí- que el petróleo era el motor del mundo y que había que asegurar las líneas de suministro. Así pues, la llamada “ruta del petróleo” (Golfo Pérsico, estrecho de Omán, Cuerno de Africa, Madagascar-Mozambique, cabo de Buena Esperanza, Golfo de Guinea, costa norteafricana) se convirtió en el objetivo de las dos superpotencias y así pueden explicarse las guerras africanas (en las excolonias portuguesas), la indefinición de EE.UU. en el tema de los derechos humanos en Sudáfrica mientras duró la Guerra Fría), e incluso la disputa entre Argentina e Inglaterra por las Georgias del Sur, situadas en pleno Atlántico, ambas partes tenían como objetivo mejorar sus posiciones y asegurar el suministro petrolífero hasta el Atlántico Norte (o bien, en el caso de la URSS, desbaratarlo).

En octubre de 1999 se produjo una pequeña reforma en el dispositivo militar norteamericano. En su momento nadie lo advirtió y ni siquiera mereció una pequeña referencia en medio de comunicación alguno. Y sin embargo era una alteración trascendental y extremadamente significativa si nos atenemos a lo que ocurrió dos años después. Se diría que el cerebro de aquella reforma estuvo “inspirado” a la hora de proponerla. Efectivamente, en esa fecha el Departamento de Defensa transfirió el mando de las fuerzas norteamericanas en Asia Central, del Comando del Pacífico al Comando Central. De este mando dependen las fuerzas estacionadas en el Golfo Pérsico y Arabia Saudí. No hay que llamarse a engaño, la función de estas fuerzas es garantizar el flujo de petróleo a EE.UU.

La tendencia no es nueva, se inaugura en 1990, cuando, a la caída de la URSS sigue la Guerra del Golfo, más tarde los conflictos interiores de la nueva Rusia en la región del Cáucaso e incluso, por extensión, como veremos, en las tres guerras balcánicas.

Hasta 1999, Asia Central no era un teatro preferencial de operaciones para el Pentágono, sino una región periférica sin interés. Todo esto cambió cuando se descubrieron grandes reservas naturales de petróleo y gas natural en la región del Caspio. A finales de los años 90 esta región comprendida entre los Urales, la frontera Occidental de China y las repúblicas exsoviéticas del Sur, empezó a ganar peso geopolítico. A este interés no es ajeno la cadena de conflictos que se han sucedido en los alrededores. Por que si existe un móvil para el 11 de septiembre, ese móvil es geopolítico y es tan negro y untoso como el petróleo.

Hasta el final de la Guerra Fría, la confrontación entre los bloques se debía fundamentalmente a cuestiones ideológicas; a partir del hundimiento de la URSS se olvidaron las motivaciones ideológicos y la lucha por la hegemonía mundial se centró en el control de las fuentes de energía y de las zonas donde existían reservas. En la medida en que el consumo de energía aumenta anualmente un 2%, el interés por esas zonas aumenta también vertiginosamente.

Mientras duró el conflicto con la URSS, el teatro principal de operaciones era Europa. Allí era donde debía de centrarse el conflicto entre ambos bloques. Tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia, acumulaban sus mejores fuerzas intervención, los medios tecnológicos y militares más potentes e incluso materiales diseñados a propósito para ese teatro de operaciones. Cuando, finalmente, la URSS quebró, se produjeron una serie de alteraciones geopolíticas en cadena: Africa dejó, bruscamente, de tener interés y pasó a la categoría de desahuciada por las potencias internacionales; en cuanto a Europa, vio alejarse la posibilidad de ser escenario de una nueva destrucción. A partir de ese momento, otras zonas emergieron como focos de posible conflicto y, al mismo tiempo, como teatros preferenciales de operaciones a fin de asegurar el suministro de energía a EE.UU. y a sus aliados. Estas zonas eran tres: el Golfo Pérsico, posteriormente la zona del Caspio y las regiones del Sur de China. Tras este nuevo diseño se había producido una reflexión sobre el futuro: las necesidades energéticas aumentan, las reservas disminuyen. Y no sólo de petróleo o gas, sino también de agua. Por lo demás, el cambio climático permite pensar que en los años venideros, el efecto invernadero provocará la desertización de algunas zonas y la disminución del agua disponible para riegos y consumo de la población, con las dramáticas consecuencias que pueden intuirse. Cuando Clinton era todavía el inquilino de la Casa Blanca, el Consejo de Seguridad Nacional emitió un informe en el que se decía: “EE.UU. debe mantenerse consciente de la necesidad de estabilidad y seguridad regionales en áreas clave de producción, a fin de garantizar nuestro acceso a los recursos energéticos y a su libre circulación”.

En el 2000 hubo una disminución en los suministros de petróleo y gas natural. En aquel momento la Administración americana desplegó su actividad en cuatro frentes:

1)       en dirección a Nigeria, solicitando de ese país cupos adicionales de petróleo,

2)       ayuda a los Estados ribereños del Caspio para que construyan nuevos oleoductos en dirección al Oeste,

3)       fomento de las prospecciones en zonas inexploradas de los EE.UU. y

4)       pactos con el gobierno mejicano para aumentar el suministro energético de ese país.

La cuestión es que otras potencias han abordado iniciativas similares para asegurarse la continuidad en los suministros. A lo largo de 1999, el Ejército Chino desplazó el grueso de sus unidades de élite de la frontera con China y en los territorios disputados del Usuri, al Oeste del país –Chianking-, allí donde se están realizando prometedoras prospecciones petrolíferas; además, reforzó su flota y la concentración militar en el Mar de la China. Los japoneses, por su parte, han reforzado su dispositivo marítimo y desplegado unidades aéreas en esa misma zona. Rusia ha tenido especial cuidado en machacar a los disidentes chechenos precisamente por lo estratégico de la región en donde despliegan su actividad: el Cáucaso. Por lo demás se calcula que otros países en vías de desarrollo triplicaran en veinte años el consumo de energía. Está claro que, en el futuro, no habrá petróleo para todos. Sólo los que obtengan seguridad en los suministros podrán alcanzar los niveles de desarrollo del siglo XXI. En el 2050, la humanidad tendrá entre 9.000 y 10.000 millones de habitantes, mientras que los recursos del planeta serán similares a los actuales.

No hay que olvidar que los Estados deben intentar resolver los problemas presentes y prever los futuros. Las proyecciones sobre el consumo de energía en los próximos años a partir de las cifras actuales y de los desarrollos industriales previstos, son escalofriantes y ningún gobierno puede volver la espalda a estos datos. El Departamento de Energía de EE.UU. prevé que el consumo mundial de petróleo aumente un 43% (de los 77 millones de barriles diarios actuales a 110) en apenas veinte años. En ese tiempo la humanidad habré consumido dos tercios de las reservas conocidas en la actualidad. A pesar de que las tecnologías de prospección habrán facilitado el hallazgo de nuevos pozos y permitido extraer petróleo de donde hoy resulta imposible o muy difícil, es seguro que será imposible mantener por mucho tiempo esos niveles de consumo. Esto sin olvidar que se trata de un bien que, antes o después, se agotará. Por el momento, las investigaciones sobre fusión en frío parecen estar muy lejos de rendir sus frutos y, desde luego, será imposible que haya resultados tangibles antes de 25 ó 30 años.

En la actualidad ya se perciben nuevos focos de conflicto a causa del petróleo. Michael T. Klare, explicaba: “China ha declarado al Mar de la China Meridional parte de su territorio marítimo nacional y ha afirmado su derecho a emplear la fuerza para protegerlo. Aunque sin mencionar a China por su nombre, Japón ha advertido sobre una amenaza a sus rutas de comercio vitales (aproximadamente 80% del suministro de petróleo a Japón llega por barcos cisterna a través del Mar de la China Meridional) y ha prometido tomar medidas de protección en consecuencia. La agresiva postura de China ha estimulado a otros países vecinos, entre ellos, Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia y Vietnam, a reforzar sus propias capacidades aéreas y navales”.

Pero hay algo mucho más terribles que el desarrollo, por que es posible vivir sin los últimos gritos de la tecnología, pero no es posible vivir sin agua. Y precisamente la escasez de agua es el segundo de los problemas que van a estallar en los próximos años. El calentamiento global de la atmósfera de un lado y la superpoblación de otro, hacen que el agua empiece a escasear en algunas zonas de Oriente Medio y el sudeste asiático. El acuerdo de 1959 entre Egipto y Sudán para repartirse las aguas del Nilo, excluyó a Etiopía y no puede ser sino germen de discordias futuras. El pacto entre India y Paquistán por las aguas del Indo (1960), ha logrado prolongarse hasta nuestros días, pero es uno de los motivos que están tras la disputa entre ambos países que pugnan por algo más que Cachemira. Otro tanto ocurre con las aguas del Eufrates, cuya distribución ha sido pactada entre Irak y Siria, pero no por Turquía. Así mismo en el trasfondo del conflicto entre Israel y sus vecinos se encuentran las aguas del Jordán y, en buena medida, es uno de los obstáculos para el reconocimiento de un Estado Palestino y ha envenenado las relaciones con Jordania y Siria en donde se encuentran las fuentes de este río. El Ministro de Asuntos Exteriores de Egipto, Boutros Gali declaró en 1988 que “La siguiente guerra en nuestra región será por las aguas del Nilo, no por política”.

