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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

El fenómeno Rosa + Cruz (II de IV). La doctrina de la Rosa + Cruz

Infokrisis.- El Segundo Capítulo de esta obra está dedicado a la doctrina Rosa + Cruz Algunos posiblemente se sientan decepcionados y otros confundidos. No es lo que les habían explicado en el marco de los distintos grupos ocultistas con los que han tenido contacto. En efecto, estos grupos son sin excepción herederos del ocultismo del siglo XIX e incluso algunos (la corriente de Max Heindel) muy próximos doctrinalmente al teosofismo. Las fuentes para realizar esta parte han sido dos: los textos inequívocamente rosacruces publicados a principios del siglo XVII y los contactos personales con linajes procedentes del tronco originario de este movimiento.

 

Capítulo II

La doctrina Rosa Cruz,

o la reconstrucción del Ser Humano tras la Caída

Entramos en una nueva complicación que el lector ya habrá presentido. Dada la multiplicidad de formas del movimiento “rosa cruz”, va a resultar extremadamente difícil ofrecer un resumen pormenorizado de la doctrina de esta corriente espiritual. Para realizarla tomaremos como base un texto que llegó a nuestras manos hace más de veinte años, fotocopiado y que permanece inédito. El libro se titula “La Gnosis de San Juan”, subtitulado “Introducción a la interpretación esotérica y tradicional del cuarto Evangelio”, firmado por “Fr.A. Arakilah”. Hay que explicar como llegó este texto hasta nosotros. En 1983 estábamos en lo más intenso de nuestra personal búsqueda espiritual, bastante desesperados por lo demás, por lo que íbamos encontrando en el camino. En esa época nos habíamos interesado por el budismo tibetano (al que, tras penetrar, comprobamos que era perteneciente a un horizonte antropológico y cultural demasiado alejado de nosotros), el zen (por el que, finalmente, optamos, pero que, entonces, nos parecía excesivamente simple y exótico), sufismo (íntimamente ligado al Islam que siempre permaneció ajeno a nuestra espíritu) y la tradición occidental (que veíamos representado por distintas “sectas”, algunas de las cuales se autodefinían como “rosa cruces”). Esta búsqueda nos llevó a responder a un anuncio que leímos en la revista “Integral”. Inicialmente no teníamos muy claro que se escondía detrás de aquel anuncio. Se aludía, vagamente, a los interesados por los temas “espirituales”; pero cuando recibimos la contestación, resultó que se trataba de un linaje “rosa cruz”. Ya conocíamos a algunos de los grupos rosacrucianos actuales, así que no pudimos por menos de experimentar cierto escepticismo. Sin embargo, al cabo de cruzar unas cuantas cartas y de recibir algunos de los documentos –siempre mecanografiados y fotocopiados de manera muy tosca- percibimos en este material un aroma diferente. Sería complicado (y, por lo demás, improcedente) explicar por qué nos alejamos de este linaje “rosa cruz” y la imposibilidad de contactar hoy con este linaje espiritual, el hecho es que, de entre todo el material que hemos examinado, estamos convencidos de que esta obra, es la que responde con más precisión al espíritu de la “Rosa Cruz Originaria” y es a él al que vamos a referirnos constantemente en este capítulo. Por otra parte, el autor reconoce explícitamente pertenecer a un linaje “rosa cruz”[i].

El contenido del texto destila una modestia y una claridad en la que fácilmente se identifica un lenguaje espiritual sincero y alejado de las complicaciones del ocultismo propio de los grupos y sectas rosacrucianas. Por otra parte, a diferencia de estos grupos, se evita realizar un sincretismo “excitante” entre creencias egipcias, alquimia de baratillo, grandes nombres históricos y ocultismo contemporáneo. Por el contrario, se va a lo esencial: interpretación esotérica del Evangelio de San Juan, tradición hermética alejandrina y khábala hebrea. Es decir, los elementos específicos que otorgaban su carta de naturaleza a la Rosa Cruz Originaria.

Hemos repasado una y otra vez este texto, lo hemos comparado con nuestras investigaciones históricas y con lo que las sectas y grupos rosacrucianos actuales nos han ofrecido y hemos concluido que, el texto en cuestión tiene un rigor y una precisión que merece ser conocida por el lector, si de lo que vamos a hablar es de “doctrina rosa cruz”. Si se prefiere hablar de “especulaciones rosacrucianas”, el lector tiene accesibles en el “mercadillo espiritual” productos de todo tipo e incluso síntesis esclarecedoras[ii]. Y, por supuesto, siempre queda la posibilidad de contactar con los grupos rosacrucianos actuales; todos ellos disponen de páginas web y resultan fácilmente contactables. Dicho lo cual, iniciemos nuestro apasionante viaje a través del mensaje de la Rosa Cruz Originaria.

El punto de partida

En la Introducción Fr. Arakilah cita un fragmento de la ”Imitación de Cristo”: “Ha que buscar la verdad en la Santa Escritura y no la elocuencia. Toda escritura tiene que ser leída con el mismo espíritu que el que la dictó”. La “rosa cruz” parte de la idea de que existe un sentido oculto contenido en los evangelios que no ha sido interpretado por la ortodoxia romana. Sin embargo, ese secreto no puede percibirse con los sentidos físicos ni con la racionalidad, sino que para penetrar en él es preciso utilizar la “Inteligencia del Corazón”[iii], una forma de intuición, desarrollada a través de la práctica del esoterismo, que permite una comprensión brusca y global del objeto de estudio. Es lo que en la Edad Media, y hasta Descartes, se llamó “intuición intelectual”. En su introducción, Fr. A. Arakilah, cita a Paul Le Cour[iv], para quien el cristianismo tendría un origen alejandrino y, por tanto, estaría próximo a las doctrinas herméticas que florecieron en el siglo II y a las que ya hemos aludido al tratar de los magos renacentistas. Sin embargo, las influencias hebreas en los Evangelios son, así mismo, visibles. El propio San Pablo se encargó de disipar equívocos cuando escribió “Pues Él es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos (judío y pagano) uno, derribando el muro de la separación”. Así pues, los conceptos de la khábala judía y del hermetismo alejandrino están presentes en esta obra, como lo estuvieron en la Rosa Cruz Histórica.

Ahora bien, ¿qué es lo que permite desarrollar la “intuición espiritual” que nos dará una visión completa y “veraz” de los Evangelios? Lo dice Angelus Silesius y lo cita Fr. A. Arakilah: “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, y no dentro de ti mismo, tu alma estará perdida, en vano mirarás a la Cruz del Gólgota, a menos que dentro de ti se haya levantado”. Y esto nos introduce en el punto de partida de la doctrina “rosa cruz”: el despertar del “Cristo Íntimo” en cada uno de nosotros, permite experimentar la “experiencia crística”, descrita en los evangelios como un recorrido iniciático que, finalmente, permite la muerte del “hombre viejo” y la resurrección del “hombre nuevo”, renovado y que ha desplazado el eje de su existencia hacia la verdadera espiritualidad. Tal es la intención de la obra de Fr. A. Arakilah y de “nuestros aclarados Maestros del Sodalicium Christi, sin los cuales esta obra no hubiera visto la luz”[v].

Antes de penetrar en el texto, el autor considera necesario precisar algunos conceptos a los que se va a referir constantemente. Son pocos y sencillos de entender[vi]:

-           “Alma Natural”.- Es el “ángel malo” de la doctrina cristiana y se relaciona con el lado “izquierdo del Árbol Sefirótico” constituido por bien y mal (por la dualidad del Árbol de la Ciencia) cuyo fruto probó Adán y generó la Caída, es decir, la entrada en el “reino de la dualidad”. El Alma Natural está anclada en el Devenir constante. A partir de la Caída el Alma Natural se asoció al “ego”, es más, crea el “ego”.

-           “Alma Divina”.- Es el “ángel de la guarda” de la doctrina cristiana. Se relaciona con el lado derecho del Árbol Sefirótico, donde reside el Árbol de la Unidad y de la Vida. Este Alma Divina es pues el verdadero Redentor, por el cual, el hombre puede sustraerse del dualismo.

-           “Ego”.- Conciencia producida por los vehículos groseros y sutiles del ser humano, bajo el impulso del Alma Natural. Esta conciencia desaparece, con la destrucción de los vehículos que la producen, ya que es mortal. El ego es el medio mediante el cual el Alma Natural encuentra su alimento. El ego está dirigido por ella y por sus leyes. Y es triple: ego mental (dirige las actividades del pensamiento y la voluntad), ego emocional (dirige emociones y sentimientos), ego instintivo (dirigido por impulsos y experiencias pasadas).

-           Triple Santuario”.- El ego tiene tres templos a través de los cuales despliega sus actividades. El “santuario del corazón” (sede de las emociones y sentimientos egóticos), el “santuario de la cabeza” (lugar de la actividad mental dualista), y el “santuario del vientre” (sede de la instintividad).

-           “Corazón Espiritual”.- no tiene nada que ver con el corazón físico situado a la izquierda de nuestro torso[vii]. El corazón espiritual se sitúa a la derecha, es el lugar simbólico de la Presencia Divina en el Hombre (o en el Universo), llevando en él mismo, la imagen del hombre inmortal, simbolizado por el pentagrama. El corazón espiritual, es el Belén del Cristo Interior, la caverna iniciática del Alma Divina, el Corazón Sagrado de Nuestro Señor que se trata de avivar y despertar.

