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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

La inmigración explicada a mi hija en 20 diálogos. 12. "Asimilación" e "integración"

La inmigración explicada a mi hija en 20 diálogos. 12. "Asimilación" e "integración"

Infokrisis.- Nuestras autoridades defienden la "integración" de los inmigrantes, como salida a las "tensiones" que se están produciendo. Como es habitual, ZP es incapaz de definir lo que entiende por "integración". Tan solo parece que sea el hablar la lengua castella, catalán en Catalunya, por parte de los inmigrantes y, con eso, ya están integrados. La cuestión es, naturalmente, mucho más complejo y, frente a las políticas mal definidas de integración, nosotros oponemos las políticas de "asimilación". Allí donde fueres, haz lo que vieres y, sobre todo, no crees conflictos.

 

Diálogo XII

Asimilación e Integración

[27 de octubre de 2006]

Lo que más me llama la atención de la inmigración son algunos de sus rasgos exóticos. Por ejemplo, me resultó sorprendente, cuando fuimos a Madrid en Agosto, ver una mujer vestida completamente de negro y con la cara tapada hasta las cejas, incluso tenía las manos cubiertas de tela negra de la que solamente sobresalían los dedos… ¿No te fascina ese exotismo?

Francamente, no. Incluso, desde los estándares estéticos occidentales, hasta me parece siniestro. Pero, al menos, nos va a dar la oportunidad de hablar de un tema importante, la integración de los inmigrantes.

¿Tú estás de acuerdo en la integración?

Si, pero hay otro concepto que me interesa todavía más: la asimilación.

¿Qué es la asimilación?

Es la disolución de la comunidad inmigrante en el seno de la comunidad receptora. Por ejemplo, los inmigrantes españoles en Francia o en Alemania durante los años 50 a 70, no se “integraron”, se “asimilaron” a la población alemana. Y no perdieron ni su idioma, ni sus hábitos alimentarios, ni los vínculos con su país de origen. Simplemente fueron fieles al viejo refranero castellano: “donde fueres, haz lo que vieres”. La “asimilación” es siempre posible cuando no existe abismo antropológico y cultural, sino una contingüidad. Este concepto es fundamental para entender si una comunidad inmigrante generará problemas o ventajas. Y para realizar este análisis hace falta ser extremadamente realista: existen una serie de parámetros (cultura de origen, nivel educativo, raza, lengua, religión, tradiciones nacionales) a tener en cuenta: contra más convergentes son entre la comunidad inmigrante y la receptora, podemos decir que existe más contigüidad y, por tanto, más posibilidad, no solo de integración, sino incluso de asimilación. A medida que las diferencias entre la comunidad receptora y la inmigrante se van ensanchando, la posibilidad de asimilación queda cada vez más atrás, hasta que llega un momento en el que ya no puede hablarse de contigüidad, sino más bien de brecha primero y luego de abismo cultural y antropológico.

Fíjate la facilidad con la que se integran los ciudadanos polacos y luego compáralo con los problemas que genera la comunidad magrebí. ¿Por qué? Simplemente, por que con los polacos tenemos una situación de contigüidad y con la magrebí, más próxima en distancia, nos separa un verdadero abismo antropológico y cultural. Con los polacos no hay ninguna dificultad en el proceso necesario de asimilación, sin embargo, con los magrebíes, todas las facilidades ofrecidas para lograr su integración, se estrellan con la realidad del abismo del que te hablaba.

Así pues, la asimilación no es viable con todas las comunidades

Por supuesto que no. Los hechos así lo demuestran. La intifada de noviembre de 2005 en Francia, demuestra la imposibilidad de integrar a los inmigrantes magrebíes de segunda y tercera generación. Creo que los Estados modernos no pueden renunciar a la asimilación. La asimilación garantiza que las sociedades que surgirán de los procesos migratorios no serán un tablero de ajedrez, una especie de puzzle, de pueblos, tradiciones y razas, con tendencia cada una de ellas a encerrarse en su propio gueto. Quien renuncia a la asimilación en aras de las cacareadas “variedades de civilización” o de las “riquezas aportadas por el multiculturalismo”, tendrá una civilización parcelada en guetos. Una sociedad así es una sociedad en conflicto permanente.

Debemos de aspirar a la asimilación y no contentarnos con la integración. Ahora bien, como ya te he dicho, la asimilación no es siempre posible. ¿Qué hacer entonces? Algo muy sencillo y lógico: priorizar las bolsas de inmigrantes procedentes de países “continuos” en lo antropológico y cultural y rechazar la inmigración procedente de países con los que exista algún tipo de brecha o abismo. Sin tener esta idea presente, y nos dedicamos a admitir a todo tipo de inmigración, sin realizar una selección previa mínima, nos arriesgamos a tener una inmigración que no deseamos y que terminará creando más problemas todavía de los que hoy estoy apuntándote en estas discusiones sobre la inmigración. Es importante fijar este concepto: cada país tiene el derecho y cada gobierno la obligación, de elegir el tipo de inmigración que quiere y su lugar de procedencia. En tanto que europeos, preferimos inmigración que proceda de Europa, eso me parece incuestionable. Esa es la inmigración “asimilable”.

