365 QUEJIOS (31) cruces en playas
365 QUEJÍOS (31) DEJAD QUE LOS ENFERMOS PONGAN SUS CRUCES AMARILLAS
¿Están enfermos los independentistas? Lo están: el nacionalismo es una sífilis que corroe el cerebro, una de las coberturas más eficaces al nihilismo y el recuerdo de nuestra herencia animal (lo que Nietzsche decía sobre que “hemos recorrido el camino entre el gusano y el hombre y aún queda en nosotros mucho de gusano”). José Antonio Primo de Rivera situó al nacionalismo como “lo espontáneo” en contraposición a su concepción sobre la Nación concebida como una “unidad de destino” (que representaría “lo difícil”, antítesis de “lo espontáneo”). Debió llegar Konrad Lorenz para situarlo como una modulación del “instinto territorial” propio de las especies animales. Bien, pero todo tiene un límite. Porque una cosa es ser y sentirse apegado a la tierra que a uno le vio nacer, otra cosa es convertir ese apego en obsesión política (en “pequeña política”, tan distante de la “gran política” de la que hablara Nietzsche como un analfabestia puede estarlo del Nobel). Existe un nivel todavía más lamentable: cuando el nacionalismo se transforma en enfermedad y arrasa con la racionalidad. Es lo que en estos momentos está ocurriendo en Cataluña. Las cruces amarillas en las playas son muestra de que los servicios de salud mental de Cataluña (convenientemente transferidos desde hace décadas por el gobierno del Estado) no terminan de funcionar bien. Me quejo de que alguien se ha vuelto loco en Cataluña y la sanidad catalana no hace nada para impedirlo.
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