Lo esencial de la doctrina “rosa cruz” es el análisis sobre el proceso de formación del Ego y sus repercusiones: La situación originaria de la humanidad era la “condición edénica”, pero “tras la Caída (...) se explica el desvío de la mirada del alma Natural, hacia ella misma, antes que hacia el Alma Divina”[viii], pero este proceso puede invertirse: “Cuando el Alma Natural, residiendo en la izquierda, reconoce al Alma Divina y se vuelve hacia ella, entonces el Alma Natural se vuelve Portadora de Luz”[ix]. La Escritura llama “Luz” al Árbol de la Vida, de ahí brota el agua de la resurrección. En cambio, califica de “tinieblas”[x] al Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Situar la vida propia y las propias aspiraciones en el Árbol de la Ciencia, es decir, en la dualidad contingente, implica estar sometido a la muerte, a la temporalidad y al dolor.

Existe un viejo símbolo hermético, el Árbol Seco que alude al Árbol de la Vida, y nos dice que tras la Caída adámica, el Árbol se secó y así se le representa en la puerta de muchos edificios góticos. La misma “leyenda áurea” cuenta que con las ramas de éste árbol se construyó la cruz en la que murió Cristo. Ahora bien, este Árbol Seco, muestra siempre alguna hoja verde en sus ramas envejecidas. Este símbolo nos indica que el Árbol está seco, pero no muerto y que sus ramas podrán reverdecer –concluye la leyenda gibelina- cuando un “Emperador llegado de Occidente cante misa bajo sus ramas”, enigmática alusión a la doctrina de la “doble espada” (espiritual y temporal) que el gibelinismo otorgaba a la figura del Emperador.

Mientras en el período edénico primordial, el ser humano era espiritualidad pura (se identificaba con la lujuriosa floración verde del Árbol de la Vida), a partir de la Caída, esta espiritualidad queda reducida a un mínimo “átomo de vida”. Algunos “rosa cruces” sitúan éste átomo concretamente en el lado derecho del torso, simétrico al corazón físico y otros lo sitúan en el centro, justo tras el esternón, en el extremo del ventrículo derecho. Otros “rosa cruces” han llamado a éste “átomo” el “Cristo Íntimo” o el “átomo crístico”, por eso Fr. A. Arakilah escribe: “Cristo está en nosotros, consciente de nosotros; pero nosotros no estamos en Cristo, consciente de Él”[xi].

Toda la práctica rosacruz intenta reavivar esta “chispa”, último eco de nuestra naturaleza originaria y constituye una migración del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal al Árbol de la Sabiduría, del lado izquierdo del Árbol Sefirótico al lado derecho, de la inteligencia del cerebro (“conocimiento racional”) a la inteligencia del corazón (“intuición intelectual”). La renuncia al Ego y la desintegración del Ego con los medios inevitables a los que recurrir[xii].

No se trata de que el Ego “evolucione” y “mejore”, sino de que muera dejando de ser el centro de nuestra personalidad y el eje de nuestra existencia. Fr.A. Arakilah describe perfectamente los siete rasgos que caracterizan al Ego: “busca conservarse, busca aumentar, quiere ser Dios a su manera, busca la mediocridad y las doctrinas fáciles y tranquilizadoras, es dualista, cree que puede ser inmortal y que posee posibilidades de realización, solamente conoce lo que es de su naturaleza y lo centraliza todo este conocimiento”[xiii].

Imaginemos la mejor de las hipótesis: un individuo toma conciencia de la necesidad de destruir los deseos ególatras y para ello se dedica al servicio al prójimo y a la práctica de la caridad. Desde el punto de vista ético y moral, este individuo actúa correctamente, pero desde el punto de vista espiritual todas estas virtudes le servirán de poco en su proceso de realización interior. En el fondo, lo que está haciendo es intentar “mejorar” como persona, es decir, intentar “mejorar” su ego, cuando de lo que se trata, en realidad, es de eliminar el Ego. Otra posibilidad: la práctica constante de la oración para pedir algún don a la divinidad; error, la oración, en tanto que se utiliza como una forma de diálogo con Dios para solicitar algo (las famosas “novenas” o las “peticiones” mediante ex votos y promesas), refuerza, engorda y densifica el Ego. Así pues refuerza nuestra Alma Natural. Contra más crece nuestra Alma Natural, más imposibilita y bloquea las posibilidades de que el “Cristo Interior” crezca. La verdadera Caída, en el fondo, no es más que la búsqueda del bien egótico.

La palabra “Caín” se escribe en hebreo ןיק y procede de la raíz וק (qôf-nun) que puede encontrarse en las palabras qânâh (“adquirir”), qinyâh (“posesión”) o qînâh (“envidia”). Caín es el ser humano del lado izquierdo que busca aumentar y centralizar todo alrededor de sí mismo. Caín es el “viejo hombre”. Por lo que se refiere a Abel לה, podemos decir que es el hombre original (ה), el pentagrama (la letra ה tiene como valor numérico 5) que está en el corazón espiritual. En efecto, לה contiene la palabra לב, leb que significa “Corazón”. Abel es pues, el “Cristo Interior”[xiv].  

Entender este concepto es fundamental y está en el origen de la experiencia templaria, cuyo lema es significativo: “Nada para nosotros, Señor”. La renuncia al Ego en cualquiera de sus aspectos, precede a la destrucción del Ego. Sólo la destrucción del Ego permite introducirse en el camino de la verdadera espiritualidad y en el camino que lleva al objetivo propuesto por San Pablo: “Y ya no vivo yo, es Cristo quién vive en mí”[xv].

Esto explica el secreto absoluto en el que se ha movido el movimiento de la Rosa Cruz Originaria y por qué no existen prácticamente ninguna fuente de información sobre él. En la medida en que dejar constancia de la propia existencia, alardear de méritos o virtudes, o de filiaciones prestigiosas, engorda el Ego individual, en torno a los “verdaderos rosa cruces” existe siempre un halo de misterio, anonimato e impersonalidad. Tanto es así que podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que contra más evidente es la filiación “rosa cruz” de tal o cual personaje histórico, tanto más falsa es su pertenencia a dicha hermandad. No hay verdadera espiritualidad “rosa cruz” sin anonimato. Donde hay otra cosa, allí puede haber un paquete de buenas intenciones y sincera búsqueda espiritual, pero no, desde luego, nada que tenga que ver con la Rosa Cruz Originaria.

El hombre viejo representado por Juan

Juan Bautista es una imagen recurrente en la doctrina “rosa cruz”. Es el símbolo del “viejo hombre” que reconoce su impotencia y sus limitaciones para acceder a la verdadera espiritualidad[xvi]. Es el símbolo del sincero buscador espiritual. Fr.A. Arakilah dice de él: “Es el testigo de la Luz, pero también es muy consciente de no ser más que tinieblas. Juan es el símbolo del verdadero discípulo (...) Toda la misión de Juan está orientada sobre esta actitud de arrepentimiento que hace disminuir al “hombre viejo””[xvii].

Juan Bautista precede al advenimiento de Cristo, pero no es Cristo, ni puede llegar a serlo. Para que renazca es preciso que muera antes. Ha conocido el Árbol del Bien y del Mal, ha intentado “progresar”, llevar una vida justa y moral, pero es perfectamente consciente de que no le basta, por eso exclama: “Ya el hacha está puesta en la raíz del Árbol; todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”[xviii]. Así pues, su única misión es la “morir místicamente” para dejar sitio a Otro. Juan ha advertido que “el ego no puede conocer más que al ego”, pero jamás conocerá a Dios. Para que eso sea posible hará falta que, como dice el propio Juan Bautista, el anunciador, “Él crezca y yo mengüe”.

Este sentido interpretativo queda confirmado por la palabra que define el primer aspecto del Verbo, “Emmanuel” (“Dios con nosotros” o “Dios en nosotros”), nombre de Jesucristo[xix], que directamente nos remite al “Cristo Interior”. Pero el Verbo tiene un segundo aspecto, trascendente y que traspasa la creación. Es “El Elión”, el “Altísimo”. La Khábala hebrea muestra que ambos nombres tienen el mismo número (197)[xx]. Esto explica que “Jesús no cesa de afirmar que está con el Padre, mientras que en otros lugares, declara ser uno con el Padre (...) En calidad de El Elión, Cristo es Unidad pura, en calidad de Emmanuel, Él es Multitud calificada. En Cristo, lo Múltiple se reconcilia con el Único”[xxi], algo imposible de comprender racionalmente, pero perceptible en el simbolismo de la esfera. Como se sabe la esfera tiene en su superficie un número infinito de puntos, pero, a su vez, su centro está formado por un punto, origen de infinitos radios. Así pues, lo infinito está presente tanto en el centro de la esfera como en su superficie exterior. De ahí que este símbolo se haya propuesto en muchas ocasiones como símbolo del alma o del mismo Dios. Emmanuel está en el centro, El Elión en la superficie, por eso existe diferenciación entre Jesucristo y el Padre, pero también por eso mismo, existe Unidad entre ambos.

La Caída nos sumió en un mundo de tinieblas (las tinieblas se expresan en los Evangelios en plural: “La luz luce en las tinieblas”[xxii], sin embargo, la Luz es siempre singular, único, pequeña diferencia gramatical que nos confirma en el conflicto ontológico entre Unidad y Dualidad, entre Árbol de la Vida y Árbol del Bien y del Mal. El Ego vive en la dualidad y solamente puede concebir la realidad mediante percepciones duales (arriba-abajo, bueno-malo, positivo-negativo, día-noche). Esta dualidad hace que el ser humano viva “entre tinieblas”. Sin embargo, la destrucción del Ego, disuelve, paralelamente estas tinieblas y sume al ser en la Luz. El objetivo a alcanzar está descrito en la Segunda Epístola de Pablo a los Corintios: “Porque Dios, que dijo: Brilla la Luz del seno de las tinieblas, es el que ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para hacer resplandecer la ciencia de la gloria de Dios en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra”[xxiii] y en la Primera Epístola  añade: “De suerte que el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva y lo viejo pasó; todas las cosas de han hecho nuevas”[xxiv].

