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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

NO A TURQUIA

No a Turquía en la UE (VII) Turquía en la geoestrategia norteamericana en Eurasia

No a Turquía en la UE (VII) Turquía en la geoestrategia norteamericana en Eurasia

Infokrisis.- Resulta muy difícil dudar del papel de Turquía como aliado preferencial de los EEUU. En las líneas que siguen analizaremos este papel y sus implicaciones, a partir del estudio del texto "El Gran Tablero Mundial" de Zbignie Brzezinsky. Este texto es la continuación al elaborado hace un año y medio sobre la geopolítica de Turquía y los riesgos ue comporta la creación de un espacio turcófono a expensas de Rusia.


Zbigniew Brzezinsky en su obra “El Gran Tablero Mundial”, define a Turquía es un “pivote geopolítico” de primera magnitud. El antiguo secretario de Estado norteamericano, explica que un “pivote geopolítico” es “un Estado cuya importancia se deriva no de su poder y de sus motivaciones sino más bien de su situación geográfica sensible y de las consecuencias que su condición de potencial vulnerabilidad provoca en el comportamiento de los jugadores geoestratégicos”. Afortunadamente, el propio Brzezinsky explica su concepto de “jugadores geoestratégicos”; dice: “Los jugadores geoestratégicos activos son los Estados con capacidad y voluntad nacional de ejercer poder o influencia más allá de sus fronteras para alterar el estado actual de las cuestiones geopolíticas”. Ahora las cosas están mucho más claras. Pero Brzezinsky realiza su estudio al analizar la geoestrategia euroasiática de los EEUU. Para él solamente hay un actor principal en política internacional, los EEUU, el resto son “jugadores geoestratégicos” y “pivotes geopolíticos”. Entre los primeros, Brzezinsky distingue cinco en Eurasia: Francia, Alemania, Rusia, China e India y, otros tres en un discreto segundo plano (Gran Bretaña, Japón e Indonesia). Los “pivotes geopolíticos” que individualiza son Ucrania, Azerbaiyán, Corea del Sur, Irán y Turquía.

¿Por qué Turquía? Nos lo explica: “Turquía estabiliza la región del Mar Negro, controla el acceso a ella desde el mar Mediterráneo, equilibra a Rusia en el Cáucaso, sigue ofreciendo aún un antídoto contra el fundamentalismo musulmán y es el pilar sur de la OTAN”. No está muy claro que esto sea así y mucho menos lo que Brzezinsky dice a continuación: “Una Turquía desestabilizada sería susceptible de provocar una mayor violencia en el sur de los Balcanes, facilitando al mismo tiempo la reimposición del control ruso sobre los estados recientemente independizados del Cáucaso”. Por nuestra parte, pensamos que es justamente lo contrario: es Turquía la que desestabiliza en los Balcanes y en el Cáucaso y, por lo demás, lejos de ser un muro de contención contra el fundamentalismo islámico, Turquía es hoy un país gobernado por islamistas. Cabe decir, en beneficio de Brzezinsky que su libro se escribió en 1997, cuando Turquía se presentaba (como, por lo demás, la monarquía alhauita, como defensa contra el islamismo radical).

El análisis de Brzezinsky le lleva a identificar lo que llama “zona global de infiltración de la violencia”, un círculo que incluye a Chipre y a los países de Oriente Medio (el Este de Egipto y Sudán, franja costera de Etiopía, la Península Arábiga, Jordania, Siria, Israel, Irak, Irán), el Cáucaso (Georgia, Azerbaiyán y el Cáucaso Ruso), las exrepúblicas del sur de la URSS (Kazajistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Kirguistán), el Oeste de China (la zona islámica de los uigures, Xinjiang) y, finalmente, Afganistán, Pakistán y el Nor-Oeste de la India.

Tiene rzón Brzezinsky en llamar nuestra atención sobre esta zona. En la actualidad es, sin duda, la más conflictiva del planeta: tras las últimas elecciones egipcias, los Hermanos Musulmanes –la más antigua de todas las formaciones políticas islámicas- se han configurado como la primera fuerza político-social de ese país; guerra civil en Sudán; inestabilidad interna en Etiopía; aumento de la actividad del islamismo radical en Arabia Saudí; partición de Chipre con la creación del Estado de facto turco-chipriota en el Norte; dominio de los fundamentalistas de Hamas en Palestina con la consiguiente posibilidad de recrudecimiento del conflicto judío-palestino; guerra civil en Irak dentro de un país con fuerte resistencia a la ocupación norteamericana; toma del poder por los islamistas radicales en Irán que han decidido llevar a la realidad su peligroso plan nuclear; resistencia en Afganistán; conflicto indo-pakistaní siempre susceptible de reavivarse; inestabilidad creciente en el Oeste chino a causa de las protestas islamistas; situaciones que distan mucho de ser estables y democráticas en todas las exrepúblicas soviéticas del Sur; guerra civil chechena; etcétera. Hay que alabar la perspicacia de Brzezinsky en 1997 cuando prevé dificultades internas en los gobiernos en los que podrían haberse depositado esperanzas de que constituyeran un baluarte “seguro” ante la violencia de los radicales. Dice Brzezinsky: “Las presiones internas dentro de Truquía y de Irán no sólo tienen posibilidades de empeorar sino que reducirán mucho el papel desestabilizador que esos Estados son capaces de desempeñar en esta volcánica región”.

Durante cuarenta años, el comunismo, o mejor dicho, la URSS, fue el enemigo secular de Bzezinsky y de los EEUU; pero a partir de mediados de los años ochenta y, especialmente, tras la caída del Muro de Berlín, todo esto cambió extraordinariamente. Por una parte, Rusia que, hasta entonces era la potencia dominante en el Mar Negro pasó a controlar solamente una franja costera, a causa de la independencia de Ucrania. Hoy, la flota rusa en el Mar Negro es un recuerdo de lo que un día surcó los mares. Pero es que, además, la independencia de Georgia, supuso otra mordedura territorial. Otro tanto le ocurrió en la rica zona petrolera del Mar Caspio. De tener que compartir ese espacio al sur, solamente, con Irán, Rusia ha pasado a controlar solamente otra pequeña franja costera. El resto ha ido a parar a Kazajistán, Azerbaiyán y Turkmenistán. Hay que recordar que todas estas repúblicas, mayores o menores (Kazajistán es un coloso territorial con cinco veces la extensión de España) tienen un característica común: salvo Georgia, todas las demás ¡son etnias turcas! En otras palabras: el debilitamiento de Rusia ha hecho aumentar el peso de Turquía. Como veremos, Turquía aspira a obtener la hegemonía en pocas década sen el “espacio turcófono” que, más o menos, coincide con estas regiones. Esta pretensión tiene una importancia vital, como veremos más adelante, y, desde luego, es un factor adicional desestabilizante. Brzezinsky ha reparado en ello y escribe: “Apoyados desde el exterior por Turquía, Irán, Paquistán y Arabia Saudí, los Estados de Asia Central no han estado dispuestos a negociar su nueva soberanía política, ni siquiera a cambio de unas beneficiosa integración económica con Rusia, como muchos rusos esperaban. Como mínimo es inevitable cierta tensión y hostilidad en las relaciones de estos países con Rusia, en tanto que los dolorosos precedentes de Chechenia y Tayikistán hacen suponer que no puede excluirse del todo algo peor”. Solo queda reseñar que los cuatro países mencionados, en este momento son islamistas. Y este es el peligro que el islamismo reviste para la política internacional, éste y no la figura de Bin Laden, del que, por otra parte, no sabemos ni siquiera a qué intereses sirve su imagen.

