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“Baltikum”: los freikorps 1918-1923, por D. Venner.

“Baltikum”: los freikorps 1918-1923, por D. Venner. Redacción.- Está próximo a aparecer “Baltikum” de Dominique Venner, subtitulado “La historia de los cuerpos francos y el origen del nazismo, 1918-1923”, número 2 de la Colección Historia&Acción, de Editorial PYRE. El libro de 384 páginas, y formato 15x23, es una obra fundamental para entender el sustrato sobre el que fermentó el nazismo. [en la foto de la derecha Ernst von Salomon, el mejor escritor de su generación e historiador de los freikorps] El libro se inicia con la revuelta de los soviets de la marina alemana en noviembre de 1918, que precipitó la rendición del II Reich y un fenómeno de centrifugación nacional sin precedentes en la Europa moderna, y el golpe de Munich, protagonizado por Hitler y que el autor considera como la última manifestación política de los “freikorps”, algo que, ningún autor, antes que Venner, había contemplado. La obra está ilustrada con un centenar de fotos, en su totalidad desconocidas en España y aparecerá a finales de agosto. Baltikum puede ser solicitada a Editorial PYRE, adb@pyrelibros.com, al precio de 20,00 euros. Presentamos, a continuación, el capítulo III de esta interesante e imprescindible obra, que ha sido traducida por Ernesto Milà.

Capítulo III
Los primeros Cuerpos Francos

Bajo el casco prusiano, el ayudante Suppe, del 1º Regimiento de la Guardia, lleva los bigotes de moda entre los soldados del frente. Así ataviado, su cuerpo parece modelado en aquel caucho duro del que están hechas las porras. Luce, provocadora, la Cruz de Hierro de primera clase, sobre la guerrera del uniforme. En la cintura resalta el perfil duro de una pistola de ordenanza Luger P.08, dispuesta para ser usada.

El soviet del cuartel evita aventurarse en los corredores del primer piso donde el ayudante Suppe ha establecido su cuartel. Todo el día es un continuo desfilar de suboficiales, animales de guerra de mirada profunda, ociosos en estos días.

Los cuerpos delgados, como atraídos por una misteriosa calamidad, salen por la escalera para alcanzar la gran habitación, del cuerpo de guardia, convertido en centro de reclutamiento; allí, en la única cama que hay en la estancia, se sienta el ayudante Suppe.

En el corredor, dos oficiales fuman con un falso desinterés que contrasta con su mirada siempre en guardia, la pistola al cinto y las botas lustradas. El cañón amenazador de una ametralladora Maxim, sostenida en su trípode, con la cinta artillada, sorprende tras la puerta. Un armero repleto de brillantes fusiles Mauser se apoya a lo largo de todo el muro. En frente, banderas rojas y negras apuntan sobre un mapa del Gross Berlin. El perfume acre del tabaco llena la estancia, luchando con el olor insípido de los uniformes y el cuero de los correajes. En torno a una mesa de madera que se apoya sobre cajas de granadas, algunos suboficiales de la División de Cazadores de la Guardia escuchan al ayudante Suppe.

Aquí está siempre el frente. Estos hombres no pueden eludirlo. Han sido devorados por la guerra... Cada uno de sus gestos, cada reflejo está impregnado por la dureza de las batallas. Bajo el aburrimiento de las trincheras, el horror de los bombardeos, la furia de los asaltos, han sepultado al hombre viejo, el civil, el burgués. Si encontraran las palabras y la fórmula podrían decir como Ernst Jünger: «La guerra, madre de la dolorosa Europa de hoy, es también nuestra madre: es quien nos ha forjado, esculpido, endurecido y convertido en lo que somos. Y siempre, por todo el tiempo que girará en nosotros, trepidante, la rueda de la vida, la guerra será el eje en torno al cual la rueda girará»1.

Nacidos para ser soldados, la guerra les ha separado del rebaño de los drogueros, de los obreros y de los contables en uniforme que componen el grueso de los ejércitos nacionales. En sus venas corre la sangre viva de los soldados de Carlos V, de los veteranos de la Guerra de los Treinta Años, y de los piradas de Störtebecker2. En la batalla, los rostros locos se vuelven hacia los rostros más duros y decididos. En la desolación nocturna de las trincheras, la débil luz de sus acuartelamientos anunciaba un refugio inexpugnable de desesperanza y alegría desdeñosa. El miedo y el sufrimiento, acentúan más el gusto por los placeres inmediatos, el del golpe de mano y el del trago de schnaps…

Los amotinados les temen y envidian al mismo tiempo, por que reconocen en ellos el eterno gesto desafiante, agresivo, temerario y despiadado.

