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El pontificado de Juan Pablo II: las santificaciones masivas

El pontificado de Juan Pablo II: las santificaciones masivas Redacción.- Una de las actividades que Juan Pablo II ha considerado más importantes han sido las santificaciones. En sus 23 años de pontificado, Juan Pablo II ha proclamado 1.220 beatos en 124 ceremonias y 451 santos en 42 ritos de canonización, unas cifras inusitadas desde hacía siglos. Pero estas santificaciones no han tenido el eco esperado.

Y, sin embargo, no soplan buenos tiempos para las santificaciones, de un lado porque la crisis de la Iglesia está haciendo que muy pocos se interesen por los nombres y las hazañas religiosas de las nuevas elevaciones a los altares; de otro, por que durante el papado de Juan Pablo II se han producido santificaciones masivas que, como todo lo masivo, tienden a devaluar lo que se pretendía enaltecer. Además, el hecho de que determinadas instituciones consiguieran estar a punto de elevar a los altares a personalidades que, como Escribá de Balaguer, son discutibles para muchos sectores. Sin embargo, el papado de Juan Pablo II ha sido pródigo en santificaciones, aun cuando el efecto obtenido ha sido justo el contrario que el esperado. O simplemente, como en el caso de Gaudí, su bondad, alternaba con ataques de cólera contra quienes criticaban su obra, ataques por lo demás, muy alejados de la santidad.

¿Por qué alguien es elevado a los altares? Reconocer la santificación de alguien supone reconocer públicamente su calidad humana y sus virtudes trascendentes capaces de hacerle vivir la fe de manera heroica. Para alcanzar la santidad hay que haber realizado algún milagro y, sobre todo, llevar una vida de pureza y santidad. El santo es, fundamentalmente, un ejemplo de virtudes cristianas y, como todo ejemplo, puede servir de modelo a otros. Contra más santos haya más ejemplos habrá para las nuevas generaciones. Dado que las personas se sienten ligados a su tierra natal, la dispersión de las santificaciones y su proliferación hará que cada región tenga un santo propio y, por tanto, las gentes le dediquen a él su devoción. En realidad, con los santos ocurre como con las reliquias: contra mas haya, mejor. Las reliquias no son más que “condensadores de fe”. Cuando un católico ora ante una ermita repleta de reliquias, tiene ante sí restos evocadores de la vida de santos y mártires que estimulan su ejemplo, le dan renovadas fuerzas para soportar los problemas del día a día y acrecientan su fe. Y esto al margen de que las reliquias sean verdaderas o falsas. Basta con que el católico sienta ante ellas devoción y veneración para que operen su efecto vigorizador de la fe. Con los santos debería ocurrir otro tanto: contra más santos haya, más se estimula la fe. Pero lo que valía en otras épocas, ya no sirve en la nuestra. Y, por lo demás, el fuste de los santos de ayer es muy distinto al de los actuales.

Las nuevas santificaciones obradas por Juan Pablo II se realizan en función de patrones muy diversos. Algunos son santos por haber sufrido de manera edificante un martirio (caso de los sacerdotes y frailes fusilados durante la guerra civil española). En otros casos se trata de santos laicos cuyas vidas, si bien tienen algo de edificante, en el fondo no se percibe una trascendencia real. Cuando San Juan Bosco fue elevado a los altares, se abrió paso a este tipo de santificaciones en las que una tarea completamente mundana –la fundación de escuelas- que, como máximo podría ser considerada como una alta labor asistencial o educativa, se elevó al rango de la santidad. También hay casos en los que la virtud más destacada del nuevo santo es su oposición política al fascismo o al comunismo o a cualquier otro tipo de dictadura. ¿Y por qué no santificar a los sacerdotes guillotinados durante la Revolución Francesa? ¿o los sacerdotes nacionalistas vascos fusilados por las tropas de Franco? Santificando a unos se abre la posibilidad de que en un futuro no muy lejano se santifique a Camilo Torres o al Padre Ellacuría, simplemente por haber sido víctimas de fuerzas represivas.

La santidad es otra cosa; si se tratara de un problema de insistencia en una tarea, probablemente muchos miembros de ONGs podrían ser santificados y si se tratara de casos de valor personal ante el peligro o el riesgo, muchos soldados lo merecerían igualmente. La trascendencia es otra cosa: es la sensación extremadamente clara de que la vida de una persona está inspirada por Dios y que esa persona, de alguna manera, ha sabido incorporar a sí mismo y exteriorizar los aspectos de la trascendencia.

Habitualmente, las santificaciones han venido forzadas por las necesidades de la curia de enviar a Juan Pablo II a tal o cual país. Basta que se produzcan 25 nuevas santificaciones en México para el Papa sea enviado allí. O basta que se hable de “diálogo entre las iglesias” y “ecumenismo” para que, acto seguido, se canonice a Rafa Xhoboq Al-Rayes, cristiana maronita y primera santa árabe de los tiempos modernos.

El “Documento final del Congreso Europeo sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa” (Roma, 5-10 de mayo de 1997) definía, de manera muy clara, las razones de estas oleadas de santificaciones masivas: “Es tiempo, ahora, de que aquella llamada suscite nuevos modelos de santidad, porque Europa tiene necesidad, sobre todo, de la santidad que el momento exige, original por tanto y, en algún modo, sin precedentes. Se necesitan personas, capaces de «echar puentes» para unir cada vez más a las Iglesias y a los pueblos de Europa y para reconciliar los espíritus”. En otras palabras, lo que se está intentando es re-evangelizar el mundo y, particularmente Europa, pero, no recurriendo a misioneros ni predicadores, sino simplemente apelando a la figura de los santos. Se percibe la crisis, se ve claramente que Europa es, nuevamente, tierra de misiones, pero al faltar predicadores y misioneros, solo los muertos, con su ejemplo, pueden ayudar en esta tarea.

Así pues, lo que ha variado durante el papado de Juan Pablo II es el concepto mismo que se tenía del Santo. Antes, el Santo era alguien que, en vida, operaba milagros. Ahora el Santo es quien opera milagros tras su muerte. Por que, desde luego, pensar que Europa puede ser nuevamente evangelizada sin el concurso de una titánica tarea de predicadores de envergadura, eso si que sería un milagro.

Mucho nos tememos que esta oleada de santificaciones y beatificaciones masivas sirva para muy poco a la causa de la Iglesia. La mayoría de estos nuevos santos solo tendrán un altar en su pueblo de origen. Más allá serán cuerpos muertos y olvidados para la totalidad de la cristiandad.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

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