En el fondo la intención del libro de Brzezinsky es dar unas pautas para que EEUU siga sieno hegemónica en “Eurasia”. Y el método es claro: reforzar al amigo, torpedear al enemigo. La lectura de la obra de Brzezinsky no debe llamar a engaño, es mucho más evidente lo que no dice de lo que dice: dice que EEUU deben seguir manteniendo un eje privilegiado con Europa (a pesar de que desprecia, página a página al aliado inglés), pero se preocupa especialmente de alentar la integración de Turquía en Europa, consciente de que Turquia está orientando buena parte de su política exterior hacia el Este y, por tanto, esto supone situar a la Unión Europea en un avispero, en donde, antes o después, terminaría chocando con Rusia. Brzezinsky en esto demuestra que, a pesar de la caída del Muro de Berlín, muy poco ha cambiado en sus análisis. El enemigo real, durante los cuarenta años de la Guerra Fría, no era el “comunismo”, ni siquiera la URSS, sino Rusia. Y hoy sigue siendo el enemigo secular. Y Turquía, por lo mismo, es el “amigo del alma”.

Por eso, en las conclusiones de su obra, Brzezinsky explica que “Para promover la estabilidad y la independencia del sur del Cáucaso y de Asia Central, los EEUU deben cuidarse de no enajenar a Turquía (…) Una Turquia que se sienta excluida de la Europa en la que ha intentado participar, se convertirá en una Turquía más islámica, más proclive a cooperar con Occidente en la búsqueda de la estabilidad y de la integración de una Asia Central secular en la economía mundial”. Y, más adelante, concluye: “Por consiguiente, los EEUU deberían usar su influencia en Europa para presionar a favor de la futura admisión de Turquía en la UE y deberían esforzarse en tratar a Turquía como a un Estado europeo” y añade, evidenciando que ni siquiera él cree lo que está escribiendo: “… siempre que la política interna turca no dé un giro importante en dirección islamista”. No es raro que los políticos europeos más próximos a EEUU (Aznar, Blair) hayan sido los grandes valedores de Turquía en la UE.

El problema es que ese giro hacia el islamismo ya se ha producido. Para los EEUU se trata de lograr que Turquía protagonice la construcción del oleoducto Bakú (en Azerbaiyán) hasta Ceyhan (en la costa mediterránea de Turquía) para dar salida a la producción petrolera del Caspio. Ahora podemos entender porqué “alguién” ha decidido que el Cáucaso se haya convertido en un avispero. En efecto, el petróleo del Caspio, o se dirigía a Europa a través de Rusia o hacia el Mediterráneo a través de Ceyhan. La diferencia estriba en que la primera opcion, supone, inevitablemente, un eje euro-ruso, mientras que en la segunda, Rusia queda completamente al margen y, por otra parte, ese mismo petróleo llega, a través del Mediterráneo, hacia las refinerías de la Costa Este de los EEUU, uniéndose al flujo petrolero que sube del Golfo de Guinea y de las costas africanas (hasta Marruecos).

Así pues, lo que EEUU aspira es a abastecerse de petróleo seguro y barato procedente de la cuencia del Caspio. Por eso le interesa la amistad con Turquía. Por otra parte, esa amistad tiene como contrapartida el debilitamiento de sus dos grandes enemigos “euroasiáticos”: de un lado la Unión Europea (que de ser “aliado” en la Guerra Fría ha pasado a ser “competidor” en la economía globalizada, como paso previo a ser “enemigo”, pues, no en vano, los intereses económicos de las grandes potencias, antes o después, terminan por entrar en contradicción) y de otro lado Rusia (el enemigo secular).

En la geoestrategia norteamericana, se trata de que Turquía, deje de ser, como lo fue durante la Guerra Fría, una espina clavada en el flanco sur de la URSS, para pasar a ser un espolón, mediante la creación del “espacio turcófono” con los despojos de la URSS, esto es, con la repúblicas exsoviéticas del Sur. Esto sobredimensiona la importancia geoestratégica de Turquía, pero, más particularmente, sobredimensiona los riesgos que este país aporta a la situación de Eurasia. Por que si el islamismo se hace con el poder en Turquía –como de hecho ya ha ocurrido- no se trata de que desparrame sus excedentes de población subdesarrollada y fuertemente islamizada hacia la Unión Europea (para esto hará falta que Turquía entre en el Club europeo) sino que, proyectará sobre las repúblicas exsoviéticas y turcófonas, la concepción islamista de la política, teniendo detrás una fuerza demográfica que Arabia Saudí no tiene, o un territorio etnopolítico del que carece Irán, constituyendo por ello un riesgo de primera magnitud.

© Ernesto Milá Rodríguez - infokrisis – infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en la UE (VI) Chipre, o el conflicto con Grecia, esto es, con Europa.

No a Turquía en la UE (VI) Chipre, o el conflicto con Grecia, esto es, con Europa.

Infokrisis.- La "cuestión chipriota" dista mucho de estar resuelta y es todavía más importante en la medida en que afecta directamente a dos sodios de la Unión Europea, el propio Estado de Chipre y Grecia ue, por otra parte, es una de las cunas de Europa. No es una crisis nueva, sino uno de los contenciosos más antiguos que permanecen aún abiertos. Que a nadie le quela la menor duda, Europa se defiende en Chipre, tanto como en Madrid, Berlín u Oslo.

Yo era muy niño cuando oí hablar por primera vez –en 1960- de “turco-chipriotas”, “greco-chipriotas”, del general Grivas y de su EOKA, del obispo Mamarios y de los “comunistas chipriotas”... En mi cerebro de apenas cinco años, todo eso resultaba incomprensible, pero conseguí retener aquellos nombres sonoros. Desde entonces, el conflicto sigue abierto y, a lo largo de toda mi vida, nunca he dejado de oír hablar de él en los informativos. El estado de la cuestión es como sigue.

Fisonomía de la isla de Afrodita

La República de Chipre, cuyo nombre griego es Kypros y a la que los turcos llaman Kıbrıs, es desde 2004 miembro de la Unión Europea. Se dice que Chipre es la “isla del amor” y cuenta la tradición clásica que Afrodita –Venus para los romanos-, emergió del mar en las costas de Chipre. Su nombre tiene que ver con los yacimientos de cobre que se encuentran en la isla. El mismo nombre latino de este metal, “cuprum”, es una contracción de “oes Cyprium”, literalmente “el metal de Chipre”. En todos los rincones de la isla existen restos arqueológicos representativos de todos los pueblos que han poblado el Mediterráneo: yacimientos prehistóricos, poblados micénicos, templos griegos, santuarios romanos, basílicas paleocristianas, mezquitas, fortificaciones medievales, etcétera.

Geográficamente, Chipre es Asia, pero política y culturalmente, es Europa. Situada en el Mediterráneo oriental a 75 kilómetros de las costas turcas y a 800 de las griegas continentales, Chipre está situada en el cruce de rutas marítimas entre Europa, Asia y África. Por su tamaño es la tercera isla del Mediterráneo. Está poblada por 800.00 almas, de las cuales 650.000 son de origen griego y religión ortodoxa y 90.000 de origen turco y religión islámica. Griego y turco son las dos lenguas oficiales. La tercera parte de la población de la isla se concentra en la capital, Nicosia.

