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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Navidad: El eterno retorno del Sol Invencible


Infokrisis.- Algunas leyendas y tradiciones sobre el origen de los pueblos indo-europeos aluden a un "centro polar", situado en el Norte, "más allá de la más lejana medianoche", que era su lugar de residencia. Un día "cuando el cielo cambió", aquellas tierras vieron como progresaba el frío y los lugares, antaño paradisíacos, se convertían en inhabitables. Puede comprenderse que para estos pueblos "la experiencia del Sol" (que para ellos era calor y vida), les marcara profundamente. A lo largo del otoño el sol se ha ido alejándo, casi muriendo. El punto más bajo se sitúa justo en el solsticio de invierno. Pero a partir de ese instante el sol renovado, adquirirà nueva vida. Las fiestas invernales están marcadas por la tristeza inicial por la muerte del sol, pero por la seguridad inquebrantable de su renacimiento el 25: "Dies natalis solis invictus", el "día del nacimiento del Sol invencible".

EQUINOCCIOS Y SOLSTICIOS


Tradicionalmente los equinoccios están relacionados con el mundo terrestre y con sus variaciones; los solsticios, por el contrario, aluden al mundo sideral. De ahí que los pueblos antiguos representasen los solsticios mediante una línea vertical, que indicaría ascenso y descenso, y los equinoccios con un trazo horizontal, representación del mundo terrenal.

Esta dualidad se traduce en las concepciones religiosas de los pueblos. Los que hacen de los solsticios el eje de su identidad religiosa, adoptarán cultos de tipo solar; mientras que los otros se referirán a cultos telúricos y ginecocráticos, o si se quiere, a cultos lunares.

Con frecuencia, ambas concepciones se interfieren como producto de las migraciones de los pueblos, de sus mezclas y de los inevitables sincretismos. Así, por ejemplo, Apolo, concebido como el Sol en sí, inmóvil y soberano (traído a Grecia por Aqueos y Dorios, indo-arios), sufre la adulteración de los pueblos equinocciales de la Grecia Antigua (los pueblos pre-arios, minoicos y cretentes, adoradores de diosas femeninas), transformándose en Helios, representación del sol sometido a la ley de ascenso y descenso, que cada noche se refugia en la madre tierra donde cobra nuevos bríos para ascender al día siguiente.

Hay que incluir los cultos y temas equinocciales entre los de la Gran Madre, cultos relacionados con la floración de la tierra, con lo caótico y desordenado de los bosques, es decir, con todo lo relativo al reino vegetal. En el año corresponden a la Primavera. Los temas solsticiales marcan los grandes hitos del Sol: el punto más alejado y el más cercano a la Tierra, solsticio de Invierno y de Verano, respectivamente.

EL INVIERNO PARA EL MUNDO TRADICIONAL

Las viejas tradiciones indo-europeas aluden a una sede situada en el Norte -Hiperbórea- que era su lugar de origen y residencia durante una mítica Edad de Oro, en el principio de los tiempos. Una serie de catástrofes naturales forzaron migraciones hacia el sur, en el curso de las cuales estos pueblos conservaron la memoria de su pasado. Buscando el calor del sol y días más largos, descendieron hacia el sur.

En una segunda fase de descenso -Edad de Plata- se establecieron en una isla a la que llamaron Thule. En pos de esta sede partió Phiteas de Masalia y pretendió haber llegado allí, si bien es posible que confudiera Thule con las islas Casitérites, Islandia o probablemente Groenlandia.

Nuevas catástrofes y migraciones llevaron a estos pueblos más al sur y en un ciclo siguiente de descenso se establecieron en la Atlántida, en lugares hoy ocupados por las aguas oceánicas. El relato platónico es suficientemente conocido como para que nos extendamos.

Todo esto no precisa demostración científica o huellas arqueológicas "positivas", se trata de tradiciones; "tradición" implica transmisión, oral y directa, por tanto, un cierto contenido de verdad, que aunque deformado indicaría, como mínimo, la psicología profunda de los pueblos indo-europeos sobre los que se vehiculizó esta mitología.

