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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Textos antiliberales (I de IV): Breve historia de la idea de progreso. Alain de Benoist

Infokrisis.- La idea de progreso aparece como una de las bases teoricas de la modernidad. Hasta hace poco se le consideraba, no sin razón, como la verdadera "religión de la civilización occidental". Históricamente, esta idea se formulo en torno a 1680, en el marco de la discusión que oponia a los antiguos y los modernos, en la que participaron Terrasson, Perrault, el abate de Saint-Pierre et Fontenelle. Se enrriquece más tarde por iniciativa de una segunda generación, que incluye principalmente a Turgot, Condorcet y Louis Sébastien Mercier. Los teóricos del progreso se dividen sobre cual es la dirección del progreso, el ritmo y la naturaleza de los cambios que le acompañan, y eventualmente a quienes consideran sus protagonistas principales. Pero, todos se adhieren, sin embargo, a tres ideas-clave:

1) un concepto lineal del tiempo y la idea de que la historia tiene un sentido, orientado hacia el futuro

2) la idea de la unidad fundamental de la humanidad, como un todo destinado a evolucionar en la misma dirección.

3) la idea que el mundo puede y debe ser transformado, lo que implica que el hombre se afirma como amo soberano de la naturaleza.

Estas tres ideas proceden originariamente del cristianismo. A partir del siglo XVII, el desarrollo de las ciencias y la técnica implica la reformulación de estas ideas en una óptica secularizada. A diferencia, en los Antiguos Griegos, solamente lo eterno es real. El ser auténtico es inmutable: el movimiento circular que garantiza el eterno retorno de lo mismo en una serie de ciclos sucesivos es la expresión más perfecta de lo divino. Si hay instantes de progreso y decadencia, dentro de un ciclo es porque no puede sino ser sucedido por otro (teoría de la sucesión de las edades en Hésiodo, del retorno de la edad de oro en Virgilio). Por otra parte, la determinación principal viene del pasado, no del futuro: el término “ar” devuelve sobre todo al origen (antiguo) como autoridad (arch, monarca).

Con la Biblia, la historia se convierte en un fenómeno objetivable, una dinámica de progreso que espera, en una perspectiva mesiánica, la llegada de un mundo mejor. El Génesis asigna al hombre la misión "de dominar la tierra". La temporalidad es el vector por medio del cual el mundo debe dirigirse progresivamente en dirección a lo mejor. Bruscamente, cada acontecimiento se convierte en un episodio de la salvación: Dios se revela históricamente. El tiempo, por otro lado, se orienta hacia el futuro, y va de la Creación a la Parusía, del jardín del Eden al Juicio Final. La edad de oro no esta en el pasado, sino al final de los tiempos: la historia terminará, y terminará bien, al menos para los elegidos de Dios. Esta temporalidad lineal excluye todo eterno retorno del pasado, toda concepción cíclica de la historia, toda imagen de la alternancia de las edades y los ciclos. Desde Adán y Eva, la historia se desarrolla según una necesidad opuesta a toda eternidad, avanza con la antigua Alianza y, en el cristianismo, culmina en una encarnación que no podra repetirse. San Agustin será el primero en tomar esta concepción filosofica de la historia universal que englobará a toda la humanidad, la cual debe progresar de edad en edad hacia algo mejor.

La teoría del progreso seculariza esta concepción lineal de la historia, de ahí derivan todos los historicismos modernos. La diferencia principal es que la armonia en el más allá es sustituida por la esperanza en un futuro mejor en la tierra, y que la felicidad terrenal sustituye a la salvación. En el cristianismo, el progreso sigue siendo, en efecto, mas escatologico que histórico en sentido literal. El hombre debe pretender lograr su salvación en la tierra pero para luego pasar al otro mundo. No tiene, por otra parte, ningun control sobre el plan divino. Por último, el cristianismo condena el deseo insaciable y considera, como el estoicismo, que la sabiduría moral reside más en la limitación que en la multiplicación de los deseos. Sólo la corriente milenarista, que se inspirá en el Apocalipsis, quiere anticipar el Juicio Final y acelerar la llegada del Reino de los Cielos en la tierra. La secularización de la visión de Agustin, inspirará la posteridad espiritual de Joachim de Fiore. Para llegar a su formulación moderna, la teoría del progreso necesitaba pues de elementos suplementarios. Éstos aparecen a partir del Renacimiento, y se evidencian a partir del siglo XVII.

