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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Doce años que cambiaron la geopolítica. (VI de VII). 5. Las doce aristas del mundo cúbico (b)

Doce años que cambiaron la geopolítica. (VI de VII). 5. Las doce aristas del mundo cúbico (b)

Infokrisis.- Proseguimos nuestro análisis sobre las "aristas de un mundo cúbico" que nos ayudarán a entender la realidad del tiempo nuevo y a establecer un modelo geométrico tridimensional sobre la naturaleza y alcance de la crisis iniciada con la caída del Muro de Berlín. En los dos capítulos siguientes, solamente nos quedará analizar en profundidad los puntos de crisis extrema (los vértices del cubo) y recapitular lo andado extrayendo algunas conclusiones.

 

7) La neodelincuencia con los actores tradicionales.

Uno de los elementos más sorprendentes del actual proceso de “solidificación” del mundo, o de tránsito del mundo esférico al cúbico, es la irrupción de la corrupción generalizada entre las clases políticas del Primer Mundo. Siempre ha existido corrupción en las democracias, pero ésta se hallaba limitada a la aparición de algunos “bribones” (el affaire del “estraperlo” durante la II República, por ejemplo), así mismo, siempre había existido el regalo interesado a la autoridad de turno, pero nunca como hasta ahora se había operado el proceso de generalización de la corrupción hasta no quedar absolutamente ningún flanco del espectro político fuera de este proceso degenerativo.

El hecho nuevo es que los grandes negocios solamente se hacen a la sombra del poder y la paradoja de que nunca un “estado liberal” (y por tanto abstencionista en cuestiones económicas) ha generado una situación en la que SOLAMENTE sea posible realizar grandes negocios contando con el apoyo de los distintos niveles del poder. Quien no está integrado en esos mecanismos, como máximo puede montar una charcutería o una mercería, pero jamás un negocio rentable con un peso decisivo. Se vende al Estado, se comercia con el Estado o construye quien goza de los parabienes del Estado o de alguno de sus escalones administrativos. Obtener ese apoyo implica: tener una buena red de contactos más allá de los partidos políticos y de los mecanismos representativos y realizar contraprestaciones a los que abren la puerta a ese tipo de negocios. Es el do ut des llevado a su límite más desagradable.

Ningún mecanismo del Estado está en condiciones de realizar una tarea de “limpieza”. A menudo la política de “manos limpias” no es más que un slogan para intentar desbancar a unos políticos corruptos por otros que llegan con hambre atrasada. Casos como la “Operación Malaya” parecen ser apenas una cobertura destinada a ocultar el hecho decisivo e importante: que toda España es una gran y gigantesca Marbella, o dicho de otra manera, que el motor de la economía nacional es, o bien la especulación inmobiliaria, o bien el sector de la construcción surgido al calor de recalificaciones masivas y drásticas. Tras esto se oculta el hecho fundamental: el campo se muere, la agricultura, lejos de ser un negocio, es un sector sometido a presiones contradictorias (la del Estado, las de las Comunidades Autónomas, la de la UE, la de la globalización) que lo hacen altamente inviable; Europa sufre un proceso de regresión industrial que la  está convirtiendo a marchas forzadas en una zona de servicios; la economía especulativa no crea riqueza sino que aumenta las desigualdades de renta y, finalmente, la espiral “recalificación-construcción-especulación” no puede prolongarse indefinidamente.

Para colmo, es en el Primer Mundo donde, también, las grandes mafias de la droga realizan sus grandes negocios. El Primer Mundo es el principal consumidor de droga o, al menos, es allí donde la droga alcanza sus precios más elevados. A pesar de que el dinero de la droga supone acumulaciones de capital iguales o ligeramente superiores a las que mueve la industria de armamento, esos capitales jamás salen a la superficie. Ningún país, ni mucho menos NN.UU., realiza esfuerzos reales para que los paraísos fiscales, las zonas de refugio de capitales negros, sean tratados, como mínimo, como lo fue la Isla de Granada o Panamá, o incluso Irak, a pesar de que crean riesgos de desestabilización mucho mayores que esos países identificados como enemigos e invadidos sin dudar. Esa falta de interés se debe a un hecho sin precedentes en la historia: la arista entre la neodelincuencia y los actores tradicionales está formada por clases políticas, buena parte de cuyas decisiones tienen como finalidad facilitar el trabajo de las mafias de la droga, cobrando su parte alícuota en el negocio. Hace 25 años, en países como Colombia, Perú o Bolivia, las mafias de la droga eran un “poder fáctico” más; era imposible gobernar contra ellos: sus presupuestos rivalizaban con los de esos Estados. A partir de principios de los años 80, cuando se generalizó la llegada de cocaína al Primer Mundo, cuando Marruecos sistematizó sus cultivos de haschís en el Rif, cuando se reavivó la “ruta de la seda” como vía de acceso de la heroína a Europa, la acumulación de capital generada ha sido tal que incluso el precio de la droga ha bajado y, aún así, los beneficios de las mafias se han multiplicado extraordinariamente. Es inútil pensar que esa acumulación de capital no tiene influencia en el Primer Mundo. La tiene. Y de qué manera. No son solamente los “paraísos fiscales”, sino también las instituciones bancarias las que se benefician de esos fondos ilícitos, las “Torres de la Cocaina” (los rascacielos panameños construidos a mediados de los 80 con el beneficio de esa droga) no son una excepción, e incluso habría que ver si la permisividad que inevitablemente ha acompañado a los gobiernos socialistas en materia de drogas (especialmente haschís cuyo consumo se ha banalizado, a pesar del riesgo de idiotización casi inevitable que sufren sus consumidores) no tiene que ver con su “política marroquí”.