La dureza del clima nórdico-polar, el dramatismo de unas migraciones realizadas en condiciones precarias, imprimió un carácter particular producto de la experiencia existencial de estos pueblos marcada, sin duda, por la búsqueda y persecución del Sol, desde el Norte originario hacia el Sur. No es de extrañar que para ellos el Sol se elevara a la categoría de divinidad y que sus líderes y soberanos adquirieran connotaciones solares: inmovilidad, serenidad, altitud, distanciamiento, quietud, poder, fuerza, vigor, centralidad, irradiación, teurgia (el sol tuvo un cierto poder terapeutico antes que la destrucción de la capa de ozono lo convirtiera en mortal), etc.

A la vista de todo esto, es lógico que las fiestas que colocan al sol en el centro de su temática, tengan gran arraigo y predicamento en los descendientes de estos pueblos originarios más que primitivos. Las festividades del invierno tienen por ello un carácter ambivalente: son, por un lado, fiestas en el que el recuerdo de los muertos tuvo gran importancia, sobre todo en sus primeras semanas; pero también son fiestas de resurrección y promesa de vida. De ahí la alegría generalizada con que se abordaban en un tiempo en el que los escaparates del consumo no existían y todo lo que se regalaba o con lo que se decoraba el hogar era fabricado por las propias manos de quien lo entregaba.

EL GRAN CICLO DE 12 DIAS

Del 25 de diciembre al 6 de enero, tiene lugar el ciclo festivo más atractivo de todo el año. La naturaleza que ha ido muriendo a lo largo del otoño, llega a un período de inflexión. El sol, dador de vida, detiene su alejamiento de la tierra y si antes parecía como si quisiera salirse de la elíptica y desaparecer, ahora, a partir del 25 de diciembre, inicia su lenta aproximación a la tierra. Esto hace del invierno una estación rigurosa en cuanto a las inclemencias climáticas, pero llena de alegría: es la promesa de una renovación.

Este ciclo festivo puede ser considerado como la fiesta del Eterno Retorno del Sol, de su renacimiento (navidad) y de la regeneración del tiempo (primero de año).

Fiesta familiar una (la Navidad/Solsticio), fiesta mundana otra (primero de año, fiesta de Jano), fiesta, finalmente, para los niños la última (Epifanía), cada carácter y cada edad encuentran su momento ideal en estas fechas.

El hecho de que se trase de un ciclo de doce días, indica su relación con las costumbres y los pueblos indo-europeos, para los cuales el número doce era sagrado y se repetía en distintos motivos simbólicos. Su relación con el Sol no puede ser solo considerada como una mera muestra de "naturalismo", es fundamentalmente, la evidencia de una concepción del mundo y de una tradición nórdico-polar. El hecho de que el ciclo festivo haya sido cristianizado no resta importancia a este simbolismo, tan solo lo cubre de connotaciones propias de la religión dominante. Pero llámese Cristo o Mitra, la celebración del día de su nacimiento coincide con la ruta en la que el sol se encuentra en el punto más bajo de la elíptica.

Durante miles de años, nuestros antepasados indo-europeos han celebrado esta fiesta y a lo largo de las culturas dominantes en cada ciclo, ha permanecido inamovible y nada ni nadie ha logrado desarraigarla de la memoria colectiva de nuestros pueblos. Como máximo se ha adaptado y en las últimas décadas adulterado.

Aquí radica la importancia de este ciclo de 12 días: pone en contacto el pasado con el presente y es una promesa de futuro. Lo que han hecho cientos de generaciones en el decurso de milenios, es una "tradición", un patrimonio ancestral, lo que une a los hombres del presente con su pasado más remoto; las fiestas y celebraciones de este ciclo muestran a los hombres de hoy, cuales eran los principios y la concepción del mundo de sus ancestros. Tal es uno de los sentidos, hoy perdido, que convendría recuperar.

