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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Los Gays vistos por un hétero (VII de VII). En los senderos de la mitología gay

Vale la pena ver como un gay se ve a sí mismo y como ve al mundo; así el mundo sabrá como tiene que mirarlo y como es visto. Y no creo que al "mundo" (me refiero al mundo heterosexual, es decir a la mayoría) le guste conocer los matices de la "mirada homosexual", pero, en cualquier caso, resulta curioso.

Si ustedes quieren ahorrarse la lectura del siguiente capítulo, se lo resumiré diciendo que el mundo gay practica una desconfianza endémica hacia el mundo no gay, teñida frecuentemente de hostilidad y enmascarada con conceptos de respeto, tolerancia mutua, igualdad y buen rollito. Hay que decir que el movimiento gay es heteróclito y abarca un amplio espectro que va desde los discretos que permanecen apalancados bajo la protección del entablillado del armario, hasta los intolerantes que consideran que la sociedad gay no tiene nada que aprender ni porque equipararse con la heterosexual y que es ésta la que debe seguir el ejemplo de aquella.

Pero, en general, para el movimiento gay militante, cualquier tipo de objeción -por pequeña que sea-, toda reserva mental que albergue un hétero hacia los aspectos más extremistas de las reivindicaciones del mundo gay es susceptible de ser considerada como un acto hostil; finalmente, en este capítulo, sacarán, en conclusión, la sospecha de que el mundo gay sólo puede tener la iniciativa en una sociedad que ha perdido el paradigma de normalidad, es decir, una sociedad en situación de 3D: "Decadencia, Desintegración y Derribo".  

La buena conciencia del exilio

Todos vivimos, en mayor o menor medida, una situación de exilio psicológico. Y los gays, podemos creerles, aún más. De hecho su reflexión sobre el mundo empieza (y con cierta frecuencia termina) con ese lamento. Habitualmente veo a una mujer, me gusta y sé que si tengo aplomo y habilidad, puedo iniciar una maniobra de aproximación. Y esto en un 96-97% de la población. Un gay ve un culito respingón que le atraiga y sabe que puede optar a él, sólo en el 3-4% de los casos. Mal asunto. Esta, y no otra, es la fuente de todas las tragedias del movimiento gay: desear algo que en el 96-97% de los casos le está vedado. Y la situación no mejorará; aunque las reservas que en otro tiempo haya tenido la sociedad hacia la homofilia, desaparecieran completamente y se instaurara el reinado de la tolerancia,  el 96-97% seguiría siendo hétero y dando calabazas a otras pretensiones. Esto es algo que intuyen los representantes más extremistas del movimiento gay y por eso claman por la segregación: son los héteros quienes deben de asumir los valores y comportamientos de la sociedad gay. No al revés  Algo, evidentemente, inviable. Estos seguirán viviendo exiliados por siempre jamás.

Hace años me tocó escribir un libro sobre el catarismo. A decir verdad, el tema ni me apasionaba, ni siquiera me interesaba, pero esto es Catalunya y un pedido es un pedido, así que, le dediqué al tema un par de meses. Hubo algo en la espiritualidad cátara que ahora me recuerda exactamente al mundo gay. Ya verán porqué lo digo. El caso es que el libro empezaba con algo, aparentemente, tan poco cátaro como el cuento de la bella y la bestia (o el bestia). Cito de la introducción de aquella obra: "La Bella y la Bestia" es algo más que una cuidada película de dibujos animados. ¡Quién diría que este cuento para niños, encierra la perífrasis simbólica de la doctrina cátara! La Bestia, es ese ángel prisionero de Satán que, tras la "caída", se ha visto arrojada a un cuerpo desagradable y horrendo. La única forma de que el ángel caído pueda recuperar su estado de belleza natural es mediante la redención por el Amor. Y ese amor debe venir de una dama pura.  Sería difícil resumir con más sencillez la temática que popularizó el catarismo hace  más de setecientos años: el mundo es imperfecto y malvado por que faltan en él caridad y amor. Bastará con introducir estas virtudes en el corazón de los hombres para que rediman sus almas prisioneras del Maligno y encerradas en esas oscuras mazmorras que son nuestros cuerpos físicos. Tal es, en síntesis, la "respuesta cátara" al problema de la existencia humana".

Fin de la cita. El homosexual se ve a sí mismo como exiliado en un mundo -el heterosexual- que no es el suyo. Eso le hace sentirse diferente. De hecho, se tiene por un "ángel caído" -arrojado al mundo hétero, procedente de la Arcadia homófila (o del Paraíso ideal, previo a la irrupción de Eva) y poblado por una mirífica y venturosa realidad hecha de esencias puras que bastará introducir en el mundo heterosexual para hacer de él un lugar habitable. Dentro de ese mundo hétero se tiene por un "bicho raro". Es "el diferente" en una proporción de 96 a 4. Diferente, si. Para liberarse de esta presión, bastará que una "dama pura", el movimiento de liberación homosexual, bese en la frente a la Bestia simbólica, para que recupere su verdadera dignidad. La moraleja es: "solamente es habitable para un gay, un mundo gay; como es el mejor de los mundos, hagamos del universo heterosexual, una proyección del mundo gay". Lo que, finalmente, equivale a decir: borremos la carga genética, anulemos la acción de las hormonas, neguemos la biología y la fisiología, la reproducción y la perpetuación de la especie. Simplificando, claro. Simplificando, pero no mintiendo. ¿Comprenden el drama del mundo gay? No es pequeño.

Cuando estaba componiendo aquel libro, el catarismo se me presentó como una forma de "espiritualidad gay" (en el fondo estaba ligado al "gay saber" medieval, aun cuando no tuviera nada que ver con la homosexualidad). Sería muy presuntuoso decir que el catarismo alumbró algún tipo de cultura propia, pero sí es cierto que en el suelo sobre el que floreció, había irrumpido un tipo de civilización en el cual la mujer ocupaba un aspecto preponderante (fue en Occitania en donde prendió el culto a la Dama y se organizaron las "Cortes de Amor", fue allí donde floreció el movimiento de los trovadores) y se generó un refinamiento de las costumbres que contrastaba con la rudeza de los vecinos del norte (esos francos malcarados) y con los vecinos del sur (aragoneses hijos del trueno, navarros y vascones sobrados de fuerza y vigor). Ese refinamiento, terminó evocándome algunos ejes del mundo gay  aun cuando es, evidentemente, un estereotipo pensar que todos los gays de nuestro tiempo son refinados, cultos, educados y responden a un esquema de sofisticación extrema. También en este sector los hay más bestias que un arado y más bastos que "la Veneno" sin maquillar. Que de todo tiene que haber.

La civilización occitana intentó ser, como el mundo ideal gay, un areópago de sensualidad. Fuera de ella, los cátaros se sentían en el exilio, arrojados a un mundo construido por el dios del mal, de la misma forma que los gays se han sentido exiliados en el mundo hetero. Para ellos el dios del mal es  heterosexual. En el fondo, catarismo y temática gay son dos formas de mitología. Es decir, de irrealidad. Por que, desde que el mundo es mundo, no ha existido un período de paz y amor fuera de las utopías de mentes calenturientas y no porque haya sido construido por un dios malísimo. Así mismo, las sociedades, gracias a que son heterosexuales, han logrado subsistir en el tiempo.

Suele decirse que el exiliado "sabe más" que aquel que vive en su propia patria durante toda la vida. Al menos, aquel tiene formas alternativas de ver las cosas. Error: la "superioridad" del exiliado es ficticia, a menos que no evidencie una alta capacidad de adaptación y asimilación. Para adaptarse, el gay dispone del armario, esto es, la propia intimidad, el "ambiente" y, antaño, el gueto. En el ambiente no hay duda de quien es quien y de qué es lo que busca cada cual. En el ambiente no hay exilio posible, hay comunidad. La alternativa es: o la tranquilidad del ambiente, intocable, inamovible, o la inseguridad de la sensación de exilio. El mundo que pretenden -el homofilo universalizado- es inconcebible, mientras haya hombres y haya mujeres. Además, si el homosexual se siente a sí mismo como exiliado, es lógico que busque la compañía de otros exiliados, es así como nace el ambiente o la comunidad homosexual. Los jugadores de ajedrez nos sentimos más a gusto entre nosotros, antes que con impenitentes forofos del ping-pong.

El problema empieza en el momento en el que el movimiento gay se niega a permanecer en los cuarteles de invierno del ambiente, hecho de calor y humanidad homófila, e irrumpe en el coto heterosexual. El "ambiente"  no tiene forzosamente connotaciones negativas; en realidad, más que de "ambiente" cabría llamarla "reserva de caza", que eso es lo que es. Es, simplemente, un lugar seguro. Allí se tiene todo lo que uno precisa y busca; hoy, resulta claro, que no hay ningún tipo de riesgo, ni redadas, ni bandas homófobas que realicen razias periódicas. ¿Salir del "ambiente"? ¿intentar la absurda idea de extenderlo a toda la sociedad? Mal asunto, fuera vas a sentir la marginación.

Hoy, a ningún gay se le escapa que no es en el "ambiente" en donde corre el riesgo de sentirse marginado (en el sentido de estar acomplejado), sino fuera de él. Y es que todos tenemos nuestros guetos. Yo sé que no puedo tirarme en paracaídas sobre una gran ciudad (y me gustaría), debo hacerlo donde me lo permitan, en el gueto de los paracaidistas. Y esa prohibición la experimento como una privación. Necesaria,  pero privación. Me gustaría ver mi ciudad desde una perspectiva aérea cambiante y no desde la ventana inamovible de mi apartamento. Mucho más si la privación se tiene en el terreno de los hábitos sexuales en donde el Estado debería estimular aquello que es "mejor" en función del paradigma de "normalidad": la familia heterosexual con capacidad de procreación. Lo que no sea eso -que corresponde a las necesidades de supervivencia de la especie y al nivel óptimo de adaptación fisiológica- puede considerarse exiliado  por que, finalmente, en cierto sentido, lo está. Y es inevitable que aparezca esta sensación.

