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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Aribau: buceando en los orígenes de la Renaixença (I de IV)

Infokrisis.- La tesis de este pequeño trabajo es que, Bonaventura Carles Aribau, considerado como el punto de arranque de la Renaixença catalana, permaneció durante toda su vida completamente ajeno a cualquier idea catalanista y participó en su juventud de la actividad de las sociedades secretas carbonarias que operaban en España. Este dato no es desdeñable a la vista de que otros patriarcas del catalanismo o del republicanismo catalán, eran cambien miembro del carbonarismo, sin olvidar que la primera asociación cultural catalanista, Jove Catalunya, tenía profundas raíces carbonarias.

Así pues, este trabajo puede considerarse como un intento de establecer si existieron ligámenes y hasta qué punto fueron profundos, entre el carbonarismo y la primera generación catalanista, todo ello tomando a Aribau y su Oda a la Patria como excusa.

I. Y en aquel tiempo, nació Aribau…

A pesar de que Bonaventura Carles Aribau i Farriols nació en los últimos años del siglo XVIII, su vida es propia de un liberal del XIX. Nace en un momento en que los ideales de la Revolución Francesa han eclosionado, cuando la Revolución Americana ya está más que consolidada y los EEUU en plena expansión. Hacía poco que la “Guerra Gran” había concluido y ya se había firmado el Tratado de San Indefonso.

En aquella ocasión, los misioneros jacobinos procedentes de Francia multiplicaron sus campañas de agitación en Catalunya, cosechando un rechazo general. En aquel momento (1793), la Convención francesa declaró la guerra a España e invadió Catalunya y Euzkadi. Sin embargo, una oleada de fervor patriótico –impensable hoy- recorrió Catalunya (1). Pérez Bustamante lo describe así: “El entusiasmo de la España católica y monárquica para luchar contra la Francia revolucionaria fue extraordinario: de todas partes afluían donativos y soldados voluntarios”. Ángel Osorio y Gallardo da cuenta del mismo clima con unas pocas pinceladas: “Los obreros de una fábrica de Barcelona ofrecieron parte de su salario para contribuir a la defensa de nuestra sagrada Religión, de nuestro Augusto Soberano y de sus Estados” (2)  y para Nicolau d’Olwer, independentista y miembro de la asociación de extrema-derecha catalanista Palestra en los años 25-36, fue luego ministro español de economía y unos de los defensores del Estatuto de Autonomía, es decir, una fuente poco sospechosa que reconoce que se trató de lo que define como “primer acto de españolismo de los catalanes” (3), algo que refrenda otro historiador catalanista, Ferrán Soldevilla cuando escribe: "Catalunya comparte los sentimientos del pueblo español, combate sin ninguna aspiración de reconquista autonómica, no siente, en ninguno de sus estamentos o de sus hombres la más tenue vacilación, ante la oportunidad que, para recuperar la libertad, le ofrezcan las insinuaciones, las esperanzas y hasta los proyectos de los revolucionarios” (4).

Habían transcurrido apenas 75 años desde 1714 y al pueblo catalán de aquel momento parecía no importarle absolutamente nada la abolición de la Generalitat y la integración en el proyecto nacional-borbónico. De hecho, el período que va desde 1714 hasta la Oda a la Patria es muy molesto para los historiadores nacionalistas porque no se perciben rastros documentales de que existiera mucha oposición a la “españolización” de Catalunya. Es más, en los poemas, canciones y aucas que se publicaron en aquel momento para excitar a la resistencia contra los jacobinos, el catalán es el idioma dominante sin discusión (5), lo que deja pensar que, contrariamente a la versión oficial (que alude a su desaparición) seguía utilizándose en manifestaciones públicas… a favor de España.

Los sucesos se desarrollaron rápidamente: el general Ricardos penetró con fuerzas catalanas en el Vallespir y el Rosellón en donde los españoles fueron recibidos como libertadores y siguieron avanzando hasta las puertas de Perpiñán, interrumpiendo la ofensiva y generando desánimo en los habitantes de la zona que… después de 150 años de dominio francés seguían sintiéndose incómodos tanto en la República Francesa como antes durante la monarquía.