Esta arista está generando una dependencia creciente de los Estados del Primer Mundo en relación a los distintos tipos de corrupción y, especialmente, en esa arista se sitúa lo esencial de las clases políticas dirigentes occidentales cuya primera aspiración es utilizar los fondos públicos en beneficio propio (Leo Strauss afirmaba que ningún gobernante adopta medidas que puedan perjudicarle a él personalmente, lo que implica que cualquier gestión que implique recortar los propios beneficios, vengan de donde vengan, de la clase política, es ignorada. El político “democrático” ignora el tiempo que va a permanecer en el poder, por lo tanto, la ley de la optimización del beneficio implica extraer el máximo en el menor tiempo posible. Y cada vez sectores más amplios de la clase política no dudan en caer en la neodelincuencia directamente o en establecer puentes con el narcotráfico.

8) La neodelincuencia con los actores emergentes.

El cáncer de la corrupción ha llegado hasta tal punto en los actores geopolíticos emergentes, que incluso su marcha hacia el pelotón de cabeza de los países “que cuentan” está comprometido. La corrupción está presente en todos los escalones de la administración hindú, incluso en los niveles más pedestres; otro tanto puede decirse de China que, periódicamente, se ve obligada a realizar campañas anticorrupción a la vista de la proliferación vermicular del fenómeno. Esto sin recordar que la mayor crisis sufrida por Rusia durante la década de los noventa, se debió, precisamente, a que amplios sectores de la economía habían caído en manos de bandas mafiosas, al producirse la privatización salvaje del sector industrial. Sin embargo, el proceso que están siguiendo los actores emergentes es diferente al de Rusia, e incluso al de China, donde, en ambos casos, ha existido un fuerte partido comunista que, al ir perdiendo conciencia de sí mismo y de la propia doctrina a defender, ha generado en su mismo interior fenómenos de corrupción y centrifugación del Estado (los Estados débiles son más sensibles a la corrupción que los Estados fuertes). En “democracias” como Brasil o México, las clases políticas se han habituado a vivir de las suculentas “mordidas”, pero es que una parte sustancial de la población, a su nivel, también vive de los circuitos de la delincuencia o, simplemente, está integrada en los mismos. No se termina de ver la legitimidad que políticos corruptos pueden reclamar a la hora de perseguir a la delincuencia de a pie. Incluso en países islámicos como Irán la corrupción no se mira particularmente mal, en la medida en que el individuo no la realiza para sí mismo, sino para su familia, su tribu, su clan. Uno se corrompe, muchos se benefician: luego no existe una condena social a la corrupción, sino una sed de integrarse en sus circuitos, sea como sea.

Por otra parte, países como China tienen una gran tradición mafiosa. Las famosas tríadas entran en este juego todavía hoy. De hecho, el maoísmo no solamente no liquidó estos residuos de otros tiempos sino que, incluso, Mao-Tse-Tung contó con las “sociedades bandidos” para organizar su partido comunista en algunas zonas. Aquellas aguas trajeron estos lodos, y hoy China es un caldo de cultivo extremadamente favorable para la corrupción interrelacionada con el aparato del Estado.

Sabemos que en el Primer Mundo las bandas mafiosas jamás podrán acceder al poder, pero sí que se limitarán a amamantar y pactar con los gestores del mismo. No estamos, en cambio, seguros de lo que ocurrirá en los países en desarrollo acelerado. En Colombia ya existieron casos de narcotraficantes que quisieron –hartos de pagar la mordida a la clase política- constituirse ellos mismos como clase política de reemplazo. El gran cambio político que se produjo en Italia en la segunda mitad de los años 90 no fue motivado por la asfixia del país, sino porque los clanes de la neodelincuencia estaban hartos de pagar “tangentes” a la clase política que, muy frecuentemente, superaban el precio mismo de los servicios. Así que decidieron borrar de un plumazo a la vieja clase política degenerada, desgastada y avejentada del centro-izquierda y gestionar ellos mismos el poder. Era la forma de ahorrarse el pago de las “tangentes”.

