¿Hay que prohibir los toros o los castellers?
Redacción.- Los antitaurinos no tienen el más mínimo inconveniente en llorar por la muerte de un toro y permanecer indiferentes cuando se arrancan masivamente fetos en el útero materno. No tienen el más mínimo inconveniente en llorar por el toro y permanecer indiferentes ante los lloros de los “anchenetas” que deben coronar los “castells”. Se dicen catalanistas, pero atacan a la fiesta tradicional de buena parte de Catalunya, los “correbous” y olvidan que buena parte de los mejores toreros de ayer y hoy, son catalanes. [éste artículo ha sido actualizado y revisado el 7 de julio de 2009, día de San Fermín, como tributo a los que prueban su valor corriendo detrás de los toros. Hay que decir que este artículo ha sido citado en una treintena de webs y blogs nacionalistas e independentistas y cubierto por todo tipo de improperios. Nos satisface: evidentemente, la intención de este artículo es tan provocadora como el sello de 1,50 pesetas con que lo hemos ilustrado, impreso durante el franquismo. ¿O alguien pensaba que nos interesaban los castellers? Quizás algunos términos con los que hemos apostrofado al nacionalismo parezcan excesivos; de hecho lo son, pero hay enemigos a los que se respeta y otros a los que se desprecia, adivinen la consideración que tengo para el nacionalismo y el independentismo]
La fiesta española es también la fiesta de Catalunya
Las plañideras de ERC y los comedores de forraje de ICV-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat, han presentado casi medio millón de firmas contra las “corridas de toros”. Hace unos años, la tribu urbana dirigida por el hoy diputado de ERC, entonces dirigente de las JERC, Puigcercós, se entretuvo impunemente en desatornillar los paneles del “toro de Osborne” de toda Catalunya. En más de una ocasión, cuando el gran panel cayó sobre los sembrados, los propios agricultores catalanes, con espardenyas y faixa, corrieron a barretinazos a los “intrépidos” púberes de Ángel Colom i Colom, prominente miembro de la comunidad gay, cuyas historias vinculadas a desintoxicaciones de todo tipo circulaban ya desde los tiempos en los que era secretario general de ERC, justo antes de fundirse la VISA-Platino del partido y ausentarse sin dejar señas.
A las plañideras de ERC, en el fondo, les trae al fresco la “fiesta brava”, el toro y la integridad del torero. Lo que ocurre es que la fiesta se identifica con España y ellos son catalanistas e independentistas, así pues, todo lo que huela a España, por catalán que sea, debe ser zaherido, arrojado al estercolero y denostado como bárbaro. El problema no es que no les “gusten” las corridas de toros, es que no les gusta como producto de su fe política. El problema es que las corridas de toros son tan catalanas como españolas. Pequeño detalles que se les había escapado a estos “figuras” del pensamiento catalán.
Que sepamos –y no somos especialistas en corridas de toros- hubo plazas de toros en Barcelona desde el siglo XVII. Famosa fue, desde luego, la construida por el maestro de obras Fontseré a principios del siglo XIX, en el emplazamiento hasta hace poco ocupado por la Estación de Cercanías, en las inmediaciones del barrio de la Barceloneta. En aquel tiempo, era el lugar más céntrico de Barcelona y por eso se construyó allí. Esa plaza fue famosa, porque, a lo largo de todo el siglo XIX, se multiplicaron las corridas de toros con amplia asistencia de un público al que le gustaba jalear a los toreros nacidos en la tierra. Desde esa plaza, una tarde de julio de 1835, ante la mansedumbre de los toros y el calor bochornoso y húmedo de la tarde, se inició la bullanga que sumió en incendios y destrucciones a la parte baja de la ciudad. Más tarde se construyó la plaza de toros de las Arenas anexa al recinto de la Exposición Internacional de 1928 y la Plaza de Toros Monumental que aún existe y contra la que apuntan sus baterías los independentistas y ecolocos.