Si bien el calentamiento de la atmósfera generará un volumen de lluvias más alto, esto ocurrirá sólo en zonas de costa, mientras que en el interior aumentará la sequedad y tierras que hasta ahora han sido de labranza, se convertirán en desiertos. El problema se agravará en los próximos años, especialmente en las zonas bañadas por las aguas de un mar interior, en zonas marítimas en disputa o en las riberas de grandes ríos que discurren por distintos países, será inevitable el estallido de conflictos. Para el año 2050 se estima que se alcanzará el tope en la demanda de agua, más allá del cual, ya no habrá existencias disponibles ni para consumo humano, ni para la industria. Los problemas que derivarán de esa situación afectarán, no sólo al desarrollo, sino a la supervivencia misma de algunos pueblos.

Imaginemos lo que puede ocurrir en algunas zonas –como en las orillas del Caspio- en las que existen aguas en disputa y, para colmo, se han encontrado grandes reservas de petróleo y gas natural; por no hablar del Mar de la China en donde siete Estados reivindican sus derechos. Y la situación no es mejor en el Golfo de Guinea (donde diversos Estados reivindican territorio y mares de los vecinos), en el Golfo Pérsico (donde ya han estallado dos guerras por conflictos territoriales relacionados con el crudo), Mar Rojo o en la zona de Timor.

Y en lo que se refiere a países productores de petróleo, con las fronteras estables y relaciones normales con sus vecinos, muchos se encuentran al borde del marasmo interior y en situación extremadamente difícil. Tal es el caso de Venezuela o Colombia. En otros, pueden producirse estallidos en cualquier dirección: Irán (con una confrontación no resuelta entre moderados y radicales), Iraq (con una Zona de Exclusión vigilada, el problema kurdo al norte, la sucesión de Saddam, y el bloqueo económico), Arabia Saudí (tutelado de cerca por EE.UU. pero en cuyo corazón late el integrismo wahabita que ha dado alas a Bin Laden y Al Qaeda), Argelia (con una guerra civil interior y una fuerte amenaza islamista), Angola (empobrecida por casi treinta años de guerra civil), Nigeria (con tensiones étnico-religiosas insuperables y con estallidos cíclicos), Sudán (dominado por el integrismo islámico), etc. Existen pocas zonas productoras de petróleo en donde haya una estabilidad completa y proyectable hacia el futuro.

Los atentados del 11 de septiembre han supuesto un verdadero “casus belli” para EE.UU. Le han permitido acercarse un poco más a la nueva zona de reservas petrolíferas del Caspio. A partir de ahí –y en los momentos de escribir estas líneas- está realizando avances hacia Filipinas y hacia Iraq (inicios de febrero del 2002). La lucha por el control de las fuentes de energía es el móvil, en lenguaje policial, perseguido por los planificadores de los atentados del 11 de septiembre. Hasta tal punto estas acciones han favorecido el despliegue americano en aquella zona que, aun en el caso de que nuestra tesis resultara falsa, podríamos decir que “si non é vero e ben trovato”, por que, en cualquier caso, este nuevo movimiento político-militar de los EE.UU. solamente ha sido aceptado por la opinión pública mundial, tras el efecto dramático de los atentados del 11-S, sea quien sea el que los planificó.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

11-S. LA GRAN MENTIRA. (III de XV). CÓMO SE CONSTRUYE UN FALSO CULPABLE

Infokrisis.-  Cuando el mundo permanecía aún atónito ante lo que estaba viendo en directo, un desconocido que llamó a una estación de televisión en Abu Dhabi asegurando que el responsable de los atentados era el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP). Los ataques serían una represalia por el apoyo que brinda Estados Unidos a Israel.

IV. ¿CÓMO SE CONSTRUYÓ UN FALSO CULPABLE?

Desde 1969, el FPLP había protagonizado distintos episodios de violencia. En el verano de ese año sus activistas secuestraron a cuatro aviones de pasajeros de distintas nacionalidades, haciéndolos estallar en Egipto. El episodio desestabilizó la situación política jordana, desembocando en el "Septiembre Negro" de 1970. Debieron de pasar mas de veinte años para que esta organización marxista-leninista palestina volviera a la primera página de los diarios. En 1991, el FPLP se responsabiliza del ataque perpetrado contra las posiciones que el Ejército israelí controlaba en la "zona de seguridad" al sur del Líbano en el que murieron cuatro soldados. A partir de ahí y en los siguientes años, la organización fue reivindicando distintos atentados contra los intereses judíos. Algunas de estas operaciones fueron realizadas conjuntamente con el Partido Comunista Libanés.

El 30 de julio de 1998, intentaron torpedear el proceso de paz asesinando a 13 israelíes e hiriendo a otros 172 en un mercado de Jerusalén, mediante un terrorista suicida. Se dijo en esa ocasión que el FPDL, en esa época, empezó a ser mediatizado por los servicios secretos iraníes tal como reveló en junio de 1998 el semanario jordano Shihan. Lo cierto es que, poco a poco, esta pequeña organización fue ganando fama de protagonizar atentados “inoportunos”, el más importante de los cuales fue sin duda el asesinato del ministro israelí de Turismo, Rejabam Zehevi en el hotel Hayatt de Jerusalén.

Con estos antecedentes la reivindicación realizada desde Abu Dhabi podía ser verosímil. Sin embargo, a las pocas horas, Taysser Khaler, dirigente del FDLP en los territorios palestinos declaró: "Quiero destacar que la información difundida en Abu Dhabi por una persona anónima es totalmente incorrecta". No sin cierto cinismo, añadió: "El FDLP rechaza el secuestro de aviones y está en contra de poner en riesgo la vida de civiles que no están relacionados con la lucha de esta región". Por su parte, Salah Zidán, un destacado dirigente del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) desmintió también cualquier implicación en los atentados de Nueva York.

Zidán, miembro del Comité Ejecutivo del FDLP, dijo a EFE que dicho frente "no tiene nada que ver, ni de cerca ni de lejos, con los atentados". Manifestó también, en respuesta a una pregunta, que "la llamada telefónica en la que alguien atribuyó al FDLP la autoría de los atentados no es cierta, sino completamente falsa, y el objetivo es causar daño a la causa palestina".

En realidad, la reivindicación no había resultado creíble para los analistas occidentales. Del FDLP se conocía lo suficiente como para saber que no tenía recursos ni estructura suficientes para ejecutar un plan de tanta envergadura. EFE, comentando la noticia, añadía: “De hecho, el FDLP es considerado un grupo secundario dentro del conflicto árabe-judío”. Sin embargo esta falsa reivindicación no era completamente ingenua. Había sido difundida bajo el impacto del atentado, cuando los televisores de todo el mundo estaban retransmitiendo en directo, una y otra vez, las imágenes de los impactos directos de los aviones contra el WTC y el Pentágono. Aun siendo falsa, estaba claro que subliminalmente se orientaba la responsabilidad del crimen hacia Oriente Medio. Se generaba en el público una sensación “de proximidad”. Era como si se dijera taxativamente: “no sabemos de dónde han venido los atentados, pero estén ustedes seguros de que tienen que ver con los enemigos de Israel”. En las horas siguientes, esa idea fue cobrando forma con leves rectificaciones.

Llama la atención –y frecuentemente se olvida- que uno de los primeros mensajes de condena del atentado lo realizó el régimen talibán. La noticia saltó a los teletipos hacia las 17:00 horas, apenas 120 minutos después de que el primer avión se estrellara contra la Torre Sur. EFE, “rebotó” la noticia a las 17:24 con el título: “Talibán niegan implicación Osoma Bin Laden”. La noticia estaba fechada en Islamabad y decía textualmente: “El gobierno afgano de la milicia integrista islámica talibán negó que el multimillonario saudí Osama bin Laden, refugiado en Afganistán, tenga nada que ver con los atentados en EEUU ante los que expresó su condena y el deseo de que sean detenidos los culpables. Osama sólo es una persona, él no tiene las facilidades para llevar a cabo tales actividades", afirmó Abdul Salam Zaeef, embajador de los talibán en el país vecino de Pakistán, uno de los tres estados del mundo que reconoce el régimen de los talibán”. Salam Zaeef calificó de "actos terroristas" los ataques y expresó su confianza en que los autores de los mismos fueran apresados pronto y llevados ante la justicia. "Queremos decir a los americanos que Afganistán siente su dolor", declaró el diplomático en conferencia de prensa celebrada en la capital paquistaní”.

Al día siguiente, cuando ya se había difundido la presunta culpabilidad de Bin Laden, el régimen talibán dijo que estaría dispuesto a examinar las pruebas sobre la supuesta responsabilidad del millonario saudí con vistas a su extradición. Abdul Salam Zaef explicó que su Gobierno podría estudiar las evidencias de las investigaciones llevadas a cabo por EEUU y responder a una solicitud de extradición de Washington. En aquellos momentos el régimen de los talibán, que controlaba el 90 por ciento del territorio afgano y el embajador en Islamabad estaba muy lejos de suponer que, apenas 100 días después, tan solo iban a sobrevivir de todo aquello, unos pocos cientos de talibanes huidos a las montañas, miles de presos en las cárceles y un país en ruinas.

