De la Utopía de Zapatero a la Distopía de la realidad.
Infokrisis.- En 1949 se publicaba 1984 la novela escrita por George Orwell en la que nos muestra un sombrío futuro dominado por un Estado omnipresente gestionado por un partido totalitario. Cuando llegamos a 1984, hace ahora casi un cuarto de siglo, se multiplicaron los homenajes al autor de aquella novela y las campanadas de la noche de San Silvestre anunciaron la llegada del “año Orwell”.
En aquel momento, Europa estaba bajo la presión del último tramo de la Guerra Fría; el despliegue de misiles norteamericanos en Europa hacía que volviera a planear, por última vez, el fantasma del desastre nuclear. Sin embargo, dos años después, Gorvachov inició el desmantelamiento de la URSS y poco después cayó el Muro de Berlín. La novela de Orwell se olvidó en un clima de optimismo y euforia.
La democracia había logrado disipar al espectro del totalitarismo. Sin embargo, si un año merece ser llamado “año Orwell” es precisamente 2008. Y si en algún lugar se da el escenario descrito por Orwell es en la España de Zapatero.
La sociedad descrita en 1984
Las dos mejores proyecciones de ficción de la literatura del siglo XX son, sin duda, 1984 y Un Mundo Feliz de Aldous Huxley. Ambas novelas son, de hecho, complementarias. En el Mundo Feliz se describe un paisaje que encaja perfectamente con el que se desarrolla ante la vista. Ser feliz es casi una obligación. No importa que ser feliz haya costado renunciar a tener un alma (una personalidad). La dominación del ser humano es sutil y se realiza por medios tecnológicos en la novela de Huxley.
Orwell muestra técnicas de dominación más brutales. Ha conocido el stalinismo y sabe que no todos se dejan robar el alma. Algunos la defienden. El Gran Hermano es brutal con estos. Debe de serlo si lo que pretende hacer es una sociedad igualitaria. El mundo de Orwell nivela e iguala con la motosierra. Quien sobresale y tiene opinión propia, le son amputados esos centímetros que dan personalidad. Es Winston, el protagonista, que se niega a aceptar esa igualdad por abajo; aspira, el insensato, a algo más.
Pero en el mundo de Huxley, ya no hay brutalidad, el Gran Hermano ha podido construir su mundo feliz y ya no ejerce brutalidad, le basta con haber robado el alma a todos los ciudadanos. Ninguno de ellos tiene problemas o dificultades, el Estado resuelve cualquier conflicto y cubre cualquier necesidad, a condición de carecer de personalidad.
El mundo de ZP: el mundo feliz
Huxley pinta un “mundo feliz” en el que el desarrollo científico, el dominio de las tecnologías y la utilización de las técnicas de control social, han llevado a la realización de la Utopía. Se han conseguido erradicar la pobreza y las guerras; los ciudadanos circulan por las calles con sonrisa bobalicona, no conocen ni el miedo, ni la enfermedad; son permanentemente felices.
La ironía de la novela es que para alcanzar esa felicidad han debido eliminar muchas cosas: la familia, la cultura, la religión, las artes, la filosofía, la historia, la diversidad étnica y cultural, las identidades y las naciones…
No hace falta forzar las cosas para reconocer tanto en el modelo descrito por Huxley como en lo que ha sido preciso destruir, a la ideología de José Luis Rodríguez Zapatero. Da la sensación de que algún ideólogo de Ferraz ha tomado la novela de Huxley como programa electoral: lo que se ofrece es la felicidad (en lugar del esfuerzo, la lucha, el sacrificio, es decir, en lugar de la vida real) y para llegar a ella es preciso hacer tabula rasa de todo lo que conocemos.
En los cuatro años de gobierno de Zapatero se han dado pasos asombrosos para la destrucción de la familia (divorcio exprés, práctica liberalización del aborto, ausencia completa de facilidades y ayudas para formar familias y para la paternidad), para liquidar la identidad nacional (regularización masiva de ilegales en 2005 y puertas entreabiertas para llegar a 6.000.000 de inmigrantes), para pulverizar la enseñanza y la cultura, para imponer los nuevos valores (universalismo, pacifismo, ecologismo, paz universal, etc.) mediante la invención de asignaturas (educación para la ciudadanía), ofensiva contra la religión tradicional del pueblo español (mediante la promoción de un laicismo extremo, igualando el catolicismo a cualquier otra religión), centrifugar el Estado (apertura a los partidos nacionalistas e independentistas, diálogo con ETA, incapacidad para definir un modelo de Estado).
