Lucha armada y terrorismo en Iberoamérica (VIII) 1.3.2. La Operación Rosausa. Primera operación de guerrilla urbana
Infokrisis.- En 1963, varios militantes de Tacuara son detenidos y el partido no tiene fondos para pagar las fianzas, así que se plantean operaciones para recaudar dinero. Al poco tiempo nace la idea de realizar un "gran operativo", robando la nómina del Policlínico Bancario. Se dará a la acción el nombre clave de "Operación Rosaura" que pasará a la historia de la violencia política como la primera operación de guerrilla urbana realizada en la historia. Pocos años después, sus protagonistas se encontraban divididos en todas las guerrillas urbanas y rurales que se había generado sobre territorio argentino.
1.3.2. La Operación Rosaura
La policía conocía al MNR Tacuara, como “el grupo Baxter”. Guardaban las armas acopiadas en las criptas de los cementerios y, un buen día se plantearon cómo obtener financiación para los ambiciosos proyectos de “liberación nacional” que albergaban. Baxter solía preguntar: “¿Dónde está el dinero?”, y él mismo respondía: “En los bancos”. Era cuestión de tiempo que atracaran alguna institución bancaria Es curioso, pero esa misma pregunta la oí en Barcelona en el acto de presentación de “Cruz Ibérica”, un grupo católico ultramontano que irrumpió a principios de los años 70. Había sido formado por Fernando Alcázar de Velasco, un teórico del catolicismo militante español (o, más bien, iberista). Era un tipo brillante, hijo de un notorio falangista que aún daba que hablar en aquella época, Don Ángel Alcázar de Velasco, falangista de la primera hora. Cuando acabó la presentación, unos cuantos nos fuimos con Alcázar de Velasco a tomar unas copas. En una pizzería cercana al Instituto de Cultura Hispánica de Barcelona, Alcázar me comentó que iban a sacar un semanario, así que le pregunté: “¿de dónde vais a sacar el dinero?”. Y me respondió lo mismo que Baxter había repetido una y otra vez a sus camaradas: “el dinero está en los bancos”. No entendí, inicialmente, lo que quería decirme, pero unas semanas después, Alcázar y media docena de sus camaradas resultaron detenidos después de atracar las oficinas centrales del Banco Atlántico en Madrid. Diez años antes, los tacuaras, desde el principio de 1963 habían realizado pequeños robos a los que calificaban eufemísticamente de “apropiaciones”. Pronto iban a dar un salto.
El 17 de agosto de 1963, Día del Libertador, un grupo de la Juventud Peronista se apoderaba del sable del general San Martín. Se trataba de un gesto eminentemente simbólico, pero en aquellos mismos días, otros estaban dispuestos a cometer acciones con objetivos mucho más materiales. Uno de ellos fue la “Operación Rosaura”, históricamente, el primer episodio de guerrilla urbana en Iberoamérica. Este episodio estimuló la imaginación de los tacuaras que aspiraban a realizar acciones todavía más espectaculares. Como la necesidad crea el órgano, fue la detención de uno de los tacuaras más conocidos la que ejerció de estímulo para realizar un golpe histórico. En efecto, en 1963 Tomi Rivaric resultó detenido a causa de un enfrentamiento con estudiantes de izquierdas. Tacuara no tenía dinero para pagar la fianza. Se planificaron dos atracos que resultaron frustrados. Durante el primero, en una farmacia, acierta a pasar un policía que advierte la operación e inicia un tiroteo. El segundo tampoco prospera por otra fatalidad.
La idea de dar un golpe en el Policlínico Bancario no había partido de ningún militante de Tacuara. Ese era su punto débil. Ricardo Viera, además de ser militante de la Tacuara, era estudiante de medicina y conocía a alguien que a cambio de una parte del botín –exactamente el 30%- estaba dispuesto a aportar datos sobre el movimiento de dinero del Policlínico Bancario. El amigo de Viera era Gustavo Posse y su amante era administrativa de aquel centro. O al menos eso era lo que le había dicho. En realidad, no era la amante, sino la hermana, la que un mal día le comentó a Gustavo el día de pago de la nómina y la forma en la que llegaba el dinero al Policlínico.
