Von Salomon y el terrorismo de los freikorps. La Vehme castiga a los traidores
Infokrisis.- El segundo documento sobre von Salomon es el capítulo titulado La Vehme castiga a los traidores escrito por Dominique Venner e incluido en su obras Baltikum (que será próximamente editada en lengua castellana en Ediciones IdentidaD). En dicho capítulo Venner da cuenta, no solamente de algunos de los más dramáticos atentados terroristas cometidos por los Freikorps, sino también de sus motivaciones. Una estas operaciones fue la que acabó con la vida del Ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar, Walther Rathenau. Von Salomon participó en el complot y pasó cinco años de cárcel. Cuando llega a ese punto Venner cede la palabra a Von Salomon. Estas son las razones de los Freikops.
LA VEHME CASTIGA A LOS TRAIDORES
La primera víctima es un diputado socialista de la extrema-izquierda (U.S.P.D.) al Landtag de Baviera, Gareis, enemigo declarado de los movimientos nacionalistas. Es asesinado el 9 de junio de 1921, antes de que terminen los combates en Baviera.
Tres meses después, se produce la segunda víctima. Esta vez es un personaje importante. Se trata de Mathias Erzberger, jefe del Partido del Centro Católico. En la tarde del 26 de agosto de 1921 Erzberger pasea en las inmediaciones de Griesbach en la Selva Negra, junto a su amigo el diputado Diehl. Cae suavemente una lluvia muy fina. En la bruma tibia dos figuras que apenas se distinguen les siguen de lejos. Se aproximan: son dos jóvenes de ojos claros.
- ¿Es usted Mathias Erzberger?
- Si, responde el ministro sorprendido.
Aparecen dos pistolas. Erzberger hace un gesto defensivo con su paraguas para protegerse, mientras su compañero escapa. Las armas disparan. El ministro muere instantáneamente. Diehl resulta herido en un brazo, pero consigue escapar.
El asesino de Erzberger, señala Maurice Baumont [1] “provocará un sobresalto de alegría en muchos de sus compatriotas que celebran como héroes a sus jóvenes asesinos”.
Ex profesor, diputado en el Reichstag con apenas veintiocho años, Mathias Erzberger se había impuesto rápidamente en el seno del Partido del Centro Católico, el Zentrum, y ciertamente no ha sido por su fascinación. Personaje vulgar y de físico desagradable, con las piernas cortas y el rostro grasiento, no inspiraba ninguna simpatía. Su personalidad irradiaba tal avidez y brutalidad que a muchos les daba miedo. Con sus frases mal construidas encadenaba los argumentos como soldados en la batalla. En los debates su causticidad implacable era temida.
Ciertamente desde 1917 Alemania había sido derrotada y tuvo la habilidad de presentarse como el hombre de la paz. En noviembre de 1918 guía la delegación alemana ante la comisión de armisticio. La derrota de Alemania se convierte en su fortuna: se convierte en jefe del Zentrum, vicecanciller del Reich y ministro de Finanzas. Es un ardiente defensor del Tratado de Versalles cuando los mismos socialistas piensan rechazarlo. A partir de ese momento, es un hombre marcado.
En su diario, con fecha 23 de junio de 1919, Harry Kessler anota: “La cólera contra Erzberger era unánime… tengo miedo que tenga el mismo fin que Liebknecht” [2].
En octubre de 1919 en Alta Silesia los hombres de la Brigada Ehrhardt adoptan como consigna:
- ¡Erzberger!
- ¡Sepulturero!
Sufre un primer atentado el 26 de enero de 1920: al salir del Tribunal donde ha asistido para un proceso contra el jefe nacionalista Helfferich, un ex cadete, Olwig von Hirchfeld le dispara dos tiros que le hieren gravemente.
Los asesinos del 2 de agosto de 1921 serán más diestros. Son el subteniente Heinrich Tullesen y Heinrich Schultz, ex voluntarios de la Brigada Ehrhardt, luego del cuerpo franco Oberland, y finalmente de la asociación nacionalista Schutz und Trutz. Consiguen huir de la policía. Sus huellas serán seguidas en Baviera, luego en Hungría. Refugiados gracias a uno de los jefes nacionalistas –Gömbs, futuro Ministro de la Guerra- son localizados gracias a un espía. El gobierno del Almirante Horthy rechaza conceder la extradición.
El capitán Manfred von Killinger, su ex superior jerárquico en la Brigada Ehrhardt, es arrestado como sospechoso de haberles procurado pasaportes falsos para la fuga. Tras nueve meses de detención [3] es liberado por falta de pruebas. La prensa de izquierdas asegura que detrás de la Bavarian Word Product Company, que von Killlinger dirige en Munich, se esconde una potente organización clandestina [4] cuyo radio de acción no se limita a Alemania. Se acusa a von Killinger de hacer llegar armas a los nacionalistas irlandeses del Sinn Fein en lucha contra Inglaterra [5].
Por primera vez, con ocasión de su proceso, se habla de una misteriosa organización secreta cuya sigla ensangrentada suscitará el temor o la esperanza: O.C. Un documento que ha terminado en las manos de la policía elimina toda duda sobre las intenciones de la organización. Está escrita esta frase: “La Vehme castiga a los traidores”.
El tribunal secreto de la Vehme, Vehmegericht [6], se confunde con la herencia romántica del Medievo germánico. Aparece, según se cree, en Westfalia en el siglo XII. El Sacro Imperio Germánico está sumido en el caos, minado por la política italiana del Emperador y las pretensiones del papado. Las órdenes imperiales son letra muerta y las antiguas cortes de justicia han desaparecido: cada cual ajusta las cuentas él solo si la fuerza se lo permite. Es la época del Faustrecht, el “derecho del puño”.
