Lucha armada y terrorismo en Iberoamérica (II) 1. El caso argentino y sus enseñanzas
Infokrisis.- La existencia de una guerrilla terrorista en los años 60 y, especialmente, en los 70, sería incomprensible si no dedicáramos algo de tiempo a estudiar lo que supusieran los dos períodos de gobierno peronista y el golpe militar que lo arrojó al exilio hasta 1973. Tal es la tarea de esta segunda parte de nuestro estudio que dedicamos exclusivamente a relatar sumariamente lo que supuso aquella época y, en especial la caída del gobierno democrático argentino presidido por Perón.
1. El caso argentino y sus enseñanzas
La importancia y repercusión mediática que tuvieron los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo, en los años 70, hicieron que se olvidaran las experiencias terroristas de los diez años anteriores, las únicas en las que se podían encontrar las explicaciones y los porqués a la explosión guerrillera de los 70. Las guerrillas y el terrorismo argentino son inseparables e incomprensibles sin entender al peronismo como fenómeno político. Por eso hará falta remontarnos a los orígenes del movimiento peronista para entender el terrorismo de los 70.
El 24 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón fue elegido presidente de la República Argentina. Hijo de italiano y criolla, Perón, siguió una rápida carrera militar que le llevó a finales de los años treinta a Europa en misión de estudio sobre las nuevas estrategias militares. Su periplo europeo le llevó a conocer de cerca a militares de los países fascistas de la época (Italia, Alemania, Portugal y España) y a observar sus logros en política social. De regreso al país, en junio de 1943, ingreso en el Grupo de Oficiales Unidos, una logia militar secreta, cuando ya había alcanzado el grado de coronel. Poco después fue nombrado Secretario del Ministro de la Guerra y algo más tarde Jefe del Departamento de Trabajo. Este cargo le permitió entablar relaciones estrechas con el sindicalismo de izquierdas argentino. Poco tiempo después, Perón se convirtió en el ministro más apreciado por los medios obreros, mientras que, a medida que iba aprobando una legislación social paternalista, generaba el recelo de los sectores conservadores. Se crearon tribunales laborales, se dio un impulso decidido a la protección social, se abrieron escuelas de formación profesional, se prohibieron las agencias privadas de empleo y se firmaron cientos de convenios colectivos que regulaban prácticamente todas las actividades económico-sociales y muchos jóvenes de la clase obrera pudieron ingresar en la Universidad que en aquella época solamente estaba abierta para los jóvenes de la burguesía media y alta. Aún hoy, cuando ya se han sucedido dos generaciones de trabajadores, la mayor parte de la clase obrera argentina venera el nombre de Perón. En 1945 ocupó el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia de la República en un momento en el que la alianza entre sindicalistas y militares jóvenes, era progresivamente reprobada por las clases medias y los altos mandos militares. Esta escisión en la sociedad argentina duraría, prácticamente con la misma configuración, durante los siguientes cincuenta años.
El error de la oposición burguesa consistió en seguir las indicaciones del “embajador de choque” de los EEUU, Braden, quien promocionó la formación de un frente único antiperonista del que formaban parte desde el Partido Comunista a la Sociedad Rural que agrupaba a los terratenientes más conservadores. La Unión Cívica Radical formaba también parte de este frente opositor que en 1945, coincidiendo con la derrota del Eje, realizaba las primeras manifestaciones públicas. En el curso de estas movilizaciones, el grueso del movimiento estudiantil se orientó hacia la lucha contra el peronismo y, por el contrario, el peronismo se configuró posteriormente como un movimiento anti-intelectual de carácter social cuyo eje mayoritario era el proletariado urbano y su médula, los sectores más desfavorecidos, los “descamisados”. Perón no pudo soportar todas estas presiones y finalmente debió dimitir de sus cargos el 9 de octubre de 1945, siendo inmediatamente arrestado. Apenas una semana después, la movilización masiva de la CGT logró su liberación. En las elecciones libres de febrero de 1946, Perón, apoyado por el Partido Laborista y la Junta Renovadora de la Unión Cívica, obtuvo un 54% de los votos, ganando en prácticamente todas las provincias.
En esta etapa de presidencia indiscutible, Perón siguió impulsando las reformas sociales y a constituir su propia estructura política. La CGT logró desmantelar al sindicalismo marxista y anarquista configurándose como la única fuerza sindical con peso real entre las masas obreras. Los primeros años del gobierno de Perón supusieron un gran impulso a la industrialización del país. Optó, tal como había visto en la Europa fascista, por la planificación de la economía y apostó por la industria pesada. En 1948, la suma de las percepciones salariales superó a los ingresos en concepto de rentas, beneficios e intereses…
La llegada masiva de científicos e ingenieros procedentes del III Reich hizo que se forjaran ambiciosos proyectos de desarrollo tecnológico. Incluso en aquella temprana época existieron planes de “nuclearización” de Argentina y se levantaron plantas secretas en el lago Nahuel Huapi. En general, se impulsó el desarrollo industrial y se abrieron las universidades a las clases medias bajas y trabajadoras, pero, ni aún así el medio estudiantil, controlado por las organizaciones universitarias de izquierda y nacionalistas, rectificó su oposición al peronismo.