En la actualidad, el 99’5% de los greco-chipriotas viven en la zona sur de la isla y solamente un 0’5% en el área turca; por su parte, los el 98’7% de los turco-chipriotas viven en la zona norte y el 1’3% en la parte greco-chipriota. La segregación entre ambas comunidades es total. El 78% de la población total de la isla es de origen griego y el 18% de origen turco y profesan respectivamente el cristianismo ortodoxo y el Islam; existe un 4% de población maronita, armenia y católica.

El progreso económico de la isla es diferente según el sector étnico. La parte griega vive bien su nivel de vida figura entre los 25 más altos del mundo, por delante de Portugal y por detrás de Italia; la renta per capita es ligeramente inferior a la española. En cambio, en la zona turca, la situación es completamente diferente, pudiendo ser considerado un país atrasado en vías de desarrollo.

A pesar de haber entrado en la Unión Europea, la economía de la isla se encuentra fuertemente condicionada por la ocupación turca del Norte. El turismo, principal fuente de ingresos, no es una industria todo lo boyante que debería ser, a causa de las tensiones generadas por la división de la isla. Chipre es una escala obligada para los cruceros que se dirigen hacia los puertos de Oriente Medio. A diferencia de Malta, también miembro de la UE y situada a corta distancia de Italia y Francia, Chipre tiene un problema de aislamineto geográfico en relación a la masa continental europea. En efecto, por su situación geográfica, parece estar “a cobijo” de la Península Anatolia.

Chipre en la historia del Mediterráneo

Chipre es uno de esos lugares –como Armenia o los Balcanes- cuyas condiciones geopolíticas determinan su papel de cruce de migraciones y, por ello, en foco reiterado de conflictos. No hubo civilización alguna del antiguo Mediterráneo que no pasara por Chipre y que no aspirara a lograr su vasallaje. Los hititas fueron los primeros en llegar y someter a la población aborigen; luego, los micénicos y, tras ellos, los fenicios y los griegos, establecieron colonias comerciales, cuando los egipcios de Tutmosis III ya obligaban a pagar un tributo a los isleños. Finalmente, los aqueos, pueblos descendidos del Norte, se asentaron en la isla. En el 600 a.JC, los egipcios olvieron a reconquistar la isla que, luego, como todo Egipto, pasó a manos de los persas. Alejandro Magno, en el 331 a.JC reincorporó Chipre al mundo griego y a su muerte, tras ser codiciada por todos, cayó en manos del Egipto de los Ptolomeos. Roma, que se apoderó de la isla el 57 a.JC, aseguró un largo período de paz y estabilidad.

Por la isla pasaron San Pablo y San Bernabé que consiguieron critianizarla en el año 45. Cuando Constantino dividió el Imperio Romano en dos, Chipre quedó en el área del Imperio de Oriente. Sin embargo, la isla resultó conquistada por el Islam y, más tarde, se convirtió en un objetivo de las cruzadas. El año 1192, Ricardo Corazón de León la arrebató al Islam. Cuando el Reino Latino de Jerusalén periclitó, Chipre se convirtió en una especie de base de retaguardia que permitió que el repliegue no se convirtiera en desbandada. Durante un tiempo, Jacques de Molay, último maestre de la Orden del Temple, estableció allí su cuartel general y allí fue visitado por Raymond Llull. En el Renacimiento, la expansiva Venecia logró el control de la isla durante noventa años, hasta que fue conquistada por los otomanos y, finalmente, en el siglo XIX, pasó a manos británicas.

Durante la guerra ruso-turca de 1878, Inglaterra consiguió alquilar la isla de Chipre. Además de una compensación económica anual, según los términos del acuerdo, Inglaterra se comprometía a ayudar al Imperio Turco para rechazar a los ejércitos rusos y cuando pasara el peligro la isla volvería a dominio otomano. Pero unos años después, los turcos se alineaban con los Imperios Centrales y participaban junto a Alemania en la Primera Guerra Mundial. Inglaterra, a partir de entonces, consideró que había “comprado” la isla a Chipre. En 1917 dio a los habitantes de la isla la posibilidad de que asumieran la nacionalidad inglesa. Buena parte de la comunidad turca no aceptó las condiciones y emigró a la Península Anatolia en un éxodo que prosiguió hasta el inicio de la Segunda guerra Mundial. En el Artículo 20 del Tratado de Lausana (firmado el 20 de julio de 1923), se afirmaba que “Turquía reconocía que Chipre pertenece a Inglaterra”. Cuando la isla se declaró independiente del dominio inglés, otra oleada de emigración turca regresó a Turquía. En 1963 y 1974 esta tendencia volvió a manifestarse. Sin embargo, en la actualidad, más de 400.000 turco-chipriotas viven fuera de la isla, pero la mitad no han regresado a Turquía; 120.000 viven en Inglaterra, 40.000 en Australia y 10.000 en EEUU.

Ya en el siglo XX, la dictadura griega del General Metaxas favoreció la aparición de una corriente nacionalista que defendía la integración de Chipre en Grecia. A esta idea se le dio el nombre de “enosis” y fue asumida por el general Grivas y su grupo terrorista, la EOKA. Frente al terrorismo de Grivas, el Arzobispo Makarios, ofrecía la independencia de la isla y una especie de “enosis” atenuada, con una relación privilegiada con Grecia.

Tras los atentados de 1956, Makarios fue deportado, pero la resistencia no se detuvo. Cuatro años después, Inglaterra intentaba salvar lo salvable, firmando un acuerdo con el gobierno griego y la comunidad chipriota para independizar la isla, a cambio de mantener las bases de Acrotiri y Dhekelia. Se dotó a la isla de una constitución que atribuía a los turcochipriotas el derecho de veto a cualquier decisión. Esta constitución estuvo en el inicio de las tenciones étnicas que estallaron a continuación y alcanzaron sus cimas en 1963 y 1967. Cuando la monarquía griega fue abolida por el “gobierno de los coroneles”, éstos favorecieron un golpe de Estado pro-helénico en la isla (15 de julio de 1974). Turquía respondió invadiendo militarmente el norte de la isla Incumpliendo cualquier acuerdo previo, Turquía proclamó, acto seguido, la República Turca del Norte de Chipre que solamente fue reconocida por el Estado Turco y la Conferencia Islámica.

El largo camino hacia la independencia

A principios del siglo XX Creta se unió a Grecia y en Chipre surgió un movimiento similar apoyado por la Iglesia Ortodoxa. Turquía se opuso a estas pretensiones y los dominadores ingleses reprimieron al movimiento, encarcelando a los popes, pero uno de ellos consiguió escapar, el arzobispo Makarios que dirigió el movimiento desde el exilio.

Makarios ha sido, junto con el general Grivas, uno de los dos grandes protagonistas de la historia de Chipre en el siglo XX. Curtidos en las dificultades de las dos guerras mundiales, ambos personajes se convirtieron en los artífices de la independencia de la isla y jamás albergaron la menor duda de que sus enemigos eran Inglaterra y Turquía. Combatieron, cada uno con sus armas, Grivas con las armas y Makrios con su habilidad política, hasta lograr la independencia total de la isla y luego defender esa independencia contra Turquía.

Antes de ser primado de la Iglesia Autocéfala Ortodoxa de Chipre, con el nombre de Makarios III, había sido bautizado como Mijail Khristódulos Muskos y era hijo de un modestísimo pastor de cabras, criado en la fe ortodoxa y en el odio a los turcos. A los 13 años, por vocación y también para huir de la miseria, habia ingresado en el monasterio de Kykkos. Ordenado diácono en 1938, marchó a Atenas para estudiar teología. Tras el paréntesis de la guerra, en 1946 fue ordenado sacerdote y viajó a EEUU para completar sus estudios. De regreso, fue nombrado obispo de Kition y en 1950 enviado a Chipre para sustituir a Makarios II. A partir de ese momento se convirtió en el líder espiritual y el referente político de la comunidad greco-chipriota. Desde que tuvo uso de razón, era partidario de la “enosis” y, utilizando el púlpito para sus arengas, movilizó a la población griega de la isla para unirse a Grecia. Los ingleses lo detuvieron en 1956, exiliándolo a las Seychelles hasta finales de 1957.