Los primeros tribunales de la Vehme nacen espontáneamente para sustituir a la justicia desaparecida. Como la caballería, se trata de una institución típicamente germánica. Basan su existencia en los hombres libres, Frei Herr (“barón” en alemán moderno), los hombres que llevan un arma (en los sellos de las Vehmgericht están representados siempre una o dos espadas). Estos caballeros se reúnen en secreto para crear una justicia rápida y ruda, ecuánime; contrariamente a la leyenda, los arrestados no sufren necesariamente la muerte. Más adelante, el término “hombres libres” se extenderá a los burgueses de la ciudad, que participarán en los tribunales de la Vehme. En torno al Gran Juez, Stuhler, o señor independiente, Freigrat, son otros seis jueces libres, Freishöffen o Wissenderen (iniciados), nobles o burgueses. Los Freischöffen participan en la elaboración del juicio como también en su ejecución. Son al mismo tiempo jueces, policías y verdugos. Mientras los tribunales residían sólo en Westfalia, los Freischöffen han aparecido en toda Alemania y forman una hermandad tan temible como secreta.
Con el tiempo, el procedimiento se complica y presenta un aspecto voluntariamente terrorífico: “Que las manos del traidor sean ligadas –se lee en el Libro del Derecho de Wigand de 1349- sus ojos vendados, que sea arrojado sobre el vientre, su lengua arrancada, que una triple cuerda sea retorcida en torno a su cuello y que sea colgado a siete pies sobre el pájaro más impetuoso” [7].
La existencia de los tribunales es conocida, pero su funcionamiento es secreto y sin apelación. Dependen directamente del Emperador, el cual en el siglo XIV delega sus poderes al arzobispo conde de Colonia que se convierte en Stuhler supremo. En el siglo XV la institución decaerá; se difundirá la corrupción y la hostilidad de los poderes a los cuales no está sometido.
Institución “deseada y estimada por el pueblo, había sido bien acogida por todas las clases de la sociedad, a excepción de los nobles juzgados y condenados” [8]. La literatura del período romántico –por ejemplo Goethe y Heinrich von Kleist [9]- acreditará los clichés terroríficos que hoy adornan la leyenda de la Vehme.
Y los justicieros de 1922 recuperarán estas imaginen impresionante: ellos también constituyen un tribunal secreto en el que son tanto jueces como verdugos; también ellos emiten sentencias terribles. Las víctimas son los traidores a Alemania y los traidores a la organización. Como los de la primitiva Vehme, los tribunales se esconden espontáneamente, fruto de una época de violencia y pasión.
La famosa O.C., la Organización Cónsul, había nacido en Munich, fundada por el capitán Ehrhardt. Perseguido por un mandato de captura el 15 de mayo de 1920 por haber participado en el golpe de Kapp, Ehrhardt alcanza Baviera, el único Estado en el que el golpe había tenido consecuencias duraderas. El gobierno constituido por el monárquico Gustav von Kahr era abiertamente favorable a los ex cuerpos francos y, para los proscritos, Baviera constituye un puerto seguro donde están a resguardo de los tribunales del Reich.
Ehrhardt se corta la barba de lobo de mar, adopta vestidos civiles y se hace pasar por el representante de una empresa de material óptico. El prefecto de policía Poner le procura un pasaporte falso. Se convierte en el Cónsul Eichwald. Por ello los ex pertenecientes a su brigada se dirán miembros de la Organisatión Cónsul, la O.C.
“El secreto de la Organización Cónsul era simplísimo –revelará uno de sus miembros, amigo íntimo del capitán Ehrhardt- El Tratado de Versalles había limitado el ejército alemán a 100.000 hombres; al mismo tiempo había prohibido formalmente reconstruir un Estado Mayor general. Ya que la forma orgánica había sido estúpidamente destruida, era preciso incorporar de otra forma los servicios sin los cuales un ejército, incluso tan pequeño, no tenía absolutamente nada. Las tareas de la sección operativa podían en rigor ser asumidos por el Alto Mando; la organización y los transportes eran atribuidos al Ministerio de la Reichswehr. Quedaba la sección de información militar, la Abwehr, que no podía ser colocado en ninguna parte y ningún presupuesto había sido previsto para mantenerla.
Fue entonces cuando la Marina del Reich, especialmente bien preparada para tal tarea, se ocupó de este sector. El cuerpo de los oficiales de la ex Marina Imperial era particularmente homogéneo: se componía sobre todo de hombres que conocían el mundo y que se habían dispersado a los cuatro vientos. Se podía contar con ellos cuando se trataba de realizar un deber patriótico, y naturalmente no percibían ninguna retribución. La O.C. era, ni más ni menos, que un sector de la Abhwer que se reconstituía. “Cuando lo supe –añade Ersnt von Salomón- mis ilusiones se hundieron. Había visto en el capitán a una especie de salvador de la patria, un rebelde heroico; supe que era un hombre al servicio del mando, un peón en la lucha de las potencias” [10].
En efecto, Ehrhardt no tiene nada de revolucionario. Desea el retorno al orden destruido por la revolución de noviembre. Bien pronto comprende que operaciones como el golpe de Kapp no tienen ninguna posibilidad de desembocar en la deseada restauración. Tras profundos desacuerdos con el general von Seekt, da marcha atrás y descubre la similitud de sus experiencias. Ambos oficiales se encuentran y se comprenden. Decide que Ehrhardt será el hombre del Estado Mayor en los grupos nacionalistas y en los cuerpos francos clandestinos; se esforzará en reagrupar a todos los que están en condiciones emprender en Baviera la tarea de una restauración nacional, de acuerdo con el gobierno de von Kahr.
Por otra parte, la O.C., es decir la ex brigada, disuelta del Reich estará al servicio del Estado Mayor para ciertas misiones secretas en los territorios alemanes ocupados por los aliados y, sobre todo, en Rumania: constitución y vigilancia de depósitos clandestino de armas, acciones puntuales que podían consistir también en el asesinato.
“Esta atmósfera de actividad clandestina daba un particular impulso a las diversas empresas, pero superaba el límite de lo que era verdaderamente querido y ordenado y lo que podía surgir de iniciativas individuales” [11]. En palabras simples, esto significa que Ehrhardt era frecuentemente superado por las iniciativas de sus hombres.
En Alta Silesia se establece el contacto, automáticamente, entre los activistas dispersos por experiencias anteriores. Aquí se reencuentran los adeptos de la nueva Vehme. Presentes en todas las luchas de posguerra, marginados por un régimen que le debe su existencia, renegados por las clases medias que ven en ellos a los “bolcheviques de derecha” tanto más peligrosos como los de izquierda, están terriblemente solos. Actuarán pues por su cuenta, sin orden, sin Estado Mayor, impulsados por el deseo de venganza. “Ellos se sintieron ligados por un lazo más sólido que los juramentos de fidelidad y los estatutos de la sociedad, aproximados entre sí por el ritmo idéntico que latía en sus venas” [12]. Su arma será el terror, la provocación, el castigo. Están maduros para el terrorismo, último recurso de los movimientos radicales de contestación.