Claro está que la sostenibilidad de ese planteamiento se realiza a condición de que seamos capaces de introducir otro parámetro: la tolerancia. La actual sociedad heterosexual, ya ha aceptado el polimorfismo sexual; así que la tolerancia, como el valor al soldado, se le supone. Esa tolerancia es, desde luego, más "democrática" que una sociedad en la que los homosexuales (una minoría del 3-4%) impongan sus conveniencias sobre la sociedad heterosexual (96-97%). Especialmente, si sus conveniencias, van en contra de las necesidades de la especie (la reproducción, sin ir más lejos) o la fisiología impone sus reservas. Así que el exilio no es malo, a menos que nos sintamos extraterrestres arrojados a un planeta hostil. Algunos gays, evidentemente, sienten esta sensación. Es inevitable que la tengan, pero nosotros no podemos hacer gran cosa más para reconfortarlos. Cada cual su cruz y cada Sebastián con su manojo de flechas. Y a llevarlo bien.

Piratas y viajeros o los iconos ideales

No es raro que el mundo gay haya incorporado la imagen del exiliado en sus creaciones, la del viajero impenitente, el marinero o el pirata. El marinero es el icono gay por excelencia; algo que no se corresponde con la realidad. La vida en los barcos suele ser casta y si la travesía es larga, aquello termina siendo un paraíso masturbatorio; en efecto, los marineros se embarcan con su colección de revistas porno en la maleta, como máximo. Por otra parte, la mayoría está casado o con novia y se da la misma proporció homófila que en la sociedad. Ahora bien, si es rigurosamente cierto que el barco es un espacio claustrofóbico que, en teoría, debería favorecer la llamada "homosexualidad situacional". Pero no hay tal, es un mito urdido por media docena de novelitas, en las que el navío tripulado por hombres, sólo hombres y nada más que hombres, y rodeado de oscuras y turbulentas aguas, refugio de todo tipo de horrores y monstruos, es una de las metáforas más potentes sobre el gueto gay en el mundo hétero.

Algunos dibujantes gays han idealizado la imagen del marino: lo han visto como un tipo musculoso, de formas reventonas, con las costuras del pantalón a punto de estallar, especialmente a la altura del bajo vientre y los cuartos traseros con una turgencia casi insultante para el común de los mortales. Lo dicho, no hay tal. Cuando el marino salta a puerto tras semanas en alta mar, se abalanza sobre los burdeles -y no precisamente en busca de chaperillos- o corre directamente al hogar familiar en donde su Penélope le espera con simétrico recalentón.

Con el icono del pirata, la cultura gay cree reforzar la idea de la libertad que siempre ha aureolado a esas gentes del mar. Pero tampoco. Si, son marinos, todos hombres y están solos. Luego, concluyen los hacedores de iconos gays, son necesariamente, homófilos. Como en todo, excepciones, las hay, como aquellas dos piratas lesbianas y la sodomización de los prisioneros que siguió a algunos abordajes. En realidad, buena parte de los piratas eran analfabetos sino analfabestias, el alcohol y el sadismo, así como la tensión del combate, imponían prácticas de humillación para con los vencidos. La sodomía una de ellas.

Pero también aquí hay que recordar la importancia histórica de los burdeles caribeños, a tiro de piedra de los muelles abigarrados de la zona, que eran tomados al asalto tras el desembarco. Prostitutas de todas las razas, colores, especialización, calidades y precios, pugnaban por despojar a los piratas de su parte del botín y estos accedían gustosos o lo entregaban como producto de la melopea consuetudinaria. Ante esto, el hecho de que el pirata rechace códigos y se sienta libre hasta que sus pies pendan en el vacío y su cuello se estreche por la soga, pasa a un plano exclusivamente literario.

Los espacios de "homofilia situacional"

Sostienen los gays que hay espacios y circunstancias que favorecen la homosexualidad. En síntesis, la idea es que en determinados ambientes cerrados, la larga convivencia entre hombres, sin presencia de mujeres, hace que, cuando las hormonas se revuelven, la única posibilidad de satisfacer las necesidades sea con  hombres. Internados, cuarteles, cárceles, barcos, unidades militares, grupos de trabajadores aislados, órdenes religiosas, etc, serían estos "espacios sociales que favorecerían la homosexualidad situacional".

El concepto no termina de caer bien al mundo gay: implica que se es homosexual cuando no se puede ser otra cosa;  a falta de pan buenas son tortas, a falta de mujeres, cualquier agujero es bueno; el gay pasa a ser así plato de segunda ronda; algo que su consabido orgullo no puede consentir.

El movimiento activista gay alimenta una manifiesta hostilidad hacia los gay que se resisten a salir del armario, hacia quienes han cambiado de acera, hacia los bisexuales y, por supuesto, hacia los homosexuales situacionales que al cambiar la situación, cambian de agujero. Hablamos del "movimiento activista gay", no del gay que, por lo general, suele ser más tolerante. Da la sensación de que para el movimiento gay activista, todo lo que supone cierta "amplitud de miras" o posibilidad de variación de las propias tendencias, sea anatemizado. En realidad los "homosexuales situacionales" no serían gays ni serían nada;  bueno si, serían unos calientes mentales a los que, en determinadas circunstancias, con las hormonas revueltas, no les importaría por qué agujero entrar, ni el género de cuerpo al que se frotan. Una vez restablecida la normalidad y dejado atrás el espacio situacional, vuelven a la heterosexualidad. Si hay alguien que cambie su homosexualidad por heterosexualidad  sea anatema, dicen los popes del radicalismo gay.

Las reservas del movimiento activista gay hacia estas variantes de sexualidad, se basan en que la definición de espacios de homosexualidad situacional tiende a explicar y justificar las relaciones homosexuales y, por tanto, a disculparlas: "El cabo primero se fijó en el grumete cuando salimos de puerto y lo enculó cuando cruzábamos el ecuador, claro, ¡llevaban un mes embarcados¡, pero al llegar a Río se fueron los dos a un burdel en busca de mulatitas y pillaron ladillas". La frase "¡llevaban un mes embarcados!", es la clave: suena a disculpa. Posiblemente si hubieran llevado tres meses de dieta marinera, alguien habría pensado ya en disculpar excesos mayores: "hicieron un trío con el telegrafista". Y al cabo de seis meses: "Y luego jugaron a atar al cabo primera al palo mayor y lamerle todos el pezón y algo más que el pezón,  por riguroso turno jerárquico". Si, pero es que luego, se repite la coletilla inevitablemente: "pero al llegar a Río se fueron todos a un burdel en busca de mulatitas y pillaron ladillas"  entonces termina la fantasía abruptamente: han realizado prácticas homosexuales, por que no han podido hacer otra cosa. No eran "maricones", en sentido estricto, es que estaban requemados por el aislamiento y, en los burdeles de Río, se han olvidado de los peludos traseros de la tripulación. Y, ni aún así, situaciones como la descrita, suceden en los navíos.

Para el movimiento activista gay, la homosexualidad no puede ser transitoria: de la cuna a la tumba. Salir del armario es una forma de quemar las naves que impidan toda vuelta atrás. Ahora se entiende mejor ese énfasis en salir del armario: es una forma de compromiso de por vida. Pero ni siquiera la fórmula es segura: he conocido travestís que un día se vestían de sofisticadas mujeres y al día siguiente de rudos varones, desoperándose lo operado. Ignoramos si la Junta de Andalucía financia las operaciones de cambio de sexo en sentido inverso, dicho sea de paso y sin ánimo de ironizar.

Es una falacia el que la homosexualidad abunde, de manera significativa, en esos "espacios homófilos". Ciertamente, en ellos se manifiestan con facilidad tendencias bisexuales, pero, empíricamente, podemos afirmar que distan mucho de ser significativas. Y en cuanto al sacerdocio o el monacato, no se olvide el voto de castidad que vale tanto para la carne como para el pescado.

El llamado "pánico homosexual" sería aquella reacción que experimentarían algunos varones al comprobar, bruscamente, que estaban hechos para otra realidad y no precisamente la heterosexual manten hasta entonces, más parece una fábula piadosa. La teoría explica que, a partir de ahí, aparecen homosexuales que no ejercen como tales y que son los más violentos homófonos. Es posible. Alguno hemos conocido, si. De hecho, en otro lugar ya hemos dicho que el homosexual que vive una doble vida (casado para disimular su opción y visitante del gueto para ejercerla) sufre una situación esquizofrénica que finalmente termina rompiéndolo. Por hablar también podríamos hablar de "pánico heterosexual", cuando un homosexual descubre bruscamente que eso de "chercher la femme", tan poco es tan desagradable y que incluso procura cierto gustirrinín.

Es cierto, así mismo que el pánico homosexual es una consecuencia del rechazo que en otro tiempo sufrieron los gays. Recalcamos "en otro tiempo", por que de eso, ahora, poco, casi nada, y lo poco que queda de ese residuo, está penado por la ley. Existe toda una línea de tendencia en la literatura gay. Didier Eribon, por ejemplo, en su libro "Reflexiones sobre la cuestión gay" realiza un paralelismo entre homosexualidad y judeidad. Eribon ve en ambos un común denominador: "En el principio fue la injuria", viene a decir. Ambos, judaísmo y mundo gay fueron objeto de exclusión y persecución, en el fondo, tienen la misma madre, a las "Reflexiones sobre la cuestión judía" de Sartre, Eribon responde con su libro. Pero pueden añadirse algunas cosas que Eribon elude.

Por ejemplo, que casi siempre hay un motivo objetivo para la exclusión. En el caso del mundo gay, ese motivo es el paradigma de normalidad que requiere toda sociedad y de la cual aún quedan restos en la nuestra. En el caso del judaísmo es su vocación de "pueblo elegido". Nadie puede aspirar a ser el pueblo elegido, sin causar cierta reserva mental en el entorno. Y para colmo, nadie puede anunciar el monoteísmo, en tierra de politeistas, sin terminar en Babilonia ejerciendo de esclavo en un tiempo en que de los derechos humanos no existía ni el concepto. Si unimos la diáspora, el talmudismo, la khabala, la dinastía de David, el mesianismo y su mito del "Rey del Mundo", judío por supuesto, la habilidad del judaísmo para algunos campos de la actividad humana, y corriendo el tiempo, el Estado de Israel, cierta intolerancia notoria hacia los palestinos y el lobby judío de EEUU como instigador de la invasión de Irak  la comparación con el mundo gay resulta altamente desalentadora. Por que en el principio seguramente fue la "injuria", pero la injuria se construyó sobre un terreno abonado. En realidad, más que injuria, debiéramos hablar de "exageraciones". El antisemitismo es el hijo de una exageración. Se tiene miedo de algo que se considera diferente  y agresivo. Se considera agresivo por que se coloca en situación de superioridad: "Yo soy el pueblo elegido y tu eres cualquier otra cosa menos elegido".

