Alain de Benoist: El eje París - Berlín - Moscú
Infokrisis.- Hemos traducido esta conferencia de Alain de Benoist pronunciada dentro del ciclo "Encuentros del pensamiento rebelde", en 2004, poco después del inicio de la agresión norteamericana contra Irak. Parte de las esperanzas que nacieron en aquellos días, cuando el eje franco-alemán plantó cara a los EEUU, se han disipado, pero la necesidad de un eje París - Berlín - Moscú permanece. De ahí que hayamos considerado oportuno rescatar este texto todavía no traducido al español y presentarlo a llos lectores de infoKrisis.
Encuentros del pensamiento rebelde
París, el 18 de enero de 2004
EL EJE PARIS-BERLIN-MOSCOU
Señoras, Señores, Queridos amigos,
Durante los años, si no de las décadas, Europa ha representado una gran esperanza. Hoy, inspira sobre todo la inquietud. Se ve también en ocasiones como una amenaza. En verdad, desde la adopción del tratado de Maastricht en el 1992, Europa funciona de cabeza. Víctima de las lentitudes de la burocracia de Bruselas, de la ausencia de unidad de puntos de vista de los países miembros y de las sutiles matizaciones sobre sus finalidades, exclusivamente preocupada por la competencia comercial y la ortodoxia financiera, se ha embarcado además en un apresurado proceso de ampliación que la condena a corto plazo a la impotencia y a la parálisis. La Europa política, hoy, aparece totalmente atascada.
El fracaso de la conferencia intergubernamental que se desarrolló el 12 y 13 de diciembre de 2003 en Bruselas ha constituido una demostración clara de la amplitud de la crisis. A causa de este fracaso, el sistema adoptado en la cumbre de Niza regulará, a partir del 1 de mayo de 2004, el funcionamiento de la Europa de los 25. Una Europa condenada por esto mismo al inmovilismo y, por tanto, privada de la posibilidad de desempeñar un papel político en la escena internacional. Esta situación, como se sabe, conviene perfectamente a los nuevos Estados miembros de Europa central y oriental que no ven en la unión europea más que un espacio económico y un manantial de subsidios, y que buscan prioritariamente, mediante su adhesión a Europa, integrarse completamente en la economía y en el mundo liberal. Estos países no están absolutamente interesados en una integración comunitaria suplementaria, y desde luego no van a preocuparse de construir un poder político europeo. No tienen otra ambición qué volverse países satélite de los Estados Unidos, como y lo fueron una vez Unión Soviética.
El proyecto de Constitución europea presentado el 20 de junio de 2003 en la cumbre de Tesalónica también es de los más significativos. Ciertamente, en relación a Europa, se tiene el derecho de pensar que una mala Constitución vale más que una Constitución digna de tal nombre. Todavía hace falta saber en qué consiste exactamente este texto.
Ahora, lo primero que es preciso subrayar a propósito de este proyecto es que no es en absoluto un proyecto de Constitución. Lo propio de una constitución es crear una comunidad política, fundar la identidad colectiva que presupone esta comunidad, lo que no es en absoluto aquí el caso. Una Constitución implica, además, un poder constituyente, es decir que exige ser redactada, adoptad y ratificada por el pueblo o, en su defecto, por una asamblea electa especialmente por los ciudadanos a tal efecto. En este caso, habría hecho falta pues que fuera elegida una asamblea constituyes o, por lo menos, que el Parlamento europeo se hubiera transformado en Asamblea Constituyente. En lugar de eso, el proyecto ha sido confiado a un conglomerado heteróclito de representantes de los gobiernos y de los Estados, de los Parlamentos nacionales, del Parlamento europeo y de la Comisión Europea de los que nadie ha recibido mandato alguno para debatir un proyecto de Constitución. En cuanto a los ciudadanos, tampoco serán consultados, ya que según las últimas noticias, la posibilidad de pronunciarse por referéndum sobre este texto tampoco les será concedida.
No se trata pues de una Constitución sino de una especie de tratado con valor constitucional, adoptado como una ley o un reglamento por los Estados firmantes, lo que es algo completamente diferente. La expresión de “tratado constitucional", en efecto, es contradictorio en sus términos: una Constitución es una ley de un tipo particular que, como tal, se impone a todos y a cada uno, mientras que un tratado es un simple contrato entre Estados que se interpreta a través de un método que privilegia el análisis de la voluntad de las partes. En el mejor de los casos, la Constitución será adoptada por los Estados conforme al procedimiento habitual empleado para los tratados y no podrá ser revisada más que según la regla de la unanimidad que no forma parte de los procedimientos constituyentes, sino más bien de los procedimientos diplomáticos. El proyecto tiene a gala subrayar que la Unión está “inspirada por la voluntad de los ciudadanos y de los Estados", en la práctica solo prevalecerá la voluntad de los Estados.
Una Constitución, finalmente, se limita en general a establecer un sistema institucional y definir algunos principios generales. Tiene que ser redactada de tal forma que todos los ciudadanos puedan reconocerse en ella, sean cuales sean sus opiniones políticas, que, en un marco democrático, necesariamente son múltiples y divergentes. Sin embargo, el actual proyecto de Constitución, lejos de acoger todas las opciones políticas, excluye de partida a un cierto número proponiéndose adoptar orientaciones exclusivamente liberales. Orientación decisiva, especialmente en la perspectiva de las nuevas adhesiones, ya que el artículo 1º del proyecto declara abrir la Unión “a todos los Estados europeos que respetan sus valores".
En su artículo 3º, el texto del proyecto hace de un “mercado único donde la competencia sea libre y no falseada” el objetivo central y el valor supremo de la unión. Por otra parte, el papel esencial atribuido al Banco Central Europeo es la estabilidad de los precios, pero no se concede ningún derecho de control sobre la política monetaria ni a los ciudadanos ni a los Estados. El objetivo de la libertad absoluta de los intercambios es situado como superior a cualquier otra finalidad. Eso significa, no sólo que nada estorbará los movimientos de capitales, especulativos y demás, sino que cada política pública en materia social o fiscal, en materia de control de la inmigración o preservación del entorno natural puede ser rechazado bajo la acusación de “falsear la libre competencia”. Estipular que ninguna política es ya posible, a partir de ahora, si atenta contra esta competencia, equivale a decir que ésta constituye un fin en sí misma y no un medio al servicio del empleo, del crecimiento, del equilibrio ecológico o de la justicia social.
El proyecto, en otros términos, acaba grabando en mármol y convirtiéndola en la única conforme a la Constitución una política rigurosamente liberal hoy fracasada a la vista de sus resultados. Una vez “constitucionalizadas", tales orientaciones serán impuestas a las instituciones y a los Estados. Tal como ha escrito Dominique Rousseau, profesor de la universidad de Montpellier, el proyecto de “solamente al liberal la calidad de principio de derecho mayor sobre el cual fundar la legitimidad de las políticas públicas e impone a los ciudadanos europeos y a sus representantes inscribir sus leyes en la lógica de la economía de mercado".