… Pero siempre está el camino de la integración…

Si, pero no tengas muchas confianza en las posibilidades de la integración. La integración es un concepto inestable y difícil de definir. ¿Qué es integración? Los popes del multiculturalismo nos dicen que es equivalente a la convivencia de cultural… O bien, la igualdad armoniosa de las culturas. Ingenuidades, sino iniquidades. Existen tantas tendencias del “integracionismo”, como integracionistas. Difícilmente encontraríamos un concepto más ambiguo y equívoco que éste.

Para los líderes de las comunidades inmigrantes, en su inmensa mayoría, la “integración” es equivalente a la entrega de ingentes fondos para… la “integración”. Tiene gracia que los líderes de las asociaciones de inmigrantes siempre insistan en este punto: “dadnos más dinero y nos integraremos mejor”. No, error. Para poder “integrarse” (sea lo que sea que es) lo único que hace falta es tener voluntad de integrarse, no convertir la integración en un medio de vida. Cuando se pone precio a la integración, lo que se está haciendo es chantajeando al país de acogida.

Francamente, no sé que es la integración: ¿puede integrarse la mora que vimos en Madrid cubierta con un velo negro de la cabeza a los pies? ¿puede integrarse un individuo que pasee por Lavapies con chilaba, barba larga y turbante? Creo que va a ser muy difícil. ¿Puede integrarse un trabajador magrebí que ponga condiciones religiosas en su contrato de trabajo? ¿o cuando se intenta mantener las costumbres antropológicas (matar uno mismo al cordero del banquete de Ramadán) frente a la legislación sanitaria de nuestro país? ¿o exigiendo que varíen algunas de nuestras fiestas tradicionales al “ofender” la sensibilidad de los magrebíes? Lo lamento, pero en todos estos casos, la integración es altamente improbable y extremadamente problemática.

Así pues, hay que reconocer la realidad. Y todos nos lleva de nuevo a lo que ya te he dicho: la asimilación es preferible a la integración. La asimilación se produce espontáneamente, y por tanto siempre tiene éxito, la integración, por el contrario, es una tendencia a forzar las realidades antropológicas y culturales con la zanahoria de las subvenciones: yo subsidio tu integración, aun cuando tú no me expliques cuál es tu concepto de integración y te obstines en seguir siendo “algo aparte” de la comunidad que te ha acogido. Para ese viaje, francamente, no necesitamos alforjas. La integración es un mito inútil y mal definido que conduce directamente a alejarnos de una percepción real del fenómeno migratorio.

¿Tan mal pueden convivir las comunidades como para que rechaces la integración?

La integración, hasta ahora, no ha funcionado en ningún lugar en donde las autoridades del país receptor la han intentado. Decir “integración” equivale a eternizar la división de la población que se encuentra sobre un país, en comunidades étnicas. Se requiere a los inmigrantes para que aprendan el idioma del país receptor y… nada más. Pueden seguir conservando cualquier otro rasgo identitario propio… basta con que aprendan el idioma, lo demás no importa. Y así puede ocurrir –como ha ocurrido en Londres- que una integrista islámica cubierta de velos negros en todo el cuerpo, incluidas la cara y las manos, pretenda dar clases a niños… de la manera más natural del mundo. O que individuos con chilaba aspiren a trabajar en empresas europeas. O que camareras de hotel aspiren a ser contratadas en nuestro país y a llevar el velo en el trabajo. Donde fueres, haz lo que vieres. Las costumbres del desierto no sirven en Europa. La uniformidad y monotonía del paisaje del desierto no tienen nada que ver con el bosque europeo.

Es intolerable la mirada de odio y desconfianza con que muchos islamistas consienten –los que lo consienten- que un médico examine a su mujer embarazada. Es intolerable que en Europa a los trabajadores magrebíes se les concedan privilegios horarios a causa de su religión, e incluso en las cárceles tengan un régimen especial de comidas, cuando nuestros presos vegetarianos no la tienen, ni se les sirve marisco en navidad, o a los norteamericanos pavo en su Día de Acción de Gracias.

