EL ATANOR, HORNO DE LOS ALQUIMISTAS Y CRISOL DE LA VIDA ETERNA
Infokrisis.- En 1984, cuando terminamos nuestra etapa de exilio publicamos una pequeña revista dedicada a los estudios tradicionales en la línea de Julius Evola y René Guénon de la que salieron siete números. La revista se llamaba "Atanor" y dedicamos el primer artículo a explicar lo que era ese instrumento que precisamente daba título a la publicación. En aquella época, la tradición hermética era uno de nuestros objetos de estudio.
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En todo laboratorio alquímico el instrumento central y el más característico es el horno de fusión, también conocido como atanor. Las descripciones sobre su forma y estructura así como las notas sobre su utilidad, son, por lo demás, la prueba más fehaciente de que la alquimia no era solo una técnica espiritual o una forma de mística, sino que suponía ante todo un trabajo sobre ciertos minerales y unas operaciones físicas muy concretas.
LA LEY DE LAS CORRESPONDENCIAS
Uno de los principios de la alquimia es la ley de las correspondencias según la cual existe una simetría entre dos órdenes distintos de realidad: entre el macrocosmos y el microcosmos fundamentalmente ("lo que está arriba es como lo que está abajo"), pero también entre el alquimista y su obra.
Este intenta reproducir en los trabajos alquímicos su propio cuerpo utilizando minerales o tomándolos como símbolo: así cuando el alquimista habla de "sal" y utiliza para sus trabajos ciertas sales minerales, entiende que el equivalente a esta "sal" en él mismo es su cuerpo físico; cuando habla de "azufre" no alude tanto al metaloide conocido con este nombre como a su propia alma; y finalmente si menciona el "mercurio", esta refiriéndose a su propio espíritu.
Cada mineral y cada elemento físico se reconocen en el cuerpo del alquimista y tiene en él su equivalente. Si habla del "sol" habrá que entender que está aludiendo a su propio corazón y si menciona al "fuego" estará indicándonos su propia sangre.
Esto nos sitúa ante el gran misterio de la alquimia: la equivalencia y el paralelismo entre las operaciones sobre los minerales en el laboratorio y las experiencias interiores que el alquimista atraviesa en su propio cuerpo. Así, por ejemplo, cuando habla de "separar" se refiere a la separación entre el mineral y su ganga, pero también a la separación entre su cuerpo y su espíritu (una especie de desdoblamiento astral, podríamos decir).
EL ATANOR, REPRODUCCION DEL CUERPO HUMANO
Dicho lo anterior podrá comprenderse que el alquimista intente reproducir en el laboratorio su propio cuerpo bajo la forma de un atanor, esto es, de un horno de fusión.
Las etimologías de la palabra son dos: de un lado atanor derivaría del término árabe "attannûr", horno. De otro procedería de la palabra griega "thanatos", muerte, la cual, precedida de la partícula "a", que indica negación, expresaría no-muerte, o si se quiere, resurrección, vida eterna, etc.
Aunque posteriormente daremos más indicaciones sobre la estructura del atanor baste indicar ahora que básicamente consta de una envoltura exterior compuesta de ladrillos refractarios, cemento o cualquier otro material sólido; en el interior está lleno de cenizas (los textos clásicos recomiendan cenizas de encina), las cuales envuelven completamente el "huevo filosófico", es decir, la esfera de vidrio o el matraz en el interior de la cual se encuentra la materia prima. Un fuego situado en la parte interior calienta el "huevo", pero no le llega directamente sino que es difuminado y suavizado por las cenizas.
Esta estructura encuentra su correspondencia en el cuerpo humano: la envoltura sólida es en el hombre el cuerpo físico, las cenizas equivalen al "espíritu" (el bagaje mental de pasiones, obsesiones, instintos, etc. que han sido "purificados", esto es, reducidos a cenizas) y, finalmente, el "huevo" es el receptáculo del alma, la parte más íntima del ser humano que, como la semilla del oro, los alquimistas intentan reavivar.
LA INYECCION DE AIRE EN EL HORNO Y LA RESPIRACION
El fuego suele situarse en la parte inferior y es regulado mediante la inyección de aire a través de un fuelle o soplete. Dependerá del aire que se inyecte que la llama será más o menos viva y la temperatura variará consecuentemente. No todas las operaciones alquímicas se realizan con la misma temperatura. Los textos clásicos de la alquimia insisten en que en ocasiones es preciso una temperatura natural constante (como la que la gallina da a sus huevos incubándolos). Sin embargo, en algún momento dado es preciso obtener una subida brusca de calor. Es regulando la inyección de aire como se obtiene tales efectos.
Y esto precisamente tiene su equivalente en el ser humano. Siendo el atanor una reproducción del cuerpo, es evidente que existirá una correspondencia entre la temperatura del horno y la del cuerpo humano. Para entender esto es conveniente que recordemos los fundamentos del yoga.
Según teorizan los distintos yogas, en la base de la columna vertebral radica una serpiente enroscada que es preciso despertar y lograr que ascienda por la columna vertebral. Esto se consigue a través del control sobre la respiración. Es difícil no ver en lo anterior el fuego que arde en la base del atanor y en la regulación de la respiración -es decir, de la entrada y salida del aire en los pulmones- un equivalente del fuelle.