Añadamos que el artículo 40º dispone que "para poner en marcha una cooperación más estrecha en materia de defensa recíproca, los Estados miembros trabajarán en estrecha cooperación con el OTAN" y que estipula que cada política de seguridad y de defensa común deberá “ser compatible" con la política adoptada en el marco de la OTAN. Esta disposición limita con antelación la autonomía de la política exterior de Europa y aliena sin discusión su independencia. Declarar como compatible la pertenencia a la OTAN y la realización de una “política común de seguridad y defensa" no puede ser en efecto que una petición de principio.
También hay otros argumentos tabú que el proyecto de Constitución se guarda mucho de abordar: el problema de la lengua de Europa, el problema de su capital, el problema de sus fronteras externas, el problema de las modalidades de aplicación del derecho comunitario, el problema del modo de financiación del presupuesto de la unión europea, etcétera
Frente a esta situación, dónde la lógica de los intereses particulares reemplaza la dinámica de la comunidad de pertenencia, sólo existe una solución: actuar de forma que los que no piensan en Europa más que en términos de mercado no impidan a los demás avanzar. La única alternativa es la formación de un “núcleo duro", asociando los países decididos a ir adelante en la construcción de un verdadero poder político. Esta idea fue explorada el año pasado, de modo premonitorio, por Henri de Grossouvre en su libro titulado París-Berlín-Moscú (1).
Significativamente, las señales precursoras de este eje París-Berlín-Moscú se manifestaron en la víspera de la guerra americana en Irak, cuando Francia Alemania y Rusia, en una declaración conjunta publicada el 5 de marzo de 2003, manifestaron claramente su rechazo a asociarse unilateralmente con esta agresión militar decidida por los Estados Unidos (2).
Este “núcleo duro" no puede descansar naturalmente más que sobre el tándem franco-alemán, cuyo papel en el seno de la unión europea no se ha desmentido nunca, por las razones históricas que Henri de Grossouvre, precisamente, supo recordar muy claramente cuando escribe que "desde la Edad Media, la calidad de las relaciones franco-alemanas decide de la paz o de la guerra en el continente". "Francia –prosigue- es el centro de la Europa del Oeste [...] es al mismo tiempo el único país europeo que participa tanto de la Europa del Norte y la Europa mediterránea, incluso con una fachada atlántica. Alemania es el gozne dinámico de Europa, la vía de paso obligado para introducirse en el Norte, en el este y en el oeste. Francia tiene al mismo tiempo una vocación mediterránea y una vocación renana. Los franceses y los alemanes tienen una parte de su historia común, el imperio de los Francos. Los herederos del imperio carolingio siempre han estado, económica y culturalmente, por delante del resto de Europa. Juntos, franceses y alemanes son el paso obligado, económico y política, de la Unión Europea" (3).
No es menos cierto que, durante mucho tiempo, Francia y Alemania han adoptado en relación a los Estados Unidos de la América actitudes diferentes. Por razones históricas muy conocidas, Alemania se ha reconstruido fundamentalmente a partir de 1945 bajo forma de un no-poder. Durante la época de la guerra fría, la República Federal se sintió dependiente de los Estados Unidos que la consideró, a su vez, como su aliado más seguro en el centro de Europa. Retomando una fórmula célebre pudo decirse que Alemania fue entonces al mismo tiempo un gigante económico y un enano político, lo que la llevó a no jugar sobre la escena internacional más que un papel de reparto.
Ahora, es precisamente es precisamente esta ecuación la que tiende a desaparecer. Muchos signos muestran que Alemania pretende, a partir de ahora, emplear su unidad recobrada para desempeñar un papel político más en consonancia con su importancia real (4). Como siempre más allá de-Rin, la evolución es lenta, pero parece innegable que un nuevo rumbo se ha adoptado: el rechazo sin equívoco planteado por Alemania a la petición de apoyo formulada por los americanos en el asunto iraquí, es significativo. En Francia, este importante acontecimiento no ha sido valorado probablemente en su justa medida. Sin embargo, tal como Stephan Martens ha señalado, nunca tras la creación de la RFA, las relaciones germano-americanas fueron sacudidas por una crisis tan profunda" (5). Desde el 29 de noviembre de 1999, durante una de sus estancias en Francia, Gerhard Schröder hizo suya la formulo de "Europa poder". El 5 de agosto de 2002, en Hannover, declaró adherirse a una “vía alemana", (deutscher Weg), distinta de la seguida por la política americana, lo que debió facilitarle la reelección no hace mucho. Más recientemente todavía, en febrero de 2003, el semanario Der Spiegel pudo titular en portada: Revuelta contra América. David Schröder contra Goliat Bush" (6).
En cuanto a la opinión pública alemana, también ha evolucionado. Según un sondeo publicado hace algunos meses, el 76% de los alemanes estiman que los americanos siguen solamente sus intereses cuando intervienen en el extranjero, contra el 58% que opinaba lo mismo en 1993, y apenas son poco más del 31% quienes estiman que los Estados Unidos son hoy los garantes de la paz y la seguridad en el mundo, contra el 62% en el 1993.
Se trata pues de una evolución notable. Alemania abandona progresivamente su posición de mejor alumno de la clase atlántica. Se embarca con Francia en una empresa que se cree el núcleo de una verdadera defensa europea, lo que le permite a Henri de Grossouvre escribir que el fin del tabú transatlántico es el acontecimiento mayor de la política extranjera alemana desde el fin de la Segunda Guerra mundial" (7).
No es pues una casualidad que el fracaso de la cumbre de Bruselas haya relanzado enseguida la idea de una iniciativa franco-alemana para superar la crisis, iniciativa que se manifestaría en la formación en el seno de la unión europea de un “núcleo duro" cuyas formas queda todavía por determinar. Algunos también hablan ya de la creación de una verdadera confederación a franco-alemana que, si viera la luz algún día, reuniría probablemente también a los países de Benelux. Así se realizaría un proyecto que el General de Gaulle planteó hace ya mucho tiempo: revisar el tratado de Verdun que dividió en el año 842 el imperio de Carlomagno para reunificar a los Francos del Oeste y los Francos del Este.
Al mismo tiempo, aparece como vital establecer con Rusia una asociación estratégica que permita vincular este país con la unión europea en todo lo que concierne a la política extranjera, y reforzar con la cooperación con este país, particularmente en materia aeronáutica y energética. Es de nuevo el eje franco-alemán a quien le correspondería tomar la iniciativa de este acuerdo de asociación y espacio de cooperación al que podrían sumarse también países como Ucrania y el Bielorrusia. La incorporación de Rusia a este proyecto tendría mucho más calado que la asociación de un cierto número de países europeos que manifiestan sin ambigüedades su voluntad de no seguir jamás una política distinta de la trazada por Washington.
