El origen del fascismo (I)
Infokrisis.- El fascismo histórico nace de en un clima agitado en el que un sector de la sociedad italiana exige que el país intervenga en la Primera Guerra Mundial. Esa actitud crea especialmente tensiones dentro del Partido Socialista en el que ha emergido la figura de Benito Mussolini que, finalmente termina fundando un periódico belicista que constituirá la médula originaria del fascismo.
El papel de Italia en la I Guerra Mundial fue bastante deslucido desde el principio. Inicialmente, el país estaba ligado al Reich Alemán y al Imperio Austro-Húngaro, constituyendo la “tercera pata” de la llamada Triple Alianza. Este pacto fue un producto del diseño internacional plasmado por el canciller Otto von Bismarck que unió inicialmente a los dos países germánicos a los que más tarde se uniría Italia. El ingreso de Italia se produjo tras la negativa del Imperio Ruso a integrarse en una alianza defensiva a causa de sus desavenencias con Viena. Esto ocurría en 1887.
Un vistazo al mapa de Europa de la época indica que los firmantes de este pacto ocupaban un lugar axial en Europa y por eso fueron conocidos como “imperios centrales”. La alianza era, a fin de cuentas, un mero pacto defensivo destinado a aislar a Francia y contener su espíritu de revancha después de la derrota de Sedán y de la guerra franco-prusiana. Italia siempre ocupó un papel secundario sino marginal en la Alianza. De hecho, si Italia terminó integrándose fue a causa de la oposición francesa al establecimiento del poder italiano en Somalia y en Túnez (1).
Sin embargo, el pacto, desde el principio tenía puntos de fricción, especialmente por la tensión entre Italia y Viena a causa de la disputa por el Trentino. De esta disputa surgió el término “irredentismo” que indica la aspiración del pueblo italiano a completar su propia unidad nacional ante la permanencia de territorios más o menos grandes en manos de potencias extranjeras (2). Desde el principio, el “irredentismo” adquirió un carácter anti-austríaco que reivindicaba la italianidad del Trentino y de la Venezia Giulia que los azares de la historia habían dejado en manos vienesas (3).
Los “irredentistas” no dejaron de poner palos en las ruedas y torpedear a la Triple Alianza. Si Italia se mantuvo dentro de este pacto fue porque estimaba que sus otros dos socios podían contribuir y apoyar la creación de un imperio italiano. A pesar de que el pacto fue ratificado en varias ocasiones, la última vez en 1913, en el atrio de la I Guerra Mundial, lo cierto es que, el aumento de la presión irredentista, hacía cada vez más incómoda la posición italiana y en ese contexto de oposición irredentista a Austria-Hungría nació el movimiento intervencionista italiano (4).
La Triple Alianza fue solamente una alianza defensiva antifrancesa que no implica necesariamente que al iniciarse las hostilidades entre Alemania y Austria-Hungría con Francia, Italia debiera comprometerse en el conflicto. Cuando finalmente lo hizo en 1916, se alineó precisamente con la Triple Entente (Francia, Inglaterra y Rusia) y fue, precisamente, en los dos años que median entre el inicio del conflicto (1914) y la entrada de Italia en guerra cuando emerge la figura de Mussolini.
Francia, percibiendo que Italia era el eslabón más débil de la Triple Alianza, en los veinte años que precedieron al estallido de la I Guerra Mundial se dedicó a hacer bascular a Italia hacia el neutralismo. Tal fue el objetivo del viaje del presidente francés Émile Loubet a Roma el 26 de marzo de 1904 que siguió a la visita que el Kaiser alemán Guillermo II había realizado a Italia apenas un mes antes. El Kaiser se encontró con Víctor Manuel III en el golfo de Nápoles, justo cuando en Innsbruck se producían incidentes antiitalianos protagonizados por estudiantes austríacos, en el marco de un clima de tensión creciente (5). Antes se habían producido conversaciones entre Italia y Francia que garantizaron la neutralidad italiana en el conflicto (6). Iniciado éste, Italia tardó poco en proclamar su neutralidad (3 de agosto de 1914) cuando gobernaban los conservadores; uno de ellos, Giolitti, en un alarde de eclecticismo, opinaba que lo importante no era con quien se entraba en guerra o a favor de quien se favorecía con la neutralidad: todo consistía en las ventajas que ofreciera cada parte (7).