A las 17:31 del 11 de septiembre, a solo 180 minutos de haberse producido los atentados, desde Londres, irrumpió una extraña declaración de un periodista árabe Abdel-Bari Atwan, redactor jefe del semanario “Al Quds”, reputado de estar próximo a Bin Laden. Atwan recordó que el saudí “había adelantado hace apenas tres semanas que se iban a producir pronto grandes atentados contra intereses en Estados Unidos”. Y afirmaba “con toda seguridad que Bin Laden está, tras de los devastadores ataques de hoy contra las torres gemelas en Nueva York, el Pentágono en Washington y otros lugares públicos del país”. Lo ocurrido "ha sido seguramente obra de fundamentalistas islámicos... Estos atentados han sido bien organizados... Pueden ser resultados del trabajo conjunto de varios grupos fundamentalistas islámicos", declaró. Luego resultó que Abdel-Bari Atwan jamás había tenido vínculos privilegiados con Bin Laden.

A las 19:10 del 11 de septiembre, el presidente de EEUU, George W. Bush, ordenaba “una investigación en profundidad del más brutal ataque terrorista sufrido nunca por este país y del que, por ahora, los cuerpos de seguridad del estado no disponen de pista alguna sobre sus responsables”. Se anunciaba que los servicios de inteligencia estadounidenses tampoco detectaron con anterioridad que se estaba gestando un ataque masivo contra algunos de los puntos neurálgicos de Estados Unidos. Sobre el FBI (Oficina Federal de Investigaciones) recayó la coordinación de la investigación sobre del ataque. A esa hora se reconocía que no había pistas de ningún tipo, pero, sin embargo “las miradas se dirigen hacia Oriente Medio y Osama Bin Laden”. Se recordaba su participación en atentados como los de Kenia y Tanzania. Colin Powell, que se encontraba de visita en Bogotá se vio obligado a suspender el viaje y trasladarse rápidamente a Washington. Aun en el aeropuerto de Bogotá declaró: "Pueden estar seguros de que Estados Unidos llevará ante la justicia a los responsables de esta tragedia". Pero, en realidad, Powell daba la sensación de estar algo desconectado de la línea principal de argumentación de la Administración Bush: por que, pronto no se trataba ya de “llevar ante la justicia”, sino simplemente de “castigar”

En el curso de la declaración de Bush, las agencias de prensa hacían recibido orientaciones de hacia donde se enfocaban las pesquisas: “Los investigadores dirigen sus pesquisas a determinar qué grupos terroristas en el mundo podrían tener la capacidad para organizar un ataque de estas dimensiones y según los expertos, una de las respuestas a ese interrogante lleva el nombre de Bin Laden”. Cuatro horas después de los atentados, estaba hasta tal punto clara la tendencia de la Administración Bush a culpar al mundo árabe del crimen que el presidente de la Asociación Arabeamericana de EEUU, James Zogby, pidió a sus conciudadanos "no realizar juicios acelerados y no apuntar a la comunidad árabe de EEUU, que como todos los otros ciudadanos de este país sufren por esos actos despreciables".

En un parte de EFE fechado a las 20:54, es decir ocho horas depuse del atentado, se presentaba a Bin Laden como “uno de los posibles sospechosos de estar detrás de los atentados de hoy en Estados Unidos, aunque hasta el momento no los ha reivindicado ni existe prueba alguna que le vincule a los hechos”. La noticia iba acompañada de algunos calificativos utilizados habitualmente en EE.UU. para referirse al saudí: "Millonario del terror", "banquero del terrorismo islámico" o "enemigo número uno de Estados Unidos" y se acompañaba con una rápida biografía del personaje.

Dos horas después, las informaciones empezaban a ser más concretas. Exactamente a las 23:22 se difundía unas declaraciones del senador republicano por Utah, Orrin Hatch, para quien las autoridades de Estados Unidos disponen de información sobre los atentados terroristas de Washington y Nueva York que conducen hacia Osama Bin Laden. "Aunque hemos recibido informaciones fragmentadas, hay indicios de que Osama Bin Laden está detrás de estos atentados", dijo Hatch, que es miembro de los Comités de Asuntos de Inteligencia y Judiciales del Senado de EEUU. A esa misma hora, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, inicialmente declinó informar sobre el proceso investigador y en una conferencia de prensa en el Pentágono aseguró que no hablaría "sobre asuntos relacionados con cuestiones de inteligencia". Preguntado sobre la posible implicación del integrista Bin Laden en los atentados, el jefe del Pentágono dijo que "no era el momento de hablar de esa situación". En el curso de esa rueda de prensa Rumsfeld habló por primera vez de Afganistán y desdiciéndose de lo que acababa de decir, abordó el tema Bin Laden: “no podemos aceptar esta situación sin una respuesta fuerte y adecuada... Bin Laden es la fuerza que motiva a estos actos, tiene el dinero y la capacidad de movilizar" a los enemigos de EEUU”. El congresista Hatch aprovechó para hablar de fondos: “reconoció que este golpe tendrá un impacto en los gastos de defensa y también que en este país no se han dedicado suficientes fondos a los servicios de espionaje”. Por su parte, el ex secretario de Defensa William Cohen, se refirió también a que "las huellas conducen a Bin Laden o a grupos que él apoya", pero subrayó que EEUU "necesita más evidencias de las que tiene por ahora y obviamente necesita más tiempo, pero no hay duda de que hay que actuar de forma rápida".

Cuando el sol ya había desaparecido en Europa e iniciaba su declive en Nueva York, quienes habían tenido ánimo suficiente como para seguir hasta esa hora las informaciones, ya se habían hecho una imagen muy clara de quien era el presunto inductor de los atentados: un saudí de nombre Bin Laden. En las horas siguientes, de una forma meteórica que contrastaba con su ineficacia anterior, los servicios de seguridad e inteligencia americanos, lograron identificar a los 19 sospechosos de secuestrar y estrellar los aviones. Aun dando por supuesto que esos 19 presuntos terroristas hubieran sido los responsables del crimen, todavía quedaba por demostrar que tenían algún tipo de vinculación con Bin Laden o Al Qaeda. Por que, a pesar de la magnitud del crimen y aceptando la versión oficial, no hay que olvidar que estos atentados habrían sido cometidos por un grupo terrorista que debía ser combatido como tal: con pruebas, órdenes internacionales de captura, detenciones, juicios y condenas: tal es el sistema que sigue cualquier Estado de derecho. Pero el problema es que, casi medio año después de los atentados, la culpabilidad de Bin Laden no ha sido demostrada con pruebas objetivas capaces de ser aceptadas por un tribunal. Todo eso se ha sustituido por un formidable e irreversible despliegue militar.

Creemos haber demostrado que ya desde el principio, a las dos horas de producirse el crimen, el culpable ya había sido designado. ¿Existían otras posibilidades? Muchas: atentado organizado por los servicios secretos iraquíes, atentado organizado por Corea del Norte, atentado organizado por los círculos extremistas norteamericanos (recuérdese la masacre de Oklahoma), atentado realizado por cualquier organización palestina -la andadura del FDLP ¿no se inició acaso con el secuestro de cuatro aviones en 1968?- manipulado por unos o por otros Estados árabes... pero no, desde el principio se insistió en la culpabilidad de Bin Laden. Ahora toca preguntarse por qué.

En 1994 los talibán llegan a Kabul con una aureola de “hombres santos” y logran establecer el orden en todo el país. Tan solo un pequeño reducto en el norte escapará a su dominio. Al año siguiente empiezan los atentados que han sido relacionados con Al Qaeda. Hay que recordar que, ninguno de estos atentados ha sido reivindicado por la organización, lo cual ha servido para decir que Al Qaeda no reivindica nunca atentados. La cuestión no es si los reivindica, ni siquiera si los induce, sino si realmente los terroristas que los cometen tienen algún tipo de vinculación con la organización y con su jefe, Bin Laden.

Y en este terreno hay que reconocer que nos movemos en un terreno excepcionalmente extraño y vidrioso. Da la sensación de que hay algo que no encaja. Habitualmente los grupos terroristas, por sofisticados que sean, cuenta con una dirección y una militancia más o menos organizada en células. Esta militancia es seguida y perseguida por las fuerzas de seguridad de los Estados en los que operan. Antes o después se producen detenciones y juicios. Con los atentados atribuidos a Al Qaeda no ocurre nada similar. Y esto que puede ser considerado como ineficacia policial, tiene como contrapartida una extraordinaria efectividad a la hora de encarcelar y detener a comandos... que todavía no han cometido ningún atentado. Este tipo de operaciones abundaron tanto antes como después de los sucesos del 11 de septiembre. Evidentemente, se trataba de operaciones protagonizadas en última instancia por las policías nacionales, que siempre, providencialmente, recibían informaciones de Washington.

Todas las relaciones de atentados de Al Qaeda elaboradas por las agencias informativas y los medios de comunicación, se inician el 26 de febrero de 1993 con el atentado con bomba contra el World Trade Center en el que murieron 6 personas y resultaron heridas más de 1000. Pero hay que decir unas cuantas cosas sobre esta operación de la que hablaremos ampliamente más adelante.

En realidad, desde entonces, cualquier atentado que hayan sufrido los norteamericanos en el extranjero ha sido atribuido, inevitablemente, a Al Qaeda. Lo cual parece excesivo. Igualmente excesiva es la ineficacia de los servicios de información más importantes del mundo para localizar en esos ocho años a Bin Laden, detenerlo o ejecutarlo. Siempre existirá la sospecha de si el perfil terrorista de Bin Laden ha sido fabricado por los propios servicios secretos que han construido una leyenda a la cual se le puede atribuir cualquier actuación por criminal y asesina que sea.