Francia, Alemania y Rusia no tienen sólo numerosos intereses políticos, económicos, estratégicos y culturales conjuntos. También son países notablemente complementarios. No tomaré aquí que dos ejemplos, uno concerniente a los problemas de defensa y el otro relativo a los recursos energéticos.
Se sabe que los Estados Unidos dedican anualmente el 3,4% de su PNB a gastos militares, mientras que Francia solamente le dedica el 2,6%. La ventaja de los americanos en este campo es, pues, la consecuencia lógica. Sin embargo, Francia, Alemania y Rusia dedican, entre las tres, más dinero a la defensa de lo que lo hace los Estados Unidos cada año. La coordinación de algunas inversiones podría permitir a Europa recuperar una parte de su retraso.
Pero Rusia, sobre todo, dispone de materias primas que no poseen ni franceses ni alemanes. El peso de los hidrocarburos y de las materias primas en general, es considerable en la economía rusa, y ha aportado en el 2003 el 35% del presupuesto nacional y el 13% del producto interior bruto (PIB). Rusia se es, a partir del año 2000, el tercer productor y el segundo exportador mundial de petróleo, pero también el primer productor y el primer exportador mundial de gas natural. Es decir, sus grupos petrolíferos y gasistas no son sólo actores económicos de primer plano, sino que también pueden desempeñar un papel eminentemente político, ofreciendo en parte a la Europa occidental un manantial de abastecimiento de energía alternativa a la obtenible en el Medio Oriente, hoy bajo control americano. Además, el cierre por parte de Alemania de la mayor parte de sus centrales nucleares va a hacer a este país más dependiente en lo que respecta a su producción de electricidad y de gas natural que viene principalmente de Rusia.
Alemania es, por lo demás, ya hoy el principal inversionista y el principal socio comercial de Rusia.
A este respecto es muy importante la construcción de la red ferroviaria denominada “Viento del Este" que conectará China con Europa occidental, pasando por Rusia, Bielorrusia y Alemania, o también la puesta en marcha en abril de 2003 de un corredor ferroviario a través de Polonia que une a dos veces más velocidad que por vía marítima, Extremo Oriente con Europa occidental.
Naturalmente, sobre todo esto planean incertidumbres. Pesan principalmente sobre Rusia, cuya recuperación económico-política es un elemento vital para el futuro, pero que contiene cierto grado de imprevisibilidad. La reciente detención del "oligarca" Mikhaïl Khodorkovski, el hombre más rico de Rusia y uno de los principales símbolos de todas las malversaciones de los años 90 que había claramente adoptado posiciones pro-americanas ante la guerra de Irak, evidencias la voluntad de Vladimir Putin de restaurar el Estado y de sancionar un cierto número de mafiosos hasta ahora intocables. También hay los datos demográficos que son particularmente inquietantes tanto para Alemania como para Rusia, como también para la mayoría de los países de la Unión Europea, ya que se prevé que en 2050 la media de edad en Europa será de 57 años, por 37 en los Estados Unidos. Finalmente, hace falta contar evidentemente con los vaivenes electorales que, en cada país, pueden implicar modificaciones de la orientación política.
Más allá de estos datos coyunturales, existen tendencias de fondo y realidades permanentes, la principal de las cuales fue recordada por Henri de Grossouvre cuando escribió que “el adversario exacto de los Estados Unidos en el hemisferio Norte, es la Europa más grande, de Brest a Vladivostok, flanqueado en cada extremo por los archipiélagos británicos y japonés", añadiendo que “este gigantesco conjunto eurasiático reúne lo esencial de la población y de las riquezas mundiales" (8).
La idea de un eje París-Berlín-Moscú abre paso en los espíritus. Y lo que es más interesante, transciende todos los laminados habituales, y encuentra defensores en los medios más variados.
Jacques Julliard, por ejemplo, considera que ha llegado la hora de reforzar la pareja a franco-alemana. "E incluso –escribe- de la fusión orgánica de las dos naciones en los campos diplomáticos y militar, [porque] no hay otro remedio de salvar la idea europea amenazada por el neo-imperialismo americano" (9). "No existen actualmente, añade, más que dos países que, a pesar de sus dificultades coyunturales, reflejan la idea de una Europa-poder: Francia y Alemania. Se puede añadir Bélgica. Propongo que se rehaga lo que Schumann hizo en el 1951 con el carbón y el acero: poner en común nuestro ejército, nuestra diplomacia y nuestra política económica. Todos los países que quieran asociarse con esta iniciativa serán bienvenidos [...] Estoy persuadido de que algunos países se sumarían. Italia, por ejemplo, después de que se haya desembarazado de Silvio Berlusconi" (10). Y añade: “Bastaría que Francia y Alemania pusieran en común sus recursos en materia de diplomacia y defensa para que la situación europea y mundial
se modificaran radicalmente” (11).
Tal es también la opinión del diputado europeo Jean-Louis Bourlanges que considera que “tendría sentido formar dentro de la unión, y en terrenos en los que las competencias de la Unión son inciertas o no son exclusivas -la defensa, la política extranjera o la política presupuestaria-, un pacto federal entre algunos Estados decididos a poner en común sus medios institucionales, administrativos, de balance y militar, en vista de realizar una política común" (12).
"Más que nunca, París y Moscú tienen que acercarse, escribe por su parte el geopolítico Aymeric Chauprade (13), mientras el socialista Alain Joxe declara: “Me parece que la elección de Alemania, de Francia y de Bélgica considerarse juntas como el núcleo fuerte de la defensa europea […] es un paso importante" (14). "Estoy persuadido, afirma Daniel Cohn-Bendit, que la idea de una federación limitada a algunos países y organizada a partir de un núcleo federal franco-alemán puede tener viabilidad. Sería de esperar que antes del 2009, se viera una federación europea nacer dentro de la Unión que acelerara la convergencia fiscal, social y económica. Tal núcleo puede ser atractivo para otros Estados miembros" (15). Y no habría dificultad en multiplicar los ejemplos.
En este contexto, en octubre de 2003, el Instituto Real de las Relaciones Internacionales (IRRI) de Bruselas publicó un documento titulado Un concepto de seguridad europeo para el siglo XXI no carente de interés ya que tiene el mérito de considerar la seguridad europea a partir de la misma Europa y de sus intereses y concluir que Europa sólo puede existir a condición de ser un poder. Se lee, por ejemplo: “Independientemente del peso económico, político, demográfico y militar, no hay ningún poder sin voluntad [...] El poder necesita la voluntad de imponer su impronta sobre el curso de los acontecimientos. La unión europea sólo será potente si sus Estados-miembros ponen en común, voluntaria y colectivamente, su voluntad de constituir uno de los polos de un mundo multipolar y actúan en consecuencia”. En el mismo documento se subraya que “la única la autonomía de decisión permite la toma de conciencia de su identidad y su soberanía, y ofrece la responsabilidad de la decisión, sin inhibición causada por la costumbre de ser dependiente, sometida o agradecida".