Hay un solo espacio situacional por excelencia: el gueto ampliado. Llámesele Chueca o Gay-Eixample, aquello si es un verdadero espacio situacional. Buena parte de los que circulan por allí y de los nuevos vecinos, un porcentaje no despreciable de comercios de nuevo cuño, pertenecen a miembros del colectivo gay. Eso si son espacios situacionales y no el cuartel, o el internado y por una sencilla razón: han sido generados para fortalecer la identidad gay, mientras en los otros, el hecho de que haya sólo hombres y mujeres no implica necesariamente que haya atracciones sexuales. Lo digo y lo repito: en la cárcel no existe más homosexualidad que la de quienes entraban homosexuales y, como máximo, algún toxicómano que precisaba la paperina del día y sabía donde obtenerla y haciendo qué cosa. En el cuartel, pajas, las que quieran, revistas porno, a toneladas, ¿homosexualidad? no más que en la sociedad. ¿El monasterio? El voto de castidad excluye determinadas prácticas, ciertamente algunos monjes de la antigüedad se convirtieron en sodomitas; pero  también aquí cabe hablar del 3-4% de cuota gay y de quienes no tienen voluntad suficiente para cumplir sus votos. Y lo de que la vieja canción del marino que vino en un barco de nombre extranjero, sea un icono musical gay, no quiere decir que todos los buques sean tripulados por un porcentaje de sodomitas (que la palabra tiene su gracia torera) superior al normal.

Lo que ocurre es que un escritor gay, cuando sube a un barco, se obsesiona con los cuerpos que ve día sí y día también,  hasta que termina la travesía, y le resulta difícil concebir que a otros le resulten indiferentes y eso es lo que refleja en la novela que escribe acto seguido. Y si, probablemente unos cuantos escritores gays -tampoco excesivos en relación al total de escritores heteros,  nuevamente el 3-4% parece razonable- tienen más repercusión en el mundo de la cultura que las costumbres sexuales de la marinería. Los mitos literarios salen de observaciones subjetivas pero brillantes y son eso, mitos. Como los espacios situacionales homófilos. Créanme, no hay otro de estos espacios más que las zonas gays de las grandes ciudades, no se engañen.

La virilidad más viril

La literatura y los ensayos sobre el mundo gay es bastante monocorde. Suele insistir en el famoso Batallón Sagrado de Tebas (Beocia), una unidad militar que existió efectivamente, fundado hacia el 378 aC, compuesto por 150 parejas de amantes, esto es, 300 combatientes. Era la punta de lanza del ejército tebano que, finalmente, se hizo masacrar en la Batalla de Queronea el 338 a.C., contra las falanges macedónicas de Filipo II. El que dos años después del combate sería nombrado rey, Alejandro Magno, se curtió en aquel combate dirigiendo con furia y bravura la caballería macedonia. Recuérdelo Hollywood.

Se consideraba que una unidad formada por parejas de amantes sería extremadamente segura para sus miembros. Estos, estarían unidos por lazos que superaban la mera camaradería de armas; ningún combatiente sería abandonado en el campo de batalla y el destino de uno sería el de todos. Así fue en Queronea y tiene gracia que fuera precisamente un Alejandro Magno, ciertamente bisexual, el decir de los cotillas de la época, quien los pulverizó. El ejemplo del Batallón tebano muestra que los gays son, frecuentemente, peleones.

Pero la existencia del Batallón Sagrado de Tebas, o de las míticas amazonas, o las alusiones a lo que el mundo gay llama "homofilia situacional", suponen curiosas muestras de la iconografía gay. Nada más liberal que un gay. Pero nadie practica más culto a los uniformes o incluso al "fascismo corporal" que el gay. Y, para colmo, ningún ambiente tiene más fantasías de humillación y castigo y unos niveles de sadomasoquismo tan elevados como el mundo gay. Como si la inocencia suprema se uniera a la perversión más elaborada. Angel y Bestia. Bello y Bestia, una vez más.

Algunos ejércitos como el español (o lo que queda de él) han visto como determinados oficialillos salían del armario. Mal asunto por que, en las FFAA, los chistes de maricones todavía suscitan risotadas. El ejército es considerado por el mundo gay como otro de esos espacios "situacionalmente homofilos".  Error. En el Ejército no hay mas homosexuales licenciados de los que entran en filas. Esa visión de las duchas militares, con decenas de cuerpos jóvenes, desnudos, brillantes y musculosos en un ambiente brumoso por el vapor, es tan errónea como el de las prisiones de las películas americanas, consideradas como coto de caza de homosexuales. Maricones los había, como en las FFAA, pero no más ni menos que en la sociedad. De un 3 a un 4%, nada apreciable. Verán: cuando un gay ve una ducha militar o carcelaria, puede ser -de hecho es- que se ponga a cien. Cuando un militar o un preso van a la ducha, es muy curioso, pero procuran no observarse, mantienen un pudor evidente y si sus miradas se cruzan o se fijan en algún detalle anatómico, cruzan comentarios irónicos: "¿se te ha puesto gorda cuando se le ha caído el jabón al pistolo?" o aquel otro inefable: "no le deis la espalda a éste que os ensarta como a una vulgar aceituna". Y todos ríen, pero nadie se ve con el miembro gordo de Petete acoplado. Nadie, salvo el 3 al 4% de mundo gay estadísticamente presente. Los soldados y los galeotes, en el fondo son jóvenes, hace sólo unos años que han dejado el "pedo-caca-culo" y les gusta bromear sobre algo por lo que, paralelamente, cuando se acaba la juerga, sienten pudor. El ejército, el presidio, son sociedades de hombres. Männerbünde, que decían los germanos.

En estas Männerbünde, los hombres se sienten a gusto: precisan de ellas. Y lo que no entiende el movimiento gay es que no las precisan para manifestar una sexualidad homofílica, sino por que está en su instinto.

Los hombres siempre han experimentado la necesidad de reunirse entre ellos. Mucho más que las mujeres. Y siempre se han llevado mejor entre los de su sexo, que las mujeres entre ellas.  Hay actividades a los que a los hombres bien integrados en la sociedad y en la pareja, desean estar solos entre ellos. Las mujeres quedan excluidas de algunas actividades. Ni una sola ricahembra en las partidas de poker de los jueves por la noche, ni una sola en las tenidas masónicas y muy pocas en los partidos políticos a pesar de las cuotas socialistas, forzadas, y por tanto, falsas. El "vínculo masculino" es una realidad, pero no en el sentido erótico-homofílico que le atribuye el movimiento gay. Me he sentido muy bien con mis camaradas, hemos corrido riesgos, realizado charadas, recorrido los tres santuarios de cierta virilidad (el cuartel, el burdel y el penal), incluso en ocasiones hemos compartido la misma prostituta o cada uno con la suya en camas contiguas. ¿Machismo? ¡Venga hombre! Costumbres de hombres, toscas si se quiere; luego, esos mismos hombres aman a sus mujeres, son tiernos con ellas, les encantan sus hijos y respetan la norma social. Entre ellos, también abundan los cultos, los sofisticados y los profesionales de envidiable reputación. Y, entre ellos, a ninguno se le ha ocurrido, dedicarle al otro una mirada de deseo  Y estoy seguro que algún gay que lea estas líneas se dirá: "Imposible. Cuando un hombre está cerca de otro hombre, demasiado cerca, prende la llama". Pues no. La llama prende para quien es homosexual, homófilo, gay y demás.

Un libro de Lionel Tiger, "Entre hombres", califica a las relaciones habituales entre hombres como "innatas, irreversibles y predeterminadas". Tiger explica que los lazos intermasculinos son particularmente fuertes y sitúa el origen de tales lazos en períodos prehistóricos cuando los cazadores debían apoyarse unos a otros para lograr sus fines. Desde entonces, hasta hace poco, estos vínculos no han hecho más que reforzarse. Fíjense en los internados masculinos, otro espacio situacional homófilo, y compárenlos con los femeninos. En estos reinan las rivalidades, los celos y un individualismo en todos los ámbitos. En los internados masculinos el espíritu de corps, la camaradería, los deportes de equipo, se manifiestan casi automáticamente. Entre las mujeres internadas (no sólo en colegios "para señoritas" sino también en cárceles) aparecen pronto lazos de ternura, sensualidad y, paralelamente, de celos. Por lo general, la amistad entre mujeres no es duradera. En realidad, el amor es algo intenso, pero la amistad implica duración. Ni siquiera la homosexualidad masculina y el lesbianismo tienen la misma matriz ni las mismas características.

Si hay más hombres que mujeres en política es por que la masculinidad tiene una relación evidente con el instinto territorial, el dominio y la voluntad de poder. Tiger, a este respecto añade: "Los hombres dominan la política, el lazo intermasculino es esencial". Duverger se preguntaba hace veinte años por que las mujeres, disponiendo de derecho a voto, históricamente, no lo han ejercido jamás en beneficio propio. Hubo de llegar el PSOE y su sistema de cuotas para forzar cambios en la sociedad, dando por supuesto que esos cambios, forzosos, son buenos. Es más, habitualmente sucede que los partidos que más sostienen la causa de la mujer, tienen un menor nivel de voto femenino. Y luego está la guerra considerada como "cosa de hombres". Bien, es natural, también en las especies de mamíferos superiores y primates, los machos son más violentos que las hembras. A ellos les compete ganar el alimento mediante la caza, así que ya les conviene ser más fuertes y agresivos que la hembra. Si fuera al revés, sería a ellas a las que les competería ir a la aventura de la caza y a ellos cuidar a los niños.

