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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

La mutación nacionalista

La mutación nacionalista

Infokrisis.- El nacionalismo catalán apareció históricamente en el último tercio del siglo XIX y tras un principio del siglo XX en el que se aprovecho la crisis de “lo español” tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y posteriormente, del caos generalizado instalado durante la II República, desapareció por completo durante 40 años. Tras su salida a la superficie en 1977 se convirtió en el eje determinante de la política catalana y española. Como era inevitable la persistencia de la crisis económica iniciada en julio de 2007 repercutió en el nacionalismo, apareciendo una corriente independentista que hasta ese momento había sido completamente residual. Pero el independentismo nacionalista de 2012 no es el mismo que el regionalismo nacionalista de 1870-1909. Muchas cosas han cambiado y vale la pena realizar un análisis de esos cambios.

Pero ¿de dónde surge todo nacionalismo?

Es muy simple: en el Antiguo Régimen el poder estaba en manos de la realeza y de su prolongación, la aristocracia. Cuando se produjo la acumulación de capital y el inicio de la primera industrialización (segunda mitad del siglo XIX) la burguesía naciente acarició la idea de desplazar a la aristocracia de los resortes hegemónicos del país. Ese fue el sentido de las revoluciones liberales (empezando por la americana y por la francesa): la sustitución de la aristocracia por la de la nueva burguesía. Los que empezaban a tener el “poder económico” querían también el “poder político” para gestionar mejor sus negocios. La burguesía empezaba a acariciar el sustituir a la aristocracia como clase hegemónica.

A fin de redondear una ideología completa y cerrada, la burguesía enmascaró sus ambiciones con una superestructura emotiva y emocional: reconstruyó (o, simplemente, falsificó) la historia, empezó a hablar de “nación” en lugar de “reino” y de “democracia” en lugar de instituciones forales. Se construyeron los “mitos nacionales” capaces de reunir en torno suyo todo el potencial emotivo que era capaz de suscitar adhesiones entusiastas e irracionales por parte de la población y allí en donde los hechos históricos no bastaban, simplemente se recurrió a la falsificación de la historia y a la adulteración de los hechos históricos. También se olvidaron algunos en los que la “historia nacional” no quedaba en excesivo buen lugar. Así se construyó también el “nacionalismo español”, de matriz liberal, que tiene sus orígenes en las Cortes de Cádiz y también en el “trienio liberal” (182-1823). A no confundir –y eso es extremadamente importante- “nacionalismo” con “patriotismo”…

Este mismo proceso se reprodujo, a modo de fotocopia reducida, en determinadas regiones en las que las burguesías locales habían logrado tener un mayor desarrollo y conseguido una mayor acumulación de capital en torno suyo. No es, sin duda, por casualidad, que este proceso se produjo en España en dos regiones fronterizas: las provincias vascas y Cataluña. El comercio, la banca y las fundiciones fueron los puntales sobre los que se elevó una pujante burguesía vasca que tras la decepción de las guerras carlistas y con los cambios de la época desembocó en el nacionalismo aranista. En Cataluña, los capitales amasados en las Antillas especialmente, invertidos en especulación inmobiliaria en el llano de Barcelona con la formación del Eixample (Ensanche) de la ciudad gracias al proyecto de Ildefonso Cerdá, y con la formación de una amplia industria de hilaturas, dio como resultado la formación de una pujante burguesía que, al igual que la vasca, unía a su ferviente catolicismo una inquebrantable vocación de gobernar sus propios destinos sin depender de un gobierno distanciado 600 km de la capital catalana. Especialmente en torno al Vizconde de Güell y a asociaciones culturales nacidas desde mediados de siglo (Jove Catalunya) apareció un movimiento cultural, financiado por los Güell, que pretendía generar ese entramado emotivo y sentimental propio de todo nacionalismo. A eso se le llamo eufemísticamente “construcción nacional de Cataluña”.