Qué el eje París-Berlín-Moscú no sea una simple y cándida visión del espíritu todavía queda demostrado por la lectura de la prensa americana que considera que tal perspectiva es tomada muy en serio y percibida como un peligro real". “Todos los factores combinados -escribe el neoconservador John C. Hulsman en el periódico de la Foundation Heritage- Francia, Alemania y Rusia tienen potencialmente todos los atributos de un gran poder capaz a nivel global de hacer de contrapeso a los Estados Unidos, Francia facilita las orientaciones políticas e ideológicas, Alemania el poder económico y Rusia las capacidades militares". La conclusión del autor es que, para enfrentar esta amenaza, los Estados Unidos tienen que jugar golpe a golpe buscando por todos los medios fragmentar este núcleo anti-americano" (16).
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Señores, Señoras, Queridos amigos,
Durante estos últimos años las tensiones entre Europa y los Estados Unidos no han cesado de agravarse. No afectan sólo al comercio, la carne, la aeronáutica, el proyecto Galileo, el sistema de posicionamiento y navegación por satélite competidor del sistema americano GPS. Se extienden a todos los campos y adoptan formas nuevas. Los políticos, por razones diplomáticas evidentes, a menudo tratan de disfrazarlas, como Jacques Chirac que afirma todavía hace algunos meses, en un coloquio organizado por el Financial Time que “Europa y los Estados Unidos comparten los mismos valores" (17). Pero, lo cierto es justamente lo contrario. Tal como Sylvie Kauffmann señaló recientemente “la evolución de las sociedades americanas y europeas durante las últimas décadas revela en realidad un foso creciente de naturaleza moral, cultural o político, sobre temas muy importantes como la guerra, la paz, la solidaridad social, la justicia, la inmigración o la religión" (18).
No puede dudarse que la globalización va a agriar estas divergencias de visión y de intereses entre Europa y los Estados Unidos, que, a fin de cuentas, derivan del punto de vista geopolítico, según el cual la Europa continental está más que nunca señalada como un poder terrestre y los Estados Unidos son un poder marítimo. "Los Estados Unidos son un pueblo del mar, recuerda Henri de Grossouvre, mientras Europa continental está marcada por su relación con la tierra. Los Estados Unidos, a causa de las guerras civiles europeas del siglo XX, han tomado el relevo del poder marítimo por excelencia, Inglaterra. La preponderancia del comercio y la subordinación de las otras actividades humanas a las relaciones comerciales les caracteriza" (19). Hay pues entre ambos una diferencia fundamental de concepciones del mundo y valores.
Ahora, lo que resulta interesante, es que esta diferencia es puesta de relieve hoy por los americanos para justificar su política. En un libro publicado el año pasado, y que ha causado mucho interés, el neo conservador Robert Kagan afirmaba por ejemplo que el foso que se ha cavado entre las dos riberas del Atlántico ya tiene demasiada profundidad para que se pueda esperar en superarse en un futuro previsible (20). Esta opinión es compartida también por otros comentaristas (21).
Simultáneamente, la posición americana en relación a Europa se ha aclarado netamente. En junio de 2003, el semanal americano The New Republic anunciaba con titulares en primera página: “Europa superpotencia. Por qué América debe temer la construcción europea". El redactor jefe del periódico, Andrew Sullivan, escribió: “El principal poder que se beneficiará éxito de la construcción europea será Francia. Y las intenciones de Francia son esencialmente hostiles hacia los Estados Unidos, cultural, económica y diplomáticamente. El desafío actual a la política exterior americana es cómo impedir a la nueva Constitución europea convertirse en realidad". Tres meses más tarde, en el mes de septiembre, el semanario de William Kristol, The Weekly Standar, publicó un artículo titulado a “Contra Europa unida."
Los europeos son presentados en otro lugar, como sibaritas y cobardes, como fascistas o antisemitas incorregibles, como los traidores o simplemente como deficientes mentales. En el Washington Times, William R. Hawkins ha llegado a explicar que el enemigo número 1 de los Estados Unidos, no es Osama Bin Laden sino los europeos: “El mayor peligro para la independencia, la seguridad y la prosperidad de los Estados Unidos no vendrá quizás, en el alba del siglo XXI, de nuestros enemigos declarados, dotados de armas de destrucción masiva, sino de nuestros sedicentes amigos que sueñan con controlar nuestra economía y encadenar al gigante americano" (22).
Pierre Hassner lo reconoce: “hoy, el gobierno americano juega abiertamente a la división de Europa" (23). “ Por la primera vez del principio de la guerra fría -añade Timothy Garton Ash- se encuentran personas muy influyentes en Washington que afirman que está en el interés de los Estados Unidos tener una Europa débil y dividida" (24).
Esta hostilidad hacia Europa se duplica por la hostilidad hacia el euro que no tiene evidentemente nada de sorprendente. Durante la posguerra, los americanos pudieron beneficiarse de la guerra fría que los situaba en una posición de fuerza en relación a sus aliados europeos, y garantizaba la omnipotencia del dólar, utilizado como moneda de reserva por los bancos centrales de todos los países del mundo. Pero la guerra fría ha concluido y la llegada del euro amenaza el monopolio americano en los mercados de cambios monetarios mundiales. En un país que no cesa de consumir más de lo que produce, cuyo nivel de endeudamiento representa el 31% del producto interior bruto mundial y el 40% de la renta individual americana, cuya balanza de pagos no cesa de deteriorarse, cuyos déficits de cuenta corriente han alcanzado niveles históricos, y cuya tasa nacional de ahorro ha caído en 2002 a su nivel más bajo de todos los tiempos, el mantenimiento del monopolio del dólar es una necesidad vital.
Ciertamente, todavía hará falta tiempo para que el euro pueda convertirse en una moneda de reserva realmente concurrente con el dólar, pero cuando ocurra, Europa se estará poniendo en plano de igualdad con los Estados Unidos en este campo. Sería necesario para esto que el euro fuera mirado como un activo utilizable en todos los países, y que los Estados tengan el deseo de acumular en esta moneda sus reservas. Sería necesario también que pudiera garantizar continuamente una liquidez planetaria y desempeñar el papel clásico de “prestador de última instancia". No ha llegado todavía ese momento. El euro puede servir sin embargo, de ahora en adelante como moneda de reserva en un cierto número de mercados. Una etapa esencial además sería superada si la Unión Europea lograra convencer a los países exportadores de petróleo, empezando precisamente por Rusia, de aceptar euros en lugar de los dólares. El monopolio americano se encontraría entonces seriamente dañado, algo de lo que Washington es muy consciente.
