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Antropología de la Vieja España (I): ritos de novios

Antropología de la Vieja España (I): ritos de novios Redacción.- Presentamos a nuestros lectores una serie de artículos sobre aspectos antropológicos del pueblo español relativos a esa institución tan denostada y atacada como es el matrimonio y la pareja HETEROSEXUAL. En los próximos días vamos a repasar los distintos aspectos y tradiciones de matrimonio en España. Era lógico que empezáramos con el noviazgo.

1. EL NOVIAZGO INCIPIENTE

En apenas un siglo se han perdido todas las tradiciones del noviazgo. Los tiempos discurren demasiado rápidamente y las mutaciones sociales mucho más rápidas aún.

Era tradicional de finales del siglo XIX y duró hasta mediados del XX que las jovencitas fueran estrechamente tuteladas por sus familias durante el noviazgo. Algo parecido ocurría en toda Europa Occidental. En algunos pueblos franceses se creía hasta la Primera Guerra Mundial que una jovencita, por el mero hecho de estar a solas con un varón, ya estaba deshonrada para toda la vida a menos que se casara con él y aunque jamás hubiera mantenido relaciones sexuales con él. Por eso mismo puede inferirse que en España las cosas no iban mucho mejor.

Casas dice textualmente: “Hasta que se les reconocía oficialmente sus relaciones, los novios pasaban más fatigas que Hércules”. Era de buen tono que las chicas no salieran de casa sino acompañadas por una carabina vocacional que imposibilitaba cualquier coqueteo con el otro sexo. Y eso hasta el reconocimiento oficial del noviazgo y la petición de mano; algo que sólo ocurría tras un dilatado noviazgo.

Pero hoy las chicas están emancipadas, se mueven solas en la calle y en su tiempo de ocio, lo que no está tan claro es si esta nueva situación ha redundado en beneficio del noviazgo o bien lo ha hecho trizas. Por que hoy los noviazgos están alterados, no cumplen su función preparatoria para el matrimonio y apenas están sometidos a rituales. No está de mas repasar lo que fueron para advertir como deberían ser.

¿Dónde se inicia el noviazgo? Había pocas ocasiones en las que chicos y chicas pudieran conocerse para iniciar un noviazgo. La coeducación no existía, incluso se paseaba por aceras diferentes, la mujer no trabajaba fuera del hogar. Así pues los matrimonios o estaban concertados por las familias o bien los noviazgos se fraguaban con una subrepticia mirada el domingo en la Iglesia o en el paseo, o cuando una familia visitaba a otra acompañado por sus hijos e hijas; entonces se producía el fatal primer contacto visual entre los jóvenes que estaba en el origen de un enamoramiento que debería discurrir a distancia y en silencio en sus primeras fases. La mirada ocupaba el lugar de cualquier otro sentido y actitud. Las miradas lo decían todo y particularmente las de los varones que se comían a las hembras con los ojos. Estas se sofocaban al sentirse observadas, cambiaban la vista, la piel de las mejillas enrojecía. Esta púdica actitud contrastaba con la de las carabinas que, si advertían el barrido visual del machito, montaban en cólera y, muy frecuentemente, lo despachaban a cajas destempladas.

Pero la mirada, ocasionalmente podía ser respondida por otra de deseo. En ese caso el varón la seguía hasta su hogar y se apostaba en la cera de enfrente hasta que ella le correspondía desde el balcón o del quicio de la ventana con una sonrisa o un gesto. El amor clandestino comenzaba a partir de ese momento. La primera fase consistía en “pelar la pava” que junto con el “hacer el oso” eran características del inicio de los noviazgos a principios del siglo XX. ¿Pelar la pava? Apenas el galanteo en sus primeros pasos, realizada mediante la conversación mantenida a uno y otro lado de la reja. ¿Hacer el oso? Esperar interminablemente en plantón permanente a la amada en la calle, con frío, viento o sol. El aspirante a novio realizaba un papelón ridículo y solía ser objeto de burlas y comentarios crueles.