Ahora bien, a pesar de que las tinieblas están presentes en el mundo, también lo está la Luz divina[xxv]. ¿Cómo es posible que esa Luz no se haya retirado del mundo, si el mundo la niega y la ahoga? Y Fr. Arakilah responde, haciéndose eco de la gnosis metafísica ya evidenciada desde los textos alejandrinos: “porque el “viejo hombre”, aunque llamado al abandono en la muerte iniciática, sirve sin embargo, de soporte en la edificación del Nuevo Hombre (...) El “viejo hombre” puede ser un molde de la actividad redentora, que se beneficia de la paciencia Divina. Con todo, cuando el proceso de redención comienza, el “viejo hombre” está dirigido hacia la cruz, para morir”[xxvi].

El alumbramiento del “Cristo Interior”

La segunda parte de “La Gnosis de San Juan” es particularmente densa y compleja, pero contiene los elementos esenciales de la doctrina “rosa cruz”, en nuestra opinión, expuestos de la forma más próxima a su pureza originaria. Fr.A. Arakilah parte del hecho de que el Evangelio de San Juan elude referirse al nacimiento de Cristo y empieza con su bautismo. Recuerda luego que San Juan fue aquel discípulo que en la Última Cena, colocó su cabeza en el seno de Cristo, y concluye: “el Evangelio del discípulo predilecto del Maestro, debía comenzar pues por el relato de la aparición de esta Inteligencia del Corazón, relato apenas disimulado por el simbolismo del Bautismo en las aguas del Jordán”[xxvii]. Se entiende que esta “inteligencia” está situada más allá de la conciencia ordinaria. De hecho, de lo que se trata es de transferir la conciencia, del “santuario de la cabeza” (el cerebro) al “santuario del corazón” lo que, efectivamente, supone abrir un órgano nuevo de percepción (la “intuición intelectual”), no dependiente del cerebro en donde anidan buena parte de los resortes del Ego. De ahí que sea normal que el Evangelio de San Juan empiece con el Bautismo de Cristo (que tiene que ver con el “santuario de la cabeza” y sitúe a su autor en el regazo de Cristo en la Última Cena, es decir, en el “santuario del corazón”.

Como se sabe, Cristo nació en una de las dos puertas solsticiales, en la noche del 24 al 25 de diciembre. Estas “puertas” tienen un simbolismo solar evidente[xxviii]. De hecho, Cristo es llamado en ciertas celebraciones litúrgicas como “Sol de Justicia”. La fiesta navideña ha conservado el símbolo del “Árbol de la Vida” en los abetos navideños (con forma de flecha que apunta hacia el cielo, esto es, a la trascendencia).

Resulta imprescindible realizar una breve referencia al “Árbol Sefirótico”. De hecho, el Árbol de la Vida y el Árbol del Bien y del Mal suponen un desdoblamiento bíblico del Árbol Sefirótico propio de la tradición hebrea. Desde este punto de vista tradicional, el Árbol Sefirótico está formado por un lado izquierdo y derecho que corresponden al Árbol del Bien y del Mal, y por una columna central que corresponde al Árbol de la Vida. Resulta significativo que en la descripción que se realiza del nacimiento de Cristo, el Niño esté situado en el centro, mientras que existe una simetría entre el buey y el asno, esto es entre el bien y el mal. Esto simboliza que “aquel que recibe la Luz Crística está más allá del dualismo del Árbol de la Ciencia, alimentándose espiritualmente, sólo del Pan Viviente que viene de la “columna del medio”[xxix]. Así mismo, es significativo, que mientras que, también en los laterales de la escena, se sitúan los adultos –María y José- en el centro se encuentra el recién nacido. De ahí también que se haya comparado a Cristo como el “grano de mostaza, el más pequeño entre los granos, llamado a crecer para transformarse en un bello árbol”[xxx].

Cristo nació en una caverna y, al morir, su cuerpo fue depositado en otra, existe un claro paralelismo entre su nacimiento y muerte. Pero murió en una montaña. El símbolo de la montaña es el triángulo con un vértice hacia arriba, mientras que la caverna tiene como símbolo el triángulo invertido con el vértice hacia abajo[xxxi]. Ambas figuras componen la estrella de seis puntas, conocida también en la magia renacentista como “la corona del mago” en la que la suma de sus vértices nos da la totalidad de los aspectos del cosmos, representados por los arcanos mayores del Tarot (1+2+3+4+5+6=21).

Pero el triángulo invertido evoca la forma del corazón. El nacer de Cristo en la cueva es el símbolo de la activación del “corazón espiritual”. Por eso Pablo sentencia que es preciso “revestirse de Jesucristo”. Pero también en el Apocalipsis, Juan escribe: “Y al que venciere le daré la estrella de la mañana”[xxxii], esta estrella se representa como una estrella de cinco puntas. En hebreo, como hemos visto, la palabra corazón se dice Leb y su valor numérico es 5[xxxiii]

Ahora bien, según el Zohar, la Rosa se representa con “cinco pétalos fuertes”[xxxiv]. De ahí que los antiguos “rosa cruces” tuvieran  como símbolo un pentagrama inscrito en el Sol, pues no en vano “el corazón espiritual es el centro del ser verdadero, como el sol es el centro de nuestro sistema solar”[xxxv]. De hecho, en hebreo, corazón se llama “leb” y en caldeo sol es “bel”[xxxvi].

Existe un viejo cuadrado mágico en el que la cifra central es 5, y tiene en los vértices números pares (4, 2, 8 y 6) y en las casillas centrales las impares (9, 7, 1 y 3):

8

3

4

1

5

9

6

7

2

 

Existe una conocida representación del Sagrado Corazón que nos lo muestra rodeado de llamas y rayos alternadamente. Los rayos solares se relacionan con el aspecto Luz y las llamas, obviamente, con el aspecto Fuego[xxxvii]. En la síntesis humana, para la activación del “corazón espiritual” es preciso arrancar del elemento fuego que tanto los místicos como los poetas han situado en el corazón físico, situado a la izquierda, sede del ser emocional.

Para realizar esta purificación es preciso apelar a la doble potencia del “corazón espiritual” expresado por los ocho rayos alternativamente irradiantes y llameantes que lo forman y que encuentran su origen en el cuadrado mágico de grado 3 que hemos visto. Mientras el 5 central es, tanto el símbolo del Sol como el del “corazón espiritual”, los números pares son la alusión al poder destructor del Fuego y los impares al poder iluminador de la Luz. No en vano el ocho es el número que sigue a la serie agotada precedentemente (días de la semana, planetas mitológicos) y corresponde a la letra eta del alfabeto griego y a la letra heth del alfabeto hebreo. Ahora bien, estas letras “tienen el sentido ontológico de muerte, sobre la cual se reconstruye, y de resurrección[xxxviii].

El símbolo del nacimiento de Cristo es entendido por la “rosa cruz” como inicio del despertar espiritual y de la construcción del Hombre Nuevo. En este contexto, el Ego ya no puede actuar, es preciso que aparezca un principio completamente nuevo sobre el que se base tal despertar. La gnosis cristiana llamaba a este principio “la Gracia”, una influencia espiritual trasmitida por iniciación de unos a otros adeptos. Se trata de una fuerza superior a lo humano -¿cómo podría superarse la condición humana con solo las propias fuerzas humanas?- que atenúa progresivamente la influencia del Árbol del Bien y del Mal y nos sitúa en el costado del Árbol de la Vida, cuyo “rocío”, según la Rosa Cruz Originaria, debemos “beber” para que la Luz penetre en nosotros[xxxix]. Quienes han recibido esta iniciación forman la verdadera Ekklesia, es decir, “la Asamblea de los que han sido puertos aparte” (esto es, retirados de los influjos del Árbol dualista).

La activación del “corazón espiritual”, como hemos dicho, purifica el “santuario del corazón”; Fr. A. Arakilah explica: “el ego va desistiendo de lograr lo imposible; esta forzado al silencio por un deseo nuevo: el del Hombre Originario que aspira a irradiar en su templo (...). entonces, una doble potencia emana de nuestro corazón espiritual. La primera de estas potencias corresponde al corazón radiante, a la Luz y a los rayos rectos del sol hermético. Esta potencia es análoga a la radiación infra-roja de nuestro sol físico, tendiendo a edificar y construir vida. En cuando a la segunda potencia, está relacionado con el corazón llameante, el calor y los rayos ondulados del corazón hermético. Semejante a los rayos ultra-violetas de nuestro sol, esta potencia tiende a destruir la vida”[xl]. Pues bien, este concepto se sitúa en el centro de toda la enseñanza “rosa cruz” y creemos que vale la pena ampliarlo, pues, no en vano es, el “germen de la inmortalidad”.

Existen tres formas de activar el “corazón espiritual”. O bien puede ser producida “por el contacto que el aura espiritual de la Fraternidad Crística[xli], establece con el discípulo”, bien por la práctica de la llamada “oración del corazón” (lab-ora, de lab, corazón, de donde deriva la palabra Lab-oratorio, el lugar alegórico en el que los alquimistas realizaban sus transmutaciones metálicas) o bien mediante una transmisión de maestro a discípulo. En esta última forma encuentra justificación la existencia de una “escuela rosa cruz”, cuya única función sería procurar que el discípulo “despierte”. Y, por esto mismo, se entiende también que para que exista una transmisión de la experiencia “rosa cruz”, no es preciso que exista una organización cristalizada, sino que basta con la existencia de “linajes iniciáticos”.