En el Berlín titubeante de noviembre de 1918 los suboficiales con el perfil de lobo ostentan con insolencia las Cruces de Hierro, los galones y las pistolas3. Pero estas provocaciones no pueden durar mucho tiempo. El ayudante Suppe lo sabe mejor que nadie. En el cuartel donde su reputación de burlón y sus gestas lo han convertido en extremadamente popular, siente el odio sordo, y su habitación que se obstina en llamar «el bunker», merece justamente este nombre.

«Desorden, inseguridad, saqueo, anarquía y vagabundeo –ha escrito el subteniente Fischer, ayudante de campo en la plaza de Berlín– estaban al orden del día. Las tropas estaban cómodas y los cuarteles parecían manicomios. Los puestos de guardia habían dejado de existir: sólo el soviet de soldados en cada ángulo y en cada corredor actuaba con iniciativa. Los únicos dueños de Berlín eran la división, la licencia y el caos… Hasta desembocar en los momentos de ocio y de la paga, los cuarteles quedaban vacíos cuando la Kommandantur solicitaba apenas una docena de hombres para el servicio»4.

El 16 de noviembre, los más veteranos del 2º Regimiento de la Guardia se reúnen en el «bunker». Cinco días antes los oficiales han debido huir del cuartel. Aislados frente a la masas de rebeldes, sin oficiales, sin órdenes, los soldados no saben que hacer. Todavía ayer, todo era simple. Hoy ya no se sabe quien manda.

Tras la avalancha de preguntas, Suppe se levanta y toma la palabra:

– ¿Qué –pregunta– debemos hacer en Berlín? Nos uniremos, sin ninguna autorización. Y –guste o no– se deberá reconocer nuestra existencia. En situaciones excepcionales, un suboficial debe tomar él mismo las decisiones. Y nosotros no hemos conocido jamás situación tan excepcional como esta. Así pues, tomo la decisión de constituir un cuerpo franco con aquellos que quieran seguirme5.

Un triple «Hurra» saluda la creación del primer cuerpo franco de la revolución alemana. En la confusión del momento, nadie hace caso de aquellos que muestran sus rostros preocupados por la aventura.

Extremadamente denso, el aire del «bunker» se convierte ahora en irrespirable; el cuerpo franco decide evacuar el cuartel con armas y bagajes.

Suppe se instala después en el gran anfiteatro de la Universidad. Optimista, espera ver afluir voluntarios.

Uno de sus compañeros, encargado del telégrafo con el Ministerio de la Guerra de Prusia, transmite por los canales oficiales un despacho directo a todos los cuarteles:

«Los suboficiales del frente que puedan demostrar haber estado de servicio, pónganse en contacto con la oficina del cuerpo de voluntarios, en el edificio de la Universidad, Kaiser Franz-Josep Plats. Todas las informaciones relativas al sueldo, el rango y el equipamiento serán facilitadas en esta oficina. Firmado: Suppe, Führer».

Este telegrama provoca una tempestad en el Comité Central de los soviets y Liebkbecht organiza asambleas para pedir el arresto de los suboficiales «contrarrevolucionarios».

Sin dejarse intimidar por esta campaña, Suppe, decididamente tiene en ascuas a los movimientos revolucionarios, consigue organizar, el 5 de diciembre de 1918, una reunión de todos los suboficiales de la guarnición en el Circo Busch. Informados por panfletos y anuncios en prensa, 1500 suboficiales responden a su llamada. Tras un tempestuoso debate y para tomar la iniciativa, Suppe decide realizar una manifestación en Berlín.

Así podrá saber de cuántos partidarios dispone. Parte de la Unter-den-Linden, seguido por quinientos rostros insolentes y resueltos. Este temerario cortejo prefigura las futuras cortes uniformadas que cantarán pronto su desafío en todas las ciudades de Alemania:

«Las calles pertenecen a quien desciende sobre ellas,
la calle pertenece a la bandera de los cuerpos francos.
Entorno a nosotros, el odio.
En torno a nosotros, caen los dogmas abatidos.
Sobre el fango ondean muestran banderas».