Vale la pena recordar que, tras las pretensiones “patricias” de esta nueva aristocracia económica catalana, muy frecuentemente se trataba solamente de veleidades culturales que hoy hacen sonreír a los más piadosos y reír a carcajadas a los inmisericordes adversarios del nacionalismo catalán. Se sabe, por ejemplo, que en los Juegos Florales de 1901 (pagados por el Güell) en su alocución inicial Don Eusebio Güell Bacigalupi explicó con una seriedad pasmosa que el catalán es una lengua anterior al latín y que deriva de un dialecto hablado en los Alpes Réticos. Y la crema de la cultura catalana que estaba sentada en la platea aplaudió a rabiar esta enormidad… acaso porque todos ellos, en mayor o menor medida, estaban financiados por el prócer que así les hablaba.

Los Maragall, los Verdaguer, los Pico i Campanar, el trío de arquitectos modernistas Gaudí-Doménec-Puig i Cadafalc, músicos como Pep Ventura (murciano), etc, intentaron –siempre a las órdenes de la alta burguesía catalana que aspiraba a ser dueña de su propia fiscalidad con la obvia intención de pagar menos impuestos y ver más beneficiados sus negocios- crear una “cultura catalana” partiendo de elementos fragmentarios o simplemente inexistentes (el modernismo, por ejemplo, encontró sus raíces no en la arquitectura tradicional catalana, sino en la obra del arquitecto francés Viollet le Duc y en su Diccionario Razonado de Arquitectura Francesa). Autores como Maragall o Verdaguer, con la mejor intención del mundo recuperaron fragmentos de leyendas pirenaicas, se limitaron a cristianizarlos, a cambiar su sentido y convertirlos en puntales emotivos de la “nacionalidad catalana”. En música, los Güell horrorizados por que la burguesía catalana aplaudía una “música extranjera” en el Liceo (el wagnerianismo estaba muy extendido en la Cataluña de principios de siglo XX) intentaron crear una “ópera catalana” de la que la obra Garraf (texto de pico i Campanar y música de García Robles) es muestra de hasta qué punto se puede bostezar escuchando música… Los Güell subvencionaron a poetas, a artistas plásticos y, al mundo del teatro. Incluso los bailes regionales fueron adulterados y la “jota”, uno de los bailes populares más extendidos por la Cataluña ochocentista y decimonónica, fue sustituido por la sardana, inicialmente una música de moda (el equivalente moderno sería… Giorgi Dan) tomada de Zarzuelas. Aquella música tuvo éxito y Pep Ventura se convirtió en el prodigioso compositor de “sardanas”.

Precisamente en la sardana se percibe claramente el por qué era necesario falsificar la historia para crear un nacionalismo fuerte. En efecto, la historiografía oficial catalana nos cuenta que la sardana deriva de las danzas griegas de hace tres mil años… luego añaden que procedía de un baile popular bailado en la Cerdaña… A fin de cuentas, la Cerdaña, junto con el Rosellón forman parte de las reivindicaciones del nacionalismo. Que nosotros sepamos no existen huellas de ese baile pirenaico, sin embargo, lo que sí se baila todavía en la isla de Cerdeña (Sardegna) es un baile que se baila en círculo con los participantes cogidos por las manos y punteando los pasos con los pies. A este baile se le llama el “ballo sardo”: a observar que la raíz “sard” es la misma que la de “sardana” (sin olvidar que uno de los primeros pueblos que poblaron aquella isla eran… los “sárdanas”). Es evidente que el tráfico mediterráneo trajo este baile de la isla mediterránea a Cataluña (y no al revés puesto que el nombre delata el origen) y que en el siglo XIX fue aprovechado para dar una coreografía a las composiciones populares (sino populacheras) compuestas por el murciano Pep Ventura. No se podía, así mismo, reconocer que era extraterritorial, así que se recurrió a la asimilación con el nombre del condado ultrapirenaico de la Cerdaña. Era importante que la sardana, el “baile nacional de Cataluña” hubiera nacido en territorio catalán reivindicado y no en una isla lejana del Mediterráneo…