Cuando ERC te dice cómo debes divertirte
Los amigos de los animales tienen todo el derecho para manifestarse a favor del sufrimiento del toro. Harían mejor, desde luego, en experimentar el mismo dolor de un feto cuando se le arranca del claustro materno, pero, en fin, esta es otra historia. Tienen también derecho a manifestar su disconformidad, en el fondo, este es un país democrático y libre en donde cada cual tiene derecho a manifestar su opinión, por ridícula que sea.
Y, sobre todo, tienen el derecho, si no les gustan las corridas de toros, a no ir. Lo que no tienen el derecho es a prohibir la fiesta nacional, los correbous y los símbolos de España, en esta zona de España que se llama Catalunya. ERC, como antes CiU, nos dicta la lengua en la que imperiosamente debemos hablar, nos dice lo que debemos amar y rechazar, nos da una versión de la historia que, más que historia, es historieta, pero, que nos diga como debemos divertirnos o dejar de divertirnos es abusivo incluso para un independentista. Estamos hablando de ocio.
Hoy te dicen como debes divertirte, mañana terminarán imponiendo el menú vegetariano y adorando a la “vaca sagrada” como en la India (y conste que no nos referimos al 3% de mordida a la que tanto veneran y a la que tanto deben todos los que de la Generalitat viven y han vivido, vividores que les dicen…).
Un período dorado de la “fiesta nacional” en Catalunya
Serafín Marín ha triunfado. Es el torero de moda en este momento. Serafín Marín es catalán. Nació en Montcada i Reixac y es socio del Club Taurino de Sabadell. El otro domingo salió a hombros de la Monumental. En su cabeza lucía orgulloso una tradicional barretina catalana. Serafín Marín, de hecho, estaba escupiendo, sin hacerlo, a la cara de ERC y de los comedores de forraje de ICA-EUiA-de-los-ferrocarriles-de-la-generalitat. Se considera “torero catalán”. Es una figura de la fiesta. Una estrella ascendente. Para él, la “fiesta nacional” es tan catalana como española. Se merece, oreja y rabo. Y no nos referimos ni a la oreja de Carod-Rovira, ni al rabillo de Puigcercós. Nadie del PP, le aconsejó ponerse la barretina. Se la puso por el mismo motivo que se hacen todas las cosas en el arte del toreo: por instinto. En ERC, ese día, no daban crédito: “¿torero y catalán?”… Pues si. Un periodista le pregunta a Serafín: “¿Qué votaste en las últimas elecciones?”, y él responde: “En blanco, a los socialistas ni en pintura, vamos”. Un diez, para Serafín Marín.
Por cierto, “Finito”, el otro diestro que toreó con él, es también catalán. Finito es de Sabadell. Otro que siempre se ha manifestado español. Como antaño lo fue Joaquín Bernadó. Gran figura, fue éste Bernadó. Como “Chamaco”. O José Carlos Lima, discípulo de Palomo Linares y del propio Bernadó, afincado en Castelldefels. Y tantos otros.
Sólo un ignorante (o un imbécil, o una mezcla de ambos, esto es, un independentista) puede ignorar que los toreros catalanes han sido tan figuras como los que han nacido en las otras “Españas”. Y los aplausos catalanes han sido tan buenos como los aplausos de la Maestranza o de Vistalegre. A diferencia de la tontería independentista que está específicamente ligada a una forma de psiquismo extraviado y contradictorio. Y es que, en Catalunya, además de contra el 3% de mordida, hay muchas cosas para protestar. ¿Han oído hablar de los “castellers”, por ejemplo?
Más alto, más ligero… más leñazos
Desde hace una década los encuentros de castellers se obstinan en batir sus propios records, como si los catalanes de antes, fueran sólo una banda de mindundis, esmirriados, sin fuerza para levantar “castells” de más de seis pisos y ahora, los “veinticinco años de Generalitat” hayan creado una superraza catalana más fuerte, más alta y con un vigor más demostrado. En realidad, no es así, es justamente lo contrario.
