DE EL EJIDO A ALCORCÓN (I de V). Febrero de 2000: El Ejido. Donde empezó todo
Infokrisis.- La comunidad marroquí en España, era la más numerosa entre las comunidades de inmigrantes desde 1992 y se ha multiplicado por cinco desde entonces, acercándose en 2007 a las 725-750.000 personas. El padrón municipal de 2003, incluía a 370.000 marroquíes en situación irregular, que pasaron a ser inmigrantes legales con la regularización masiva de febrero-mayo de 2005. En ese momento los marroquíes se disputaban con los ecuatorianos el honor de ser la comunidad extranjera más numerosa en España. El número trajo la complicación. A partir de 1998 empezaron a aparecer tensiones en distintos puntos de España entre inmigrantes marroquíes y ciudadanos españoles. El primer estallido importante se produjo en El Ejido y prefiguró lo que luego sucedería en Lepe y en tantos otros sitios hasta llegar a la explosión de Alcorcón a principios de 2007.
En los años noventa, se sabía muy poco de Lepe, más allá de los chistes de que era objeto. A finales de esa década, Lepe acogía a más de 6.000 temporeros para la recogida de la fresa, de los que apenas 800 eran inmigrantes magrebíes. En ese momento, la inmigración no era un fenómeno masivo, pero despuntaba ya como problema. Con cierta frecuencia, a partir de 1998 habían proliferado incidentes en las discotecas de Lepe en los que, inevitablemente, adolescentes locales terminaban a palos con chavales marroquíes. Nadie daba importancia a estos episodios, consideradas como reyertas habituales y no parecía que revistieran excesiva gravedad; la propia Guardia Civil las tomaba como relativamente normales entre adolescentes recalentados por el alcohol, la música sincopada y la iluminación trepidante. Pero en esta ocasión los sucesos iban a revestir mayor gravedad.
En la calurosa noche del sábado 8 de junio de 2000, parecía que había estallado una simple pelea de discoteca entre leperos e inmigrantes magrebíes. Pero era algo más. Al concluir la reyerta se habían producido 16 heridos y dos jóvenes habían sido detenidos. Uno de los heridos perdió la visión del ojo derecho. Todo había comenzado ese sábado cuando se desató una pelea entre varios magrebíes y jóvenes de Lepe, en su mayoría menores de edad. Un lepero adolescente recibió un vaso de cristal en el rostro. Poco después, en venganza por lo que los leperos consideraban una agresión, un grupo de jóvenes, armados con cadenas y a bordo de motocicletas, se constituyeron en patrullas callejeras para perseguir a los inmigrantes que encontraban a su paso. Balance: 15 marroquíes heridos. Como suele ocurrir en este tipo de incidentes, pagaban justos por pecadores. Entre los agredidos se encontraba un magrebí de 60 años.
Tras estos enfrentamientos, unos 200 magrebíes, que se encontraban en la localidad para trabajar como temporeros en la campaña fresera, se concentraron ayer a las puertas del Ayuntamiento de Lepe para pedir protección. El marroquí autor de la primera agresión resultó detenido y la Subdelegación del Gobierno estableció un dispositivo de seguridad compuesto por efectivos de la Guardia Civil y de la Policía Local para evitar que se produzcan nuevos enfrentamientos. La sombra de El Ejido planeaba en la ciudad de Lepe. Vale la pena recordar la película de los incidentes que ocurrieron en esa ciudad por que, seguramente, no es exactamente como nos lo han contado.
El mundo conoció el nombre El Ejido a mediados de febrero de 2000. Hasta ese momento, nadie dudaba de que en España no existían huellas de racismo y que, a pesar de que los inmigrantes parecían llegar en número cada vez mayor, no parecía que fuera a haber problemas. Y sin embargo, desde 1997 se estaba fraguando una situación que desembocaría en el formidable estallido de El Ejido.