Frente a la perspectiva de un eje París-Berlín-Moscú, los Estados Unidos no pueden pues más que reaccionar y reaccionar con la violencia y la brutalidad que les caracteriza. La decisión americana, anunciada al principio del mes pasado, de excluir a Francia, Alemania y Rusia de los contratos para la reconstrucción de Irak, es a este respeto muy significativo.
Pero es probable que los Estados Unidos se vieran obligados a adoptar, ante los tres miembros de este eje virtual, una estrategia distinta. Condoleeza Rice, consejera a la seguridad nacional, dio una idea enunciando la consigna: Castigar a los franceses, ignorar a los alemanes y perdonar a los rusos" (25). Lo que quiere decir que Rusia es capaz de enmendarse, que Francia es irrecuperable y que, por lo que respecta a Alemania, basta con esperar.
En los años sucesivos, la política americana en relación a -como por lo demás en las relaciones con China- va principalmente a consistir en un intento de cerco, tal como evidenció el asentamiento de las tropas americanas en las repúblicas musulmanas y la región del Caspio gracias a la guerra del Afganistán.
En relación a Alemania, los americanos harán inicialmente todo lo que esté en su mano para hacer estallar el idilio franco-alemán. El 3 de noviembre último, hemos visto al neo conservador Richard Perle, durante un foro organizado sobre el tema “Bundeswehr y sociedad", coger aparte violentamente al ministro alemán de la Defensa, Peter Struck, regañándole por la "profundización de las relaciones franco alemanas" y estigmatizando la fuerte tendencia de Francia y Alemania a expresar su solidaridad a la menor oportunidad", lo que ha provocado una protesta pública del antiguo jefe de Estado Mayor francés, el almirante Giacomo Lanxade. Al mismo momento, Michael Ledeen, uno de los “halcones” republicanos más cercanos que la Casa Blanca, declaró abiertamente que Francia y Alemania deberían de ser considerados ya como “enemigos estratégicos" de los Estados Unidos.
Es probable que los Estados Unidos también harán todo lo que esté en su mano poder para conseguir la salida de los social-demócratas alemanes del gobierno que, en razón misma de su antifascismo evidente, han podido expresar, sin ser sospechosos, ciertos sentimientos “nacionales", y para inducir la llegada al poder de los democristianos, tradicionalmente más atlantistas. Sin embargo, aunque esta eventualidad tuvo lugar, no es seguro que Washington pueda alcanzar sus fines. En el interior mismo de la CDU-CSU, existe toda una corriente que no es, en efecto, muy favorable a un retorno puro y simple a una alineación con los Estados Unidos. Henri de Grossouvre, a menudo, ha recordado que en el 2002 un acercamiento franco-alemán hubiera podido llegar hasta la creación de una confederación que ya había sido incluso estudiado por las autoridades francesas y el candidato Edmund Stoiber, estimando incluso como “casi nulos” los riesgos de tal circunstancia y de una evolución mayor de la política extranjera alemana.
Queda el caso de Francia, que los americanos, como acabo de decir, los Estados Unidos juzgan como aparentemente irrecuperable. Puede verse la prueba de una oleada de francofobia de violencia extraordinaria y de una amplitud sin precedentes que ha provocado el rechazo del gobierno francés de asociarse con la agresión contra Irak. Durante meses, los franceses han sido tratados en la prensa de “monos capitulacionistas y comedores de queso" (cheese eating surrender monkeys), e incluso se vieron autoadhesivos que proclamaban: “¡Primero Irak, luego Francia! ". El error consistiría en creer que este francofobia se ha limitado a las capas marginales de la población, cuando en realidad, ha sido relanzada, con una virulencia asombrosamente fina, en los periódicos más serios. Sólo citaré algunos ejemplos de ese estilo. En el Weekly Estándar, considerado como uno de los periódicos más influyentes de los Estados Unidos, Larry Miller escribe: “Hace mucho tiempo que los franceses me hartan; ¡la próxima vez que los alemanes invadan vuestro pequeño país de mierda y necesitéis alguien para salvar vuestros traseros de colabos, os liberaréis solos!" (26). En el Nueva York Post, Ralph Peters añade que Francia, dirigida por un pigmeo moral desprovisto de todo escrúpulo", y cuya única ambición es de defender el derecho a los dictadores a morir de vejez en la Riviera" es uno de los enemigos más repugnantes de América. Concluye: Francia tiene que sufrir, pecuniariamente y estratégicamente. Los franceses nos han golpeado por la espalda. En respuesta, deberíamos desollarlos vivos" (27).
El 28 de agosto de 2003, Thomas Friedman, probablemente el cronista de política extranjera más influyente de la prensa americana, quien recibió el Premio Pulitzer en el 2002, escribió en el Nueva York Time que entre los Estados Unidos y Francia, a partir de ahora, sólo existe “el estado de guerra", "Es tiempo para los americanos de darse cuenta de esto –afirmó- Francia no es sólo un aliado incómodo. No es sólo nuestro rival celoso. Francia se ha convertido en nuestro enemigo" (28).
"Francia deberá pagar", declaró no hace mucho Paul Wolfowitz, opinión de que un sondeo efectuado por el Instituto Harris mostró que es compartida hoy por el 43% de los americanos. A despecho de los propósitos agresivos sostenidos aquí y allí, no es exagerado decir pues que en el momento, para los Estados Unidos", París se hace valor como chivo expiatorio, víctima expiatoria, cabeza de turco y oveja negra" (29). Y que mostrarse agresivo con Francia es evidentemente una forma de dar ejemplo y disuadir a los tentados por imitarla: su castigo tendrá el valor de advertencia.
Los Estados Unidos que han intentado siempre instrumentalizar las rivalidades regionales, quieren proceder con la unión europea como han procedido en otros tiempos con el Imperio Austro-Húngaro. El objetivo, como siempre, es dividir para reinar. Con Samuel Huntington, ya intentaron oponer el mundo eslavo y ortodoxo a los países de Europa occidental, política que tuvo en el aplastamiento de Serbia, de algún modo, una aplicación práctica. Con Donald Rumsfeld, quieren jugar la carta de la “nueva Europa" –esto es la de los países de Europa Central que, en el seno mismo de la Unión Europea, están listos para aceptar el dominio de Washington- para poner en dificultad a la vieja Europa", juzgada menos dócil. Calculo que vuelve a apoyarse en lo que Tony Judt ha llamado una “muleta de goma" (30), por la simple razón de que estos países son, en su mayor parte, países débiles, dependientes de Europa del punto de vista económico, y de Rusia por su aprovisionamiento energético, y que además pertenecen a la periferia, la cual no puede pasar sin el centro, mientras que, a la inversa, el centro si puede muy bien en el límite, prescindir de la periferia.