En la Wilhemstrasse, el cuerpo franco se encuentra con la guardia «roja» del mayor Otto Wels, uno de los pocos oficiales socialistas, nombrado comandante de la plaza. Las dos opciones se enfrentan en un instante de silencio. Bruscamente se abre una ventaba en la fachada de la Cancillería. Las cabezas de los soldados se alzan: en el balcón aparecen Ebert y Scheidemann que, tomando la palabra, les exhortan alternativamente a unirse para defender la nueva legalidad, la joven república alemana y el Reich eterno. Suppe apenas le escucha. Está distraido con las reflexiones del mayor Wels; sin cumplidos, éste le invita a unirse a la Repúblicanische Soldatenwehr. Solo él tiene autoridad en Berlín para dar la paga, el alimento y los equipamientos. Asegura al «camarada» Suppe que su autonomía será respetada, por que él, en cierto modo, ha sido elegido por sus hombres.

Suppe ve inmediatamente las ventajas que puede extraer de esta propuesta: aceptarla, significa que su iniciativa pueda tener un aspecto oficial, lo que le facilitará el reclutamiento. A cambio, ¿qué es lo que le están pidiendo? Una alianza puramente formal que ha decidido respetar mientras convenga a sus intereses.

El cuerpo franco se convierte oficialmente en el 14º Acuartelamiento de la Soldatenwehr. Ya que el mayor Wels se demuestra, como era de esperar, incapaz de mantener la promesa por lo que respecta al sueldo y al armamento, se pone una vez más de manifiesto el espíritu de iniciativa de Suppe. Las armas son procuradas durante la noche; proceden de cuarteles sin vigilancia. Cuatro autos blindados y un carro de asalto circulan por la calle de la Volksmarinedivision, tras haber comprado a los centinelas.

Los efectivos alcanzan los de un batallón; pero se trata de un batallón seleccionado por la guerra; todos han combatido bajo el fuego y pertenecen a las diferentes armas: infantería, caballería, artillería. Suppe introduce innovaciones, como harán luego otros comandantes de los cuerpos francos y sobre todo el general Märker a mayor escala. Constituye en su unidad una compañía de apoyo armada con cañones y morteros, mandada por el oficial Penther, y una compañía de ametralladoras pesadas, mandada por el sargento mayor Flick. Dispone así de una formación en la que diversas armas podrán inmediatamente desplegarse con una potencia de fuego máxima en las condiciones imprevisibles del combate ciudadano.

El 24 de diciembre de 1918, unas horas después del fracaso de las operaciones realizada por las tropas del general Lequis ante el Marstall, el gobierno confía al coronel Reinhar6, del 4º Regimiento de la Guardia, la organización de una policía militar en Berlín. Es un hombre de temple odiado por los revolucionarios. ¿Con quién puede contar? El ayudante de campo del mayor Wels lo conduce al acuartelamiento de fortuna del cuerpo franco de Suppe.

El ayudante lo acoge con un saludo impecable y garantiza inmediatamente a Reinhar su apoyo. Entrados en el gran cuerpo de guardia, los dos oficiales creen soñar; una orden que parece llegada de un pasado remoto resuena en sus oídos:

– Stillgestanden! Augen geradeaus! ¡En pie! ¡Firmes!

Disimulando la emoción, pasan lentamente ante los suboficiales firmes, dramáticos testimonios, en sus disparatados uniformes, de la fidelidad de los viejos regimientos imperiales.

Esa misma noche, los hombres de Suppe marchan hacia el cuartel de Moabit donde el coronel Reinhar organiza un cuerpo de voluntarios de los que ellos constituirán el núcleo.

