La centralidad turca, su nueva política exterior y el incidente en alta mar.
Infokrisis.- Estábamos elaborando este artículo cuando se ha producido el incidente en alta mar entre patrulleras y soldados judíos y una especie de flotilla de pabellón turco que intentaba romper el aislamiento de Gaza. La importancia de este incidente no radica en si lo más razonable (o lo más “humanitario”) es solidarizarse con los judíos o con los pro-palestinos, sino señalar de qué manera este incidente puede romper los equilibrios que se han ido formando a lo largo de este último año y medio a iniciativa de Turquía.
En Turquía parecen haberse dado cuenta de que el ingreso de su país en la Unión Europea es rechazado unánimemente por casi todos y que, mientras las posibilidades de reelección de Sarkozy y Merkel dependan del rechazo a Turquía habrá que aplazar su integración sine die. De hecho, Turquía no ha tenido muy buenos valedores: ayer Aznar –por su amistad entrañable con Bush- y hoy Zapatero -por ser Erdogan el único que tomó en serio su Alianza de Civilizaciones- son los únicos que en esta década se han manifestado nítidamente a favor de la entrada de Turquía en la UE (salvo el gobierno británico por aquello de que es más anglosajón y occidentalista que Europeo y su eje estratégico con los EEUU condiciona cualquier posición que adopte).
El hecho cierto e incontrovertible es que Turquía está variando su posición geoestratégica y se está forjando en el último año y medio objetivos nuevos a la vista de la imposibilidad de alcanzar los anteriormente fijados por su gobierno.
Elementos del cambio de política exterior en Turquía
Así como hasta no hace mucho, Turquía realizaba todo lo necesario por “agradar” a Europa, desde enero de 2010 esta posición ha variado sensiblemente. A finales de ese mes, el tribunal supremo turco anuló la ley de jurisdicciones que restringía hasta ese momento el papel de los tribunales militares. A partir del 21 de enero, determinados delitos que en la UE serían considerados “políticos”, y vistos, por tanto, por juzgados civiles, en Turquía serán tratados por cortes marciales. Por otra parte los partidos prokurdos que, hasta 2009 habían podido actuar políticamente mientras estuvieras disociados del terrorismo, también han sido prohibidos.
A la luz de estos datos es evidente que la “democratización” no va bien en Turquía… luego, Turquía no tiene lugar en la UE. Lo curioso es que, hasta 2009, mientras que a los gobiernos de Ankara les interesaba dar una sensación de “democracia”, en 2010 les tiene absolutamente sin cuidado evidenciar que, como cualquier otro régimen islamista, la democracia formal y mucho menos la real , no entran en sus planes.
La ambición actual de Turquía no es esencialmente diferente de la que existía en el país hace un año, lo que ha ocurrido es que entonces se ocultaba y ahora resulta demasiado evidente para negarla. Turquía aspira a ser, simplemente, una potencia regional (tal como, por otra parte, está consiguiendo ser Irán y como intentó Iraq antes de la guerra de Kuwait). Turquía lo está consiguiendo aprovechando su inserción en el antiguo dispositivo de defensa occidental, la OTAN, sus contactos con la UE y su papel al frente de la Alianza de Civilizaciones ex aequo con Zapatero, y siendo al mismo tiempo país integrante del G-20. Todo esto hace que, Turquía, a pesar de tener muy difícil –sino imposible- su ingreso en la UE, sí al menos puede tener la seguridad de que Europa tratará de mantener en contrapartida al rechazo, buenas relaciones diplomáticas con Ankara.