Mira, todo lo que no sea “una nación, una identidad”, no es viable a medio plazo. España camina hacia el principio: “una nación convertida en mosaico de identidades”. Eso es inviable. El hecho de que en cualquiera de nuestras grandes ciudades empiecen a existir guetos nacionales para cada comunidad inmigrante, es uno de los efectos claros de la política laxa de integración. El principio debería ser: “si quieres vivir entre nosotros, compórtate como nosotros. Si quieres mantener tu identidad, hazlo en el espacio de tu hogar. Si quieres vivir en Europa, haz lo que hacen los europeos. Y si todo esto no te gusta: regresa a tu país y vive en plenitud tus costumbres, tradiciones y lengua”. ¿Verdad que éste es un principio que se entiende con claridad meridiana?

Claro y cristalino…

Luego están los aspectos legislativos. En nuestro país tenemos una constitución y unas leyes. Infringirlas no es nuestra costumbre y si lo hacemos, sabemos a lo que nos arriesgamos. Ahora bien, determinadas comunidades étnicas entienden que la ablación del clítoris de las niñas es una saludable práctica “higiénica”. Para otros la poligamia es inherente a su religión, ¿acaso no dijo el Profeta que un hombre puede tener hasta cuatro mujeres si puede mantenerlas? Esto sin olvidar que la religiosidad islámica tiene, como ya hemos visto, otra concepción del Estado, no solamente diferente de la que se respira en Europa, sino completamente opuesta en su raíz y en sus implicaciones.

Y, finalmente, existen factores subjetivos que dificultan la integración de los inmigrantes.

Cuando te oigo hablar de factores subjetivos, me pongo a temblar. Entiendo lo que son “factores objetivos”, los que son fácilmente perceptibles y reales, pero me resulta difícil identificar eso que llamas “factores subjetivos”.

Los factores objetivos, habitualmente, los puedes mesurar mediante estudios estadísticos, se dice que son “objetivos” porque no dependen de una interpretación personal, sino que los datos son iguales para todos. Dos y dos son cuatro: esta es una ley objetiva. Ahora bien, resulta más difícil establecer si el dos es un número “mejor” o “peor” que el cuatro, o los motivos por los que nos gusta más o menos. Luego, existe un tercer tipo de factores, a los que podemos llamar “voluntaristas”, son los que dependen de nuestras propias tendencias interiores. Por ejemplo, en nuestro país existe la necesidad demostrada en las estadísticas de cristalizar esa gran inquietud que existe entre la opinión pública hacia la inmigración, en una opción política que la encarne. Existen, pues, “condiciones objetivas” para hacerlo. Ahora bien, esa opción carece en este momento de “condiciones subjetivas” que serían, por ejemplo, la existencia de cuadros políticos en número suficiente, de personalidades notables, socialmente arraigadas que apoyen la idea, de medios económicos, etc. Todo esto no existe, a pesar de que estén presentes algunas “condiciones voluntaristas”, por ejemplo, existen unos cuantos cientos de militantes decididos a integrarse en un proyecto de este tipo, aunque no los suficientes para impulsarlos. Por todo esto, en España no existe todavía un movimiento de estas características sino una docena larga de grupúsculos que aspiran a ocupar el puesto de “partido antiinmigracionista”. Pero regresemos a nuestro tema.

Probablemente ahora veas más claro lo que quiero decir cuando afirma que los “factores subjetivos” impiden la integración de los inmigrantes. ¿Te gusta la “salsa”? No, haces bien, es una música pesada, reiterativa, suena siempre igual… sin embargo a los andinos les gusta. Supongo que tampoco te gustará la música islámica, sus canciones son interminables, suenan también igual, y es cansina. Todo esto son opiniones personales, esto es, subjetivas. Algo me gusta o no. Es igual que lo del velo: me puede gustar o no, pero es igualmente subjetivo. Yo creo, por ejemplo, que los niños a los que su maestra va disfrazada de cucaracha a clase, pueden tener pesadillas y, desde luego, en Europa, esto no es “normal”. La noción de normalidad tiene un alto grado de subjetividad, pero ahí está…

¿Qué ocurre? Pues algo muy sencillo. Si tu vives en un cuarto piso y los vecinos del tercero ponen la música durante todo el fin de semana a un volumen insoportable, siempre la misma música y al mismo volumen, y en el quinto piso, otros ponen otro tipo de música étnica, con el mismo volumen y la misma reiteración, uno corre el riesgo de volverse loco. Esto sin olvidar las grandes reuniones y fiestas que tienen lugar en estos dos pisos. Así mismo, es objetivo afirmar que en buena parte de los pueblos emisores de inmigrantes, tienen unos niveles de educación bajos o muy bajos. Contra más ruido genera una cultura, más bajo es el nivel educativo de sus integrantes.