Hasta ese momento, el grupo de Joe Baxter aún seguía dentro de la Tacuara originaria, pero tanto él como José Luís Nell, se habían aficionado a realizar algunas acciones para robar material y armas de guerra, así mismo, se habían especializado en atracar farmacias y gasolineras para procurarse fondos. Así que el plan presentado por Viera les interesó desde el principio… a pesar de que en él estuviera involucrado alguien que interesado sólo en el botín que no compartía sus ideales políticos. En los días siguientes, se preocuparon por reunir sistemáticamente cuantos datos pudieron sobre la operación. Y lo hicieron adelantándose en cinco años a los consejos que luego daría Carlos Marighela en su “Minimanual de la Guerrilla Urbana”.
La planificación atravesó distintas fases. La primera fue la de recogida de información. Y la realizaron sistemáticamente durante las primeras semanas. Estudiaron el edificio, los horarios de la furgoneta que llevaba el dinero, el número de personas presentes y las vías de escape. A partir de estos datos, planificaron el que pasará a la historia como el primer gran golpe económico de una guerrilla urbana. Ellos no tenían conciencia de ello, pero a estas alturas, Tacuara se había convertido en la primera guerrilla urbana de la historia. Dieron a la operación el nombre de “Rosaura”. Se habían inspirado en una película de éxito estrenada unos años atrás, “Rosaura a las diez”, dirigida por Mario Soffici sobe una novela de Marco Denevi.
El primer plan que diseñaron era, pura y simplemente, una enormidad. Se trataba de desplazar a decenas de militantes y tomar al asalto el Policlínico. Uno de los comandos debería arrojar gases lacrimógenos y bombas de humo en el interior del recinto para crear confusión. Otro comando dispararía a las ruedas de los coches que se encontraban estacionados y a los autobuses públicos que circulasen por las inmediaciones a fin de bloquear las calles e impedir la persecución… en total haría falta no menos de treinta militantes. Demasiado. Así que el plan se abandonó. Tacuara había aprendido mucho desde su fundación sobre las técnicas de combate callejero. Tenían cierta práctica en disparar desde furgonetas a las ruedas de los transportes públicos con carabinas del 22. Así creaban barricadas que impedían a la policía llegar hasta los manifestantes. Los embotellamientos producidos colapsaban el centro de las ciudades y generaban un caos inenarrable que contribuía a aumentar la sensación, como decían ellos, de que “a Tacuara no la para nadie”, consigna que, por otra parte, pintaban a brochazos en los muros de las principales ciudades del país.
El plan final fue perfilándose poco a poco, tras algún fracaso notorio. En el mes de junio, cuando ya estaba todo prepardo, se les ocurrió robar una furgoneta, anestesiaron al conductor, lo amordazaron y le vendaron la cara para evitar que se viera la mordaza, luego lo tendieron en una camilla y así pretendían entrar en el hospital. Pero se produjo el consabido fallo técnico. Una vez cumplida la primera parte del plan, la furgoneta se averió. Al día siguiente los diarios bonaerenses reprodujeron la noticia: cerca del Hospital Militar, había aparecido una ambulancia con el chofer anestesiado y amordazado. Nadie podía explicar que había ocurrido ni para qué todo aquello… Así que continuaron perfilando la operación. De todas formas, tenían ya decidido entrar en el policlínico en ambulancia.
Aquel día llovía en Buenos Aires. Era el 29 de agosto de 1963. A las 7 de la mañana, dos tacuaras fueron a buscar la ambulancia que habían contratado telefónicamente el día anterior. Narcotizaron al chofer y fueron a buscar a Tomislav Ribaric, estudiante de medicina descendiente de croatas, y Horacio Rossi, alias “El viejo”, (que años después secuestraría a Revelli-Beaumont, el directio de FIAT en París). Rossi condujo la ambulancia. Así llegaron al Policlínico, donde vieron en el automóvil robado el día antes a Fredy Zarattini, Jorge Andrés Cataldo y Rubén Rodríguez cuyos destinos hasta entonces iban unidos pero que en breve se separarían: el primero se orientó hacia el anticomunismo, mientras que los dos segundos figuran entre los fundadores de las Fuerzas Armadas Peronistas en 1977. Cerca se encontraban también José Luís Nell, Carlos Arbelos y Jorge Caffatti, los dos primeros vestidos de blanco. Posse se apostó cerca para recibir su parte del botín. Otros dos autos con militantes armados estaban apostados en las inmediaciones por si era precisa su intervención. Todos iban armados procedentes de robos o bien entregadas por militares de la marina y la aviación. Eran pistolas del 45 y una ametralladora PAM manejada por Nell, jefe de la “milicia tacuara”.
