Cine: "La Búsqueda" o los deseos ocultos de EEUU
Redacción.- La película La Búsqueda encierra en sí misma un argumento en absoluto original, buitreado de distintos best-sellers aparecidos en los últimos 20 años y que, finalmente, John Turteltaub, se ha atrevido a llevar al cine. Con un reparto de lujo, la película intenta emular a la saga de Indiana Jones y generar un thriller trepidante
tras el cual pueden verse algunas de las obsesiones y de las carencias de la cultura americana, esa que, como dijo Zbigniew Brzezinsky, es hegemónica a pesar de su tosquedad.
RASTREANDO UNA SAGA ETERNA Y ANTIGUA
Hace falta remontarse cuarenta años para ir a los orígenes de esta saga. Le cupo a un periodista francés, Gerar de Séde, escribir una curiosa obra titulada Templiers parmi nous (Templarios entre nosotros) que alcanzó un gran éxito en Francia y cuya traducción pasó casi desapercibida en España. En el libro de Séde iniciaba su peripecia en torno al supuesto tesoro que se encontraría en una cripta bajo la fortaleza de Gisors. Dicho hallazgo lo habría encontrado un porquerizo por su cuenta y no consiguió que nadie le creyera. De Séde, sin embargo, le dio crédito y escribió con los datos facilitados por este individuo, un artículo que mereció la atención de un documentalista del que el autor, como única pista, dijo que era suizo. De Séde lo visitó y vio que tenía en su posesión un plano que coincidía con lo descrito por el porquerizo. A partir de aquí, este documentalista se transformó en los diez años siguientes en la principal fuente de información de De Séde al cual debió buena parte de las informaciones para concluir unos cuantos best-sellers: El Tesoro Cátaro, El Oro de Rennes, Los merovingios, etc.
Hasta la aparición de El Enigma Sagrado, realizado por dos periodistas ingleses de la BBC y un francés, que no fue sino un desarrollo de un documental realizado para la cadena de TV británica, no se supo quién era el documentalista: Se trataba de un pintoresco individuo, Pierre Plantard, al que nadie, en buena lógica hubiera prestado la más mínima atención, de no ser por que su obsesión, desde muy joven, consistió en crear una historia de capa espada apoyada sobre documentos depositados en la Biblioteca del Arsenal (París).
La historia venía a decir que el oro que los legionarios de Tito llevaron a Roma tras el saqueo del Templo de Jerusalén, fue luego recuperado por los visigodos franceses, y heredado por la monarquía merovingia (la primera monarquía francesa). Pero, con el último merovingio la pista del tesoro se habría perdido. No para todos, desde luego, un peculiar sacerdote francés lo habría encontrado escondido en las inmediaciones del pequeño pueblo francés de Rennes-le-Château.
Sin embargo, la dinastía merovingia no se había extinguido, sino que su último vástago consiguió sobrevivir y ser protegido por una orden que veló por la continuidad de su sangre hasta nuestros días. El descendiente del último merovingio no sería otro que Pierre Plantard y la orden secreta, el Priorato de Sión. En sucesivas entregas de la serie resultó ser que tal como defienden los monárquicos franceses- la monarquía merovingia descendería directamente del propio Jesús y, por tanto, del Rey David y, por esa misma línea sucesoria, Pierre Plantard (embellecido el nombre con el añadido de Saint Claire) sería, ni más menos que el rey del mundo. Ejem
Lincoln, Baignet y Leigh, los autores de El Enigma Sagrado dieron crédito a todos los datos facilitados por Plantard y donde no había nada, crearon un fantasma el Priorato de Sión- que, a partir de entonces, andaría solo. Por poco tiempo. Los mitos que planteaba el libro estaban muy arraigados en la mentalidad europea como para que no tuvieran un revival: el rey perdido y el tesoro, la orden secreta que custodiaba a uno y al otro, la conspiración oculta a través de los siglos El primero que aprovechó todo el material recopilado por los tres autores, fue Humberto Eco en su novela El Péndulo de Foucolt que no empleó mucho tiempo en buscar datos, simplemente aprovechó los contenidos en el libro de Lincoln, Baigent y Leigh. Con la obra de Eco, la bola de nieve fue creciendo.