El “monstruo” Bin Laden empieza a ser construido a principios de 1994. La primera acusación pública procedió del ministro Yemen del Interior, Yahia al Mutauakel, quien acusó a “Usama ben Laden” (como se escribía en la época) de “financiar a grupos integristas que perpetraron atentados en Yemen y en otros países”. Dos meses después, en marzo, el mismo ministro volvía a la carga acusando “a los miembros de la organización terrorista “¡Yihad!”, que regresaron de Afganistán, de ser responsables de los atentados terroristas en Yemen”. A partir de este episodio, el nombre de “Osana ben Laden” y, finalmente, de “Osama Bin Laden” pasará a ser habitual en la crónica negra.

1994

-          Octubre.- Ataque contra soldados estadounidenses en Mogadiscio, Somalia, al ser derribados tres helicópteros en el que murieron 18 soldados norteamericanos.

-          Diciembre.- Plan frustrado para asesinar a Juan Pablo II en su visita a Filipinas simultáneo a atentados contra las embajadas de Israel y Estados Unidos en Manila.

1995

-          13 noviembre.- Un coche bomba hace explosión en la sede de la misión de entrenamiento de la Guardia Nacional saudí por expertos de EEUU, en Riad y causa la muerte a seis personas, cuatro de ellas estadounidenses, y sesenta resultan heridas.

1996

-          25 junio.- Un coche-bomba estalla en un edificio militar estadounidense en Dharan (Arabia Saudí), causando la muerte a 19 militares norteamericanos.
1998

-          7 agosto.- Dos atentados casi simultáneos perpetrados en las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania , con 301 personas (incluidos 12 estadounidenses) y 5.000 heridos.

1999

-          Diciembre.- La policía jordana arresta a miembros de una célula de Al Qaeda que planificaba un ataque contra turistas en el este del país.

-          14 diciembre.- Complot frustrado para colocar una bomba en durante las celebraciones del fin de milenio en la localidad estadounidense de Seattle.

2000

-          12 octubre.- El ataque contra el destructor estadounidense Cole en el puerto de Adén. Mueren 17 marineros, y otros 36 resultaron heridos. 2001

-          17 junio.- Tres presuntos terroristas vinculados a Al Qaida son detenidos cuando preparaban la voladura de la embajada estadounidense en Nueva Delhi.

Cinco atentados ejecutados y cuatro frustrados. Ninguno reivindicado. Es como mínimo una historia extraña y si se nos apura un balance muy pobre para diez años de actividad terrorista. ¿Qué hacen las células de Al Qaeda entre atentado y atentado? ¿cuántos terroristas hacen falta para llevar a cabo media docena de acciones? ¿cuántos campos de entrenamiento? ¿cuántas de las famosas “células dormidas”? ¿por qué jamás se reivindican los atentados o si se reivindican es con nombres desconocidos? ¿qué sentido tiene realizar un atentado antiamericano cada dos años, cuando se puede hacer uno a la semana cualquier parte del mundo? ¿técnicamente si se dispone de comandos suicidas es fácil golpear en el interior de los EE.UU. con frecuencia inusitada? Decididamente, Bin Laden es un extraño terrorista (más adelante veremos como piensa) y su organización mucho más extraña todavía. Dado que carece de registros, ficheros, documentos y número de carné para sus militantes, resulta extremadamente fácil poderle atribuir cualquier hecho. No estamos diciendo que Bin Laden sea un “hombre de paz”, un “alma cándida”, es seguro que sus manos pueden estar manchadas de sangre y que desea para EE.UU. la peor de las suertes. De hecho, él mismo ha reconocido que todos los días pide a Alá que “castigue a América”, así que cuando ocurre algún atentado para Bin Laden es “por voluntad de Alá”. Sería difícil encontrar un aspirante a la culpabilidad más perfecto que él.

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11-S. LA GRAN MENTIRA. (II de XV). ¿QUÉ OCURRIÓ AQUEL 11 DE SEPTIEMBRE?

Infokriskis.- Mi padre se acordaba perfectamente del día en que Gravril Prinzip asesinó en Sarajevo al archiduque Francisco José. Mi madre recordaba a la perfección el día en que las tropas de Franco entraron en Barcelona. Yo recuerdo entre brumas los días de la “crisis de los mísiles” de Cuba y, con mucha más nitidez, el día en que mataron a Kennedy. Es frecuente que un brusco episodio cree tal impacto en nuestro cerebro que toda la zona que lo rodea permanezca iluminada por el recuerdo durante años. Recuerdo incluso la manta que cubría la cama cuando mi madre me comunicó que habían matado a Kennedy. Recuerdo la luz del faro de Vilanova que iba y venía irremediablemente mientras mi padre y mi tío discutían sobre la crisis de los misiles de Cuba. El aroma de la sopa de tomillo que cenamos, los ojos de un gato brillando en la oscuridad mientras que dirigía a la cama y pensaba sobre lo que implicaría un conflicto atómico.

Así mismo, creo que nos será muy difícil olvidar lo que hicimos aquel martes 11 de septiembre. En Cataluña era fiesta; no se esperaba que acudiera mucha gente a la celebración festiva en Sant Boi, pero tradicionalmente esa fecha estaba marcada por el recuerdo de la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas ese mismo día de 1714. Otro 11 de septiembre, el de 1973, fue la fecha elegida por el ejército chileno para apartar a la Unidad Popular del poder. Y esto evoca directamente lo que ocurrió el 11 de septiembre de 2001. Por que también se trató de un Golpe de Estado, sólo que en esta ocasión de dimensiones planetarias.

El origen de nuestra reflexión fue el hecho de que durante varias horas permanecimos pegados a los televisores, vimos la catástrofe terrorista más importante de la historia. Sin embargo no vimos ni un solo muerto. Ciertamente, me quedé pegado al televisor desde que un querido amigo me llamó por teléfono indicándome lo que había pasado a los pocos minutos de tenerse noticias de que el primer avión se había estrellado contra la Torre Sur del WTC. Luego todo ocurrió como si se tratara de un espectáculo. En los 20 minutos que mediaron entre el primer y el segundo impacto, todas las cadenas de TV del planeta se conectaron con Nueva York y los televisores de todo el mundo tuvieron ocasión de presenciar en directo el segundo impacto. Si los dos impactos hubieran sido simultáneos, quizás ni una sola imagen hubiera podido quedar del episodio. Tan solo se hubieran visto los edificios incendiados o desplomándose.

Era imposible sustraerse a aquellas imágenes que sugerían ira e indignación. Durante horas, cientos de millones de telespectadores permanecieron pegados a los televisores, recibiendo las informaciones y reivindicaciones tendenciosas y manifiestamente falsas que acompañaban a las imágenes.

De repente me di cuenta de lo que estaba ocurriendo: estábamos asistiendo a una inmensa operación de guerra psicológica. Si no hubiera sido así, las cosas se hubieran desarrollado de otra manera: alguna cámara hubiera aparecido por la zona fotografiando o filmando cuerpos destrozados, cadáveres en las calles, pero no había nada de todo eso. En lugar de ello, al cabo de 60 minutos se podían ver filmaciones en directo presuntamente realizadas en los territorios palestinos ocupados por Israel, en donde un pequeño grupo de niños y alguna mujer, celebraban jubilosamente el crimen. Esto unido a la reivindicación falsa del FDLP, implicaba que se inducía a la población a atribuir una responsabilidad musulmana a estas acciones. Baste decir ahora que en las 10 horas posteriores a los atentados, la información vertida estuvo completamente tamizada. Era imposible que esto se hubiera producido de haberse tratado de atentando inesperados. En ese caso la información hubiera llegado de otra manera: mucho más tosca. Pero no: la información buscaba suscitar un impulso a la venganza; se intentaba por todos los medios que la sensación de miedo que podía generar la aparición de cadáveres masacrados, restos humanos calcinados o el estado de cuerpos estrellados contra la calzada. Venganza si, miedo no. Tal era el objetivo de la campaña de guerra psicológica iniciada en ese momento y que en los días siguientes alcanzaría su mas alta cota con la imagen de Bush arengando a los equipos de ayuda con un bombero sexagenario al lado o loando a los “héroes del Vuelo 93”.

Pero no lo duden: ese día no hubo nada espontáneo en la información que llegaba de América. Como tampoco fue casual el que en los días siguientes el número de víctimas alcanzara la espectacular cifra de 35.000. Es decir, 10 veces más de la cifra que luego resultó ser cierta. Era importante que el drama alcanzara unas dimensiones colosales o, de lo contrario, hubiera corrido el riesgo de olvidarse con celeridad. Era imposible que al día siguiente de los atentados, las servicios policiales no tuvieran una idea siquiera aproximada del número de víctimas. Se exageró hasta la saciedad para permitir una represalia no menos exagerada. Una civilización como la americana tan preocupada por la “cantidad” (René Guenon dijo de ella que era el arquetipo del “reino de la cantidad”) necesariamente precisaba cifras espectaculares de víctimas.