Una ambulancia con la sirena encendida llega a las 12 y se estaciona en el interior del Policlínico. El conductor y su acompañante vestían batas blancas y comentan al guardia de la entrada que traían a un enfermo. El vigilante observa que, efectivamente, hay una camilla con alguien que parece un enfermo. En ese momento, aparca cerca una camioneta IKA de la Dirección de Servicios Sociales Bancarios con catorce millones de pesos de la época (100.000 dólares de la época) para el pago de los salarios del personal. Dentro del hospital, cien personas empleados ya se han colocado en fila tras la ventanilla de pago de salarios. Cuando dos oficinistas salen a recoger el dinero, se escucha un grito: “-¡Quietos! ¡Esto es un asalto!”. Es Nell que empuña una pistola-ametralladora PAM.
El sargento, a punto de jubilarse, intentó desenfundar su arma y José Luis Nell disparó contra él, hiriendo al agente y a tres empleados, pero matando a un ordenanza y al chofer de la camioneta que transportaba el dinero. Nell, al entrar en el Policlínico Bancario, dio una voz de alto a cinco metros de donde estaban descargando el furgón con el dinero. Estaba demasiado lejos y la víctimas no respondieron a la voz militar de “¡alto!”. Los dos muertos causaron un extraordinario impacto entre los tacuaras. Fue su primera operación de guerrilla urbana, pero también la última. En sus planes, en ese momento, no estaba el matar y habían matado a dos personas. Tras la “Operación Rosaura” ya no habrán más “operativos militares”.
Mientras los empleados miran al joven de la ametralladora, no atienden a otros dos muchachos que los apuntaban con pistolas, escondidos entre los coches estacionados. Tras los disparos que causaron las dos muertes, los dos jóvenes que permanecían ocultos, tomaron las sacas con el dinero y suben a la ambulancia en la que habían llegado antes. En menos de cinco minutos todo ha terminado. Los asaltantes han huido.
Nell, en ese momento era chofer de un oficial del ejército. Estaba acabando su servicio militar y, cada día, debía dejar el automóvil utilizado por este oficial en la tarde y volver a por él a la mañana siguiente. En ocasiones anteriores, cuando Tacuara ejecutaba alguna operación, Nell utilizaba el mismo coche militar para trasladar a sus camaradas a parkings en donde robaban algunos vehículos durante unas horas para ejecutar el golpe. En total, habían participado en la acción 10 militantes que, después de la acción se dispersaron en distintas dirección. El balance de la operación fue un botín de 100.000 dólares, dos policías muertos y tres heridos
Tras los disparos, Carlos Arbelos y Jorge Caffati se hicieron cargo de las sacas del dinero. Arbelos terminaría exiliado en España y haría amistad, entre otros, con el guitarrista Paco de Lucia. El “Flaco” Rubén y dos más desaparecieron el automóvil conducido por éste. Otros tres se fueron caminando y dos tomaron un transporte público. Luego se reunieron en un apartamento del centro. Estaban todos. Nadie había resultado detenido. La primera operación de una guerrilla urbana se había saldado con un éxito. Fredi Zarattini vigilaba las inmediaciones. Tuvo gracia por que 15 años después, Zarattini trabajaba en Centroamérica. Recibimos la orden de ponernos en contacto con él. No lo conocíamos, pero en aquel pequeño aeropuerto solamente había una persona que podía ser Fredi: pelo engominado hasta la exageración, corpulento y con rayban. En efecto, era él. Quince años después del asalto al Policlínico seguía embarcado en aventuras políticas, pero, a diferencia de Joe Baxter, la evolución política de Fredi había sido diferente: se enrocó en el anticomunismo y en eso estábamos todos.
Al retirarse fueron seguidos por un policía que se había cruzado casualmente, pero al que lograron despistar a los pocos metros. A las 13 horas se reunieron en el lugar convenido. Les abrió Nell con la pistola ametralladora en la mano. Durante unos días valoraron la posibilidad de asesinar a Posse a la vista de la alta comisión que pedía y de su falta de vinculación política con ellos, lo que implicaba un riesgo de irresponsabilidad en el gasto del botín (lo cual, efectivamente, ocurrió). El resto del dinero fue ocultado por Nell.
Tras el atraco, la policía federal anuncio que Félix Arcángel Miloro (a) “El pibe de la ametralladora” y Salustiano Franco (a) “Salunga”, eran los responsables del robo. Se trataba de dos delincuentes comunes. La Policía Federal informó que algunos de los billetes que les ocuparon eran de la misma serie que los robados. Por supuesto, no tenían ninguna relación con Tacuara. Un soplón dio la dirección de una vivienda en Córdoba y el 10 de septiembre de 1963, cien agentes federales sitiaron la vivienda. Los pistoleros no se rindieron ni huyeron, resultando masacrados. Aquí se cerró la investigación. Así que las cosas habían salido muy bien para Tacuara, al menos hasta ese momento. Pero seis meses después, la policía empezó a tener conciencia clara de que se habían equivocado.
Gustavo Posse, el 20 de noviembre de 1963 viajó a Europa con su hermano visitando Portugal, España, Italia, Francia e Inglaterra. Cambió 3 de los 13 millones de pesos, siendo localizados los billetes por la policía francesa y enviados los datos a la policía argentina. Posse fue detenido e interrogado. Cuando fue preguntado por esos billetes dio el nombre de su hermano que resultó inmediatamente detenido. Éste, según un testimonio de la época, “Habló a la primera cachetada y después los interrogadores le tenían que pegar para que hablara más despacio porque no les daba tiempo a tomar nota”. Suele ocurrir en Argentina y en todas las latitudes. En febrero de 1964, la policía realizó nuevas detenciones y recuperó una parte mínima de los dólares.
Baxter, Zarattini y otros nueve, lograron eludir la redada, pero el resto –hasta un total de 18- fueron detenidos y encerrados en las cárceles de Villa Devotos y Caseros. Fueron acusados de la “Operación Rosaura” y de otras 40 acciones terroristas.
Todavía hoy subsisten dudas sobre el destino final del dinero. No hay excesiva transparencia a este respecto. La intención inicial era utilizar el dinero para adquirir una embarcación y plantar la bandera argentina en las islas Malvinas. Ya habían elegido el barco, se llamaba “Río Segundo” y habían llamado a la operación “Antonio Rivero”. A decir verdad, todo induce a pensar que hubo una gran dispersión de fondos. La operación de las Malvinas realmente se realizó unos años después, protagonizada por Dardo Cabo y sus muchachos del Movimiento Nueva Argentina, ya escindidos de Tacuara. Otra parte de los fondos se destinó a la creación de Editora del Sur, una pequeña empresa que -entre otras publicaciones- imprimía el periódico “Trinchera” de la Juventud Peronista.
En aquellas fechas, cuando la prensa había contado hasta la saciedad la historia del “Gramma” que llevó a Castro y sus “barbudos” hasta la isla de Cuba, parecía que era imposible que existiera una revolución sin un “barco”. En 1972 nos llegó a España, un emisario de los grupos anticomunistas mejicanos. Obviemos su nombre. Nos hizo, en casa de Ángel Ricote, un resumen de la situación en México. Según él, el país estaba al borde de la insurrección marxista, nos detalló la evolución del nacionalismo anticomunista mexicano desde los “cristeros” y el grupo semisecreto “Teccos”. Nos explicó que acababa de salir de la cárcel. Era profesor de la universidad de Guadalajara y cinco años antes había recibido a un cubano que portaba una carta de recomendación de Jean Thiriart (el fundador de Joven Europa) para que le facilitaran su tarea en México. El problema era que ni Thiriart ni nuestros amigos mexicanos, sabían exactamente que se traía entre manos el cubano en cuestión. Había llegado para poner una bomba en el consulado cubano. Lo hizo, la arrojó en el interior del inmueble del consulado y en su fuga se tomó con una comisaría de policía, siendo detenido allí mismo. A raíz de esta detención, nuestro amigo mexicano pasó cinco años en prisión por colaboración necesaria en atentado criminal. Al salir se encontró con el México insurgente posterior a la masacre de Tlatelolco en la Plaza de las Seis Culturas. No había muchos anticomunistas dispuestos a dar la batalla, así que la CIA contactó con él. Buscaba armas para responder a los movimientos de extrema-izquierda, así que su contacto con la CIA se ofreció a proporcionarlas. Compraron el consabido yate para esperar las armas en Cayo Hueso. Esperaron una semana, quince días y cuando llevaban ya un mes sin noticias decidieron vender el barco para regresar… Y ahora estaba con nosotros pidiendo ayuda europea para la resistencia anticomunista en México. Terminó su larga exposición resumiendo: “Estamos sentados sobre un barril de pólvora, solo se trata de quien prende primero la mecha, si nosotros o los marxistas”. Y pidió el envío de algún “asesor militar”. Así que un antiguo militante de la OAS que luego moriría en el País Vasco francés al estallarle la bomba que pretendía colocar contra militantes de ETA, le estalló entre las manos, fue enviado a México y formó durante unas semanas a los militantes anticomunistas en las técnicas de contraguerrilla y guerrilla urbana. De estos contactos surgió la amistad con el conocido escritor mexicano JL Ontiveros que pocos meses después llegaría a Europa y pasaría una temporada en Italia formándose política y técnicamente junto a los militantes de Avanguardia Nazionale en la Calabria italiana. Pero volvamos a la Tacuara.
Tras las detenciones, la policía pudo establecer que el joven que empuñó la ametralladora en el Policlínico Bancario no era “El pibe de la ametralladora” sino José Luis Nell (a) “Pepelu”, amigo íntimo de otro estudiante, Envar El Kadri. Ambos eran amigo de “Joe” Baxter, su mentor ideológico. La policía supo que todos ellos estaban vinculados a una fracción de la Tacuara. No eran exactamente miembros del mismo movimiento que Ezcurra, porque habían añadido la coletilla “Revolucionario” al nombre de “Movimiento Nacionalista”, pero tampoco habían roto oficialmente con él. Hasta entonces se consideraba que Tacuara estaba solamente implicado en pequeños altercados entre estudiantes, pequeños atentados antisemitas y pintadas en los muros de las principales ciudades argentinas, quizás alguna amenaza, y poco más. Unos años después, el 4 de abril de 1964, la Policía Federal informó que de enero a noviembre de 1963 los miembros del MNR Tacuara habían protagonizado 43 acciones terroristas, entre las que se contaban ataques a los centinelas de la Escuela Superior de Guerra, la Dirección General de Remonta y Veterinaria del Ejército, el Tiro Federal Argentino, el destacamento de guardia del Aeroparque “Jorge Newberry”, y robos de municiones de un camión de la firma Duperial-Orbea y de la fábrica de armas Halcón. La finalidad de todos estos golpes era reforzar un arsenal que en 1964 ya era el primer de América Latina y muy superior al que contó Castro en sus mejores tiempos de Sierra Maestra. Pero, además, estas armas se estaban utilizando: la “tacuara revolucionaria” había atentados contra la la fábrica Philips, contra varias estaciones de servicio ESSO, contra varios supermercados Minimax y contra empresas de origen británico y norteamericano. Al parecer, la policía había descubierto planes para atacar la guarnición militar de Campo de Mayo, acciones de sabotaje contra los Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires, un gasoducto ubicado en La Plata y depósitos de Shell. En el curso de las detenciones de 1964 se incautó una imprenta y millones de panfletos apoyando a la Confederación General del Trabajo y a la Juventud Peronista. En esa redada se arrestaron a 18 tacuaras, 11 consiguieron huir. Entre los detenidos figuraba la mayor parte de miembros del comando que asaltó el Policlínico.
Tomislav Rivaric, de origen croata, fue uno de los detenidos por la Operación Rosaura. Durante el juicio asumió sus culpas sin paliativos, tal como Corneliu Zelea Codreanu, el dirigente fascista rumano, ejemplificó: “…yo me bajé del vehículo porque ya había cumplido mi parte y porque así lo había dispuesto la organización”. La mayoría de los detenidos por el asalto al Policlínico fueron puestos en libertad en 1973 cuando el presidente Héctor Cámpora decretó una amnistía para los presos políticos.
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