Se levantan “castells” más altos porque los pisos superiores están formados por niños cada vez más pequeños. Más altos, si, pero porque pesan menos. Mientras que las bases del “castell” están formadas por tipos cuadrados y enfajados, a partir del segundo nivel, estamos hablando de chicos y chicas adolescentes que apenas superar los 40 kilos y en torno a 20, los últimos pisos y el sufrido “ancheneta”.
¿Qué ocurre? Frecuentemente, algo dramático. Hemos visto, personalmente, a los niños que “coronan” el “castell”, llorar mientras subían, por que no querían subir más alto. Les intimidaban los gritos del “cap de colla”, el público que gritaba todo tipo de frases, no siempre agradables de oír, ver como cambia el panorama a medida que se va ascendiendo por los pisos del “castell”, o las increpaciones del propio padre, de estricta observancia nacionalista, etc. Repito: hemos visto, y no un caso ni dos, a pobres críos, llorar, dudar y echarse atrás, a media ascensión, porque estaban literalmente asustados de afrontar lo que les quedaba para coronar un “castell”.
Es, sorprendente, que las asociaciones protectoras de la infancia, los defensores del menor y toda la patulea preocupada por los derechos humanos, los de las focas, los de la mosca de la patata y, por supuesto, los que sienten como propio (sin duda por lo cornúpetas que son y parecen) el “sufrimiento” del toro en el ruedo, se callen bochornosamente ante el riesgo, el miedo y los leñazos que sufren los “anchenetas” que coronan los “castells” tradicionales de Catalunya. Por que leñazos, haberlos, haylos.
Como media Catalunya se rompió el espinazo ante la mirada de la otra mitad
Hemos asistido a innumerables fiestas mayores y visto las evoluciones de decenas de “collas castelleras”. Así que sabemos de lo que hablamos. Hace poco estuvimos entreviendo la posibilidad de elaborar un libro de fotografías realizadas en este tipo de fiestas, que debería titularse “Como media Catalunya se partió en el espinazo ante el regocijo de la otra media”. En estos certámenes, eso es precisamente, lo que ocurre.
Los “castells” son una encomiable costumbre, relativamente tradicional, no excesivamente antigua, aparecida en algunas comarcas de Tarragona que luego, con la aparición del nacionalismo, se exportó al resto del Principado a efectos de reforzar una identidad difusa y un rasgo diferencial forzado… reservada, hasta hace poco, para hombres fuertes y recios, “fadrins” hechos de vigor de la tierra y “carn d'olla”. Sin embargo, hemos visto como se incluían chicas y adolescentes, no tanto por integrarlos en la fiesta, ni mucho menos por el prurito de la igualdad sexual, como para romper records de manera fraudulenta y abusiva.
Pero a pesar de los “estudios estructurales”, frecuentemente, los “castells”, “fan llenya”, esto es, se derrumban. El instante del derrumbe de un “castell” es fácilmente previsible: primero tiemblan, luego tiemblan más y, a partir de ahí, ya están todos preparando la caída durante unos interminables segundos. Porque la caída, finalmente, se produce. ¡Y qué caídas!