Al regreso de Alta Silesia engrasan los fusiles, esconden granadas y pistolas y recuperan el lúgubre camino de la oficina y de la universidad. Diseminados en todo el Reich, presentes en todas las profesiones, miembros de todas las asociaciones nacionalistas, se pasan la noticia, facilitan informaciones, albergan a agentes en misiones, procuran material. Un solo pensamiento les anima y les da fuerza para continuar: “La Vehme castiga a los traidores”.
Rodeados por la locura de los seres anónimos y de los apetitos mediocres, no se dejan devorar. Extraños a los sueños de la masa, “llevan consigo una atmósfera agitada de inquietud”.
“Se agudiza en ellos la conciencia de que reconocer las leyes de un Estado significa reconocer al Estado mismo. En un rasgo iluminado de intuición consideraban que una voluntad nueva exige leyes nuevas, formuladas en los cerebros en continua fermentación de los combatientes solidarios, leyes que daban una terrible responsabilidad, soportable sólo por quien aceptaba el sacrificio pleno. Estos hombres llegaban a la inexorable conclusión final de que no basta, para sacrificarse, dar la vida, sino que es preciso también dar aquello que es más alto que la vida: el honor y la conciencia (…) Así actuaban, hombres dinámicos en una época dinámica…” [13].
¿Cuántos eran? Un puñado. Rossbach y Heines en Mecklemburgo; Paul Scultz con la Reichswehr Negra en Küstrin [14]; Hauenstein y Schlageter en el Ruhr; los hermanos Tullesen, Manfred von Killinger, los subtenientes Kern y Fischer; Heinz, Plaas y algunos más, dispersos por el Reich.
“Para que el asesinato político sea eficaz como una señal –anota en este período el conde Kessler en su diario [15]- para que resplandezca su luz en el mundo político, es necesario que tenga lugar sobre un fondo ético de rígida moral”. La nueva Vehme la impondrá, implacablemente, en sus propias filas [16].
Ante los tribunales, a los que muchos de ellos serán conducidos, reivindicarán fieramente las acciones realizadas transformándose en acusadores tal como atestigua la réplica de uno de ellos, August Blum [17]:
“Usted, señor Abogado General, afirma que está demostrado sin sombra de dudas que he cometido un asesinato. Usted pide mi cabeza en nombre de la Justicia, la Justicia del Estado en nombre del cual usted habla. Pero este Estado no es mi Estado y su Justicia no es la mía. Aquel hombre –mi víctima- cuya humanidad ha repasado con tanta elocuencia y para el asesino del cual ha pedido con la misma elocuencia el castigo, aquella víctima era un vulgar traidor. Merecía la muerte. No tengo ningún temor en pronunciar las palabras que le impresionan: si, lo he matado. Usted señor Abogado General y sus hijos y todo alemán deberían besar nuestras manos en lugar de perseguirnos por asesinato. Usted me trata a mí y a mis camaradas como asesinos comunes, como criminales. Pero yo le digo que si existe un culpable, este soy yo y solo yo, por que yo he dado la orden de matar, claramente y sin ninguna posibilidad de error. ¡Ordenes, tropas, soldados, leyes de la guerra! Nosotros somos soldados, no criminales. Usted habría debido participar en todos los combates de la frontera, en el Este y el Oeste. Si lo hubiera hecho, no estaría aquí profiriendo filípicas melodramáticas. No hablaría de “liberar al pueblo de peligrosos aventureros”, no hablaría de “bandidos sin principios”. Usted no puede imponerse a nosotros con el veredicto de su corazón. Nosotros somos jóvenes. Hemos sufrido mucho y estamos dispuestos para sufrir aun mucho más. Somos sólo una parte de aquella juventud que está ya penetrada por nuestro espíritu y que sabe que llegará el momento en el que destruiremos el Estado, su Estado, señor Abogado General” [18].
La financiación de las operaciones está asegurada por el “sistema D”. Por otra parte ya se ha visto como procedía Rossbach. Un ingenioso medio es puesto a punto por von Salomón, unido a la oficina de cambio de la estación de Frankfurt del Main: aprovechando que los extranjeros en tránsito deben cambiar su dinero aprovecha la inflación galopante y la variación continua de los cambios, compra divisas fuertes como el dólar, francos suizos, liras, libras esterlinas. El titular de la oficina ha ordenado subdividir operaciones para evitar las tasas que afectan a las grandes sumas sean percibidas por las autoridades monetarias y registra solo pequeñas operaciones fuera de todo control. La diferencia obtenida con el curso oficial aplicado permite alimentar las casas de la red dirigidas por el subteniente de navío Edwin Kern.
Von Salomón y Kern se conocieron el 7 de abril de 1920, el día después de la entrada de las tropas francesas en Frankfurt del Main. La tropa acampó sobre el Schillerplatz. Tiradores senegaleses y Cazadores a pie han formado grupos y se mueven por la zona. Ante ellos, junto a la entrada a los W.C. subterráneos reservados a las señoras, un jovencísimo oficial francés con su fusta se divierte haciendo descender a los paseantes que se dirigen hacia la parada del tranvía. Dirige constantemente palabras insolentes hacia las mujeres y las jovencitas. Este juego parece divertirle mucho [18].
Un joven se adelanta: tiene el rostro liso del colegial imberbe y ojos grandes y oscuros. Camina con seguridad, ignorando la presencia del oficial francés y no intenta pasar de largo como hacen otros. Cuando está delante, el oficial francés le grita algo. El joven continúa caminando con indiferencia. Entonces el oficial enrojece, se lanza tras el joven y lo golpea con la fusta en la espalda.
El joven se vuelve bruscamente; arranca la fusta de las manos del oficial y la rompe lanzándola a los pies del francés. La muchedumbre grita.