Italia se dividió en una gran mayoría indiferente y apática mientras que surgían grupos intervencionistas muy ruidosos, ubicados especialmente entre las fuerzas democráticas que optaron por promover la participación en el conflicto del lado de los alados, proclamando la necesidad de un cambio de alianzas. Finamente, en la primavera de 1915, el gobierno italiano realizó una nueva ronda de conversaciones con la Entente (Francia, Gran Bretaña y Rusia) que concluyeron en la firma del Pacto de Londres (26 de abril) que, con la habitual alusión a las “justas compensaciones”, Italia se comprometía a declarar la guerra al Imperio Austro-Húngaro antes de la llegada del verano. El mes previo a la declaración de guerra, las manifestaciones intervencionistas se sucedieron de manera vertiginosa sin que lograran generar excesivo entusiasmo entre la población. El belicismo fue cosa de minorías… pero esas minorías son las que encontramos precisamente en las distintas componentes que dieron lugar al fascismo:
- De un lado los miembros de la Associazione Nazionaliste Italiana (Asociación Nacionalista Italiana) (8).
- De otro los socialistas, Nenni, Anselmini y, por supuesto, Mussolini.
- También antiguos anarquistas y sindicalistas revolucionarios (9).
- Y, finalmente, núcleos de intelectuales y artistas entre los que se encontraban los futuristas de Marinetti y los irredentistas de D’Annunzio
Las motivaciones de cada uno de estos grupos eran distintas. Los procedentes de la izquierda justificaban la entrada en guerra por la defensa de la democracia y, por tanto, contra Alemania y Austria-Hungría a los que consideraban como dictaduras feudales. En cuanto a los núcleos intelectuales y nacionalistas eran más proclives a enarbolar argumentos irredentistas y patrióticos.
Las primeras manifestaciones intervencionistas se habían iniciado dos años antes de la entrada de Italia en el conflicto (el 16 de septiembre de 1914) organizadas en Milán por los futuristas.
Sin embargo, a partir del desencadenamiento de las hostilidades se demostró ampliamente que Italia no estaba preparada para un conflicto de esa envergadura. La primera ofensiva destinada a capturar Gorizia se saldó con un fracaso debido a la debilidad artillera. En ese momento, el ejército solamente disponía de 600 vehículos motorizados y el transporte de cañones a través de los Alpes se realizaba mediante acémilas. A pesar de que los italianos superaban a los austríacos en una proporción de dos a uno, estos se situaban generalmente en las estribaciones de los Alpes en cotas más altas, lo que les otorgaba una superioridad estratégica. Solamente en los seis primeros meses de conflicto, Italia tuvo 66.000 muertos, 190.000 heridos y 22.000 prisioneros. Luego se produjo la ofensiva del Trentino que terminó en otro amargo fracaso. Las ofensivas de Asiago y el Isonzo no reportaron beneficios para Italia a pesar de que Gorizia fuera finalmente ocupada. Cuando después de once batallas en el Isonzo, 100.000 muertos y 150.000 heridos, los austríacos parecían agotados, recibieron refuerzos alemanes y el 24 de octubre de 1917 iniciaban la batalla de Caporetto (10) precedidos por un intenso fuego artillero y con el apoyo de unidades infiltradas en el campo italiano con misiones de sabotaje. En pocas jornadas consiguieron un éxito definitivo poniendo fuera de combate a 400.000 italianos, conquistando 3.000 cañones y poniendo sus banderas en las puertas de Venecia.
Por si fuera poco, al firmarse la paz, Italia experimentó la sensación de que no había recibido las “justas compensaciones” por parte de sus aliados Al desastre bélico se unieron unos efectos económicos desastrosos y la exacerbación del nacionalismo y del resentimiento hacia los aliados. Y en ese magma la figura de Benito Mussolini que había emergido en los meses previos a la entrada de Italia en guerra.
Mussolini, del intervencionismo al fascismo
Robert Paris explica que “La adhesión de Mussolini al intervencionismo fue, sin duda alguna, la más bella victoria de los partidarios de la guerra” (11). En 1914, cuando se inicia el conflicto en Europa, Mussolini militaba en la corriente revolucionaria del Partido Socialista. Sus camaradas lo consideraban un “idealista intransigente”. El proceso que llevó a la guerra fue “el punto de divergencia que acelerará el proceso de ruptura de Mussolini con el Partido Socialista Italiano de forma drástica y definitiva” (12). Unos años antes, en 1912, la posición de Mussolini ante la guerra de Libia había sido antibelicista y le facilitó el ponerse a la cabeza de la “corriente revolucionaria” batiendo en el congreso de Reggio Emilia a los “reformistas”. El prestigio que ganó en ese episodio le valió el 1 de diciembre de 1912 ser nombrado director del Avante!, portavoz del PSI en donde siguió con sus vehementes alegatos revolucionarios; apoyó la “semana roja” de Ancona (13) lo que le valió un aumento de su prestigio como “agitador” (14).