Un informe bancario datado en 2000 revelaba que El Ejido tenía la tasa de paro más baja de España, pese a contar con una densidad de población que estaba entre las más altas. En El Ejido había casi tantos coches como habitantes adultos, y más sucursales bancarias, en términos proporcionales, que en ningún otro municipio español. Se atribuía este progreso a la inmigración… pero no todos estaban de acuerdo. Algunos pensaban que la inmigración había acarreado algunos «daños colaterales» a la ciudad.
Se nos ha dicho que el 7 de febrero de 2000, cientos de vecinos se lanzaron a la «caza del moro»; varias carreteras estuvieron cortadas durante horas con barricadas; armados con palos y barras de hierro, sembraron el pánico durante horas, destrozaron comercios, bares, coches e incluso locutorios telefónicos frecuentados por magrebíes y para rematar la faena el subdelegado del Gobierno en Almería y varios informadores fueron agredidos tras el entierro de la joven asesinada por un magrebí el día anterior. Se nos ha recordado por activa y por pasiva que, al llegar la noche, la mezquita debió ser protegida por un cordón policial ante la amenaza de un millar de manifestantes airados por el asesinato de tres vecinos en los diez días anteriores. Entrada la noche, algunas chabolas terminaron ardiendo. Paralelamente, en la calle de Almería, miles de personas destrozaban los comercios regentados por inmigrantes. Los locales de una asociación que tramitaba permisos de residencia para inmigrantes fueron, así mismo, saqueados. El barril de pólvora había estallado. Al hablar de inmigración en España, hay un antes y un después de los incidentes de El Ejido. Lo que nadie nos ha explicado es por qué ocurrió todo eso. Vale la pena recordar porqué los ciudadanos de El Ejido protagonizaron esta formidable estallido de cólera popular.
¿Cómo se inició el conflicto? Para entenderlo hay que remontarse al año anterior a los incidentes. La inseguridad ciudadana había aumentado extraordinariamente en El Ejido. Aumentaron desproporcionadamente los robos y, probablemente, esto no hubiera dejado de ser una molestia asumible para los vecinos de El Ejido, sino fuera por que a finales de enero de 2000, dos agricultores, José Luis Funes de 41 años y Tomás Bonilla de 53, en el paraje conocido como Llano de Celada, fueron asesinados por un individuo de “aspecto magrebí”. El 23 de enero de 2000 resultó detenido el asesino. Se trataba de Abdelkader B., de 25 años y nacionalidad palestina; en la población no se distinguía con precisión a un palestino de un magrebí, ambos tenían un aspecto físico similar, hablaban la misma lengua y oraban al mismo dios.
Al parecer, Funes había visto al palestino arrojando piedras contra su perro y al recriminarle por esta actitud le golpeó con un bloque de hormigón en la cabeza, delante de su mujer e hijos, quedando gravemente herido. En ese momento, acertó a pasar por allí Tomás Bonilla quien detuvo su camión para auxiliar a Funes. A poco de bajar de la cabina, el palestino lo atacó por la espalda y de degolló. El asesino todavía tuvo tiempo de decir a los dos hijos de Funes: «Os perdono la vida porque sois muy pequeños». Y huyó, siendo detenido por la Guardia Civil poco después. Lo sorprendente y que pasó desapercibido en el fragor de los incidentes que se desatarían unos días después, fue que Abdelkader B., estaba provisto de una tarjeta de «refugiado político»... Ya en ese momento, cuando corrió la noticia por el pueblo y acudieron muchos vecinos a presentar sus condolencias a los familiares de las dos víctimas, los ánimos estaban muy encrespados y se produjeron los primeros gritos contra la llegada masiva de inmigrantes a la comarca.