El hecho de que los atentados tuvieran lugar en el territorio americano, en lugar de en una Embajada remota o en una base militar ignota, contribuía a generar la impresión de que América estaba amenazada. Esa sensación se acentuó hinchando artificialmente el número de víctimas. Contra más altas fueran, más se aventaba el deseo de venganza.

Seis horas después del atentado, en varios foros de discusión a través de Internet lancé cuatro ideas:

-          El atentado parecía una provocación tras la cual era extremadamente fácil intuir la presencia de servicios de inteligencia. Se trataba de una conspiración.

-          No existía ningún grupo terrorista islámico capaz de llevar a cabo una acción similar como se nos quería hacer creer. Se trataba de una operación de guerra psicológica.

-          Las represalias contribuirían a aumentar la presencia americana en las zonas petrolíferas de Oriente Medio y a reforzar la posición de EE.UU. en el mundo: Se trataba de un golpe de Estado planetario.

-          Inmediatamente se designaría a un chivo expiatorio, un Nazareno que cargara con la cruz de la represalia. Se trataba de construir un falso culpable.

En los cuatro meses siguientes, he tenido ocasión de ir reforzando esas primeras intuiciones y añadiendo otras.

I.¿POR QUÉ FUE UN GOLPE DE ESTADO?

Un golpe de Estado es una iniciativa tendente a hacerse con el poder de manera brutal y por medios ilegales. No debe necesariamente estar protagonizada por una fuerza militar, si bien, siempre su concurso es necesario. En cualquier tipo de golpe de Estado, el papel del ejército se reduce al momento táctico mismo de la puesta en marcha del mecanismo de fuerza para acabar con un gobierno concreto. Acabado el hecho mismo del golpe, antes o después, el poder capturado por los militares es cedido a los civiles y/o compartido con ellos.

Los golpes de Estado no tienen necesariamente que ser similares al de Franco el 18 de julio de 1936 o al de Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Estos serían golpes de Estado a los que habría que añadir el calificativo de “militares”. Pero luego están aquellos otros en los que el estamento militar se limita a aumentar su peso específico dentro del engranaje de poder, de manera desmesurada en relación al papel que le otorgan los mecanismos constitucionales. Los ministros siguen siendo civiles, el presidente no varía, pero las FF.AA. se convierten en la columna vertebral del régimen con prioridad en relación al resto de fuerzas políticas y sociales. El caso de Fujimori a este respecto es significativo. Alcanzó el poder ganando unas elecciones y, posteriormente, con la excusa de la lucha contra la guerrilla de Sendero Luminoso, marginó a la oposición, a su propio partido y a cualquier institución constitucional, apoyándose sólo en las FF.AA. No era una dictadura “militar”, pero si una dictadura. No es el único caso en la historia moderna. Los países árabes han dado múltiples ejemplos de “dictadores populistas”, desde Nasser hasta Saddam Husein, en los que el estamento militar ha provocado el movimiento que ha instalado en el poder al dictador, pero éste ha formado un gobierno mayoritariamente civil.

Los motivos por los que se da un golpe de Estado son múltiples. El asesinato de Kennedy en 1963 tuvo múltiples desembocaduras, pero sin duda la más importante fue la absurda guerra del Vietnam que sólo benefició al “complejo militar-industrial” que mantuvo a Lyndon Jhonson como Presidente en tanto que estaba más implicado en sus intereses armamentistas.

Hay golpe de Estado cuando la normalidad constitucional es abolida y sustituida por una excepcionalidad generada artificialmente. La hipótesis que sostiene este libro es que el 11 de septiembre de 2001 EE.UU. vivió un golpe de Estado. Los intereses del consorcio militar-industrial impusieron:

-          una guerra en Afganistán,

-          la aproximación a las rutas del petróleo Caspio,

-          mejorar las posiciones para el futuro enfrentamiento con China, y

-          estimular la fabricación de las nuevas armas previstas en la llamada “Doctrina Rumsfeld”.

Siendo estas las razones “estratégicas”, no eran los únicos intereses a defender. Existían otros, fundamentalmente tres:

-          entrega al Presidente de plenos poderes para llevar la guerra allí donde lo estime oportuno.

-          preparar mecanismos legislativos para frenar motines y movimientos de protesta en el interior de los EE.UU.: la llamada “Ley Patriótica” que autoriza la detención de extranjeros sin orden judicial y las intervenciones telefónicos contra ciudadanos americanos. 337 congresistas votan a favor de la ley 82 en contra, su impulsor es el fiscal general Ashcroft.

-          limitar la libertad de circulación de ideas e información en Internet, autorizando la intervención sistemática de correos electrónicos e información contenida en los servidores.

El arsenal de medidas aprobadas cuando las cenizas del WTC todavía humeaban y los hechos que se han ido sucediendo a continuación, no dejan lugar a dudas: el 11 de septiembre, el pueblo americano asistió a un golpe de Estado contra sus libertades y su constitución.

¿POR QUÉ SE TRATO DE UNA CONSPIRACIÓN?

No basta con decir que nuestro “fino olfato” nos indica que los atentados fueron el resultado de una conspiración. Podríamos aludir, como de hecho haremos en las páginas que seguirán, a extrañas maniobras realizadas antes y después de los atentados con la intención de “crear” culpables y presentarlos a la opinión pública como tales. Hablaremos de falsificación de vídeos y daremos una coartada. Pero hace falta aportar alguna prueba concreta. Y la más elocuente de todas ellas es afirmar que el presidente Bush mintió desde el primer momento, cuando afirmó haberse enterado de los atentados al entrar en la Escuela Booker, en Sarasota, donde aquella mañana tenía un pequeño acto protocolario.

Una periodista de Associated Press, Sonya Ross, acompañaba a Bush en el viaje que había emprendido a Florida esa mañana del 11 de septiembre. Sonya se enteró del impacto del primer avión sobre el WTC cuando se encontraba en la puerta de la Escuela Booker en Sarasota esperando a la comitiva presidencial. Aprovechó la presencia del séquito de Bush para preguntar particulares del atentado, no en vano, el presidente está siempre acompañado de un equipo  dirigido por Andrew Card que recibe, filtra, resume y sirve a su jefe las informaciones de carácter urgente. Y el atentado lo era. Los periodistas Illarion Bykov y Jared Israel que han investigado este tema explican que “Los miembros de este grupo de apoyo poseen el mejor equipo de comunicaciones del mundo. Mantienen contacto, o pueden establecerlo rápidamente, con el gabinete de Bush, el Centro de Mando Militar Nacional del Pentágono, la Administración Federal de Aviación y los agentes del Servicio Secreto que han quedado a la zaga en la Casa Blanca”. Todo esto es para afirmar que si la periodista Ross conoció la noticia del atentado justo cuando Bush se acercaba a la escuela en donde se encontraba ella, lo más lógico es pensar que el Presidente ya estaba informado, siquiera con unos minutos de anticipación.

Los dos periodistas citados rescataron un informe de John Cochran, de la cadena ABC TV que viajaba con el presidente. En la mañana del martes informó: “El presidente salió de la suite de su hotel esta mañana y cuando se disponía a marcharse, los periodistas vieron al jefe de personal de la Casa Blanca, Andy Card, susurrarle algo al oído. Uno de ellos preguntó al presidente: “¿Se ha enterado de lo que está sucediendo en Nueva York?”. Dijo que sí, y agregó que algo haría al respecto más tarde. Su primera actividad consiste en una visita de alrededor de media hora a una escuela primaria de Sarasota, Florida”. Así pues, la información llegó a Bush justo cuando abandonaba el hotel por boca de Andy Card. Cochran explica que Bush no hizo ningún comentario. Se limitó a decir que más tarde haría una declaración.

Hay que tener en cuenta la declaración de otro personaje, habitualmente bien informado, el vicepresidente Dick Cheney. Se trata de una declaración casual, casi de un error, a partir del cual puede inferirse que Bush estaba informado del ataque antes de visitar la Escuela. Entrevistado por el periodista Tim Russert sobre el trayecto del vuelo 77 de la American Airlines que impactó sobre el Pentágono, contestó:

“Cheney: Lo más que puedo decirle es que se dirigía, inicialmente, hacia la Casa Blanca y...

Russert: ¿Realmente llegó a circonvolucionar sobre la Casa Blanca?

Cheney: No, pero se dirigió a ella. El Servicio Secreto tiene un acuerdo con la Administración Federal de Aviación. Estaban en comunicación permanente después de que el WTC...

Russert: ¿Lo seguían por radar?

Cheney: Si...”

De estas declaraciones se deduce que Cheney estaba informado por el Servicio Secreto y éste ya estaba estaba en contacto con la Administración Federal de Aviación. Ambas instituciones están en contacto cuando se produce alguna incidencia grave en la aviación. A partir del primer ataque contra el WTC, esta comunicación se convirtió en permanente durante ese día. El desvío de un avión civil de su ruta habitual y su entrada en la zona urbana de Nueva York, implicaban que los radares de la Administración Federal de Aviación ya habían detectado el desvío y... necesariamente, lo habrían comunicado al Servicio Secreto y a las demás entidades de Seguridad.