Ningún “verdadero rosa cruz” hablaría de que está poseído por la misión de “enseñar” la vía[xlii]; la doctrina “rosa cruz” no se enseña: toda enseñanza va dirigida al cerebro y a la racionalidad y, es imprescindible, que ésta sea mantenida a parte: la relación de un “rosa cruz” con su discípulo será similar a la de un maestro Zen con su alumno: mediante koans intentará que se produzca en él una iluminación brusca, una comprensión radical de la vía. Por eso mismo, los textos “rosa cruces” originarios son inexistentes y, solamente, a partir de Andreae puede hablarse de una literatura específicamente “rosa cruz”. Nunca un “verdadero rosa cruz” enseñará un saber erudito y enciclopédico, ni le instará a desarrollar “poderes psíquicos”, ni mucho menos le llenará la cabeza con nociones humanistas y sensibleras (el “amor universal”, el “cultivo del bien”, etc.). Con este tipo de “enseñanzas” se pueden obtener, como máximo, individuos con cultura ocultista enciclopédica que lo saben todo del último mago del pasado, pero nada sobre sí mismos, personas cuya bondad les sitúa en lo que Nietzsche consideraba “humano, demasiado humano”, o “paragnostas” capaces de mover un pequeño objeto con su sola fuerza mental... algo que podrían hacer igualmente extendiendo un brazo. El discípulo debe tener una predisposición interior para reconocer al maestro y éste debe de haber experimentado previamente el camino que el discípulo puede recorrer con su solo esfuerzo[xliii]. Por otra parte, sólo cuando el discípulo está preparado para encontrar un maestro, éste aparece. No es la búsqueda ansiosa de un maestro, sino la predisposición interior para aprovechar sus enseñanzas, lo que hace que posible el encuentro y la transmisión[xliv].

Fr.A. Arakila termina la segunda parte de su obra, expresando con un lenguaje moderno, lo que los “rosa cruces” de antaño expresaban con un lenguaje más velado: “La doble fuerza del sol espiritual se experimenta como una potencia atractiva en su aspecto infra-rojo y como fuerza repulsiva en su aspecto ultra-violeta. La acción infra-roja opera en el discípulo bajo la forma de una inquietud, de un llamamiento fuertísimo, implicando una adhesión completa al costado derecho; siendo el primer aspecto de la Fe. En cuanto a la acción ultra-violeta, ataca y destruye la vida egótica. Este es el segundo aspecto de la Fe. Cuando la doble acción del corazón espiritual se efectúa en armonía, la expansión del cuerpo glorioso no encuentra ninguna resistencia. Pero cuando el candidato a la iniciación crística reacciona positivamente a los rayos infra-rojos y no acepta abrirse a los ultra-violetas, numerosas dificultades pueden surgir y quizás penetrar en los acontecimientos dolorosos de la vida cotidiana (...). Es necesario recordar que el ultra-violeta es la fuerza disolvente del Divino, purificando los tres santuarios del cuerpo de toda presencia egótica. El Ego debe ser implacablemente destruido por esta emanación del Fuego Divino”.

A este proceso se la ha dado distintos nombres en la historia del esoterismo: es la “muerte iniciática”, el “descenso de Orfeo a los infiernos”, es el ritual de la “endura” cátara[xlv]. Recuerdo la impresión que me produjo cuando me preguntaron por qué deseaba entrar en una desconocida fraternidad “rosa cruz”. Respondí que “por que intentaba mejorar”. Fue entonces cuando me respondieron: “aquí no se viene a mejorar al ego, sino a destruirlo”. En ese momento, entendí cuál era la vía de la “rosa cruz”. Y la cuestión siguiente era: “¿estás dispuesto a sacrificar tu ego?”. Y no se trataba de una alegoría. Realmente, el ego no tiene lugar en el camino de la verdadera espiritualidad[xlvi].

¿...Y después? Más allá del Ego

El adepto ha logrado despertar su “átomo crítico”, su “corazón espiritual”, ha aceptado la necesidad de la muerte de su Ego. Ahora es todo su ser el que va a sufrir una transmutación. Los Evangelios dan inexplicables detalles sobre la vida de Juan Evangelista. Dicen, por ejemplo, que vive en el “desierto”, que está revestido con una túnica de piel de “camello”[xlvii], similar a la ropa, tosca y vulgar, con la que se revistieron Adán y Eva, cuando fueron expulsados del Paraíso[xlviii], o la túnica de piel con la que Esaú se revistió[xlix]. El símbolo del “desierto” es tomado como lugar de exilio. El Evangelio de San Juan reconoce la grandeza de Juan Bautista: está dispuesto a seguir el camino iniciático, pero sigue siendo “humano, demasiado humano”, por eso se dice en San Mateo: “En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él”[l].

El “rosa cruz”, en el fondo, se siente exiliado en este mundo, está en este mundo, pero no es de este mundo. Siente nostalgia de su estado originario, es consciente de que su naturaleza presente no puede reintegrarse en el estado perdido con el episodio de la caída edénica y que debe renunciar a ella. Por eso habla de “muerte iniciática” que preludie el advenimiento del “hombre nuevo”.

Ahora bien, a diferencia del cátaro o de algunas sectas cristianas primitivas, ese rechazo a su naturaleza material y esa nostalgia, no se traducen en un odio hacia la condición humana. En el fondo, esa condición humana, es el punto de apoyo para –con ayuda del impulso iniciático recibido- superarla[li].

Las alusiones que encontramos en el Evangelio y en la literatura “rosa cruz” sobre lo que implicará esta renovación integral del ser, sin múltiples y significativas. Se habla, por ejemplo, en el episodio de la Transfiguración de que “sus vestidos se volvieron blancos como la luz”[lii]. En otro episodio bíblico se explica como obtuvo Jacob la bendición de su padre: “Se acercó y le besó; y en cuanto olió la fragancia de sus vestidos, le bendijo: ¡Oh, es el olor de mi hijo como el olor de un campo al que ha bendecido Yaveh!”[liii]. Esta idea de la transmutación de los vestidos, de cambiar un tejido tosco, de piel, peludo, por un vestido hecho de “luz”, que exhala fragancias, el “vestido de bodas”, que forma el “cuerpo de gloria”, es central en toda la literatura “rosa cruz”. Define en términos simbólicos para quien no ha experimentado ese estado, pero extremadamente precisos para aquel que lo ha atravesado, la transformación que sufre el adepto cuando ha conseguido reavivar el “átomo crístico”. Juan Bautista sigue siendo el símbolo del “hombre viejo” que acepta su muerte iniciática, aspira a la “metanoia” (el cambio radical de conciencia).

Tras el despertar del “Cristo Íntimo” sigue la formación del “cuerpo glorioso” o del “vestido de Luz”, esto es, el renacimiento del Hombre Nuevo (el hombre originario, el estado edénico anterior a la Caída).

El rechazo a los “poderes”

Tanto en la “Fama” como en la “Confessio”, llama la atención constatar la hostilidad deparada hacia los “pretendidos alquimistas”. Así, por ejemplo, en la “Confessio” se dice: “Al término de nuestra confesión, deseamos recordar diligentemente que conviene proscribir la mayoría, si no todas, las obras de los falsos alquimistas que, por gusto, pasan el tiempo en abusar inútilmente de la santa y gloriosa Trinidad, en engañar al público con figuras rocambolescas y propósitos oscuros y ocultos, esquilmando el dinero de los simples. Nuestro tiempo conoce una proliferación de libros de esta clase. El enemigo del bien del hombre los mezcla al buen grano con la esperanza de menguar el crédito de la verdad. La verdad es neta, simple y desnuda; la mentira por el contrario es fastuosa, imponente, majestuosa, rodeada con la rara aureola que prestan la sabiduría divina y la sabiduría humana. ¡Hombres sutiles! Evitad y huid de estas obras; volveos hacia nosotros que no queremos en absoluto vuestro dinero y que, por el contrario, os ofrecemos graciosamente nuestros grandes tesoros. Nosotros no corremos tras vuestros bienes inventando tinturas de charlatán, deseamos haceros participar de los nuestros. No os hablamos por adagios, queremos iniciaros en una interpretación, en una explicación, en una ciencia de los secretos que sea clara, simple, absolutamente comprensible. No buscamos vuestra acogida, vuestra hospitalidad, os invitamos a nuestras casas que son más que hoteles y palacios del rey. Sabed que no actuamos según nuestro capricho; quien nos incita y nos exhorta a ello es el espíritu divino, y así lo ha dispuesto nuestro padre bienamado en el testamento inviolable que nos ha dejado, obligándonos a ello las condiciones y las intenciones del siglo”[liv]. Y más adelante, se insiste en este orden de ideas: “En cuanto a los presuntuosos, a los que ciega el brillo del oro, o más bien que pese a su presente piedad corren el riesgo de verse fácilmente corrompidos por la atribución imprevista de tantos bienes, y de ser incitados a hundirse en la ociosidad y a lanzarse a una vida lujuriosa y de excesos, les rogamos que no turben con su barahúnda intempestiva nuestra calma recogida y espiritual”[lv]. Y, finalmente, en el Capítulo I de la “Fama Fratternitatis”, su autor dejó escrito: “Hoy no faltan en Alemania los hombres de ciencia: magos, cabalistas, médicos y filósofos. ¡Dios quiera que deseen actuar por amor al prójimo y que la gran mayoría no desee acapararlo todo para sí!”[lvi].