Catorce días después, cuando la población de El Ejido todavía no se había repuesto de estos asesinatos, Encarnación López, resultó asesinada a las 11.00 horas en el mercadillo de la misma barriada de El Ejido en la que murieron los agricultores. La víctima se aferró a su bolso cuando un asaltante quiso robarla, pero éste cogió por el pelo a la chica, la tiró al suelo y le asestó una puñalada en el abdomen que acabó con su vida en pocos minutos. Agentes de la Policía Local detuvieron al asesino, poco después; se trataba de un súbdito marroquí. Los intentos del personal de una UVI móvil del 061 por reanimar a Encarnación fueron infructuosos. La tensión contenida estalló de forma violenta durante las horas siguientes al asesinato. Numerosas personas, entre ellas una hermana y un cuñado de la víctima, empezaron a concentrarse en torno al lugar de los hechos. En poco rato se reunieron espontáneamente un millar de personas; dos furgones de antidisturbios formaron un cordón en torno al lugar donde había sucedido el crimen y protegieron a un grupo de marroquíes que fueron apedreados por la multitud. «¿A qué habéis venido, a proteger a los moros?», gritaban mientras empujaban a los periodistas y fotógrafos. Menudearon los gritos de: «¡Moros fuera!». A las 14:00 ya se habían concentrado 5.000 personas se concentraron en la calle Santa María del Águila. Habían comenzado los «incidentes de El Ejido».
Las protestas se extendieron por la noche a la localidad vecina de La Mojonera. Los manifestantes cortaron la Autovía del Mediterráneo y la antigua Nacional 340, quemaron neumáticos sobre la calzada en los accesos a El Ejido y prendieron fuego a tres coches. A esa hora toda la comarca estaba en situación de insurrección técnica: desde Roquetas a La Mojonera, y desde Vícar a El Ejido. Todos coincidían en exigir la expulsión de la población magrebí.
Al día siguiente una muchedumbre acudió al funeral de Encarnación en la iglesia de Santa María del Águila. Al acabar la ceremonia, miles de personas tomaron las calles y se dispersaron por el municipio para perseguir a los inmigrantes magrebíes y argelinos. Durante el funeral, el sacerdote oficiante intentó calmar los ánimos, pero llovía sobre mojado: tres muertos en casi diez días son demasiados muertos para una población excesivamente castigada por la delincuencia magrebí. Cuando el ataúd de la joven iba a ser introducido en el furgón fúnebre, en medio de un clima emotivo y emocional de excepcional tensión, uno de los presentes recriminó al subdelegado del Gobierno en Almería, Fernando Hermoso: «Tú eres el que da los permisos a los moros», le gritó y, acto seguido, le dio un puñetazo en la cara que le partió la nariz. El subdelegado cayó desplomado y estuvo a punto de ser linchado, afortunadamente consiguió huir refugiándose en una casa de la que salió por la puerta trasera con destino al hospital.
Hoy suele recodarse los incidentes de El Ejido como una explosión exclusivamente xenófoba, pero fue mucho más. No en vano, el motín se había extendido por toda la ciudad, y los destrozos no solamente fueron protagonizados por los ciudadanos de El Ejido. Los inmigrantes reaccionaron agrupándose en número de 400, armados con palos y piedras, declarándose en huelga y dirigiéndosela ayuntamiento al grito de «Enciso, la huelga es un aviso»… se referían a Juan Enciso, alcalde de El Ejido y miembro del Partido Popular. Los magrebíes lanzaron piedras contra la policía que intentaba dispersarlos, mientras que los manifestantes almerienses se adueñaban de Santa María del Águila, uno de las zonas de la ciudad.
En rigor, no podía hablarse de racismo. Era algo mucho más profundo surgido del sustrato abisal del ser humano. El Ejido experimentaba la sensación de lo irracional. El miedo causado por tres asesinatos cometidos «por los moros», había desatado una oleada de indignación que… jamás se hubiera producido de no mediar los tres crímenes. Desde nuestro punto de vista, acusar de racismo y xenofobia a los habitantes de El Ejido es manifiestamente injusto. Saltaron a la calle en protesta por tres asesinatos, por un año de robos y agresiones continuas y en protesta por la desidia absoluta de la Delegación del Gobierno. Si nos remontamos de los efectos a las causas, veremos que los ciudadanos de El Ejido son, como máximo, responsables de haber perdido la paciencia ante una situación que hubiera desbordado la paciencia de un santo y mártir.