Así como Makarios era un pope capaz de encender a la población desde el púlpito y luego utilizar la diplomacia para alcanzar sus fines, el otro gran protagonista de la historia de Chipre, el general Grivas era un militar agresivo, en cuyos análisis políticos el recurso a la violencia era una táctica más, sin duda, la que permitía alcanzar los objetivos propuestos más diligentemente.

Si después de la Segunda Guerra Mundial, Grecia tuvo como prioridad derrotar a las guerrillas comunistas, una vez concluyó esta lucha en 1949, el énfasis se puso, durante los años cincuenta en la “enosis”, destino que, para Grecia, debía seguir a la descolonización de la isla. A partir de abril de 1955, la EOKA (iniciales de Organización Nacional de Lucha por la Libertad de Chipre) lleva a cabo una lucha sin cuartel contra los ingleses. Pues bien, tanto la resistencia contra los ocupantes primero, como la lucha contra los comunistas después, y la lucha contra los ingleses más tarde, tuvieron un héroe nacional: el General Grivas.

Cuando el 27 de enero de 1974, Géôrgios Grivas, alias “Digénis”, moría en la clandestinidad en su isla natal de Chipre, tenía a sus espaldas casi cincuenta años de combates al servicio del nacionalismo griego y la “gnosis”. A los 18 años había ingresado en la Academia Militar griega y a los 21 combatió contra el que, a partir de ese momento, sería, junto con el comunismo, su enemigo secular, los turcos. Fue destinado a Asia Menor, en el frente de Esmirna, para hacer realidad la “Megali Idea”. A pesar de la derrota griega, Grivas recibe varias condecoraciones por su valor y marcha a la Escuela Militar de París para completar su formación. De regreso, se convierte en profesor de la Academia Militar griega durante el gobierno conservador del General Metaxas. Cuando se produce el ataque italiano, Grivas es asignado a un lugar tranquilo en el Estado Mayor que dirije las operaciones en el frente norte, pero solicita ser enviado al frente. Finalmente, es destinado al frente albanés como jefe de Estado Mayor de la 2ª División en diciembre de 1940. Allí demuestra su preparación militar. No solamente contiene la ofensiva italiana sino que logra penetrar en el territorio albanés controlado por los italianos. Cuando alemanes, italianos y búlgaros ocupan Grecia, Grivas se une a la resistencia y combate con ella hasta el final de la guerra. Luego, en 1946 se retira del ejército y reside en su tierra natal, Chipre.

En los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial, Churchill, para atraerse a los nacionalistas griegos, había prometido que, al concluir el conflicto, Chipre sería devuelto a Grecia como recompensa por haber figurado entre los aliados. Pero a principios de los años 50, es evidente que, Inglaterra ha faltado a su palabra. Entonces, Grivas, que nunca había renunciado a la “gnosis”, se une, junto con el arzobispo Makarios, al comité clandestino para liberar la isla. En 1954, Grivas vuelve a la clandestinidad, con el nombre de “Digénis”, y comienza a lucha armada contra los británicos. Funda la EOKA.

Los objetivos de la EOKA son, por este orden, hostigar a las tropas y a los funcionarios británicos, a los líderes turcochipriotas y al Partido Comunista de Chipre (AKEL) que exigía la independencia de la isla y la formación de un Estado multiétnico no alineado. Cualquier cosa que no fuera la unión con Grecia era inaceptable para Grivas. En esos momentos, el enemigo secular, Turquía, propone en las NNUU un plan de partición de la isla en dos sectores. Pero este plan chocaba con la realidad, las comunidades turco-chipriota y greco-chipriota estaban muy dispersas por la isla y resultaba imposible trazar una línea divisoria. Desde mediados de los años cincuenta se evidencia que la política turca en relación a Chipre consiste en dividir la isla y anexionarse el sector norte (más próximo a sus costas), pero negando a Grecia la posibilidad de incorporar el resto de la isla a su Estado. La zona sur, según el plan turco sería una zona neutral e independiente. Este conflicto tenía importantes repercusiones a nivel internacional. Grecia y Turquía eran miembros de la OTAN y la incorporación del sur de Chipre a Grecia hubiera hecho que el papel de éste país en la Alianza Atlántica ganara en importancia y rivalizara con el de Turquía. Y en este terreno, el Estado turco no quería competencia: le había costado ganar la amistad de los EEUU a costa de entrar en guerra contra Alemania en febrero de 1954 y no estaba dispuesto a renunciar a una alianza estratégica que todavía hoy conserva su vigor e interés.

Pero había un tercer implicado, en este conflicto geopolítico, la URSS que contaba con un peón sumiso y fiel en la isla: el Partido Comunista, AKEL. La URSS había montado dos emisoras de radio para uso del AKEL que emitían desde Praga. En esa época, el AKEL, como cualquier grupo político partidario de la independencia de la isla, había sido declarado ilegal por los ingleses y, tras la conclusión de la guerra civil de 1949 en Grecia, era la única formación de carácter comunista que subsistía en el ámbito helénico. Estas dos radios –que funcionaban desde el 20 de marzo de 1958- iban destinadas a las dos comunidades étnico-lingüisticas de las islas: de un lado la “Bizim Radio”, portavoz del Partido Comunista Turco y del otro, la “Voz de la Verdad”, del Partido Comunista Griego. Ambas emisoras, multiplicaron los llamamientos a la independencia e informaron ampliamente sobre las luchas anticolonialistas que se daban en otros lugares del mundo en esos momentos. Su acción fue uno de los elementos que más contribuyeron a dividir a la población chipriota. Los partidarios de la “enosis”, habitualmente eran anticomunistas que habían luchado en la guerra civil griega y no estaban dispuestos a que sus enemigos de antaño volvieran a desafiarlos en su tierra natal.

A finales de los años cincuenta, la situación en la isla era lo suficientemente grave como para que los ingleses decidieran que resultaba mucho más económico llegar a un acuerdo con todas las partes, antes que seguir manteniendo el pavellón británico ondeando en la isla. Contrariamente a lo que implicaba la lógica, no fueron las NNUU, sino la OTAN, quien consiguió poner de acuerdo a las partes implicadas. LA OTAN, en efecto, no podía permitir que tres de sus miembros –Inglaterra, Turquía y Grecia- vivieran un enfrentamiento a causa de la cuestión chipriota. El problema fue que la OTAN no contó con la población de la isla para establecer el futuro de Chipre. En vitud de los acuerdos de Zürich de 1959, Chipre obtuvo la independencia. El acuerdo preveía que el país sería declarado independiente el 16 de agosto de 1960, otorgando la presidencia del país al arzobispo Makarios y nombrando a un turco-chipriota como vicepresidente. El acuerdo no daba la razón ni a los miembros de la EOKA, ni a los turco-chipriotas. Gran Bretaña se reservaba el derecho de mantener dos bases militares en la isla. Estas dos bases –todavía abiertas- están en Akrotiri y Dhekelia. La primera base se encuentra al sur de la isla, cerca de Limasol. Allí están acantonados 3.500 efectivos de la RAF. Dhekelia se encuentra al sureste de Larnaca, limitando al norte con Famagusta. Ambas bases, además de las instalaciones militares, contienen zonas residenciales y tierras de cultivo.