Otros dos aspectos de la política peronista merecen ser comentados. De un lado su interés en lograr políticas de igualdad en relación a la mujer, impulsadas, sin duda, por la figura carismática de Eva Perón, “Evita de los descamisados”, esposa del general; y, de otro lado, la política de “tercera posición”, considerada como precedente de la “no alineación”. En las elecciones de 1946, Evita había hecho una activa campaña a favor del voto femenino. Fue a partir del arranque de esa campaña, cuando el peso político de Evita Perón empezó a crecer hasta casi superar en sus últimos meses de vida, al de su marido. Gracias a su tarea, el 9 de septiembre de 1947, la famosa Ley 13.010, estableció la igualdad de derechos entre ambos sexos.
En 1952 se inicia el segundo gobierno peronista cuando ya se había evidenciado el agotamiento de las reformas políticas del general y en un ambiente de recesión económica. A esto se unen errores políticos que granjeaban la enemistad de sectores que hasta ese momento habían apoyado al peronismo. De un lado, el diálogo social fracasa, de otro la ley del divorcio de 1954 genera un enfrentamiento con la Iglesia Católica cuando el régimen ya se encaminaba hacia su fin.
Desde 1951, los opositores al peronismo habían menudeado acciones de violencia contra los apoyos políticos al peronismo. Los llamados “Comandos Civiles”, fundamentalmente integrados por miembros del partido radical, crearon una estructura represiva que llegó a cometer atentados contra los sindicalistas peronistas de la CGT, en lo que puede ser considerado como una de las primeras muestras de terrorismo, aún desorganizado, y probablemente estimulado artificialmente desde la embajada norteamericana. El 15 de abril de 1953, los “Comandos Civiles” (o alguien que actuaba en su nombre) colocaron una bomba en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, mientras tenía lugar una concentración del sindicalismo peronista; murieron 6 personas y se registraron 95 heridos algunos de ellos de extrema gravedad. Oficialmente, los “Comandos Civiles” tenía como jefe máximo a Roque Carranza, luego ministro de obras públicas y ministro de defensa con Raúl Alfonsín, ya en los años 80. Carranza y otros 12 radicales resultaron detenidos acusados de la matanza de la Plaza de Mayo. Todos los detenidos confesaron ser los autores y fueron condenados por asesinato. En 1955, tras ser liberados por orden de Perón, Carranza y el resto de los detenidos denunciaron haber confesado bajo tortura, pero, a decir ver, nadie volvió a investigar quienes fueron los integrantes del grupo que colocó las bombas.
El hecho es que el 16 de junio de 1955, los “Comandos Civiles” intentaron un golpe de Estado en combinación con la Marina y sectores activistas de la Iglesia. Aviones de la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo y otros puntos de la capital causando 365 muertos y varios cientos de heridos. El ejército de tierra reaccionó contra estos ataques y los rebeldes se refugiaron en Uruguay. Los peronistas de base respondieron con la movilización general y el país se situó durante unos días al borde de la guerra civil. En ese momento, Perón comprendió su debilidad y decidió evitar el aislamiento auspiciando un “diálogo interpartidario” en el que los partidos de oposición no estaban en absoluto interesados: sólo querían deshacerse del general-presidente. El 20 de septiembre de 1955, cuando fue evidente el fracaso del “diálogo”, las FFAA derrocaron finalmente a Perón. La CGT reclamó armas al gobierno, pero el general se negó a ser responsable de una guerra civil, optando por exiliarse, primero a Paraguay y luego a España.
Nueve meses después de este golpe de Estado, el general Juan José Valle, de orientación peronista, intentó un golpe de Estado amparado en sectores militares y en la militancia sindical. El golpe fracaso y Valle junto con varias decenas de civiles y militares fueron fusilados, desatándose, a continuación, una represión sobre las organizaciones sindicalistas que, sin embargo, no logró erradicar la extraordinaria influencia del peronismo entre la clase obrera.
A partir de ese momento, se genera una situación en la que los sectores nacionalistas civiles y militares y los católicos de extrema-derecha se situaron en la oposición al peronismo al que califican de anti-católico (no sólo por la ley de divorcio, sino porque tras la primera intentona golpista contra Perón, sus partidarios habían saqueado e incendiado algunos establecimientos religiosos en todo el país), mientras que el movimiento justicialista (cristalización política de la corriente peronista) y los sindicatos de él dependientes adoptarían una actitud progresivamente más hostil hacia los “mílicos”. Y es en este contexto en el que se desarrollan las experiencias “armadas” (en realidad, terroristas) de los siguientes veinte años de la dramática historia política argentina.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es
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