Para colmo en “el mundo feliz” las drogas son el pilar de la sociedad… España es hoy el país del mundo que consume más cocaína, por delante incluso de los EEUU. Huxley aludía a una mezcla de heroína y cocaína que proporcionaban una felicidad absurda.
Los ciudadanos del mundo feliz de Huxley ignoran lo que es la historia, simplemente tienen la idea de que en el pasado sólo se conocía el horror y la barbarie (lo contrario de la sociedad en la que viven). Es inevitable recordar la importancia que ZP da a la “memoria histórica” y el estímulo que ha dado a los nacionalistas e independentistas para que “rescriban la historia”. De hecho, en la concepción de ZP, todo lo que ocurrió antes del 14-M de 2004 era pura barbarie.
Huxley describe el proceso de la globalización que tanto gusta a ZP. Sitúa su origen en 1908 (año en que Henry Ford lanzó el “Ford T”, primer coche fabricado en serie) y, después de una guerra de nueve años que se desarrolló en Europa, se formó el “Estado Mundial” que dio paz y armonía universal.
No albergamos la menor duda de que el modelo de sociedad que tiene ZP (y, por extensión, toda la progresía alucinada de éste país) es el descrito por Aldous Huxley en El Mundo Feliz. Y el mismo Huxley describe los valores tradicionales que hay que liquidar. Justo los que Zapatero ha ido arrinconando en los últimos cuatro años.
Pepiño Blanco, en el Ministerio de la Verdad
El protagonista de 1984 es Winston Smith, un trabajador del “Ministerio de la Verdad” cuya función es rescribir permanentemente la historia, inventando héroes y anulando a protagonistas y a situaciones reales “políticamente incorrectas”.
La sociedad de 1984 es una inversión de una sociedad sana; cualquier nombre utilizado es la inversión de su función real: el Ministerio del Amor se ocupa de los castigos, el Ministerio de la Paz, prepara las guerras, el Ministerio de la Abundancia mantiene a la población al borde de la subsistencia y, finalmente, el Ministerio de la Verdad falsea la realidad para que ésta coincida con las previsiones del Gran Hermano... el dictador único del que emana un “pensamiento único”, verdadero paradigma al que debe atenerse toda la sociedad.
Cada mañana, cuando el portavoz del PSOE, Pepino Blanco ofrece una rueda de prensa parece que oficie como un representante del Ministerio de la Verdad orwelliano quien habla. De hecho su función consiste simplemente en encajar a martillazos la realidad con las necesidades electorales del partido.
En el mundo de 1984 se ha impuesto el “doble pensar”, el arte de pronunciar unas palabras y encerrar un significado contrario a su significado objetivo. A esto lo llamamos hoy “lo políticamente correcto”.
El Gran Hermano, ánima nera de la novela, lo es todo, es el comandante en jefe, el guardián de la sociedad, el dios, el juez supremo, la encarnación de los ideales del Partido único y todopoderoso. Vigila sin descanso. Al Partido único deben pertenecer todos salvo los "proles", equiparados a los animales, los proles somos todos: la Policía del Pensamiento apenas los vigila: "a los proles se les permite la libertad intelectual porque no tienen intelecto alguno". Da la sensación de que se está describiendo la situación de España en el siglo XXI, donde puede decirse todo, pero no sirve para nada y donde la masa carece de capacidad crítica al 100%.
El protagonista de 1984 toma conciencia de lo monstruoso de esta sociedad. Percibe en los mecanismos mediáticos, en la educación y en el ocio, instrumentos para el control mental de los individuos y para la educación totalitaria de las nuevas generaciones. El Gran Hermano aspira a penetrar en el cerebro de cada ciudadano y a controlar cualquier disidencia incluso en el dominio del pensamiento íntimo. Las técnicas de dominación hacen efecto sobre Winston y la novela termina con el protagonista mirando un monitor de televisión: “Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano”.