A partir de ese momento, Makarios, fue el hombre clave de la politica chipriota. Fue reelegido en 1968 y 1973. Tras la caída del régimen de los coroneles en Grecia y tras la invasión turca de la isla, Makarios, recuperó la presidencia que mantuvo hasta su muerte en Nicosia, el 3 de agosto de 1974. Había sobrevivivo a cuatro atentados contra su persona.

Profundizando el conflicto

Lejos de atenuar los conflictos étnicos y políticos en el interior de la isla, la independencia los agravó. La constitución aprobada albergaba la quimérica pretensión de equilibrar los intereses de las comunidades grecochipriota y turcochipriota. El 21 de diciembre de 1963 se produjeron violentos choques en Nicosia entre ambas comunidades. Las autoridades de la isla denunciaron ante las NNUU, a Turquía como instigador de estos incidentes. Turquía, a pesar de las evidencias, negó su responsabilidad y tres meses después, ante la imposibilidad de pacificar Chipre, el Consejo de Seguridad adoptó la famosa Resolución 186/1964, recomendando el envío de los “cascos azules” (Fuerza de las Naciones Unidas para el Mantenimiento de la Paz en Chipre, UNFICYP). Desde entonces, los “cascos azules” han estado presentes ininterrumpidamente en la isla.

Pero la llegada de los “cascos azules” tampoco consiguió detener los incidentes. En agosto de 1964, tuvo lugar el choque de Kokkina. El gobierno griego había enviado al Teniente General Grivas para repeler la actividad de las guerrillas turco-chipriotas. El enérgico Grivas, hábil en la lucha clandestina, consiguió introducir armamento y militares griegos consiguiendo organizar una fuerza 9000 soldados y 650 oficiales. Los “cascos azules” solicitaron a Makarios que detuviera los preparativos, pero éste alegó que desconocía la existencia de tales fuerzas. Los enclaves más importantes dominados por la comunidad turco-chipriota eran Limnitis, el Norte de Nicosia y el puerto de Kokkina, protegidas por formaciones paramilitares. El primer objetivo de Grivas era asegurar la ruta Paphos-Kyrenia, que pasaba por el puerto natural de Kokkina. Además, este puerto era regularmente utilizado por las guerrillas turco-chipriotas para recibir armamento y desembarcar hombres. Por allí habían penetrado medio millar de turco-chipriotas que se habían unido a la guerrilla. Las operaciones se iniciaron el 6 de agosto con un avance de 2000 hombres de Grivas en direccón a Kokkina. Contaba con cañones de 105 mm, morteros y metralladoras pesadas de 20 mm y unos pocos blindados. Cuando se encontraban cerca de alcanzar sus objetivos, la aviación turca bombardeó a las unidades greco-chipriotas y el avance quedó paralizado. Los “cascos azules” restablecieron una precaria tregua y poco después, Grivas, bajo presión turca, debió abandonar la isla. Regresaría en 1971 con la firme voluntad de reemprender el combate por la “gnosis”.

Con los coroneles en Grecia

¿A qué se debía la decisión de Grivas de avanzar sobre Kokkina? Las cosas en Grecia había cambiado a lo largo de 1964 y el General consideraba que había llegado el momento de plantear nuevamente la “gnosis”. En efecto, en 1964, sube al poder un gobierno centrista en Grecia que arrebata el poder a la coalición que gobernaba el país desde la guerra civil de 1949. A partir de este cambio de gobierno, la EOKA redobla sus atentados tomando como objetivo a la comunidad turco-chipriota. Es entonces, cuando Turquía, realiza incursiones aéreas para garantizar seguridad de su población y cstigar las ciudades bajo control de la EOKA.

En 1967 se produce el golpe de Estado de los coroneles y en los meses inmediatamente posteriores, cesan las reivindicaciones griegas sobre la isla y las actividades de la EOKA descienden hasta niveles mínimos. Esta situación de paz se prolonga hasta 1973. A decir verdad, la precaria situación de los golpistas griegos les hacía ser extremadamente sumisos a las exigencias de Washington que seguía actuando como “protector” de Turquía. La junta militar griega, en esas circunstancias, prefirió poner en barbecho las reivindicaciones griegas sobre Chipre y seguir contando con la amistad norteamericana.

En 1968 la comunidad greco-chipriota está dividida en dos. Una era partidaria de una rápida operación militar para destruir la resistencia turca y proclamar la “enosis”. La otra, prefería evitar el choque directo y presionar económica y políticamente para alcanzar la “enosis”. La primera opinion era sostenida por los antiguos militantes de la EOKA, mientras que la segunda tenía a Makarios como principal sostenedor. Éste había entendido que una ofensiva militar greco-chipriota acarrearía inmediatamente una contraofensiva turca. Fiel a su política, Makarios facilitaba la salida de turcos de la isla, mientras que los partidarios de la intervención militar habían constituido una organización clandestina con el nombre de EOKA-B, que recibía el apoyo de la Junta de Coroneles griegos entonces en el poder. En marzo de 1970, la EOKA-B realizó su primera acción, atentando contra el helicóptero de Makarios; sin embargo, éste pudo salvarse. El incombustible arzobispo, respondió deteniendo a antiguos miembros de la EOKA, uno de los cuales –el antiguo ministro de Asuntos Exteriores- fue asesinado.Grivas, que hasta ese momento, se había mantenido al margen de los acontecimientos, regresó en agosto de 1971 a la isla y asumió la direccion de la EOKA-B. Curtido en mil luchas clandestinas, Grivas sabía que una fuerza armada irregular precisa, ante todo, armas; así que sus hombres empezaron a robarlas sistemáticamente de los cuarteles de la Guardia Nacional. Acto seguido, empezaron los atentados contra la comunidad turca y las declaraciones a favor de la “enosis”. Makarios –que, en el fondo, tenía las mismos objetivos que Grivas- intentó un acuerdo entre ambas facciones, pero el belicoso general la rechazó. Buscaba derribar a Grivas y alcanzar la “enosis” intensificando su campaña de atentados. En enero de 1973, Makarios, declaró que el terrorismo de la EOKA-B constituía el “fin de la enosis”.

A mediados de 1973, los coroneles griegos proclaman la república y abolen definitivamente a la monarquía, instalando al coronel Andreas Papandreu en la presidencia. Una rebelión de los estudiantes de la Escuela Politécnica de Atenas marcó el principio del fin del gobierno de los coroneles. Tras tres días de encierro, intervino el ejército el 17 de noviembre de 1973, violando la autonomía universitaria. Cuando se restablece el orden, los coroneles recuerdan el contencioso de Chipre e intentan, nuevamente, realizar la “enosis”. Su fracaso sella, no solamente, el fin de la idea unificadora, sino también marca el fin del gobierno militar.

Un mes después de la revuelta de los estudiantes, el coronel Papadópulos fue derribado por Dimitris Ioannidis y el general Fedón Ghizikis juró como presidente de la República el 21 de abril de 1974 que, finalmente, entrega el poder a Konstantinos Karamanlis, el 25 de julio de 1974. Todos estos incidentes evidenciaron la debilidad interior griega. Los turco-chipriotas, aprovecharon para abortar las negociaciones que estaban llevando con los greco-chipriotas.