Llama la atención que el Canal 33 K-33, que inevitablemente suponen el acompañamiento de la “temporada de castellers”, sirve siempre las imágenes de las caídas, pues, no en vano, dan cierto morbo a la competición (en estos concursos se suelen resolver y poner de manifiesto las tradicionales rivalidades entre poblaciones catalanas vecinas y, los de una villa, celebran jubilosos, el leñazo de los castellers de la población rival), pero jamás, y somos tajantes, jamás, sirven los planos medios en las que podrían percibirse las expresiones de dolor, de miedo y de tensión angustiosa, que se producen justo cuando todos los cuerpos han tocado tierra o han caído sobre alguien…
Es evidente, que los operadores y realizadores de Canal 33, no actúan por su cuenta, evitando las escenas de dolor, las luxaciones de músculos, las roturas de huesos (costillas, clavículas, brazos, vértebras, etc.), es evidente que siguen las consignas del “censor” y del “comisario político”, que siempre, inevitablemente, actúa en los medios de comunicación catalanes y que, en este terreno, tiende a demostrar que los “castelles” es una actividad inocua, festiva, lúdica, sin ningún tipo de riesgo y en el que todos sus participantes, gozan, incluso cuando caen de 8 metros de altura. La “solidaridad catalana”, el “hacer país”, que simbolizan perfectamente los brazos extendidos que sostienen a la base del “castell” y que constituyen el único amortiguador, es una muestra de esta actividad, en la que se opera el milagro de que nadie caído de 8 metros de altura, sufre el más mínimo daño.
Y daños, haberlos, haylos.
¿Una diversión inócua?
Quien diga que los “castellers” son una costumbre inocua, inofensiva e inocente, miente como un bellaco. Ya hemos dicho que –a pesar de que las cámaras de Canal 33 huyan de los accidentes, eviten incluso dar imágenes de las expresiones de dolor y de las roturas de clavículas y brazos que se producen al "fer llenya"– estos se producen con frecuencia. Abundan los “castells que fan llenya” (castillos que se caen) y las luxaciones y roturas de huesos. En ocasiones son dramáticas. Por que, a más de un “casteller”, se ha roto la columna vertebral y ha terminado con las cervicales pulverizadas, desde entonces, acude a las concentraciones en silla de ruedas
Por no hablar de Mariona Galindo, de 12 años, murió como consecuencia de un traumatismo craneoencefálico que sufrió el pasado 23 de julio de 2006 al caerse de un castell de nueve pisos durante la fiesta mayor de Mataró. El accidente se produjo cuando el grupo estaba a punto de coronar la torre. No tardó en estallar la polémica sobre el posible peligro de los castells. En los últimos 150 años, sólo había habido dos casos de accidentes mortales de castellers. O al menos eso es lo dice la Generalitat.
Está claro que cualquier deporte implica un riesgo y que, cuando un adulto, acepta subirse encima de otros cinco, y arriesgarse a descender a plomo, para que le caigan encima otros cuatro pisos… está en su derecho democrático de partirse la crisma, cuando guste y como guste. Pero, habría mucho que hablar sobre si un adolescente, impulsado por sus padres, por sus hermanos, no muy convencido o convencido del todo, puede subir a más de diez metros de altura para mayor gloria de su “colla castellera” y del departamento de traumatología del hospital más próximo.
Resulta curioso que quienes se preocupan tanto por la salud del toro de lidia, les traiga al fresco, la salud de los “anchenetas” que coronan las torres. Los "niños de la Generalitat" son mayores de edad para asistir a unos festejos como actores activos a más de 10 metros de altura, pero tienen prohibido ver los toros desde la barrera. Dos pesos, dos medidas y una sola estupidez.
Prueba de la peligrosidad de esta actividad, es que las “collas castelleras” cubren la salud de sus miembros con un seguro no precisamente barato. El ayuntamiento de Vvila-Seca, por cierto, acordó hace poco la concesión de una subvención de 175.000 pesetas a la “colla castellera” de la localidad para cubrir parte del seguro en caso de accidente. Y no hay que negar que las aseguradoras si que saben valorar sus riesgos...