Naturalmente los oficiales del Estado Mayor, comprenden pronto las ventajas de una llamada a los voluntarios. En sus recuerdos, el general Groener afirma: «Sólo un ejército de voluntarios podía afrontar la lucha contra las masas obreras de la ciudad. Ya en Spa (es decir, antes del 11 de noviembre de 1918) había avanzado esta idea, pero no se pudo realizar por que se creía que el ejército activo era utilizable. En Wilhelmshöne (nueva sede del Alto Mando), el plan fue recuperado y desarrollado de escondidas, de acuerdo con Ebert»7. El mayor von Scheleicher, que se convertirá luego en ministro de la Reichswehr e intentará oponerse al acceso de Hitler al poder, apoya decididamente la idea de Groener. Éste demuestra, a su vez, que tienen todo que ganar con la creación de los cuerpos francos. Si la iniciativa fracasase, las responsabilidades recaerán sobre el gobierno Ebert. Si los resultados son positivos, los cuerpos de voluntarios servirán de vivero para el Estado Mayor, reconstituido entre tanto, y que, a su vez, conseguirá reconstruir un verdadero ejército. El Feld-Mariscal Hindenburg se dejó convencer con este argumento.

El 24 de noviembre de 1918, el Estado Mayor envía una orden secreta a los comandantes de las grandes unidades de guarnición en Polonia (Grenzschultz-Ost), induciéndoles a constituir tropas voluntarias para «asegurar la defensa de la Marca del Este». Tres días después el subteniente Gerhard Rossbach, del 175º Regimiento de Artillería, había cumplido esta orden constituyendo bajo su propia autoridad un cuerpo franco, la Freiwillige Surmabeitung Rossbach, Sección de Asalto de los Voluntarios de Rossbach. El 29 de enero de 1919, con sus 180 hombres, se apoderaron de la ciudad de Culmsee en la Prusia Oriental, tras haber puesto en fuga a las milicias polacas. La empresa será una de las raras operaciones realizadas en el Este con éxito positivo en este período.

El 10 de diciembre de 1918 el subteniente Paulsen creó un cuerpo franco en Silesia, y el jefe del escuadrón von Aulock, del 4º Regimiento de los Usares Pardos, hace lo mismo en Hannover. Por su parte, el capitán de reserva Franz Seldte, restituido a la vida civil y a sus actividades industriales, funda en Magdeburgo en las Navidades de 1918 con sus ex camaradas del 66º Régimiento de Infantería, el Stahlhelm (Casco de Acero), una especie de liga, a medio camino entre la milicia armada y las asociaciones de ex combatientes. El movimiento, de un estilo completamente nuevo, que prefigura las ligas paramilitares de excombatientes que florecerán en toda Europa tras 1918, se difunde rápidamente en Sajonia y Brandeburgo. Pero será la audaz iniciativa de un oficial superior, el general Märker, comandante de la 214º División de Infantería, quien dará un impulso decisivo a la constitución en gran escala de los cuerpos francos.

Nada parecía predisponer a este general, que no había protagonizado ninguna acción clamorosa que lo distinguiera durante la guerra, a un destino tan singular. «No he pensado en nada –ha escrito en sus memorias– mientras me he encontrado en territorio enemigo. Sólo cuando puse el pie sobre el suelo de la patria pude medir la extensión del desastre: y entonces me sentí literalmente hundido»8.

El 6 de diciembre de 1918, se encuentra con algunos oficiales del Estado Mayor del Cuerpo de Ejército Sixt von Arnim, en el Palacio Episcopal de Paderborn. El coronel Heye, que representa al Alto Mando, sugiere la creación de unidades de voluntarios empezando por el reclutamiento de las tropas desmovilizadas, a fin de asegurar la protección de las fronteras del Este contra los polacos y para combatir a los espartaquistas del interior. La misma tarde, de regreso a su Cuartel General de Salzkotton, el general Märker decide constituir un cuerpo franco. La mayor parte de los oficiales de su Estado Mayor aprueban la iniciativa. Primeramente llamado Landjägerkorps, la nueva unidad es definitivamente bautizada Landesjägerkorps, después de que un oficial recordase que en la Alemania meridional Landjäger quiere decir salchichón…

Trabajando sin interrupción con su Estado Mayor, el general Märker puede redactar el 12 de diciembre una memoria a su superior jerárquico, el teniente-general von Morgen, comandante del 14º Cuerpo de Ejército de la Reserva. Este pide un proyecto de regulación más detallado; el general Märker se lo entrega el 14 de diciembre. Este documento constutivo del Freiwilligen Landesjägerkorps se convertirá, por sus disposiciones revolucionarias, en una especie de carta para los cuerpos francos. Inspirará también el texto de la futura ley sobre la Reichswehr provisional, votada por la Asamblea Nacional de Weimar el 6 de marzo siguiente9.