Existe el riesgo de que, en los próximos años, las mafias del narcotráfico generen en estos países una acumulación de capital tal, que controlen amplios sectores de la economía. La juventud de estos países en desarrollo acelerado, y la inexistencia de “dinastías económicas”, ha favorecido que las élites corruptas hayan surgido al calor del poder y conozcan bien sus mecanismos. Por otra parte, en estos países no existe un marco democrático formal digno de tal nombre. No se sabe el tiempo que el PC seguirá manteniendo la hegemonía en China, ni lo que ocurrirá cuando se imponga la democratización política, inevitable e inseparable de la democratización económica. En ese momento, es indudable que se producirá una “crisis” y serán precisos reajustes de asentamiento; lo que hoy no puede predecirse es la dimensión de esa crisis y las consecuencias políticas que tendrá. Lo que sí parece muy probable es que, en ese momento, distintos grupos económicos –y no importa si su acumulación de capital se ha logrado por medios lícitos e ilícitos- “pujarán” y lucharán para controlar el Estado o, al menos, algunos de sus sectores clave.

Existe otro escalón de menor importancia, pero fundamental para entender la naturaleza de esta “arista”. En África ya nadie discute que TODOS los gobiernos africanos son corruptos y que África es un gigantesco semillero de todas las corruptelas, no realizadas por mafias, sino por los mismos funcionarios del Estado. Estas mafias, a menudo tribales, hoy son el Estado. Las petroleras han tenido que entenderse con ellas para realizar sus prospecciones. De la misma forma que la inmigración masiva y salvaje ha hecho que barrios enteros de los países del Primer Mundo hayan sido colonizados primero por gentes venidas del Tercer Mundo, luego han practicado la limpieza étnica contra autóctonos y, finalmente, se niegan a reconocer cualquier norma (son las zonas de “non droit”); eso mismo ocurre en toda África: toda África es una gigantesca zona de “non droit” donde solamente rige la corruptela, el racket y el crimen mafioso, sobre unas poblaciones agonizantes y en estado de depauperación creciente. En extensas zonas de Asia, en Asia Central, en Iberoamérica, existen similares procesos. Cada vez más países caen en manos de grupos mafiosos (se llamen como se llamen) y el drama producido es éste: lejos de ver cómo se amplían los “islotes democráticos”, estamos asistiendo a la extensión de la corrupción en el Tercer Mundo como si se tratase de una mancha de aceite.

No hay que perder de vista, finalmente, que la retórica que alimentó a los “países no alineados” en los años 60-80 sigue vigente, en parte, todavía hoy. La diferencia es que hoy, muchos de esos países ya han caído en poder de las mafias de la neodelincuencia.

9) Los beneficiarios de la globalización con los actores tradicionales.

En los actores tradicionales, las fortunas proceden de dos tipos de negocios fundamentalmente: el negocio especulativo y financiero, de un lado; y de otro, el negocio surgido al calor de las nuevas tecnologías y de su aplicación. En ambos casos, la globalización ha supuesto un nuevo impulso, tanto por lo que se refiere a la libre circulación de capitales y mercancías, lo que favorece a los primeros; como a la globalización en sí misma, que beneficia a los segundos.

A finales de los años 90 se creía que las “puntocom” iban a ser las inversiones más rentables en el futuro. Pero la “burbuja” estalló y, a finales del milenio, las “puntocom” evaporaban los fondos de los inversores. Sin embargo, toda aquella masa de capital dejó algunos rastros: miles de kilómetros instalados de fibra óptica,  gracias a los cuales se operó el crecimiento casi asindótico de Internet y fueron posibles fenómenos como la “subcontratación” de servicios en los países emergentes y la creación de “cadenas de suministro” que hacían que la venta de un ordenador en Bobadilla fuera registrada inmediatamente por la central de Hewlett Packard en EEUU, la cual, inmediatamente, comunicaba a su fabricante de Taiwán que era preciso fabricar un ordenador igual al vendido y trasladar a la agencia de transportes el mensaje de que un ordenador de esas características debía de llegar a Bobadilla procedente de Taiwán. Esa “cadena de suministros” funcionando diariamente con millones de pedidos, solamente era viable a partir de unas redes de fibra óptica que cruzaran el mundo. Y eso solamente estaba al alcance de empresas de nuevo cuño.

Estas empresas no estaban solamente ubicadas en el Primer Mundo. De hecho, algunas de las empresas que han obtenido más beneficios en este sector que depende sólo de las nuevas tecnologías tiene su sede social en países emergentes: desde compañías aéreas a compañías de paquetería, desde empresas receptoras de la subcontratación de servicios (especialmente en India) pasando por empresas especializadas en desarrollar software. Lo que demuestra que los beneficiarios de la globalización no se encuentran solamente en el Primer Mundo o en los actores geopolíticos tradicionales, sino que también están presentes entre las élites tecnológicas de los actores emergentes.