Hay decenas de estructuras que refuerzan los lazos intermasculinos: la historia apenas ha contemplado, salvo a título de excepción, la presencia de sociedades secretas femeninas; las masculinas son la regla, ayer y hoy. Las corporaciones, gremios y hermandades laborales, han sido también "cosa de hombres". Y en la mayoría de clubs sociales, la mujer es minoritaria o está ausente. Todo esto no puede extrañar: son los restos de las Männerbünde indoeuropeas, las sociedades específicamente masculinas. La la proximidad entre hombres, no contribuye a aumentar la homosexualidad. Al menos mientras el paradigma de normalidad está claro y sea indiscutible.

Pero llega un tiempo en que el paradigma cae y es sustituido por otro, viable o no. Es entonces cuando -como ocurre con el ejército norteamericano- el hecho de que a uno se le caiga el jabón en la ducha, es lo más intranquilizador que le puede ocurrir. Lo "normal" no es eso: la excitación por ver un culo masculino en posición de ser  tomado por asalto excita sólo a un 3-4% de la población masculina, al resto le sugieren bromas, indiferencia, pudor o groserías. El mundo masculino no es como lo ven los gays desde su prisma hipersexualizado.

Las sociedades de hombres no elevan a la categoría de modalidad erótica el espíritu de corps, la camaradería, la solidaridad entre sus miembros, la proximidad y el roce entre los cuerpos desnudos, brillantes y deslizantes. A un gay, parece que sí. Pero no son los gays quienes han construido esas instituciones: las Männerbünde, las FFAA, las sociedades secretas  no se han construido para ser observadas con la "mirada gay", ni son reductibles a ella. Son otra cosa que nada tiene que ver con la homofilia, son una necesidad social. No es raro que los activistas gays desprecien a las FFAA. Dice Albert Mira en su "Diccionario para entendernos": "El militar de oficio no se distingue por su sofisticación intelectual: no se trata de una cualidad que el entorno pueda alentar". Y dos líneas después da su solución: "Quizás de lo que se trate sea de homosexualizar el ejército antes de reclutar en sus filas a homosexuales". Error. El problema no es dotar a las FFAA de una connotación erótica o sexual,  sino de que cumplan sus fines y esto se realiza mediante la práctica del entrenamiento despersonalizador (borrar el yo individual para permitir la aparición del espíritu de cuerpo), de la disciplina (enseñar a que los automatismos y las reacciones instintivas y reflejas actúen ante determinados riesgos y circunstancias sin pasar por el cerebro), la jerarquía (la existencia de centros de imputación perfectamente definidos y de cadenas de mando tangibles y precisas), el sentido del honor y lealtad (para con los camaradas de armas, para con las misiones encomendadas, para con el valor superior de la Patria y la Comunidad a la que se jura defender hasta la muerte). El ejército no es un espacio homófilo si es que damos a la palabra homófilo connotaciones sexuales. El ejército es una institución habilitada para la defensa nacional. No es malo recordarlo. Como es bueno recordar que una carnicera está ahí para servir filetes, no para que admiremos las carnes incorporadas a su anatomía. Uno no puede ir de obseso por la vida. Y toda esta historia de los "espacios situacionales", da la sensación de que pertenece a ese tipo de visiones panhomófilas que se corresponden poco con la realidad.

Innegablemente, el movimiento gay se sitúa en las vanguardias de las vanguardias del progresismo más vanguardista, esto es, antimilitarista y pacifista. Innegable, igualmente, la fascinación que experimenta buena parte del mundo gay por los uniformes y el mundo militar. Innegable, finalmente, que en estos ambientes haya tantos gays como en cualquier otro: entre el 3 y el 4%. Poco importan los motivos de esta atracción. El caso es que lo que, para el estamento militar, tiene un sentido muy pragmático (la necesidad de uniformidad refuerza la propia identidad, da espíritu de cuerpo, iguala, etc), pero para el mundo gay tiene otro muy diferente (resaltar las formas masculinas, reclamo fetichista, fuente de inspiración homoerótica, y así sucesivamente).

Y es que en el mundo gay no faltan las contradicciones que, finalmente, terminan superándose gracias a la ley del deseo. La cosa se ve todavía de manera más desmesurada en la fascinación que ejerce la estética nazi en las prácticas sadomasoquistas gays. Da la sensación de que quien luce un uniforme nazi está investido de un poder absoluto y es capaz de las mayores crueldades, que ejercen sobre algunos gays una irresistible atracción. Un número no desdeñable de sadomasoquistas gays, tienen al nazismo como la oprobiosa dictadura que hizo lucir a los homosexuales alemanes de la época el ignominioso triángulo rosa,  pero al mismo tiempo es también, para otros, el modelo al cual les gustaría entregarse. En el mundo real, ser antinazi y desear ponerse en manos del nazi más malo del Reich, ser antimilitarista y correr tras un cuerpo de uniforme, son actitudes incongruentes, contradictorias. En el mundo gay, por el contrario, delatan mucho sobre la psicología profunda del homosexual, un terreno excepcionalmente vidrioso y en el que el riesgo de generalizar se paga. Así que no vamos a hacerlo, pero estas contradicciones nos muestran que el mundo gay tiene dos lógicas, mientras en el mundo real sólo puede utilizarse una. La ley del deseo y la ley de la racionalidad siempre están presentes en toda naturaleza humana y mucho más en las relaciones eróticas; la diferencia estriba que en el mundo gay la ley del deseo se sitúa por encima de cualquier otra, como resultado de un proceso de pansexualización de la vida. Un querido amigo gay, bromeaba un día, cuando le reprochaba que hablaba demasiado de sexo: "¿cómo puedo dejar de hablar de lo único?". Hay vida fuera del sexo, aunque algunos no lo crean.

Está claro que en el mundo hétero también aparece este tipo de procesos de pansexualización  pero es que el sexo no constituye el factor de identidad del mundo heterosexual, el sexo sólo es factor de identidad para los "movimientos de liberación sexual" (feministas y homosexuales). Ni tiene sentido, ni puede hablarse de "cultura heterosexual", pero si parece necesario hacerlo de "cultura homosexual". Esta, y no la otra, se define por la actitud de sus mentores hacia la sexualidad. En ciencia esto es absurdo, pero no en humanidades. Historia, por ejemplo. Es frecuente que un historiador gay, ligado al movimiento activista, tienda a demostrar, por encima de todo, la universalidad de la homosexualidad, su perennidad en el tiempo y su impacto en la cultura. Tiene gracia que la figura del pobre carbonario Luigi Settembrini haya sido rescatado para el panteón gay, no por su trabajo en pro de la unificación de Italia, sino por haber escrito una más que mediocre novelita protagonizada por dos gays. Cuando ocurren estas cosas no hay perspectiva histórica que valga; se cae en el subjetivismo mas despatarrante. Mal asunto en cualquier caso. Y no digamos los antropólogos gays dispuestos a invertir ingentes medios y tiempos en estudiar cualquier tradición local de homosexualidad o travestismo en la más alejada y extinguida tribu de Papuasia, para luego, en una pirueta discutible, elevarla a la categoría de normalidad universal. Y en literatura, a ciertos gays les interesará más tener elementos que hagan sospechar de la virilidad de Cervantes o de Shakespeare, que su obra en sí, como a un conspiranoico estará más interesado por la militancia masónica de Ildefonso Cerdá y mucho menos por sus octógonos del Eixample barcelonés.

¿Alguna conclusión? Me da la sensación -y repito, "me da", a mí, "la sensación", esto es, una impresión subjetiva y no cuantificable en estadísticas- que la componente erótico-sexual tiene un peso excesivo en la ecuación personal de los gay (al menos de los que he conocido y que considero mis amigos, o que son mis compañeros de trabajo). Esta es la madre de todas las contradicciones gays.

Mundo de la libertad, jauría de la opresión

Resulta inseparable la relación entre el mundo gay y la subcultura sado-masoquista. De hecho, en algunos ambientes son sinónimos. El icono gay por excelencia es San Sebastián, santo y mártir. Empecemos por aquí.

No coincidimos con la opinión según la cual la fascinación por el martirio de San Sebastián surge de un proceso de identificación del gay con el sufrimiento que le experimenta vivir en una sociedad heterosexual que le oprime. El martirio de San Sebastián está repleto de símbolos fálicos: los dardos que penetran en su cuerpo como penes erectos, extrayendo gemidos de intensidad similar a los alaridos provocados por la misma penetración anal, la desnudez absoluta con el elemento erótico del andrajo humillante que cubre los genitales, el cuerpo atado a un árbol que se adivina a punto de caer agotado y sin fuerzas, desfallecido por las penetraciones de los dardos-fálicos que, finalmente logran derrotar al heroico mártir. Y así sucesivamente. Algunos gays dominantes experimentan la sensación de placer al pensar que son ellos quienes lanzan sus dardos sobre el indefenso aspirante a la santidad. Otros se identifican más bien con el sufriente y con su rostro en el que reconocen el sufrimiento que termina estallando en placer. Los primeros han sublimado su agresividad en una escena mística y dicen "quiero penetrar". Los otros, expían un ignoto complejo de culpabilidad ofreciéndose como víctimas para quien quiera poseerlos y dicen: "quiero ser penetrado". ¿Alguien ve algún elemento que permita pensar que todo esto son metáforas sociales y no deseos ocultos, morbosos y definitorios de la propia sexualidad?  Intentar ver otra cosa, es una gratuidad apabullante, un deseo "perverso"...  y no es que la "perversión" sea, en principio, algo rechazable; en absoluto: el sexo, lo hemos dicho, es polimorfo y lo perverso, como lo guarro, tienen su lugar junto a la ternura y el coito más convencional junto al consabido "polvo salvaje". Aquí cabe todo, a costa de que cada aspecto de ese todo, corra el riesgo de evidenciar lo que se lleva dentro  dentro de uno mismo, no dentro de la sociedad.