El oficial vacila y lleva la mano a los guantes. Con furia se lanza sobre el joven que permanece firme, con las piernas ligeramente dobladas. Cuando el oficial cae sobre él, el joven musculoso realiza un movimiento improvisado con todo el cuerpo que desequilibra al oficial y le hace caer por la escalera del WC de señoras. Luego, el joven se ajusta la corbata y pasa entre un grupo de oficiales franceses que están inmóviles, sorprendidos.
Un grito sale de la masa. De improviso todos se ponen a correr hacia el centro de la plaza sumergiendo a los soldados. Algunos tiros se oyen en la zona del ex Hauptwache (cuerpo de guardia) transformado en café. La masa se desperdiga a continuación, seguida por los soldados.
Ernst von Salomón, espectador admirado de la escena, se esconde bajo las arcadas de un edificio seguido por otra persona. Volviéndose, von Salomón reconoce al joven de poco antes:
- ¡Lo que has hecho es formidable!
- ¿Quiere ayudarme?
Le tiende la mano:
- Me llamo Edwin Kern.
En los dos años que seguirán, el joven de los ojos oscuros, ex alférez de navío y miembro de la Brigada Ehrhardt, se convertirá en uno de los primeros activistas de Alemania. Es él a quien recurre: para hacer pasar armas a los grupos del Tirol del sur, para organizar atentados en Hamburgo, para evadir al subteniente Dithmar, encarcelado por los franceses como “criminal de guerra”. Bien pronto los informes de la policía regurgitan acusaciones contra un ex oficial de marina, cuyo nombre empieza con la letra K.
Kern posee el arte de la provocación, sin escrúpulos morales. Para acentuar la psicosis de la Vehme redacta seudo-estatutos algo delirantes firmados por O.C. y los abandona cerca de un antiguo refugio, entre armas y municiones inutilizadas. La policía y la prensa caen en la trampa y la voz de un temible complot empieza a tomar cuerpo [20].
Organizador de un atentado fallido contra el ex ministro socialista Scheidemann, el mismo que había proclamado la República el 9 de noviembre de 198. Kern es el primero en reconocer el valor del viejo politicastro en el curso de esta operación mal conducida.
Von Salomón tendrá grandes dificultades en hacerle aceptar dinero procedente de las estafas efectuadas para financiar la revolución, ya que Kern teme que tales métodos puedan corromper a los que los utilizan.
“Siempre con tres nuevos planes al menos en la cabeza y uno en el bolsillo dispuesto para ser ejecutado, siempre de viaje, siempre llevando consigo un viento fresco, ardía con un fuego interior cuyas llamas no soportaban cerca ninguna forma de pereza” [21].
Las largas conversaciones que tiene con los camaradas más próximos, Fischer, Plaas, Heinz y von Salomón, revelan también su carácter de estudiante idealista y teórico implacable de la violencia.
La Conferencia de Ginebra está terminando. Son los primeros días de junio de 1922. Por primera vez se han reunido los representantes de la Entente, los de Rusia Soviética y de Alemania, estos últimos guiados por el ministro de Asuntos exteriores Walter Rathenau. La firma de los acuerdos de Rapallo entre el soviético Cicerin y el alemán Rathenau, es el primer acto libre que Alemania se permitirá desde 1918. En una habitación de Berlín donde se han reunido Kern, Fischer y von Salomón, la noche ha transcurrido actuando como una droga sobre el ánimo de los tres jóvenes. Con su complicidad han sido pronunciadas aquellas palabras que a la luz del día se ocultan por pudor y por reserva. Ernst von Salomón tiene diecinueve años. Ha participado en casi todos los grandes combates de posguerra, desde el Baltikum a Alta Silesia, de la represión berlinesa al golpe de Kaap. Edwin Kern tiene cinco años y ha conocido la guerra [22]:
- Nunca como en esos días he experimentado esta sensación de dolorosa convulsión. Tengo la sensación de que todo esfuerzo de nuestro tiempo debe ser dirigido hacia este fin. Si se decide algo ¿qué haremos nosotros?
Estas palabras han surgido de los labios del cadete, desgranadas fatigosamente, como el reflejo de un pensamiento que se acerca:
- No pueden servirnos cambios esenciales fuera de las fuerzas de las que no somos expresión. No puede suceder, ni nosotros lo quitaremos, responde Kern.
- ¿Qué nos da el derecho a tal fe y a semejante audacia? Nosotros, que no poseemos otra fuerza más que la de nuestra voluntad, nosotros que no sabemos más que matar y destruir, que no conocemos otra ciencia sino la de la conspiración, que no tenemos otra experiencia más que la de nuestros fracasos, nosotros que estamos perseguidos y que perseguimos, que odiamos y somos odiados, nosotros a quienes nadie reconoce y que frecuentemente nos disgustan nuestras acciones, ¿seremos verdaderamente los elegidos?
- ¿Qué es lo que nos da fe a pesar de todo? Nuestra misma actividad, el estar en condiciones de desarrollar esta actividad. Hombres como nosotros que vencen batallas sin gloria, que se han batido en las derrotas sin ser afectados por ellas, hombres así son siempre la emanación del Futuro. Yo no puede creer que una fuerza muera antes de estar agotada.
Callan. Von Salomón enciende una lámpara amarilla que genera fantásticas sombras por encima de una caja de granadas.
- ¿Por que somos diferentes? ¿Por qué existen hombres como nosotros, alemanes como nosotros, ajenos al rebaño, a la masa de los otros alemanes? Usamos las mismas palabras y sin embargo no hablamos la misma lengua. Cuando nos preguntas: “¿Qué pretendéis?” no podemos responder. Es una pregunta sin sentido para nosotros. Y si intentamos dar una respuesta, no nos comprenden. Cuando los que no han estado en el frente dicen “interés”, nosotros respondemos “purificación”.
Tras un instante, Kern concuerda:
- Existe una tiranía a la cual nosotros no podremos nunca someternos: la de las leyes económicas. Es completamente extraña a nuestra naturaleza. Nos resulta insoportable por que es de un rango muy inferior. La del razonamiento materialista. Donde era preciso elegir sin exigir pruebas. El sentido de la jerarquía de los valores o se posee o no se posee. Y con quien niega esta jerarquía toda discusión es imposible.
