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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (11ª parte). La muerte del FNJ: aburrida y sin historia

Y así siguió la lánguida vida del FNJ, con pocos sobresaltos, ni con excesivo crecimiento, ni con una pérdida masiva de militantes, a lo largo el segundo semestre de 1978. Cada día se ponían las dos mesas de publicidad de rigor y cada día venía el jefe del grupo con el dinero para pagar el local, para imprimir más propaganda y para poco más. Tiene gracia que con el paso del tiempo, el FNJ haya sido mitificado por algunos: que si fue la primera organización “nacional-revolucionaria” (hombre, habría que definir primero qué diablos era eso de nacional-revolucionario), que si allí se hicieron experiencias nuevas (algunas, pero tampoco hay que exagerar, el problema era que en el país de los ciegos el tuerto parece ser aspirante a rey), que si fue el grupo equivalente a lo que era en Italia Avanguardia Nazionale u Ordine Nuovo, que si era un ejemplo para las generaciones futuros… No hay que exagerar sobre los méritos del FNJ que, a decir verdad, fueron pocos y aprecibles solamente por un público como exijente.

A decir verdad, el FNJ fue más de lo mismo con un ropaje relativamente distinto y con interpolación a nivel de documentos de algunas ideas que estaban en boga en Europa y que en España no habían llegado todavía ni por asomo. Y si esta es la parte “novedosa” del FNJ, el copyright es mío y los derechos de autor devengados por la reedición de los documentos de aquella época irían directos a mi cuenta corriente si algún editor espabilado del medio tuviera la sana costumbre de pagarlos. Aunque no creo que con ellos pudiera pagar más de una docena cubatas.

Se ha dicho que el nivel doctrinal del grupo era medio-alto. Mentira. Era medio-bajo, tirando a bajo-bajísimo, como es rigor en la ultra, lo que ocurría era que a tenor de la lectura de las publicaciones y de los cuadernos daba la sensación de que había más debate ideológico y más rigor doctrinal que en cualquier otro grupo. Pero no era tal. Si eliminábamos de la superficie de las publicaciones todas las referencias a la religión y al pasado reciente franquista quedaba un espacio que había que llenar con algo; era la necesidad de cubrir esos huecos que me inspiraba en artículos e ideas que me venían de fuera. En realidad, no creo que hubiera más de una decena de personas en el FNJ que pensáramos con la cabeza. Y paradójicamente la cabeza del partido no pensaba más que en función de sus obsesiones y de sus problemas interiores que en la época no eran pocos. Lo dicho, en los intrincados y oscuros corredores del cerebro de Graells era posible inspirarse para escribir todo un tratado de psiquiatría. Centrémonos en lo político, porque en lo personal, el haber conservado la amistad con su ex mujer da ciertas ventajas a la hora de valorar otras performances.

Ahora tengo la sensación de que a finales de 1978 Graells empezó a estar escindido interiormente entre una irreprimible ambición a jugar un papel en el seno de las “fuerzas nacionales” (esto es, a “figurar”) y  su no menos irreprimible ambición de mando en un pequeño grupo en el que, al menos, él era el presiente, es decir, capo de tutti i capi y jefe supremo a esta parte de la Galaxia. Ambos papeles eran contradictorios: el principio de razón suficiente del FNJ era su voluntad de ser algo diferente a Fuerza Nueva. Por eso se estaba fuera del partido, porque para nosotros la religión no era un elemento esencial en la lucha política, ni mucho menos el franquismo era la referencia política máxima. Pero a Graells todo esto se la traía al fresco, para él todo el problema consistía en cómo “figurar”. Si se hubiera quedado en Fuerza Nueva, lo habría hecho sólo (sin el apoyo del presidente regional y sin base militante) y por tanto le hubiera sido imposible recuperar confianza ante Blas. Y esto ocurrió poco después de que presentara una ominosa y pelotillera ponencia en el II Congreso de FN que, siguiendo la tradición del resto de ponencias, se situaba en un universo platónico de guardarropía y cartónpiedra. Creo recordar que en aquel mismo congreso, la ponencia de juventud y enseñanza –en función de la cual se deberían de haber movilizado los miles de chicos jóvenes que poblaban el ambiente- la realizó un “joven” que debía bordear los ochenta y que, como era de esperar, llamaba la atención por su desenfoque absoluto. Por otra parte, Graells quería un pequeño huerto en el que él fuera el amo indiscutible. Todas estas tendencias interiores de su alma eran imposibles de compatibilizar, a pesar de que lo intentaba malamente.