Sin embargo, poco después, después de jugar durante el período 1912-14 la carta de la intransigencia antibelicista, en septiembre de 1914 empieza a dar síntomas de haber variado su posición del pacifismo neutralista al intervencionismo. Antes, en agosto, Alceste de Ambris, en la tribuna de la Unión Sindical Italiana de Milán había lanzado un violento ataque contra el neutralismo, defendiendo la necesidad de apoyar a Francia e Inglaterra contra los teutones “situando esta guerra en el mismo plano que la Revolución Francesa” (15). Los “sindicalistas revolucionarios” se declararon a partir de entonces partidarios del intervencionismo siendo los primeros entre la izquierda que adoptaron esta posición y desdiciendo la posición oficial de la Unione Sindacale Italiana partidaria del neutralismo e incluso amenazando con la huelga general en caso de guerra. Se produjo una escisión en el seno de la USI a principios de octubre de 1914 que culminó en la formación del Fascio Rivoluzionario d’Azione Internazionalista (16).
El 18 de octubre, Mussolini había publicado un largo artículo en Avante! Titulado “De la neutralidad absoluta a la neutralidad activa y actuante”, verdadero llamamiento a la incorporación de Italia en el conflicto al lado de la Entente (17). El futuro Duce había atravesado la “línea roja” y la dirección del PSI que seguía sosteniendo una política de “neutralidad absoluta” lo destituyó como director del diario (18). Era el 20 de octubre… Veinticinco días después, exactamente el 15 de noviembre, aparecía el primer número de Il Popolo d’Italia. El 24 de noviembre, Benito Mussolini, hijo de un herrero de Predapio, hombre hecho a sí mismo, fue excluido del Partido Socialista junto con algunos camaradas.
En las columnas de su nuevo diario, Mussolini publicó el 1 de enero de 1915 el manifiesto intervencionista de los Fasci d’Azione Rivolucionaria (19). Mussolini y el sindicalista-revolucionario De Ambris solían evocar en aquellas semanas a los “primeros congresos de la internacional” (20). Tras un mes de actividad, en febrero, los Fasci agrupaban a 9.000 afiliados partidarios de iniciar la guerra con Austria. Llegaron a hablar de generar un casus belli asaltando un cuartel austríaco y el propio Mussolini pidió fondos a un agente zarista para realizar la operación (21). A pesar de su odio anterior a la monarquía, Mussolini en ese momento sostenía la necesidad de que los revolucionarios dejaran de hostilizar a la monarquía de los Savoia a cambio de que ésta declarara la guerra. Finalmente, el 4 de mayo, en medio de un clima de exaltación por parte de los intervencionistas, Italia declaró la guerra a Austria.
Los socialistas a partir de entonces ni se adhirieron a la guerra ni la sabotearan, los anarquistas en cambio adoptaron una resolución contraria a la guerra y la extrema-izquierda comunista dirigida por Amadeo Bordiga consideró que valía la pena oponerse a la guerra para concentrar esfuerzos en el desencadenamiento de la revolución. Sin embargo, la sociedad italiana en su conjunto permanecía ajena y alejada de la guerra y nada consiguió moverla de esta posición hasta que llegaron los primeros cadáveres y se tuvo noticia de la fortuna adversa en los frentes.
Tras Caporetto se produjo un nuevo cambio de posiciones: los católicos se declararon abiertamente a favor de la defensa de la patria amenazada y los socialistas, dirigidos entonces por su ala reformista, adoptaron esta misma posición. Mientras, la izquierda socialista y, por supuesto, los comunistas bramaban por la insurrección que estalló en Turín, primero en mayo de 1915 y luego en agosto de 1917 (22).
Algunos historiadores se han planteado de dónde salió el dinero para lanzar Il Popolo d’Italia. Tras un período de debates tendentes a hacer presentar a Mussolini como un ambicioso que hizo todo lo posible por arrastrar a su pueblo a un conflicto en el que ganó poco y perdió demasiado, lo cierto es que hoy nadie duda que Mussolini contó con el apoyo de Filippo Naldi, su “socio capitalista” (23) para lanzar el diario. Una vez puesto en marcha, evidentemente, a quien más beneficiaba era a los aliados franceses e ingleses y, por tanto, de ahí afluyeron fondos (24), lo que no implica, como se ha dicho, que franceses e ingleses estuvieran en el arranque del fascismo.
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