En el fondo, el sado-masoquismo, considerado en cualquiera de los dos extremos del látigo, es una posibilidad del sufrimiento por amor. En tanto que el amor implica un cierto grado de renuncia a sí mismo y entrega a otro, el amante activo no puede evitar considerar a su compañero o compañera como algo de su propiedad con el que puede hacer lo que quiera. Así mismo, el amante pasivo está orgulloso de percibir que sus sufrimientos, humillaciones y temores, excitan a su partener. Todos contentos.

Las relaciones sadomasoquistas forman parte de otro frente de contradicciones del mundo gay: implican una relación jerárquica de dominante a sumiso, de poder a servidumbre, de amo a esclavo, de donante fogoso a receptor tímido, de humillador a humillado  a nadie se le escapa que una relación de este tipo, sine qua non en cualquiera de las prácticas sado-masoquistas, es, como mínimo, la negación de cualquier concepción "progresista", ámbito en el cual se sitúa el movimiento gay. Cabría hablar de fascismo, o mejor aún, de algo reaccionario (y nunca mejor dicho porque cada azote, efectivamente, hace reaccionar a cualquiera de las dos partes).

En 1933, el movimiento gay alemán, el más extendido de Europa en aquella época, fue barrido por los nazis. La película "Cabaret" evidencia con unas pocas pinceladas los rasgos de aquella época. Parece que en torno a 100.000 homosexuales fueron encarcelados, si bien habría que matizar que algunos lo fueron, no por su opción sexual, sino por su militancia política. Dentro de las SS hubo purgas de nazis y su jefe, Himmler ordenó que se condenara a muerte a cualquiera de sus miembros en caso de ser sorprendido en actos homosexuales. Nada raro, si tenemos en cuenta que el propio Himmler hacía prometer, por disciplina, que el SS no fumaría en determinados períodos. Si incumplía la promesa podía ser expulsado, pero si quería salvar su honor debía suicidarse. Así iban las cosas en las SS. No iba de broma la  "Orden Negra". Hubo, efectivamente, miembros de las altas jerarquías nazis homosexuales. Ernst Röhem y su amante, el conde Spretti, eran de estos. El partido nazi había surgido de movimiento völkisch que sobrevaloraba el aspecto físico, la fortaleza, la gimnasia, el deporte, la vida natural  y el nudismo. En el fondo, el primer régimen que permitió el nudismo en Europa fue el nazismo y en las grandes películas de Lenny Riensfestald sobre las olimpiadas del 36 -propaganda oficial del régimen- este culto al cuerpo humano está pero que muy presente. En ese sentido, el nazismo fue ¿progresista? Desde luego lo fue mucho más que la coetánea sociedad postvictoriana británica o el estalinismo para quienes todo lo que no fueran miriñaques, refajos, fajas de ballena en un caso y el mono obrero o el delantal de la campesina, en otro, eran obscenos. Mientras, los nazis cultivaban el culto innegable al cuerpo, presente desde el cine de la Riensfestald hasta las esculturas apolíneas de Arno Breker.

Henos aquí ante la enésima contradicción del ambientillo gay. El fascismo corporal. Hoy el fascismo ha desaparecido, pero el movimiento gay goza de buena salud y algunos de sus miembros han incorporado ciertas apreciaciones estéticas del fascismo, entre otras, esa admiración desmesurada por el cuerpo humano y por su perfección.

El gay suele ser esclavo de la moda. Y la moda dicta en estos momentos que si se quiere triunfar en ese terreno, es preciso disponer de un cuerpo perfecto cubierto. Se observa la belleza no para maravillarse con ella, sino para ser como ella. Aquí radica la madre de todas las frustraciones. Hay mujeres que salen del quirófano sólo para lucir la última modificación de su anatomía a la curiosidad pública y hay gays que apenas salen del gimnasio si no es para mostrar el último musculito que han logrado desarrollar.

El ideal de belleza gay que se ha ido imponiendo en los últimos años, es el producto de esteroides, anabolizantes y endiabladas combinaciones de pesas y potitos proteínicos, y tiene un nombre: el "mariarmario", en oposición al gay afeminado que también tiene su espacio hoy devaluado. Desgraciadamente, para ellos, no todos los gays llegan a las performances físicas del "mariarmario": el estándar es el estándar como modelo ideal; sólo que algunos se lo han tomado como realidad. Y de esos, sólo unos pocos lo alcanzan. El resto se sienten frustrados y acusan a los primeros de "fascismo corporal".

Mucho nos tememos que el mundo gay ha pasado de sufrir el ostracismo, la marginación y la persecución por parte del mundo heterosexual, para pasar a ser discriminado y sometido por los miembros de su propia comunidad sexual. Son los gays los que han creado su propio mundo. Son ellos los que han querido ser un "mercado" y establecer unos estándares de belleza. Y eso ha tenido sus costos. El que buena parte de los gays no lleguen a tales estándares y sientan una sensación de frustración al ver a los "mariarmarios" como inalcanzables, no mejora mucho su situación. Pero, cuidado, que no recaiga la responsabilidad de esta sensación de incomodidad sobre el mundo heterosexual. Si hay un culpable éste es el mundo homófilo y sus estándares de deseabilidad, inaccesibles para quien no está dispuesto a machacarse en un gimnasio.

El mercado gay y los gays en el mercado

En el fondo, la "mariarmario" difiere del gay tradicional, lo mismo que el calamar gigante de las profundidades abisales cántabras se diferencia calamar Frudesa del super. Ha cultivado su cuerpo con esmero, inversión y sacrificio; durante años, lo ha anabolizado primorosamente, cada uno de sus músculos está fibrado y resalte sobre una camiseta ajustada, con el vientre a modo de tableta de chocolate. Pero del "mariarmario", lo esencial no es su físico, sino la conversión que ha hecho de sí mismo: no intenta perseguir a otros gays, sino convertirse él mismo en objeto de deseo. Entre Apolo y Helios, el "mariarmario" es Apolo, el sol en sí mismo, inmóvil, inaccesible, centro del universo homófilo, deseoso de que todo gravite en torno suyo y le tenga por centro. Los demás, como máximo, deben contentarse con moverse a la velocidad de Helios sobre el carro de Faeton; si quieren cumplir su destino, deben ir corriendo o se les escapará. Si Apolo es el sol en sí, Helios es el sol sometido a la ley de los ascensos y descensos, del ir y del venir, del azar, la casualidad y la contradicción y el conflicto. Se ha modelado a sí mismo para atraer otras miradas. Es un reclamo publicitario de si mismo que pide ser degustado con la vista. De ser un gay que deambula por el ambiente, se ha convertido en un producto que ostenta el estándar de la perfección gay: el cachaskán o musculitos. Lo que otros han llamado "fascismo corporal", él lo encarna.

El hecho de que algunos gay se hayan cosificado hasta transformarse en productos de mercado, evidencia sólo la tendencia extrema de un sector cuyas señas de identidad, más que sexuales, remiten a determinadas marcas, mucho más que a ciertas prácticas eróticas. El gay que no consume productos gays, no existe. Ese si que es un matao. Ese si que tiene una sensación de exilio insuperable y si que anhelaría ser marinero en un barquichuelo perdido en el proceloso mar del consumo.

Nuestra hipótesis de trabajo es que el cambio de percepción del mundo heterosexual hacia el mundo gay se ha producido, no por acciones reivindicativas, sino por la acción de determinadas oficinas de marketing y estudios de mercado. Por que los gays tienen un perfil ideal como "máquinas de consumo": solteros y sin hijos, esto es, con posibilidades de dedicar dinero al consumo, y además están presentes en determinados círculos que conforman el denostado gueto o el creciente "ambiente", hacia allí puede dirigirse una publicidad, barata y concentrada. Tienen publicaciones propias y un alto grado de socialización, con lo cual las modas se extienden a gran velocidad; como la pólvora. Mercado ideal donde los haya. ¡Pobres gays!, han pasado del ostracismo a la cosificación, casi sin etapas intermedias. Es el precio de la "liberación". A las mujeres no les ha ido, en el fondo, mucho mejor: gracias a su lucha reivindicativa, han pasado, además de sus problemas en el hogar -cada cual con los suyos- a ser explotadas en el trabajo -como cualquier otro trabajador-, algo considerado como un gigantesco avance social. Virgensita, virgensita, que me quede como antes, que dirían algunas.

Los gays persiguen los Kalvin Klein como los toretes a las vaquillas. Fueron los primeros, irrumpieron en el mundo gay anglosajón a finales de los 70. Vender calzoncillos era lo suyo y elevaron el marketing del calzoncillo a la categoría de arte. Y Levi’s, tal para cual. Si un gay de estricta observancia no se embute los Levi’s a la altura suficiente para dejar ver la marca Kalvin Klein de lo que lleva debajo, es como si fuera desnudo o vendido, desprovisto, en cualquier caso, del equipo reglamentario de supervivencia en el medio homófilo. Las necesidades del mercado han forzado la "liberación gay", esto es, el descubrimiento de un nuevo segmento de mercado y su reforzamiento, en tanto que consumidores más sumisos y sometimiento a modas que se extienden como regueros de pólvora. Un 3-4% del mercado es un puntazo. A fin de cuentas, va a resultar que la tan cacareada "identidad gay" es solamente una forma de consumo

¿Conclusión? Hoy por hoy, la "identidad gay" no es una interpretación de la historia (exigua en relación a lo que sería la historia de la heterosexualidad, de existir, o la historia universal), unos valores (contradictorios, en tanto que identificados con el progresismo, pero que vivencialmente tienen manifestaciones reaccionarias frecuentes), o unos objetivos (a los que aludiremos a continuación),  sino sólo un mercado.

Me cuentan -y me lo creo por que el que me lo cuenta los conocía- que antes de dedicarse a realizar el buen negocio de la revista "Zero", sus mentores vendían programas de astrología a través de revistas como "Mas allá" y "Año Cero". Del "Cero", al "Zero", sólo cambia una letrita de nada, pero esa letrita ensancha el mercado de manera insospechada. Hoy, ya nadie se sorprende de que alguien diga haber visto un extraterrestre y mucho menos a un fantasma; causa mucha más sorpresa que un picoleto salga del armario, o que un sacerdote haga otro tanto, o que en el número anterior haya sido un militarote y todo el país esté pendiente de la triunfal salida del armario de un magistrado del supremo, de un supernumerario del Opus Dei o de un tragasables, por poner algunos ejemplos. A nadie le importa, si luego el fulano que ha salido del armario, se ha hundido psicológicamente, ni si se ha quedado en la calle al evidenciar una inadecuación absoluta para el cargo que ocupaba. Si, por que tiene castaña que "salga del armario" un sacerdote cuyo oficio exige el voto de castidad  y la castidad no tiene sexo, ni homo, ni hetero. Genial, estuvo el curita, pero no tanto, desde luego, como los alegres muchachos de "Zero". Dale al consumidor un producto hecho a su medida y vive feliz, que para infelices ya tenemos a los consumidores preocupados por afrontar la factura.