La dinámica de estas empresas es radicalmente diferente a las formas clásicas de los beneficiarios de los actores geopolíticos tradicionales, especialmente de sus “dinastías económicas”. Estas funcionan manejando diestramente los mecanismos de la especulación y la alta finanza. A pesar de que están presentes ocasionalmente en las empresas que aprovechan las nuevas tecnologías, lo cierto es que se trata de un grupo extremadamente conservador que se siente más cómodo con los medios clásicos de especulación: el préstamo con interés, la participación en negocios promovidos por terceros, o la especulación bursátil. Si las hemos llamado “dinastías económicas” es porque se trata de linajes de la aristocracia del dinero, que llevan varias generaciones acumulando capital y dedicándose a las mismas actividades. La era de la globalización lo que ha generado es una “internacionalización” de sus negocios. El hecho de que bancos como el Bilbao o el Santander puedan estar presentes en Iberoamérica, o que puedan jugar los capitales de sus depósitos en cualquier bolsa del globo, no ha hecho otra cosa que aumentar las posibilidades de más acumulación de capital. Lo que están haciendo es insistir en la actividad que han desarrollado al cabo de generaciones, aprovechando los instrumentos facilitados por el tiempo nuevo.

Las empresas vinculadas a nuevas tecnologías, en cambio, tienen tendencia a ampliar su radio de acción con cierta lógica y coherencia; o bien a coligarse con empresas de alcance regional para el mejor cumplimiento de los fines de su “cadena de suministros”. Mientras que las “dinastías económicas” utilizan la informática para reforzar sus tácticas de trabajo, estas empresas basan su actividad precisamente en las nuevas tecnologías y en todo lo asociado a ellas. Es lo que podríamos llamar el “dinero viejo” frente al “dinero nuevo”, lo que caracteriza a estos dos tipos de actividades es que, a pesar de extender sus actividades a todo el mundo, tienen su centro habitualmente en los actores tradicionales. Pero existe también lo que podríamos llamar el “dinero oportunista”.

El “dinero oportunista” es un dinero obtenido de las distintas prácticas tendentes a esquilmar el dinero propiedad del contribuyente y destinado a ser utilizado por el Estado para el cumplimiento de sus fines. Este dinero se ha visto beneficiado por la globalización. Su principal beneficiario es el entorno de la clase política y su eslogan es “ayuda humanitaria”. La “ayuda humanitaria” recorre el mundo en busca de tragedias y catástrofes, le importa muy poco si se trata de catástrofes naturales o creadas por el ser humano; lo importante es crear partidas presupuestarias destinadas a “aliviarlas”. Tales partidas son utilizadas en “acciones humanitarias”, extremadamente cuestionables desde el punto de vista de su eficacia e incluso de su honestidad, pero que terminan desviando partes del presupuesto (el mítico límite del 0’7%) a áreas muy difíciles de controlar. Por otra parte, las ONG's beneficiarias de dichos apoyos están íntimamente ligadas a la clase política dirigente. El “dinero oportunista” es, en buena medida, “ayuda humanitaria”. En ocasiones, el cinismo y la mala fe de algunas iniciativas son lacerantes: los americanos, al iniciar los bombardeos contra Afganistán, arrojaron toneladas de “ayuda humanitaria” para compensar el corte de los suministros humanitarios que llegaban desde Pakistán. Las ONG's que proponen a ciudadanos del Primer Mundo que apadrinen a niños del Tercer Mundo les advierten –en la letra pequeña- que no podrán contactar por carta ni personalmente con el niño al que ayudan. Tampoco les dicen que la mayor parte de la ayuda mensual que envían no llegará al niño en cuestión, sino que se perderá en burocracia, publicidad, salarios de la ONG, etc. Valdría más llamar a todo esto “fraude humanitario” o chantaje a la sensibilidad de las buenas gentes.

Pero hay otras muchas formas más de “dinero oportunista”. En realidad, en el Primer Mundo se da la paradoja de que entidades de derecho privado son subvencionadas con fondos públicos en virtud de una legislación que ellos mismos han creado. Los partidos políticos, mayoritarios por supuesto, son los primeros beneficiarios de inyecciones de fondos públicos que, sin embargo, no logran enjugar sus cuantiosos déficit y las deudas contraídas con entidades de crédito. Sorprendentemente, éstas parecen no dramatizar sobre los miles de millones de deuda que los partidos políticos mantienen, y ni siquiera se les ocurre reclamarlas por vía judicial. Simplemente, saben que lo prestado vuelve en forma de prebendas, contratos preferenciales para empresas vinculadas a estas entidades de crédito, o permisividad del aparato del Estado ante el dinero negro, los negocios opacos o el préstamo usurero.

No es el dinero del Estado, sino el dinero del contribuyente anónimo y privado el que alimenta este sector que hemos dado en llamar “dinero oportunista”. Solamente en lo que hemos dado en llamar “actores tradicionales” existe una fiscalidad rigurosa y omnívora que permite mantener una, dos, tres y hasta cuatro niveles paralelos de administración (en el caso de España esto entra ya en el terreno de lo sainetesco con unos Estatutos de autonomía que deberían haber “simplificado” la administración pública, cuando en realidad la han densificado) y una burocracia progresivamente asfixiante. El saqueo que el Estado realiza de los bolsillos particulares, allí donde puede saquear (en los actores tradicionales) termina yendo a parar a las distintas capas beneficiarias de la globalización, constituyendo una arista que es progresivamente lacerante para los ciudadanos honestos del Primer Mundo.