En 2001 se publicó en EEUU El Código da Vinci que, por segunda vez utilizaba material extraído del Enigma Sagrado reordenándolo en forma de novela firmada por Dan Brown, donde se mantenían los mismos mitos, los mismos nombres y los mismos elementos dramáticos que en los anteriores libros que hemos mencionado.
Pues bien, La Búsqueda es el hijo cinematográfico de todo este material: masones, templarios, egipcios, pistas secretas, códigos ocultos, héroes titánicos que buscan y encuentran
DE LOS CUENTOS DE MASONES A LOS MASONES PROPIAMENTE DICHOS
Cuando en 1975 Franco, el 1 de octubre, ante su último contacto con las masas oceánicas que le vitorearon en la plaza de Oriente contó aquello de que todo era una conspiración comunista en connivencia con la masonería internacional, produjo una sonrisa generalizada, salvo en sus partidarios. De hecho, la sonrisa estaba justificada solo a medias. Ningún contacto liga a la masonería con el comunismo. De hecho se ha tratado de enemigos, frecuentemente irreconciliables. El partido de las revoluciones burguesas la masonería- difícilmente podía tener ningún punto de encuentro con el partido de las revoluciones proletarias la internacional comunista-. Franco no lo veía así, era hijo de la doctrina católica que simplificaba sus razonamientos diciendo: El comunismo es anticatólico, la masonería es anticatólica, luego, el comunismo y la masonería son lo mismo. No lo eran. Pero, por entonces aludir a la masonería parecía exponer un cuento chino se caía en un conspiracionismo deleznable y detestado por los historiadores objetivos. Y no lo era: detrás de toda revolución burguesa y democrática, existieron logias operativas.
Y así lo recuerda la película La Búsqueda. Ciertamente, la primera revolución burguesa fue la americana. La mayor parte (un 82%) de los generales de George Washington eran masones y la mayor parte de los firmantes de la Declaración de Independencia (un 75%) eran masones. Y oígase bien- la totalidad de los firmantes de la Declaración de Fredeksburg (sobre la que se elaboró la carta magna norteamericana), eran, así mismo, masones. Por eso, para quien conoce la historia real, la película La Búsqueda aporta poco. En ella se reconoce taxativamente este hecho: que la revolución americana fue cosa de masones.
Ahora bien, habría que preguntarse qué es la masonería. Es fácil responder a esa cuestión. A lo largo del siglo XVII, las asociaciones profesionales de canteros las logias de constructores- habían caído en la atonía en Inglaterra. Con el paso de los años, para protegerse de las ingerencias de los poderosos habían incorporado en sus filas a gentes que no ejercían el oficio de la construcción, con ellos formaron lo que pueden ser considerados como comités de patronato. Su labor no era operativa, se limitaban a reunirse en la logia en las fiestas y celebraciones en tanto que masones especulativos. En 1717, cuatro logias londinenses que ya no tenían actividades operativas, se reunieron en la Taberna del Ganso de Londres y crearon la primera Gran Logia. Este, precisamente, es el punto de arranque de la masonería moderna.
Así pues, hay pocos secretos en la masonería. Se trató de una asociación estrenada en el siglo XVIII que irradió rápidamente como sociedad de pensamiento en toda Europa. ¿Y los templarios? Nada, los templarios se extinguieron en 1314 y, desde entonces, todos los rumores sobre su pervivencia se han demostrado carentes de fundamento. Si acaso hubo alguna pervivencia local del templarismo, éste, desde luego hay que buscarlo entre los rosacruces del siglo XV y XVI, entre los Fieles de Amor gibelinos de la época y poco más.
Ciertamente, en la masonería existen grados templarios y grados rosacruces incorporados en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Pero se trata de meras agregaciones a efectos de generar en torno a este rito una aureola de misterio y un pedrigree esotérico. En la tercera parte de El Misterio del Grial y la Tradición Gibelina del Imperio de Julius Evola se aborda con detalle esta parte, a la que remitimos a los interesados.
Toda esta temática es recuperada por John Turteltaub, director de La Búsqueda.