Poco antes de las elecciones de 1979 apareció Graells exultante por la sede. No se quién le había sondeado sobre la actitud del FNJ en las segundas elecciones democráticas. A Graells le ofrecían el tercer puesto en la lista por Barcelona y él estaba presa de la mayor excitación. Tuvo la poca habilidad de transmitir la propuesta en una de las asambleas generales de los martes (en donde frecuentemente se alcanzaban los 60-75 asistentes). Si teníamos en cuenta que de los allí presentes, nadie tenía absolutamente ninguna ambición política y en mi caso, aparecer en el puesto 14 de la lista de Alianza Nacional un par de años antes ya me había podido aportar todo lo que la presencia de una candidatura electoral puede aportar, Graells propuso algo que a la mayoría les importaba el pedúnculo de un rábano y que una minoría considerábamos como insultante pues no en vano, a buena parte se habían ido del partido, a mí me habían expulsado y los recién llegados habían elegido la sigla FNJ en lugar de Fuerza Nueva por rechazo al nacional-pacatismo y al recurso invariable al franquismo muerto y enterrado. Así que la propuesta fue rechazada. Graells no iría el número 3 por la candidatura de la Unión Nacional por Barcelona. Pero se había demostrado lo que era peor y lo que he visto en varios grupos ultras.

¿Cómo era posible que Graells fuera el presidente del FNJ si tenía un apoyo mínimo en las bases? Es simple de entender: tanto en el caso de Graells como en el de otros muchos líderes y lidercillos de este submundo político, no se está al frente por méritos propios, sino porque no hay nadie interesado en ocupar la plaza. Cuando aparece ese alguien la situación recuerda la leyenda del Rey de los Bosques de Nemi que oí por primera vez contada por Evola en Rivolta contro il Mondo Moderno y luego en la versión original indicada por el autor que me remitía a la Rama Dorada de Sir James Frazer que tuve que leer en francés. La leyenda arcaica y primitiva –por tanto originaria y próxima a la luz originaria de nuestros pueblos- nos hablaba de un oscuro bosque selvático en Nemi, tierra itálica. Allí ocurría lo que Frazer definía brillantemente como una “extraña y recurrente tragedia”. Allí, “al norte del lago, bajo los riscos cortados a pico sobre los que está suspendido el actual pueblo de Nemi, se encontraba la floresta sagrada y el santuario de la Diana Nemorensis”. Frazer sigue: En este sagrado bosque crecía un cierto árbol junto al cual, a cualquier hora del día, y probablemente en lo más profundo de la noche, una triste figura podía ser vista merodeando. En su mano llevaba una espada desenvainada, y se mantenía observando cautelosamente a su alrededor, como si en cada instante esperase ser sorprendido por un enemigo. Esa figura era un sacerdote y un asesino; y el hombre a quien esperaba iba, más tarde o  más temprano a asesinarle y tomar el sacerdocio en su lugar. Tal era la norma del santuario (…) El puesto que desempeñaba con precaria titularidad llevaba en sí mismo el título de rey; pero, sin duda, ninguna testa coronada había estado nunca tan atribulada, o había sido visitada por más ominosos sueños, que la suya. Puesto que, un año tras otro, en verano e invierno, con buen o mal tiempo, había de mantener su solitaria guardia, y, si en algún momento se entregaba a un agitado sueño lo hacía a costa de ver peligrar su vida. El más mínimo descuido en su vigilancia, el menor decaimiento de la fuerza de sus miembros o de su habilidad en la defensa, le ponían en trance mortal; los cabellos grises podían sellar su sentencia de muerte”.