Esta «carta» se basa en las lecciones obtenidas en los primeros días de la revolución y en las duras condiciones de la retirada: el general Märker ha notado que los «hombres de confianza» elegidos por los Soviets de Soldados puede secundar útilmente a los oficiales cuando no son arrastrados por el espíritu de rebelión. Estos se ocupan entonces de todas las cuestiones relativas a la vida material y al confort de la tropa, del aprovisionamiento a la contabilidad de las unidades, comprendido el rancho del cuartel y la organización de los pases de pernocta. La gran innovación del reglamento de Märker consiste en institucionalizar la función de estos «hombres de confianza» elegidos por la tropa, aun confirmando la autoridad de los oficiales. Estos hombres de confianza tendrán también el derecho a ejercer como jueces en las cortes marciales.

La vieja disciplina puramente mecánica (Kadaverdisziplin) es sustituida por una «disciplina de hierro», ciertamente, pero «libremente aceptada» y fundada sobre la lealtad de los hombres hacia sus jefes. El Documento constitutivo modifica también el régimen de castigos y los signos exteriores de respeto en vigor en el ejército imperial.

Transmitido por el general von Morgen, el documento constitutivo es ratificado por el Estado Mayor.

Reunidos los primeros Voluntarios, el general Märker dice:

«Camaradas: soy un viejo soldado. Durante treinta y cuatro años he servido fielmente a tres emperadores. He combatido y vertido mi sangre por ellos en cinco guerras y en tres continentes. Aun hoy amo y respeto a Guillermo II, tras treinta y cuatro años que he prestado juramento a la dinastía. Pero hoy ya no es mi Emperador ni mi Señor de la Guerra. Le ha sucedido el gobierno del canciller Ebert, que se encuentra en una situación muy difícil (…). Hace ciento seis años, cuando Prusia fue humillada y envilecida como hoy lo ha sido el Reich, algunos Cazadores se reunieron voluntariamente en Breslau, en torno al mayor von Lützow. Con ellos, Lützow emprendió su audaz empresa. Constituyendo un Cuerpo de Cazadores Voluntarios; yo he querido crear una tropa similar»10.

Los voluntarios prestaron juramento según la fórmula: «Juro servir lealmente al gobierno provisional del canciller Ebert hasta que la Asamblea Nacional haya elegido un gobierno definitivo».

Se trata de un juramente completamente formal. Los combatientes de los freikorps desprecian al presidente de los «Comisarios del Pueblo» apostrofado como Friederich der Kleine (Federico el pequeño), en oposición a Friederich der Grosse (Federico II el Grande).

El encuadramiento se confía inicialmente a suboficiales de cierta edad; Märker temía que suboficiales jóvenes pudieran cometer errores psicológicos con una tropa verosímilmente difícil de mandar. Pronto se da cuenta de que se ha equivocado. «Comprendí inmediatamente que la primera teoría era completamente errónea. He visto a muchos jóvenes oficiales en situaciones en las que hábilmente sabían salir adelante. La juventud tiene la ventaja de la despreocupación, de la intradependencia y, sobre todo, del fervor patriótico»11.

Los Cazadores reciben una paga de 30 marcos al mes a la que se añade una gratificación de 5 marcos al día tanto para oficiales como para suboficiales. Los compromisos son de 30 días. Basta con haber terminado la instrucción militar para poder enrolarse. Esta última disposición no será impuesta a los demás cuerpos francos que enrolarán estudiantes sin formación militar.

Reguladas las cuestiones del reclutamiento, del encuadramiento y de la disciplina, el general Märker se dedica a la organización táctica del cuerpo. Ya que ha sido destinado a los combates de la guerra civil, decide crear numerosas pequeñas unidades mixtas con los efectivos de una compañía, reforzada por una sección de ametralladoras pesadas y una sección de morteros. Una batería de artillería y un escuadrón de caballería podrán agregarse en caso de necesidad. Está prevista una instrucción táctica especial para todas las situaciones de combate en las zonas urbanas: defensa de edificios públicos, ocupación de estaciones ferroviarias, asalto a edificios, combates callejeros, etc.