- Quienes hoy, en Alemania, hablan de reconciliación, de reparación, de justicia internacional, de conciencia universal, creen en los beneficios de la tiranía económica.
- Y nosotros, no creemos que los adversarios no puede tener estima uno por el otro, si son conscientes de su respectivo valor, si no son concientes de lo que les distingue y les opone.
- Esto es precisamente lo que vuelve irreductible nuestro desacuerdo.
- Lo que vuelve irreductible nuestra oposición, sigue Kern, es que aquellos quieren hacer una Alemania a imagen de las democracias occidentales, mientras nosotros queremos hacer una Alemania definitivamente liberada de Occidente. Nosotros no invocamos el Derecho, invocamos la Justicia. Nosotros no apelamos a la conciencia del universo. Consideramos que un pueblo debe realizarse hasta el límite de su fuerza y no debe renunciar impunemente a la pretensión de dominar hasta donde consiga extenderse.
- Los únicos en hacerlo, hoy, son los rusos. Le llaman “revolución mundial” pero significa expansión rusa. Pero incluso ellos están enfermos por el espíritu occidental, de marxismo y liberalismo, las dos asquerosas huellas de la tiranía económica.
- Si viejo amigo mío, pero en Rusia las influencias extranjeras no tienen las consecuencias que tienen aquí. Los alemanes siempre han luchado para lograr una concepción del mundo específicamente germánica. Los rusos conocen solo la lucha entre diversas concepciones extranjeras. Pero no les importa. Asimilan, digieren y transforman todo. Rusifican, es el término exacto. El evangelio de la revolución mundial se ha convertido en el del nuevo fanatismo ruso. ¡Y hasta qué punto es eficaz! Se han desembarazado de los ejércitos extranjeros en su territorio. Han invadido Polonia. Construyen una nación y su idea irradia por el mundo.
- ¡Nos convertiremos en comunistas! Interrumpe von Salomón.
- Para hacer estos sería preciso haber nacido rusos. Pero unirse a los comunistas alemanes significa condenarse al fracaso. Los comunistas alemanes son fanáticos rusos. No pueden vencer. Haremos lo que han hecho los rusos: adaptaremos la teoría a la nación. Y esto los rusos no lo permitirían y los comunistas alemanes, que rechazan su nación, no lo desearían.
- ¿Entonces qué hacer? No podemos situarnos eternamente en los márgenes del mundo. No podemos esperar infinitamente la llegada de lo que ignoramos”
- Neurosis de activismo.
- Abandónala. Lo que hacemos ahora no me basta.
- Es cierto. Napoleón era general a los 25 años.
- Tonterías. Dímelo si lo sabes, ¿de qué forma podemos coger el manto de Dios si nos pasa al lado?
Kern lo mira y su rostro parece improvisadamente abrirse:
- Lo que bulle en nosotros fermenta también en otros lugares. El Reich está abierto como un campo arado. Está dispuesto para acoger cualquier semilla. Pero el único grano que nos permitirá germinar deberá ser el fruto de nuestros sueños. Si ahora no arriesgamos el todo por el todo, quizás durante siglos será demasiado tarde. Soportamos los pesos de los planes y de los sistemas. Somos pura acción, con toda la brutalidad de la fuerza primitiva. Por esto debemos ser nosotros quienes demos el primer paso y abramos la primera brecha. Deberemos desaparecer después de haber realizado nuestro trabajo. No estamos destinados a gobernar, sino a dar el impulso.
Sus palabras caen en el silencio. Kern prosigue, en pie:
- Lo que hemos hecho hasta este momento ha tenido un efecto estimulante, pero no basta. Golpe a golpe, todos los principales representantes de una política que precisa abolir a cualquier coste han caído, pero nosotros hemos golpeado los miembros, no la cabeza ni el corazón.
Nuevo silencio. Luego, sordamente:
- Tengo intención de matar al hombre que supera a todos los que están en torno suyo.
- ¿Rathenau? Murmura von Salomón en voz baja.
- Rathenau, repite Kern. La sangre de aquel hombre debe separar irreductiblemente lo que debe ser separado para siempre.
“En el campo de acción más democrático y más impersonal posible, donde el público soberano, reunido en asambleas de accionistas, decide siguiendo los estatutos nombres y suspensiones de salario, en el curso de una generación se ha formado una oligarquía cerrada como la de la antigua Venecia. Trescientos hombres, que se conocen todos, dirigen los destinos económicos del mundo y buscan sucesores en su entorno”. Walter Rathenau escribió estas líneas en 1909 con una orgullosa exaltación [23]. A los treinta y cinco años, se convirtió en uno de los trescientos: está presente en el consejo de administración de 84 grandes empresas y dirige la más potente de ellas, la A.E.G., que ha heredado de su padre y que suministra electricidad en Alemania, en Inglaterra, en Suiza, España, Italia, América del Sur y en Rusia.
Pero en la Alemania Imperial este hombre poderoso es un ciudadano de segunda clase. Es judío y barreras invisibles lo mantienen en los márgenes de una sociedad que les envidia y desprecia al mismo tiempo. Sin embargo, habiendo podido abatir estas barreras abjurando de su fe, rechazó hacerlo, no por convicción religiosa –ya estaba liberado- sino por dignidad.
Esta ascendencia, este particularismo en el cual se cierra con orgullo, suscita en él un dramático dualismo. Hostil a la guerra, dirigirá la Oficina de Materias Primas y se convertirá en el dictador de la economía alemana durante el conflicto; organiza el trabajo obligatorio, deporta trabajadores belgas hacia las fábricas alemanas. Sin él Alemania no hubiera podido combatir.
Este hombre, que no esconde su desprecio por los Hehenzollern y la antigua aristocracia alemana, vive en el castillo de la reina Luisa.
Este pacifista convencido considera el armisticio de noviembre de 1918 como “la más catastrófica bestialidad de los tiempos modernos” y preconiza la leva en masa que el Estado Mayor considera imposible.
Tras oponerse al Tratado de Versalles, se convierte en campeón de su leal aplicación; en 1921 acepta el Ministerio de Daños de Guerra en el gabinete Wirth y firma con Francia un acuerdo de entrega de indemnizaciones.