10) Los beneficiarios de la globalización con los actores emergentes.

Los únicos beneficiarios de la deslocalización empresarial son, desde luego, y por mucho que los analistas al servicio de la globalización pretendan lo contrario, los grupos económicos con capacidad suficiente para desplazar sus manufacturas a los actores emergentes, mientras mantienen en el Primer Mundo una red de ventas. Ha ocurrido con la industria del juguete en la provincia de Alicante, cada vez más convertida en una red compuesta por unas docenas de vendedores de unos juguetes fabricados en China. Por muchos argumentos económicos (o pseudoeconómicos) que se nos presenten, el hecho de fondo permanece inalterable: en diez años se han perdido en torno a 150.000 puestos de trabajo en esa industria, y otro tanto en la industria del calzado. Pensar que, a través de cursillos de reciclaje en no se sabe bien qué sectores, se va a lograr absorber a estas legiones de parados, es absolutamente absurdo.

Así pues, los beneficiarios de la globalización son especialmente los jefes de empresa e inversores de aquellos sectores empresariales que, por su configuración, permiten la deslocalización empresarial; esto es, la aplicación de la regla de oro del capitalismo salvaje: obtener mayores beneficios reduciendo costes al máximo. En los países en los que se distribuyen estas mercancías, el misterio consiste en saber si dentro de quince años seguirá habiendo consumidores, o si tendrán la configuración de un gigantesco campo de parados, un verdadero páramo laboral, en el que solamente el sector servicios mantendrá una mínima actividad, junto al especulativo y todo lo relacionado con ello. Pero en los países-factoría la cosa no será mucho mejor. Legiones de trabajadores realizarán su actividad, no para llevar una vida digna, presidida por la “seguridad” en el empleo, en las coberturas sociales, en poder satisfacer su ocio, sino simplemente para sobrevivir. Si un día los costes de la deslocalización se revelan inviables, no será por las alzas salariales, ni por las reivindicaciones sindicales o la instalación de coberturas sociales en aquellos países, sino, simplemente, por el alza del precio de la gasolina. El trabajador en esas zonas es una fuerza mecánica, completamente deshumanizada, sin esperanzas de abandonar un día su estado de postración, a la que se engrasa mediante un salario, lo justo para que pueda seguir funcionando y para que genere una actividad económica tal que sus magros ingresos terminen, finalmente, en los beneficiarios de la globalización mediante los caminos más variados. Unos pasarán el Estado en forma de impuestos, otros irán a parar a las entidades de crédito, otros, finalmente, serán embolsadas por multinacionales de alimentación (las únicas que pueden abastecer a un mercado tan masivo como el de los actores emergentes).

Nos equivocaríamos si pensáramos que la deslocalización iba a favorecer a las poblaciones de los países emergentes. De hecho, sólo favorece a pequeñas minorías. En Bangalore (India) reside hoy la mayor concentración de programadores informáticos de todo el orbe, muy superior incluso a la que existió en los ochenta y noventa en Silicon Valley. Varios cientos de miles de hindúes con un alto nivel de inglés están vinculados también a iniciativas de subcontratación que han migrado del Primer Mundo a la India a causa del ahorro en salarios y de que los miles de kilómetros de fibra óptica trazados por las “puntocom” antes de reventar han facilitado la comunicación a alta velocidad con cualquier punto del globo. Pero la fibra óptica se detiene a un kilómetro de las chabolas de la India. No toda la India es Bangalore, de la misma forma que no toda China es Hong-Kong. Hoy se calcula que, en estos países, los beneficiarios de la globalización (incluidos empleados que se limitan a contestar al teléfono en correcto inglés a clientes que llaman desde Montana o Texas, con alguna reclamación o consulta, que no reciben altos salarios pero si tienen estabilidad en el empleo y aspiran un día a migrar a los EEUU o Europa) son apenas un 0’2% de la globalización. Va a ser muy difícil que en los próximos años esa cifra se eleve hasta el 1%. La globalización en lo que se refiere a beneficiarios apenas alcanza a minorías ínfimas.

A nadie se le escapa lo socialmente peligroso que supone situar la miseria a un lado de la calle y los escaparates del consumo al otro. Por muy elevados que sean los crecimientos económicos de China e India, eso no implica que los beneficiarios vayan a ser los sectores mayoritarios de la población sino, simplemente, que los beneficios de la élite de beneficiarios de la globalización en los actores emergentes van a seguir multiplicándose. En países como China e India que, juntos, suponen algo bastante más que un tercio de la población mundial, todo es masivo. Para que exista una burguesía media con presencia significativa, la única clase sobre la que podrían asentarse unas formas democráticas dignas de tal nombre, va a hacer falta que, como mínimo, ésta cuente con un 10-15% del total de la población. Algo que, hoy por hoy, parece muy alejado.