El ministro-clave: Ahmet Devutoglu
El arquitecto de la nueva política exterior turca es Ahmet Devutoglu. Su lema: “Cero problemas con los vecinos”. El lema va principalmente dedicado a Grecia (país con el que Turquía todavía mantiene el contencioso sobre Chipre), pero también hacia Iraq, Irán y Siria (con los que comparte el problema del Kurdistán) y con el poderoso vecino del norte, Rusia. No le faltan focos de fricción a Turquía y Davutoglu es consecuente con el axioma militar: “no combatir nunca en dos frentes”… no digamos ya en tres. No es que a Turquía no le gusten los “problemas con los vecinos”, es que todas sus fronteras son problemáticas… Así pues, la cancillería turca lo que intenta es tranquilizar a los vecinos y dar señales de distensión.
Había que leer el artículo publicado por Devutoglu en el diario español El País, el pasado 16 de noviembre de 2009 para advertir esta cambio de posición. Empezaba el ministro turco su artículo explicando que Turquía y España, extremos del arco mediterráneo, “constituyen los flancos de un delicadísimo eje”. Los primeros párrafos enfatizaban las “buenas relaciones” hispanoturcas después del Tratado de Constantinopla (1782). Esta “amistad” (que ignoraba la realidad de los dos siglos anteriores y eludía decir que solamente Turquía acepto negociar con España cuando ya estaba muy debilitada y sometida a tensiones internas) daba pie a que Devutoglu insistiera en el tema de la UE. Decía, por ejemplo: “Hay que centrarse en el valor añadido que comportaría la entrada de Turquía en la Unión Europea” añadiendo abusivamente que “Gracias a la larga historia común, España ha comprendido en toda su extensión las potencialidades que presenta la entrada de Turquía en la UE”… cuando en realidad son solamente Aznar y Zapatero, or distintos motivos, quienes lo han “comprendido”. Recordaba luego la presencia de ambos países en la peripatética iniciativa zapateriana (“Esta concepción nos ha llevado a patrocinar, junto a España, la oportuna iniciativa que constituye la Alianza de Civilizaciones”) y abogaba por “la puesta en marcha sin sobresaltos del Tratado de Lisboa y la movilización popular a favor de la ampliación en su conjunto, y en concreto de la que afecta a Turquía”.
Luego se sorprendía al “comprobar que todavía hay quienes cuestionan la identidad europea de nuestro país”. Moral no le falta a Devutoglu que reconocía lo frustrando de haber pedido la adhesión a la UE en 1963 y seguir en 2010, cuarenta y siete años después, casi en el mismo punto de arranque. Utilizando un recurso muy habitual entre la diplomacia islámica, tendía en su artículo a demostrar que los problemas que afectan a la UE son los mismos que los que afectan a Turquía, eludiendo por supuesto, recordar que la ruta de la heroína afgana que llega hasta Europa para por Turquía, ignorando que la democracia turca es frágil y sometida a las tensiones insuperables entre islamistas y militares nacionalistas y, con un cinismo digno de mejor causa, no diciendo ni una sola palabra sobre lo que la inmigración masiva turca afectaría a Europa (y está afectando a Alemania). Por supuesto, tampoco aludía a la naturaleza teocrática del Partido de la Justicia y el Desarrollo hoy en el poder, partido islamista “moderado”… dentro de lo que un islamista que cree que la yihad es, como decía Mahoma en el Corán, la forma de extender el islam.
La “centralidad turca”
Todo esto era ya conocido y no sorprendía, pero allí en donde Devutoglu aportaba elementos nuevos era en la segunda parte del artículo: “Si pensamos en zonas como Oriente Medio, el Cáucaso o los Balcanes, o en situaciones como la de Afganistán y Pakistán, en todas ellas Turquía constituye una fuerza positiva”. Turquía, según la tesis de Devutoglu se sitúa justo en el centro de esta tela de araña de conflictos. Y, no sólo está en el centro sino que además, tiene la solución. Europa no debe desconfiar porque: “El objetivo principal de nuestra política exterior siempre ha sido el mantenimiento de la paz, la estabilidad y la prosperidad en todas partes”.