Orwell define a la ideología totalitaria como IngSoc, contracción de “socialismo inglés”, abierta a todas las razas, que propone el mestizaje universal y cuyo símbolo es una mano blanca y otra negra que se dan la mano. ¿Les suena?
Distopía frente a Utopía
La Utopía es una ficción en la que se describe un mundo ideal. La distopía, por el contrario, es una utopía negativa y completamente indeseable. Los mundos descritos por Orwell en 1984, por Huxley en Un Mundo Feliz o por Ray Bradbury en Fahrenheit 451, en La Naranja Mecánica de Anthony Burgess o, más recientemente Neuromante de William Gibson, son distopías.
En política, es frecuente que los buscadores de utopías, terminen generando monstruosas distopías. Es lo que ha logrado José Luis Rodríguez Zapatero de quien hasta el 14 de marzo de 2004 no podía dudarse de su honestidad y de su sinceridad, pero a medida que ha ido avanzando en su tarea de gobierno, ha dado muestras de su capacidad para generar problemas y llevar el caos allí a los terrenos más insospechados y hasta su aparición sosegados.
Zapatero intentó que el proceso de paz llevara por vía del diálogo al desarme del terrorismo. Y la utopía se trocó en distopía cuando estallaron las bombas de la T-4, ETA siguió amenazando y dos guardias civiles resultaron asesinados en Francia.
Zapatero intentó abrir un debate sobre el “modelo de Estado”; su utopía consistía en salvar la contradicción entre las autonomías y el Estado, pero se encontró con la distopía que llevó al Plan Ibarreche o al nou Estatut.
Desde 2004 hasta hoy la inmigración ha aumentado un 30%. La regularización masiva de 2005 debía de haber llevado a una nueva situación utópica en la que todos los residentes en España tuvieran papeles, pero, nuevamente apareció la distopía en forma de efecto llamada y de conscuencias más perversas que acarrea todo fenómeno migratorio incontrolado (desarraigo, delincuencia, formación de guetos, alteración de todos los parámetros y constantes de la sociedad española, etc.).
Como si Orwell hubiera anticipado la política económica del gobierno ZP en su descripción del Ministerio de la Abundancia, la utopía de la justicia social que decía defender, se convirtió en la distopía de la mayor crisis económica que se va haya visto en nuestro país. Y poco importa quien venza en las elecciones de marzo: la situación es tan grave que el margen de maniobra de unos o de otros es el mismo, aguantar la crisis y esperar que el tiempo lo resuelva todo…
Zapatero buscó alcanzar la utopía en materia internacional y para ello promocionó su Alianza de Civilizaciones, intentó alianzas con los “grandes”, pero, finalmente su política tan solo pudo atraer a países-parias africanos, a Turquía deseosa de buscar alianzas para acercarse a la UE, fracasando en todos los demás frentes. La utopía internacional de ZP y de Moratinos, se volvió, una vez más, distopía.
Otro tanto ocurrió en políticas sociales. El programa del PSOE de 2004 aludía a un utópico “viviendas para todos”, en la práctica se quedó, primero en “soluciones habitacionales”, luego en “pisos de 30 metros”, más tarde en 200 euros para alquileres que provocaron una inmediata subida de 200 euros en la oferta. La Ley de Acompañamiento no es nada sin los presupuestos de las autonomías, los beneficios prometidos a Autónomos y pensionistas, no sólo no aparecieron sino que la crisis económica iniciada en otoño de 2007 mermó hasta la raíz el poder adquisitivo de las economías más modestas. Si la distopía es algo, es precisamente esto.
El régimen de partido único aquí y ahora.
Alguno dirá: “Si, ciertamente, Zapatero si no ha leído –lo que parece probable- ni 1984 ni Un Mundo Feliz- los ha bene trovato y cada una de sus medidas ha conducido a la distopía, el “feliz mundo” que ZP ha querido construir se ha convertido en un “mundo feliz” huxleyano. Pero, afortunadamente, hay oposición”. Error, no hay oposición, hay competidor. El PP es el “competidor”, mucho más que el “opositor” y en tanto que “competidor”, juega a la contra sistemáticamente. Si fuera “opositor” miraría mucho más a los intereses nacionales que a los intereses propios, de la misma forma que si el PSOE fuera el “poder”, gobernaría en lugar de limitarse a disfrutar de las mieles del poder. Ni la oposición construye una alternativa, ni el partido en el poder sabe ni tiene la intención de ejercerlo.