Lo que fue un cuerpo mercenario que agrupaba a poblaciones pirenaicas no solo catalanas sino gasconas, vascas y castellanas, dirigidas por un antiguo templario alemán, Roger von Blum, expulsado de la Orden por haber vendido pasajes de su navío (perteneciente a la Orden) durante la evacuación de Tierra Santa, se convirtió en el gran mito de la cultura catalana: los Almogávares. El problema era que sus andanzas estaban perfectamente documentadas y su recuerdo en el Imperio Bizantino resultaba todavía hoy imborrable. El catalanismo evita aludir a los desmanes, las venganzas, los actos de terrorismo y criminalidad pura y simple que rodearon a aquel cuerpo mercenario de una pantalla de odio que finalmente acabó con la vida de sus capitanes y con la extinción de sus huestes.

Los toros han sido proscritos de Cataluña aun a pesar de que los grandes episodios de la historia de Cataluña del siglo XIX suelen estar vinculados a la “fiesta nacional”, incluidas las bullangas de 1835 iniciadas tras una corrida en la que se lidiaron toros mansos bajo el sol sofocante de julio en la plaza situada en donde hasta no hace mucho estaba la Estación de Cercanías.

Y así podríamos seguir para llegar a la conclusión de que lo que hoy se llama “cultura catalana” es una mixtura de agregados de distintas procedencias, algunos de ellos inventados ad hoc durante el último tercio del siglo XIX y a la que el rodillo del nacionalismo ha podido darle un aire de relativa coherencia y unicidad. Esto solamente ha sido posible a partir de que a mediados de los años 80 el nacionalismo pasara a subvencionar a los medios de comunicación catalanes hablados, vistos y orales. Hoy más que nunca la dependencia de cualquier medio de comunicación editado en Cataluña de los fondos de la Generalitat hace imposible pensar en una prensa catalana libre.

Nacionalismo de ayer, nacionalismo de hoy

El proceso de fundación de todo nacionalismo como vinculado a la burguesía local es algo innegable que hoy nadie tiene interés en dudar, ni puede hacerlo. Salvo, por supuesto, los nacionalistas que lo presentan como un producto del ansia de la población catalana de autodeterminación e independencia. Bien… antes de las revoluciones liberales no existía el concepto de “nación” por tanto, difícilmente Cataluña hubiera podido ser “independiente” antes del siglo XIX, lo que existieron fueron “condados” catalanes y todos ellos admitían su vinculación al Reino de Aragón (reino y no “federación” tal como se intenta hoy presentarlo desde la historiografía “oficial” dictada desde la Generalitat). Después de la irrupción del liberalismo es obvio que Cataluña jamás ha sido independiente y, no solo eso, sino que el siglo XIX fue el “gran siglo español de Cataluña”. Los catalanes lucharon contra los jacobinos franceses en la “Guerra Gran”, invadieron el Rosellón y la Cerdaña, no para conquistar territorios propios, sino para aliviar la presión que esos mismos jacobinos franceses estaban generando en el País Vasco y Navarra. Luego participaron en la resistencia antinapoleónica, no al grito de “Visca Catalunya”, sino en nombre de España y de su Junta Central de Defensa. Los menestrales barceloneses fusilados por los napoleónicos son buena muestra de esa actitud que contrastaba con la legislación napoleónica que separaba a Cataluña de España, la incorporaba a Francia con el catalán como lengua oficial. Ese proyecto napoleónico fue rechazado de plano por el pueblo catalán y obligó a los pocos que lo aceptaron a irse en los furgones de cola de los ejércitos imperiales en retirada. Sin olvidar, por supuesto, el esfuerzo catalán en la defensa de Venezuela y de Cuba, mayoritariamente colonizado por catalanes.

Así pues, históricamente, las ínfulas independentistas no son más que un mal cuento para pobres infelices adoctrinados por un profesor tan oportunista como cínico e ignorante, pagado por la alta burguesía catalana.