Y es por todo ello que una familia española difícilmente tolera durante mucho tiempo, a los vecinos del tercero y del quinto… y decide vender el piso e irse a otro barrio, o simplemente, regresar como jubilados a su pueblo. Ese piso, inevitablemente, es vendido a algún miembro de la misma comunidad étnica que los vecinos del tercero o del quinto. Al cabo de pocos años, se ha producido una verdadera limpieza étnica, pacífica, ruidosa eso sí, que ha tenido como resultado la formación de un gueto.

Son muchos los factores objetivos que impiden la asimilación de los inmigrantes y que generan tensiones insoportables para los autóctonos. No son mesurables, son subjetivas… pero están ahí. En un parque al que acudan adolescentes latinos, pronto dejarán de acudir autóctonos. ¿Por qué? Hay una mezcla de muchos factores, desde el aspecto exterior de los latinos, su agresividad, su consumo de alcohol y de drogas en algunos medios, especialmente en bandas étnicas y, finalmente, porque existe un factor objetivo: varios miles de adolescentes latinos se han integrado en bandas étnicas… Así mismo, cuando ves a una gitana romaní con churumbel, pidiendo, estate seguro de que intentará robarte el teléfono que has dejado sobre la mesa del bar, o el bolso, o simplemente, un bolígrafo sin mucho valor. Si se dice que los andinos soportan mal el alcohol, que los magrebíes presentan problemas de convivencia, no es por prejuicios racistas o xenófobos, sino por una mezcla en proporciones indefinidas de datos objetivos y percepciones subjetivas. Y lo mismo puede decirse de las agresiones domésticas entre estos dos grupos sociales. Tampoco son prejuicios racistas: están ahí como productos de sus culturas étnicas. No todo lo étnico es agradable…

Ahora bien, el ministro Caldera o Consuelo Rumi o Leyre Patín, jamás han visto ni hablado con un inmigrante más allá de su despacho oficial. No han sido nunca el vecino del cuarto piso que se siente como un emparedado. No entienden que a alguien le pueda molestar la convivencia diaria con gentes de otras costumbres, otras tradiciones y otros horizontes. Creen que esto es “racismo”. Hace un año estaba sentado en un bar del barrio de Gracia, leyendo tranquilamente, entraron media docena de ecuatorianos, por el aspecto de Guayaquil, y se sentaron en una mesa. En el centro dejaron un enorme radiocasette ¡con la música a todo volumen! Salsa, evidentemente. Les importaba poco que en España eso no se hiciera, por educación, máxime cuando la gente estaba hablando y había música de fondo en el local. Entre que se les veía “tomados”, como dicen ellos, es decir bastante embriagados, que eran seis y que entre ellos ya se peleaban y gritaban, los camareros no se atrevieron a rogarles que apagaran el radiocasette. Tuve que llamar a la policía, que, por supuesto, llegó media hora después de que se hubieran ido… Era una perfecta muestra de “integración”.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Mira, como sabes, yo he experimentado siempre una devoción particular por París. Es una ciudad en la que se ha quedado algo de mí y con la que sintonizo perfectamente. Llevo yendo a París cada vez que tengo ocasión, desde hace casi cuarenta años y siempre encuentro un matiz nuevo. Sin embargo, desde mediados de los años 80, en cada ocasión que regreso a París veo a la ciudad más hundida, más sucia, más inhóspita, más ruidosa, con más delincuencia. Llegará un día en el que preferiré ver un vídeo del Barrio Latino a tomar una cerveza en la Place de la Contrascarpe… En cuanto a la Marsella que conocí también en los setenta, es una sombra de lo que fue, una ciudad magrebí en la orilla equivocada del Mediterráneo. No volveré a Marsella, la suciedad de sus calles, la hostilidad manifiesta de su nueva población, los olores y los ruidos, todo ello me remiten a otras latitudes. Es subjetivo, ya lo sé. ¿Crees que debería atender solamente a las estadísticas de criminalidad, o de fracaso escolar, o de inmigración para decirte que esta nueva Marsella es literalmente desagradable? Es subjetivo, pero es real, es lo que millones de europeos percibimos: que el paisaje de nuestras ciudades va cambiando y que una catedral de Notre Dame de París con chilabas en las torres, es una visión dantesca.

Lo subjetivo apela a nuestros sentimientos y a nuestras vísceras, no lo podemos racionalizar con facilidad, ni siquiera encarrilar una interpretación sociológica, pero no por ello es menos cierto, ni tiene menor influencia. Por eso el lobby político inmigracionista, denigra estos argumentos, los arrincona y los desconoce, intelectualizando el problema: el resultado es el de una degradación progresiva de la vida ciudadana, un desdibujamiento del perfil de nuestras grandes ciudades y la creación de enclaves étnicos en las mismas, ajenos a nuestra identidad y frecuentemente en pugna con ella.

A esto nos lleva el “integracionismo”. Es un camino que no quiero para mi gente y mi país.

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

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