Cuestión de objetivos, ¿cuestión de objetivos?

Miren, no me gustan las discriminaciones, ni me gusta que alguien sea discriminado por que sea es así o asá. Cuando yo era pequeñín los niños algo afeminados sufrían mucho. Aquello no me gustaba y quizás hoy me siento algo responsable por  haber permitido en mi presencia algunas de aquellas burlas crueles. Pero, ya saben, siempre hay alguien más grande que tú y no todos tienen de su lado al primo de Zumosol. Era evidente que, se había formado una subcultura machista que, en principio resultaba desagradable para el otro 50% de la sociedad, luego para el 3-4% e mundo gay y, finalmente, para los que apreciábamos la virilidad pero difícilmente podíamos compartir la cutrez del machismo, su desvalorización de la mujer y la ofensa y violencia contra los más débiles.

El problema, de todas formas, no es que durante siglos se esperara que los seres humanos actuaran de determinada manera atendiendo a su sexo  sino que determinados seres humanos han actuado según un arquetipo subjetivo que no era el que correspondía a su sexo. Si la agresividad y el instinto de defensa y protección son uno de los rasgos de la masculinidad, el machismo lo convirtió en bravuconería y violencia gratuita. En donde la masculinidad situaba la cortesía, el machismo era su anulación y la traslación de la agresividad contra la mujer. Si la masculinidad suponía el cumplimiento del deber y el instinto de complementareidad y protección hacia el otro sexo, el machismo pasó a convertirse en misoginia. A medida que la crisis de los valores de la masculinidad (en la medida en que, fuera del marco familiar, no existía asignatura ni lugar alguno en donde se transmitieran o se recordara su existencia) se fue acentuando, el machismo quedó como el dueño del terreno.

Creo que uno de los rasgos de la masculinidad es el pensamiento objetivo: intentar percibir el mundo como es en realidad. Es bueno que así sea, por que el otro 50% de la sociedad, la mujer, introduce elementos de corrección, subjetivos e intuitivos, pero no por ello menos necesarios. La objetividad, en cualquier caso, lleva a la tolerancia o, al menos, tiende a alejar de cualquier pensamiento apriorístico. En una sociedad como la griega en donde el filósofo presocrático se preguntaba constantemente cómo era el mundo y cual era su papel en él, surgió una sociedad extremadamente tolerante que, a diferencia de la actual, disponía de un marco jerárquico preciso (tolerancia y jerarquía sólo se excluyen en el pensamiento progre). Con el ascenso del machismo, por el contrario, lo que progresó a su vez fueron los rasgos intolerantes y, con ellos, la misoginia. El machismo no es el hijo bastardo de la virilidad y de la masculinidad, sino su antítesis. Una sociedad machista debía finalmente lanzar al ostracismo a todos los que no se identificaban con el arquetipo: incluidos heterosexuales disidentes del modelo, y, por supuesto, mujeres y homosexuales.

Bien, pero el modelo machista ya ha sido derrotado; subsiste en retirada (el machismo es también un mercado poderoso), auxiliado en Europa por oleadas de inmigrantes llegados de universos mentales superados en nuestro continente pero que gozan de buena salud en América Latina y el mundo islámico, ha hecho que reverdeciera su poder. Sea como fuere, la derrota del modelo machista es una derrota, ante todo cultural.

Entre finales de los años 70 y el límite del milenio, en veintipocos años, la situación de los gays cambió radicalmente. Las reivindicaciones que tenían entonces han sido asumidos hoy por la sociedad. Los gays no van a la cárcel por el hecho de serlo. No les ha ido mal, especialmente, en Europa. Pero hemos llegado a un momento en que ir más lejos de esa frontera conduce a pocos lugares y todos ellos conflictivos. ¿Por qué? Por que son excesivamente excéntricos en relación al núcleo del paradigma de normalidad, ¿recuerdan?. Por eso. No por que se vean atenazados por una ola de machismo impenitente, ni perseguidos por un poder homófono inaprensible.

Daba la sensación de que lo que pretendía alcanzar el movimiento gay era un clima de tolerancia. Pues no. El gay acepta mal la tolerancia del mundo tolerante. Aspira a mucho más. Dice Albert Mira: "Retóricamente, [la tolerancia] se trata de algo con lo que los homosexuales no podemos conformarnos. Se nos pone en una situación en la que se nos ofrece un mínimo de dignidad a cambio de nuestro silencio. El discurso de  tolerancia mantiene, como presupuesto, que el heterosexismo es una posición de poder desde la que se puede decidir sobre la vida y la muerte y que, al menos por el momento, se nos perdona". Menos mal que unas líneas más adelante reconoce "buena fe" a los tolerantes  Pero luego, vuelve a estropearlo con la coletilla: "Desde el punto de vista del activismo gay, se trata de una primera fase que se superó hace mucho tiempo y de un modelo retórico heterosexista que todos tenemos que contribuir a superar". Llama la atención a Mira que los tolerantes enarbolen alguna restricción a cambio de decoro, silencio, y cosas así. Es frecuente oír eso de "yo soy tolerante con los gays, pero...", faltaría más. Ese modelo no termina de convencer al activismo gay. Y no se entiende el porqué

Durante los últimos treinta años, la sociedad liberal ha ido recuperando el terreno perdido y reconociendo los derechos de homosexuales y feministas. Esto hubiera funcionado a la perfección, en tanto que justo y necesario, pero para ello hubiera sido preciso reconstruir paralelamente el mentado paradigma de normalidad. En lugar de eso, se puso la piqueta de demolición a la sociedad machista generada en el XIX y en los dos primeros tercios del siglo XX, y se fue imponiendo la idea de que aquí vale todo. En lugar de la recuperación de una nueva idea de "orden", lo que se ha llegado es a una especie de caos total y a la pérdida de todo punto de referencia. La confusión llega al terreno semántico: "familia", los gays reivindican el derecho a ser considerados una familia, pero ¿lo son? ¿qué es lo que define a la familia? Son pareja, indudablemente, pero ¿familia? ¿Y en base a qué criterio, unánimemente aceptado, se define hoy la familia? Pues de eso se trata:  el criterio, ha saltado por los aires.

Cuando en la base no existen cimientos sólidos, toda la construcción ulterior estará edificada en el vacío. Nietzsche escribió aquello de "Si Dios ha muerto todo está permitido", frase que podemos parafrasear: "Si el paradigma de normalidad ha caído, esto es Jauja". Cualquiera puede pretender que lo suyo es lo normal o, por excéntrico que sea, reivindicar para sí una normalidad transformada en carnaval. Que la TV está informando durante tres días consecutivos sobre el día del orgullo gay del 28 de junio: normal. Que en los chous de telebasura el gay se convierte en el friki más solicitado: normal. Que diseñadores de moda homosexuales intentan desfeminizar a la mujer y feminizar al varón para llevar a la realidad su forma de ver la sexualidad: normal. Pues bien, todo esto es normal, cuando todo el año es Carnaval. Esa época ha llegado, es la nuestra.

La tolerancia es el nivel máximo al que puede aspirar un movimiento gay que recuperase un mínimo sentido de la mesura. El mundo no es gay. Jamás lo será. El día que el mundo fuera gay, ahí, justamente, terminaría lo que se inició en el paleolítico. A fuerza de forzar las reivindicaciones, el mundo gay no percibe que va a ir acentuando las resistencias y que su fuerza deriva únicamente de su carácter como bolsa de votos y como mercado, y en nada más. 

La decisión de la Junta de Andalucía de pagar las operaciones de cambio de sexo indica hasta qué punto la izquierda puede llegar a ser oportunista si de lo que se trata es de capturar alguna bolsa de votos. A nadie se le escapa que a lo largo del año, no son muchos los que se sientan en el quirófano, apenas unas decenas, para cambiar su sexo (si es que el sexo puede cambiarse), a nadie se le escapa tampoco que son muchos más los que precisan asistencia psiquiátrica o guarderías, o simplemente aspirina gratuita, sin ir más lejos. Y esa misma Junta de Andalucía, que generosamente acomoda en el quirófano a los aspirantes a transexualizarse, niega derechos sanitarios básicos, ¿por qué? Sondeos estadísticos y de opinión, le confirman que esa concesión, hará transmigrar a miles de votos gay a sus caladeros, mientras el voto de un psiquiatrizado o de la madre de un niño con plaza en guardería, no está tan claro que se oriente automáticamente hacia el socialismo. Queríais tener dignidad y la habéis logrado: os han cosificado, vuestro voto es tan cautivo como el de los beneficiarios del PER; entre esto y que otros os consideran un mercado, sólo un mercado y nada más que un mercado y como tal mercado, os muñen, lo lleváis claro, compañeros.

Dentro de poco os concederán la adopción de hijos y os igualarán en todo a las parejas heterosexuales  otra gran victoria que os situará ante la puerta de nuevos problemas que no prevéis: ¿cuántos chaperillos se casarán con carrozonas para divorciarse al día siguiente por "incompatibilidad de caracteres" y pedir una suculenta pensión? Y ¿de qué manera influirá la adopción de hijos en la brevedad proverbial de vuestras uniones? ¿o va a resultar que es un mito la fugacidad de las relaciones gays? ¿hay algún estudio serio sobre la repercusión de tener padres del mismo sexo sobre los hijos? Seguramente no, es fácil preverla...