Otro pueblo indo-europeo, los germanos, conservó para esas fechas unos contenidos análogos. Cuando se acercaban las fiestas solsticiales, los germanos enviaban mensajeros a lo alto de las montañas para que anunciaran el próximo retorno del sol. Este se producía en la noche del solsticio; entonces, grandes hogueras eran encendidas en homenaje y los clanes celebraban sus ágapes.

Para los germanos -y por extensión para los pueblos nórdicos-  el "solsticio de invierno" y las fiestas que seguían eran un remedo del Raknarök, el "crepúsculo de los dioses". Liberado, el lobo Fenrir -símbolo de las fuerzas caóticas y tempestuosas- rompe sus cadenas y devora los cielos y la tierra; el sol mismo es tragado por la fiera. Pero en el final del relato del Edda, el sol es reemplazado por su hija, gracias a la gesta del dios Vidarr, llamado el "As silencioso". En el universo romano, Angerona, diosa del solsticio, representada en actitud de demandar silencio, y con la boca vendada, es el equivalente; la conclusión es simple, hubo un tiempo en el que el ciclo de Navidad de celebraba en recogimiento y silencio...

Los hindúes celebraban en esas fechas el "deva-yana", fiesta de la vía de los dioses, en oposición a la fiesta de "pitri-yana", vía de los antepasados, que tenía lugar en el solsticio de verano. En la celebración de esta última fiesta adquiría gran importancia el fuego. Era en el fuego en donde se creía que residía el espíritu de los antepasados, que una vez muertos, pasaban a ser dioses tutelares del hogar; este mismo culto se transmite a Roma en los altares domésticos destinados a los dioses lares.

En el transcurso de los siglos, con la dispersión de los pueblos indo-europeos y sus mezclas, se alteraron parte de estos significados: en la Europa del sur desaparecieron las hogueras del solsticio de invierno, que, sin embargo, se conservaron en el Norte; mientras, en el solsticio de verano, algunas publaciones del sur, siguen realizando hogueras análogas. Pero siempre, en todos ellos, es posible reconocer la importancia que el eje solsticial -es decir, solar- tuvo para ellos.

JANO: LA RENOVACION DEL TIEMPO

Uno de los dioses menos conocidos y más populares del panteón romano era Jano. Dios de las puertas y de los caminos, dios de la guerra y de la paz, del principio y del final, era un dios bifronte (en ocasiones cuatrifonte) uno de cuyos rostros miraba hacia una dirección y el otro hacia la opuesta. Su culto había sido instalado por Rómulo, fundador mítico de Roma, y tiene su paralelo en otros dioses indoeuropeos, Vâyn y Heimdal, por ejemplo. San Pedro, asociado, como Jano, a las llaves y "portero" de los Cielos, es su equivalente cristianizado. Las puertas del templo de Jano en Roma se abrían cada vez que había guerra y se cerraban con la paz.

Su importancia hizo que el primer mes del año tuviera su nombre: Janus, Januariis, mes de Jano, del que deriva Enero. Roma entera brindaba en honor del dios en la fiesta que le era consagrada: el agonium. Las libaciones y los pasteles (llamados "ianuales") querían representar el deseo de buenos augurios.

Su fiesta se celebraba el día 1 de enero, momento en el que el tiempo quedaba renovado con el nacimiento de un año nuevo. El templo de Jano era cuadrado y tenía su antítesis en el culto a Vesta, cuyo templo era redondo. El uno era el tiempo de los hombres, el otro el de los dioses, el uno, en su trazado cuadrado, indicaba que todo lo humano tiene un principio, un crecimiento, un declive y una muerte; el otro, el de Vesta, con su fuego sagrada ardiendo en el centro, aludía a un mundo de esencias eternas e intangibles, sin principio, ni final, el mundo de lo trascendente.

Jano preside el año: situado justo en el centro del ciclo de 12 días, entre Navidad y Epifanía, era un jalón intermedio entre una y otra fiesta.