Precisamente sobre este punto encontrará las mayores dificultades. Märker se preocupa del equipamiento de sus voluntarios cuyos uniformes son dispares y desgastados. Los depósitos que visita han sido saqueados o se encuentran en tal estado de abandono que el material es inutilizable. Sus peticiones infructuosas demuestran que, en diciembre de 1918, ni el Ministro de la Guerra de Prusia, ni el Comandante de Berlín tenían la posibilidad de vestir y equipar a los 4.000 efectivos que en esa fecha constituían el cuerpo franco.

El 28 de diciembre Märker recibe la orden de ponerse a disposición del general von Lüttwtiz, nuevo comandante militar de Berlín a fin de asegurar la protección de la capital. Llegando al campo de Zossen, a 50 kilómetros al Sur de Berlín, descubre finalmente un depósito de vestuario que le permite equipar a sus tropas. La solapa de las guerreras está adornada con una hoja de roble, símbolo de la fidelidad alemana.

Los primeros cuerpos francos, surgen en el seno de unidades descompuestas. Todo es caótico en el vértice administrativo del viejo ejército, cuya ficción sigue manteniéndose. Suele ocurrir en esos días que un joven oficial o suboficial enérgico –en un cuartel sumido en el caos– se alce y realice una llamada a los voluntarios.

Los primeros en responder son los combatientes del frente, disgustados por la derrota y el desorden institucionalizado. Son jóvenes y violentos para soportar los insultos sin reaccionar; no se reconocen en el rostro de la nueva Alemania.

Los demagogos de la política, los agitadores convulsivos y los traficantes corruptos que tienen en esos días la supremacía, les inspiran sólo cólera y desprecio; consideran que precisamente ellos jamás han conocido la guerra y han boicoteado a los frentes desde la retaguardia.

Naturalmente sólo en algunos de ellos está presente tal estado de ánimo. La mayor parte de los combatientes no piensa más que en arrojar lejos el uniforme, olvidar el fango, los piojos y el miedo de las trincheras entre los brazos de la esposa y en la calidez del hogar. Desean sólo un poco de dulzura y de quietud, incluso creen que podrán obtenerla en la Alemania trastornada, destruida, hambrienta. «¿Qué han encontrado? Emboscados bien nutridos, situados en los mejores puestos, mientras ellos, macilentos, con el uniforme raído, se ven obligados a mendigar un puesto de trabajo de puerta en puerta. Han visto la riqueza, el bienestar reservado a los beneficiarios de aquella guerra por la cual ellos, y sólo ellos, han pagado con su piel»12. Algunos, tras haber intentado en vano reinsertarse en la vía civil, huyen en la miseria y en la desesperación enrolándose en un cuerpo franco.

El capital Berthold, vencedor en cincuenta y cinco combates aéreos, laureado con la cruz «Pour le Mérite», «un hombre cuyo cuerpo taladrado por los balazos, era todo uno con las prótesis artificiales y las vendas»13, escribía en su diario en enero de 1919: «No olvidaré nunca aquellos días de delito, mentira y barbarie. Aquellos días de la revolución han dejado en signo indeleble en la historia de Alemania». Con patética premonición, deja escapar este grito: «Cuánto me odia el polaco…»14. El 14 de marzo de 1920, en Harburg, será asesinado de forma horrenda por los revoltosos.

Hanz Zöberlin, al retorno de las trincheras, ha contado como encontró Munich, presa de la revolución. En la estación es asaltado por una masa ululante que lo insulta y le arranca la Cruz de Hierro: «Si hubiera tomado un coche, habría estado en casa en un cuarto de hora. Pero no tenía ganas de apresurarme. Ninguna alegría por el retorno aligeraba mis pasos. Dí un largo rodeo como cuando era niño e iba al dentista. Y, por lo demás ¿qué habría hecho en mi casa? Qué habría podido hacer en aquel lugar frío y extraño que un día fue mi casa? ¿Cómo habría podido hablar a personas que se habían convertido en extrañas?» . Bruscamente, en su cabeza vacía y dolorida le resuenan fragmentos de su juramento de soldado: «Juro ante Dios omnipotente no ceder en la tempestad y en la batalla, en la guerra y en la paz». Esta última fase le consuela. Es precisamente eso lo que ocurre: «La guerra ha terminado, pero la batalla por Alemania continúa» 15].