La detención de los tropas de Ricardos permitió la contraofensiva francesa y su ocupación de Ripoll, Camprodón, Androrra y Arán, hasta la fortaleza de Figueras donde murió el Capitán General Conde de la Unión que había resucitado los somatenes armados disueltos por el Decreto de Nueva Planta. Su sucesor, el general Urrutia, convocó una Asamblea General del Principat que acordó la formación de los Tercios de Catalunya y pasó de nuevo a la ofensiva entre un redoblado entusiasmo popular que se manifestó en las donaciones dadas por particulares para mantener este cuerpo. A la altura del río Fluviá, Urrutia logró frenar la vestida francesa y forzar la Paz de Basilea (1795) por la que Francia restituía todo el terrero ocupado a cambio de algunas ventajas económicas y de la mitad de la isla de Santo Domingo.

A este pacto siguió el tratado de San Ildefonso que alió estratégicamente a España en la órbita de Francia, lo que supuso desde el primer momento un desastre para España (ataques ingleses en las colonias, destrucción de la flota en Tafalgar, etc.).

Luego llegó la guerra abusivamente llamada “de la independencia”. En realidad se trató de distintos conflictos unos situados dentro de otros. En realidad, la insurrección de las clases populares el 2 de mayo en Madrid adquirió las características propias de una protesta social muy similar a los motivos que se habían producido anteriormente (el llamado “motín de Esquilache”, el de Aranjuez y otras algaradas similares), sólo que, en esta ocasión, el elemento más odioso era la presencia francesa. Sin embargo, el 2 de mayo no tuvo ni el concurso de la inmensa mayoría del ejército (salvo el episodio de Daoiz y Velarde), ni de la burguesía, ni de la aristocracia, que censuraban desde sus ventanas del Madrid de los Austrias los incidentes. Luego, la intervención inglesa, persistente a lo largo de la contienda hizo que en buena medida Francia e Inglaterra dirimieran sus diferencias también en España y, después de Bailén, las grandes batallas de la guerra fueran protagonizadas por tropas inglesas.

Lo sorprendente es que solamente en Catalunya la “guerra contra el francés” adquirió tintes comunitarios. En Barcelona, las clases populares, los menestrales, las aristocracia, tomaron partido casi unánimemente durante toda la guerra en contra del ocupante (a diferencia de en Madrid en donde, tras el estallido del 2 de mayo no hubo resistencia significativa, sino que se instauró la corte de José I sin grandes problemas). La insurrección catalana se inició en Lleida, se extendió luego a Barcelona y a Girona. Fue precisamente de camino a Lleida para sofocar la rebelión cuando se produjo la derrota francesa del Bruch a manos de somatenes de la región. Otro episodio similar tuvo lugar en el Ordal con tropas francesas que intentaban alcanzar Tarragona.

Cuando el 18 de junio de 1808 se articula la resistencia en torno a la Junta Superior de  Catalunya lo hacen en nombre de España y de Fernando VII. Napoleón intentó instigar el nacionalismo y el regionalismo ofreciendo la incorporación de Catalunya a Francia y el libro uso del catalán en lo que se dio en llamar “política fraacesa de captación”. Napoleón en su correspondencia dejó escrito incluso que su intención era incorporar Catalunya a la corona francesa algo que solamente pudo hacerse tardíamente el 26 de enero de 1812. El Principat fue dividido en “departamentos”. Pero… el catalán que hasta ese momento había sido tolerado por los franceses en virtud de su “captación”, fue por primera vez proscrito e incluso se intentó la penetración del francés. No hubo nada que hacer. Salvo la colaboración interesada de individualidades pertenecientes siempre a la alta burguesía y a la aristocracia ilustrada, ni menestrales, ni burgueses, ni clases populares, aceptaron el dominio francés como demuestra la famosa conspiración del Día de la Ascensión y los fusilamientos y las protestas que siguieron. Inútil recordar la resistencia numantina de Girona con sus dos “sitios” y la resistencia de Tarragona, sin olvidar que el mito heroico de la contienda, por excelencia, fue la figura de Agustina Zaragoza i Domenec, nacida en Barcelona y alma de la resistencia zaragozana.