La falta de redaños del independentismo y el gobierno de los “castrati”
El nacionalismo es un estado de espíritu. Un estado irracional, habría que añadir. El independentismo, es ese estado llevado al límite de la irracionalidad. El independentismo terrorista, la irracionalidad hecha salvajismo. Pero en toda forma de nacionalismo, lo irracional está anidado en su psicología más profunda. Para servidor, que ama la ciencia, la racionalidad y el orden, el nacionalismo es una bicha reptante, repugnante y que segrega la baba fétida, venenosa y maloliente del independentismo. No es raro que detrás de todo nacionalista haya un personaje acomplejado perseguido por terrores de los que solamente le reconforta el pensar que pertenece a una comunidad completamente diferente a cualquier otra.
De entre todos los nacionalismos aparecidos en las Españas, el catalán es, sin duda, el más cobarde y conejil. Cuando se planta cara al nacionalismo catalán, recula, en todas las acepciones del verbo "recular". En Catalunya no ha cuajado nada parecido a ETA, no porque faltarán ganas, ni vocaciones (intento ha habido todos los que se quiera desde los años veinte), sino porque faltaban caracteres y redaños. Los grupos terroristas en Catalunya han sido poco más que una broma, frecuentemente, más peligrosa para sus propios militantes que para el público en general. “Terre Lliure”, por citar al último, tuvo cuatro muertos propios, tres de los cuales fallecieron al estallarles la bomba que intentaban colocar. y el primero –Martí Marcó– por que no se acababa de atrever a arrojar una bomba sobre la delegación del gobierno, pasó tres veces con el coche delante del guardia de la puerta y éste termino reparando en él. Al darle el alto, pisó el gas y recibió una ráfaga de ametralladora. De haber sobrevivido se habría enterado que el terrorismo no era lo suyo. El resto, deben de agradecer a la Guardia Civil que los detuviera antes de las Olimpiadas del 92, o hubieran terminado saltando por los aires, a tenor de lo inútiles que eran como “terroristas”. Antes, hubo otros intentos.
Hubo un FAC del que las malas lenguas decían que fue estructurado por los medios próximos al nacionalismo moderado, a fin de tener un “ala radical” similar a ETA. El FAC, nunca fueron más de 15 personas, todas detenidas en 1974, después de matar a un pobre Guardia Civil que custodiaba la Delegación de Hacienda de Barcelona. Sin olvidar la anciana sobre la que se desplomó el edificio en el que Terra Lliure había colocado un explosivo, falleciendo en el acto. Puig Antich resultó agarrotado en 1973, después de asesinar a un policía y de practicar una docena de atracos con la presunta intención de financiar una “biblioteca obrera” y la intención real de vivir como anarquista o así. La "teoría" política que había detrás de Puig Antich era confusa, superficial, mal definida y peor proyectada. Detrás del MIL no había nada. Luego hubo algo de terrorismo anarquista en Catalunya, en la transición, frecuentemente teledirigido desde las alcantarillas más profundas del Estado. ETA ha reclutado en Catalunya e incluso en distintas épocas, ha colaborado con grupos independentistas catalanes (el PSAN, por ejemplo en los años 70). De esa colaboración, ETA ha perdido, históricamente, militantes, armas, infraestructura y todo lo que podía perder, incluso la camisa. Finalmente, renunciaron a cualquier colaboración con medios independentistas catalanes, a la vista del pobre resultado que daban como militantes.
Y luego estaban los “imaginativos”. Por ejemplo, en 1976, el exalcalde de Barcelona, Viola Sauret y el industrial Joaquín Bultó, fueron asesinados con el repugnante método de colocarles una bomba en el pecho a la espera de que pagaran un rescate. Los asesinos fueron detenidos y esto llevó a la desarticulación de EPOCA, el Exercit Popular de Catalunya, cuya presunta responsabilidad recayó sobre un venerable abuelete, que en su ancianidad todavía era un destacado exponente del escultismo catalán de la preguerra. Omitimos su nombre, por respeto al fallecido, pero no el recuerdo de aquellos crímenes repugnantes y de sus víctimas. Al ser detenidos los asesinos, literalmente, se cagaron en los pantalones.
