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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Dalí, entre Dios y el Diablo - II Surrealistas y freudianos en los senderos de la magia

Infokrisis- El segundo capítulo de esta obra dedicada a Dalí está dedicado a las fuentes intelectuales en las que bebió el pintor en su juventud. Los alumnos de la Residencia de Estudiantes experimentaban una atracción irracional hacia la obra de Freud que ejerció una influencia innegable en el surrealismo. En los años 20 y 30, la vida del pintor se mueve entre estos dos ejes: freudismo y surrealismo. Pero en ese mismo período experimenta una interés irresistible por el ocultismo de la época e incluso tanto él como su esposa, como el ambiente intelectual en el que se mueve, tienen contactos frecuentes con los medios ocultistas parisinos. Una mujer, María de Naglowska, influye en la trayectoria del pintor. En este libro es la primera ocasión en la que se establecen paralelismos y relación entre la pareja Gala-Dalí y María de Naglowska, llamada en la época "la sacerdotisa de Lucifer".

 

II

SURREALISTAS Y FREUDIANOS

EN LOS SENDEROS DE LA MAGIA

"Si las profundidades de nuestro espíritu

ocultan extrañas fuerzas

capaces de crecer en la superficie

o de luchar victoriosamente contra ellas,

es interesante captarlas y

someterlas luego al control de la razón".

André Breton

EL PSICOANÁLISIS Y LO PARANORMAL 

Freud murió sin comprender por qué los surrealistas estaban tan interesados en su obra. Dalí, fue de todos ellos, el único que le impresionó verdaderamente. Como el discípulo de los cuentos esotéricos que desea ser admitido por un maestro de sabiduría, Dalí debió de llamar tres veces a la puerta del Doctor Freud -"mis tres viajes a Viena fueron como tres gotas de agua, faltas de reflejo que las hicieran brillar", había escrito- antes de ser recibido por éste en 1938. Deseaba verlo desde que en 1924 leyera "La interpretación de los sueños" ("uno de los descubrimientos capitales de mi vida" explicó) en la Residencia de Estudiantes; creyó encontrar en esta obra la explicación a sus paranoias. Por entonces, era todavía un ilustre desconocido, sin medios para atravesar media Europa y llegar a la antesala del venerable anciano. Cuando pudo alcanzar la ciudad de los valses, Freud estaba aquejado de un cáncer de mandíbula y no pudo recibirlo. La enfermedad de Freud no dejaba de agravarse desde 1922, así que, en dos ocasiones más, Dalí tuvo que contentarse -y no era poco para él- con contemplar los cuadros de Vermeer de Delft incluidos en la colección Czernin. Finalmente en 1938, poco después de que Freud huyera de la ocupación alemana de Austria y se expatriara en Londres, ambos se conocieron a instancias de Stefan Zweig.

Freud se convirtió en una obsesión, aparecía en sus sueños, e incluso le acompañó imaginariamente en su recorrido por Europa; en Francia, durante una comida, vio su rostro en el caparazón de los caracoles que tenía en el plato y así advirtió que "el inventor del psicoanálisis ya no tenía secretos morfológicos para mí. Su cráneo era un caracol"... Y en "Vida Secreta" insiste en la misma obsesión: "Mientras cruzaba el patio del anciano profesor vi una bicicleta apoyada en la pared y sobre la silla, atada con un cordel, había una roja bolsa de goma, de las utilizadas para el agua caliente, que parecía llena, y sobre la bolsa ¡se paseaba un caracol! La presencia de éste parecía extraña e inexplicable en el patio de la casa de Freud". En 1938, después de la entrevista pintó cuatro retratos del psiquiatra, tres con tinta china y el cuarto al guache. Uno de ellos, el que hoy se encuentra expuesto en la "Edward James Foundation" de Gran Bretaña, está inspirado precisamente en esa morfología de caracol[1]. Estos retratos aparecen en el período surrealista más duro de Salvador Dalí, cuando, a despecho de la disputa con André Bretón, jefe de filas de la vanguardia artística, afirma "El surrealismo soy yo"...

La entrevista distó mucho de ser un encuentro entre genios. El psiquiatra vienés, desde su encuentro con Breton y Eluard en 1923, tenía prevenciones contra los surrealistas. Dalí estaba avalado por el escritor Stephan Zweig y fue acompañado por éste y por el poeta Edward James (inmortalizado en una serie de fotos de Man Ray que luego interpretó René Magritte de manera espectacular), mecenas de Dalí que, dotado de una personalidad muy compleja, deseaba ser psicoanalizado por Freud. El diálogo fue imposible: Dalí acudió con la obsesión de conocer la opinión de Freud sobre un artículo suyo dedicado a la paranoia, pero Freud, esa tarde, no tenía muchas ganas de leer y por tres veces rechazó la lectura del texto. Durante largos e interminables minutos ambos se miraron a los ojos fijamente ("nos devorábamos mutuamente con la vista", escribió luego el pintor). A pesar de la insistencia de Dalí, no hubo forma de que Freud abordara las cuartillas. Años después, el pintor reconoció que no había estado particularmente inspirado aquella tarde; se mostró petulante y falsamente intelectual; con todo, Freud rectificó en parte su opinión sobre el surrealismo; al día siguiente de la entrevista, escribió a Stephan Zweig: "Tengo que darle mis más efusivas gracias por la presentación del visitante de ayer. Hasta ahora estaba inclinado a considerar a los surrealistas (...) necios ciento por ciento (...). Este joven español, con sus ingenuos ojos fanáticos y su perfecta maestría técnica, me ha hecho cambiar de concepto. Sería muy interesante explicar analíticamente el desarrollo de un cuadro como ése". Se refería a "Las metamorfosis de Narciso". De aquella conversación, retuvo sobre todo una frase de Freud: "En las pinturas clásicas busco lo subconsciente; en una pintura surrealista, lo consciente". Las teorías de Freud se adaptaban sorprendentemente bien a la compleja ecuación personal de Dalí... lo cual no implicaba, necesariamente, que fueran ciertas.

