El Cabaret del Gato Negro: el lugar donde todo era posible.
Infokrisis.- En un lugar próximo a Place Clichy, al pie de la colina de Montmartre, existió el Cabaret del Gato Negro, en francés, el Chat Noir. Si hubo un símbolo de la belle epoque, este símbolo es ese extraño cabaret que a algunos nos ha fascinado desde siempre y cuyo emplazamiento hemos visitado intuyendo el rastro del que fue centro cultural de su tiempo. Esta es su historia.
El origen del Cabaret
Rodolpe Salís era un modesto limonero de provincias que en 1872 había llegado a París con muchas ilusiones y sin apenas peculio. Pero era un tipo espabilado de esos que solamente la pobreza de las provincias es capaz de dotar de un innato sentido de la supervivencia. Se ganó la vida fabricando imágenes sagradas que eran consumidas por los católicos franceses en un momento en el que su polémica con la República se iba recrudeciendo. Se interesaba también por la cultura de su tiempo y había podido conocer a algunas de las mejores inteligencias de la época.
Un buen día tuvo una idea para huir de la mediocridad: crear un espacio en el que la bebida y la cultura se encontraran. Imaginaba a los sacerdotes de la cultura laica bebiendo y departiendo con Balzac o Víctor Hugo; pensaba en veladas intensas surgida de una imaginación estimulada por la absenta y el láudano.
El nombre del local procedía de un gato negro perdido que Salis encontró mientras trabajaba en acondicionar el lugar. O, al menos, eso difundió.
Los inicios fueron descorazonadores. El proyecto era brillante y único en su tiempo, pero el local que se abrió en noviembre de 1881 distaba mucho de satisfacer las expectativas de su fundador. El vino servido era infame y la decoración interior del local dejaba mucho que desear. Todavía no estaba emplazado en el lugar en el que luego alcanzó la fama, sino en el bulevar Rochechouart, en un pequeño local sin apenas decoración. El único distintivo era un portero suizo que invitaba a entrar a los artistas y poetas, cerrando las puertas a curas y militares. Poco a poco, a medida que los ingresos se multiplicaban, Salis fue mejorando la decoración del lugar, evocando la Francia del siglo XVI y, voluntariamente la época de Rabelais.
La secta de los “hidrópatas”
Uno de los primeros grupos que trasladaron su tertulia al local fue la secta de los “hidrópatas” de Émile Goudeau. La llegada de los hidrópatas animó el lugar y estimularon a la bohemia parisina a acudir allí.
La secta había sido fundada oficialmente el 11 de octubre de 1878 y prefiguró lo esencial del movimiento simbolista. En realidad se trataba de uno de los muchos clubs fundados tras la guerra franco-prusiana de 1870. El de los hidrópatas –literalmente “el agua enferma”- figuró, sin duda, entre los más importantes. El nombre había surgido de una valse llamada Hydropathen de Joseph Gungl. Seguramente Goudeau había querido realzar un juego de palabras con su propio apellido: “Goudeau” = “Goût d’eau”, esto es, “gusto a agua”. Todos eran, sin duda, bebedores empedernidos. La fecha oficial de su fundación fue el 11 de octubre de 1878.
El elemento de unión de los artistas e intelectuales miembros del club era debatir sobre sus especialidades y profesar un rechazo absoluto al agua como bebida en beneficio del alcohol. Fue uno éxito. En su primera reunión se agruparon 75 miembros que llegaron hasta 350. Se admitía solamente a miembros de la bohemia artística, fuera cual fuese su especialidad.
Inicialmente, el club se reunió en un pequeño café de la rive gauche del Barrio Latino y luego, a partir de la apertura del Chat Noir en 1881, en una de sus salas. Eran frecuentes las bromas pesadas y los pequeños disturbios tanto dentro como fuera del local. Si bien algunos miembros moderados se retiraron a causa de las gamberradas, estas prácticas atrajeron a otros muchos más hasta el punto de que en 1879, Goudeau lanzó una revista quincenal, L’Hidropathe, que recogía las intervenciones, escritos y poemas más brillantes que habían producido los miembros del club. Apenas tuvo un año de vida.
Entre los miembros más brillantes del club figuraron Sarah Bernhardt, Léon Bloy, Charles Cros, Alphonse Allais, Thédore de Banville, Guy de Maupassant, Jean Moreas, Germain Nouveau o Maurice Rollinat.
El local de Salis, nunca fue el lugar más adecuado para los honestos pequeño-burgueses parisinos. Esto no impidió que las más grandes inteligencia de la Belle Epoque y personalidades relevantes de otros países acudieran en busca de conocer a la élite intelectual parisina. El futuro rey Eduardo VII estuvo allí, sufriendo alguna que otra burla de la enloquecida bohemia que lo frecuentaba.