El primer impacto tuvo lugar a las 8:46 de la mañana. La Administración Federal de Aviación reconoce que a las 8:20 “sospechaba” que el vuelo había sido secuestrado. Se supo tres días después que la AFA notificó “a las 8:40 al Sector de Defensa Aérea del Nordeste (NEADS), el sistema militar de protección civil, que el vuelo 11 había sido secuestrado” (Newday, 23.09.01). Esta dato indica que, como mínimo, unos pocos minutos (o segundos) después, el Servicio Secreto ya estaba informado de la anomalía. Así pues, el Servicio Secreto ya seguía el tema cuando se produjo el primer impacto a las 8:46. La información al presidente debió llegarle instantáneamente: no se trataba de un secuestro en un lugar alejado del mundo, sino sobre el cielo de Nueva York, de un avión americano, con pasajeros americanos y que, finalmente se había estrellado contra el edificio más emblemático de la ciudad. Es imposible pensar que la noticia pudo retrasarse ni siquiera unos pocos minutos en llegar a Bush.

La mitología del 11-S creó inicialmente la leyenda de que el presidente se enteró del atentado en la Escuela Booker. Luego se corrigió sensiblemente esta versión y se afirmó que se había enterado cuando entraba en la misma o bien cuando salía del hotel. Era inevitable que así fuera por que algunos periodistas fueron testigos; en cualquier caso la noticia era la misma: “se está desarrollando un ataque terrorista sobre el suelo de los EE.UU.”.

Contrariamente a lo que la mitología oficial del 11-S ha explicado, no es cierto que los servicios de seguridad  no hubieran contemplado la hipótesis de un ataque aéreo sobre los centros vitales de la administración. El Time Magazine informó sobre los “juegos de guerra” de los agentes de protección presidencial que habían estudiado la posibilidad de que un avión comercial cargado de explosivos se desviara de su ruta poco antes de aterrizar en el aeropuerto de Washington y se estrellara contra la Casa Blanca. Así pues, existía un protocolo de reacción inmediata ante esta eventualidad. Ahora bien, en todo esto hay varios elementos que no concuerdan: aceptando que el Servicio Secreto garantiza la protección presidencial eficazmente y sin olvidar que, ya desde el primer ataque, era evidente que se trataba de una situación anómala extremadamente grave que apuntaba contra la figura presidencial como indicaba que un avión entrara se dirigiera a la Casa Blanca, entonces ¿por qué el Servicio Secreto no anuló inmediatamente la visita protocolaria y desde todo punto de vista innecesaria y colocó al presidente en un refugio fuera del alcance del público y de cualquier otro avión que pudiera localizar a la comitiva presidencial y estrellarse contra ella. Por que es rigurosamente cierto que la visita a la Escuela Booker se había comunicado públicamente y no era ningún secreto. Esto sin olvidar que la Escuela en cuestión se encuentra a 8 km del aeropuerto local, lo que aumentaba el peligro, tal como se sabía en los “juegos de guerra” realizados por el Servicio Secreto.

Vale la pena establecer las conclusiones a las que llegaron Bykov e Israel:

“Dada la obligación del Servicio Secreto de proteger al Presidente;

Dada la comunicación permanente del Servicio Secreto con la AFA y, en consecuencia, su conocimiento de que un avión había sido secuestrado y a continuación estrellado contra el WTC.

Dada la potencial amenaza de muerte para el presidente Bush si éste hacía acto de presencia un lugar público, según se había programado y había sido anunciado el día anterior y era conocido por todos en la región...

Existe una sola explicación para el hecho de que el Servicio Secreto permitiera al presidente Bush afrontar el riesgo mortal de concurrir a la Escuela Booker en la mañana del 11 de septiembre.

George Wallace Bush conocía los planes para el 11 de septiembre. Y porque conocía tales planes, sabía que nadie iba a atacar la Escuela Booker”.

A esto habría que añadir que la visión dramática de un Bush convulsionado por el atentado, dando la noticia del atentado a la nación y rodeado de niños. Pero esta es otra historia que forma parte de la “guerra psicológica”. 

III. ¿POR QUÉ FUE UNA OPERACIÓN DE GUERRA PSICOLÓGICA?

La guerra psicológica es el conjunto de operaciones tendentes a conquistar o destruir el cerebro y la voluntad de las poblaciones. Al igual que la guerra convencional implica la conquista de un territorio, la guerra psicológica pretende conquistar los cerebros de los habitantes y no sólo del enemigo, sino también el de la propia población del país interesado en afrontar operaciones de guerra psicológica.

Recordemos la imagen de Bush en la Escuela Booker, dando la noticia del ataque contra el WTC. Imaginemos esa misma noticia dada en un ambiente frío, una oficina o bien en el curso de una de las habituales ruedas de prensa. Hubiera faltado dramatismo, vinculación con las masas. En cambio, ante un auditorio formado por niños, padres de alumnos, profesores, por la “América profunda”, ese mismo comunicado se convertía en una formidable arma de guerra psicológica: “El presidente junto a su pueblo, da una noticia dramática y promete hacer algo. No puede mentir por que está cerca de la gente”. Por eso se eligió un colegio para dar la noticia. No se trataba de una casualidad. En este asunto las casualidades son tantas que es impensable que alguien no se preocupara de articularlas.

Pero eso ocurría el mismo día “D”. En los meses anteriores se habían generado noticias que preparaban psicológicamente para que los hechos del día 11 de septiembre. Ese mismo día, las imágenes de las torres gemelas, servidas obsesivamente a los televisores de todo el mundo, con comentarios filtrados paulatinamente sobre el origen de atentado contribuyeron a configurar en la mentalidad de las masas la idea de la culpabilidad islámica. Se indujo la idea de que, al tratarse del mayor crimen cometido hasta ahora por el terrorismo, debía ser contestado con medios extraordinarios que iban más allá de los admitidos por un Estado de Derecho y de la justicia democrática.

El esquema general de la guerra psicológica viene definido por 4 fases. El desarrollo de estas fases culmina con la conquista del objetivo propuesto. A este objetivo se llega mediante un conjunto de operaciones (estrategia), cada una de las cuales (tácticas) permite dar pasos hacia él. El esquema que presentamos a continuación es el seguido por el genial (en el sentido diabólico) planificador de los atentados del 11 de septiembre:

ESQUEMA GENERAL DE OPERACIONES

-          Creación del problema: en los meses anteriores al atentado se crearon las bases del mito: Bin Laden. El 11 de septiembre ese mito pasó a ser una amenaza ciega.

-          Extremización del problema: en los días siguientes al atentado, el problema se magnificó. Se evitó que la opinión pública apelara a la mesura, la razón y la objetividad para valorar serenamente lo que había pasado.

-          Solución del problema: el Presidente Bush envió a Afganistán sus aviones para solventar la crisis, dejando creer que todos los problemas de terrorismo acabarían con la caída del régimen talibán y la captura de Bin Laden.

-          Mantenimiento del riesgo: pero el enemigo es taimado y acecha en la sombra, sin duda se reorganizará, pero la sociedad americana estará en perpetua tensión para evitar la coagulación de la nueva amenaza.

Objetivos:

-          Lograr que la opinión pública aceptara la intervención militar en Oriente Medio: el pueblo americano, especialmente después de Vietnam, es contrario a participar en aventuras exteriores, toda la operación de guerra psicológica tendía a que abandonara esa actitud y aprobara la gestión de su presidente..

Estrategia:

-          Generar en la población una sensación de cólera y venganza, sobre el trasfondo de un miedo y la sensación de que solo una acción militar puede conjurarlo.

Tácticas:

-          Imágenes sin muertos: aparecen desde el primer momento. En el mundo de lo audiovisual, era necesario extasiar a las masas ante los televisores, pero no asustarles hasta el punto de que el miedo inhibiera el apoyo a cualquier respuesta agresiva.

-          Datos dramáticos: En los días siguientes se insistió en las llamadas realizadas por los pasajeros a sus familias y, especialmente, se aludió a los “héroes del vuelo 93” que, según la mitología del 11-S “se enfrentaron a sus secuestradores”. Se intentaba por todos los medios generar una corriente emotiva y sentimental hacia la actitud de los pasajeros que reforzaría los ideales patrióticos de la población.

-          Revelación de proyectos terroristas: Desde el primer se empezaron a desarticular presuntas “células dormidas” de Al Qaeda en todo el mundo acusados de los más truculentos proyectos terroristas, incluida la voladura de la catedral de Estrasburgo. Todos los grupos musulmanes, sin excepción, desarticulados tras el 11-S eran acusados –con informaciones procedentes de la CIA o el FBI- de preparar crueles atentados... pero ninguno consiguió llevar estos actos a la práctica.

-          Reiteración de imágenes: Nuestra sociedad está habituada a ver imágenes. Si estas imágenes se repiten obsesivamente se logra un efecto multiplicador. Durante casi 8 horas los televisores de todo el mundo repitieron las imágenes servidas desde Nueva York. Siempre las mismas, con pocas variaciones; eran innecesariamente monótonas a menos que se quisiera obtener un efecto acumulativo. Las nuevas imágenes se servían con cuentagotas para asegurar que los televidentes seguían atentos a la pantalla con la esperanza de poder ver novedades.

-          Alteración del número de víctimas: El baile de cifras que finalmente se ha estabilizado en torno a los 3500, llegó el 12 de septiembre a la cifra de 10.000, el 14 alcanzó su techo de 30.000 muertos y a partir de entonces fue progresivamente descendiendo a medida en que era innecesaria la exageración ya que la USAF estaba bombardeando Afganistán.