UNA PELICULA ENTRETENIDA, PERO SIN HISTORIA
Después de una jornada laboral de ocho horas, de tensiones y de problemas, cuando el espectador se sienta en la butaca y las luces ambientales se apagan, uno está deseando recibir enterteinment. Y el coste de la película La Búsqueda queda amortizado por lo que el espectador recibe. No es una gran película. Esta una película ambiciosa aupada por un cuatro de actores de lujo: Nicolas Cage, Justin Bartha, John Voight, Christopher Plumier, Hervey Keitel, etc.
La película empezó a filmarse en agosto de 2003, si bien se ha dicho que el proyecto databa de 1999 a efectos de no ligarlo directamente a la novela de Dan Brown El Código Da Vinci. Es significativo que el film haya salido de la factoría Disney como un producto, sino para niños, si para adolescentes y jóvenes. La producción es de Jerry Bruckheimer, que, de por sí, es una garantía de que el aburrimiento será erradicado.
Con un estilo propio de Indiana Jones, Nicolas Cage busca, por tradición familiar un antiguo tesoro de la edad Media que ha sido protegido por años por los Caballeros Templarios y los Masones, y escondido durante siglos. Los primeros veinte minutos son en los que descubrimos que está sucediendo y qué sucederá a partir de ahora. Conocemos rápidamente a los personajes principales, con un tratamiento a modo de documental.
Tiene gracia que el protagonista Nicolas Cage- se llame a efectos de ficción Gates miembro de una saga de custodios de información privilegiada sobre el tesoro de los templarios llevado a EEUU por los monjes guerreros. Gates es, efectivamente, el apellido del hombre más rico del mundo, cuya fortuna nacida al calor de la era de la informática, evoca directamente al tesoro.
Durante años Benjamín Franklin Gates, y su familia han sido despreciados por su creencia de que un gran tesoro había sido llevado a América por los Caballeros Templarios y había sido escondido por los Masones. El padre de Benjamín no cree en la leyenda, pero su abuelo le entrega una pista que llegó a sus manos gracias a Charles Carroll, el último firmante de la Declaración de la Independencia. Gates llega a un barco perdido el Charlotte- en donde encuentra una pipa labrada en espuma de mar, donde encuentra otra pista que le lleva hasta la Declaración de Independencia que terminará robando. En el curso del robo, conoce a la chica de la película (Diane Kruger). Los malos terminan haciéndose con la Declaración, menos mal que ahí está un policía convencional, Harvey Keitel, que sigue de cerca la trama. Comprenderán que renunciemos a contarles mucho más, no solo por lo enrevesado de la trama, sino para evitarles el placer de conocerlo por sí mismos.
El anterior producto Bruckheimer, Piratas del Caribe, es muy superior a esta película. Nicolas Cage, es masiado sobrio en su papel y la Kruger no emplea sus encantos al cien por cien. Otra cosa fue el Johnny Deep, exótico pirata que atrabiliaria historia. Cage no llega a las alturas intepretativas de Deep, pero sale airoso de las peripecias de esta cinta de masones, templarios y tesoros ocultos.
Vayan a verla, se entretendrán, aunque nada de lo que vean les resulte excesivamente convincente, ni siquiera los datos reales (los símbolos masónicos e iluministas del dólar norteamericano y la responsabilidad de los masones en la revolución americana).
EL SUEÑO OCULTO DE LA MENTALIDAD AMERICANA
La única tradición específicamente americana es la de los indios pielesrojas. No hay tradición propia en la América blanca. La tradición masónica americana está hoy rebajada hasta el absurdo. Los títulos de maestro masón, caballero de las dos espadas, ilustre comendador, etc, todos los 33 grados del Rito Escocés o los 99 grados del Rito de Menfis-Misraim pueden comprarse por correo. Los americanos son especialistas en pulverizar cualquier tradición.