El golpe contra Makarios y la invasión turca

Makarios resultó derrocado en julio de 1974 por la Guardia Nacional. Los golpistas se apoderaron de Radio Nicosia y notificaron la muerte de Makarios. Sin embargo, éste había sobrevivido y gozaba de buena salud, pudiendo dar señales de vida a través de las emisors turcas. Desde Radio Chipre Libre se emitieron comunicados en varios idiomas y durante varios días informando sobre la buena salud del Arzobispo. Finalmente, la Guardia Nacional, consiguió localizar y destruir la emisora. Makarios fue evacuado por los británicos y protegido en una de las bases inglesas en la isla.

Como hemos dicho, en 1967, Grivas había abandonado Chipre debido a las presiones turcas y norteamericanas, pero retornó clandestinamente a la isla en octubre de 1971. En esa época opinaba que el mayor obstáculo para la “gnosis” era la presencia de Makarios. El astuto arzobispo sostenía que para realizar la “enosis” –a la que, en principio, no se oponía- era preciso contar con la comunidad turca y no plantearla solamente como una cuestión que interesaba solamente a los greco-chipriatas. Pero Grivas volvía a la isla para reorganizar la EOKA e impulsar la EOKA-B. Nikos Sampson que, hasta ese momento había apoyado la política de Makarios, cambió de bando y pasó a sostener las operaciones de Grivas.

Las negociaciones entre ambos líderes, Makarios y Grivas, que tuvieron lugar en 1972 terminaron sin alcanzar ningún resultado. Luego, Grivas desencadenó su ofensiva y terminó enfrentándose con el sínodo de la iglesia ortodoxia chipriota que había excluído a tres prelados partidarios de la “enosis”. Grivas mantuvo en su puesto a estos prelados, apoyados por los militantes de la EOKA-B.

El 26 de julio de 1973, los activistas de la EOKA-B atacaron el cuartel de policía de Limason y secuestraron a varios policías partidarios de Makarios. Al día siguiente la casa del Ministro de Comercio Kolokasidis y na fábrica fueron dinamitadas. El Ministro de Justicia, resultó secuestrado. Makarios y sus partidarios respondieron deteniendo a los militantes conocidos de la EOKA. Pero cuando esta espiral de violencia alcanzaba sus más altas cotas, Grivas fallecía el 27 de enero de 1974. Le sucedió Georgios Karusos, de gran experiencia en lucha clandestina, que había acompañado a Grivas en su retorno a la isla en 1971. Pero Karusos no era Grivas ni recogía la misma unanimidad que quien hasta entonces había sido su jefe. Dentro de la organización, un sector mayoritario, le reprochaba confiar solamente en la lucha armada para realizar la “enosis” a despecho de cualquier consideración política. La polémica ganó intensidad y Karusos, debió, finalmente, retirarse a Grecia en febrero de 1974 y abandonar la dirección de la EOKA-B. Estas fricciones interiores debilitaron a la EOKA y dieron la ocasión para que Makarios la denunciara como una extensión de los servicios secretos de la dictadura militar griega. En esos días, Makarios aseguró a medios de comunicación de Europa del Este, que si el gobierno de los coroneles griegos seguía adelante con su política de inmiscuirse en los asuntos internos de Chipre, él, Makarios, sería partidario de dividir la isla en dos Estados. Inmediatamente, los militares griegos contraatacaron.

Tres tanques en manos de la EOKA-B atacaron el Palacio Presidencial el 15 de julio por la mañana, pero Makarios consiguió escapar. Los militantes de la EOKA-B ocuparon la Radio greco-chipriota y difundieron el himno nacional griego, tras anunciar la muerte de Makarios. Desde la zona norte donde los turcos eran mayoritarios, Rauf Denktash anunció que el golpe se debía a ajustes de cuentas internos entre la población greco-chipriota y solicitó la intervención de la República de Turquía.

El 19 de julio de 1974, Turquía advierte que puede actuar como parte interesada en el conflcto y, para demostrarlo, aviones turcos bombardean de manera indiscriminada la zona greco-chipriota, dañando algunos campings y hoteles en los que se encontraban turistas extranjeros. En Famagusta murieron 20 turistas suecos y en Limassol otros 30 de distintos países. Esta escalada de agresiones concluyó con la puerta en marcha de la “Operación Atila”.

El objetivo de la “Operación Atila” consistía en conquistar la superficie de la isla situada al norte de la línea Famagusta-bahía de Morphou, incluido el sector norte de Nicosi, zona más próxima a la costa turca y en donde se concentraba la población de ese país. La operación se desarrolló en dos fases. Inicialmente, disturbios provocados por las milicias irregulares turco-chipriotas atrajeron al grueso de las tropas greco-chipriotas. Inmediatamente y por sorpresa, en la primera fase de la operación se realizó un desembarco naval en Kyrenia con objeto de ocupar el norte de Nicosia, ciudad sobre la que se lanzaron paracaidistas turcos. En la segunda fase se conquistó el resto de la irla en dirección a Famagusta, Lefka y Limnitis. Para realizar esta operación, contaban con los 15.000 guerrilleros de la TMT (Türk Mukavemet Teşkilati, Organización de resistencia turca), además del ejército regular y del batallón turcohripriota compuesto por 800 hombres que como el TMT conocían perfectamente el terreno. La defensa griega contaba con la Guardia Presidencial (500 hombes con armamento ligero) la Guardia Nacional (12.000 hombres), la EOKA-B (15.000 hombres), unos pocos y anticuados tanques T-34 y cinco patrulleros. Pero estas fuerzas carecían completamente de apoyo aéreo, ni siquiera de helicópteros, a diferencia de las fuerzas turcas dotadas de una extraordinaria movilidad gracias a las unidades paracaidistas (capaces de lanzar 5.000 efectivos por oleada) y heliotransportadas (con capacidad para 1.000 soldados pertrechados).

La resistencia griega retrasó la ocupación de Famagusta que, finalmente cayó el 15 de agosto a las 19:00 horas. Por entonces, las NNUU habían intentado imponer el alto el fuego, pero en media docena de ocasiones, los turcos lo rompieron y prosiguieron su avance hasta los objetivos propuestos. Al día siguiente consiguió establecerse un alto el fuego permanente. Poco despues los “cascos azules” establecieron la línea de cese el fuego y una zona neutral entre ambos contendientes.

La zona norte de Chipre era la adecuada para la invasión. No solamente allí la comunidad turca era mayoritaria, sino que, además se encontraba más próxima a la Península Anatolia y, para colmo, las unidades greco-chipriotas estaban dispersas y con dificultades comunicación. Era un momento en el que Grecia, que acababa restaurar la democracia formal, no estaba todavía en condiciones de reaccionar.

Quienes arrastraron las peores consecuencias de esta invasión fueron las bolsas de población greco-chipriotas instaladas en el Norte de la isla. Durante los primeros días de la invasión, se cometieron abominables excesos contra estos núcleos griegos. En su ocupación, el ejército turco utilizó tácticas de “limpieza étnica”. En el informe de la Comisión Europea de Derechos Humanos de 10 de julio de 1976, se alude a "indicios muy poderosos de asesinatos cometidos a una sustancial escala", incluyendo violaciones, torturas, trato humillante de cientos de personas incluyendo niños, mujeres y ancianos durante su detención, vandalismo, pillaje y robo a gran escala por parte del ejército turco y de los civiles turco-chipriotas amparados por ellos. Miles de greco-chipriotas perdieron su vida, 1.619 siguen aún desaparecidos, 200.000 debieron abandonaron sus casas y sus pertenencias. Cuando se produjo la declaración unilateral de independencia de la zona norte, la comunidad internacional manifestó su protesta a través del Consejo de Seguridad de la ONU, en su resolución 367/1975, "rechaza la decisión unilateral de 13 de febrero de 1975 de declarar una parte de la República de Chipre como un Estado Turco Federado". Treinta y un años después, el norte de Chipre es, según el Secretario General de las NNUU, "una de las zonas más militarizadas del mundo".