-          Distribución de rumores y noticias falsas: especialmente en las primeras horas se asistió a una distribución de rumores falsos que se prolongó durante los cinco días posteriores al atentado. Rumores sobre la autoría de los atentados, rumores sobre el número de aviones secuestrados, rumores sobre si habían estallado bombas en el edificio del Congreso, rumores sobre aviones comerciales derribados dramáticamente antes de estrellarse contra sus objetivos, rumores sobre células dormidas que acechaban en la sombra, rumores sobre detenciones, arrestos, sobre si Bin Laden tenía o no armas de destrucción masiva. Era muy difícil distinguir entre el rumor y la realidad y, por tanto, el rumor era fuente difusora de miedo. Resulta imposible hacer un recuento total de este tipo de informaciones interesadas, buena parte de las cuales irán apareciendo en las páginas que siguen.

-          La creación de un culpable: era preciso darle un rostro al terror; no hay guerra sin un enemigo con rostro característico. Y ese enemigo fue Bin Laden; hubiera sido más difícil con el Mullah Omar del que sólo existía una foto extremadamente borrosa. La función de ese rostro es simplemente concentrar en sus facciones todo el odio y el deseo de venganza. La lucha contra el enemigo es más eficaz cuando se convierte en una persecución a un rostro. Si el rostro está en Afganistán se invade Afganistán. Si se sospecha que ha pasado a Iraq, los cañones se desvían hacia allí. Si tiene aliados en Filipinas, se invaden las islas...

-          Planteamientos maniqueos: La Alianza de Norte representa a los afganos demócratas; los talibanes, por el contrario, son solo bestias sedientas de sangre; los americanos son ingenuos, bondadosos, sinceros y valientes, Bin Laden y los hombres de Al Qaeda son taimados, asesinos y atacan solo por la espalda; tales son los planteamientos básicos que indicaban los rasgos de cada campo. Era fácil optar por unos y rechazar los otros. Afganistán es uno de los países más pobres del mundo y, al mismo tiempo, figura entre los más destruidos; para colmo las peculiaridades del régimen talibán, les convertían en algo particularmente odioso. Sin embargo, la Alianza del Norte –que compartía los mismos puntos de vista religiosos e idénticas tradiciones antropológicas- era tratada como la “esperanza democrática” del país. Dos pesos, dos medidas. La falta de habilidad y tacto diplomático del régimen afgano, su tosquedad, la ausencia de cuadros políticos capacitados, sus escasos recursos económicos, la guerra civil localizada en el Norte, las destrucciones producto de 20 años de guerra que lo habían empobrecido, hacían de Afganistán la pieza más débil de toda la región: un país que podía quebrarse con poco esfuerzo. A diferencia de Irak, apoyado por China, y con una mayor capacidad de respuesta en todos los terrenos. Afganistán era el enemigo ideal para obtener una victoria rápida y decisiva que garantizase la presencia en la zona.

-          El resultado: generación de una psicosis. Todo lo anterior tenía como resultado la aparición de un estado de ánimo en el pueblo americano que percibía un peligro difuso venido del mundo árabe capaz de restarle la sensación de seguridad y crear caos. Se generaba artificialmente la sensación de “nosotros o ellos”. O acaban con Bin Laden y los talibán, o bien nuevos actos de terrorismo nuclear y biológico acabarán con la civilización americana.

-          EE.UU. ungido por Dios para repartir justicia infinita: Para combatir a esta barbarie solamente un país ungido por Dios podía liderar una coalición antiterrorista. Esta idea había sido ya defendida por Georg Bush al término de la Segunda Guerra del Golfo cuando presentó a EE.UU. como la única nación capaz de liderar el Nuevo Orden Mundial; la idea siguió diez años después defendida por su hijo. Y, la prueba de que este conjunto de tácticas dio buen resultado, fue que nadie ha osado discutir ninguna de las posiciones de EE.UU. y que incluso la oposición interior ha sido –al menos momentáneamente- casi completamente acallada.

 

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

11-S. LA GRAN MENTIRA. (I de XV). Introducción. La hipótesis de esta obra

Infokrisis.- Iniciamos la pubicación en quince entregas de la obra publicada apenas cuatro meses después de los atentados del 11-S de 2001. La obra, editada por PYRE se encuentra agotada desde 2003 y no habíamos tenido ocasión de ofrecerla a nuestros amigos. Es evidente que, desde entonces, se ha avanzado mucho más en la tarea de desmontado de la "versión oficial" del 11-S. Hoy, cualquier persona que se haya tomado la molestia de informarse mínimamente, sobre el 11-S llega a la conclusión de que la "versión oficial" no tiene ni pies ni cabeza y si piensa terminará sospechando que el atentado no pudo realizarse sin una tupida red de complicidades... dentro de la Administración norteamericana. El interés de este trabajo radica en la hipótesis interpretativa del crimen y, especialmente, en que nueve años después, ninguna de las cuestiones que se planteaban entonces ha sido contestada satisfactoriamente por la administración norteamericana.

 

 

11-S. La Gran Mentira

 

Dedicado al pueblo americano, primera víctima de su gobierno

 

 “Pronto el estadista inventará mentiras baratas, culpando a la nación que es atacada, y todos se darán por satisfechos con semejantes falsedades que alivian la conciencia y las estudiarán diligentemente, y rehusarán examinar cualquier refutación; y así se convencerán poco a poco de que la guerra es justa, y agradecerán a Dios por lo mejor que duermen después de tan grotesco proceso de autoengaño”.

Mark Twain. El Misterioso Extranjero, 1916

En las páginas que siguen, el lector va a encontrar dos tipos de argumentaciones: las que afectan a los hechos desnudos y la que supone un análisis de la realidad política internacional. La lógica de esta división es simple: en la primera parte se intenta encontrar un móvil a los atentados y se encuadra el episodio dentro de la nueva política internacional de los EE.UU.; en la segunda parte se intentará desmontar la tesis oficial sobre los atentados. En la introducción nos limitaremos a explicar los motivos que nos han llevado a redactar estas páginas.

Lo que vimos el 11 de septiembre a través de los televisores, decenas de veces repetido, fue algo más que el primer episodio traumático del siglo XXI: fue la culminación de un giro decisivo en la política internacional; como si, bruscamente, se precipitaran los acontecimientos y EE.UU. quisiera apresurar y precipitar una situación. Este libro le ayudará a entender, desde luego, por qué pasó y quizás le aproxime a cómo pasó.

Pero vale la pena que tenga en cuenta desde el principio que lo que usted vio el 11 de septiembre, tiene poco que ver con lo que en realidad pasó. El error de todos nosotros consistió en identificar lo que vimos con la explicación que nos dieron sobre lo que vimos. A pocos minutos del primer impacto en la Torre Norte del WTC ya nos habían facilitado una explicación: “el atentado ha sido reivindicado por el FPLP”. Desde el primer momento se apuntaba a una responsabilidad islámica. Poco después la reivindicación difundida fue la del Ejército Rojo Japonés cuyas siglas evocaban también pasados episodios de terror y secuestros aéreos en Oriente Medio. Hubo que esperar unas pocas horas más para que se desmintieran las anteriores reivindicaciones y se diera como cierta la de Bin Laden... a pesar de que siempre –a pesar de lo que se ha dicho- el interesado siempre desmintió su participación. A partir de aquí, la versión oficial, se mantuvo impertérrita creciendo en superficie como una mancha de aceite, pero no en profundidad. Cada día, durante semanas, aparecían nuevos datos dispersos; antes de que pudieran verificarse, otros desligados de los anteriores, ya habían saltado a la palestra. Era imposible seguir el ritmo trepidante de las nuevas informaciones que surgían minuto a minuto. Y lo que estaba sucediendo es que olvidábamos lo obvio: la perspectiva. A esta perspectiva va dedicada la primera parte de este libro. En la segunda, usted empezará a dudar de que lo que vio se correspondiera con lo que verdaderamente pasó.

 

PRIMERA PARTE

I

LA HIPOTESIS DE ESTE LIBRO

Casi cuarenta años después del asesinato del presidente Jhon F. Kennedy, se ha vuelto a repetir la historia de una conspiración nacida en las esferas del poder de los Estados Unidos. Tal es la tesis de este libro. Nos han mentido a todos. Y la mentira ha sido presentada con tal lujo de detalles impactantes que, a primera vista -al igual que el asesinato de Kennedy- resultaba extremadamente convincente.

Pero no para todos, especialmente para quienes en el curso de nuestra vida hemos tenido ocasión de familiarizarnos –y soportar en nuestra propia piel- las técnicas de intoxicación de los servicios de inteligencia. A partir del 11 de septiembre y durante cuarenta días, el bombardeo de información era tan intenso que resultaba imposible extraer conclusiones, tamizar aquello que podía ser cierto de lo que, desde luego, era falso. Porque, desde las primeras horas que siguieron al atentado, era fácil detectar –para quien quisiera hacerlo- que se estaban filtrando informaciones inverosímiles. Y la primera de todas ellas era que una operación tan compleja como el secuestro de cuatro aviones hubiera podido llevarse a cabo sin que ningún servicio de inteligencia ni de policía, lo detectara.