La cita ha sido amplia pero justificada: Frazer, además de ser antropólogo era un pulcro escritor que sugería imágenes de singular belleza plástica. Hubiera valido la pena que en Fuerza Nueva se hubiera conocido al sire escocés. El centro de su tesis era que, antes de la religión existió la magia y que las fallas de procedimiento en la magia llevaron a algo menos comprometido basado en la reflexión teológica y en las promesas en el más allá, visto que modificar las leyes de la física en el más acá, no estaba al alcance de cualquiera y tenían un punto problemático. Para Frazer la magia precedió a la religión, tanto como la astrología a la astronomía o la alquimia a la química. Por algún motivo siempre me ha gustado más lo originario que lo derivado y el producto antes que el subproducto. Entiendo al cartesianismo como subproducto de la religión, cuando incluso falta el impulso emotivo de la fe y el fulano de a pie busca un clavo ardiendo al que asirse (la razón). Por eso siempre he tenido a la religión como esperanza para desesperados y a la arzón como adormidera para poco exigentes. Pero volvamos a Nemi y a su efímero rey de sus bosques.

Decía que esta leyenda es el paradigma de la ultra. Cuando en un partido existe, aparte del líder, alguien más que tenga ambición política (o lo que es peor, que el líder máximo intuya o suponga, con razón o sin ella, que tiene ambición política) aquel siente amenazada su posición y se ve obligado a estar en guardia como el encanecido Rey de los Bosques de Nemi, a la espera, siempre a la espera, de que llegara el enérgúmeno de turno y la partiera una cachiporra en la cabeza. Así andaban las cosas cerca del templo de la Diana Nemorensis, y así anduvo la extrema-derecha. El líder siempre está amenazado y si no hay más golpes interiores, escisiones y broncas es, porque pocos tienen ambiciones de mando. La ambición de mando se justifica en función del rigor ideológico, de que el otro se ha llevado la pasta o de si es más o menos maricón o simplemente un anormal  mental.

A Graells le pasaba que o estaba en la cúspide de la jerarquía o no estaba. Y quería estar. Y estar solo. En el FNJ seguía al frente porque nadie quería asumir su sustitución, a pesar de que sus discursos de encendido patriotismo en el que intercalaba furtivas citas de José Antonio, no suscitaban ningún entusiasmo entre las bases sino algún que otro bostezo. Tampoco demostraba una energía particular en el ejercicio del mando, ni mucho menos la audacia necesaria –sino, más bien, todo lo contrario-, en cuanto a sus análisis políticos y directrices eran inexistentes y su preparación ideológica empezaba y terminaba en el volumen del Pequeño Libro Azul, con el que algún jerarca del Movimiento franquista quiso contrabandear al Pequeño Libro Rojo de Mao. La obirta no pasaba de ser una recopilación de frases brillantes de Primo de Rivera. Mandaba… porque no había nadie interesado en disputarle el mando. Pero ni siquiera eso le bastaba, como el Rey de los Bosques de Nemi veía enemigos en la sombra, su psicología profunda le generaba enemigos inexistentes y esto tenía algo de ofensivo para los que estábamos cerca.

En primer lugar porque era ridículo pelear por ver quien mandaba una pequeña formación de chicos jóvenes. Se puede disputar el mando de un partido parlamentario o en camino de serlo, pero hacerlo en un pequeño grupo ultra, juvenil por más señas, parecía absurdo. En segundo lugar porque lo esencial de la militancia estaba formado bien por gentes que no tenían ambición de mando ni interés (y ahí me incluyo), luego estaban los chicos jóvenes que querían vivir su aventura iniciática (como el adolescente simba que se va a cazar a la selva en su ceremonia de tránsito para pasar del estado de infante a la hombría reconocida por la tribu) y luego estaban las chicas de buen ver y los chicos de buen folgar a la búsqueda, unos y otros, de partido (y no precisamente político). Quedaba finalmente el bloque de los transeúntes, gentes que pasaban por allí como podían pasar por cualquier otro espacio sin saberse exactamente que les motivaba: en el FNJ los hubo que pipeaban para cualquier servicio de información, anarquistas y antiguos izquierdistas en brusca e incomprensible conversión interior, hijos llevados por sus padres y algún que otro que pasaba sin tener ni remota idea de qué diablos hacía. Ambiciosos con afán de disputar el mando a Graells, ni uno. Pero el Rey de Nemi se sentía acechado.