En la noche del 27 y 28 de mayo de 1814, las tropas francesas evacuaron Barcelona tras seis años de ocupación. Llevaban la bandera borbónica para evitar represalias de la población civil. Durante la ocupación, las tropas francesas habían creado algunas logias masónicas a la que en el último período accedieron a iniciar a barceloneses. Sin embargo, la impopularidad del ocupante, por sí misma, explica el hecho de que al retirarse los franceses no quedara ni rastro de estas logias e incluso que la masonería tuviera en la Ciudad Condal mala fama durante muchas décadas.

Con estos datos el cuadro de la Catalunya que vio nacer a Aribau se completa: no había ni rastro de nacionalismo ni de regionalismo, se hablaba y se escribía en catalán. No existía ningún elemento objetivo que permitiera pensar que todavía quedaran cicatrices de los episodios de 1714, ni que existieran rastros de un regionalismo, ni siquiera del foralismo anterior, ni tensiones antiespañolistas ni antimonárquicas. No es por casualidad que algunos historiadores hayan afirmado que el siglo XIX fue el gran siglo español de Catalunya y que ésta misma época sea observada con desconfianza por los historiadores catalanistas.

En el momento en que Aribau escribe su Oda a la Patria no hay rastros de reivindicación regionalista en el horizonte.

II. La pre-Renaixença

La obra de de Josep Mª Poblet, Aribau, i abans i després (6) tiene la virtud de ser, así mismo, poco sospechosa: publicada durante el franquismo (1963) dentro de una editorial que difundía textos catalanistas abunda en detalles biográficos y, al mismo tiempo repasa, en su primer capítulo la situación de la literatura catalana “antes” de la llegada de Aribau. El autor, arrastrado por cierto prurito patriótico-catalanista no puede evitar quedar en evidencia en algunos momentos.

En el segundo párrafo del capítulo I aborda la letanía: “Després de 1714, les lletres catalanes tingueren una gran devallada”, para luego añadir a continuación: “La veritat és que abans d’aquesta data, el panorama no s’albiraba gens esperançador. Barcelona era una ciutat poc menys que somorta. Els seus habitants romanien aclofats, reclosos, en el Cercle emmurallat” (7). Así pues, la realidad es que ya antes de 1714 el panorama no era “muy esperanzador”.

En realidad, las escasas muestras de literatura catalana antes de 1714, al menos las de mayor calidad, se habían producido en el territorio del antiguo Reino de Valencia. El catalán era el idioma que se hablaba  en el Principat pero no había generado hasta ese momento una literatura remotamente parecida a la castellana. Josep Mª Poblet rebaña en la historia de la literatura catalana anterior a Aribau y anterior a 1714 y todo lo que encuentra se puede resumir en apenas 10 páginas. Del Medievo no queda nada salvo los “Misterios”, representaciones devotas de las que aún quedan rastros en la Comunidad Valenciana: el Misteri d’Elx, El Miracle de Sant Vicenç Ferrer o el Jesuset de Sant Cristofol.  Antes solamente hay rastros del uso literario del catalán en las Homilías de Organyà (finales del siglo XI), en las obras de Llull (siglo XIII) y Ausias March (siglo XV) y en el Tirat Lo Blanc de Joanot Martorell tan apreciado por Cervantes que es de los pocos libros que salva de la quema de El Quijote.

A decir verdad el “gran siglo” de la literatura catalana no se genera sobre el territorio de los condados catalanes sino en el siglo XV en el Reino de Valencia. Luego, la literatura que florece sobre el territorio del Principat es muy escasa y sin ambiciones. Habitualmente se trata de obras de teatro y sainetes muy ligeros. En 1700, por ejemplo, el Rector de Vallfogona (de apellido poco catalán, García) escribe una obra dramático-religiosa prácticamente imposible de representar en el teatro por su duración y complejidad.