El desarrollo de las ciencias técnicas, añadido al descubrimiento del Nuevo Mundo, alimenta entonces un nuevo optimismo en tanto que parecia abrirse una nueva era de cambios y mejoras infinitas. Francis Bacon, que es el primero en utilizar la palabra "progreso" en un sentido temporal, y no espacial, afirma que el papel del hombre es controlar la naturaleza conociendo sus leyes. Descartes propone igualmente a los hombres volverse a amos y dueños de la naturaleza. La naturaleza, escrita "en lengua matemática" para Galileo, se vuelve muda e inanimada. El Cosmos no es ya portador de un sentido en sí mismo. A partir de ahora no es mas que un ente mecánico que es necesario desmontar para conocerlo e instrumentalizarlo. El mundo se vuelve un puro objeto propiedad del hombre. El hombre prueba la convicción de que, gracias a la razón, no puede confiar mas que en sí mismo.

El Cosmos de los antiguos cede así su lugar a un nuevo mundo, geométrico, homogéneo e infinito, controlado por las leyes de la causa y el efecto. El modelo de comprensión que se aplica es un modelo mecánico, más concretamente el del reloj. El propio tiempo se vuelve homogéneo, mesurable: es el "tiempo de los comerciantes", que sustituye al "tiempo de los campesinos". La mentalidad técnica surge de este nuevo espíritu científico. La técnica tiene por objeto principal, acumular utilidades, es decir, ayudar a producir cosas útiles. Hay una convergencia evidente entre este optimismo científico y las aspiraciones de una clase burguesa que trata de imponerse en los mercados nacionales cuya creación se realizó al mismo tiempo que la de los reinos territoriales. La mentalidad burguesa tiende a dar solamente por válidos, o incluso por reales, exclusivamente las cantidades calculables, es decir, los valores reales. Georges Sorel verá más tarde en la teoría del progreso una "doctrina burguesa".

Se sabrá más siempre, por lo tanto todo irá mejor siempre.

En el siglo XVIII, los economistas clásicos (Adam Smith, Bernard Mandeville, David Hume), promueven, por su parte el deseo insaciable: las necesidades del hombre, en su opinión, pueden ser aumentadas siempre y constantemente. Está, pues, en la naturaleza del hombre querer cada vez más y actuar en consecuencia, pretendiendo permanentemente maximizar sus intereses. Junto al optimismo predominante, esta argumentación tiende a relativizar o borrar en los espíritus la doctrina del pecado original, que imponia limitaciones. Con una particular insistencia, se destaca el carácter acumulable del conocimiento científico. La conclusión que se extrae es el carácter necesario del progreso: se sabrá cada vez más, por lo tanto todo irá mejor siempre. Dado que "se compuso un buen espíritu de todos los que nos han precedido", se deduce la constante superioridad de los modernos: "somos enanos sobre hombros de gigantes", frase de Bernard de Clairvaux, recogida por Fontanelle. Los antiguos ya no tienen ninguna autoridad. La tradición, al contrario, es percibida como un obstáculo para el avance de la razón. La comparación entre el presente y el pasado, siempre dará la ventaja al primero y permitirá al mismo tiempo revelar hacia donde se dirigue el futuro. El movimiento comparativo se vuelve así profético: el progreso, considerado en primer lugar como el resultado de la evolución, se instaura como el principio de esa evolución.