Todas estas alusiones son significativas y establecen la diferencia entre el esoterismo tradicional y el ocultismo contemporáneo. O, lo que es lo mismo, la diferencia entre lo que los “rosa cruces” llamaban la “verdadera espiritualidad” y lo que hoy se ha llamado la “seudo-espiritualidad” o el “espiritualismo contemporáneo”[lvii].

La búsqueda de los llamados "estados alterados de conciencia" se ha convertido en una constante de buena parte de los movimientos neo-espiritualistas surgidos desde finales del siglo XIX y principios del XX. La cuestión radica en si tales "estados" evidencian algo más profundo que modificaciones del psiquismo a los que puede llegarse mediante técnicas muy simples (hiperventilación, alteración de la química del cerebro, etc.) que nada tienen que ver con la verdadera espiritualidad, o si, por el contrario, conducen a la experiencia mística y al conocimiento del eje central de nuestro ser. Tanto en estados alterados de conciencia como en la experiencia mística, el sujeto sufre una ruptura con el nivel de conciencia ordinario. Ambas experiencias son, en su fenomenología, relativamente similares; la principal diferencia estriba en la vía que conduce a cada una de ellas. Los estados alterados pueden experimentarse con cierta facilidad dentro de un sinnúmero de sectas, grupos religiosos, o bien, aisladamente; se trata siempre de estados inducidos por algún elemento alógeno, exterior al sujeto: frecuentemente a través de una reacción bioquímica sobre la sangre, obtenida a través de sustancias que libere neurotransmisores, o bien mediante una saturación o sobrecarga de los sentidos físicos (bailes frenéticos y ruido sincopado, principalmente, propios de los ritos vudú).

La experiencia mística, por el contrario, es autógena. No le viene injertada al sujeto desde fuera de su organismo, sino que es el propio sujeto quien la controla, en lugar de ser controlado por ella. Alguien que consuma drogas difícilmente podrá alcanzar el estado de arrobamiento producido por el cannabis o la sensación de distorsión de la realidad objetiva del LSD, cuando no disponga de tales substancias; sin embargo al místico y al asceta, le bastará con una decisión de su voluntad para entrar en un estado de completo abandono y unión con lo trascendente.

La duda surge cuando, desde distintos sectores de la "New Age", portaestandarte del neo-espiritualismo contemporáneo, se proponen "técnicas de control mental" en las que, al no haber intervención exterior, parece que se permanece en un terreno próximo a la mística. Sin embargo, también aquí se permanece alejado de la verdadera espiritualidad. Otro factor que entra en juego...

La divisoria entre verdadera y falsa espiritualidad puede establecerse a partir del análisis sobre el papel del Ego. Todas las escuelas místicas coinciden en una terrible apreciación: el Ego no tiene entrada en la verdadera espiritualidad; añaden que la existencia del Ego sustrae al hombre la posibilidad de una experiencia trascendente y de comunión con lo Absoluto. Así pues, el Ego debe morir allí donde se quiere afrontar la experiencia mística. Toda iniciación mistérica, desde la más remota antigüedad, implica un proceso dialéctico de muerte del "hombre viejo" (del Ego) y renacimiento del "hombre nuevo".

Por el contrario, el neo-espiritualismo derivado de movimientos ocultistas nacidos a mediados del siglo XIX, pretende lo opuesto: crecimiento del “hombre viejo”. No es raro que se aluda al "crecimiento personal" (esto es, crecimiento del Ego) o se intenten satisfacer las necesidades de emociones fuertes de los adeptos mediante unas teorías sumamente confusas de las que los libros de Helena Petrovna Blavatsky y de quienes la han seguido (desde Anni Besant hasta Alice Ann Bailey) son paradigma, o bien mediante experiencias inducidas por auto-hipnosis (a lo que muy frecuentemente se reduce el "desdoblamiento astral").

Es curioso que muchos textos tradicionales que describen la experiencia mística y el camino para alcanzarla, insistan en la necesidad de "ignorancia" por parte del sujeto. Recuérdese el título de aquel texto clásico inglés del siglo XIV, "La nube del no-saber", o los consejos de Cristo llamando a la simplicidad y sencillez de quienes le seguían (que no tendrían entrada en el reino de los Cielos de no ser como niños). Así mismo los textos del Buda o la "Imitación de Cristo" son extremadamente sencillos en su comprensión, carecen por completo de sofisticaciones y se diría que están reducidos al núcleo de lo que es meramente esencial. Por el contrario, los textos ocultistas suelen ser espesos, repletos de divagaciones, en ocasiones de contradicciones, abundan en datos inútiles que no sirven en absoluto para potenciar ninguna experiencia interior, sino solamente para satisfacer una fatua necesidad de saber más que los demás, esto es, de engorde del Ego. Muy poca importancia puede tener para un teósofo el conocer la -por lo demás muy discutible- "teoría de las razas matrices" de la señora Blavatsky o la estructura -todavía más discutible- de los "cuerpos superiores" de la persona, en la que deberá creer como mero acto de fe.

Si, allí donde existe Ego no existe espiritualidad, deberemos aceptar que todo lo que "engorda" el Ego -incluso la erudición- arrincona la espiritualidad. Los grandes metafísicos de la Edad Media condenaban con singular dureza lo que llamaban "orgullo intelectual" de algunos de sus contemporáneos, condena que puede inscribirse en este contexto.

Llegado a este punto resulta evidente que buena parte del ocultismo contemporáneo, algunas formas de religiosidad y buena parte de los movimientos vinculados a la "New Age", sufren una confusión entre los "psíquico" y lo "espiritual". La primera muestra de esta confusión procede del espiritismo. Los discípulos de Allan Kardec han llegado a considerar los fenómenos que suceden en sus sesiones como manifestaciones de entidades superiores y trascendentes, cuando en realidad pertenecen a un nivel mucho más bajo. Lo psíquico es el soporte inmaterial de la personalidad; al producirse la muerte, con la desaparición del soporte físico, la energía mental queda liberada y sufre el mismo destino que las brasas de una hoguera, que se mantienen al rojo tiempo después de que la llama se haya extinguido, extinguiéndose, a su vez, en un período más o menos breve. Pues bien, en el mejor de los casos, los espiritistas entran en contacto con este tipo de entidades.

En cuanto a los "poderes psíquicos" (clarividencia, precognición, telekinesia, etc.) tampoco son muestras de verdadera espiritualidad sino consecuencia directa del conocimiento de ciertas leyes de la naturaleza y, consiguientemente, de la manipulación y el aprovechamiento de fuerzas sutiles que actúan en ella. Pertenecen más al terreno de la magia que al de la espiritualidad.

Lo espiritual pertenece a un nivel diferente. Los "poderes" obtenidos son consecuencia de sus prácticas, en absoluto el objetivo principal que persigue el sujeto. La verdadera espiritualidad no busca la obtención de poderes, sino la extinción del Ego y la unión con lo Absoluto. La técnica fundamental que utiliza es la práctica de la meditación es decir el logro del vacío mental mediante el no-hacer. A esto se unen visualizaciones y técnicas de evocación e inhibición del Ego (repetición de mantras, contemplación de formas geométricas o yantras, adopción de posturas rituales, mudras).

Toda técnica espiritual se propone hacer vivir al sujeto el aquí y el ahora, lograr que fije y serene su conciencia en el momento presente. El zen es probablemente la doctrina que más lejos ha llegado en esta dirección ritualizando cualquier tipo de actividad cotidiana: existe una forma zen de andar, hacer el amor, trabajar, combatir, tirar con arco, realizar arreglos florales, etc. La serenidad interior y la fijación en actividades cotidianas hace que la mente dispersa y contradictoria se unifique, ahorre energía, se estabilice, gracias a lo cual afloran estratos más profundos del Ser...

La verdadera espiritualidad no busca otra cosa que decir con el Buda: "¿Que es lo que he ganado con años de meditación? No he ganado nada, lo he perdido todo". Puede entenderse así por qué los textos clásicos del misticismo recomiendan estar en guardia, velar, permanecer vigilantes ante las trampas del Ego: desde este punto de vista vale la pena ser conscientes de que un estado alterado de conciencia puede constituir una trampa, algo inducido a través de trucos y tan simple de alcanzar como un buen sueño si se dan todas las circunstancias requeridas; pero eso, con todo lo que puede tener de novedoso y sorprendente para el sujeto sumergido en la conciencia ordinaria, está tan alejado de la espiritualidad como el Caos.

Cuando la verdadera espiritualidad declina, entonces aparece, a modo de caricatura, lo que Spengler llamó "segunda religiosidad" y es entonces cuando se imponen las supersticiones. El ciclo de la falsa espiritualidad, en definitiva, el de la superstición.