Más bien parece que lo más probable va a ser que, antes de que cristalice la formación de esa burguesía media, los actuales desajustes sociales generarán sacudidas extremadamente violentas que pueden llegar a comprometer, incluso, la estabilidad misma de estos países. Esa sería la catástrofe para la globalización, no desde luego tan grave como la elevación constante del precio de los hidrocarburos, pero sí lo suficientemente aguda como para que algunos sectores económicos y países europeos volvieran sobre sus pasos y dudaran de la eficacia del “sistema global”.

El gran problema consiste en que los beneficiarios de la globalización en el Primer Mundo y los beneficiarios de la globalización en los actores emergentes hablan el mismo lenguaje y lo seguirán haciendo… mientras sigan siendo beneficiarios. Pero en el momento en que los actores emergentes vean detenido su crecimiento por factores sociales internos (revueltas y reivindicaciones socio-políticas) o a causa de factores externos (aumento imparable del precio de los hidrocarburos), todo el sistema se conmoverá y correrá el riesgo de derrumbarse, pues no en vano el “dinero” es cobarde y se invierte allí donde hay mayores seguridades. La inestabilidad del sistema mundial surgido tras la Caída del Muro de Berlín implica que las “zonas seguras” van trasladándose de un lugar a otro. La libre circulación de capitales facilita estas migraciones pero, frecuentemente, deja atrás regueros de miseria y depauperación. De ahí que esta arista sea extremadamente quebradiza y corra el riesgo de desintegrarse –al menos en su configuración actual- a la primera crisis.

No hay que olvidar que en el momento de escribir estas líneas el gobierno indio ha acusado a los servicios secretos pakistaníes de estar tras los atentados de julio en aquel país, lo cual es, probablemente, cierto (de hecho si otros países utilizan el terrorismo para realizar o justificar reajustes interiores, sería difícil enarbolar alguna coartada moral para impedir que los actores emergentes hicieran otro tanto), con lo que la tensión indo-pakistaní por la zona de Cachemira se ha reavivado bruscamente. Un conflicto de este tipo sería muy diferente a la guerra de Bangla-Desh de 1969-70. No se trataría sólo de una catástrofe humanitaria, sino que muchas empresas de vanguardia en el Primer Mundo deberían reorientar bruscamente sus “cadenas de suministro” y revisar sus programas de subcontratación de servicios. Dejando aparte que los efectos de un conflicto localizado de este tipo serían perceptibles a escala global. El hecho de que se trate de una hipótesis terrorífica no quiere decir que no sea la que tenga más posibilidades de producirse en los próximos años.

11) Los beneficiarios de la globalización con los actores energéticos.

Quizás sea éste el momento adecuado para recordar que los beneficiarios de la globalización no pueden identificarse con actores nacionales. No son “naciones” las que son favorecidas por las mieles de la globalización, en tanto que no son sus burguesías nacionales, sino sus aristocracias económicas unidas a sectores muy pequeños y subordinados a éstas (sectores ligados a las nuevas tecnologías, sectores de cúspide de las clases políticas dirigentes), quienes pilotan el proceso. Precisamente –y esta es la característica nueva del período surgido a partir del 9 de noviembre de 1989- el actual momento histórico registra la destrucción acelerada de las burguesías nacionales en unas partes del planeta, mientras que en otras se constituyen lentamente pequeñas burguesías siempre subordinadas a las aristocracias económicas de nuevo cuño o a la transformación de aristocracias tribales en económicas. En estas condiciones parece muy difícil que en los países emergentes puedan cristalizar verdaderas democracias formales. La presencia de una fuerte burguesía nacional, arraigada, con iniciativa y difusora de ideas democráticas, es la única garantía de que este proceso vaya a producirse e incluso de que pueda producirse. Insistimos: no podemos hablar hoy de Estados, o naciones, sino de aristocracias, o mejor oligarquías, económicas.

Esto puede hacer creer que la nueva situación “supera” a la geopolítica en tanto que el espacio territorial tiene poco que ver con el ámbito de actividad económica de estas oligarquías. No es así. De la misma forma que, a pesar de la aparición de nuevas tecnologías bélicas, la forma efectiva de ocupar un territorio no ha variado desde el mundo antiguo: en efecto, solamente una buena infantería garantiza esa posibilidad; análogamente, para que una oligarquía económica pueda desarrollar su actividad precisa de una base territorial. La globalización nunca podrá ser “total”. Ya hoy se percibe que uno de los fundamentos de la misma es la “contigüidad”. No todas las mercancías son “globalizables”, ni todas las “cadenas de suministro” pueden extenderse de un lugar a las antípodas. Precisamente, la hegemonía relativa actual de los EEUU se basa en que la sede social de las compañías multinacionales más poderosas sigue estando –y tributando- sobre el territorio de los EEUU.