A partir de ese momento se inicia una larga decadencia que va arranca desde el siglo XVI y que se prolonga oficialmente hasta 1833, fecha de la publicación de la Oda a Catalunya de Aribau. Pero, a decir verdad, a poco que se examine la marcha de la literatura catalana posterior a 1714 se ve claramente que no tiene grandes diferencias con la que existió en los 200 años antes. Tanto inmediatamente después como en los siglos anteriores, abundan las obras de carácter religioso, demostrando que en este terreno poco había cambiado: La Passió de Fra Anton de Sant Jeroni y los dramas que estrena Joan Ramis en Menorca, a cual más truculento.

En 1788 en el Rosellón se estrena El Café de Barcelona, un sainete de Ramón de la Cruz, de carácter bilingüe que será representado en Barcelona en el teatro de la Santa Creu (hoy teatro Principal en las Ramblas). Ignasi Sobravia estrena en esa época otra pieza cómica: Comedia del famós i divertit Carnestoltes.

En el período en el que Aribau es un adolescente emerge una figura estrafalaria, actor histriónico, agitador político, escritor irreverente, vinculado a sociedades secretas liberales y conspirativas: Josep Robreño a quienes algunos han presentado como el verdadero estimulador de la literatura catalana en su aspecto teatral. Avelí Artís confirma que “el mèrit del ressorgiment del Teatr Català, més que a Frederic Soler, es devia a Josep Robreño” (8).

Robreño era, sin duda, un tipo excepcional. Los que lo conocieron lo describen como de muy corta estatura, gordo, barrigón y cuellicorto, que se comportaba habitualmente como un verdadero histrión. Todos loan su vis cómica y Joan Amadés (9) lo sitúa delante del Teatro Principal, en las Ramblas, justo en donde hoy se encuentra la estatua a Frederic Soler (a) “Serafí Pitarra”, arengando a las masas insurgentes que, tras una desgraciada corrida de toros en la plaza de la Barceloneta habían asaltado la Capitanía General, asesinado al capitán general en la “bullanga” de 1835. Robreño excitó a las masas y les invitó a subir por las Ramblas y quemar “los centros del oscurantismo”. Así ardió buena parte del patrimonio gótico de Barcelona (10). Entre este detalle (no desde luego desdeñable, porque todavía hoy se sospecha que determinadas organizaciones secretas instigaron esa “bullanga”) y que Robreño era, habitualmente, alguien muy definido políticamente por los contenidos de sus obras, hay que situarlo forzosamente dentro de una de estas tres asociaciones: la Sociedad de los Caballeros Comuneros, la Sociedad Carbonaria o la franc-masonería que ya por entonces se identificaban con el liberalismo anticatólico y con el socialismo utópico. Debió ser en función de esta militancia que arengó a las masas en 1835.

Hijo de menestrales, Robreño, nacido en 1780, siguió el oficio de carpintero como sus padres. Sin embargo en 1811, en plena guerra de la independencia, se aficionó al teatro y realizó sus primeros papeles cómicos que alternaba con la redacción de panfletos y escritos antifranceses. El físico le acompañaba y nada más salir al escenario el público, muy benévolo, estaba dispuesto a reír. Además solía publicar aucas, novelas y panfletos en los que solía confirmar su vocación del liberal constitucionalista y su anticlericalismo. Su comedia más conocida es Lo sarau de la Patacada (11). El estilo de Robreño es irónico, utiliza los giros del pueblo llano, no tienden a resaltar la belleza de una rima, sino a buscar la carcajada más estruendosa. Solía atacar con aña a sus rivales y no se preocupaba mucho de deformar la realidad si ello le convenía. Por lo demás, su estilo era ingenio y directo, utilizaba un lenguaje que era el propio de las clases populares barceloneses de la época (12).

Debió ser después de la guerra de la independencia cuando asumió ideales de carácter liberal y exaltado que le llevaron a la prisión y al exilio hasta la amnistía de 1832. Tras su participación en la bullanga de 1835, conoció nuevos problemas judiciales, pero siguió su carrera como actor, comediógrafo y polemista sin grandes dificultades hasta 1838 cuando, en el curso de un viaje a Cuba, su navío embarrancó y tanto él como su mujer murieron de sed. Robreño fue considerado como el máximo exponente liberal entre los autores teatrales de su tiempo y entre los autores ligeros de sainetes y comedietas populares (13)

Se habla poco de Robreño en los manuales de literatura catalana. Tenía un problema: era bilingüe. Era capaz, incluso, en una misma comedia, de alternar catalán y castellano.  Y de la misma forma que en el movimiento gay se tolera malamente a los heterosexuales, entre catalanistas es de mal todo alternar ambos idiomas. Esa ligereza lingüística le ha valido a Robreño un olvido casi absoluto, tenuemente roto por la concesión anua de un premio de teatro que lleva su nombre.