Digámoslo ya: en el fondo, la legalización de los matrimonios gays, os importa un higo, la cuestión no es formar matrimonios, sino romper los últimos restos del paradigma de normalidad. Una vez, más dice ese reservorio de conocimientos sobre el mundo gay que es Albert Mira, nos dice: "Activistas radicales gays consideran que la homosexualidad debe mantener su carácter transgresor y el matrimonio es un paso hacia la integración no deseable: una vez se nos considere casables podemos acabar presos de nuestro propia normalidad". Mira define el matrimonio como "institución heterosexista" y termina: "En realidad, lo realmente revolucionario sería que el matrimonio homosexual estuviera permitido por la ley y, al mismo tiempo, los homosexuales fuesen lo suficientemente lúcidos como para resistir sus vanas tentaciones. Frente al concepto de matrimonio, que resulta una estructura tradicionalmente opresiva, podemos proponer el de pareja de hecho, que presenta límites más flexibles". En otras palabras, el movimiento gay está reivindicando algo en lo que ni siquiera los sectores significativos del mismo creen. A Mira le asusta que el mundo gay entre en una situación de "normalidad". Habla de algo que a muy pocos le interesa ya ("lo revolucionario"). La gente busca introducir la normalidad en sus vidas, pero un sector no desdeñable del mundo gay siente vértigo de situaciones de normalidad que evidencien a la postre de manera estadística e incontrovertible aquello que hoy se intuye: la fragilidad de las parejas gays, su constitución en función de una pasión (breve) y su ruptura a causa de otra pasión sustitutiva (igualmente breve), el excesivo peso de la sexualidad en el mundo gay, el que éste marco (y no sólo la necesidad de un padre y de una madre común a todas las especies biológicas superiores) no sea el más adecuado para la adopción, la educación y la crianza de hijos y así sucesivamente. Lamentamos informar que un hijo no es un Calvin Klein que se compra por que está de moda y que uno se lleva puesto cuando cambia de pareja.

En una página gay en Internet podía leerse el resultado de una encuesta realizada mediante correo electrónico en septiembre de 2000; fue respondida por 185 personas gays o autodefinidas como tales. Dentro del grupo encuestado (pequeño realmente, pero hasta cierto punto significativo), el promedio de duración de la pareja (el 39% está en pareja actualmente, y el 81% lo estuvo alguna vez) es de 2 años y medio. Y la mayoría ya se considera en pareja a partir del primer mes...  Sorprende la brevedad de la relación. Quizás el problema es que las parejas heterosexuales duran bastante más por término medio e incluso un porcentaje no despreciable cumple a rajatabla el "hasta que la muerte nos separe" (¿o es que no han visto esas parejas de ancianitos heterosexuales que van siempre juntos a todas partes y el día que falta uno, falta al poco el otro?). Pero, a todo esto, se pregunta el comentarista de la encuesta, "¿[por qué] estructuramos nuestras parejas como una copia de las parejas heterosexuales?". Y es verdad: ¿por qué las parejas homosex, deberían de tener las mismas características que las héteros? Efectivamente, a relaciones sexuales diferentes corresponden modelos diferentes de familia  entonces ¿a qué ese interés en lograr una legislación equiparable? Si el modelo es diferente, la legislación (en el caso de que fuera posible legislar la inestabilidad) también debería serlo. No se puede cuestionar el modelo heterosexual de pareja y acto seguido reivindicarlo, asegurando, al mismo tiempo, que no se va a seguir. Vamos, si se puede hacer  lo que ocurre es que no es serio... ¿Adoptar un niño para vivir dos años de promedio "en familia"? Lo lamento, no es serio. Es mucho peor: es inaceptale.

Dos estrategia para un solo movimiento

El movimiento gay suele realizar una distinción, cuanto menos, sorprendente. Al decir de sus representantes más conspicuos, no sería lo mismo salir del armario y definirse como gay que hablar de lo que se hace en la cama. No es lo mismo pero tampoco son conjuntos disjuntos,  sino superponibles. Cuando alguien se define como homosexual, inmediatamente está explicitando cuáles son sus prácticas sexuales, lo pretenda o no, y lo quieran o no oír sus interlocutores. Claro está que una declaración de homosexualidad no implica explicitar los numeritos que se montan en la cama, pero, como dicen los franceses, "va de soi"; como tampoco decir "soy heterosexual" equivale a confesar que uno tiene a bien practicar hasta e depósito legal del Kama-Sutra. Si decir, "soy catalán" equivale a que el interlocutor piense "este tipo es un agarrao" (apriorismo y esquematismo que a servidor, en tanto que catalán, no puede sino hacerle sonreír), automáticamente, imagínense lo que implica decir "soy gay"  y el otro, automáticamente, pensar, incluso para intelectuales sofisticados, "este tipo da por el caca". No es algo deliberado, ni siquiera insultante, es la asociación inevitable entre una definición -la de homosexualidad- y la práctica característica -la sodomía-. Cuando el redactor de la CNN redactó la noticia sobre los encuentros furtivos de la Levinsky y el Presidente en el Despacho Oval, era inevitable que imaginarnos a la Levinsky bajo la mesa presidencial y a Clinton hablando con Chiraq hasta el estallido final y las manchas de semen en el traje de la becaria. El redactor de la CNN no puso la descripción ni los detalles, pero estos eran inevitables, subyacentes. No veo por qué con los gays debería de ser diferente. La vida privada no se exterioriza, por algo es privada,  pero no puede evitarse que con un par de pinceladas tengamos el esquema completo sobre los posibles hábitos del sujeto. 

¿A qué viene todo esto? La "visibilidad" es el conocimiento público de que tales o cuales personas son gays. Quienes se "dejan ver" en tanto que gays, habitualmente no suelen hablar de sus prácticas eróticas, no era necesario, subyacen. De ahí que algunos gays sigan prefiriendo la oscuridad del armario y mantener con celo el secreto de su secreto. Están en situación de "invisibilidad". Pero esta discusión sobre la visibilidad o invisibilidad, tiene importantes desembocaduras prácticas, pues de ahí nacen dos visiones globales sobre el papel y el destino del movimiento gay. Hay distintas "estrategias".

Existen dos visiones profundamente diferenciadas e irreconciliables sobre el papel del movimiento gay. Unos aspiran, simplemente, a normalizar la situación del colectivo gay en la sociedad. Alcanzados unos derechos, eliminada cualquier discriminación, se trata, a partir de ese momento de "difuminarse" en la sociedad. Cuando se alcanza el estatus que se pretende, ya no tiene sentido seguir manteniendo un colectivo activista que vele por unos derechos ya conseguidos. El techo reivindicativo de este sector es lograr igualar las uniones gays a las heterosexuales y obtener el derecho a la adopción por parte de las parejas gays. Así pues, con ZP todo esto ya se ha alcanzado. En ese momento, deberían emitir el último parte de guerra: "La guerra ha terminado". Ya no tendrá sentido mantener identidades de ningún tipo ni programas reivindicativos. El gay será un ciudadano homologable a cualquier otro. 

Frente a este sector, que podría calificarse como "moderado", se encuentran las reividicaciones del sector "radical", para el cual los gays no deben esperar nada de la sociedad heterosexual. Estos sectores emiten un diagnóstico ciertamente descorazonador: la sociedad burguesa está inadecuada para los tiempos modernos, precisa restablecer un nuevo paradigma de normalidad  en el que las experiencias gays tienen mucho que aportar. Nos dicen, a fin de cuentas, ustedes, heterosexuales, deben de aprender de nosotros, homosexuales. ¿Y eso? Por que la sociedad moderna es una sociedad fundamentalmente injusta y para este sector del movimiento gay, la lucha social por sus derechos y reivindicaciones y el acoso y derribo de la sociedad burguesa y de sus manifestaciones políticas, económicas y sociales, son las dos caras de un mismo combate. Esta tendencia sobrevalora las aportaciones del movimiento gay y es evidente su matriz mayosesentayochesca, con su radicalismo inherente y falta de sentido de la realidad. Ni el modelo de relaciones gays ha demostrado ser "superior" al modelo de familia burguesa, ni su alternativa desemboca en otra cosa viable que no sea el gueto, el "espléndido aislamiento".

Uno de los motores estratégicos de ambas líneas de trabajo es lo que en términos gays se llama "estrategia de apropiación", consistente en reforzar la propia identidad gay intentando escarbar en la historia, la literatura, el arte, ampliando los estudios sobre la homosexualidad a fin de rescribir una historia de las ideas magnificando el influjo, incidencia y la universalización de lo gay. Esta tendencia, frecuentemente, cae en exageraciones y presuposiciones no del todo bien fundamentadas. El resultado de todo esto es una permanente siembra de dudas: ¿Miguel Angel Buonarrotti? Presunto gay, ¿Miguel de Cervantes? Otro que tal. ¿Shakespeare? Casi seguro gay  ¿Marañón? Analiza el problema por que él mismo se ve aquejado de "pánico homosexual". Cuando faltan datos sobre la heterosexualidad, es decir, cuando se ignora a ciencia cierta con qué mujer folgó algún grande del arte o de la literatura, existe toda una escuela historiográfica gay especializada en la "apropiación" (frecuentemente indebida) de biografías.

Realmente, el hecho de que Miguel Angel o Marañón pudieran ser gays no altera en absoluto el valor de sus obras. Y otro tanto ocurre con el jefe de las SA hitlerianas, Ernst Röhem. O con Manuel Azaña. Entonces ¿para qué la estrategia de apropiación? Simplemente para hinchar el activo gay y reforzar esa impresión de que siempre han existido vanguardias culturales y artísticas ligadas a esta modalidad. Al igual que los nacionalistas, algunos investigadores gays experimentan la historia como un cuerpo gomoso que puede estirarse a voluntad hacia donde interese. Dime como te quieres servir de la historia y te diré quien eres. Si te interesan más los hábitos eróticos de Miguel Angel que la admiración de su "David", mal asunto, por que valorarás más la sexualidad del artista que su genio. Y, muy frecuentemente, es mejor olvidarnos del lado personal de algunos artistas y concentrarnos en su obra. Picasso, era un vampiro que destrozaba a las mujeres que caían en su entorno. Y respecto a Jhon Lennon, mejor escuchar su música, por que algunos aspectos de su vida son literalmente odiosos. Y lo mismo habría que decir de otros muchos heterosexuales impenitentes. Así que no rompamos los encantos, que la gente de valía suele ser famosa por su obra, no por los polvos que se pega. Y con los homosexuales ocurre otro tanto. Dejemos los aspectos tórridos y tortuosos de Lorca intentando petar el culo a Dalí, ampliamente descritos por el interesado, y centrémonos en la inigualable musicalidad de su poesía. Admiremos la beat generation en lugar de hurgar en los camastros donde camparon sus exponentes, solos o en compañía de otros. "Aullido" es grande al margen de las performances homoeróticas de su autor. Y otro tanto cabe decir de los simbolistas del XIX francés. Primero el arte del artista, ¿sus filias y sus fobias?, no gracias. De hecho, el mejor arte era el arte medieval  anónimo. La creación no pertenecía al creador, sino a quien la admiraba.