Fr.A. Arakilah, recupera las argumentaciones de la “Fama” y la “Confessio” en su exposición. Explica: “La sed de poder da hoy día al ocultismo, un crédito particularmente elevado”. Desde la antigüedad aparecieron personas y sectas que aprendieron a controlar y dominar las leyes de la naturaleza sutil y se dedicaron al cultivo de la magia, no como un medio para alcanzar un fin de conocimiento del mundo sutil –tal como habían hecho los magos renacentistas- sino en beneficio propio. Esta tendencia se ha generalizado en nuestros días y el neo-espiritualismo contemporáneo, los movimientos terapéuticos de sanación, newagers, aspiran solamente a dar “seguridades” al ser humano, esto es, hablan al Ego, generan un “engorde” progresivo del Ego. Afirman que es preciso “crear buen karma” y evitar el “karma negativo” y se sitúan, mucho más en un plano moralista y ético –en el mejor de los casos- que en un plano espiritual y, mucho menos, “rosa cruz”[lviii]. En el fondo, el concepto “karma” está completamente ausente de la doctrina “rosa cruz”. Dentro de los parámetros en los que se mueve esta doctrina, el “karma” no sería más que una muestra del Ego, y un verdadero “rosa cruz” cuando se le formulara la pregunta de “¿qué hacemos con el karma?”, respondería: “karma bueno, karma malo, lo importante es que desaparezca”. O dicho con las palabras del propio Fr.A. Arakilah: “Al pájaro de la jaula no le importa saber si los barrotes de su jaula están hechos de oro o de plomo, sino que todo lo que busca es la libertad (...) el comportamiento ético y moral ayuda ciertamente a la aparición del comportamiento espiritual; pues lo espiritual está por encima de la moralidad. Sin embargo, el gran error de nuestra humanidad es la de considerar que los actos del “viejo hombre”, su humanitarismo, su altruismo, es lo mejor que se puede hacer en materia de espiritualidad. Pero, en verdad, sólo existe espiritualidad verdadera a un nivel estrictamente Divino; de modo que la iniciación nunca será alcanzada si el “viejo hombre” persiste en creer el valor de sus actos, atribuyéndoles una calidad espiritual que en realidad no tienen”[lix].

El proyecto de reforma político-social RC

Creemos que con estas nociones hemos penetrado en el núcleo central del pensamiento de la Rosa Cruz Originaria. Estas nociones, bastante simples por lo demás, nos serán imprescindibles en el capítulo siguiente, a la hora de describir las “prácticas rosa cruces”. Quedaría solamente por hablar de lo que podríamos llamar “proyecto material” de la orden. En efecto, al igual que los templarios propusieron una reforma de Occidente y se mostraron, desde San Bernardo, partidarios del “doble poder” -es decir, de reconocer en el Imperio un poder espiritual y material- cuando intentaron reorganizar la sociedad europea posterior al primer milenio, y luego, cuando los “Fieles de Amor”, se convirtieron en una milicia gibelina, descaradamente partidaria del Imperio y opuesta a las aspiraciones del Papado; cuando los magos renacentistas aspiraban a llevar el orden cósmico que percibían en la danza regular y ordenada de las estrellas a éste mundo; así mismo, los “rosa cruces” que afloraron a principios del siglo XVII tenían también un “proyecto político”.

El movimiento “rosa cruz” de esa época estaba literalmente horrorizado por la Guerra de los Treinta Años y por sus consecuencias. Ya hemos dicho que, al concluir el conflicto, con la Paz de Westfalia, los “verdaderos rosa cruces” abandonaron la escena. El propio Andreae, después de formar parte de los círculos luteranos, rectifica y da marcha atrás, percibe el error en el que han caído: “la aversión rosacruciana hacia la Iglesia Católica, determina uno de los más grandes equívocos y una de las más peligrosas desviaciones, la misma desviación que llevó a los príncipes teutónicos a traicionar la sagrada idea del Imperio en el punto mismo en que se emanciparon luteranamente de Roma”[lx].

El proyecto de reforma “rosa cruz” –que efectivamente existió- incorporaba elementos que estaban ya presentes en los movimientos que les habían precedido. Ciertamente, Andreae y la “rosa cruz” que emergió en el siglo XVII, habían optado por el luteranismo, pero, esta opción no era unánime. Formulaban una crítica al “los blasfemos de Oriente y Occidente”, aludiendo con ellos a islámicos y católicos. No ocultaban su intención de “pulverizar la triple diadema del Papa”, reivindicando para sí mismos una superior autoridad espiritual. Aludían, así mismo, a que su jefe era un “Imperator” y anunciaban que Europa estaba preñada y había de parir un poderoso hijo; además, hablaban de un “Imperator Romano, Señor del Cuarto Imperio”[lxi].

Tanto en la “Fama” como en la “Confessio” y, particularmente, en un texto poco conocido “Allgemeine Reformation der gantzen weiten Welt”, se desprende la idea de que los “rosa cruces” del siglo XVII tenían la sensación de que el fin del mundo se aproximaba y que a ellos les cabía la misión de llevar a cabo un restablecimiento general del Orden. En la “Confessio” pueden leerse estas dos referencias escatológicas: “Ciertamente Dios ha decidido de manera expresa conceder y otorgar una última vez más al mundo, cuyo fin sobrevendrá en breve, una verdad, una luz, una vida y una magnificencia parecidas a la que perdió y despilfarró en el Paraíso Adán, el primer hombre, arrastrando a sus descendientes a la miseria de la repudiación y el exilio” y “Actualmente, el mundo está a punto de alcanzar su estado de reposo antes de caminar con premura hacia un nuevo amanecer una vez acabado su período y su ciclo. Jehová, nuestro Señor, es quien invierte el curso de natura”[lxii]. El proyecto “rosa cruz” tiene mucho que ver con esta sensación escatológica de “última oportunidad” y “fin del mundo”. Las “tribulaciones” apocalípticas solamente podrán evitarse remodelando el “la Tierra” en función del “Reino de los Cielos”.

Cuando Andreae y sus compañeros describen en la “Fama” la sede de la “rosa cruz” y de su Emperador aluden a ella como la “ciudadela solar”, la “montaña en el centro del mundo”, a la vez “lejana y cercana”, el “Palacio del Espíritu en el fin del mundo, en la cumbre de una alta montaña, rodeado de nubes”, las mismas palabras utilizadas en los relatos del Grial para describir Montsalvatsche, el Castillo del Grial. En la “Lettre de F.G. Menapius 15 juilliet 1617”, se completan estas ideas: “Los Rosacruz viven en un castillo construido sobre roca, circuido, en su parte alta, por nubes y en su parte baja, por las aguas y en cuyo centro hay un cetro de oro y una fuente de la que mana Agua de Vida”[lxiii]. Y en otro texto alemán de la época se explicita: “En medio del mundo se yergue un monte lejano y cercano (...) El camino que conduce al mismo puede encontrarse sólo con el propio trabajo”[lxiv].

El tema de la restauración del Rey legítimo es fundamental en esta literatura. Cuando en “Las Bodas Químicas de Christian Resenkreutz” se describen en siete jornadas, los siete grados iniciáticos, en el último son consagrados los “Caballeros de la Piedra de Oro” (eques aurei lapidis). Se describe un viaje hasta la residencia del Rey “perdido”. Y dice Andreae: “Muchos quedan sorprendidos de que haya resucitado, pues están persuadidos de que les correspondía a ellos despertarlo”. Y Evola, comentando este fragmento, dice: “Tenemos aquí una alusión a la idea de que el principio de la realeza, en su esencia metafísica, existe siempre y no se ha de confundir con una mera creación humana ni con la acción de quien puede propiciarse una manifestación de la misma en la historia”[lxv]. Rosenkreutz, junto al rey resucitado, lleva, finalmente, la misma insignea que los templarios y la nave de Parsifal: un estandarte blanco, con una cruz roja. Entonces, los “Caballeros de la Piedra de Oro”, juran fidelidad al rey ¡utilizando la fórmula templaria! “Nada para nosotros, Señor, sino para mayor gloria de su santo nombre”[lxvi].

Lo que podemos llamar el “proyecto de la Rosa Cruz Originaria”, revalidaba el proyecto templario, basado en los siguientes puntos:

1) reconocimiento de la primacía del Imperio sobre el Papado.

2) consideración del Rey o Imperator como detentador del doble poder, espiritual y material.

3) establecimiento del “Cuarto Imperio” (tras el romano, el carolingio y el germánico) como expresión de la idea de Orden.

4) impulso a una sociedad jerarquizada en función de la única jerarquía asumible por ellos: la “jerarquía espiritual”.

Pero la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia impidieron que este proyecto pudiera concretarse. Cuando aparecen los dos manifiestos “rosa cruces” en París, el de Frankfurt, la “Confessio”, la “Fama”, las “Bodas Químicas” y la “Allgemeine Reformation”, la sociedad tiene otras cosas en qué preocuparse. En sobrevivir, por ejemplo. Así pues, los rosacrucianos sacaron de su experimento una respuesta negativa, lo cual los indujo “a partir hacia la India”.

El “Árbol Seco”, de la Leyenda Áurea, seguiría seco; muerto no, pero si seco. No existía, a partir de la Paz de Westfalia, nadie –ni persona, ni organización- dotado de una verdadera fuerza espiritual, capaz de recuperar la antorcha del viejo proyecto templario. La vieja Leyenda Áurea no tuvo una conclusión favorable: el “Árbol Seco” permanecería seco por que ningún “Imperator” llegado de Occidente y conquistando por la espada la Ciudad Santa, cantaría misa bajo sus ramas.


(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com

Notas a pie de página:


[i] “Nosotros mismos nos hemos limitado a recoger la Antorcha de nuestro dulce y bienaventurado Maestro”. “La Gnosis de San Juan”, Fr. A. Arakilah, ejemplar fotocopiado, colección personal, sin más referencias, pág. 9.