Por experiencia propia sabemos como actúan los servicios de inteligencia: sirven a los intereses de la política exterior de su país, sin interesarse si su actividad es éticamente admisible. La única ética que entienden, como buenos funcionarios que son, es la de cumplir los objetivos que les han asignado, sin preocuparse de las vidas que destruyen física o moralmente. Yo mismo me vi en el centro de una de estas operaciones hace 20 años, así que sé de lo que estoy hablando, créanme. Y puedo decir que he tenido suerte; otros amigos de aquellos tiempos fueron asesinados en el curso de operaciones muy similares.

Lo que ocurrió el 11 de septiembre en EE.UU. no es algo nuevo en la historia de los servicios de inteligencia, ni en la historia de aquel país. Nuestra tesis es que existió una conspiración. Estamos persuadidos de que en los próximos meses, informadores mejor situados que nosotros y con más medios de investigación, irán esclareciendo lo que verdaderamente ocurrió y, quizás en unos años, podamos tener una visión global bastante aproximada sobre el origen de esta conspiración... al igual que hoy podemos intuir, a partir de datos fragmentarios, que la versión oficial contenida en el Informe Warren sobre el asesinato del presidente Kennedy, fue fraudulenta, torpe y mendaz.

Para elaborar la hipótesis de este libro hemos seguido el principio de toda investigación criminal preguntándonos “¿a quién beneficia el crimen?”. Esta pregunta ha tenido una respuesta negativa: “el crimen no beneficia al integrismo islámico que se ha enfrentado a un poder extraordinariamente mayor que él y ha resultado derrotado en Afganistán”. Por el contrario, el crimen beneficia al país que ha aportado las víctimas del atentado: Gracias al 11-S la administración Bush ha ganado tres cosas:

1)     ganar influencia en una zona de extraordinarias reservas petrolíferas,

2)     afirmar el liderazgo de un presidente que llegó al poder a través de un recuento dudoso y

3)     mejorar posiciones de cara a enfrentamientos futuros.

La hipótesis de trabajo de este libro, de ser cierta, es, sin duda, monstruosa: Los cerebros criminales que idearon, planificaron y ejecutaron los atentados del 11-S sirven a los intereses del país que aportó el mayor número de víctimas. No la podemos demostrar; sin embargo, creemos haber reunido un número suficiente de datos que permiten dudar de la tesis oficial; pero cuando esta se hunde ¿qué otra se puede asumir?

Oswald era un asesino solitario o, de no serlo, existía una conspiración. No existía una tercera vía. Otro tanto ocurre con los atentados del 11-S. O Mohamed Atta era el coordinador de una operación terrorista de envergadura gigantesca (y veremos que era imposible que lo fuera) o existió una conspiración.

El principal dato que permitirá asumir la monstruosa tesis de la conspiración es el hecho de que es posible detectar tantas informaciones falsas tendentes a reforzar la idea de que Mohamed Atta dirigió el comando que, una vez más, puede aplicarse el dicho de “quien quiere demostrar mucho, no demuestra nada”. Por que si Atta hubiera sido el coordinador de los atentados, una investigación detallada hubiera aportado los datos suficientes como para que su nombre fuera maldito por generaciones de americanos y de hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo, como asesino de 3500 personas inocentes. No hubiera hecho falta difundir informaciones falsas, crear pistas que sólo llevaban a callejones sin salida o, simplemente, como se hizo, sustituir los datos objetivos por hojarasca ficticia. Quien ideó la operación, dejó muchos cabos sueltos; exageró donde no tenía que haberlo hecho, repitió excesivas veces el mismo esquema, sin duda, pensando que el caos informativo que se iba a generar en los días, semanas y meses posteriores al atentado, iba a maquillar estos agujeros negros de la tesis oficial.

Cuando escribimos estas líneas –febrero de 2002-, apenas han pasado cinco meses desde los atentados. La opinión pública los ha relegado al recuerdo solo a costa de noticias no menos espectaculares: bombardeos masivos sobre Afganistán, masacres en ambos bandos, extensión del conflicto a toda una zona geográfica... Se diría que hoy el atentado a las Torres Gemelas queda lejos. Aun en el caso de que algún día se pudiera demostrar la tesis de la conspiración, lo que la historia jamás podrá hacer es dar marcha atrás. Las tropas angloamericanas están en una zona geopolíticamente sensible y no se van a ir de allí. Las medidas de control de Internet pesarán sobre la libertad de expresión en la red por siempre jamás; y si alguien osa pedir su derogación, se le contestará que contra el terrorismo “hay que tener siempre la guardia alta”. No, definitivamente, nada volverá a ser como antes del 11 de septiembre de 2001. Nunca.

Pero, a pesar de que el tren de la Historia no dé nunca marcha atrás, la verdad merece conocerse. Creemos que aunque la hipótesis que presenta este libro sea errónea –hay que distinguir entre el error y la falsedad; el error es involuntario, la falsedad no- habremos intentado estimular la capacidad crítica de nuestra época, algo que ha estado ausente de la mayoría de medios en los últimos meses. La verdad es algo que vale la pena conocer, sea cual sea. Y la verdad lo es, en tanto que es incuestionable, nunca como dogma impuesto.

También hemos detectado una sensación de miedo. En los medios en los que nosotros mismos hemos colaborado en estos últimos meses, no hemos publicado apenas nada sobre el 11-S. ¿Cómo hacerlo? Bush lo dijo con una claridad meridiana: “Quien no está con nosotros, está con el terrorismo”. ¿Cómo estar del mismo lado que los asesinos? Esa pequeña frase encierra una alta sabiduría de lo que es la “guerra psicológica”. Pero también en ella reside la extrema debilidad del poder americano actual.

Casi todos los países del mundo están en la “coalición contra el terrorismo”, por convencimiento –caso de Inglaterra-, por interés –caso de España o de China, ya veremos el por qué- o... por miedo. Miedo a ser tratado como adversario y masacrado (como ocurrió –y ocurre- en Iraq, Yugoslavia o Afganistán). Miedo a ser perseguido o asesinado por servicios que no tienen el más mínimo escrúpulo en asesinar a sus propios ciudadanos inocentes. Miedo a nadar contra la corriente. Miedo a la soledad, al ridículo, al ostracismo... en el fondo, es humano tener miedo.

¿Sabéis lo que es el miedo? Yo si. Es una sensación espantosa. Perdemos el control de nosotros mismos y al mismo tiempo experimentamos sequedad en la boca, una mezcla de tensión y debilidad en todos los músculos, los testículos se nos retraen, sudamos, la respiración y el ritmo cardíaco se nos alteran. Nuestro cerebro es incapaz de coordinar ideas o soluciones. Puede que nos tiemblen las piernas. Eso es el miedo. ¿Os imagináis el miedo que debieron sentir aquellas gentes que quedaron aisladas en las Torres Gemelas, sin poder escapar a las llamas o al derrumbe? Allí no había salida posible, salvo rezar para los creyentes. Sea cual sea el miedo que genere el intento de buscar la verdad, será menor que el que pasaron aquellos desgraciados. Por lo demás, nosotros no estamos en su situación: podemos hacer algo más que rezar.

¿Y si nuestra hipótesis es falsa? Cuando se marcha contra la corriente general, siempre es necesario evitar perder la perspectiva. Es posible que la hipótesis de una conspiración sea falsa o simplemente una media verdad. Errar un humano y nosotros deberemos reconocer –y lo haremos sin dificultad- que nos hemos equivocado. A la vista de los datos que se disponen hoy en día consideramos que la posibilidad de error está por debajo del 25%, pero aun así existe. Por otra parte, lo que nos interesa no es tanto hacer triunfar nuestra hipótesis, sino demostrar la falsedad de la tesis oficial. Un error por nuestra parte implicaría solo una mala articulación o interpretación de los datos; algo que apenas afectaría al que suscribe estas líneas. Nuestro tiempo puede permitirse este tipo de errores; lo que no puede permitirse es la mentira puesta al servicio de una basta conspiración gubernamental.

En uno de los momentos cumbres de la literatura medieval, cuando en el ciclo del Grial, Arturo pregunta a Merlín cuál es el valor más alto que puede asumir un caballero, éste le responde: “la Verdad; la Verdad siempre”. Creemos que este episodio muestra algo más que uno de los momentos inspirados de la literatura. Marca un camino a seguir. Estamos en un momento histórico en el que todo induce a pensar que el respeto a la Verdad se ha perdido como nunca antes había ocurrido. Cada día, cientos de periodistas de todo el mundo asisten a ruedas de prensa y reproducen frases e ideas en las que no sólo no creen, sino que saben positivamente que son falsas. Lo hacen por necesidad de supervivencia. En el fondo todos precisamos un medio de vida. Pero es que, en aras de lo políticamente correcto, se está sacrificando, día a día, la Verdad. El pensamiento único es la estética de nuestro tiempo. Pero habrá un día, acaso cercano –amaríamos que así fuera- en el que sólo será considerado como estéticamente perfecto, aquello que sea éticamente aceptable. Para llegar a ello, oponerse al pensamiento único y a lo políticamente correcto, es un deber. La tesis oficial sobre los atentados del 11 de septiembre ha podido imponerse en tanto que llevamos más de 10 años en los que el tránsito hacia el Nuevo Orden Mundial –entendido como algo más que una reordenación de los intercambios económicos y la hegemonía mundiales- se produce a golpes de pensamiento único y con el cliché de lo políticamente correcto. Estas páginas pretenden romper esta lógica, tomando como excusa el episodio traumático de los atentados del 11 de septiembre.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen