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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Lucha armada y terrorismo en Iberoamérica (V) 1.2. La primera guerrilla urbana... fue de extrema-derecha

Lucha armada y terrorismo en Iberoamérica  (V) 1.2. La primera guerrilla urbana... fue de extrema-derecha

Infokrisis.- A mediados de los años 60, la guerrilla urbana apareció como forma de lucha política en Brasil, Uruguay y Argentina, mientras que en Colombia y en centroamérica, siguió siendo guerrilla rural. Todo esto es suficientemente conocido y lo analizaremos con cierto detalle en próximas entregas de esta serie. Resulta mucho menos conocido, sin embargo, el que todas estas experiencias de guerrilla urbana tuvieron como precedente al Movimiento Tacuara que se configuró progresivamente como una verdadera guerrilla urbana.

 

1.2. La primera guerrilla urbana... fue de extrema-derecha

Oí hablar por primera vez de “la Tacuara” en casa de Ángel Ricote Sumalla. Era Ricote un probo militantes del Movimiento franquista, cuyas únicas diferencias con los otros miles de personajes grises similares a él, eran su afición a contactar con “camaradas” de otros países, su condición de fundador del Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE) y su esposa, una mujer de carácter, sin duda, con mucha más conciencia política que él. Fue Della Chiaie quien me presentó a Ricote allá por el lejano 1970. Era en aquel momento un hombre resabiado. Poco antes de había producido una revuelta palaciega en CEDADE y el grupo juvenil, dirigido por Jorge Mota, se había hecho con el control de la organización y estaba tratando de sacarlo de la atonía gris y pasiva en la que Ricote convertía todo lo que tocaba. Ricote fue quizás de los primeros españoles que conocieron a Le Pen a mediados de los años 60, cuando solamente era director del SERP, una empresa que comercializaba discos microsurcos sobre los más variados temas, entre otros la II Segunda Guerra Mundial. Desde principios de los años 60, Ricote había acudido a la mayoría de congresos del Nuevo Orden Europeo, la organización que Gaston Amaudruz dirigía desde Suiza.

En aquella época, la casa de Ricote en lo que es hoy la Diagonal barcelonesa, en Pueblo Nuevo, se había convertido en lugar de “operaciones”. Cuando me tocó ir al aeropuerto de Barcelona a buscar al capitán Labruna, uno de los hombres más turbios de los servicios secretos italianos, implicado en todas las operaciones de terrorismo de Estado de los años 60 y 70, tras dejarlo albergado en el Hotel Terminus, me tocó llevarlo a la casa de Ricote en donde tuvo lugar el encuentro que había solicitado con Della Chiaie. Ricote, como falangista que era, sobre todo gustaba de hacer profesión de fe antimonárquica y, como tal, tenía una foto del entonces príncipe Juan Carlos en la tapa del retrete. Labruna lo contó en su libro de memorias, añadiendo, que cuando vio esa foto todo aquello le pareció “poco serio”, pero si lo pensó se cuidó mucho de manifestarlo, porque, toda su estrategia consistió en proponer a Della Chiaie una colaboración de la que –según él- ambas partes saldrían beneficiadas. Della Chiaie eludió aceptar la colaboración y se limitó a decir que plantearía la cuestión al Príncipe Junio Valerio Borghese, que en ese mismo momento se encontraba exiliado en Madrid y que era el Presidente del Fronte Nazionale. La conversación en el domicilio de Ricote fue íntegramente grabada, así que no hay dudas sobre su contenido.

Pues bien, cuando tenía que ir a casa de Ricote, aprovechaba para ojear algunas de las revistas que le iban enviando grupos de extrema-derecha de toda Europa e Iberoamérica. Su colección de revistas, discos y panfletos, era sin duda la mejor dotada que podía encontrarse en España sobre la extrema-derecha de los años sesenta. Recuerdo que un día, había venido a visitarnos un camarada francés que en aquellos momentos militaba en Ordre Nouveau, Jean Marot, autor de un libro en el que glosaba a José Antonio Primo de Rivera, “Face au soleil”. El libro todavía hoy sigue siendo apreciado en los medios del Front National. A Marot le encantaba cantar las viejas canciones falangistas que nosotros le coreábamos. También le encantaba el Ricard. Ese día, por algún motivo, Marot empezó a hablar con Ricote sobre lo conocido que era Primo de Rivera en Argentina. Y fue así como me enteré de la existencia del padre Julio Meinvielle, autor de una obra excepcionalmente prolija en defensa del catolicismo, la tradición cristiana y el anticomunismo. Ricote tenía todos los libros de Meinvielle… en alemán. Ni Marot ni yo hablábamos esa lenga, pero Ricote tenía algo más: algunos panfletos y folletos de la organización política que inspiraba Meinvielle: el Movimiento Nacionalista Tacuara. Fue así como supe de la existencia esta organización.

En esos mismos años, un sobrino de Modesto Cuixart, Ignaci Castells, militaba con nosotros y su inquietud parecía no tener límites. Era de los pocos españoles que recibía desde Cuba las publicaciones de la OSPAAAL (Organización de Solidaridad con los Países de África, Asia y América Latina) una estructura de propaganda al servicio de la expansión internacional del castrismo. Así mismo, mantenía correspondencia con gentes de todo el mundo, entre otros con un argentino que en 1972 le había enviado algunas revistas de “Tacuara”. De todo este material, nosotros, con apenas 18 ó 19 años, extraíamos algunas ideas y fotos para reproducir en nuestra propaganda. La revista “Tacuara” había sido editada unos años antes (probablemente fuera de 1970) y evidenciaba una alta preparación política, al menos así me lo parecía en aquella lejana época. Entre este material y el que me prestó Ricote pude hacerme una somera idea de lo que había sido la “Tacuara”.

A poco de conocer a Ricote, también pude relacionarme con un súbdito argentino exiliado en Madrid, que atendía al nombre de guerra de “Alberto Santos”. Santos había tenido alguna participación en el asesinato de General Aramburu y consiguió llegar a España en donde permaneció durante varios años. Santos había sido miembro de la Tacuara y en nuestro país terminó colaborando con la revista Fuerza Nueva en la que semanalmente realizaba las fotos para una serie titulada “Hablan las Estatuas”, cuyos textos los escribía Omar Silva, un brasileño que por aquellas fechas también vivía en nuestro país. Silva en los años 80, de nuevo en Brasil, dirigiría una asociación de amistad y solidaridad con Irak, sostenida y financiada por Hussein Triki, el primer delegado de la Liga Árabe en Iberoamérica con quien estábamos ligados por lazos de amistad y camaradería. En 1982, durante el período del gobierno militar en Bolivia a través de Triki se gestionó un crédito de 1.000 millones de dólares de Irak en ayuda de la dictadura boliviana… crédito que no llegó a tiempo. Triki, como veremos, reaparecerá en alguna ocasión en nuestro estudio sobre la “Tacuara”.

1.2.1. La “primera Tacuara”

La tacuara es, hablando con propiedad, una caña maciza y sin espinas, de corteza lisa y con abundantes ramificaciones en sus nudos, de hasta 10 metros de alto y de follaje muy denso. Fue el arma de los gauchos en las guerras federales del siglo XIX. Una lanza eficaz y agresiva. No puede extrañar que uno de los grupos más activistas de los años 50 y 60, adoptara su nombre. De hecho, el nombre de Tacuara ha pasado a la historia por ser la primera guerrilla urbana de la historia.

La referencia más antigua de que disponemos sobre los orígenes de Tacuara, se remontan a finales de noviembre de 1955 con la creación del “Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista”, si bien –como veremos- es cierto que en los años treinta ya existió un grupo estudiantil que utilizaba este nombre para su boletín. El grupo quedó radicado en el local que la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) poseía en Matheu 185, en el barrio bonaerense de Once. Poco después, la Unión Cívica Nacionalista (UCN), un pequeño partido en barbecho, les presta un local de tres habitaciones en un viejo edificio de Tucumán 415. No es gran cosa, pero desde allí irradiará un movimiento con una formidable capacidad para la violencia que prolongará su existencia durante los diez años siguientes.

La dirección del grupo está en manos de un joven de apenas 18 años, Alberto Ezcurra Uriburu, séptimo hijo de un profesor de historia, descendiente de Juan Manuel de Rosas y del general José Félix Uriburu. Quienes lo conocieron lo definen como “austero, inteligente, astuto, estudioso y casto”. Su aspecto físico era impresionante: alto, con cejas pobladas, lentes de vidrio grueso y pasta negra y hablando siempre con una gran autoridad. Llevaba el liderazgo en la sangre. Durante un tiempo fue seminarista, pero abandonó los estudios religiosos y empezó a trabajar en un garaje para sacar adelante a su modesta y numerosa familia. En 1950, con apenas 13 años, ingresó en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES). Su padre, Alberto Ezcurra Medrano, nacido en 1909, ya militaba en el nacionalismo y era un prolífico autor de esta corriente. Ya el padre, aceptaba de buen grado ser “antiliberal, católico, rosista e hispánico”. También era miembro de la Junta Americana de Homenaje y Repatriación de los Restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, de la Comisión de Homenaje al Combate de la Vuelta de Obligado y de la Junta de Recuperación de las Islas Malvinas. Tras la experiencia de Tacuara que para él terminará en 1964, Alberto Ezcurra Uriburu, volverá de nuevo al seminario y, esta vez sí, terminará ordenándose sacerdote con una carrera pastoral en la línea del Padre Meinvielle, su inspirador. En los años setenta estuvo ligado a algunos levantamientos militares nacionalistas encabezados por la Fuerza Aérea, y ya en los ochenta dirigió la Congregación del Verbo Divino, sector tradicionalista del catolicismo argentino.

Ezcurra tenía como brazo derecho a José Baxter, más conocido como “Joe” Baxter o “El Gordo Baxter”. Ingresó en Tacuara en 1957 y nadie dudó de sus cualidades de propagandista. Era un hombre al que le gustaba ir al fondo de las cuestiones y encontrar las razones últimas de cualquier acontecimiento. A diferencia de la mayoría de tacuaras, su apellido no era “hispánico”, sino irlandés. Quizás por esto nunca terminó de caerle bien al Padre Meinvielle quien consideraba que sólo un limpio historial de cinco generaciones, podía asegurar un nacionalismo sincero y auténtico. Había nacido en 1940 en el seno de una familia modesta y se ganaba la vida como telefonista mientras seguía estudios de Derecho. El periplo de Baxter es sorprendente: de haber escrito poemas en su juventud en homenaje a José Antonio Primo de Rivera, pasó al trotskysmo más levantisco y, como tal murió, como otros militantes de la Tacuara. Pero no nos adelantemos.

La UNES había sido fundada el 5 de junio de 1935, por Juan Enrique Ramón Queraltó, hijo de un juguetero español. Era la organización estudiantil de la Legión Cívica, una especie de “Unión Patriotica”, creado en mayo de 1931 por decreto del general José Félix Uriburu. Publicaba un periódico llamado “Tacuara” cuyo logo eran dos cañas cruzadas en forma de T con un machete atado en el extremo de cada una. En 1937, Queraltó crea la Alianza de la Juventud Nacionalista (AJN) que el 1 de Mayo de 1938, intenta rivalizar con los partidos de izquierda. En esa época, tiene en torno a once mil cotizantes (ocho mil hombres y tres mil mujeres), concentrados en la ciudad de Buenos Aires. Defendían el “Estado Corporativo”, la instauración del catolicismo como religión de Estado y la disolución de los partidos políticos. Su componente antisemita es notoria. En lo económico proponían poner límites a la propiedad privada, colocar a los grandes capitales bajo el control federal y nacionalizar el petróleo y los servicios públicos. Así mismo, proponían una profunda reforma agraria, cuyo lema era "que quienes posean la tierra puedan trabajarla y quienes trabajen las tierras puedan poseerla". Esta será, más o menos, la ideología que asumirá la Tacuara.

A diferencia de otras formaciones nacionalistas que solamente albergaban resentimiento hacia otras formas de nacionalismo en ls países vecinos, la AJN, se mostraba partidaria de la cooperación con ellos dentro de un marco anticomunista y católico. En mayo de 1943, la AJN se transforma en Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) y se instalan en la famosa calle Corrientes esquina con General San Martín. Han elegido como emblema un cóndor con las alas desplegadas sobre una pluma y un martillo. Se ha dicho que Tacuara era una secuela de la ALN y seguramente es cierto, si bien, dada la juventud de los dirigentes de la organización, cuesta encontrarles antecedentes políticos que no sean los de la UNES.

Precisamente, entre la primera generación de dirigentes de la Tacuara, la presencia de miembros de la Unión de Estudiantes Nacionalistas Secundarios (UNES) es masiva. No solo Ezcurra lo era, sino también otros nombres significativos de Tacuara, como Oscar Denovi. La UNES era una escisión de la Alianza Libertadora Nacionalista, con similitudes evidentes con los partidos fascistas de los años treinta. Allí ya se utilizaba el brazalete con la cruz de los Caballeros de Malta, que luego heredaría Tacuara.

Sin embargo, el estilo de la Tacuara era sensiblemente diferente a todos los precedentes posibles de la ALN o la UNES. Sus miembros se trataban unos a otros de camaradas y preferentemente se trataban de usted. La edad de la mayoría de los jefes tacuaras oscilaba entre los 21 y los 24 años, siendo la media de edad de sus militantes en torno a 19. Inspirados por Meinvielle y, éste a su vez, por el estilo de Falange Española, predicaban la austeridad en el comportamiento individual, una vida honesta y alejada del lujo y la molicie.

El escritor izquierdista uruguayo Eduardo Galeano los caracterizó perfectamente escribiendo en relación a los Tacuara: “Vienen en busca del mito del poder, los atrae la emoción de los campamentos, en los que las maniobras militares suelen hacerse con verdadera munición de guerra y con verdaderos heridos, la magia de los juramentos en las galerías subterráneas del cementerio, el estampido de los primeros balazos, el culto del peligro elaborado en torno a las fogatas, lejos de la familia y el hogar -y de la blanda vida burguesa de la que pretenden liberarse- reivindicándolos a sangre y fuego, como ‘un pelotón de soldados que salva a la civilización’, que dijera Oswald Spengler”. Y daba en el clavo. Por su parte, Sergio Cierman escribió una nota extremadamente descriptiva sobre los tacuaras de finales de los cincuenta y principios de los senta. Decía Cierman: “Los jóvenes de Tacuara, como tantos otros jóvenes, pelean por cambiar el mundo de acuerdo a su ideología y a la visión que tiene del mismo. Desconfían y aborrecen a esa democracia liberal que solamente ha logrado hundir aun más al país. Y están convencidos (los de Tacuara y muchos otros jóvenes más que luego vendrán) que solamente la muerte puede apartarlos de su cometido: “Patria o muerte”, dicen los seguidores de Fidel y el Che; “Perón o muerte, viva la patria”, dirán los muchachos de la JP setentista; “A vencer o morir por la Argentina”, exclamarán los jóvenes del PRT-ERP para ese mismo tiempo; “Volveremos vencedores o muertos”, afirman ahora, estos pibes de la cruz de Malta”.

A pesar de que su mentor ideológico, el Padre Meinvielle no lo aprobara, lo cierto es que buena parte de los jóvenes Tacuara entraban en la calificación de neo-nazis aquí empezaba y terminaba su definición idelógica. Su punto de encuentro real era la “acción”. Querían “acción”, “aventura”, “enfrentamiento” y “riesgo” por encima de todo. Era el rasgo de aquella generación de jóvenes argentinos que se mantuvo hasta los años 70. Mucho más que de conciencia política –eso estaba implícito en algunos dirigentes y cuadros particularmente bien formados, pero no en las bases- habría que hablar de la ecuación personal propia de jóvenes que, como el rojo de sus banderas y brazaletes, experimentaban un fuego interior que les quemaba y que, de hecho, a muchos contribuyó a arrasarles completamente su vida.

Sociológicamente, la mayoría pertenecían a los colegios católicos bonaerenses a donde las clases acomodadas de la capital confiaban a sus vástagos para formarles cultural y humanamente. Muchos de ellos, pertenecían a familias empobrecidas o con riesgo de proletarización y buscaban respuestas a los riesgos sociales que percibían. A medida que se fueron incorporando sectores de las clases trabajadoras, que carecían de esa visión conservadora y elitista de su propio rol social, Tacuara fue variando de orientación. De ser antiperonista pasó a apreciar y apoyar el peronismo, de ser una fuerza que repetía machaconamente el eslogan de los falangistas españoles, “Ni derechas, ni izquierdas”, pero que nadie dudaba que se ubicaba en la extrema-derecha, pasó a seguir repitiéndolo, pero situándose en la extrema-izquierda. Entre una y otra, lo que hay es un trabajo de agitación y propaganda en las escuelas secundarias de Buenos Aires, que terminaría alterando la composición sociológica inicial del grupo.

Algunas de las pintadas que los jóvenes tacuaras realizaban en los muros de Buenos Aires eran francamente provocadores. En ocasiones aparecieron inscripciones en las que se podía leer: «haga patria, mate un judío». En otras se calificaba a sus militantes de “machos” y en otras se leía el lema del movimiento: “Habrá Patria para todos o no habrá Patria para nadie”. No está excesivamente claro que todas estas pintadas las realizaran los jóvenes tacuaras. Más de uno de ellos nos ha comentado que la mayor parte de pintadas antisemitas las realizaban los propios judíos  a modo de provocación, fotografiando luego las inscripciones y enviándolas a la prensa. Uno de los extacuaras que participaron en el asesinato del general Aramburu nos explicó que la campaña de pintadas de svásticas que aparecieron en 1962 en todo el mundo (coincidiendo con el secuestro de Adolf Eichmann) fueron realizadas por agentes del Mossad, desde EEUU hasta Australia y desde la Patagonia a Malmoe. Se trataba, según este tacuara, de mantener vivo el mito del nazismo, hacer omnipresente la presencia del neonazismo y contribuir a victimizar aún más al judaísmo. He oído esta misma historia en otros dirigentes de la extrema-derecha mundial. Lo único que parece cierto es que, en pocos días, en todo el mundo, aparecieron svásticas e inscripciones nazis en todo el mundo y que aún hoy no se sabe quien las pintó. También es probable, como suele ocurrir en estos casos, que algunos jovenzuelos, más o menos identificados con la Tacuara, pero no militantes de la misma, hicieran la “guerra” por su cuenta, pintando lo que creían eran la consignas más llamativas del movimiento. 

Los primeros tacuaras eran militantes nacionalistas católicos que, inspirados por el padre Meinvielle, planteaban un Nacionalismo Restaurador reivindicando la figura histórica de Juan Manuel de Rosas. Parece que algunos de los fundadores eran hijos de antisemitas católicos o de nacionalistas destacados de la Alianza Libertadora Nacionlista. No todos habían estudiado en colegios católicos, también existía una componente importante que había surgido de los liceos militares. Lo cierto es que cuando se planteó el debate sobre la enseñanza católica o laica, todos ellos saltaron en defensa de la educación religiosa y participaron en las movilizaciones callejeras contrarias al peronismo. Ya entonces, los nacionalistas demostraron una increíble capacidad para la violencia y para el enfrentamiento con sus rivales políticos, los partidarios de la enseñanza laica.

En los folletos y revistas que leí de Tacuara hace casi cuarenta años, existía una inenarrable proliferación simbólica. Se repetía el símbolo del yunque (especialmente en el material del MNR “Tacuara”, la “segunda tacuara”), pero si había uno que estaba presente en todas partes era, precisamente el que daba el nombre al grupo, la tacuara, una caña larga y fuerte, con un machete atado en la puta. Solían mostrar en su propaganda dos de estas armas cruzadas ante un yunque. Un arma mortal, en definitiva, propia del gaucho junto a sus boleadoras. A lo largo del siglo XIX, los indios, la convirtieron en el arma típica de los caudillos federales.

La bandera del Movimiento Nacionalista Tacuara poseía tres franjas horizontales, las de los extremos eran negras y simbolizaban la “revolución nacional”, mientras que la central, roja, evocaba la “revolución social”, tal como ocurría con los colores de Falange Española. En la “segunda tacuara”, estos colores pasarán a ser los de la “pólvora y la sangre”, respectivamente el cambio revolucionario y la voluntad de dar la vida por el ideal. Sobre la franja roja lucía una Cruz de Malta celeste y blanca, propia de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, también llamada Orden Hospitalaria, Orden de los Caballeros de Rodas y actualmente Caballeros de Malta. El Padre Meinvielle había dado a Tacuara este símbolo y su lema, que era también el de la orden medieval: “Volveremos vencedores o muertos”. Era evidente que Meinvielle intentaba rescatar el filón de la mejor edad media europea y que el mito de las Cruzadas y de la Reconquista tenía un peso decisivo en su modelo político. En los colegios de secundaria bonaerenses y luego en los rosalinos, era frecuente ver a los jóvenes estudiantes con cruces de malta celeste y blanca en la solapa. Era su símbolo de reconocimiento, aunque no el único. También utilizaban la estrella federal de ocho puntas que, por esos tiempos, era el distintivo de los Uturuncos con una U inscrita en el centro. Y, finalmente, se les podía reconocer por el llavero del que colgaba un crucifijo. Su portavoz era la revista “Ofensiva”, que lucía en su portada el símbolo de la organización custodiada por un águila con alas desplegadas.

Contrariamente a lo que hubieran pretendido sus fundadores e inspiradores, Tacuara distó mucho de ser un partido homogéneo en lo ideológico y unitario en cuanto a sus fines. En cada barrio de Buenos Aires parecía tener una orientación diferente, si bien la dominante era el nacionalismo, el anticomunismo y el antisemitismo. El antiperonismo inicial, fue, poco a poco, cediendo. Ezcurra visitaba una delegación tras otra, intentaba mantener los equilibrios y dejar hacer a los muchachos, que, en el fondo, todos eran bienintencionados y dotados del mismo espíritu de aventura, así que ¿para qué crear divisiones ideológicas? Curiosamente, todas las tendencias estaban de acuerdo en tomar como referencia ideológica al falangismo español. Algunos, como el propio Ezcurra, mantenían relaciones con España y asistían a las Reuniones de Verano organizadas por la Delegación Exterior del Frente de Juventudes y se nutrían en buena medida de las muchas ediciones de las “Obras Completas” de José Antonio Primo de Rivera o de las distintas compilaciones de sus escritos que realizó en los años 50 y 60, Agustín del Río Cisneros y que fueron publicados por la Sección Femenina. En aquellos jóvenes enfebrecidos de la Tacuara, la frase sobre los “puños y las pistolas” pronunciada por el fundador de la Falange en el discurso fundacional del partido, causó particular impacto y nunca la olvidarían… ni siquiera aquellos que años después decidieron orientarse hacia la izquierda.

Con el paso del tiempo, estas diferencias ideológicas se hicieron cada vez más patentes, especialmente cuando, a partir de la experiencia cubana de Sierra Maestra, dejaron de ser solamente diferencias de matiz y se convirtieron en diferencias estratégicas. En 1959, el castrismo llega al poder en Cuba. Dentro de la Tacuara, Joe Baxter, por entonces situado todavía en el neo-fascismo más agresivo, se siente fascinado por la experiencia. A Ezcurra, el castrismo no le decía gran cosa. Es cierto que Castro pasaba por ser católico, pero no hacía demasiada ostentación de esta calidad, aparte de declararse “demócrata”, así que había motivos para pensar que sostenía una posición muy parecida a la del odiado Maritain. El 1961, Castro se declara socialista. A partir de ese momento, la ruptura en el interior de la Tacuara está servida. “El Gordo” Baxter, siguiendo a su modelo, transitará a una velocidad cada vez mayor hacia formas extremas de socialismo, mientras que Meinvielle primero y Ezcurra después, optarán por el anti-castrismo. Los primeros, terminaron entendiéndose con cuadros sindicales y peronistas que veían en el modelo cubano una referencia. De ahí surgió la “segunda tacuara”.

Tacuara arraigó sobre todo en Buenos Aires a finales de los años 50, pero en meses sucesivos logró instalarse en las ciudades más importantes de Argentina, contando con comandos organizados en Rosario, Santa Fe y Tandil. El número de adheridos a Tacuara fue creciendo lentamente hasta septiembre de 1958, hasta que empezó el debate sobre la “enseñanza laica” y se incorporaron masivamente alumnos de las escuelas católicas secundarias de la capital. Una vez resuelta la discusión y establecida la enseñanza laica (o “libre”), el número de militantes de la Tacuara volvió a crecer, pero en esta ocasión se produjo el reemplazo sociológico del que hemos hablado e irrumpieron en el grupo los hijos de la baja burguesía y de las clases populares, cuyos padres, frecuentemente, estaban vinculados al peronismo. Y es a partir de este nuevo esquema sociológico de Tacuara cuando se producen algunas mutaciones ideológicas importantes: el movimiento deja de ser furibundamente antiperonista, se produce un acercamiento a sectores de esta corriente política; nunca jamás desaparecieron del todo, ni en el MN Tacuara, ni en su secuela el MNR Tacuara, las connotaciones anticomunistas, nacionalistas y antisemitas, como también siempre estuvo presente un cierto anti-yanquismo que, en el MNR Tacuara pasó a ser una muestra de sus nuevas simpatías hacia las experiencias de las izquierdas latinoamericanas y especialmente del guerrillerismo castrista.

Desde el momento de su fundación, Tacuara tuvo capacidad para hacerse con un cuantioso arsenal de armas. La leyenda explica que todo este armamento había sido facilitado por policías de orientación ultra-católica y por antiguos nazis refugiados en Argentina e integrados en el aparato de seguridad del Estado. Sea como fuere, y a falta de datos concretos, se suele repetir que el arsenal era envidiado por el resto de organizaciones nacionalistas.

Tacuara fue la precursora en el cobro del “impuesto revolucionario”. O al menos eso ha pasado a la historia y al mito de la Tacuara. Se ha dicho que cobraban una especie de racket de protección a los comerciantes judíos del barrio de Once en Buenos Aires. Pero donde sus militantes adquirieron mayor fama fue en los enfrentamientos con estudiantes de secundaria partidarios de la enseñanza laica, en tanto que los tacuaras constituían la punta de lanza de los partidarios de la escuela católica.