¿COMO ES UN ATANOR?
Los textos clásicos de la alquimia suelen presentar al atanor como una especie de torre pequeña cubierta por una cúpula, en cuyo centro está situado el huevo que contiene la materia prima. Pero esto no debe engañarnos; existen muchos tipos de hornos alquímicos y cualquier puede construirlo a su gusto respetando una serie de normas. En principio el método más seguro y allí donde podemos encontrar más datos es en las obras de química del siglo XVII, en ellas se explica minuciosamente como eran los hornos de fusión utilizados en la época que la química de entonces había heredado de la alquimia.
También en algún texto clásico se dan indicaciones abundantes. Señalemos tan solo a título ilustrativo el que nos parece más completo, "La entrada abierta al palacio cerrado del rey" de Ireneo Filaleto, en su capítulo XVIII.
Nicolás Lemery en su "Curs de Chymie" (en realidad se refiere a la alquimia) marca las líneas generales: "... se compone de ladrillos, que se unirán con un zulaque hecho de una parte de arcilla, otro tanto de excremento de caballo y dos partes de arena, todo ello empapado en agua: los ladrillos se colocarán en doble fila, para que el horno, al ser más grueso, mantenga el calor más tiempo; el cenicero será de un pié de alto y tendrá la puerta del lado de donde viene el aire, para que al abrirla el fuego se encienda o aumente fácilmente; la altura del fogón no será como la del cenicero y terminará en la parte superior en dos barras de hierro del grosor de un pulgar que servirán para sostener la retorta y se elevará el horno a la altura de más o menos un pie, de modo que oculte la retorta. Se adaptará encima una bóveda como tapadera, que tendrá un agujero en medio con su tapón, y una pequeña chimenea de un pie de altura, para introducir por este agujero, cuando esté destapado, y cuando se quiera excitar un gran fuego, pues la llama, al conservarse por medio de esta pequeña chimenea, reverbera antes sobre la retorta". El fuego procede de la combustión de carbón.
Otros autores dan indicaciones diferentes. Eugene Canseliet, por ejemplo, -discípulo de Fulcanelli y fallecido en 1983- disponía de un horno de fusión compuesto por dos grandes crisoles unidos por flejes metálicos, a los que había practicado una abertura a través de la cual podía ver el "huevo" y el estado de la materia prima contenida en su interior.
¿... Y LAS NUEVAS TECNOLOGIAS?
Es evidente que en todo este proceso lo más difícil es controlar la temperatura del fuego y lograr que sea constante durante horas e incluso, habitualmente, días. Se tiene tendencia a que la temperatura de combustión varíe a medida que se consumen los carbones... y el hecho de que la materia prima esté envuelta en ceniza y atenúe las variaciones de temperatura no bastan para asegurar el éxito de los trabajos.
Así pues, desde el invento de las planchas térmicas o de los hornos eléctricos, no existe unanimidad sobre su adecuación a los trabajos alquímicos. En realidad, una plancha térmica conectada a la red eléctrica dará con mucha más facilidad una temperatura constante, sin que haya que preocuparse por inyectar aire o por introducir carbones.
Las controversias al respecto entre los alquimistas actuales son muy fuertes. Podríamos sintetizar diciendo que existe una escuela europea para la que la incorporación de circuitos eléctricos en los trabajos alquímicos crea, no solo problemas de inducción magnética, sino que también desvirtúa el principio de equivalencia entre las operaciones sobre la materia y las operaciones en el interior del cuerpo humano: si se elimina el fuelle inyector de aire ¿qué queda de la semejanza entre el atanor y el cuerpo humano?
La otra escuela, que podríamos llamar "americana", es partidaria de introducir las planchas térmicas. El huevo filosófico o la retorta que contiene la materia primera es colocada encima de la plancha, para lograr que la temperatura sea homogénea sobre la plancha colocan una caja de cartón forrada interiormente de asbesto o algún otro material refractario.
Es posible que ambas soluciones sean igualmente válidas si atenemos a los fines: el horno tradicional, el atanor, se utiliza en alquimia clásica, mientras que el horno eléctrico parece más adecuado a las operaciones "espagíricas", es decir, a un pariente cercano de la alquimia que no trabaja con minerales, sino con plantas y extractos vegetales.
CONCLUSION: UN ALQUIMISTA, UN HORNO
Elemento central del laboratorio alquímico, el atanor aparece descrito en numerosos libros clásicos de alquimia, con todas las formas inimaginables, se diría que se trata de un instrumento personalizado que cada alquimista se construye a su medida. Y así es en efecto.
Basta contemplar las láminas del "Mutus Liber" para advertir la relación entre el alquimista y su atanor: éste está arrodillado ante él, en una posición que parece de yoga, indicando la simetría existente entre uno y otro. Está en el laboratorio. Hay que diseccionar la palabra laboratorio para advertir su sentido hermético originario: lab-oratorio, siendo "lab", corazón en hebreo, laboratorio será allí donde se realiza la "oración del corazón".
Y ciertamente uno de los fines de la alquimia es transferir la conciencia del cerebro al corazón
(c) Ernesto Milà - infokrisis - htttp://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproduccion de este texto sin indicar origen
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