Hasta aquí el artículo escrito especialmente para los lectores de El Pais y que, destila voluntariamente, esa fraseología zapateriana que se ha dado en llamar soft power, un “poder blando”, en el que todas las palabras tienden a sugerir “negociación”, “persuasión”, “políticas de mano tendida” y de “pacificación permanente”. Tales son las nuevas líneas de la política exterior turca desde que Devutoglu la asumió en sus manos en mayo de 2009. Turquía, a partir de entonces ha asumido sistemáticamente el papel de “mediador”.
Desde entonces Turquía ha firmado 61 acuerdos con Siria, 48 con Iraq, ha eliminado el requisito del visado de entrada para sus vecinos inmediatos, ha mediado entre Líbano y Siria para la solución del histórico contencioso que les ha enfrentado desde principios de los 80. Y, por supuesto, ha probado a ser interlocutor válido para las negociaciones de paz entre judíos y palestinos; le avala para este cometido su relación privilegiada con el EEUU y también la confianza con la que cuenta en países árabes (a causa, no solamente del carácter islamista del gobierno Erdogán, sino también por haber cerrado las puertas a EEUU cuando pidió autorización para que los aviones que iban a atacar Iraq pasaran sobre Turquía).
Si Devutoglu ha inspirado confianza en las cancillerías europeas es precisamente porque ha aportado una visión más precisa del papel de Turquía en el mundo. Pero se trata solamente de un espejismo. Una cosa es el gobierno turco y otra el pueblo turco. El gobierno se presenta como moderado, aperturista, soft, negociador y tolerante, especialmente hacia el exterior. El pueblo turco, por el contrario, está hoy mucho más preocupado por la situación en Gaza que por la crisis económica que ha elevado el paro en aquel país hasta el 15% (30% entre los jóvenes). Mientras el gobierno turno multiplica sus declaraciones mansas hacia el exterior, en el interior la sociedad turca se islamiza cada vez más… gracias a ese mismo gobierno moderado.
Israel boicoteando a cualquier negociador
A pesar de sus declaraciones negociar con Israel, la realidad es que nunca como hoy las relaciones entre ambos países han sido tan tensas (y en enero estuvieron al borde de la ruptura cuando el primer ministro judío hizo esperar demasiado al embajador turco, lo sentó en una silla más baja que la suya y ante una mesa que sólo mostraba la bandera de Israel. Turquía exigió disculpas y estuvo a punto de llamar a su embajador. Los turcos, además, proyectaron una película antisemita en la TV oficial suscitando la protesta judía. El incidente en alta mar del 31 de mayo ha reavivado todos estos resquemores e impedirá en los próximos años que Turquía juegue un papel en el proceso de paz non nato de Oriente Medio. Tras éste ataque, de intentar esa vía ya no contará con la confianza judía.
De hecho, lo más probable es que los judíos hayan meditado largamente sobre este ataque precisamente para impedir a uno de los posibles mediadores que lo sea en el futuro. De hecho, Israel mira con desconfianza a todo aquel que rivaliza con su “exclusividad histórica”: no solamente se resiste a que se hable del “genocidio armenio” dado que solamente considera como tal al “holocausto” y, por supuesto, permanece receloso ante países que intenten jugar un papel negociador… porque Israel es consciente de que su supervivencia depende del mantenimiento de la situación actual. La “paz por territorios” es imposible de aceptar por Israel que depende de las aguas del Jordán y de los acuíferos de Gaza para que sobrevivan sus cultivos hidropónicos en el desierto del Negev.
En su momento, sorprendió el celo que pusieron los judíos en arrasar las instalaciones del gobierno palestino financiados por la Unión Europea. Era una forma de inhabilitar a la UE para jugar un papel en la zona, ¿motivo? Su equidistancia entre Palestina e Israel. Al Estado judío solamente le interesa el papel mediador protagonizado por un “agente mediador” favorable a sus posiciones. Y ese agente solamente pueden ser los EEUU, ligados por vínculos de todo tipo al Estado de Israel.