La vida sexual de Dalí, desde su adolescencia, estuvo repleta de obsesiones paranoicas; en la medida que el freudismo intentaba explicar en qué forma la sexualidad era una infraestructura que afectaba en todos los órdenes de lo cotidiano, el pintor se interesó por él como instrumento de reflexión sobre sí mismo; el freudismo le proporcionaba respuestas a los porques de su carácter, respuestas que, ante la ausencia de cualquier otra, aceptaba como buenas. En los años 70, Dalí verdaderamente necesitó tratamiento psiquiátrico para superar sus crisis anímicas y depresiones internas.

La lectura de Freud -a quien Dalí colocaba a la misma altura de Paracelso[2], Lulio o Della Porta, como "alquimista de la mente"- impulsó al pintor a analizarse a sí mismo de manera implacable y, a nuestro juicio, errónea. Puede decirse que el freudismo tendió a complicar su, ya de por sí, complicada ecuación personal y le indujo a seguir caminos erróneos en el conocimiento de sí mismo. La situación familiar de Dalí era susceptible de explicarse en clave freudiana: menos de una semana después de la muerte de su hermano, con el recuerdo del óbito reciente, sus padres lo habían engendrado; el hecho de que su hermano mayor muerto se llamara igualmente Salvador; las proyecciones edípicas arraigadas antes de la muerte prematura de su madre y el hecho de que su padre esposara a la hermana de la fallecida, su cuñada, que pasó a ser madrastra, pero nunca aceptada como tal, sino llamada por Dalí y por su hermana Ana María, "la tieta"; su expulsión de la familia por parte del padre tras conocer que el pintor había faltado al respeto a su madre muerta, la "proyección de la imagen del padre" en objetos, insectos e incluso en su hermana; su sexualidad completamente anómala y pusilánime, con la convicción, arraigada desde niño, de que el acto sexual -tanto hétero como homosexual- era una práctica que exigía un esfuerzo superior a su capacidad, su terror desmesurado a contraer una enfermedad venérea y el conflicto entre su deseo de gozar y su miedo a la muerte -problemática Eros-Thanatos- que le fue avivado por García Lorca, verdaderamente obsesionado con la idea de morir... todo esto era excepcionalmente fácil interpretarlo en clave freudiana. Para colmo, el énfasis colocado por Freud en el estudio de la niñez, período en el cual juzgaba que se encontraban inscritas las impresiones que luego condicionarían la vida del sujeto, le llevó a Dalí a pormenorizar sus recuerdos infantiles y atribuirles una importancia desmesurada que reaparecería, casi constantemente, a lo largo de toda su vida: la visión del asno muerto que los campesinos de Cadaqués colocaban en los campos dejándolo pudrir para así abonar la tierra, o del hidrocéfalo que veía en Figueras, el impulso a besar los dientes de un asno podrido, los alaridos de los animales sacrificados en el matadero ante su casa, la ocultación de su sexo entre las piernas ante un espejo a los seis años, y un largo, muy largo etcétera que Dalí describe detalladamente en sus cuadros, libros teóricos, poemas, diarios y novelas, demuestra hasta qué punto su reflexión sobre sí mismo había sido minuciosa y de qué manera había interpretado sus recuerdos en clave freudiana. En su relato autobiográfico "Confesiones Inconfesables", escrito a una edad ya madura, reconoce la utilidad de su constante mirada atrás: "Fue durante mi infancia cuando se forjaron todos los arquetipos de mi personalidad, mi obra y mis ideas. El inventario de este material psicológico es, por tanto, imprescindible". Si hemos de creer al pintor, la rememoración de los acontecimientos más importantes de su infancia, se remonta hasta el período intrauterino del que recuerda "la viscosidad de esperma y clara de huevo fosforescente"[3]. Incluso en muchas ocasiones fue fotografiado en posición fetal, incluso en tomas no preparadas; cuando lo eran, Dalí quería dramatizar su regresión al estado primario de la creación, idea también extraída del arsenal freudiano.

Freud nunca desaparecerá totalmente del universo daliniano. Algunas de sus últimas pinturas realizadas en 1983 representan violines en los que destaca la abertura de la caja, una S, inicial de Salvador, igualmente, signo matemático de integración, pero también, reminiscencia freudiana. Dalí en sus memorias cuenta que conoció en Figueras a un niño que tenía un violín, esperó pacientemente el momento de destrozárselo de un puntapié. El niño lo persiguió hasta alcanzarlo; Dalí optó por arrodillarse, pedirle perdón y ofrecerle 25 pesetas para compensarlo; pero el niño lo golpeó hasta que los fueron oídos por un maestro. Dalí explicó que había destrozado el violín para demostrar la superioridad de la pintura sobre la música. El profesor no le castigó y el pintor, a partir de este episodio dedujo lo beneficioso de dar una explicación ingeniosa por grotesca que pudiera parecer.

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