Los americanos, por fin, seguirán instalando bases militares en todas las regiones estratégicas por dónde pasan oleoductos y gasoductos, de Asia central a los Balcanes. Continuarán tratando a la OTAN como lo que siempre ha sido, desde la época de la Guerra Fría: un medio para impedir que Europa se reconstruyera como fuerza autónoma (31). Y, naturalmente, seguirá pesando sobre las opiniones públicas europeas por la ubicuidad de las redes de influencia de que disponen: políticos comprados al peso, medios de comunicación que comen de la mano, grandes fundaciones cuya financiación aseguran, asociaciones especializadas en el formateo de los espíritus, etcétera (32).
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Señoras, Señores, Queridos amigos,
En materia de relaciones internacionales, como en muchos otros campos, se ha adoptado un giro radical en estos últimos años. Desde 1993-94, las viejas reglas del juego internacional han sido abandonadas, y hemos entrado entre lo que pudiera definirse como “era postatlántica”. Asistimos a la disolución de hecho de todo un sistema en el que la Alianza Atlántica fue el corazón, en efecto, disolución de la que los mismos Estados Unidos tienen la responsabilidad al exigir a sus aliados que se comportaran de vasallos.
Esta crisis del vínculo trasatlántico es en sí mismo indisociable de la llegada de un mundo nuevo. En este nuevo mundo, las líneas de batalla son menos internacionales que trasnacionales. La geografía de las iniciativas no es definida fundamentalmente por las fronteras nacionales, aunque la división de la política de seguridad entre interior y exterior tienda a desaparecer. Los choques decisivos no se producen entre civilizaciones (que no son realidades de poder, sino más bien crisoles de idea-fuerza), pero al mismo tiempo en su seno y a escala global. Se asiste por todas partes a la subida al poder de formas de poder transestatales o no estatales, en el seno de un espacio que ya no es arborescente, es decir compuesto por organizaciones tradicionales, sino rizómico, es decir, hecho por redes descentralizadas (33). A la guerra fría ha sucedido la paz caliente; al mundo bipolar, una globalización en la que los Estados Unidos representan la fuerza principal, pero cuya lógica profunda es de esencia tecno-económica y financiera, ya que se distingue ante todo por el dominio planetario del Forma-Capital.
Los americanos siempre han pensado que sus valores y su estilo de vida son superiores a los demás y que poseen una validez universal. Desde sus orígenes, siempre han pensado que tuvieron por misión de esparcir estos valores y de imponer este estilo de vida a la superficie de la tierra. Desde siempre han creído en la división moral binaria del mundo. Desde siempre, estiman que encarnan el Bien y se imaginan, por expresarlo en los términos del presidente Wilson que les ha sido reservado el "infinito privilegio" de “salvar el mundo" (34).
El movimiento hacia el unilateralismo y el hegemonismo vienen pues de muy lejos. Tal como ha dicho Hubert Védrine: “no es George Bush quien ha inventado el combate del bien contra el mal. Es tan viejo como América" (35). Pero en fechas recientes, este movimiento se ha acelerado, como resultado que “los mitos fundadores de la nación americana se han convertido en las políticas americanas operativas " (36).
El equipo que llegó al poder con George W. Bush asoció efectivamente dos corrientes diferentes. La primera es la de los fundamentalistas protestantes, hiper reaccionarios y populistas, pertenecientes a un movimiento “jacksonienne" cuyo jefe de filas es Billy Graham y que es representada hoy por Pat Robertson, Franklin Graham, Paul Weyrich o Ralph Reed. Gracias a ellos George W. Bush ha podido ser elegido. La segunda corriente es ala de los “neoconservadores", a menudo antiguos izquierdistas, muy vinculados a la extrema derecha israelí que les ha provisto su parrilla de lectura sobre la situación en el Cercano-Oriente y hoy situada a la derecha del partido republicano. Los primeros están representados en la Casa Blanca por el secretario de Justicia, John Ashcroft, el consejero privado del presidente, Karl Rove o el secretario del interior, Gale Norton, moderados puritanos que piensan que los Estados Unidos son un pueblo elegido por la Providencia, provisto de un “destino manifiesto” y de una vocación misionera (37). Los segundos (Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Perle, Douglas Feith, Elliot Abrams, etcétera), por su parte, han desarrollado la idea de unilateralismo, de guerra preventiva, de policía mundial que triunfa hoy. Ambos sectores se unen en la idea de que el mundo entero tiene que ser construido a imagen de América, expresando una misma hostilidad hacia cualquier país que expresase su desacuerdo, es decir, con una aventurerismo agresivo e iluminado.
Los americanos han asumido a la vez una lectura hollywoodense" y mesiánica de las relaciones internacionales. La visión del mundo a la que se adhieren es una visión no interactiva de relación con otros, en la que cada poder independiente es percibido como un potencial adversario hostil. Esto significa que el pensamiento americano no tiene más referencia sí mismo y que los americanos ya no ven el resto del mundo más que a través de sí mismos. El resultado es un nuevo régimen de guerra, al mismo tiempo una nueva percepción de la política extranjera, basado en las armas. Toda idea de poder ha sido reconducida a una dimensión militar, la noción de “rival” se convierte inmediatamente en sinónimo de “enemigo”. Se comprende que, a partir de ahora, en estas condiciones, toda la doctrina estratégica americana tienda a impedir al resto del mundo de alcanzar la paridad militar y tecnológica con los Estados Unidos. Y que cualquiera que ose emitir críticas sobre la política extranjera de Washington sea presentado enseguida como un psicópata y un cómplice del “eje del mal” (38).
En la era “postatlántica", los Estados Unidos ya no disimulan su intención de afirmar su hegemonía. “Estiman tener solamente ellos el derecho de decidir, sin limitación externa de ningún tipo, sobre lo que tiene que ser hecho preventivamente por su seguridad, comprendido el impedir emerger a cualquier rival" (39). "Washington decide -escribe Justin Vaÿsse- y los aliados europeos tienen que conformarse con estas decisiones, sin tener verdaderamente voz, sin ni siquiera haber sido consultados en muchas ocasiones o informados de manera adecuada. Solicitan un apoyo casi automático, y el castigo de los disidentes ha reemplazado a la costumbre que consistió en minimizar los desacuerdos y evitar que no estallaran públicamente". En efecto, prosigue, “en el sistema postatlántico promovido por la administración Bush, la importancia de un país no deriva de sus recursos propios, de su poder o del papel que asume en las tareas comunes, sino de su distancia con respecto del centro. Como en Versalles, los aristócratas "domesticados" tuvieron que acostumbrarse a un nuevo sistema de poder, en función del sitio de cada uno en los círculos concéntricos alrededor de la persona del rey, y no de su poder propio. A su vez, el posicionamiento en los círculos concéntricos alrededor del rey o de Washington, depende de la aquiescencia a la voluntad del centro, se ha convertido en la instancia legítima de clasificación de los cortesanos o de los países" (40).