Robreño suele ser encuadrado dentro de lo que se ha dado en llamar pre-Renaixença, junto al mataronés Antoni Puigblanch, otro liberal que moriría exiliado en Londres o Josep Renart i Arús, otro exponente del constitucionalismo, del que Comas Pujol dice que cuando querían escribir “en serio” lo hacían en castellano (14). Puigblanch (así firmaba sus libros y artículos pero su verdadero nombre era Antoni Puig i Blanch, era hebraísta (15) y siguió estudios eclesiásticos que abandonó. Se declaró liberal y fue expulsado de España radicando en Londres en donde siguió escribiendo material gramatical en catalán y algún problema en este lengua. Sin embargo, también aquí, cometió “pecado de bilingüismo”, escribiendo sus grandes libros (Inquisición sin máscara y Opúsculos gramático-satíricos) en castellano. Víctor Balaguer afirma que Puigblanch “fou el primer que al segle XIX assajà a donar vida literaria a la Llengua catalana” añadiendo que se atribuyó a otros la gloria literaria que merecía sólo Puigblanch (16). Se suele loar su obra Les Comunitats de Castella como el primer producto literario catalán de gran nivel, dirigido a “gente preparata” y a eruditos (17)

Hubieron más autores (Manuel de Montoliu dedica todo un libro a la figura de Aribau y al movimiento cultural y literario catalán que le precedió) que se expresaron en catalán, pero también en castellano. Carecían pues de prejuicios lingüísticos. Eran partidarios de dirigirse al público “popular” en catalán (pero no sólo en catalán, sino también en castellano), mientras que las obras a las que pretendían dar cierto “empaque” las redactaban en castellano. Da la sensación de que a principios del siglo XIX, nadie atribuía particular interés a la cuestión lingüística, sino más bien a los contenidos.

Llama la atención el que fue parte de estos autores son liberales exaltados que conocen las incomodidades del exilio por sus ideas políticas. Dos de ellos –Robreño y Puigblanch- son agitadores liberales en un tiempo en el que “ser liberal” iba necesariamente parejo a pertenecer a alguna “sociedad secreta”. Y sólo había tres (eso sí, divididas en múltiples tendencias): la masonería, el carbonarismo y la Sociedad Comunera. La primera conclusión que se impone es:

- hubo literatura catalana antes de Aribau;

- la primacía de Aribau como autor del pistoletazo de salida de la Renaixença es discutido por varios autores;

- no existía problema lingüístico en Catalunya en aquel momento. Un mismo autor se expresaba en el idioma que creía más conveniente para hacer llegar su mensaje

- y buena parte de los literatos catalanes de aquella época estaban ligados políticamente a corrientes liberales y conspirativas.

Parte II de III

III. Aribau, presunto carbonario

IV. Gaspar de Remisa y el encargo

V. Una vida de liberal ajeno al catalanismo
Parte III de III

VI. La Sociedad Carbonaria en España

VII. Del fin de la carbonaría al nacimiento de Jove Catalunya

VIII. Abdón Terradas carbonario y republicano

IX. Algunas conclusiones

(c) Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.


Notas a pie de página

(1) Otra historia de Catalunya. Marcelo Capdeferro. Ediciones Acervo. Barcelona 1986, pág. 80.

(2) Historia del pensamiento político catalán durante la guerra de España con la República francesa. Ángel Osorio y Gallardo. Madrid, 1913, pag. 23.

(3) Resum de literatura catalana. Nicolau d’Olwer. Barcelona, 1927, pág. 96.

(4) Citado por M. Capdeferro, op. cit., pág. 381.