Por ello, esta situación precipita el segundo hecho nuevo a nivel geopolítico: es cierto que naciones enteras “desaparecerán” de la escena en la medida en que la inexistencia de oligarquías económicas que puedan operar, al menos, a nivel regional y el agotamiento de sus recursos energéticos (allí donde existan), unido a bajos niveles demográficos o a situaciones sanitarias degradadas, hará que, virtualmente, esos países dejen de existir. Buena parte de África, especialmente en el interior, sufrirá (está sufriendo ya) este proceso en los próximos años. Algunos países del mundo árabe seguirán análogo proceso cuando las reservas petroleras terminen agotándose y si en el curso de las dos próximas décadas, esos países (y sus “príncipes” de las Mil y una Noches) no son capaces de crear industria o modos de riqueza alternativos.

Esto por lo que se refiere a los beneficiarios de la globalización (oligarquías, no pueblos). En cuanto a los actores energéticos su problema tiene mucho que ver con la problemática espacio-tiempo que hemos tratado antes. Esos actores tampoco son “nacionales”, si bien dependen de “espacios nacionales”. Las compañías explotadoras del petróleo actúan en horizontes muy diferentes, frecuentemente en los cinco continentes. Los elevados costos de explotación absorben buena parte de los beneficios que obtiene. Esto ha terminado por desaconsejar la existencia de un sector petrolero nacionalizado: las inversiones son tales que terminan desequilibrando a las naciones que lo intentan. Por otra parte, la explotación y comercialización de estos productos precisa un mecanismo de gestión eficaz y ágil y no puede estar en manos de sectores públicos que, especialmente en el tercer mundo, están sometidos a la corrupción, a los cambios políticos constantes y a una falta absoluta de estrategias a medio y largo plazo. El período en el que las “Siete Hermanas” se repartían el comercio mundial del petróleo terminó hace ya tres lustros, más o menos con el final de la Guerra Fría. Pero también en este terreno existe un hecho nuevo: han aparecido nuevas compañías petroleras que tienden a nacer, desarrollarse, fusionarse con otras, para ver cómo en otro lugar se repite el fenómeno. El hecho nuevo es que no se trata de compañías explotadores de hidrocarburos “químicamente puras”, sino que en su inmensa mayoría dependen del capital financiero, han sido creados por él o están ligados a consorcios empresariales que nada tienen que ver con el sector petrolero, sino que incluso proceden de otros sectores muy diferentes como el de la alimentación.

El hecho es que en las bolsas de valores cualquier particular puede comprar y vender acciones de cualquier compañía. En realidad, estas operaciones son insignificantes y sin apenas repercusión global –salvo en períodos de “avalanchas” hacia determinados productos del mercado bolsista (las “puntocom” en su momento)-. No es el pequeño inversor el que decide el destino de la bolsa, sino los grandes inversores (los únicos cuyas operaciones son registradas por las pantallas de las bolsas en tanto se consideran demostrativas y decisivas para la subida y bajada de tales o cuales acciones). La historia del “juego de la bolsa” es siempre el mismo desde que se fundaron: la dinámica infernal y repetitiva consiste en recoger el dinero de pequeños inversores que venden en momentos de crisis a los grandes inversores (los únicos que tienen fondos de resistencia para aguantar en esos tiempos). Así, las pérdidas no las pagan los grandes consorcios… sino los pequeños inversores.

En el momento actual, las acciones de las petroleras están ligadas a consorcios industriales y bancarios siguiendo el proceso de acumulación de capital que ya adivinaba Marx desde su mesa de la biblioteca de Londres cuando veía como se fusionaban industrias creando nuevas sociedades anónimas, o bien casando a sus vástagos…

La cuestión es que los beneficiarios de la globalización y los actores energéticos… son, básicamente, los mismos. No todos los beneficiarios tienen directamente relación con los actores energéticos, pero sí que la mayoría de beneficiarios están íntimamente ligados, directa o indirectamente, a estos sectores. Así pues, más que hablar de una “arista”, estamos aludiendo a un ángulo romo.

La importancia y el peso de este ángulo irá creciendo en el futuro próximos. Tal y como está configurado nuestro mundo tenderá a crecer en los próximos años. La sustitución del petróleo por energía de fusión no puede sino retrasarse entre 25 y 35 años. Parece problemático que, dados los actuales consumos energéticos, las reservas actuales de petróleo puedan prolongarse durante tanto tiempo. Así pues habrá que recurrir a soluciones derivadas del cultivo de oleaginosas (para la fabricación de biodiesel) o bien a estimular la producción de alcoholes (etanol), o bien al tratamiento de pizarras y arenas bituminosas (gasolinas sintéticas).