La mirada, en una segunda fase era sustituida por el lenguaje gestual cuando la distancia impedía el contacto. Un hispanista germano, Frachkampf, dedicó una curiosa obra a describir este tema: “El lenguaje español de los gestos”. Gracias al tudesco sabemos que los aspirantes a novios se comunicaban mediante chasquidos de los dedos que deletreaban un alfabeto propio. El abanico era el instrumento más empleado por las mujeres en el arte del lenguaje gestual. Dependía de cómo se manejara ese abanico, que el amante sabía a qué atenerse. Taparse el rostro por debajo de los ojos indicaba deseo, agitarlo frenéticamente o cerrarlo con brusquedad indicaba que la carabina estaba cerca. Cuando se le cerraba y se apoyaba contra los labios como ocultando una sonrisa, el gesto indicaba aceptación. Las flores tenían también su significado particular y eran utilizadas por ambos sexos. Un alhelí prendido en el sombrero de un varón era una imprecación a la dama para que no lo olvidara. El tulipán enarbolado por el hombre equivalía a una declaración de amor cuando lo largaba a su dama. La dama que aceptaba el reto del amor se ornaba con margaritas blancas en la cabeza. Y ella decía el “yo te amo” colocándose rosas blancas.

Luego, tras la mirada y el gesto, viene el verbo. En la Andalucía de no hace mucho “pedir conversación” equivalía a iniciar una relación. Y aquí el varón se la jugaba por que debía mostrar ingenio, educación, capacidad para el diálogo y ciertas dosis de sabiduría. Se trataba de que la muchacha se divirtiera primero, comprobase la calidad intelectual de la otra parte y conociera finalmente los rasgos dominantes de la personalidad del cortejador. Frecuentemente la conversación tenía lugar a través de la reja que pasaba a ser el confesionario del amor. Cualquier contacto físico, un simple roce de manos, se excluía. En Galicia los novios se intercambiaban confidencias a la puerta del caserío. Esto se producía dos veces a la semana y los jóvenes llamaban al rito “ir de tuna”. Ir de tuna equivalía a ser un tunante. Y un tunante no era de fiar. En Asturias las chicas se reunían para hilar; los mozos acudían los sábados y entablaban conversación con ellas pero se excluía el palique en pareja, eran dos bloques, hombres y mujeres, que realizaban justas.

Era frecuente que una sola moza fuera cortejada por varios varones. En esos casos, como en Baleares, pero no sólo allí, los aspirantes al noviazgo eran citados el mismo día a la misma hora en casa de ella. Al llegar se les concentraba en la cocina y allí esperaban su turno. Mientras hablaban entre ellos, la chica tenía una breve conversación con cada uno de los mozos ante la presencia de la madre y terminaba eligiendo a uno. Con cierta frecuencia los no elegidos aceptaran mal la elección y surgieran pequeñas o no tan pequeñas trifulcas al concluir la velada.
En Ibiza se realizaba el mismo ritual solo que en un banco exterior a la casa, pero es imprescindible que esté cubierto por una manta doblada. En otras regiones todavía se dan más variantes.

La escritura es el otro vehículo del amor. Las cartas que cruzan los amantes, inflamadas de pasión, henchidas de ingenio o bien desbordando cursiladas, entregadas por correos o por cómplices de uno o de otro o de ambos, tras ser leídas son guardadas juntas, una sobre otra, dispuestas para ser leídas y releídas como si los amantes recargaran la fuerza de su amor. Antes, cuando el analfabetismo era lacerante en nuestra sociedad, las cartas se confiaban a escribientes que, como abogados o confesores, mantenían siempre el secreto de su oficio. Tico Medina cuenta que en México conoció a uno de estos escribientes. Adornaba las cartas con lagrimillas que reunían para él viejas plañideras. Llevaba consigo el preciado líquido y preguntaba primero al amante si la carta debía ser “con lágrima o sin lágrima”. Si era con lágrima, la pregunta siguiente era “¿de llanto o artificial?”. Si era artificial -y por ende más barata- rociaba el papel recién escrito con unas cuantas gotas, pero nada que ver con la textura que lograba la lágrima viva retenida en el correspondiente frasquito que, inmediatamente, hacía que la tinta se corriera, pero no hasta el extremo de volver ilegible el mensaje como solía ocurrir con la lágrima falsa. En fin, toda una técnica. Hoy de todo esto no queda ni el recuerdo. Los novios se conocen por Internet, mantienen largos intercambios de E-mail plagados de abreviaturas y convencionalismos que excluyen por definición cualquier evocación amorosa. Pero es el signo de los tiempos.

Con todo, cuando hay amor sobra todo lo demás, incluida la palabra. No es raro que los grandes amores fragüen en el silencio más soterrado y hermético. Pero no todos están dispuestos al silencio como vehículo del amor. Los hay que no conciben la aproximación a la hembra sin el recurso al piropeo.

© Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

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