El 16 de agosto de 1974 se proclamó el Estado federal turco-chipriota, bajo la presidencia de Rauf Denktash. A partir de ese momento se producen los ensayos de limpieza étnica y los grandes desplazamientos de población turca de sur a norte y griega de norte a sur. Pero el Chipre independiente siguió existiendo bajo la presidencia de su patriarca, el arzobispo Makarios, desde su regreso en 1974 hasta su fallecimiento en 1977. Su sustituto Spyros Kyprianou fue fiel a su predecesor y la política exterior del Estado independiente chipriota no varió: no alineación en cuestiones internacionales, mantenimiento de la independencia y reunificación del país.

Denktash y Makarios habían acordado cuatro bases para las negociaciones de paz: el establecimiento de una república federal binacional, determinación de los territorios que administraría cada comunidad, libertad de circulación interna, derecho de propiedad en el marco de un sistema federal que reconoce iguales derechos a ambas comunidades. Desde entonces, todos los proyectos de reunificar la isla han fracasado. El referéndum de abril de 2004 para la integración de la isla en la UE, constituyó el último y fallido intento.

El día 24 de abril de 2004, tuvieron lugar dos referéndums simultáneos en la isla de Chipre. Grecochipriotas y turcochipriotas fueron consultados sobre el Plan de Naciones Unidas que debía hacer posible la entrada de un Chipre reunificado a la Unión Europea el día 1 de Mayo, junto a nueve otros estados. Los sondeos previos preveían que el Plan recibiría un 60% de apoyo popular en el norte turcochipriota y sólo un 40% en el sur grecochipriota. Sin embargo, el resultado sería de un 64% en el norte y un 75% de voto negativo en el sur. La jerarquía ortodoxa había realizado campaña por el “no”; además, la comunidad grecochipriota se manifestó siempre por la reunificación de la isla, mientras que la UE no condicionaba la incorporación de Chipre a la reunificación de la isla. Así pues, la adhesión

Actualmente, la isla está dividida en dos sectores, en el norte se encuentra la República Turca del Norte de Chipre, constituida tras la invasión turca de 1974, y al sur la originaria República de Chipre. Mientras ésta última es un Estado internacionalmente reconocido y miembro de pleno derecho de la Unión Europea, solamente Turquía reconoce oficialmente a la República del Norte, en realidad, un mero gobierno de facto, títere de Ankara.

El 25 de noviembre de 1992, la resolución 789 de las NNUU considera a los turco-chipriotas responsables del estancamiento de las negociaciones para intentar acabar con la partición de la isla y solicita una disminución “sensible” de las fuerzas militares turcas en la isla. En agosto de 1996, se producen varias manifestaciones de greco-chipriotas solicitando la reunificación de la isla. Un turco-chipriota dispara sobre la multitud produciendo un muerto y dos heridos entre los “cascos azules”. Tres días antes, un greco-chipriota había resultado golpeado hasta morir y otros cincuenta resultaron heridos. De poco servía que la UE condenada las “muertes brutales” el 16 de agosto

Chipre y la Unión Europea

El 19 de diciembre de 1972, la isla, todavía unificada, firmó el Acuerdo de Asociación con la entonces Comunidad Económica Europea. El acuerdo no sentó bien en Turquía, que, a su vez, aspiraba a un acuerdo privilegiado con la CEE. Debieron de pasar todavía dieciocho años para que el 4 de julio de 1990, el gobierno chipriota solicitara oficialmente la adhesión a la UE con la seguridad de que la propuesta iba a contar con el favor de los socios.

En 1997, el presidente griego Tassos Papadopoulos amenazó en la Cumbre de Bruselas con vetar la entrada de Turquía en la UE si no reducía su fuerza de 36.000 soldados en la parte norte y permitía que los barcos con matrícula chipriota atracaran en los puertos del norte. Entonces estalló la llamada “crisis de los misiles”.

El 4 de enero de 1997, el gobierno Clerides anunció la compra de misiles rusos S-3000 ante la cólera del gobierno de Ankara que amenaza con una nueva intervención militar y responde adquiriendo misiles en Bélgica. Los S-300 son la piedra angular de la “doctrina común de defensa”, diseñada en 1993 por el ministerio de Defensa griego de Andreas Papandreu para integrar a Chipre en la defensa nacional griega y garantiza el apoyo a los greco-chipriotas en caso de agudizarse el conflicto greco-turco. Para entender mejor la situación hay que recordar que la Guardia Nacional chipriota carecía de aviones y de defensa aérea. Los turcos sospechaban que los mísiles contribuirían a neutralizar su inicial superioridad aérea. La mediación de la UE y de NNUU logró, finalmente, pacificar la situación, pero dejó un agrio sabor de boca en todas las partes. Era evidente que el contencioso de Chipre, no solamente existía, sino que seguía estando presente a flor de piel.

El 30 de marzo de 1998, se inician las relaciones entre la UE y la República de Chipre. En respuesta, Turquía y la República del Norte de Chipre, crean un “consejo de asociación” paralelo. A finales del 2001, Bulen Ecevit, entonces primer ministro turco, amenaza con anexionarse la parte norte de la isla en caso de que los greco-chipriotas se integren en la UE y, unas semanas después, Turquía rechaza la reunificación de la isla, alegando que este proyecto llevaría a los turco-chipriotas a ser considerada como una minoría. Estas declaraciones y el interés del gobierno chipriota en integrarse en la UE, indujeron a Glafcos Clérides a tender nuevamente la mano a Rauf Denktash, bajo el patrocinio de las NNUU, para volver a tratar la reunificación de la isla. Pero a principios de julio de 2002, estos contactos se cortaron ante la imposibilidad de seguir avanzando. Esto, inicialmente, afectaba poco a las negociaciones con la UE. De hecho, la República de Chipre era un Estado independiente y a la república del norte, era un “Estado” de facto, reconocido solamente por Turquía. Así que el 9 de octubre de 2002, la Comisión Europea recomendó que el Consejo Europeo de Copenhague, aceptara la incorporación de Chipre, sin restricciones, a partir del 1º de mayo de 2004, junto a otros 10 nuevos Estados.

Las elecciones de febrero de 2003 dieron la victoria a Tassos Papadopoulos se impuso por un 51% de votos, sobre Glafcos Clerides que obtuvo el 38%.

En esos meses de intensa actividad diplomática en torno a Chipre, Kofi Annan, Secretario General de las NNUU, había presentado un plan al Consejo dde Seguridad proponiendo la reunificación de Chipre en un solo país, dotado de una constitución federal y compuesta por dos Estados con igualdad de derechos. El plan fue enviado a las partes con la propuesta de que contestaran antes del 28 de febrero de 2003. Pero cuando se aproximó esa fecha, ni Tassos Papadopoulos ni Rauf Denktash habían conseguido ponerse de acuerdo. Kofi Annan se reunió con ambos mandatarios en La Haya el 11 de marzo de 2003, proponiendo que su plan de paz fuera sometido a referéndum en las dos partes de la isla. Pero Denktash rechazó esta solución alegando que el plan era “completamente inaceptable” para los turco-chipriotas. Aquí concluyó la posibilidad de ver como un Chipre reunificado se integraba en la UE. No obstante, el 16 de abril de 2003, la República de Chipre firmó en Atenas el Tratado de Adhesión a la Unión Europea que fue ratificado por el parlamento chipriota el 14 de julio.