En el Parlamento Europeo las fuerzas de izquierdas pusieron el grito en el cielo. Claro está que cuando se produjeron los sucesos de El Ejido, todavía no se había registrado la intifada en Francia en noviembre de 2005, los anteriores choques étnicos de Perpignan en mayo de ese mismo año, ni las mezquitas holandesas –país hasta ese momento considerado «modelo de integración»- habían sido asediadas y apedreadas tras el asesinato de Theo van Gogh. La resolución -promovida conjuntamente por los populares, liberales, socialistas, izquierda unitaria y los verdes europeos- pidió una mayor colaboración entre los distintos niveles de Gobierno (local, regional, estatal y europeo) para ofrecer un enfoque global al problema de la inmigración… palabras, palabras, palabras y como palabras se quedaron. De hecho, existe un período de tiempo que va desde los sucesos de El Ejido (febrero de 2000) hasta la intifada en Francia (noviembre de 2005) en el cual, el continente europeo toma conciencia del problema de la inmigración y empieza a entrever que no se trata de una obsesión de la «extrema-derecha».
El gobierno marroquí, asumió el papel de la dama ofendida y calificó los incidentes de El Ejido como un «insulto a la herencia común de los pueblos andaluz y marroquí y un insulto para el futuro común de nuestros descendientes», en palabras del consejero real André Azoulay. La frase fue pronunciada en la reunión celebrada en Sevilla en el Patronato de la Fundación de las Tres Culturas del Mediterráneo, en el que están integrados Marruecos, Andalucía e Israel. Reunidos el presidente de esta fundación, Tas Azoulay, con el presidente andaluz, Manuel Chaves, ambos condenaron los hechos, pero, el primero fue especialmente contundente contra las actitudes racistas. En Marruecos, las condenas fueron más virulentas: el sindicato marroquí Confederación Democrática del Trabajo (CDT) anunció que presentaría una denuncia contra España ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por los sucesos de El Ejido y, en cuanto a las crepusculares Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) del entonces primer ministro Abderramán Yusufi, señaló que denunciará a España por no haber garantizado la protección de los inmigrantes marroquíes y sus bienes durante los «actos de violencia racista» registrados en El Ejido.
Lamentablemente, nadie –repetimos, nadie- dijo nada sobre los tres españoles asesinados que desencadenaron los incidentes y los miles de robos que sufrió la población de El Ejido en el año anterior al estallido. A fin de cuentas, unos cuantos muebles y unos coches de cuarta mano pueden reponerse, pero tres vidas no. Además, no era cierto que las FOP permanecieran inactivas mirando a otro lugar. A decir verdad, habían recibido incluso pedradas de los manifestantes marroquíes y en los días siguientes, los marroquíes practicaron distintos episodios de violencia e incendios.
Al día siguiente a los incidentes desencadenados tras el funeral de Encarnación, varias columnas de humo se elevaron en los barrios de El Ejido. Piquetes de vecinos, algunos armados con barras metálicas, incendiaron cuatro chabolas de inmigrantes, mientras los marroquíes quemaron un invernadero. En este segundo día de enfrentamientos, los incidentes de mayor gravedad volvieron a tener lugar en torno a la mezquita y en el centro de la población. Se volvieron a cortar carreteras y se obligó a cerrar los comercios regentados por magrebíes. Los inmigrantes que decidieron volver a trabajar en los invernaderos debieron ser protegidos por la policía ante posibles agresiones por parte de los inmigrantes que seguían manteniéndose en huelga. Un almacén exterior de una fábrica de reciclado de plástico agrícola en el barrio de Las Norias, fue incendiado sin que pudiera establecerse quien era el responsable. En el Hospital de Poniente, los heridos ascendían, en ese momento, a medio centenar.