Este capitalista se siente atraído por el comunismo en el cual ve el porvenir, el fin de las patrias, el advenimiento de un mundo racional, fundado sobre aspectos económicos.
Este hombre que denota una gran seguridad en sí mismo es un “temperamento melancólico, obsesionado desde la infancia por el presentimiento de la fatalidad” [24].
Por que este hombre rico y poderoso se ve constantemente ahogado por la angustia. Para afrontar esta debilidad íntima consigue unir y estructurar una teoría según la cual el miedo y el valor son los dos principios fundamentales que se oponen en el ser humano. Impulsando más allá su pensamiento, afirma que estos principios son distintamente encarnados por dos razas-símbolo que se enfrentan en la historia. “Cualquier credibilidad –escribe su ex colaborador, el conde Kessler- que se conceda a este mito de una raza del miedo, morena e intelectualoide, en oposición a una raza rubia dominadora, valerosa y sin intelecto, el hecho es que Rathenau cree en él y hace del mismo el punto de partida de su filosofía; asume, por tanto, el valor de una confesión” [25].
Gracias a esta teoría, se venga y deja hablar su resentimiento: “¿Cuándo un hombre rubio, hijo de los dioses del norte, ha hecho algo grande en el campo del pensamiento y del arte?” [26], pregunta Rathenau formulando implícita una respuesta poco convincente. Pero, contemporáneamente, este “hijo de una raza morena esclava y temerosa” experimenta una morbosa atracción por los jóvenes señores de aquella “raza rubia y valerosa” entre los cuales serán reclutados sus asesinos.
Desde el momento en que ha tomado su decisión, Kern ha cambiado. Siempre activo y alegre, se convierte en pensativo. No es que tenga el presentimiento de su fin próximo, sino que la amplitud del acto y las consecuencias del mismo lo llenan de gravedad. Sabe asumir una incalculable responsabilidad ante la Historia. Sabe que el acto requiere su misma destrucción, pero sobre todo lo expone a ser incomprendido. Sus razones son demasiado altas. Algunos instantes antes del asesinato, Ernst von Salomón le pregunta:
- Si consiguen detenernos ¿qué motivos deberemos dar?
Con una alegría disimulada Kern responde:
- Si nos detienen, lanzar tranquilamente toda la responsabilidad sobre mí. Es lógico. A ningún precio deberéis decir la verdad. Decir cualquier cosa que no tenga importancia. Decid algo que la gente esté habituada a leer en los diarios de la mañana. Si queréis, decir que Rathenau era uno de los Sabios de Sión o que ha casado a su hermana con Radeck; en suma, una cualquier idiotez. Decir todo lo que queráis, pero decirlo de la forma más llana posible; solo así podrán comprenderos. El motivo que nos ha impulsado no lo entenderán nunca [27].
En la vigilia del atentado, los conjurados pasan la tarde en Berlín. Es una vela de armas. Edwin Kern, con la fuerza de la reflexión y de la voluntad, ha alcanzado un estado de gran distanciamiento. Ha transmitido este estado de ánimo a Herman Fischer, ex oficial, convertido en ingeniero y responsable de la O.C. para Sajonia, que lleva en el rostro la determinación de la generación del frente. Kern es un intelectual impulsado a actuar por la fuerza de sus sentimientos y reflexiones. Fischer es, ante todo, un hombre de acción.
El tercer hombre, Werner Techow, veintiún años, perteneciente a la compañía de asalto de la brigada Ehrhardt, es uno de los miembros de la O.C. en Berlín. Sobrino de un héroe de 1848, pertenece a una familia de magistrados berlineses. Solo él muestra cierto nerviosismo. Su papel en el atentado será esencial, por que conducirá el potente automóvil facilitado por un industrial de Freiberg, en Sajonia, Johann Küchenmeister, miembro de la Schutz und Trutzbund [28].
La pistola automática Mauser facilitada por Christian Ilseman, secretario de la sección del Schutz und Trutzbund de Schwerin, ha sido probada algunos días antes de modo completamente legal. Será Kern quien la usará, mientras Fischer completará el trabajo con bombas de mano.
El equipo está bien conjuntado. Desde hace tres semanas Kern ha impuesto a los dos camaradas una vida rigurosamente comunitaria. Se han preparado como si se tratara de un rito religioso.
Sábado 24 de junio de 1922. Diario del conde Harry Kessler: “A las 11:30 Guseck entra en mi oficia y dice que Ossietzky ha telefoneado en aquel momento para decirle que Rathenau ha sido asesinado. La noticia me ha conmovido. El Reichstag debe ser disuelto inmediatamente, es preciso finalmente ajustar las cuentas con los asesinos de la derecha… Con este asesinato se inicia un nuevo período en la historia alemana” [29].
Relato de un testigo ocular del atentado, el albañil Krischbin publicado por el “Vossische Zeitung” [30]: “Hacia las 10:45 horas, dos coches descienden por la Königsalles, procedentes de Hundekehle. En el primero, que circula en el centro de la calzada, pude ver a un señor sentado en el asiento posterior. Se le veía muy bien por que el automóvil era completamente descubierto, sin capota. En el segundo coche, un gran torpedo de seis plazas, gris oscuro, también descubierto, pude ver a dos jóvenes señores con chaqueta de cuero y sombreros de ala ancha que apenas les dejan ver el rostro. Los dos carecían de barba y no llevaban gafas de automóvil. La Königsalles en Grunewalt es una calle muy frecuentada por los autos y no se notan todos los que pasan. Me fijé en este gran coche por las chaquetas de cuero de sus ocupantes que me llamaron la atención. El gran coche alcanzó al más pequeño que había reducido la velocidad, casi sobre las vías del tranvía, para tomar la doble curva por la derecha, y lo impulsó violentamente hacia el lado izquierdo de la calle, donde estábamos nosotros. Cuando el gran coche estuvo cerca ante el otro, y ya que el ocupante de este último miraba hacia la derecha por si existía peligro de colisión, uno de los señores con chaquetas de cuero avanzó hacia delante con una pistola grande, la apuntó sobre el señor sentado en el otro coche [31]: no tuvo ninguna detenerse para apuntar pues estaba muy cerca suyo. Le veía –digámoslo así- con el aspecto sano y abierto de un oficial; yo estaba semiescondido por que el disparo hubiera podido alcanzarme. Las detonaciones siguieron muy rápidamente, como las de una ametralladora. Cuando el hombre que disparaba hubo terminado, el segundo se alzó manteniendo en la mano alguna cosa –era una granada “limón”- y la lanzó dentro del otro coche. El señor, golpeado en el costado, se había desplomado sobre el asiendo. En aquel momento el conductor se detuvo justo en el ángulo de la Erdenerstrasse y gritó: “¡Socorro! ¡socorro!”. El gran coche partió rápidamente a todo gas y enfiló la Wallotstrasse. El auto con el herido se había detenido a un lado de la calle. En aquel mismo momento se produjo una explosión: la granada había estallado. El señor agachado sobre el sillón saltó por los aires. Acudimos inmediatamente varias personas y encontramos sobre la calzada nueva cartuchos de bala y la tapa de una granada. De la carrocería habían saltado fragmentos de madera. El conductor logró poner el coche en marcha y una muchacha sostuvo al señor inanimado y quizás muerto; luego el coche se perdió a toda velocidad por la Königssallee, en la dirección por la que había venido, hacia el puesto de policía que está 30 metros más lejos, del lado de Hundekehle”.