"Los americanos, observa por su parte Thierry de Montbrial, rechazan categóricamente la noción de un mundo multipolar, cuyas dos componentes son inaceptables a sus ojos. De una parte, quien dice mundo multipolar sobre entiende un equilibrio de los superpotencias, y por tanto, la necesidad de un contrapeso para los Estados Unidos […] No se acepta, por otra parte, que un equilibrio cualquiera pueda ser garantizado por la organización de las Naciones Unidas, es decir, en la práctica por el Consejo de Seguridad y más precisamente por sus cinco miembros permanentes. A los ojos de los americanos, esto equivaldría a reconocer a Francia, a Rusia y a China el derecho a formar con los Estados Unidos y Gran Bretaña una especie de directorio planetario" (41).
Todo eso, una vez más, no es realmente nuevo. Pero hasta aquí, la guerra conducida por América contra Europa y él “resto del mundo" ("the rest of the world"), toma esencialmente formas económicas y comerciales, manifestándose particularmente en el condicionamiento de las opiniones públicas, la manipulación de los espíritus, el descrédito sobre todo lo que pueda suponer la competencia (42). Lo nuevo, es que el primado estratégico se ha vuelto abiertamente militar, y que tiende a regular la extensión del mercado a través de acciones de violencia brutal.
En el libro que han publicado en 2003, Lawrence F. Kaplan y William Kristol describen así, sin prejuicios que “América tiene que ser no sólo el guardia civil o el alguacil del mundo, sino también su faro y su guía" (43). La globalización, explica otro neoconservador, Michael Novak, constituye una forma de reconstitución del mundo, y el centro de esta reconstitución son los Estados Unidos. "El interés americano, añade Richard Perle, es de tener [...] un mundo al que podemos exportar e importar y en donde no seamos amenazados" (44).
El objetivo final, es de establecer eso que el incondicional pro-americano Guy Millière ha propuesto sin complejos llamar el “América-mundo" (45). El objetivo de este neo-imperialismo alimentado por el espíritu de cruzada, el objetivo de esta auténtico teoestrategia" autista, es la imposición unilateral de los valores comerciales a la totalidad del planeta, la transformación de la tierra en un inmenso mercado homogéneo dónde reinaría sin división ni límite sólo la ley del beneficio, en resumen, la instauración de un modelo de sociedad en el que habrán de mucho más consumidores en cuanto haya menos ciudadanos.
Nunca, desde la época de Théodore Roosevelt (1912), los Estados Unidos hubieron investigado tan visiblemente como hoy el dominio por la fuerza militar, ni aspirado tan abiertamente a establecer de modo unilateral su supremacía sobre el planeta. Nunca como hoy manifestaron con la fuerza su rechazo radical a la noción de reciprocidad o arbitraje, en la medida en que ésta podría restringir su libertad de acción. Por ello no es excesivo decir que los Estados Unidos constituyen actualmente el principal factor de inestabilidad en el mundo, el principal factor de brutalización de las relaciones internacionales. Y este unilateralismo tiene las probabilidades de revelarse como duradero, incluso cuando George W. Bush deje la Casa Blanca, en la medida en que deriva desde hace años de una tradición histórica y de una evolución de las mentalidades a través de los años.
Pero, naturalmente, el sueño americano choca contra la realidad. Se en estos momentos en Irak: los Estados Unidos han ganado la guerra, pero ya han perdido la paz. Pretendieron instalar una democracia de mercado, pero han establecido el caos. Afirmaron luchar contra el terrorismo islámico, pero han dado al fundamentalismo musulmán razón de ser y fuerza para actuar. Quisieron aprovechar la ocasión para regular definitivamente el problema palestino pero su “hoja de ruta" ya no es más que un recuerdo. Y él muy revelador que, en ésta aventura, no hayan sido más capaces de conseguir el apoyo de México o Canadá que no hayan alcanzado alinear a los alemanes, o incluso que hayan chocado con el rechazo de Turquía, su aliado tradicional al Cercano-oriente, para autorizarlos a atacar Irak a partir de su suelo.
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Señor, Distinguidos Sres., Queridos amigos,
Hace ahora más que diez años que los europeos eluden sistemáticamente la cuestión de saber si quieren o no construir un poder político y cuál sería la naturaleza de las relaciones que tal poder tendría con los Estados Unidos. Sin embargo, en el asunto iraquí, “la resistencia franco-alemana a las posiciones americanas ha tenido el mérito de localizar el factor capital en el futuro: hacer de la Unión Europea un actor capaz, sobre el plano internacional, de influenciar en el curso de las cosas, de imprimir su marca y de definir objetivos, de concebir la Europa de los 25 como un conjunto geopolítico" (46).
Formado a partir de la pareja franco-alemana, un eje París-Berlín-Moscú permitiría constituir, en un mundo transformado en multipolar, un formidable polo de seguridad y de prosperidad, en el mismo momento en que permitiría a Europa encontrar su autonomía y su capacidad de acción. Permitiría crear un poder político regional que no tiene por ambición de administrar los asuntos del mundo, sino contribuir a la regulación de la globalización. En lo inmediato, permitiría diferenciar aquéllos que, sobre nuestro continente, quieren avanzar y los que se contentan con constituir una simple zona de librecambio, sabiendo que, como ha dicho Giacomo Delors, “falto de tal diferenciación, Europa es condenada al estancamiento o a la dilución" (47).
“La alternativa es simple, nos dice Henri de Grossouvre. O los franceses y los europeos asumen la responsabilidad de su seguridad, de su política extranjera y de la evolución de su demografía y vuelven a ser actores de la política internacional, o bien salen historia, y desaparecen físicamente y de forma progresiva en el seno de una amplia zona de librecambio bajo protectorado estratégico americano".
En su rueda de prensa del 23 de julio de 1964, el General de Gaulle declaró: “Siguiéndonos, franceses, se trata de que Europa se haga europea. Una Europa europea significa que existe por sí misma y para sí misma, dicho de otra manera que en medio del mundo, tenga su propia política".
Siempre está allá. Ha comenzado una carrera de velocidad.
Alain de BENOIST
Referencias
1. Paris-Berlin-Moscou. La voie de l’indépendance et de la paix, L’Age d’Homme, Lausanne 2002.
2. Francia y Alemania habían ya manifestado su interior el 22 de enero de 2003, fecha que marcaba el 40 aniversario de la firma del tratado franco-alemán entre el general De Gaulle y el canciller Konrad Adenauer.
3. «Le temps de la fusion franco-allemande est venu», texto que se puede consultar en la web http://www.paris-berlin-moscou.org/, septiembre 2003.
4. Cf. especialmente Wolf Dieter Eberwein y Karl Kaiser (ed.), Germany’s New Foreign Policy. Decision-Making in an Interdependent World, Macmillan Palgrave, London 2001.
5. «L’Allemagne n’est plus américaine», en Outre-Terre, 5 de junio de 2003, pp. 175-190, p. 175.
6. «Aufstand gegen Amerika. David Schröder gegen Goliath Bush», en Der Spiegel, 20 febrero 2003.