Cuando Fidel Castro entró en La Habana, Tacuara, inicialmente, había divulgado una declaración de apoyo a Cuba “donde un grupo revolucionario encabezado por Fidel Castro ha derrocado en enero de 1959 al tirano Fulgencio Batista”; el comunicado termina recordando la oposición “al capitalismo y al comunismo por igual”. La declaración, al parecer, había sido elaborada por el propio Baxter. Los militantes más próximos al Padre Meinvielle, empezaron a desconfiar de Baxter y de los “marxistas infiltrados”. Para colmo, tampoco les hacía gracia la progresiva aproximación al peronismo. Fue entonces cuando se escindieron y constituyeron la Guardia Restauradora Nacionalista. Con todo, Meinvielle siempre siguió manteniendo un cordón umbilical con Ezcurra, al menos, como veremos, hasta 1961.

En el documento fundacional la GRN divulga acusa a la Tacuara de haber sido infiltrada por “el fidelismo, el trotskismo y el ateísmo”, denuncia que padece “la influencia de elementos que habían militado hasta fecha reciente en el comunismo y que se proclamaban ateos, o que hacían gala de irreligiosidad, o bien que sostenían doctrinas económicas abiertamente contrarias al derecho natural y a las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, o preconizaban la abolición de la institución militar y su reemplazo por milicias populares”. Poco después, echando más leña al fuego, Ezcurra, en el curso de una entrevista, califica a los integrantes de la GRN corno “reaccionarios conservadores que responden a tendencias que caducaron en 1930”, mientras que Baxter, en el curso de la misma entrevista, con un lenguaje completamente diferente, sostiene que los militantes del MNT “combaten al régimen democrático-liberal-burgués, aceptan la lucha en todos los terrenos, defienden los valores católicos y repudian por igual al capitalismo y al comunismo”. Es evidente que en esa época (1960), Baxter seguía identificado con los ideales originarios de Tacuara.

El alejamiento definitivo tiene lugar en 1961, cuando se produce el intento de invasión de Cuba de Bahía Cochinos. Tacuara condena la invasión, pero se cuida de no tomar partido a favor del castrismo, aun cuando aprecia la reforma agraria cubana. Poco después, el Padre Meinvielle escribe en la revista “Presencia” que Tacuara ha caído en “una mentalidad izquierdista filocomunista, que se manifiesta en consignas y doctrinas sospechosas”.

En 1960, las tensiones en el interior del grupo empiezan a ser insorportables y, Ezcurra ya no está en condiciones de armonizar a las distintas tendencias el movimiento. En 1960, se escinde del MN Tacuara, la Guardia Restauradora Nacional, inspirada directamente por Meinvielle y que aspira a retornar a los orígenes aristocrático-nacionalistas-católicos de los primeros tiempos. La GNR adoptará como paradigma “Dios, Patria y Hogar”. Poco después, en 1961, se produce la segunda escisión, dirigida por Dardo Cabo, hijo de un destacado sindicalista peronista, que fundará el Movimiento Nueva Argentina próximo al sindicalismo peronista de Vandor. La tercera escisión tiene lugar en 1964, cuando Joe Baxter y José Luis Nell, después de una evolución que les llevó a la militancia “nacional-izquierdista”, terminan constituyendo el Movimiento Nacionalista Revolucionario “Tacuara”. En la práctica llevaban ya año y medio utilizando este nombre y en franca disidencia con Ezcurra. Pero esta ya es “la otra Tacuara”, la izquierdista, la que será simplemente un estadio transitorio entre el nacionalismo de ultra-derecha y la extrema-izquierda en donde terminarán algunos de sus miembros como el propio Baxter o Santucho. Pero esta es otra historia.

Cuando se oficializaba la ruptura final de Tacuara, el movimiento ya era, más o menos, clandestino. En 1963, los distintos episodios de violencia en los que se habían visto envuelto las distintas ramas de la Tacuarahabía precipitado la promulgación del decreto 3134/63 por el que se prohibían las actividades del Movimiento Nacionalista Tacuara y de la GNR en todo el país. Ezcurra reingresó en el seminario un año después. Era el fin de la experiencia, si bien siguieron subsistiendo núcleos que ostentaron el nombre de Tacuara hasta finales de los sesenta. Pero su hora ya había pasado.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

 

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