La muchacha que había subido al auto con tanta sangre fría era una enfermera, Helen Kaiser. En el proceso declarará: “Rathenau, que sangraba abundantemente estaba aun vivo y me miró. Me pareció que estaba ya sin conocimiento”. El conductor condujo al moribundo directamente del puesto de policía a su habitación: aquí fue transportado a su estudio y tendido sobre el pavimento. Cuando un criado se aproximó para ayudarlo a tenderse, Rathenau abrió los ojos por última vez. El médico, que llegó poco después, sólo pudo constatar la muerte. Cinco balas habían penetrado en el cuerpo, la columna vertebral y el maxilar inferior estaban destrozados. “El día después –contará el conde Kessler- lo vimos en el mismo lugar, en el féretro abierto, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, con una expresión muy calmada y una expresión calmada pero indeciblemente trágica en el rostro devastado, herido, muerto. En la parte lacerada del rostro habían colocado un pañuelo que cubría toda la parte inferior hasta la corta barba gris” [32].
“En cuanto los vendedores de prensa gritaron con voz excitada la noticia por las plazas –escribe von Salomón- durante algunos segundos el tumulto de las calles murió para resurgir de nuevo con ritmo alterado, pareció que el eco de aquellos disparos lejanos afectara amenazante a todas las cabezas (…). Todos los hombres quedaron improvisadamente sojuzgados por la misma fuerza misteriosa, por los mismos pensamientos, por los mismos temores y buscaron con rapidez palpitante huir de la confusión; sobre masas incubó, como anunciador del pánico, un vapor envenado que hace gritar a la sangre” [33].
En los días siguientes la muchedumbre invadió las calles: murallas humanas dominadas por las banderas rojas de la Revolución y negro-rojo-oro de la República. Nunca en Alemania se había visto una manifestación similar. Más de un millón de hombres desfilaron por Berlín el día de los funerales de Rathenau; el trabajo se detuvo en todo el Reich. La atmósfera está llena de cólera. La represión se abate sobre los movimientos nacionalistas. El Reichstag vota –en medio del caos- una ley para la defensa de la República después de que el canciller Wirth proclamara en su discurso: “El enemigo está a la derecha”.
En el momento de las manifestaciones de Berlín, Kern y Fischer están aún en la ciudad y se mezclan entre la muchedumbre que pide su cabeza. Techow se ha escondido en casa de un tío suyo que, más tarde, lo entregará a la policía.
A 100 metros del lugar del atentado, su coche se ha averiado: no funciona la bomba de aceite. Techow abre el capó y los tres hombres buscan la avería. En aquel momento desembocan en el ángulo de la calle algunos coches de policía: ven el coche detenido tranquilamente junto a la acera y pasan a todo gas, sin prestarle atención.
“Kern y Fischer habían seguido su vía oscura. Atravesaron el mundo que estaba desconsagrado para ellos y llevando con seriedad mortal el signo de Caín fueron tragados por las sombras que su mismo gesto proyectaba” [34].
Una motora debía recogerlos en las inmediaciones de Warnemünde y conducirlos en alta mar hasta un yate; debían desembarcar en Suecia, donde los ex cuerpos francos contaban con amistades seguras. Desviados por una sucesión de acontecimientos desgraciados y por las dificultades del viaje, llegan tarde a la cita: cuando no ven la canoa en el lugar fijado creen que han sido abandonados.
Empiezan a vagar como bestias salvajes, escondiéndose en casas abandonadas, caminando en la noche, escondiéndose en los graneros. Los camaradas lanzados en su búsqueda para ayudarlos no consiguen encontrar sus huellas.
Finalmente alcanzan el castillo de Saaleck en las inmediaciones de Bad Kösen, propiedad del escritor Hans Wilhelm Stein, donde algunos meses antes se había escondido el subteniente Dithmar tras su evasión en la cárcel de Naumburg.
Una paz inmensa se apodera de ellos. Creen que han llegado al final de su camino personal, en este burgo de granito que domina el valle del Saale, en el silencio resonante de los mármoles, del agua y del follaje.
El gobierno ha prometido un millón de marcos por su captura. El 17 de julio de 1922 la policía recibe una confidencia. Dos policías de Halle son enviados al lugar para verificar la información. Cuando entran en una de las dos torres, se encuentran ante la pistola de Kern:
- ¡No dispare! Balbucea uno de los policías. Tengo familia.
Kern baja el arma y grita:
- ¡Escapa miserable!
Unas horas después, el castillo está rodeado por una compañía de Schupos armados de ametralladoras. Los dos hombres no han intentado huir. Para su último encuentro con la gran sombra de los campos de batalla, han elegido este escenario bello y salvaje.
Se ha levantado el viento: furiosos remolinos golpean los viejos muros de la torre. Bancos de nubes pasan sobre las montañas. Las ráfagas de viento mueven las ramas y las hojas. Una corona oscura rodea el castillo que se alza como un espectro.