El estereotipo estroboscópico

Un estereotipo es un modelo elevado a la categoría de norma. Catalanes tacaños, andaluces descojonantes, gallegos reservados, bilbainos fanfarrones, estos son los estereotipos regionales. Maricas afeminados, lesbianas amarimachadas, heterosexuales tronchamozas, feministas intemperantes, viejos verdes, arquetipos sexuales, injustos todos. La realidad se simplifica en función del rasgo que se considera dominante. O que alguno, en un momento, ha considerado dominante. Una simplificación implica falsificación, sino utilización abusiva de un solo rasgo. Hay andaluces esaboríos y hay lesbianas más femeninas que la "Barbi enfermera", otra simplificación. El estereotipo es rechazable en cuando resalta solamente un rasgo que se considera negativo o vejatorio. Es un paradigma, pero, más bien, malintencionado.

El mundo gay ha albergado una profunda hostilidad hacia las simplificaciones estereotipadas de maricas: en el centro de todas las críticas está el personaje de "Pepelu", el comparsa de Pepe Navarro en sus noches televisivas de los noventa. "Pepelu" era afeminado, lloriqueante, debilucho o simplemente superficial, y en cuanto a su sucesor en la temporada siguiente, "Crispín Jander", era el peluche estereotipado, coquetuelo él, desvergonzado, a ratos histérico, de hablares edulcorados y cotilla redomado. Igualmente rechazable. El mundo gay es hostil a los estereotipos de sí mismos, pero no evita estereotipar a los de la acera de enfrente. De hecho buena parte de las consideraciones gays se basan en la aplicación de estereotipos a diestro y siniestro: "fulanito está contra la adopción de niños por parejas homosexuales; luego, fulatino es un homófono redomado", "menganito quiere que lo miren por que se ha machacado durante dos meses en el gimnasio, menganito es un verdadero fascista corporal", "zutanito vino en un barco de nombre extranjero; menudo chaperío en el barco de las narices"  y todo así.

El estereotipo es el recurso más habitual del cotilleo, y el cotilleo es la forma de transmisión de los estereotipos tanto en el mundo gay como en el hétero. El cotilleo puede afectar a los que están lejos ("George Clooney es gay y se lo hace con Matt Diamont") y a los próximos ("el tipo de la mesa de al lado seguro que entiende, no ves como me mira"). No es, desde luego, un síntoma de libertad, sino de vacuidad: se habla de otros, para evitar fijarnos en nuestras propias miserias. Gays y no gays. La Pantoja, Carmina mártir, la saga de los Pajares y aquella otra de "Ambiciones", como si Rajoy es gay, Maragall se ha bebido hasta el agua del florero o, para los cultos y sofisticados, Fernando Pessoa o Manuel de Falla fueron gays. Todo, bastante peripatético. Hay dos formas de cotilleo: la gay y la hétero, también aquí los senderos se bifurcan.

La única realidad es que yo evidencio que me sobra tiempo o que no sé que hacer con él cuando contemplo la telebasura cardíaca en el caso hetero y evidencio un complejo sádico o masoquista al compartir alegrías y desesperos de tal o cual famoso, famosillo, famosote o famososo; o los gays que quieren paliar su soledad del 3 al 4%, viendo gays a diestro y siniestro.

Claro está que frecuentemente se cae en la calumnia o en la difamación y, frecuentemente, para hacer daño a alguien que se odia y que no pertenece a la propia comunidad. España entera se conmovió de un lado, pero experimentó un interés morboso de otro, cuando circuló el bulo de que Miguelito Bossé estaba que se moría de SIDA, e idénticas pasiones se levantaron cuando se sacaron del ataúd cadáveres radiofónicos, no precisamente exquisitos, para sugerir que eran lesbianotas jodidas y bordes. Gays y héteros suelen estar unidos por estereotipos arrojadizos que, frecuentemente, se lanzan unos a otros como los niños lanzan nieve y los escatológicos arrojan a paletadas excrementos contra el ventilador. Nadie es perfecto.

El cotilleo daña prestigios, erosiona credibilidades y, habitualmente, ni siquiera corresponde a la realidad. Es como una mierda, pero sin el como. Basta extender un rumor insistentemente para pulverizar el prestigio de alguien. Al margen de las opciones de la víctima y del difusor. Ha habido gays que han arrojado sobre castos varones el rumor sobre su homosexualidad. Y héteros que han hecho otro tanto sobre adversarios, presuntos o reales. Y en ambos casos todo ha partido de un rumor que ha ido difundiéndose plagado de detalles que lo amenizaban y, de paso, le daban credibilidad.

El rumor siempre es un arma arrojadiza que hace daño. Es difícil encontrar a alguien que haya sobrevivido a una campaña sistemática de rumores. Lo de menos es que el rumor sea falso o auténtico. Lo esencial es que ataca por la retaguardia, justo donde la persona está indefensa. Los intelectuales gays sostienen que el rumor y la maledicencia son patrimonio de los medios heterosexuales homófobos. En absoluto. Aquí no se salva ni dios. Rumor, cotilleo son cosa de todos. Haría falta ponerse de acuerdo en los porcentajes. El CIS en esto calla y cuando el CIS calla, este país anda como perdido. Da la sensación, eso sí, que en esto del cotilleo televisivo, mujeres y gays tienen una ventaja lo suficientemente grande como para que los periodistas varones heterosexuales reclamen su cuota. Es decir, aquí cotilleamos todos  pero unos más que otros. Y los gays, figuran entre los mas y los mejores.

Y es que el gay, con el tiempo, ha adquirido el hábito de compartir un secreto y, por tanto, una habilidad especial para conocer los secretos inconfesables de terceros.

Siempre es necesaria una cierta dosis de secreto. El secreto implica pudor y el pudor contribuye a mantener el encanto de lo misterioso. Si no hay secreto, no hay misterio; carente de misterio una relación se torna rutinaria y monocorde. Sin morbo. Así pues, el secreto no es necesariamente negativo. Lo que ocurre es que el mundo gay aborrece del secreto porque une a él la sensación de persecución y ostracismo. Hay un secreto que supone compartir algo grande y un secreto que culpabiliza. Cuando alguien "está en el secreto" es que tiene acceso a información que da poder. Sin embargo, cuando un gay habla de su secreto, lo hace con amargura. Y es entonces cuando busca salir del armario para que la palabra gay recupere su etimología originaria. Y es curioso que el mundo gay insista (acaso como fruto de esa cotillería endémica que le invade) en que sus integrantes  revelen su secreto: sólo se es plenamente gay y se vive tal estado con una felicidad casi beatífica cuando se ha revelado el secreto,  esto es, cuando se ha salido del armario. El esquematismo impuesto por el mundo gay a los suyos es de un maniqueísmo abochornante: "¿sale del armario?: gay bueno", "¿no sale del armario?: gay escurridizo". En ambientes militantes, se admira al primero, se desprecia al segundo. De hecho, los que permanecen en el armario son objeto de todo tipo de cotillerías extendidas por los miembros de su propia opción sexual. En buena medida muchos gays son víctimas de los propios rumores expandidos por antiguos amantes, como actos pasionales de venganza por una relación rota. E incluso en determinadas profesiones en donde la presencia gay es abrumadora, basta una escena de celos o una ruptura virulenta para que alguna de las partes, siempre la más débil, se vea condenada al ostracismo. Sí, se dirá que quienes han sido víctimas durante años del ostracismo y la marginación, son propensos a emplearla en su propio medio. Se dirá y incluso se comprenderá. Pero no por ello dejará de ser enfermizo. Ocurre también en el mundo hétero, pero no por
ello deja de ser odioso.
El secreto es justo, es necesario, es conveniente. El secreto avala el misterio. El misterio hace la pasión más extrema. Esto vale para el mundo hétero; no, al parecer, para el gay. Difícilmente puede haber secreto y misterio entre un hombre y otro hombre. Nos conocemos demasiado bien como para saber desde muy niños lo que llevamos entre las piernas y los pliegues de las meninges. Es como el día que nos decidimos a ver "Titanic": no es difícil saber como acaba. El barco, va y se hunde. El único misterio es saber qué protagonista se salva en tal o cual versión cinematográfica. Puede existir un gozo estético, pero nunca habrá una gran tensión emocional. Gozo visual, gozo estético. Falta algo. Estos ejemplos inducen a pensar lo mirífico del misterio y del secreto preservado de la luz pública. Lo que equivale a reforzar las paredes del armario. Nuestra intimidad no está hecha para sacarla a la plena luz del sol. Al final, de hacerlo así, ocurre como a las telarañas, que se disuelven ante el sol. Y yo no quiero que mi sexualidad se disuelva; la quiero viva hasta que ya no tenga fuerzas, la quiero mía, privada, con mis morbos y mis secretos, con mis perversiones y mis guarradas, con mi ternura y mi cariño, con el de mi compañera, con el consenso con ella, eternamente, en la búsqueda del placer. Nadie tiene por qué compartirlo, nadie tiene por qué penetrar en ese armario donde me encuentro, ni apuntar la linterna en su interior. En mi armario particular estamos mi compañera y yo.

No experimentamos la necesidad de realizar una confesión en la medida en que cumplimos el paradigma de normalidad: somos pareja heterosexual con hijos biológicos. ¿Salir del armario?  Eso es para quienes están alejados del centro del paradigma de normalidad.

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