Otra idea, ya formulada por San Agustin, es la de una humanidad concebida como un organismo unitario, que ha dejado progresivamente atrás la infancia "de las primeras edades" para entrar en la "edad adulta". Turgot habla así del género humano, que “desde su origen (...) parece a los ojos del filósofo como un conjunto inmenso que tiene, como cada individuo, su infancia y sus progresos”. El mecanismo cede aquí su lugar a la metáfora organicista, pero se trata de un organicismo paradójico, puesto que se no se preve ni el envejecimiento ni la muerte. Esta idea de un organismo colectivo que mejora perpetuamente dará nacimiento a la idea contemporánea del desarrollo como crecimiento indefinido. En el siglo XVII, se consolida un determinado menosprecio hacia la infancia, que se realiza al mismo tiempo que el menosprecio hacia los orígenes y los inicios, siempre observados como inferiores. El concepto de progreso implica además la idolatría del novum: toda novedad es mejor a priori por el hecho de que es nueva. Esta sed de lo nuevo, sistemáticamente considerado como sinónimo de mejor, rápidamente se convertirá en una de las obsesiones de la modernidad. En el arte, desembocará en el concepto de "vanguardia" (que tiene también sus contrapartidas en la política).

La teoría del progreso posee en adelante todos sus componentes. Turgot, en 1750, luego Condorcet, lo expresan en forma de una convicción: la masa total del género humano se dirigue siempre a una perfección mayor. La historia de la humanidad se percibe así como definitivamente unitaria. Lo que se conserva del cristianismo, es la idea de una perfección futura de toda la humanidad y la certeza que la humanidad se dirige hacia un único destino final. Lo que se abandona, es el papel la Providencia en esta progresión, que es sustituida por el poder de la razón humana. El universalismo se basa en adelante en una razón "una y universal en cada uno" que supera todos los contextos, rechazando todas las particularidades.

La irresistible marcha del progreso

Paralelamente se considera al hombre, no sólo como un ser de deseos y necesidades insaciables, sino también como un ser indefinidamente perfectible. Una nueva antropología le considera en realidad como una tabla rasa, una hoja virgen que puede ser llenada, o le asigna una "naturaleza" abstracta universal, enteramente disociada de su existencia concreta y sus diferencias. La diversidad humana, individual o colectiva, es observada como contingente, irrelevante e indefinidamente transformable por la educación y el "medio". El concepto de artificio se vuelve central y sinónimo de la cultura refinada. Se cree ahora que el hombre para realizar su humanidad debe oponerse a una naturaleza, de la que debe liberarse "para civilizarse"; la humanidad debe entonces liberarse de todo lo que podría obstaculizar la irresistible marcha del progreso: los prejuicios, las supersticiones, el peso del pasado, las tradiciones. Lo que lleva, indirectamente, a la justificación del terror: si la humanidad tiene el progreso como único destino, cualquiera que suponga un obstáculo para ese progreso puede ser reprimido de manera justificada; puede, así mismo, justificarse que cualquiera que se oponga al progreso de la humanidad pueda ser expulsado de la humanidad y señalado como "enemigo del género humano" (de ahí la dificultad de reconciliar las dos afirmaciones kantianas de la igualdad en dignidad de los hombres y del progreso de la humanidad).

Esta actitud de rechazo a la naturaleza y al pasado frecuentemente es representada como sinónimo de una liberación de todo determinismo. Realmente, el determinismo en relación al pasado es sustituida por el determinismo en relación al futuro: es el "sentido de la historia". El optimismo inherente a la teoría del progreso se extiende rápidamente a todos los ámbitos, a la sociedad y al hombre. Se supone que el reino de la razón desembocará en una sociedad a la vez transparente y pacífica. Supuesto ventajoso para todas las partes, el "suave comercio" (Montesquieu) debe substituir por medio del intercambio al conflicto, cuyas causas "irracionales" serán eliminadas progresivamente. El abate de Saint Pierre enuncia así un "proyecto de paz perpetua" que Rousseau criticará duramente.