7. «Nous et les Américains», en Outre-Terre, 5, junio 2003, p. 273.
8. Ibid., p. 263.
9. «Europe : vive le père Ubu!», en Le Nouvel Observateur, 12 de junio 2003, p. 68.
10. «Le crépuscule des dictateurs», en Politique internationale, verano 2003, p. 214.
11. «Marions-nous!», en Le Nouvel Observateur, 27 de noviembre 2003.
12. «La grande illusion», en Le Nouvel Observateur, 26 de junio 2003, p. 93.
13. L’Action française 2000, 18 septembre 2003, p. 9.
14. «Apogée ou déclin de l’empire?», en Mouvements, noviembre-diciembre 2003, p. 36.
15. «Faut-il sauver la Constitution européenne?», en Libération, 5 de octobre 2003, p. 5.
16. «Cherry-Picking: Preventing the Emergence of a Permanent Franco-German-Russian Alliance», en The Heritage Foundation. Policy Research and Analysis, 28 agosto 2003.
17. The Financial Times, 26 mayo 2003.
18. «Valeurs transatlantiques, pas si communes», en Le Monde, 6 de junio 2003, p. 1.
19. «Nous et les Américains», art. cit., p. 264.
20. Robert Kagan, Of Paradise and Power. America and Europe in the New World Order, Alfred A. Knopf, New York 2003 (trad. fr. : La puissance et la faiblesse. Les Etats-Unis et l’Europe dans le nouvel ordre mondial, Plon, Paris 2003). Por una crítica de este punto de vista, cf. David P. Calleo, «Power, Wealth and Wisdom. The United States and Europe after Iraq», en The National Interest, verano de 2003, pp. 5-15.
21. Cf. por ejemplo Nicholas Fraser, «Le Divorce: Do Europe and America Have Irreconciliable Difference?», en Harper’s Magazine, septiembre 2002, pp. 58-60.
22. «EU’s Angry Chorus», en Washington Times, 24 de mayo 2002. Cf. aussi David Brooks, «Among the Bourgeoisophobes. Why the Europeans and the Arabs, Each in their Own Way, Hate American and Israel», en The Weekly Standard, 15 de abril 2002, que desarrolla la idea según la cual los europeos compartirían con los árabes una misma hostilidad “buguesófoba” con el materialismo americano.
23. «Europe/Etats-Unis : la tentation du divorce», en Politique internationale, verano de 2003, p. 171.
24. «Du rideau de fer à la faille transatlantique», en Esprit, octubre 2003, p. 79.
25. Citado por Jim Hoagland, «Three Miscreants», en The Washington Post, 13 de abril 2003.
26. «Le jour de gloire n’est pas arrivé!», en The Weekly Standard, 3 de junio 2002.
27. The New York Post, septiembre 2003. Cf. también Thomas L. Friedman, «Vote France off the Island», en The New York Times, 9 de febrero 2003; Steve Dunleavy, «How Dare the French Forget», en The New York Post, 10 de febrero 2003; John Laughland, «L’Amérique contre l’Europe, mais surtout contre la France», en Outre-Terre, 3, 2003, pp. 245-252.
28. «Our War with France», en The New York Times, 28 de agosto 2003. El artículo ha sido íntegramente traducido algunas semanas después por el semanario alemán Der Spiegel.
29. Justin Vaÿsse, «Le nouvel âge postatlantique», en Commentaire, 103, otoño de 2003, p. 544.
30. Tony Judt, «La voie américaine», en Le Débat, mayo-agosto de 2003, p. 44.
31. Cf. Christopher Layne, «America as European Hegemon», en The National Interest, verano de 2003, pp. 17-29.
32. Entre otros ejemplos, citemos el del Comité por la Liberación de Irak, cuyo presidente, Bruce P. Jackson, antiguo vice-presidente de la firma Lockeed-Martin, es a la vez el hombre que ha convencido al gobierno polaco para comprar aviones americanos antes que aparatos rusos o franceses y que está en el origen de la carta de los diez jefes de gobierno denunciando a principios de 2003 la posición franco-alemana sobre Irak.
33. Cf. Percy Kemp, «Chaos et cosmos de l’après-guerre froide», en Esprit, octubre de 2003, pp. 10-38.
34. Sobre las fuentes (y las manifestaciones) del mesianismo americano, cf. especialmente Ernst Lee Tuveson, Redeemer Nation. The Idea of America’s Millenial Role, University of Chicago Press, Chicago 1978 ; Walter Russell Mead, Special Providence. American Foreign Policy and How it Changed the World, Free Press, New York 2001 ; Clifford Longley, Chosen People. The Big Idea that Shapes England and America, Hodder & Stoughton, London 2002.
35. «Que faire avec l’hyperpuissance?», en Le Débat, mayo-julio de 2003, p. 8.
36. Ibid.
37. Sobre la componente religiosa del actual gobierno norteamericano, cf. El estudio muy detallado de Bernadette Rigal-Cellard, «Les origines de la rhétorique de l’axe du mal : droite chrétienne, millénarisme et messianisme américain», del que una versión resumida ha sido publicada en julio de 2003 en la revista Etudes (el texto íntegro disponible en red: <http://www.religioscope.info/article_189.shtml>).
38. Sobre la genesis de esta expresión “eje del mal”, cf. David Frumm, The Right Man, Random House, New York 2003, que relata en que cinsuntancias la fórmula fue puesta a punto por uno de los consejeros presidenciales de George W. Bush, Michael Gerson.
39. Hubert Védrine, Face à l’hyperpuissance, Fayard, Paris 2003.
40. Justin Vaÿsse, art. cit., pp. 542-543. Cf. tambien Pierre Hassner y Justin Vaÿsse, Washington et el mundo. Dilemmes d’une superpuissance, Autrement, Paris 2003.
41. «Les Etats-Unis contre l’“Europe puissance”», en Le Monde, 1 de agosto 2003.
42. Cf. Especialmente Rémi Kauffer, L’arme de la désinformation. Les multinationales américaines contre l’Europe, Grasset, Paris 1999. Sobre la permanencia del anti-europeisme americano, cf. También Romolo Gobbi, America contro Europa. L’antieuropeismo degli Americani dalle origini ai giorni nostri, M&B Publishing, Milano 2002.
43. Lawrence F. Kaplan y William Kristol, The War over Iraq. Saddam’s Tyranny and America Mission, Encounter, San Francisco 2003.
44. «Les relations entre l’Europe et les Etats-Unis», en Commentaire, 101, primavera 2003, p. 11.
45. Guy Millière, L’Amérique-monde, François-Xavier de Guibert, Paris 2000.
46. Stephan Martens, «L’Allemagne n’est plus américaine», art. cit., p. 189.
47. «Pourquoi l’Europe fait peur», en Le Nouvel Observateur, 2 octobre 2003, p. 62.
(c) Alain de Benoist
(c) Por la traducción: Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de esta traducción sin indicar origen.
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