En este segundo día de incidentes se supo que los vecinos llevaban tres años realizando continuas protestas por el aumento de la delincuencia en el pueblo, especialmente en el año 1999. Nadie había hecho nada y la alcaldía, que ahora intentaba restablecer la calma, durante tres años había permanecido silenciosa. En esa época, el PP sostenía la quimérica idea de que se estaba venciendo la lucha contra la delincuencia. Esta política de Aznar duró hasta septiembre de 2002 cuando fue imposible ocultar el hecho consumado de que la ciudadanía tenía razón en su percepción de que la inseguridad ciudadana se estaba descontrolando.
Hasta ese momento (día 9 de febrero) se habían detenido a 23 personas relacionadas con los incidentes, entre ellas cinco agresores del subdelegado del Gobierno en Almería. Algunos cabecillas magrebíes sostenían que los incidentes habían sido instigados por «grupos fascistas», pero la Guardia Civil declaró, por activa y por pasiva, que no había detectado presencia grupos de skin ni de formaciones ultras de ningún signo. La calma era tensa. Once invernaderos estaban ardiendo y también una planta de reciclado de plástico, situada a once kilómetros de El Ejido, había resultado completamente destruida por el fuego.
El Mundo titulaba así su crónica del 10 de febrero: «Los políticos llegaron ayer a El Ejido con dos horas de retraso y tres días de demora. Acudieron en un autobús y se fueron apenas 10 minutos después, sin reunirse y sin conseguir ni la foto que iban buscando». Entre los que buscaban la foto estaban: Manuel Pimentel, ministro de Trabajo, Javier Arenas, secretario general del PP, Antonio Romero, candidato de IU a la Junta, Felipe Alcaraz, portavoz de IU en el Congreso, Antonio Gutiérrez, secretario general de CCOO, Cándido Méndez, secretario general de UGT, Alfonso Perales, de la Ejecutiva del PSOE... Esta «santa compaña» estuvo apenas 10 minutos en El Ejido. Además, había que sumar la presencia de las primeras ONGs que habían llegado a la población para promocionar sus siglas en aras de obtener mejores y más suculentas subvenciones. SOS Racismo se adelantó a cualquier otra y jamás se dignó recordar a los tres ciudadanos de El Ejido asesinados en los días anteriores.
Una semana después, el 14 de febrero, los magrebíes seguían en huelga. Aprovechando unas cuantas chabolas y unos comercios incendiados, exigieron la regularización de 5.000 indocumentados, además exigían compensaciones económicas por los incendios o bien, amenazaban con abandonar las cosechas. Por supuesto, no les importaba en absoluto las compensaciones por los incendios de invernaderos, ni mucho menos la restitución de tres vidas segadas de forma absurda. El gobierno, presionado por los «agentes sociales», las ONGs y su propia mala conciencia, cedió con la misma facilidad que ZP ha cedido ante la huelga de hambre de De Juana.
La doctrina que resultó de los episodios de El Ejido fue clara:
1) a partir de ese momento, cualquier incidente en el que estén mezclados inmigrantes será considerado, ante todo y sobre todo, únicamente, como un “incidente xenófobo y racista”. En aquella época algunos sectores del PSOE seguían manteniendo el «papales para todos» y en el imaginario colectivo de la opinión pública dedicar alguna frase hostil a los inmigrantes era considerado como un gesto «xenófobo y racista».
2) cuando un magrebí asesina a un español se trata de un «episodio de delincuencia común» al que no hay que prestar mucha atención; cuando un español en enzarza en una pelea con un magrebí, incluso en una intrascendente riña tumultuaria, se trata de un meditado «incidente xenófobo y racista». Dos pesos, dos medidas.
3) si se habían generado incidentes en El Ejido era porque las autoridades no habían habilitado un presupuesto suficientemente abultado para lograr la integración de los inmigrantes, al margen de que estos quisieran integrarse o no. Los principales esfuerzos de integración (y las jugosas subvenciones) se canalizarían a través de las ONGs.
4) El inmigrante siempre tiene la razón por encima de todo y así debe registrarse en los medios de comunicación, desde el momento en que se le torga el título de «sector más desfavorecido» y, por tanto, nadie debe dudar de que cualquier gesto hostil al que se haga acreedor es injusto.