A decir verdad, la crisis energética demuestra una cosa, como mínimo, sorprendente. Si tenemos en cuenta que los hidrocarburos han tardado millones de años en formarse a partir de masas orgánicas sumergidas, lo cierto es que en los últimos 150 años hemos agotado este “pasado”. Simplemente han bastado 150 años para consumir, y por tanto destruir, un patrimonio acumulado durante millones de años. Puede entenderse que hayamos dicho al principio de este ensayo “provisional” que existen civilizaciones del espacio y civilizaciones del tiempo: la civilización moderna se ha “comido” –literalmente- millones de años de paciente acción de la naturaleza.

12) Los beneficiarios de la globalización con la neodelincuencia.

Existe un sector de beneficiarios de la globalización completamente delincuencial. Determinadas formas de delitos serían imposibles sin la libre circulación de delincuentes en determinadas áreas del planeta, especialmente en el Primer Mundo y, más en concreto, en la Unión Europea. Un kilo de heroína puesto en el interior del espacio Schengen puede llegar a cualquier punto de Europa sin ningún obstáculo; una banda de delincuentes puede dar golpes en un país concreto y, cuando ya está demasiado “machacado”, pasar a otro sin dejar rastros hasta que nuevamente se produzca la saturación. Una reforma en el código penal de un país, que atenúe las penas para determinados delitos, puede operar como “efecto llamada” para delincuentes de todas las latitudes. La globalización ha allanado el camino de la delincuencia. Nunca como ahora las bandas actúan con tanta libertad y, paradójicamente, a pesar de los mecanismos de seguridad del Estado, cada vez más reforzados, nunca han operado con tanta tranquilidad y seguridad.

Para colmo, los Estados europeos viven todavía el frenesí progresista que ha supuesto desde hace treinta años una verdadera parálisis de los mecanismos penales. La idea dominante –hoy en vías de desaparecer- es que el delincuente es víctima de circunstancias sociales, en lugar de –como suele ocurrir- culpable de vivir fuera y al margen de la ley. Así pues, la tendencia general es a priorizar la “reinserción” del delincuente en lugar del resarcimiento a la víctima. Este sistema ha fracasado estrepitosamente en el momento que se han producido las oleadas de inmigración masiva que han operado un verdadero “efecto llamada” sobre la delincuencia. Como siempre, mientras que los afectados –la ciudadanía- perciben el problema desde hace años, la clase política reacciona con una lentitud exasperante y una falta de decisión insultante para los electores.

En realidad, este problema resulta extremadamente preocupante. Los beneficiarios de la globalización viven de espaldas a la delincuencia en la medida en que la delincuencia no está en condiciones de llegar hasta los “fortines” donde viven. Entre la delincuencia rige la ley del mínimo esfuerzo: el blanco a expoliar no es aquel al que se le pueden sustraer más botín, sino aquel otro que resulta más fácil de saquear.

No es que los beneficiarios de la globalización cooperen con la neodelincuencia; de hecho, como máximo, solamente se han dado este tipo de relaciones entre los medios de la finanza y las capas altas de la delincuencia y el narcotráfico. Lo que supone esta arista es algo muy diferente: es una zona neutra en la que los beneficiarios de la globalización en el Primer Mundo, cínicamente, dejan que la neodelincuencia actúe a sus anchas, en la medida en que las víctimas “son otros”. Sin embargo, en el Tercer Mundo la delincuencia amenaza más directamente a los beneficiarios de la globalización (en Colombia este sector aporta el mayor contingente de secuestrados) y todavía sería peor, probablemente, si el cáncer progresista hubiera calado más hondo en el terreno de códigos penales permisivos y un sistema penitenciario basado en la rehabilitación.

Pero hay algo mucho más grave que todo esto. Lo cierto es que determinadas prácticas económicas realizadas por los beneficiarios de la globalización son propiamente delincuenciales. Los últimos años de liberalismo salvaje han hecho olvidar la existencia de “delitos sociales”. Existen delitos ecológicos en boca de todos, pero apenas nadie recuerda los delitos sociales. Lo obvio es que la destrucción de puestos de trabajo en Europa y la contratación de trabajadores-esclavos en zonas en expansión, no es un delito social, sino dos… Por otra parte, es rigurosamente cierto que existen delitos ecológicos, pero, no tanto en Europa donde el nivel de conciencia ecológica es muy alto, como entre los actores emergentes que tienen prisa por incorporarse al pelotón de cabeza de los países industrializados sin importarles en absoluto los daños medioambientales. Y eso también puede ser considerado como mera delincuencia. Como delincuencia es, igualmente, la destrucción del tejido industrial en Europa y su traslado allí  donde la permisividad y la lasitud de las autoridades permiten producir de manera más salvaje y a menor coste. Eso también es delincuencia.

Así pues, lo que en última instancia tenemos es el lento, pero constante, deslizamiento de franjas cada vez más amplias de los sectores beneficiados por la globalización hacia la neodelincuencia; no, desde luego, la delincuencia de antifaz y ganzúa, sino un tipo de delincuencia caracterizado por su falta de escrúpulos a la hora de planificar la estrategia de sus negocios.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisi@yahoo.es

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