Condorcet propone mejorar racionalmente la lengua y la ortografía. La propia moral debe presentar los caracteres de una ciencia. La educación tiene por objeto enseñar a los niños a deshacerse de los "prejuicios", fuente de todos los males sociales, y a hacer uso exclusivamente de la razón. La marcha de la humanidad hacia la felicidad se interpreta así como sinonimo del bien moral. Para los hombres de las Luces, dado que el hombre actuará en el futuro de manera cada vez "más ilustrada", la razón se perfeccionara y la humanidad devendrá en moralmente mejor. El progreso, lejos no afectar más que al marco exterior de la existencia, va pues a transformar al propio hombre. Un progreso adquirido en un ámbito se reflejará necesariamente en todos los demás. El progreso material implica el progreso moral.

A nivel político, la teoría del progreso se asocia muy rápidamente a un animus antipolítico. El carácter asignado al Estado por los teóricos del progreso es, sin embargo, ambiguo. Por un lado, el Estado reduce la autonomía de la economía, observada como la esfera de la "libertad" y de la acción racional por excelencia: William Godwin dice que los Gobiernos crean por naturaleza obstáculos para la propensión natural del hombre a comerciar. Del otro, permite al hombre, en la tradición contractualista inaugurada por Hobbes, escapar a las dificultades consustanciales al anarquico "estado de naturaleza". El Estado puede, pues, ser la vez obstáculo y motor del progreso.

La idea más habitual es que la propia política debe volverse racional. La acción política debe dejar de ser un arte, controlado por el principio de prudencia, para volverse una ciencia, controlada por el principio de la razón. A imagen del universo, la sociedad puede ser observada como un ente mecánico, cuyos individuos son meros engranajes. Debe, pues, ser administrada racionalmente, según principios tan regulares como los que se observan en la física. El soberano debe ser el mecánico encargado de hacer evolucionar la "física social" hacia "la mayor utilidad pública". Esta concepción inspirará la tecnocracia y la concepción administrativa y gestora de la política que se encontrará en un Saint Simon o en un Auguste Comte.

¿En qué desemboca el progreso?

Una pregunta especialmente importante consiste en saber si el progreso es indefinido o si desemboca en una etapa última o final que sería o una novedad absoluta, o la restitución "más perfecta" de un estado originario: la síntesis hégéliana, la sociedad sin clases que nos retornaría al comunismo primitivo (Marx), el fin de la historia (Fukuyama), etc. Se presenta al mismo tiempo, le interrogante de si el objetivo final, en caso de que tuviera uno, quizá pudiera ser conocido con anticipación. ¿En qué desemboca el progreso? ¿puede desembocar en otra cosa diferente a sí mismo?

Aquí, los liberales tienden a creer en un progreso indefinido, en una mejora sin fin de la condición humana, mientras que los socialistas le asignan más bien un final feliz determinado. Esta segunda actitud hace converger al progresismo y al utopismo: el cambio perpetuo desemboca en el estado estacionario y el movimiento de la historia anticipa, por medio del progreso, su final. La primera actitud no es, tampoco, la más realista. Por una parte, si el hombre está en marcha hacia la perfección, aquella, en tanto que es perfecta, deberá un día dejar de perfeccionarse. Lo que, por otra parte, implica que si no hay objetivo reconocible en el progreso, ¿cómo se puede aún hablar de progreso, puesto que solamente el reconocimiento de un objetivo dado permite afirmar que un nuevo estado representa, respecto a este objetivo, un progreso con relación al estado previo?

Otra pregunta igualmente importante sería: ¿El progreso es una fuerza incontrolada que se produce por sí misma, o los hombres deben intervenir para acelerarla o suprimir todo aquello que la obstaculiza? ¿El progreso es, por otra parte, regular y continuo, o bien implica saltos cualitativos bruscos y rupturas? ¿Se puede acelerar el progreso interviniendo en su curso o ¿se corre el riesgo, así, de retrasar su realización? Aquí, los liberales, creyentes en la "mano invisible" y del "laisser-faire", se separan de los socialistas, más voluntaristas, si no revolucionarios. Es en el siglo XIX cuando la teoría del progreso conoce en Occidente su apogeo. Se reformula, no obstante, en un entorno diferente, caracterizado por la modernización industrial, el positivismo cientifista, el evolucionismo y la aparición de las grandes teorías historicistas.