5) Si existe un rechazo a la inmigración, se debe a la «actividad de grupos ultras, xenófobos y racistas», no a que la población haya percibido que la convivencia es difícil, sino imposible. El hecho de que no sean visibles no implica que no existan.
Esta doctrina está todavía vigente para la izquierda en 2007. Es la doctrina que ha fracasado en toda Europa y que la izquierda española redescubrió para aplicarla en nuestro país y cuya primera plasmación se dio en los incidentes de El Ejido de febrero de 2000.
Fue entre el 10 y el 11 de febrero cuando cobró forma la versión definitiva (y notoriamente falseada) sobre los acontecimientos de El Ejido. Se trataba de demostrar que se había producido un estallido racista y xenófobo, se eludía explicar los motivos que habían llegado a esta explosión y, sobe todo, se evitaba recordar que el origen de los incidentes había sido el funeral de Encarnación. Recordarlo equivalía recordar que su asesino era magrebí y recordar este asesinato, implicaba, necesariamente, recordar los dos anteriores. Así que esto quedaba desterrado de la crónica de los acontecimientos. Todo quedaba reducido a un irracional ataque xenófobo, a pesar de que ese mismo día, Juan Colomina, vicepresidente de la Mesa Hortofrutícola, llegase a decir que el miedo de los agricultores era tan grande, «que ya hay quien piensa en coger la escopeta para defenderse, porque desde que se fue la prensa, la policía no protege los invernaderos». De los invernaderos incendiados tampoco quedó constancia. Si se había quemado algo eran chabolas de los marroquíes, pero nunca invernaderos… La “doctrina de El Ejido” consideraba imposible que los «mansos inmigrantes» respondieran con la violencia. Por que, la prensa española presentó a la comunidad magrebí como víctima y lo era sólo hasta cierto punto. También habían sido verdugos: habían quemado invernaderos, y, sobre todo, había tres ejidenses asesinados. Se temía que si se recordaba la versión real de cómo se desencadenaron los hechos, pudiera extenderse un formidable movimiento de protesta contra la inmigración magrebí, así que se ocultaron los aspectos que abundaban en esa dirección. En ese momento, los heridos ascendían a 81 personas hayan sido atendidas en hospitales y centros de salud… pero los había en las dos comunidades.
La facción más radical de los magrebíes en huelga en El Ejido echó mano de la religión para avivar el fuego. El 10 de febrero habían ingresado en prisión 23 personas por su presunta implicación en los disturbios. Doce marroquíes y once españoles. A la vista que tomaron los acontecimientos, el gobierno cedió a las exigencias de los inmigrantes huelguistas a fin de evitar que se siguiera hablando internacionalmente de un «estallido xenófobo» en España. Todas las reivindicaciones de los magrebíes fueron atendidas. El preacuerdo alcanzado el 13 de febrero incluía la regularización de 5.000 trabajadores indocumentados de la zona. En ese momento, existían en España, en torno a 350.000 ilegales, pero, al parecer, solamente los 5.000 ilegales residentes en El Ejido tenían derecho a los papeles, sin duda, por que habían afrontado una oleada xenófoba cuyo origen el gobierno Aznar se obstinaba en negarse a explicar. «Regularización inmediata de todos los inmigrantes indocumentados», tal era uno de los 11 puntos del preacuerdo alcanzado por la Comisión de Inmigrantes de El Ejido con empresarios, sindicatos, ONG y administraciones para desconvocar la huelga iniciada tras los incidentes de la pasada semana. La legalización de indocumentados empezó el 21 de marzo. En cierto sentido, esta fue la «primera regularización masiva» que precedió a la que ZP abriría entre febrero y mayo de 2005…
Las políticas erráticas en materia de inmigración ayer en Francia y hoy en España, se han traducido en una cifra prevista para finales de 2007 de seis millones de inmigrantes en nuestro país y en un aumento de la conflictividad social en Francia. La inmigración y su integración –cuya integración ha fracasado en toda Europa– se ha convertido, bruscamente, en el primer problema social de Europa.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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