Por lo demás, ninguno de los dos partidos “hace política”. La política es lucha, construcción, destino, no expolio de las arcas públicas allí en donde tiene ocasión, ni búsqueda sistemática del máximo beneficio económico propio con el mínimo esfuerzo.
No hay oposición porque ningún partido cuestiona ni lo políticamente correcto, ni el pensamiento único, ni el nuevo orden mundial (la globalización). Vivimos en un escuálido régimen de partido único, el partido del conformismo, de los intereses de parte sobre los intereses de la colectividad y de la utilización del poder para satisfacer su desmedida ambición.
Por eso los programas de los partidos se asemejan tanto en lo esencial e incluso se complementan (Aznar abrió las puertas a la inmigración, ZP los legalizó; Aznar fue partidario de la entrada de Turquía en la UE, ZP también; los alcaldes del PSOE recalifica como máxima actividad municipal, los del PP también; ni el PSOE, ni el PP se atreven a criticar la globalización; ni el PSOE ni el PP hicieron absolutamente nada por la familia española, por estimular la demografía, ni por aumentar los niveles de representatividad democrática; el PSOE ejerció el antimilitarismo, pero fue Aznar quien liquidó el ejército con su oportunista abolición del servicio militar sin que existieran alternativas; y así sucesivamente), las únicas diferencias son en “talante” y en estilo con el que realizan, es decir el “relumbrón”.
Si bien ZP ha “enunciado” proyectos radicalmente diferentes a los del PP, no ha llevado a la práctica nada esencial de verdaderamente profundo, porque para hacerlo debería de contar con el consenso del PP de acuerdo a la constitución del 78. De ahí que, incluso desde el punto de vista constitucional, podamos decir que vivimos en un régimen de partido único, el partido del conformismo y del pancismo.
El rostro del Gran Hermano varía –de hecho en la novela de Orwell nunca se le presta un rostro concreto, es anónimo- pero su mentalidad es siempre la misma: Rajoy y ZP, tanto monta, una diarquía oligárquica, un sistema con aspecto democrático –en el que cada cual puede decir todo lo que quiera, sabedor de que no va a servir para nada- en el que los ciudadanos son arrojados por el Ministerio de la Abundancia (Solbes) a los límites de la supervivencia económica y donde el Ministerio de la Verdad (Blanco) rescribe cada día la historia y miente con un cinismo digno de Satanás pidiendo acceso al Cielo de los justos, en donde los Caldera-Rumi-Pajín muestran la multiculturalidad como la gran panacea y la mano blanca y la mano negra descritas por Orwell cruzándose en una improbable armonía universal que remite al mundo feliz de Huxley.
La bastardización de la población mediante la educación –esa educación que ni el PP reformó cuando tuvo ocasión, y que el PSOE solamente ha hecho otra cosa que hundir un poco más- junto a la precariedad económica de las masas, las mantienen quietas. En el fondo siempre puede perderse algo más. Y, por lo demás, ambos partidos han promocionado un sistema de ocio que agudiza más la ignorancia y la bastardización.
Quien no tiene cultura, ignora lo que es la verdadera libertad y aunque la tuviera no sabría como ejercerla; ni sabe juzgar ni criticar, ni analizar, si apoya no sabe porqué –por vísceras- y si se opone ignora los motivos de fondo –por vísceras- es simplemente un paquete de vísceras, un tubo digestivo y poco más. Ese es el Winston que ante el monitor del Gran Hermano derrama unas lágrimas porque entiende que “se ha vencido a sí mismo”. Es decir, porque ha renunciado a su alma.
Esos somos usted y yo, y el tipo que me acabo de cruzar y el vecino del quinto y el enésimo concursante del enésimo concurso televisivo o del último talk-show. A eso nos han reducido y nosotros se lo agradecemos porque cobramos el paro, porque a fuerza de ganarnos la vida la perdemos día a día, porque nos han traído inmigración para limpiarnos los mocos, porque el PIB crece aunque mi cartera mengüe. Gracias porque ya solo me quedan 29 años para pagar la hipoteca. Gracias eternamente al Gran Hermano, gracias a la sigla PPSOE y gracias a Zapajoy, reflejo pálido del Gran Hermano.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es
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