Sin embargo, en el fondo de la película puede percibirse con claridad las carencias de la mentalidad americana y donde duelo. En efecto, es significativo que el guión muestre que el tesoro de los templarios que realmente existió y realmente desapareció- está escondido en Washington (cuya distribución de los principales edificios públicos marca sobre el plano de la ciudad una estrella de cinco puntas) cuando no hay ni una sola prueba objetiva de que así fuera. De hecho, distintos autores (Louis Charpentier y nuestra amigo el fallecido Jaime María de Mahieu) trataron esta temática.
El tesoro templario sería evacuado desde el puerto franco-atlántico de la Rochele en varias naves que lo conducirían con destino desconocido Mahieu y Charpentier insinuaban que había sido escondido en Iberoamérica y el primero presentó pruebas objetivas de que marinos templarios remontaron el Amazonas. Él mismo nos enseñó algunas de las fotos de estelas templarias que había hecho remontando el gigantesco río. Ni Charpentier ni Mahieu hablaron de que el tesoro templario fuera ocultado en América del Norte y mucho menos por los firmantes de la Carta de la Independencia.
Ahora bien, en las últimas escenas, la película ofrece algunas claves para entender lo que pasaba por la cabeza del director y de los guionistas que trabajaron su idea. En efecto, una vez los intrépidos protagonistas, seguidos de cerca por los malvados, descubren el tesoro, bajo la Trinity Church, en el cruce entre Wall Street y Broadway. Allí están los grandes tesoros de la humanidad de todos los tiempos: papiros de la Biblioteca de Alejandría, estatuaria egipcia, urnas griegas, armaduras medievales, etc. El mensaje de estas últimas escenas es claro: sobre EEUU no hay rastro de tradición alguna, sin embargo, allí los templarios depositaron una tradición universal, por lo que, finalmente, los EEUU se convierten como por arte de magia, en el crisol, síntesis y receptáculo del gran tesoro de la humanidad que, por supuesto, procura éxito, fama y honores a los protagonistas (una casa señorial en el campo para la pareja protagonista y un Ferrari rojo para al meritorio ).
Pero no, es se trata de una ficción: en el subsuelo de los EEUU no hay absolutamente nada, salvo la tradición casi completamente extinguida de los pieles rojas y de los puritanos calvinistas del siglo XVII. En la era de las masas, la única cultura que podría dominar es la americana, la cultura de la no-cultura, la cultura de la ausencia de cultura, la cultura de masas. Esa que el propio Brzezinsky calificaba como tosca. Y a fe que lo es.
© Ernesto Milá infokrisis infokrisis@yahoo.es
RASTREANDO UNA SAGA ETERNA Y ANTIGUA
Hace falta remontarse cuarenta años para ir a los orígenes de esta saga. Le cupo a un periodista francés, Gerar de Séde, escribir una curiosa obra titulada Templiers parmi nous (Templarios entre nosotros) que alcanzó un gran éxito en Francia y cuya traducción pasó casi desapercibida en España. En el libro de Séde iniciaba su peripecia en torno al supuesto tesoro que se encontraría en una cripta bajo la fortaleza de Gisors. Dicho hallazgo lo habría encontrado un porquerizo por su cuenta y no consiguió que nadie le creyera. De Séde, sin embargo, le dio crédito y escribió con los datos facilitados por este individuo, un artículo que mereció la atención de un documentalista del que el autor, como única pista, dijo que era suizo. De Séde lo visitó y vio que tenía en su posesión un plano que coincidía con lo descrito por el porquerizo. A partir de aquí, este documentalista se transformó en los diez años siguientes en la principal fuente de información de De Séde al cual debió buena parte de las informaciones para concluir unos cuantos best-sellers: El Tesoro Cátaro, El Oro de Rennes, Los merovingios, etc.
Hasta la aparición de El Enigma Sagrado, realizado por dos periodistas ingleses de la BBC y un francés, que no fue sino un desarrollo de un documental realizado para la cadena de TV británica, no se supo quién era el documentalista: Se trataba de un pintoresco individuo, Pierre Plantard, al que nadie, en buena lógica hubiera prestado la más mínima atención, de no ser por que su obsesión, desde muy joven, consistió en crear una historia de capa espada apoyada sobre documentos depositados en la Biblioteca del Arsenal (París).