[ii] A este respecto existen una serie de obras muy accesibles y recomendables en las que el lector encontrará referencias a los distintos grupos rosacrucianos hoy existentes. Citamos sólo a título de ejemplo: “Escuelas Esotéricas de Occidente”, Mariano Vázquez Alonso, Ediciones 29, Madrid 1994, especialmente el Capítulo II, titulado “Escuelas Tradicionales”, págs. 105-223. Entre otros grupos se habla con detalle del Lectorium Rosicrucianum (pág, 105-118), la Fraternidad Rosacruz (pág. 151-166) y AMORC (págs. 167-178). Otra obra, así mismo, esclarecedora es el texto “Los maestros espirituales contemporáneos”, Patrick Ravignant, Editorial Plaza & Janés, Barcelona 1978. En dicha obra se trata de los personajes más influyentes del ocultismo occidental, algunos de los cuales ya hemos mencionado en el contexto de esta obra sobre el movimiento “rosa cruz”, en tanto que precedentes de lo que hemos llamado “rosacrucianismo contemporáneo”. De este se habla en la parte final: sobre Josephin Peladan y la Rosacruz (págs. 285-288), Max Heindel (pág. 288-291) y Spencer Lewis (págs. 292-294).

[iii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 9.

[iv] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág 11. Alude a la obra de Paul Le Cour, “L’Evangele ésoterique de Saint Jean”, Dervy-Livres, 1980.

[v] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 12.

[vi] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., págs. 14-16.

[vii] “Así que todo lo que emana del lado izquierdo, es una mezcla de bien y de mal”, Zohar I, 18ª. Sobre el simbolismo de la derecha e izquierda, véase también la exégesis zohárica de la separación de las aguas, Zohar I, 17ª.

[viii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 21.

[ix] “La Gnosis de san Juan”, op.cit., pág. 21.

[x] Andreae  en el Capítulo IV de su “Fama” escribe: “¿Será preciso que retrocedan y cesen todo el servilismo y falsedad, toda la mentira y tiniebla que subrepticiamente se han infiltrado en todas las artes, en todas las obras, en todos los imperios humanos, para desarreglar la gran esfera de este mundo y concurrir a su oscurecimiento casi total?”

[xi] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág 22.

[xii] Esta idea de la necesaria destrucción del Ego está presente en corrientes muy diversas, desde el Budismo y su rama Zen, hasta en algunas corrientes del ocultismo contemporáneo, como por ejemplo, en la doctrina del “cuarto camino” de Georges Ivanovich Gurdjieff. Véase a este respecto tres obras fundamentales: “Gurdjieff”, Louis Pauwels, Editorial Edicial, Buenos Aires 1990, “G.I. Gurdjieff y la guerra contra el sueño”, Colin Wilson, Editorial Urano, Barcelona 1984 y “Gurdjieff” Christian Bouchet, Editorial Pardes, Puiseaux, Francia 2001.

[xiii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 24.

[xiv] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 26.

[xv] Epístola de San Pablo a los Gálatas, II: 20.

[xvi] Por eso en el Evangelio de San Juan (I: 15) el Bautista pronuncia una frase críptica: “El que viene detrás de mi, ha sido antepuesto a mí, porque era primero que yo”, imposible de interpretar en otra clave diferente a la “rosa cruz”. Y el propio Jesús dice en el Evangelio de San Juan (I: 26): “en medio de vosotros está el Uno (el “Cristo íntimo”) que no conocéis; el que viene después de mi (el “hombre viejo”)”. [citado en “La Gnosis de san Juan”, op.cit., pág. 69]. La “actitud juanista”, en ese momento es de humildad y renuncia, reconocimiento de sus limitaciones y de su pequeñez: “No soy digno de desatar la correa de su sandalia” (Evangelio de San Juan, I: 27).

[xvii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 28.

[xviii] Evangelio de San Juan, III: 9.

[xix] Evangelio de San Mateo, I: 23.

[xx] El procedimiento khabalístico consiste en sumar las letras del nombre y encontrar su valor numérico, entendiendo naturalmente que se asigna a cada letra hebrea un número. Así pues “Emmanuel” es Ayín (70) + mem (40) + nun (50) + vav (6) + alef (1) + lamed (30), en total 197, mientras que “El Elión” es Alef (1) + lamed (30) + ayín (70) + lamed (30) + iod (10) + vav (6) + nun (50), en total 197.

[xxi] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 31.

[xxii] Evangelio de San Juan, I:5, citado en “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 34.

[xxiii] II Epístola de San Pablo a los Corintios, IV: 6-7.

[xxiv] I Epístola de San Pablo a los Corintios, I, V: 17.

[xxv] Evangelio de San Juan, I: 5 y I: 10.

[xxvi] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 35.

[xxvii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág 41.

[xxviii] A este respecto vale la pena leer el artículo de René Guénon titulado “Las puertas solsticiales”, incluido como capítulo XXXV de su libro “Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, op.cit., págs. 201-205. Así mismo, en la misma obra, Capítulo XXXVII (“El Simbolismo solsticial de Jano”), págs. 211-215 y Capítulo XXXVIII (“Acerca de los dos San Juan”), págs. 215-218, abunda en la misma temática.

[xxix] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 44.

[xxx] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 44.

[xxxi] Véase a este respecto “La Montaña y la Caverna”, “Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada”, Cap. XXXI, págs. 186-189.

[xxxii] Apocalipsis de San Juan, II: 26-28.

[xxxiii] Leb = lamed + beth = 30+2 = 32; 3+2 = 5. “La palabra “corazón” (Leb) encuadra, por otra parte, a los cinco libro de Moisés, puesto que la primera palabra del Génesis (Bereschith), comienza por la letra beth, mientras que la última palabra del Deuteronomio (Israël) finaliza con la letra lamed”. “La Gnosis de san Juan”, op.cit., pág. 45-46.

[xxxiv] Zohar, I:1ª. Lo sorprendente –comenta Fr.A. Arakilah- es que el valor numérico de la palabra “la rosa” (Shoshanah) en hebreo es 666 (ha-shoshanah: he (5) + shin (300) + vav (6) + shin (300) + nun (50) + he (5) = 666. Y se pregunta: ¿Sería por esta razón que en 1598, Heinrich Khunrath, hermano nuestro sub rosa, representó en la quinta figura de su precioso tratado “Amphiteatrum Sapientiae aeterna solius verae Christiano Kabbalisticum” una rosa de Luz llevando en su centro la forma del hombre crucificado?” (op.cit., pág. 46-47).

[xxxv] “La Gnosis de san Juan”, op.cit., pág. 47.

[xxxvi] René Guénon en su artículo “El corazón irradiante y el corazón en llamas”, incluido en la compilación “Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada”, op.cit., Capítulo LXIX, págs. 363-367, apura esta temática.

[xxxvii] René Guénon toca este simbolismo en varias de sus obras, concretamente en “Aperçus sur l’ésotérisme chretien”, Editions Traditionnelles, París 1988, recopilación de textos en la que también pueden leerse algunos artículos que entran en el contexto de este libro, relativos al templarismo (Capítulo III, “Los guardianes de Tierra Santa”, pág. 43-54), a los Fieles de Amor (Capítulo IV, “El lenguaje secreto de Dante y de los fieles de Amor”, págs. 71-80, y Capítulo V, “Nuevas notas sobre el lenguaje secreto de Dante”, págs. 81-88 y Capítulo VI, “Fieles de Amor y Cortes de Amor”, págs. 89-98) y, finalmente, el texto que nos interesa Capítulo X, “El Sagrado Corazón y la leyenda del Santo Grial”, págs. 117-126.

[xxxviii] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág 54-55. Fr.A. Arakilah recuerda que “Jesucristo, arquetipo del Nuevo Hombre resucitado, lleva en su Nombre griego, la expresión perfecta del resurrecionismo: “Jesous”: jota (10) + eta (8) + sigma (200) + omicron (70) + epsilon (40) + sigma (200) = 888. Y puede entenderse que los cabalistas cristianos del Renacimiento identificaran en buena medida a Jesucristo con Hermes Trimegisto, el “tres veces grande”. En otras representaciones, el sol irradiante tiene 16 rayos. En la lámina VIII del “Mutus Liber”, por ejemplo, aparece Mercurio dentro de un Huevo; unas águilas vuelan alrededor de él con ramos de olivo en la boca; sobre ellos, un sol irradiante con dieciséis rayos, alternativamente ondulados e irradiantes. “Mutus Liber”, incluido en la obra “Cuatro Tratados de Alquimia”, presentados y traducidos por Julio Peradejordi, Visión Libros, Barcelona 1979, pág. s/nº. Finalmente, el número 8 tiene relación con las ocho puntas de la cruz templaria.

[xxxix] En “Mutus Liber” muestra en su IV Plancha (“Cuatro Tratados de Alquimia”, op.cit., pág. s/nº), a los dos alquimistas extendiendo unas mantas sobre el campo, acompañados por un Toro y un Carnero (alusión astrológica al inicio de la primavera y a los meses de Aries y Tauro). Del cielo parte un flujo que va a parar a las mantas. Es evidente que se trata del rocío. En la misma escena el “hombre” y la “mujer” estrujan estas mantas sobre un recipiente depositando el rocío de la noche. Algunos alquimistas han entendido que para abordar el trabajo alquímico era preciso disponer de rocío de primavera. André Barbault, en su obra “El Oro de la Milésima Mañana” (Editorial Sirio, Málaga 1986, págs. 228), explica como él mismo realizó este procedimiento con detalle.

[xl] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., págs. 57-58.

[xli] Un eco de esta enseñanza, como veremos en la última parte de nuestro estudio, se encuentra entre las enseñanzas del “Lectorium Rosicrucianum”, fundado por los hermanos Leene en 1924. El más joven de ellos adoptaría el nombre de Jan van Rijckenborgh. Para el “Lectorium” la única forma de despertar el “Cristo Íntimo” para por un abandono completo del Ego, beneficiándose de la “irradiación espiritual de la Escuela”. El afiliado no debe hacer otra cosa más que experimentar de la manera más intensa posible, esta irradiación.