Años después, volví a ver este mismo esquema en Democracia Nacional, partido en el que casi nadie ostentaba ambición de mando. Cuando apareció uno de ellos, el tal Canduela, el presidente que fuera hasta entonces, Paco Pérez, no se resistió mucho al embite: ¿quieres el mando? Ahí está… Desde entonces, si Canduela sigue al frente es porque nadie tiene interés por asumir el marronazo que supone estar al frente de DN y que nada está en condiciones de compensar. En ambos casos, el gran lastre de estos partidos fue la psicología profunda de sus dirigentes que evidenciaban algún tipo de trastorno interior. En el caso de Canduela era evidente que se trata de cierto resentimiento social, lo que piadosamente podemos llamar “lucha por la vida” y  una sensación de marginalidad insuperable (y justificada, por lo demás), mientras que en el caso de Graells se unían problemas que databan ya del destete y, si se me apura, de su etapa prenatal, o dicho de otra manera, de su genotipo.

Este tipo de gente es ciclotímica con ganas. Repiten una y otra vez los tránsitos que ya han realizado, sin importarles finalmente que se volverán a ver ante las mismas desembocaduras que ya han vivido. Canduela, por ejemplo, pasó en una semana de considerarme como “el cerebro mejor amueblo de DN” (tampoco era un gran mérito, carajo) a denunciarme como “espía del CESID introducido en DN para hundir a un partido imparable”. De eso hace ya cinco años, un ciclo completo que Canduela ha recorrido de nuevo con otro afiliado que entró en el partido cuando nosotros salimos y que ha tardado cinco años en comprobar que no mentíamos sobre las “prácticas políticas anómalas” (sino mangantonas) del presidente del partido. Como siempre, bastaba con que alguien pidiera revisar el estado de las cuentas o manifestar una sombra de duda para ganarse el odio eterno del baranda. En el caso de Graells, el episodio final del FNJ se le volvió a repetir en Juntas Españolas con diez años de diferencia: exactamente formulado en los mismos términos.

Muy mal, eso de dar “cursillos particulares personalizados” a chicas tanto del FNJ como de JJEE y exigirles una “fidelidad absoluta”, con todo lo que ello implica en una estructura que, al menos inicialmente, era política. Como en el chiste aquel: “¿Dónde dejo las bragas señor profesor?”. “Encima de mis calzoncillos”.

Era curiosa aquella historia que explicaba a cada persona que le presentaban, y a poco de conocerla, acaso como signo de amistad, confianza y proximidad: Que si en una estación del metro había visto como un padre pegaba a un niño y él había salido en defensa del niño, pero el padre le había acusado a él de agredir al niño ante los viajeros que iban llegando al anden que creían la versión del luciferino padre… una historia extraña que Graells explicaba a distintos interlocutores con una diferencia de años como si hubiera ocurrido  siempre ayer o anteayer. Hará cincuenta años la psiquiatría hubiera liberado de tanta tontería al fulano aquejado de ese ciclotimia, electroshoks va, electroshok viene.

Partidos así son inviables: para alcanzar su eficacia en una democracia formal, una formación política debe tener ambiciones y ambiciosos. Con uno no basta y, mucho más, si ese uno está tarumba perdido. Hace falta gente con la ambición suficiente para llevar a la práctica el propio proyecto político. Y, por consiguiente, hace falta gente que tenga convicciones profundas y una voluntad inquebrantable, a la nietzscheana, de luchar hasta el agotamiento. Pero en la ultra hay muchos “pequeños” y casi ningún “grande”, de ahí que cuando se habla de este sector se tiende más a distinguir entre “buenos” y “malos”, calificaciones que no tienen lugar en la política.
 