La tradición de la autocagada se repitió de nuevo cuando resultaron detenidos como tres docenas de miembros y exmiembros de Terra Lliure. Caso notable fue el de aquel “líder” de Terra Lliure –volvemos a omitir el nombre por respeto al chaval, luego devenido fotógrafo de un semanario catalán- que realizó un atraco a un estanco y la estanquera lo vio tan nervioso que prefirió hacerle pasar a la trastienda, darle un vaso de agua, un tranquilizante y animarle un poco, por que el chaval se había venido abajo en pleno atraco… Volvió a derrumbarse ocho años después, cuando lo detuvieron. Por cierto, en aquella ocasión, el "capitán araña", que les embarcó a todos, un histórico del independentismo catalán, que para colmo se apellidaba Castellanos (ironías de la vida), no fue molestado a petición de las autoridades de la Generalitat y se limitó a “refugiarse en Catalunya Nord” durante el verano del 92. Terrorista de pastel, de opereta y organizaciones radicales de Pin y Pon.
Todo lo cual no es óbice para que los niños díscolos del independentismo radical, parezca que se coman el mundo con poses ultrarradicales, tras las cual lo que hay son meras crisis de pubertad y sarpullidos de una adolescencia mal digerida y de una falta de competitividad social que les impulsa a la marginalidad. Lo dicho, el nacionalismo catalán, carece de redaños. Claro está que el gobierno ZPlus tiene todavía menos. Es el gobierno de los “castrati”. Por eso se entienden bien: “yo nada y tú menos”.
El nacionalismo y el independentismo catalán han establecido una imagen propia de Catalunya hecha a medida de sus mitos psicológicos: culpabilizar al “otro” (a “España”) de cualquier carencia, el narcisismo ensimismador hacia lo propia y la caricatura abusiva hacia el “otro” (Catalunya es “seria”, España es un país de charanga y pandereta), la recreación de una historia-ficción en donde personajillos de escaso calado o más bien nefastos son elevado al rango de héroes nacionales (ese pobre diablo de Companys, seguramente el político más nefasto, ambicioso, mediocre que dio el siglo XX catalán), o cuya figura histórica ha sido adulterada hasta la saciedad y hasta extremos ridículos (Rafael de Casanovas, que luchaba por "otra idea de España"), en un “país” de ficción, cuyas fronteras se extienden hasta donde nunca existieron (“de Fraga a Mahón y de Salses a Guardamar”), y, finalmente, creer en el paraíso independentista final, comparable al Edén Bíblico (“donde esté la Catalunya libre y plena, allí está el Edén").
Pues bien, “Papá independentista” se cuida de sus “hijos”, incluso de los más díscolos e intenta educarlos: decirnos lo que debemos hablar, la tasa que debemos sufrir para mantener el ritmo de vida de “papá” (el famoso 3%), no importa que “papá” sea alcohólico o acomplejado, lo que importa es que él nos “quiere bien”, nos quiere educar en sus valores, y como padre autoritario que es, a los que nos resbala su visión nacionalista, nos pretende educar, con la misma intolerancia que el estalisnismo educaba a los residentes en el GULAG. Vale, el independentismo es así, una forma de paranoia en la que la idea obsesiva es “Madrid es culpable, Catalunya rica y plena”. Vale, son nacionalistas, están enfermos. No dan más de sí. Pero que pretendan prohibir cualquier forma de ocio… nos parece abusivo incluso para el cerebro autoritario de un independentista.
Fíjense en nosotros, nos encanta ver los “castellers” y jamás se nos ocurriría pedir al Defensor del Menor, la prohibición de esa fiesta –subvencionada hasta la saciedad, por cierto, por todos los escalones de la administración catalana– pues, no en vano, reconocemos la libertad de cualquiera para subirse encima de otro y, a la postre partirse la crisma. Eso es lo que nos diferencia a “ellos” y a “nosotros”. Y que sea por muchos años.
© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
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