El papel de Devutoglu (y su brillantez personal) podía convencer a algunas cancillerías europeas y árabes de la conveniencia de su papel mediador (a causa de la “centralidad turca”). Israel ha dinamitado este papel y enmarañado extraordinariamente la situación con su ataque.
El mesianismo otomano: “la misión turca”
El cálculo de Devutoglu es, como mínimo, audaz: interpreta la llegada de Obama a la Casa Blanca como un debilitamiento de la posición del Estado de Israel y considera que Israel tendrá que apoyarse en Turquía para reforzar su posición al debilitarse en vínculo con los EEUU. Así mismo, es cierto que en los últimos años Ankara ha aumentado sus exportaciones a Israel, pero todo esto es insuficiente como para considerar que algún día reemplazará a EEUU como garante de la seguridad israelita, incluso antes del ataque judío en alta mar. Con él los judíos lo único que han hecho ha sido asegurarse la inhabilitación del aspirante a mediador…
Es cierto que el régimen de Erdogan ganó un extraordinario prestigio en 2003 en el mundo árabe cuando se negó a que pasaran sobre su territorio los aviones que iban a apoyar a la invasión norteamericana de Iraq. Pero también es cierto que en la zona tiene la competencia del régimen de los ayatollahs. Lo escribía recientemente Wandy Kristianasen en Le Monde Diplomatique: “Turquía busca robarle protagonismo a Irán”. En realidad, los caminos de Turquía y de Irán para convertirse en potencia regional son distintos: Irán haciéndose con un arsenal balístico que inspire respeto; Turquía con una política exterior de prestigio.
Los otros ejes de la política exterior turca son Serbia, Rusia y Georgia. Con Grecia esperan resolver la cuestión de Chipre mediante el diálogo con el socialista Papandreu. La gravedad de la crisis griega ha hecho que en los últimos meses haya sido imposible hacer avanzar las negociaciones, pero Erdogan considera al líder griego como una especie de Zapatero tolerante y dotado para la “renuncia preventiva”.
La vivacidad de toda esta diplomacia ha sorprendido en Europa Occidental en los últimos meses. Hasta el año pasado, Turquía tenía prácticamente olvidado el contencioso de Chipre, consideraba que mencionar el holocausto armenio era delictivo (en octubre pasado Turquía y Armenia han firmado dos protocolos para abrir fronteras y establecer relaciones diplomáticas). Incluso con Siria están poniendo particular énfasis en superar desencuentros pasados y los puntos de fricción entre ambos países. Hasta África (especialmente Libia y Sudán) se han convertido en teatros de la operaciones de la diplomacia turca, algo verdaderamente inédito.
Los analistas de política internacional se han visto sorprendidos por todo este despliegue e incluso empiezan a preguntarse si no estaremos ante el resurgimiento de la “misión otomana” (véase Financial Times, 23.11.09, Artículo de Delphine Strauss, “Turkey’s Ottoman misión”). Este concepto implica el reconocimiento de la centralidad de la posición geopolítica de Turquía equidistante del Este y del Oeste, del Norte y del Sur. Es cierto que Turquía está situada en el cruce de caminos de Eurasia, pero también es cierto que en los últimos 60 años se ha limitado a ser la expresión del poder norteamericano en la zona (excepción hecha de la prohibición a los pueblos del Pentágono sobre su territorio realizada en 2003).