La historia venía a decir que el oro que los legionarios de Tito llevaron a Roma tras el saqueo del Templo de Jerusalén, fue luego recuperado por los visigodos franceses, y heredado por la monarquía merovingia (la primera monarquía francesa). Pero, con el último merovingio la pista del tesoro se habría perdido. No para todos, desde luego, un peculiar sacerdote francés lo habría encontrado escondido en las inmediaciones del pequeño pueblo francés de Rennes-le-Château.
Sin embargo, la dinastía merovingia no se había extinguido, sino que su último vástago consiguió sobrevivir y ser protegido por una orden que veló por la continuidad de su sangre hasta nuestros días. El descendiente del último merovingio no sería otro que Pierre Plantard y la orden secreta, el Priorato de Sión. En sucesivas entregas de la serie resultó ser que tal como defienden los monárquicos franceses- la monarquía merovingia descendería directamente del propio Jesús y, por tanto, del Rey David y, por esa misma línea sucesoria, Pierre Plantard (embellecido el nombre con el añadido de Saint Claire) sería, ni más menos que el rey del mundo. Ejem
Lincoln, Baignet y Leigh, los autores de El Enigma Sagrado dieron crédito a todos los datos facilitados por Plantard y donde no había nada, crearon un fantasma el Priorato de Sión- que, a partir de entonces, andaría solo. Por poco tiempo. Los mitos que planteaba el libro estaban muy arraigados en la mentalidad europea como para que no tuvieran un revival: el rey perdido y el tesoro, la orden secreta que custodiaba a uno y al otro, la conspiración oculta a través de los siglos El primero que aprovechó todo el material recopilado por los tres autores, fue Humberto Eco en su novela El Péndulo de Foucolt que no empleó mucho tiempo en buscar datos, simplemente aprovechó los contenidos en el libro de Lincoln, Baigent y Leigh. Con la obra de Eco, la bola de nieve fue creciendo.
En 2001 se publicó en EEUU El Código da Vinci que, por segunda vez utilizaba material extraído del Enigma Sagrado reordenándolo en forma de novela firmada por Dan Brown, donde se mantenían los mismos mitos, los mismos nombres y los mismos elementos dramáticos que en los anteriores libros que hemos mencionado.
Pues bien, La Búsqueda es el hijo cinematográfico de todo este material: masones, templarios, egipcios, pistas secretas, códigos ocultos, héroes titánicos que buscan y encuentran
DE LOS CUENTOS DE MASONES A LOS MASONES PROPIAMENTE DICHOS
Cuando en 1975 Franco, el 1 de octubre, ante su último contacto con las masas oceánicas que le vitorearon en la plaza de Oriente contó aquello de que todo era una conspiración comunista en connivencia con la masonería internacional, produjo una sonrisa generalizada, salvo en sus partidarios. De hecho, la sonrisa estaba justificada solo a medias. Ningún contacto liga a la masonería con el comunismo. De hecho se ha tratado de enemigos, frecuentemente irreconciliables. El partido de las revoluciones burguesas la masonería- difícilmente podía tener ningún punto de encuentro con el partido de las revoluciones proletarias la internacional comunista-. Franco no lo veía así, era hijo de la doctrina católica que simplificaba sus razonamientos diciendo: El comunismo es anticatólico, la masonería es anticatólica, luego, el comunismo y la masonería son lo mismo. No lo eran. Pero, por entonces aludir a la masonería parecía exponer un cuento chino se caía en un conspiracionismo deleznable y detestado por los historiadores objetivos. Y no lo era: detrás de toda revolución burguesa y democrática, existieron logias operativas.
Y así lo recuerda la película La Búsqueda. Ciertamente, la primera revolución burguesa fue la americana. La mayor parte (un 82%) de los generales de George Washington eran masones y la mayor parte de los firmantes de la Declaración de Independencia (un 75%) eran masones. Y oígase bien- la totalidad de los firmantes de la Declaración de Fredeksburg (sobre la que se elaboró la carta magna norteamericana), eran, así mismo, masones. Por eso, para quien conoce la historia real, la película La Búsqueda aporta poco. En ella se reconoce taxativamente este hecho: que la revolución americana fue cosa de masones.