Hacia el emplazamiento definitivo
Como hemos dicho, la primera sede del cabaret estuvo en el pequeño local del 84 bulevard Rochecouart. Poco después de trasladarse, en ese mismo emplazamiento abrió otro cabaret que gozaría de fama en la misma época, el Mirlitón, propiedad de Aristide Bruant. El Chat Noir pasó en junio de 1885 al número 12 de la rue Victor Massé en donde estuvo algo más de once años, hasta 1896.
En aquel local bebieron absenta hasta el delirio, Aristide Bruant, Zola, Jean Groudezki, Albert Samain y tros muchos. La revista de los hidrópatas se vendía casi tanto como el alcohol. Salis decidió instalar el primer piano que se vio en un cabaret. Maupassant, Gillette, Lautrec, Bonnard, Steinlen, Lautrec, figuraron entre los primeros clientes. Erik Satié, cuando aún no estaba consagrado como artista, pero ya pertenecía a la Orden de la Rosa Cruz Católica de Josephin Peladan, fue pianista auxiliar, sustituto de Albet Trinchant. Claude Debussy, otro personaje del que se ha dicho –sin mucho fundamento, bien es cierto- que fue “gran maestre” del Priorato de Sión, tocó en varias ocasiones el piano, acompañando el “teatro de las sombras”.
Los negocios iban bien, así que Salis adquirió un local de tres pisos en la rue Laval (hoy rue Victor-Massé). El inmueble, mucho más amplio que el pequeño local de Rochechouart, fue decorado por Henri Rivière y Caran d’Ache. Ambos crearían luego el famoso “teatro de sombras”.
Nuevamente, éxito volvió a acompañar a la empresa y el local se volvió a quedar pequeño. Fue entonces cuando llegó a su enplazamiento definitivo en el número 68 del bulevard Clichy.
Salis, a imitación de los hidrópatas, creó una revista semanal para promocionar el local que apareció entre 1882 y 1895. Si alguien quiere entender lo que fue la Belle Epoque debe necesariamente consultar la colección completa.
Un extraño lugar permeable al esoterismo
El éxito del local hizo que aparecieran sucedáneos de los que el más importante fue, sin duda, La Abadía del Thelema, nombre de un lugar descrito por Rabelais y recuperado luego por el mago y satanista inglés Aleister Crowley, en plena Plaza de Pigale.
Lo cierto es que, desde el origen, hubo mucha ambigüedad en la inspiración del Chat Noir. La misma alusión al nombre del cabaret ha suscitado todo tipo de comentarios, pues no en vano el gato es un símbolo esotérico del que se dice que puede ver las almas de los muertos. Y mucho más si es negro.
El misterioso alquimista que firmó sus libros con el seudónimo de Fulcanelli menciona en uno de ellos –Las Moradas Filosofales- al cabaret y a los hidrópatas. Según Fulcanelli, el cabaret habría sido un importante centro de encuentros esotéricos y Salis, su inspirador era algo más que un inofensivo artesano con ganas de triunfar. Decía Fulcanelli en el capítulo de su libro dedicado a Louis d’Estisac y a la X que forman los bigotes del gato:
“A propósito del gato, mucho de nosotros recordamos el famoso Chat Noir que estuvo tan en boga bajo la tutela de Rodolphe Salis, pero ¿cuántos saben que centro esotérico y político se camuflaba en su interior y qué masonería internacional se ocultaba bajo el símbolo del cabaret artístico?”.
Puede creerse a Fulcanelli que, fuera quien fuese –seguramente el pintor Jean Julián de Champagne- conocía a la perfección los ambientes esotéricos de París. Fulcanelli seguía al criptógrafo Grasset d’Orcet en su teoría sobre la “lengua de los pájaros”, especie de lenguaje simbólico cifrado que habrían utilizado los distintos poetas a partir de la Edad Media, empezando por… Rabelais que tanto interesaba a Salis y a su competidor de La Abadía del Thelema. Por otra parte, es rigurosamente cierto que algunos de los más conspicuos simbolistas, precisamente a causa de su orientación estética, sentían una particular atracción por los símbolos en los que insistía la tradición hermética y el ocultismo europeo del siglo XIX.
Grasset d’Orcet sostenía que algunas revistas satíricas de su tiempo, incluido Le Chat Noir, encubrían una poderosa logia secreta, místico-política, de la que Louis Legrand (Franc-Nohaim) y Caran d’Ache (Emmanuel Poiré) eran sus máximos inspiradores. Nada, por supuesto, ha podido demostrarse, ni la crítica ortodoxa admite estas concomitancias. Lo único rigurosamente cierto es que una parte muy importante de los clientes del cabaret pertenecían a sociedades secretas o estaban interesados en aspectos heréticos y herméticos de la cultura occidental.
En aquellos mismos años, no solamente la Sociedad Teosófica había irrumpido en París sino que incluso otros grupos muchos más serios, vivían su época dorada. Papus y su Escuela Hermética daban cursos de ocultismo y formaron generaciones de esoteristas cuya influencia alcanzó incluso la primera mitad del siglo XX.