[xlii] Andreae escribe a este respecto en el Capitulo V de la “Fama”: “Sin embargo, pretendemos rotundamente que nuestros arcanos y nuestros misterios no alcanzan nunca al común de los hombres pese a que la Fama, editada en cinco lenguas, sea conocida de todos. Sabemos bien, por una parte, que los espíritus vulgares, necios y estúpidos, la desprecian, o bien no se preocupan lo más mínimo por ella; que no es una solicitud humana la que nos ayuda a apreciar y reconocer la dignidad de los postulantes a nuestra fraternidad, sino la regla de nuestras iluminaciones y revelaciones. En consecuencia, aunque los gritos y el clamor de los indignos sean mil veces repetidos, aunque se ofrezcan y se presenten mil veces a vosotros, Dios ha querido que nuestros oídos no escuchen a ninguno, y, además, su nube nos ha tomado bajo su sombra para que ninguno de nosotros, sus servidores, pueda ser forzado ni obligado. Nadie, a menos que posea los ojos del águila, puede vernos ni reconocernos”.

[xliii] Fr.A, Arakilah cita una frase del Conde de Cagliostro que viene a propósito: “Una Voz que está dentro de vosotros, habiéndose callado desde hace mucho tiempo, responde al llamamiento de la mía” (“Le Maître Inconnu Cagliostro”, Marc Haven, Editions Dorbon Airé, 1912). Y Fr.A. Arakilah añade: “La palabra surge realmente del interior” y más adelante, renunciando a una explicación racional, concluye: “pero sólo aquel que ha vivido estas cosas, puede comprender nuestras palabras”, “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 60.

[xliv] En el Capítulo XIV de la “Fama”, Andreae, escribe a este respecto: “Quien quisiera encontrarnos perdería su vida en pesquisas y averiguaciones antes de lograrlo, antes de acceder y llegar a la felicidad deseada de la fraternidad de la Rosa-Cruz”.

[xlv] Sobre las relaciones entre el fenómeno “rosa cruz” y el catarismo, hay que precisar que ambos fueron dos formas de gnosis, pero de signo completamente diferente. El catarismo era una herejía del cristianismo y, se ha discutido mucho, sobre si más que herejía debería ser considerada como una religión completamente diferente. La Rosa Cruz Originaria, derivada del templarismo, por el contrario, era un movimiento católico que difería de la Iglesia solamente en que mantenía la necesidad de unir al exoterismo de ésta, un esoterismo, esto es, una interpretación interior de los Evangelios. La historia nos dice que los templarios no dudaron en combatir a los cátaros y el máximo inspirador teórico de la Orden del Temple, San Bernardo de Claraval, autor de la “Regla de la Orden” y de la “Loa a la Nueva Milicia”, predicó en Occitania contra los herejes cátaros. Así pues, fuera del hecho común de que ambas doctrinas fueron gnósticas –es decir, doctrinas del “conocimiento”- no tenían nada en común.

[xlvi] Como hemos dicho antes, la enseñanza de Gurdjieff contenía como premisa inicial la necesaria destrucción del Ego. No todos sus discípulos habían asumido lo que este tema representaba. Louis Pauwels en “Gurdjieff”, op.cit., pág. 485 y sigs., explica que René Minet, famoso surrealista que se aproximó con René Daumal al entorno de discípulos de Gurdjieff, no había podido soportar esa exigencia previa de renuncia al ego. Minet recuerda que Gurdjieff les decía: “... comience por penetrarse de la idea de que usted no es nada, no, ni siquiera un grano de arena en el desierto, nada, absolutamente nada” (...) “Usted puede serlo todo. Usted puede ser. Únicamente, cuidado a la derecha, cuidado a la izquierda, atención, más atención, siempre atención, no se identifique con sus sensaciones, usted es como el niño que aprende a caminar, ¡más despacio!, ¡siga a la niñera!”. Minet añade: “La niñera era yo; yo también, ¿cómo no equivocarme?”. En un momento dado, ya no puede soportar la exigencia de la muerte de su personalidad. Puede decirse que Minet se asombró al vacío de la iniciación y atendió a su exigencia de muerte del “hombre viejo” previa a la exteriorización del “hombre renovado”, pero no pudo aguantar, como él mismo reconoce: “tirar por la borda todo aquello que mejor nos caracterizaba. Nuestros gustos, nuestros más tenaces sufrimientos, nuestros apegos más caros, al mar. Francamente, era mucho. Demasiado (...). Yo me atrevía a preguntar: Pero, de todos modos, mis grandes hombres: Rimbaud, Lautrémont, Breton, sí, también Breton, los conservo ¿no es cierto?”, “¿Conservarlos? ¿quiere hacer el favor de mandarlos a paseo? ¡todo es falso relumbrón!”. Por fin rompí. Me rehusaba a que me desvalijaran completamente. Y volví al fango. Se entiende que no oliera bien, pero olor por olor, prefería todavía el mío al del recién nacido. Por lo menos, estaba acostumbrado a él” (extraído de “Dalí, entre Dios y el Diablo”, Ernesto Milà, Editorial PYRE, Barcelona 2002, págs. 50-52). Como puede verse, lo que en principio parece simple –asumir un concepto, “la muerte del ego”- en el momento de llevarlo a la práctica, produce una angustia existencial muy difícil de superar.

[xlvii] Evangelio de San Marcos, I: 6.

[xlviii] “Hízoles Yaveh Dios al hombre y a su mujer túnicas de pieles y los vistió”, Génesis III: 21.

[xlix] Fr. A. Arakilah, recuerda que en el Zohar, Esaú “es la imagen del Mal, el hombre del costado izquierdo del Árbol Sefirótico” (“La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 65). Cuando el Génesis relata el nacimiento de los hermanos rivales, explica: “Salió primero uno rojo, todo él peludo como un manto y se llamó Esaú” (Génesis, XXV:25). Los textos herméticos “rosa cruces”, insisten con mucha frecuencia en este tema del “hombre peludo” u “hombre de los bosques”. Fulcanelli, en “Las Moradas Filosofales” (Plaza & Janés, Barcelona 1969, pág. 253), se explica el significado del “hombre de los bosques” cubierto de pelo, oscuro y envuelto por la floración caótica y desordenada del bosque. Así mismo, en la puerta de San Ivo en la Catedral de Barcelona, puede verse, en el lado izquierdo, a un guerrero peludo combatiendo contra un caballero. Todas estas alusiones simbolizan lo mismo: la naturaleza humana, tosca y brutal, perdida en medio del caos.

[l] Evangelio de San Mateo, XI: 11.

[li] Esta idea clásica en la literatura rosacruciana está presente en el estudio de Fr.A. Arakilah cuando escribe: “el vestido de carne, aunque no puede entrar en el Reino de los Cielos, debe servir de soporte para la realización del cuerpo inmortal” (“La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 64) y cita un texto bíblico en su apoyo: “y desde mi carne, yo veré a Dios” (Libro de Job, XIX: 26).

[lii] Evangelio de San Mateo, XVII: 2.

[liii] Génesis, XXVII: 27.

[liv] “Confessio Fratternitatis”, Capítulo XII.

[lv] “Confessio Fraterninatis”, Capítulo XIV.

[lvi] “Fama Fratternitatis”, Capítulo I.

[lvii] En este terreno es preciso moverse con prudencia. Existen excesivas corrientes dentro del “espiritualismo contemporáneo” y no todas ellas tienen ni la misma calidad, ni la misma intencionalidad. En general, el ocultismo contemporáneo es muy accesible, existen organizaciones y libros en cantidad suficiente como para que todo aquel que pretenda informarse pueda hacerlo. Ahora bien, también es cierto que las posibilidades de realizar valoraciones erróneas aumentan asindóticamente a medida que la excursión por ese territorio se desarrolla. Por nuestra parte, lo único que podemos hacer es recomendar algunos textos orientativos: “Rostro y Máscara del Espiritualismo Contemporáneo”, Julius Evola, Editorial Diana, México DF 1970; “El Teosofismo”, René Guénon, Editorial Obelisco, Barcelona 1988; “El error espirita”, René Guénon, CS Ediciones, Buenos Aires 1994.

[lviii] Resulta significativo el crédito que han llegado a alcanzar los movimientos rosacrucianos dentro de la “New Age”. En la obra “Nueva Era”, subtitulada “La guía de la Era de Acuario”, de Eileen Campbell y J.H. Brennan (Editorial Robin Book, Barcelona 1991), existe un sinnúmero de referencias al rosacrucianismo, a la khábala y a la mística cristiana (pág. 243 y 244, especialmente). Y esto es tanto más significativo, en cuanto que el movimiento de la “New Age”, en el fondo, no es más que el receptáculo de todas las tendencias de lo que podemos llamar “neoespiritualismo contemporáneo”.

[lix] “La Gnosis de San Juan”, op.cit., pág. 70-71.

[lx] “El Misterio  del Grial”, op.cit., pág. 238.

[lxi] “El Misterio del Grial”, op.cit., pág. 234-237.

[lxii] Respectivamente, “Confessio Fraternitatits”, Capítulo VII y Capítulo I.

[lxiii] Citado por J. Evola en “El Misterio del Grial”, op.cit., pág. 235.

[lxiv] Citado por J. Evola en “El Misterio del Grial”, op.cit., pág. 235.

[lxv] Citado por J. Evola en “El Misterio del Grial”, op.cit., pág. 237-237.

[lxvi] Citado por J. Evola en “El Misterio del Grial”, op.cit., pág. 234.

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