En nuestro artículo sobre las 300 familias que componen el núcleo duro de “lo catalán” y que controlan lo esencial de la sociedad civil catalana no entramos en un elemento que hoy nos parece el central porque condiciona la actualidad política del nacionalismo y su deriva independentista

Veamos… El nacionalismo independentista actual no es ya una emanación de la burguesía catalana para beneficiar a sus negocios y lograr que los destinos de la población que viva en Cataluña sea regida en función de decisiones tomadas en Barcelona por esa misma alta burguesía. Habitualmente los analistas no han percibido que se ha producido en los últimos 25 años una mutación histórica y no se es frecuente que al analizar el nacionalismo catalán se recurra a elementos que están más allá de los altos muros de su huerto particular.

Pero lo cierto es que desde principios de los años 70 la industria textil catalana entró en crisis (en esa época el III Plan de Desarrollo previó la destrucción subvencionada de varios miles de usos y telares) y que veinte años después la globalización terminó de rematar la faena enviando a Marruecos, a China, a Vietnam y, en cualquier caso fuera del territorio catalán, a miles de empresas del sector textil. Cuando tenían lugar los fastos del 92, la burguesía catalana ya se dedicaba de manera creciente y progresiva a actividades especulativas o a sectores de bajo valor añadido… similares en todo a las que constituían los elementos centrales de la actividad económica en el resto del Estado: construcción y turismo. Los beneficios obtenidos con la venta de propiedades familiares, con los ingresos por actividades derivadas de estas dos actividades, con la venta de sectores enteros de la economía a multinacionales o con cierres subvencionados, no se utilizó en generar una nueva industria catalana… sino que pasó a los circuitos especulativos que, a partir de ese momento, ya no dependían ni siquiera de la bolsa de Barcelona. Bastaba con que uno de estos antiguos “próceres” apretara al “enter” de su ordenador para que cientos de millones de euros fueran invertidos en la bolsa de Nueva York, en industrias petroleras iberoamericanas o en iniciativas turísticas en el sudeste asiático. Por otra parte no era raro a partir de finales de los 80 que quienes disponían de ingentes medios económicos los llevaran –habitualmente de manera ilícita- al paraíso fiscal andorrano (el “país de los Pirineos”, el único en el que la lengua catalana es oficial, pasó de ser una calle en donde se vendían especialmente manufacturas de contrabando, a ser un paraíso fiscal que recogió buena parte del capital catalán… que huía de Cataluña con la sana intención de evadir impuestos. Montserrat Caballé llevó lo esencial de lo obtenido con su voz a Andorra, mientras que la familia Pujol lo enviaba a Iberoamérica).

Es cierto que las 300 familias siguieron teniendo una influencia determinante en el seno del nacionalismo pero para ellos el intervenir en política ya no era la cuestión central. A partir de los años 90 los grandes nombres que hasta entonces habían sido habituales en el nacionalismo de los últimos 100 años, desaparecieron de la primera fila de la acción política. En buena medida esas familias tenían problemas internos (se sabe que en Cataluña los abuelos crean las empresas, los padres las promueven a grandes empresas y los hijos las revientan…) y se veían sometidas a los mismos problemas que cualquier otra familia catalana y española: divorcios, edad avanzada para tener hijos, poca descendencia, etc. De hecho, las cifras de natalidad en la Cataluña actual están adulteradas por dos factores: primero por la presencia masiva de inmigrantes que están próximos a protagonizar 1 de cada 3 nacimientos de niños en Cataluña y en segundo lugar por los contingentes de inmigración interior llegados al cinturón industrial de Barcelona entre los años 50 y 80. Dicho de otra manera los hijos de catalanes-catalanes son hoy una exigua minoría como si en ellos se hubiera agotado un principio vital.

La conclusión fácil a la que llegamos es que, aun teniendo un extraordinario peso en la sociedad civil y en el mundo de los negocios (negocios que se realizan en su mayor parte fuera de Cataluña y que no tributan en las provincias catalanas), la alta burguesía catalana ya no es lo que hace sólo 30-35 años. Entonces ¿quién está detrás del nuevo impulso nacionalista?