Con el curso del Sol Invencible

Nuestros primeros antepasados observaron que a partir del Solsticio de Verano el Sol parecía alejarse de la elíptica, hasta que en la noche del 22 de diciembre llegaba a su punto más bajo y parecía cansado y sin fuerzas para volver a elevarse. Sin embargo, después de tres noches, al concluir la del 25 de diciembre, el Sol resucitaba y reemprendía su curso triunfante que le llevaría, de nuevo, hasta el punto más alto en el Solsticio de Verano.

Análogamente, podemos decir que nunca como ahora, nuestra Patria, pero también todos nuestros pueblos de origen indoeuropeo, jamás hemos vivido una crisis tan grave como la actual. Pero también para nosotros, como para el eterno Sol Invencible existe un futuro y un mañana que nos pertenece, tal como dice la antigua saga:

"Pronto se oirá un susurro que nos ordene: ¡despertad!
Patria, patria, muéstranos la señal
Que nuestros hijos esperan ver.
Llegará el mañana cuando el mundo sea nuevo
El mañana nos pertenece"

El curso del Sol Invencible y su enseñanza es esa señal que esperamos perciban nuestros compatriotas.

En la noche del 25 de diciembre, Sirius, la estrella de más brillante del firmamento, conocida como "la estrella de Oriente", se alinea con las tres estrellas que forman el Cinturón de Orion, llamados también "los tres reyes magos" que parecen seguirla. Esa alineación marca el lugar por donde saldrá al Sol Invencible en el siguiente amanecer.

No es raro que el Evangelio hable de una Estrella que "señala el camino de los magos" al lugar por donde nacerá el Sol.  No es raro también que Bethlem quiera decir "la casa del trigo", pues no en vano todo esto tiene lugar cuando el Sol nace en la constelación de Virgo, cuyo símbolo tradicional es una mujer que lleva una gavilla de trigo. ¿Hay que recordar que el símbolo astrológico de Virgo es un M modificada y, la inicial de María, madre de Jesús, llamado también el "Sol del mundo"?

Cuando el Sol empieza a elevarse el 25 de diciembre, lo hace bajo la constelación de la Cruz del Sur; por eso los antiguos decían que después de estar tres días muerto en la Cruz, el Sol Invencible resucitaba y se alzaba nuevamente hacia el cielo. Un Dios muerto en la Cruz y resucitado al tercer día, la historia suena ¿verdad?, sólo que explicando el cursos de los astros del firmamento, se entiende mucho mejor. Sea como sea que se cuente, refleja al Dios más antiguo que conocieron los seres humanos: el Sol Invencible. 

La historia de nuestros pueblos indica que han sido capaces de sobreponerse, como el Sol, a todas las crisis y a las situaciones en las que todo parecía perdido. La raza de Aquiles y del Cid, la raza de Arturo y de los caballeros cruzados, la raza de los hoplitas de Esparta y de los luchadores de Lepanto, no se extinguirá aquí, sólo porque una banda de buitres carroñeros atrincherados en sus bancos y de políticos corruptos hagan un frente común. Desde los albores de la Historia, nuestra raza no ha conocido otra tarea que el combate. Ese mismo combate es la prueba a superar, el desafío siempre presente que todas las generaciones han debido soportar para mostrar su valía.

Hoy, cuando la Patria se ve ensombrecida por nubarrones amenazantes, cuando ya ni siquiera parecen existir el puñado de soldados dispuestos a salvar la civilización que proclamaba Spengler, hoy precisamente, en la noche del Solsticio de Invierno, en la noche del renacimiento del Sol Invencible, algunos tenemos la firme convicción de que el espíritu de Europa jamás se extinguirá mientras la voluntad de permanecer siga existiendo en algunos de nosotros. Somos muchos en Europa los que esperamos oír el susurro que nos llame al combate.

Porque aunque el Sol renaciera en el horizonte millones de años, no serviría de nada si ese mismo Sol Invencible no estuviera también presente en nuestro corazón pues, no en vano, lo que es el centro del sistema solar es también el centro de nuestro ser.

Así pues, en esta noche oscura del Solsticio, os deseo una buena lucha y ¡que el Sol Invencible nazca en vuestros corazones y os alumbre!

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – htpp//infokrisis.blogia.com

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