En mi mentalidad de menestral, la ambición de mando no está presente en mi ecuación personal. Consciente de mis limitaciones, sé cuál es mi lugar y no estoy dispuesto a abandonarlo por promociones o laureles. La mentalidad propia del menestral es la del “aurea mediocritas”, un principio universal que en Oriente supone “cumplir el Dharma”, la propia ley, la propia misión, los propios objetivos. O como explica uno de los siete yogas: “realizar la acción, pero renunciar a los frutos de la acción”. Al no conocer la ambición de mando, tampoco me ha preocupado jamás disputar el mando. Manda quien quien mandar y quien lo ambiciona, harina de oro costal es que tenga capacidad para hacerlo… Cuando se evidencia que no la tiene, la cuestión es de qué manera abandonar el barco, mucho más que acechar al Rey de Nemi. Pero los “líderes” de la ultra suelen ser como los protagonistas de aquella parábola de Bertold Brecht en la que un buda está meditando en una estancia. La vela que ilumina el espacio cae y prende la esterilla, poco después toda la habitación está en llamas y nuestro buda se aproxima a una ventana abierta a nivel de calle. Antes de saltar, cuando las llamas ya la están prendiendo las cejas, pregunta a un paisano que ve en la calle: “¿Qué tal se está ahí fuera?”. A diferencia del buda de la historia de Brecht, Graells ni siquiera preguntaba el tiempo que hacía afuera, prefería arder antes de “abrirse”. Si Graells ya estaba recalentándose peligrosamente en aquel tiempo, Canduela es hoy pura colilla política depositada en triste cenicero: lídercillos del tres al cuarto, pastores sin grey, ayatollahs sin fieles postrados.

                                                       *   *   *

El FNJ fue hasta mediados de 1978 un fenómeno específicamente barcelonés con unas pocas delegaciones en la provincia (Hospitalet, Granollers, Badalona y poco más), sin embargo, cuando ya había alcanzado su breve cúspide en Barcelona, surgieron unas cuantas delegaciones provinciales. Primero en Málaga, luego en Asturias, más tarde en Navarra, algunos buenos contactos en Baleares y nada en Madrid en donde el Frente de la Juventud bloqueaba lógicamente cualquier crecimiento por esos lares. Tampoco nada en Valencia en donde la gente de Tormo si no iba de riguroso uniforme pardo, nada. Pues nada, que la cuestión no era reproducir otro ejército de Pancho Villa con camisa de distintos color. Para eso ya estaba Fuerza Joven. Desde 1978 y hasta la disolución efectiva del FNJ, estas delegaciones crecieron algo más que el centro barcelonés. La totalidad de estas delegaciones pasaron luego al Frente de la Juventud en 1979 e incluso de ellas existieron rastros activos hasta mediados de los años 80, participando algunas en el nacimiento de Juntas Españolas.

Pero, a pesar de las delegaciones y de que llevábamos ya algo así como 12 números de la revista Patria y Libertad y media docena de cuadernos de formación política, lo esencial era que el partido estaba embarrancado en Barcelona, no crecía y lo que un año antes había sido un trabajo político sistemático y novedoso, se había transformado en una rutina con pocos altibajos y sin intensidad. Para colmo, los problemas personales de Graells y su permanente actitud de Rey de los Bosques de Nemi, repercutían muy negativamente en la convivencia interior del FNJ. En las últimas semanas, entre las bases del partido había un ambiente de camaradería juvenil y alegría irresponsable, pero cuando aparecía Graells por el ascensor, todo eso se dilapidaba, la militancia optaba por irse a tomar el cafelito o a dar una ronda pegando adhesivos del partido. Era imposible prever, en efecto, con qué humor llegaría Graells ni de qué manera haría lo posible por evidenciar su autoridad. Además estaba para él el espinoso problema del Frente de la Juventud madrileño que con cierta frecuencia daba signos de existencia en la prensa. Una mayoría creciente de militantes aspiraba a fusionarse con ellos. Algo que iba arrinconando a Graells cada día más.
 