Montmartre era calificado en el siglo XIX como Nueva Atenas. Tras la derrota de la Comuna de París en 1870, se produjo un empobrecimiento cultural extraordinario en la vida parisina que solamentese estuvo en condiciones de superar diez años después. En ese tiempo, floreció la cultura laica, neoespiritualista, librepensadora, esotérica, ocultista, hermética y libertaria en un nuevo caldo de cultivo del que el Chat Noir fue solamente un reflejo, sin duda el enclave más importante.
De hecho, algunos de los cuadros de Steinlen e incluso de Toulouse-Lautrec, evidencian una extraña proliferación de símbolos esotéricos, en especial del hipocampo que aparece en la afiche del Chat Noir y es tomado por Fulcanelli como su signatura personal. Por su parte, el escritor Maurice Leblanc y su personaje Arsenio Lupin, vive una serie de aventuras de connotaciones esotéricas, de las que La Condesa de Cagliostro es sin duda, la más inquietante, incluyendo referencias a la Gioconda de Leonardo y a los Pastores de la Arcadia de Poussin. Otros como Raymond Roussel irán por la misma senda y sus producciones figurarán tanto entre los inspiradores del surrealismo como entre los escritos que impulsarán a Fulcanelli a escribir sus obras.
El teatro de las sombras
Sin duda, además de su clientela bohemia, el Teatro de las Sombras fue el elemento que más atractivo tuvo para la clientela del local. Consistía en generar efectos de luces de colores proyectadas sobre una pantalla sobre siluetas recortadas en cartón y en láminas de zinc. La primera vez que se exhibió el espectáculo fue en 1894. En aquella misma época, Fulcanelli definía a la alquimia como “una permutación de formas mediante la luz, el fuego o el Espíritu”.
Las composiciones eran verdaderas piezas teatrales, acompañadas del piano. Fueron elaboradas por cuatro autores, Raymond Roussel, Alfred Jarry, Maurice Leblanc, Gaston Leroux. Se ha dicho que los cuatro elaboraban sus piezas dirigidos por un “maestro de logia” desconocido y se ha insinuado que podía ser Fulcanelli o alguno de los que operaron con este seudónimo colectivo.
El origen de esta forma de expresión artística había sido el juego que Henri Rivière había realizado en 1885, junto con George Auriol y Henri Somm. Los tres intentaron trasladar al Chat Noir los teatros de marionetas infantiles, sólo que con argumentos y temas para adultos. A Rivière se le ocurrió utilizar una pequeña servilleta blanca en el escenario del pequeño teatrito. Somm, por su parte, tuvo la idea de realizar recortes representando siluetas de personajes conocidos que colocados detrás de la servilleta, proyectaban sobre ella su sombra. Habitualmente, los temas de las representaciones eran pequeñas cancioncillas (que otros cantaban o acompañaban piano), pero pronto pasaron a ser obras propiamente simbolistas.
Dos años después, Rivière, dio un paso más y sustituyó este teatro informal por lo que sería internacionalmente conocido como el “teatro de las sombras”. La pantalla pasó a ser un lienzo de 1,12 x 1,40, situada en un bastidor metálico en el exterior del edificio. Caran d’Ache, por su parte, recortó siluetas en cinc asegurándoles una mayor perennidad. Rivière, por su parte, pintor, litógrafo, músico y fotógrafo, podía verlas desde su taller en el 29 del bulevard Clichy.
A lo largo de 11 años que duraron estas representaciones se produjeron en torno a 40 piezas teatrales que constituyeron la mejor publicidad del local.
El éxito del Chat Noir fue extraordinario, no solamente en Francia, donde inmediatamente tuvo competencia, como hemos visto, sino también en España. En Barcelona, concretamente, un grupo de artistas modernistas, conocedores del cabaret francés, decidieron transplantarlo a la ciudad condal. No fue uno, sino cuatro los gatos que inspiraron el local. En efecto, en la calle Montesión (nombre, por lo demás evocador), próximo a la Catedral de Barcelona, se abrió en el año 1897 el cabaret Els Quatre Gats. El nombre se debía a Santiago Rusiñol quien había dicho que el local lo frecuentarían “cuatro gatos”. Como se sabe, Rusiñol era un adicto a las bromas (aparte de a la morfina, por cierto, en un período de su vida), así que habitualmente se toma este comentario por una de sus múltiples ocurrencias. La sonrisa irónica se hiela cuando se sabe que Santiago Rusiñol, pintor radicado durante muchos años en París formó parte y fue iniciado regularmente en la Orden de la Rosa Cruz Católica dirigida por Josephin Peladan y de la que formaban parte muchos de los intelectuales y artistas habituales del Chat Noir, diestros en el noble arte del esoterismo.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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