Se hace hincapié, entonces, en la ciencia más que en la razón en sentido filosófico del término. La esperanza se generaliza en una organización "científica" de la humanidad y en un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales. Tal es el tema sobre el cual vuelven una y otra vez, de manera incansable Fourie, con su idea del falansterio, Saint Simon con sus principios tecnócratas, o Auguste Comte con su Catecismo positivista y su "religión del progreso".

La idea de progreso sirve de legitimación a la colonización

Los términos "progreso" y "civilización" tienden al mismo tiempo a convertirse en sinónimos. La idea de progreso sirve de legitimación a la colonización, cuyo objetivo en su momento consistió en difundir por todos los rincones del mundo los beneficios de la "civilización".

El propio concepto de progreso se reformula a la luz del evolucionismo darwiniano, dado que se reinterpretó la evolución de lo viviente como progreso (en particular, en Herbert Spencer quien define el progreso como evolución de lo simple hacia lo complejo y de lo homogéneo a lo heterogéneo). Las condiciones del progreso se transforman entonces sensiblemente. El mécanicismo del Siglo de las Luces se combinará a partir de ahora con el organicismo biológico, mientras que su pacifismo cede el lugar a la apología de la "lucha por la vida". El progreso resultará, en adelante, como un producto de la selección de los "más aptos" (los "mejores"), en una visión competitiva generalizada. Esta reinterpretación consolida el imperialismo occidental: la civilización tecnica del Occidente es considerada como la "más evolucionada", y en consecuencia la mejor.

La fama máxima del evolucionismo social le debe mucho a la idea de progreso. La historia de la humanidad se divide en "fases" sucesivas, que señalan las distintas etapas de su "progreso". La dispersión de las distintas culturas en el espacio transpuesto en el tiempo: las sociedades "primitivas" devolverían a los occidentales el recuerdo de su propio pasado (son "antepasados contemporáneos"), mientras que el Occidente les presentaría lo que sería su futuro. Condorcet hacía pasar a la humanidad por diez etapas sucesivas. Hegel, Auguste Comte, Karl Marx, Freud, etc proponen esquemas similares, yendo de la "creencia supersticiosa" a la "ciencia", de la "mentalidad primitiva" (mágica o teológica) a la mentalidad "civilizada" y al reino universal de la razón.

"Se generaliza la esperanza en una organización –científica- de la humanidad y de un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales."

Conjugada con el positivismo cientifista, que afecta en primer lugar a la antropología y alimenta la ilusión de que se pueden medir las culturas con valores absolutos, esta teoría da nacimiento al racismo o supremacismo, que percibe las civilizaciones tradicionales, o como definitivamente inferiores, o como temporalmente atrasadas (la "misión civilizadora" de las potencias coloniales consiste en hacerles superar ese retraso), y postula que existe un criterio universal, un paradigma que permite jerarquizar las culturas y los pueblos según cuan próximas estén al ideal del progreso. El racismo aparece así directamente vinculado al universalismo del progreso, en tanto que cubre un etnocentrismo inconsciente o encubierto.

El final de los "días esplendorosos"

No se discutirá aquí, la crítica de la idea de progreso, que comienza con Rousseau, ni las innumerables teorías de la decadencia que pudieron oponérsele. Se tendrá en cuenta solamente que estas últimas representan a menudo (pero no siempre), el doble negativo, el reflejo de la teoría del progreso. La idea de un movimiento necesario de la historia se conserva, pero en una perspectiva invertida: la historia se interpreta, no como progresión constante, sino como una inevitable regresión (específica o generalizada). En realidad, el concepto de decadencia parece tan poco objetivable como el de progreso.

Desde hace veinte años al menos, las obras sobre las desilusiones del progreso se multiplican. Algunos autores llegan hasta decir que la idea de progreso ya no es mas que una "idea muerta" (William Pfaff). La realidad es seguramente más moderada. La teoría del progreso esta hoy seriamente debilitada, pero aún sobrevive bajo distintas formas.