(5) Véanse estos fragmentos rescatados por Capdeferro:

“¿Qué pensavas, tal vegada / gabaig, que Espanya dormía / perque ses tropas tenía descansant dins l’estacada?”, publicado inicialmente en El Diario de Barcelona de 19 de diciembre de 1793.

“Vallespir, Roselló, la França entera / Del valor español lo excés admira: / Ya espera resistir, ya desespera // Ya brama contra el Cel, però delira: / Que lo cel es qui vol que torne a Espanya / Lo Rosselló, Navarra y la Cerdanya”, publicado en El Diario de Barcelona el 1 de octubre de 1792, titulado “Soneto Catalá”.

(6) Aribau i abans i després, Josep Mª Poblet, Rafael Dalmau Editori, Col.lecció Episodis de la Historia, nº 47, Barcelona 1963.

(7) Aribau…”, op. cit., pág. 7. Traducción: “Después de 1714, las letras catalanas tuvieron un gran descalabro”… “La verdad es que antes de esta fecha, el panorama no veía nada esperanzador. Barcelona era una ciudad poco menos que mortecina. Sus habitantes permanecían recluidos, en el recinto amurallado”

(8) Citado por Josep Mª Poblet, op. cit., pág. 11. Traducción: “el mérito del resurgimiento del Teatro Catalán, más que a Federico Soler, se debía a Josep Robreño”.

(9) Historia de Barcelona, Joan Amadés, Ediciones 29, Barcelona 1983, vol. I, pag. 293.

(10) En nuestra obra Guía de la Barcelona Mágica (Martínez Roca, Bacelona, 3ª Edición, Barcelona 2008), hemos aludido ampliamente a estas destrucciones que afectaron especialmente a los conventos que se encontraban en las propias Ramblas (el de los trinitarios, el de los jesuitas) y luego cerca de la catedral, el convento de Santa Caterina, joya del gótico catalán, en donde hoy se sitúa el mercado del mismo nombre.

(11) El “ball de la Patacata” era un local de moda en la primera mitad del siglo XIX, que estuvo en la calle Tapies antes de que ésta sufriera una degradación a finales del siglo XIX y hasta finales del XX, previa a su desaparición.

(12) La biografía de Josep Robreño puede leerse en http://ca.wikipedia.org/wiki/Josep_Robrenyo_i_Tort, en donde entre otras cosas se reconoce que “Es pot considerar com el precursor de la Renaixença literària catalana especialment en el món del teatre.” (Traducción: “Se le puede considerar como el precursor del Renacimiento literario catalán especialmente en el mundo del teatro”).

(13) Orígenes Culturales de la sociedad liberal, Jesús A. Martínez, Biblioteca Nueva, Editorial Complutense, Casa Velázquez, Madrid, 2003. pág. 262.

(14) Gran Enciclopedia Rialp, artículo firmado por  A. Comas Pujol. Dice Comas: “Josep Robrenyo y Francesc Renart, que son en realidad sus precursores, empezaron a escribir para sesiones familiares y luego representaron sus obras públicamente. Fervientes partidarios del constitucionalismo, sus obras responden a sus ideales políticos. Los personajes, para darse a entender mejor, hablan en catalán, pero cuando desean producir una impresión de seriedad lo hacen en castellano. Josep Robrenyo (1780-1838) escribió además numerosos pasquines, proclamas, himnos patrióticos, octavillas revolucionarias, que las clases populares aprendían de memoria con entusiasmo”. http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=9229&cat=Literatura.

(15) En Viquipedia están incluidos algunos detalles biográficos de Puigblanch, entre ellos que fue catedrático de hebreo en la universidad de Alcalá, publicando Elementos de Gramática Hebrea. http://ca.wikipedia.org/wiki/Antoni_Puig_i_Blanch

(16) Citado en Aribau i el seu temps, Manuel de Montoliu, Aedos, Barcelona, 1962. pág. 81. Traducción: “fue el primero que en el siglo XIX intentó dar vida literaria a la lengua catalana”.

(17) Tal es la opinión de Josep Mª Poblet, entre otros, op. cit., pág. 14 y la de Enric Jardí que dedicó un denso volumen a la vida y a la obra de este autor: Antoni Puigblanch. Els precedents de la Renaixença, Aedos, Barcelona 1960.

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