Ahora bien, habría que preguntarse qué es la masonería. Es fácil responder a esa cuestión. A lo largo del siglo XVII, las asociaciones profesionales de canteros las logias de constructores- habían caído en la atonía en Inglaterra. Con el paso de los años, para protegerse de las ingerencias de los poderosos habían incorporado en sus filas a gentes que no ejercían el oficio de la construcción, con ellos formaron lo que pueden ser considerados como comités de patronato. Su labor no era operativa, se limitaban a reunirse en la logia en las fiestas y celebraciones en tanto que masones especulativos. En 1717, cuatro logias londinenses que ya no tenían actividades operativas, se reunieron en la Taberna del Ganso de Londres y crearon la primera Gran Logia. Este, precisamente, es el punto de arranque de la masonería moderna.
Así pues, hay pocos secretos en la masonería. Se trató de una asociación estrenada en el siglo XVIII que irradió rápidamente como sociedad de pensamiento en toda Europa. ¿Y los templarios? Nada, los templarios se extinguieron en 1314 y, desde entonces, todos los rumores sobre su pervivencia se han demostrado carentes de fundamento. Si acaso hubo alguna pervivencia local del templarismo, éste, desde luego hay que buscarlo entre los rosacruces del siglo XV y XVI, entre los Fieles de Amor gibelinos de la época y poco más.
Ciertamente, en la masonería existen grados templarios y grados rosacruces incorporados en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Pero se trata de meras agregaciones a efectos de generar en torno a este rito una aureola de misterio y un pedrigree esotérico. En la tercera parte de El Misterio del Grial y la Tradición Gibelina del Imperio de Julius Evola se aborda con detalle esta parte, a la que remitimos a los interesados.
Toda esta temática es recuperada por John Turteltaub, director de La Búsqueda.
UNA PELICULA ENTRETENIDA, PERO SIN HISTORIA
Después de una jornada laboral de ocho horas, de tensiones y de problemas, cuando el espectador se sienta en la butaca y las luces ambientales se apagan, uno está deseando recibir enterteinment. Y el coste de la película La Búsqueda queda amortizado por lo que el espectador recibe. No es una gran película. Esta una película ambiciosa aupada por un cuatro de actores de lujo: Nicolas Cage, Justin Bartha, John Voight, Christopher Plumier, Hervey Keitel, etc.
La película empezó a filmarse en agosto de 2003, si bien se ha dicho que el proyecto databa de 1999 a efectos de no ligarlo directamente a la novela de Dan Brown El Código Da Vinci. Es significativo que el film haya salido de la factoría Disney como un producto, sino para niños, si para adolescentes y jóvenes. La producción es de Jerry Bruckheimer, que, de por sí, es una garantía de que el aburrimiento será erradicado.
Con un estilo propio de Indiana Jones, Nicolas Cage busca, por tradición familiar un antiguo tesoro de la edad Media que ha sido protegido por años por los Caballeros Templarios y los Masones, y escondido durante siglos. Los primeros veinte minutos son en los que descubrimos que está sucediendo y qué sucederá a partir de ahora. Conocemos rápidamente a los personajes principales, con un tratamiento a modo de documental.
Tiene gracia que el protagonista Nicolas Cage- se llame a efectos de ficción Gates miembro de una saga de custodios de información privilegiada sobre el tesoro de los templarios llevado a EEUU por los monjes guerreros. Gates es, efectivamente, el apellido del hombre más rico del mundo, cuya fortuna nacida al calor de la era de la informática, evoca directamente al tesoro.
Durante años Benjamín Franklin Gates, y su familia han sido despreciados por su creencia de que un gran tesoro había sido llevado a América por los Caballeros Templarios y había sido escondido por los Masones. El padre de Benjamín no cree en la leyenda, pero su abuelo le entrega una pista que llegó a sus manos gracias a Charles Carroll, el último firmante de la Declaración de la Independencia. Gates llega a un barco perdido el Charlotte- en donde encuentra una pipa labrada en espuma de mar, donde encuentra otra pista que le lleva hasta la Declaración de Independencia que terminará robando. En el curso del robo, conoce a la chica de la película (Diane Kruger). Los malos terminan haciéndose con la Declaración, menos mal que ahí está un policía convencional, Harvey Keitel, que sigue de cerca la trama. Comprenderán que renunciemos a contarles mucho más, no solo por lo enrevesado de la trama, sino para evitarles el placer de conocerlo por sí mismos.