Más no es sinonimo de mejor

Los totalitarismos del siglo XX y las dos Guerras Mundiales han reducido el optimismo de los dos siglos anteriores. Las desilusiones sobre las cuales se estrellaron muchas esperanzas revolucionarias suscitaron la idea de que la sociedad actual, pese a lo desesperada y privada de sentido que pueda ser, es a pesar de todo, la única posible: la vida social se vive cada vez más bajo el horizonte de la fatalidad. El futuro, que parece en adelante imprevisible, inspira más pesimismo que esperanza. La agravación de la crisis parece más probable que los "días esplendorosos".

La idea de un progreso universal sigue vigente. Se cree más que el progreso material vuelve al hombre mejor, o que los progresos registrados en un ámbito se reflejan automáticamente en otros. El propio progreso material aparece como ambivalente. Se admite que junto a las ventajas que confiere, tiene también un coste. Se observa que la urbanización salvaje multiplicó las patologías sociales, y que la modernización industrial se tradujo en una degradación sin precedentes del marco natural de vida. La destrucción masiva del medio ambiente dio nacimiento a los movimientos ecologistas, que estuvieron entre los primeros en denunciar las "ilusiones del progreso". El desarrollo de la tecnociencia, finalmente, plantea con fuerza la cuestión de los fines. El desarrollo de las ciencias ya no se percibe como una contribución siempre positiva a la felicidad de la humanidad: el propio conocimiento, como se ve en el debate sobre las biotecnologías, se considera como portador de amenazas. En estratos sociales cada vez más extensos, se comienza a comprender que más no es sinónimo de mejor. Se distingue entre tener y ser, entre la felicidad material y la felicidad a corto plazo.

Algunos temas del progreso siguen apareciendo, sin embargo, como predominantes, pero sólo con carácter simbólico. La clase política sigue llamando a la unión de las "fuerzas de progreso" contra los "hombres del pasado" y el "obscurantismo mediaval" (o las "costumbres de otra epoca"). En el discurso público, la palabra "progreso" conserva globalmente una resonancia o una carga positiva.

La orientación hacia el futuro sigue siendo dominante. Aunque se admite que este futuro está cargado de incertidumbres amenazantes, se sigue pensando que, lógicamente, las cosas deberían mejorar globalmente en el futuro. Retransmitido por el desarrollo de las tecnologías de punta y el ordenamiento mediatico, el culto de la novedad sigue siendo más fuerte que nunca. Se sigue también creyendo que el hombre es "más libre" cuanto mas se separe de sus pertenencias orgánicas o de las tradiciones heredadas del pasado. El individualismo que reina, combinado con un etnocentrismo occidental legitimado, en adelante, por la ideología de los derechos humanos, se traduce en la destructuración de la familia, la disolución del vínculo social y el descrédito de las sociedades tradicionales, donde los individuos siguen siendo solidarios a su comunidad de pertenencia.

Pero sobre todo, la teoría del progreso sigue estando ampliamente presente en su versión productivista. Alimenta la idea de que un crecimiento economico indefinido es a la vez normal y deseable, y que un mejor futuro pasa necesariamente por el aumento constante del volumen de bienes producidos y por la universalización de los intercambios. Esta idea inspira hoy la ideología del "desarrollo", que es dominante en las sociedades del Tercer Mundo económicamente retrasadas con relación al Occidente, y que hace al modelo occidental de producción y consumo el único destino necesario posible para toda la humanidad. Esta ideología del desarrollo fue formulada perfectamente por Walt Rostow, que enumeraba en 1960 las "etapas" que deben recorrer todas las sociedades del planeta para acceder al universo del consumo y del capitalismo comercial. Como lo mostraron distintos autores (Serge Latouche, Gilbert Rist, etc), la teoría del desarrollo no es más que una creencia. Mientras no se abandone esta creencia, no se habrá terminado con la ideología del progreso.

© Alain de Benoist por el texto original

© Ernest Milà por la corrección de una traducción incompleta encontrada en Internet – infokrisis – infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

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