A pesar de la tempestad, la muchedumbre se concentra ante la empalizada y sobre las colinas que llevan a Saalbeck: ávida, no quiere perder nada de la brutal caza.
Los policías se apostan en la segunda torre. Ven aparecer los dos rostros jóvenes y rubios. El viento lleva lejos las palabras: “Vivamos y muramos por nuestras ideas. ¡Otros vendrán detrás nuestro!”.
Los Schupos, sin ninguna amenaza abren fuego. Edwin Kern es alcanzado por un disparo lanzado por el mismo policía al que en la mañana ha perdonado la vida [35]. Herman Fischel lo lleva a la cama y le cierra los ojos. Luego se relaja sobre la otra cama, apoya el cañón de su pistola en el mismo lugar en el que ha sido alcanzado Kewrn [36]. La detonación retumbará en todo el valle.
NOTAS
[1] Maurice Baumont, op. cit., pág. 38
[2] Harry Kessler, op. cit., pág. 101.
[3] En 1929 será elegido diputado en las listas de los nacionalsocialistas por el landtag de Sajonia; Gruppenfüherer S.A., desarrollará importantes tareas bajo el III Reich. Nombrado ministro del Reich en Rumania, se suicidará al entrar las tropas rusas en Bucarest.
[4] Gumbel, op. cit., pág. 40.
[5] Manchester Guardian del 10 de diciembre de 1926. Killinger habría recibido por esta entrega 22.500 marcos oro, el 17 de agosto de 1921, mientras aún estaba en cárcel.
[6] Sobre el origen controvertido del término, ver Jean Pierre Bayard, Les Francs-Juges de la Sainte Veme, París 1971, pág. 102-103.
[7] Citado por Albert Hömberg, Die Entstehung der Westfällischen Freigragschaften, Münster, 1953.
[8] J.P. Bayard, op. cit., pág. 236.
[9] Sobre todo en la tragedia de Goethe Goetz von Berlechingen mity der Eisernen e in Kätchen von Heilbronn de Kleist.
[10] Cfr. Ernst von Salomón, Le Questionnaire, Ed. Gallimard 1953, pág. 321.
[11] Ernst von Salomon, Le Questionnaire, op. cit., pág. 317.
[12] Ernst von Salomon, Los proscritos, op. cit., pág. 273.
[13] Ernst von Salomon, Los proscritos, op. cit., pág. 274.
[14] Ver capítulo XVII.
[15] H. Kessler, op. cit., pág 138.
[16] En Los Proscritos Ernst von Salomon ha relatado la alucinante ejecución de un traidor, en la cual él mismo participaba.
[17] Cfr. Kampf: Lebensdokumente deutscher Jugend von 1914-1934. Leipzig 1934.
[18] Se ignora el número de las ejecuciones realizadas por estos tribunales de la nueva Vehme. La única fuente conocida es sospechosa. Se trata de E. J. Gumbel, traducida al francés con el título de Les grands crimes politiques en Allemagne 1919-1929, Gallimard 1931. El autor no esconde el partido que ha tomado. Para él, los asesinos son condenables o excusables según hayan sido de extrema-derecha o de extrema-izquierda. Este maniqueo evalúa en 354 las víctimas de la Vehme en el citado período. Pero se basa sobre testimonios tendenciosos. Procede amalgamando hechos y situaciones que no tienen ninguna relación entre sí. Por ejemplo, imputa a los cuerpos francos clandestinos, el intento de asesinato de Von Seeckt, planeado, sin embargo por el T-Apparat del K.D.P., organización terrorista del partido comunista. Ver a este propósito Margarette Buber-Neumann, La Revolution mondiale, Ed. Casterman, 1971.
[19] Esta escena es descrita por Ernst von Salomón en Los Proscritos, op. cit., y en “L’Illustration” del 17 de abril de 1920.
[20] Algunos historiadores lo creyeron, tal como Robert Waite, que lo cita ampliamente como un auténtico documento.
[21] Ernst von Salomón, Los Proscritos, op. cit., pág. 275-276.
[22] Este diálogo ha sido reconstruido en base a lo que se narra en Los Proscritos (de la pág. 305 a la 315 de la edición italiana citada) y a las observaciones hechas por von salomón al autor.
[23] Artículo publicado en el “Neue Freie Presse” de la Navidad de 1909, citado por L’Illustration del 22 de abril de 1933.
[24] Benoist-Mechin, op. cit., tomo II, pág. 212.
[25] Conde Kessler, Walther Rathenau, Ed. Grasset, pág. 24-25.
[26] Citado por Benoist-Mechin, op. cit., pág. 215.
[27] Cfr. Ernst von Salomón, op. cit., pág. 250. La explicación dada habitualmente por los contemporáneos y también por los historiadores es el antisemitismo de los autores del homicidio. A este propósito se recuerda una canción del Selbstschützen de Alta Silesia:
Metemos a Walter Rathenau
El maldito, el innoble judío.
Es cierto que el antisemitismo fue uno de los denominadores comunes del movimiento nacionalista y de los cuerpos francos. Sin embargo, nada deja suponer que este elemento haya intervenido claramente en los motivos de Kern y de sus camaradas. Ernst von Salomón lo ha explicado claramente en Le Questionnaire (pág. 108-109) y lo ha reiterado insistentemente al autor. Hay que recordar que su libro Los Proscritos escrito en pleno ascenso del nacionalsocialismo (1919-1930) no contiene ni una sola frase antisemita ni de desprecio hacia Rathenau. Abundan, sin embargo, los testimonios que presentan a este como un personaje superior e incluso en ocasiones simpático.
[28] Ver capítulo XIII.
[29] Conde Kessler, op. cit., pág. 160-162.
[30] Referido por “L’Illustration” del 22 de abril de 1933.
[31] La pistola Mauser del tipo 96 tiene un accesorio de madera que se adapta a la empuñadura del arma para forman un culatín.
[32] Citado por L’Illustration del 22 de abril de 1933.
[33] Ernst von Salomón, op. cit., pág. 328.
[34] Ernst von Salomón, op. cit., pág. 328.
[35] Cfr. El informe de los policías citado por Ernst von Salomón, op. cit., pág. 339.
(c) Por el original francés: Dominique Venner - Baltikum.
(c) Por la traducción: Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com
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