El anterior producto Bruckheimer, Piratas del Caribe, es muy superior a esta película. Nicolas Cage, es masiado sobrio en su papel y la Kruger no emplea sus encantos al cien por cien. Otra cosa fue el Johnny Deep, exótico pirata que atrabiliaria historia. Cage no llega a las alturas intepretativas de Deep, pero sale airoso de las peripecias de esta cinta de masones, templarios y tesoros ocultos.
Vayan a verla, se entretendrán, aunque nada de lo que vean les resulte excesivamente convincente, ni siquiera los datos reales (los símbolos masónicos e iluministas del dólar norteamericano y la responsabilidad de los masones en la revolución americana).
EL SUEÑO OCULTO DE LA MENTALIDAD AMERICANA
La única tradición específicamente americana es la de los indios pielesrojas. No hay tradición propia en la América blanca. La tradición masónica americana está hoy rebajada hasta el absurdo. Los títulos de maestro masón, caballero de las dos espadas, ilustre comendador, etc, todos los 33 grados del Rito Escocés o los 99 grados del Rito de Menfis-Misraim pueden comprarse por correo. Los americanos son especialistas en pulverizar cualquier tradición.
Sin embargo, en el fondo de la película puede percibirse con claridad las carencias de la mentalidad americana y donde duelo. En efecto, es significativo que el guión muestre que el tesoro de los templarios que realmente existió y realmente desapareció- está escondido en Washington (cuya distribución de los principales edificios públicos marca sobre el plano de la ciudad una estrella de cinco puntas) cuando no hay ni una sola prueba objetiva de que así fuera. De hecho, distintos autores (Louis Charpentier y nuestra amigo el fallecido Jaime María de Mahieu) trataron esta temática.
El tesoro templario sería evacuado desde el puerto franco-atlántico de la Rochele en varias naves que lo conducirían con destino desconocido Mahieu y Charpentier insinuaban que había sido escondido en Iberoamérica y el primero presentó pruebas objetivas de que marinos templarios remontaron el Amazonas. Él mismo nos enseñó algunas de las fotos de estelas templarias que había hecho remontando el gigantesco río. Ni Charpentier ni Mahieu hablaron de que el tesoro templario fuera ocultado en América del Norte y mucho menos por los firmantes de la Carta de la Independencia.
Ahora bien, en las últimas escenas, la película ofrece algunas claves para entender lo que pasaba por la cabeza del director y de los guionistas que trabajaron su idea. En efecto, una vez los intrépidos protagonistas, seguidos de cerca por los malvados, descubren el tesoro, bajo la Trinity Church, en el cruce entre Wall Street y Broadway. Allí están los grandes tesoros de la humanidad de todos los tiempos: papiros de la Biblioteca de Alejandría, estatuaria egipcia, urnas griegas, armaduras medievales, etc. El mensaje de estas últimas escenas es claro: sobre EEUU no hay rastro de tradición alguna, sin embargo, allí los templarios depositaron una tradición universal, por lo que, finalmente, los EEUU se convierten como por arte de magia, en el crisol, síntesis y receptáculo del gran tesoro de la humanidad que, por supuesto, procura éxito, fama y honores a los protagonistas (una casa señorial en el campo para la pareja protagonista y un Ferrari rojo para al meritorio ).
Pero no, es se trata de una ficción: en el subsuelo de los EEUU no hay absolutamente nada, salvo la tradición casi completamente extinguida de los pieles rojas y de los puritanos calvinistas del siglo XVII. En la era de las masas, la única cultura que podría dominar es la americana, la cultura de la no-cultura, la cultura de la ausencia de cultura, la cultura de masas. Esa que el propio Brzezinsky calificaba como tosca. Y a fe que lo es.
© Ernesto Milá infokrisis infokrisis@yahoo.es
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