Es fácil advertirlo: abandonados por la alta burguesía (que cada vez envía más a sus hijos a estudiar –los que deciden estudiar o sirven para ello- al MIT o a Oxford) los mitos del nacionalismo, sin embargo, estaban ahí, iban de la mano de partidos como Convergencia Democrática de Cataluña o Unión Democrática de Cataluña, sirviendo solamente en las campañas electorales para aportar ese factor emotivo que siempre precisa el nacionalismo, pero los que hasta ese momento habían sido sus patrones, da la sensación de que se fueron desentendiendo de la acción política especialmente durante los años 90 cuando se evidenció que la política realizada a la luz pública era un terreno demasiado arriesgado y que, antes o después, traería problemas (los procesamientos de Félix Millet por un lado y de los más próximos colaboradores de Pujol por otro, Prenafeta y Alavedra, les dieron la razón a quienes opinaban esto). Luego vino el marasmo de los años del tripartito en donde el nacionalismo de CiU en lugar de ser sustituido por un gobierno que insistiera en avances sociales mucho más que en reivindicaciones nacionales, volvió a ser más de lo mismo. En esos años ocurrió algo notable: la Generalitat se convirtió en un monstruo burocrático y como en cualquier otra entidad del mismo tipo (la ONU, la UNESCO, como ejemplos más evidentes), en su interior se creó una casta de funcionarios cada vez más amplia cuyo medio de vida era… la Generalitat y cuyos negocios estaban puestos al calor de la misma.

Ya no es que, como ocurría durante el período de gobierno de Pujol, éste pusiera el cazo en Madrid para pedir más y más fondos que servirían para financiar las actividades de los “amigos” (esto es de las 300 familias), sino que se trataba de pedir siempre más fondos para alimentar a la élite burocrática en cuyas manos está la Generalitat. Para esta élite funcionarial, la Generalitat ya no es la expresión del gobierno autónomo de Cataluña, sino un fin en sí mismo: si se está “dentro” de la Generalitat (en cualquiera de sus despachos oficiales, de sus cientos de “institutos”, de sus negociados kafkianos) se están “en el ajo” y se obtiene la posibilidad de hacer buenos y grandes negocios en los que lo importante no es tanto los beneficios obtenidos como el apoyo prestado por la institución a la que se pertenece, la Generalitat).

Históricamente, lo que ha ocurrido es que el eje del nacionalismo catalán se ha desplazado de la alta burguesía industrial a la baja burguesía funcionarial que aspira a convertir la Generalitat en su modus vivendi ad infinitum.

Así es comprensible que el principio histórico del nacionalismo catalán (“Cataluña es la parte seria de España y por tanto los catalanes reivindicamos la primacía de gobernar en España”) haya sido sustituido por el simple afán de obtener una fiscalidad catalana propia: si a lo que se aspira es a vivir de la Generalitat lo normal es que se reivindiquen las llaves de la caja y que esta tenga la potestad para recaudar toda la fiscalidad generada en Cataluña pagando al Estado una cantidad estipulada en calidad de “pago por alquiler” de servicios e infraestructuras. A esto, en definitiva, es a lo que aspira Artur Mas con su reivindicación de un concierto económico.

El resto no es más que el agregado emotivo y sentimental de siempre (con su alto grado de falsificación histórica, con sus nimiedades convertidas en elementos centrales para la “construcción nacional de Cataluña” y con sus obsesivos programas sobre castellers y sardanas servidos por el Canal 33 justo antes de fusionarse, ante la caída en picado de audiencia, con el Canal Super 3 de carácter infantil…) necesario en la medida en que de lo que se trata es de ganar elecciones apelando a los instintos más bajos y a la ignorancia de las poblaciones.

Artur Mas es el responsable de que el independentismo catalán haya subido como la espuma en el último año. No en vano ha inyectado 200 millones de euros en las entidades que lo promueven. Para colmo, ese independentismo ha encontrado un período excepcionalmente apropiado para un discurso simplista: “Madrid es el responsable de la crisis, no salimos de la crisis por culpa de Madrid, Madrid nos roba”… y a tenor de quien ha gobernado en Madrid en las últimas décadas cabe decir que la posición del gobierno del Estado es indefendible en la medida en que desde Felipe González e incluso desde Adolfo Suárez no se ha podido gestionar peor el poder en el Estado.