Le Monde Diplomatique reproducía unas declaraciones de Soli Özel, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Bilgi de Estámbul: “El Partido de la Justicia y el Desarrollo tiene muy buenas relaciones con EEUU (…) ¿Insistirá Washington para que Turquía se convierta en un verdadero país occidental y democrático? EEUU empuja actualmente a la UE para que avance en la adhesión de Turquía”… y añade: “Los turcos no olvidan que Obama se llama Hussein”. El saber que solamente contando con la presión de Washington sería posible mover a los gobiernos europeos para que admitieran a Turquía en su club, genera un extraordinario desasosiego en la clase política turca y un odio hacia Europa en las clases populares. De hecho, si Turquía está hoy realizando movimientos con tantas pelotas en tantos frentes es precisamente para ganar un prestigio diplomático internacional que aumente su papel de centralidad y obligue a los gobierno europeos (si rechazan la integración de Turquía) a considerar a este país como potencia diplomática y proveedora de manufacturas, por lo tanto, imprescindible. Si Turquía (a causa de Merkel y Sarkozy) no logra avanzar en la integración a Europa, se trata de avanzar en otros terrenos, el diplomático y el comercial. Esto por una parte.
Por otra parte, todo esto es inseparable de la proyección turca en el espacio que considera propio: el área turcófona, espacio de 110 millones de personas que se abre hacia el Norte y hacia el Este. Tras el final de la Guerra Fría, las cuestiones ligadas a la religión y a la cultura han adquirido una importancia creciente en las relaciones internacionales (Grunberg & Risse-Kappen, 1992). Huntington ha podido incluso hablar de “guerra de cultural”, pero lo cierto es que los vectores culturales ocupan un papel creciente en la política exterior de algunas naciones. El propio Zbigniew Zrzezinski en su libro “El Gran Tablero Mundial” (Paidós, 2001) explica que el poder americano se basa en cuatro factores: el militar, el económico, el tecnológico… y el cultural. Otros Estados como Francia aplican al terreno cultural la tercera partida más cuantiosa del presupuesto de Exteriores (Roche & Piniau, 1995). Haciendo triunfar las propias pautas culturales lo que se está haciendo es promover nuevos comportamientos que generan una dinámica de cooperación voluntaria entre las naciones que se han visto “bañadas” por la cultura del país exportador.
El espacio turcófono está formado por el territorio de la actual Turquía (la península Anatolia, la Tracia europea y el Kurdistán), Las exrepúblicas soviéticas de Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Kazagistán y Azerbaiján, y el Oeste chino fronterizo con Mongolia, Kirguizistán y Kazajastán.
El proyecto pan-turco data de 1995 y tiene ya 15 años, cumpliéndose inexorablemente. Demuestra, por sí mismo, que desde que Erdogán llegó al poder, se ha limitado a completarlo aumentando el carácter religioso del proyecto. Porque Turquía, a fin de cuentas, lo que en este momento está pretendiendo es “camelar a Europa” por un lado (para recibir fondos estructurales y aliviar su presión demográfica), expanderse hacia el Norte y hacia el Este mediante el lanzamiento del ideal pan-turco y ganar adeptos en zonas turcófonas para la “misión turca”. Por otro lado ganar prestigio diplomático ante Israel y siria para tener libre acceso hacia el Sur. Y, finalmente, a través de los gobiernos de Libia y Sudán poner un pie an África y trazar una tela de araña diplomática que se proyecte también sobre el Mediterráneo occidental.
La UE ya no es el objetivo preferencial de la política turca. Hay otros escenarios en donde sin duda, será la mejor recibida… aun cuando puede crear todavía más tensiones mientras haga de la combinación entre religión islámica y lengua turca el eje de su proyecto, que, en efecto, puede ser muy mal recibido en Rusia (al intentar sustituir a este país en las exrepúblicas del sur de la URSS) y en China (en donde la comunidad turcófona está presente en el Oeste del país.
En cierto sentido, la nueva política turca tiene algo de “centralidad”: en efecto, puede ocasionar trastornos en todas direcciones. Los judíos han sido los primeros en advertirlo y se han decidido por atacar con la mayor brutalidad a la flotilla turca en alta mar. Con este ataque a la arquitectura internacional de Devotoglu se le ha caído un puntal importante.
© Ernesto Milá – infokrisis – http://infokrisis.blogia.com – infokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen
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