Manfred von Killinger, que pagará duramente su opción, no busca coartadas para sus camaradas de los cuerpos francos: «La guerra se había convertido en su oficio. Y no querían ningún otro»16.

La llamada a los voluntarios fue para ellos una liberación: podrán encontrar de nueva la camaradería, la despreocupación de la vida militar y la seguridad de no morir de hambre. Es una inesperada respuesta a los problemas psicológicos y sociales indisolubles frente a los cuales les ha situado el retorno a la vida civil en una Alemania vencida y descompuesta. «Nosotros obedecemos», dice Freiderich Wilhelm Heinz, enrolándose voluntario a los dieciséis años, futuro miembro de la Brigada Ehrhardt y luego jefe de las S.A. para Alemania del Oeste17. «Avanzamos sobre los campos de batalla de la posguerra de la misma forma que combatíamos en el frente occidental: cantando, libres, llenos de alegría venturosa para ir al ataque, silenciosos, saturados de odio y sin remordimiento en los combates».

A los jóvenes veteranos muy pronto se unen numerosos estudiantes. Crecidos en la admiración del heroísmo y en el culto a la grandeza alemana, son demasiado jóvenes para haber participado en el conflicto, pero se habían identificado con los soldados del frente y pudieron decir con su hermano mayor Ernst Jünger en la vigilia del combate: «No existe ninguna duda de que la guerra nos ofrece grandeza, fuerza, importancia. Nos aparece como el acto viril por excelencia… Y sobre todo no estar obligado a permanecer en casa, ¡acudir a esta comunión!» 18

El término patriotismo expresa sólo muy débilmente el sentimiento apasionado de esta juventud. «Antes que nada es preciso comprender que no tiene nada que ver con la monarquía, el conservadurismo, la reacción bürgerlich, ni con el patriotismo del período monárquico», escribía el mismo Jünger19.

Es un sentimiento que se inserta en una corriente más poética que intelectual. Movimientos de juventud de antes de la guerra, como el Wandervogel, estaban fuertemente impregnados por este espíritu.

La exaltación romántica de esta juventud se ha nutrido con un impulso salvaje que la derrota y la humillación llevaron al paroxismo. Los más duros, y los más sensibles de la generación de la guerra piensan con Jünger que «el combate es siempre algo sagrado, un juicio divino entre dos ideas. Defender la propia causa lo más vigorosamente posible, es propio de la naturaleza humana. Nuestra suprema razón de ser es, pues, luchar. No se posee verdaderamente si no lo que se conquista combatiendo»20.

Para Ernst von Salomón no existen dudas sobre el objeto de esta posesión. Los voluntarios «habían desenmascarado el gran engaño de aquella paz y no querían participar, no querían formar parte del cómodo orden que venía a ellos completamente cubierto de barro. Cada uno de ellos buscaba algo diferente, justificando la búsqueda con diversos motivos. No habían recibido todavía la consigna. Presentían esta consigna, la decían avergonzándose de su sonido descolorido, la mascullaban y la digerían con miedo secreto, y si bien la evitaban en el juego de sus varios discursos, sentían constantemente su peso en la espalda. Desgastada por el tiempo, misteriosa, fascinante, intuida y no reconocida, amada y no obedecida, la palabra irradiaba mágicas fuerzas desde el interior de las tinieblas más profundas. Y esta palabra era: Alemania».

¿Dónde estaba Alemania? ¿En Weimar, en Berlín? Estuvo una vez en el frente, pero el frente se había hundido; luego habría debido estar en la patria, pero la patria había sido traicionada… ¿Dónde estaba Alemania? ¿Acaso en el pueblo? Pero el pueblo pedía gritando pan y elegía a sus gordos patrones. ¿Era quizás el Estado? No; el Estado buscaba entre las habladurías su forma y la encontraba en la renuncia.

«Alemania ardía oscuramente en algunos cerebros audaces; estaba allí donde se luchaba, donde manos armadas esperaban mostrar su integridad; brillaba deslumbrante donde los obsesos de su espíritu osarían por amor a ella realizar su último intento»21.


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© Dominique Venner por el texto.
© Ernesto Milà – por la traducción – infokrisis@yahoo.es

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