El nacionalismo catalán ha ejercido el chantaje contra el Estado en los últimos 33 años. En unas legislaturas todo se ha reducido (así se diseñó la constitución: para permitir el chantaje de los nacionalistas catalanes y vascos) a cambalachear votos en el parlamento a cambio de dinero y en otras a atizar el fantasma independentista (o terrorista) con aquello de “si no nos dais lo que pedimos los radicales independentistas lo tendrán fácil para hacerse con el control de la situación y con ellos os será más difícil negociar”… tal fue el discurso de Pujol en algunos momentos y el discurso con el cual se fue a Madrid Artur Mas después de la manifestación del 11-S para, nuevamente, poner el cazo.

Lo que ocurrió es sabido: hay crisis económica y el Estado no dispone de los fondos necesarios que en otro tiempo hubiera entregado al rector de la Generalitat para que hiciera lo que quisiera con ellos. Ahora, simplemente, no hay dinero y España está bajo el microscopio de la Unión Europea y determinadas “alegrías” podrían acarrear censurar por parte de la UE. De retorno, Mas se encontró entre la espada y la pared: no podía interrumpir bruscamente el discurso soberanista (aun a sabiendas de que carece de desembocadura práctica), pero tampoco podía permitir que el monstruo independentista que él mismo creó creciera hasta el punto del “surpaso” en relación al nacionalismo de CiU. Y convocó elecciones anticipadas. Nadie convoca este tipo de elecciones si no tiene garantía de que las va a ganar.

Con el paso de las semanas, Mas va “modulando” su discurso: él es el primero en saber que la independencia es imposible así que insiste en la “autodeterminación” (que es como decir, quiero que se vote que podemos convocar un referendo por la independencia pero no digo lo que voy a votar, si a favor o en contra) idea ambigua en la que cabe cualquier interpretación. Sabe que la legislación española no lo permitiría pero que la UE excluiría pura y simplemente a Cataluña de su diseño, lo que equivaldría a un mayor empobrecimiento de esa región, que con su 1.500.000 de inmigrantes, sus bajas tasas de natalidad y la premura con que los jóvenes se están dando en abandonarla hacia otras regiones del Estado o hacia el extranjero especialmente, y dadas las altas tasas de natalidad de la inmigración, en apenas 20 años, es presumible que la población inmigrante y la población autóctona se hubieran igualado existiendo antes la posibilidad de que se implantara la sharia antes que el derecho foral catalán.

Mas está quemando los últimos cartuchos: las tasas de uso del catalán no avanzan y las cifras no hacen honor a la realidad. Solamente el 35% de la población utiliza habitualmente el catalán, pero no indican de qué edades. Los porcentajes de espectadores de cine catalán están bajo mínimos y son residuales, se lee poco libro en catalán, las web catalanas, a pesar de recibir impulsos y apoyos de la Generalitat, son pocas y de audiencias extremadamente débiles y en cuanto a la música catalana, pasada la época del “rock catalán” y recordándose solamente en libros de historia la “nova cançó” está simplemente estancada con tendencia a la desaparición. Y todavía queda por llegar lo peor.

Cuando la economía española esté intervenida por la UE, la “troika comunitaria”, los “hombres de negro” fiscalizarán cualquier gasto: hará falta mucha moral para explicarles los generosísimas entregas de fondos a la Generalidad y mucha mano izquierda para que ésta logre explicar qué hace con ellas y cuáles son las inversiones productivas que verdaderamente han dado algún resultado en estas últimas décadas. Desde la Generalitat se tiene horror a este momento porque la lupa no solamente se va a poner sobre el Estado, sino especialmente sobre las Comunidades Autónomas. La desaparición y las fusiones de canales de la TV catalana y de las radios catalanas, son un mal presagio. De ahí que para CiU sea extremadamente importante (es decir, para la élite funcionarial de la Generalitat) aposentarse ahora mismo del máximo de resortes de poder, porque a partir de la llegada de la “troika” la fiscalidad va a hacer muy difícil progresar bajo la lupa.

Por eso se han convocado estas elecciones autonómicas.

© Ernest Milà – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com

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