Por fin ocurrió la ruptura. Había dos líneas: la de los que queríamos irnos, simplemente dejando de pasar por la sede o bien haciéndonos expulsar, adoptando una forma de resistencia pasiva. Otra línea aspiraba a armar un bonito escándalo e irse, eso sí, dejando huella. Inicialmente los había que aspiraban a convocar una asamblea general y deshacerse de Graells. a patadas o vía la ventana más próxima. Cuando todos estos problemas se dejan caer en el tapete de un partido político, no hay salvación posible: ese partido ya está condenado y nadie con dos dedos de frente, lucha por las migajas resecas y minúsculas que sobrevivirán a la crisis. Si el FNJ perdía una veintena de militantes que constituían el núcleo más capaz de la organización, podía darse por liquidado y era cuestión de tiempo que desapareciera con muchas más pena que gloria. En cuanto a desalojar a Graells, no me costó mucho convencerles de que, dada la tesorería del partido, el gran problema sería como pagar la sede. Así que lo que propuse era irnos y tomar contacto lo antes posible con el Frente de la Juventud. No valía la pena montar un número en la sede, sino más bien vaciar lo más posible aquella barca a la deriva.

Como siempre que se producen rupturas en la continuidad de la acción en un grupo político, tras la escisión, lo que queda del partido no es la masa que tenía antes menos los escindidos, sino mucho menos. En efecto, entre un 30 y un 60% de la militancia, siempre, se retira de las dos fracciones en disputa. Así ocurrió y a 30 años de distancia de este episodio intrascendente la gracia estriba en que la decena de militantes de valía que se quedaron buena parte por nostalgia hacia la sigla FNJ y otros por fidelidad personal a Graells, ni uno solo de ellos, mantenía año y medio después relaciones personales con éste al que tomaron por líder en un momento de su vida. Meses después con algunos y años después con oros, volvimos a vernoslos que nos fuimos y los que se quedaron –y aun hoy sigo manteniendo buenas relaciones con ellos- celebrando el reencuentro con cerveza y chascarrillos sobre la gestión de Graells posterior a la escisión. Éste, a falta de que alguien le rogara que reingresara en Fuerza Nueva (en ese momento Fuerza Joven ya se había reconstituido y el partido daba la sensación de que estaba en su mejor momento), terminó integrándose en aquella escisión que se produjo en FE-JONS, cuando Fernández Cuesta expulsó a un sector del partido. Éstos alquilaron un local a dos pasos de la Plaza de Universidad y operaron durante unos años con el nombre de Unidad Falangista, otro grupo que se unió a la sopa de siglas de la ultraderecha. Graells llegó a esa etapa con un activo de media docena de militantes, que no pudieron impedir que hacia finales de 1980 todo aquello se desleyera como un azucarillo, lo que ya empezaba a ser un fatum para los grupitos ultras.

Cuando me vi relevado de la obligación de ascender al quinto piso de aquel destartalado edificio de la Via Layetana experimenté una sensación de liberación. El FNJ había empezado como la ilusión de un grupo de jóvenes que logró capturarme y había terminado como un muermazo de la peor especie dirigido por un fulano más inestable que el Ibex 35 en tiempos de crisis.

No creo que sobre la historia del FNJ se pueda aportar mucho más. Por ahí un editor, como todos los que nos dedicamos a esta profesión, en búsqueda del best-seller de su vida ha publicado un volumen sobre aquella peripecia. No sé lo que se contará allí y el hecho de que esté escrito por un antiguo miembro del FNJ no implica que sea completamente coincidente con lo que he recordado aquí. Créanme: el FNJ fue un muermazo de triste final, nada más, mitificarlo sería un insulto a la inteligencia. La historia de la ultraderecha es, en grandísima medida, una historia de miserias humanas frecuentemente intrascendentes, pobres ambiciones, ideales arrastrados por el fango y poco más. Ahora bien, eso sí, debo de reconocer que más del 50% de lo que sé de psicología (y creo saber bastante y haber seguido cursos suficientes en España y Francia, y leído los textos canónicos tanto de esa rama del saber como de la psiquiatría) se lo debo a mi paso por la ultraderecha. Eso que debo de agradecer, y agradezco.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

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