El 23 de abril, se permitió que los ciudadanos griegos que quisieran desplazarse al sur pudieran hacerlo libremente y otro tanto para los turcos del sur que quisieran unirse al territorio donde su comunidad era mayoritaria. El 1º de mayo de 2004, la isla de Chipre se integra en la UE, pero, ante el hecho consumado de la partición de la isla, la zona norte quedó al margen del derecho comunitario.

Algunas conclusiones

Chipre ha vivido en un verdadero estado de guerra desde principios de los años 50. Por algún motivo, también en Chipre se evidencia las dificultades de convivencia entre dos comunidades separadas por barreras étnicas, religiosas y culturales. Podemos suponer que la integración de Turquía en la UE, con su enorme potencial demográfico, supondría el desplazamiento de millones de turcos a Europa Occidental. Es inevitable pensar en los problemas que esto acarrearía.

Una de las cuestiones más intensamente debatidas es si Chipre es o no es Europa. Es tan Europa como pueden serlo las Islas Canarias, geográficamente africanas y políta, cultural y étnicamente europeas. Chipre es, así mismo, asiática por su proximidad a las costas turcas, pero Europea por la mayoría de su población, por su cultura y por buena parte de su historia. No es que la integración en la UE, por sí misma, haya resuelto la cuestión de la europeidad de Chipre, es que, justamente al revés: la vinculación histórica de Chipre con la cuna de Europa, con Grecia, ha hecho de esta isla una punta avanzada de la Unión Europea.

Geopolíticamente, el interés que tiene Chipre para la UE es extraordinario: su privilegiada ubicación geográfica, permite considerarla como un portaviones insumergible, verdadera atalaya sobre Oriente Medio. Si, Turquía también podría cumplir esa función, el problema es que Turquía es un país cuyas fronteras son conflictivas: cuestión kurda, cuestión armenia, cuestión chipriota, fronteras directas con las zonas más inestables del planeta (Siria, Irak, Irán, el Cáucaso), y, para colmo, el corredor turco hacia los Balcanes, que empieza en Tracia y termina en Albania, lugar a través del cual se calcula que entra el 70% de heroína que se consume en Europa. Turquía es un conflicto rodeado de fronteras conflictivas, con la perspectiva de arrastrar a otros a sus propios conflictos. Conflictos prolongados e irresueltos.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en la UE (V). El genocidio armenio

No a Turquía en la UE (V). El genocidio armenio
Infokrisis.- En 1915 y 1916, un pueblo europeo y cristiano fue masacrado sistemáticamente por otro pueblo asiático e islámico. Tal es la desnuda, brutal y áspera realidad, con perdón del "diálogo de civilizaciones". La historia es lo que es y no lo ue a nosotros nos gustaría que fuera. La historia es brutal. La verdad también. Volver la espalda a la historia es vivir de espaldas a la realidad. Ignorar una brutalidad, no hace, necesariamente, ue no se reproduzca otra. Por eso traemos auí la dramática historia del pueblo armenio y del genocidio ue lo mermó y dispersó. Yo no sé si ignorar la historia es estar condenado a repetirla, lo que si sé es que Turquía debería disculparse -en lugar de justificar- por su proceder y resarcir al pueblo armenio.

En 2005, el gobierno turco declaraba que el genocidio jamás existió y se limitó a aludir a “trágicos acontecimientos”. “Trágico” era, efectivamente, el aniquilamiento de un pueblo, con la muerte de millón y medio de sus miembros y la diáspora del resto.

En 2004 el Papa Juan Pablo II debía haber visitado el Cáucaso, pero su precario estado de salud, aconsejó aplazar el viaje que jamás pudo realizarse. Armenia está en el Cáucaso, pero sus habitantes están por todo el mundo. Se les encuentra en comunidades importantes en EEUU, Alemania, Francia, Persia, Austria, Rumania, incluso en Chipre e India, tal fue el resultado de lo que se ha llamado “la diáspora armenia”.

El caso armenio y, posteriormente, el drama kurdo, son recientes. Pertenecen a un pasado demasiado próximo a nosotros como para que podamos soslayarlo.

Armenia, un pueblo europeo

Los armenios son un pueblo indoeuropeo; ellos mismos consideran que su pueblo fue fundado por el patriarca Haík y llaman a su país Hayastán. En el siglo VII a. JC, poblaban las regiones del monte Ararat y del lago Van. Conquistada la zona por los romanos, en el siglo III se convirtieron al cristianismo. Los primeros en convertirse fueron Gregorio “Illuminator” y el Rey Tiridates, que recibieron las aguas bautismales en Capadocia; tras ellos, siguió el resto de su pueblo. Había nacido la Iglesia armenio-gregoriana cuando aún faltaban cincuenta años para la conversión de Constantino. Así pues, le cabe a la Nación Armenia haber sido la primera del mundo en asumir el cristianismo. En el siglo V, los prelados armenios no pudieron acudir al concilio de Calcedonia a causa de la ofensiva que contra su pueblo habían desatado los persas. Este conflicto prefiguraba el drama histórico de Armenia.

Situado en el cruce entre Oriente y Occidente, la tierra armenia es una de esas zonas de interés geopolítico vital para cualquiera que intentara aproximarse a Europa o contener a Asia. Las luchas entre romanos y partos, entre persas y bizantinos, las invasiones árabes del siglo VII y de los turcos en el X, marcaron a fuego a este pueblo y lo trataron con una dureza inusitada. Y, sin embargo, a pesar de todos estos avatares, la cultura armenia, lejos de desaparecer, floreció como ninguna otra en la zona. Sus catedrales e iglesias, aún hoy, son buena muestra de ello.

A lo largo de la Edad Media, Armenia se encontraba presionada entre turcos y bizantinos. En el 885, Rubén Bragatida federó unos cuantos principados menores situados en el Sudeste de Asia Menor fundando el reino de Cilicia. Al tratarse de un reino cristiano, cuando los cruzados iniciaron sus campañas en Tierra Santa, Cilicia supuso una posición avanzada. En 1198, León II, fue consagrado Rey y reconocido por el papa y por el Emperador Enrique II del Sacro Imperio. León II se había comprometido volver a establecer la supremacía del Papa sobre la Iglesia armenia. Los dominicos se establecieron y permanecieron allí hasta el siglo XVIII. Hetún II, uno de los reyes armenios, llegó a hacerse franciscano.

El apogeo de este reino logró mantenerse y prosperar gracias al comercio y a la habilidad de sus gobernantes, pero cuando se hundió el Reino Latino de Jerusalén, Cilicia volvió a encontrarse en una difícil situación. Los mamelucos egipcios terminaron invadiendo el reino y expulsando a los armenios de Cilicia. Por entonces ya se produjo una primera diáspora armenia que llevó a los más brillantes de sus mentes a los Balcanes. Armenia languideció durante tres siglos, hasta que a finales del XVII, David el Sunio, consiguió batir en retirada a los invasores. A su muerte, en 1728, Armenia volvió a afrontar su sino, atacada por turcos, persas y rusos. La mayoría de la población cayó sobre la férula turca, pero también, bolsas de población fueron administradas por el Imperio Ruso. Los turcos, particularmente, sometieron duramente a los armenios y no es raro que en las revueltas terminales que sacudieron al Imperio Turco en 1908, los armenios tomaran partido por los revolucionarios. Pero la resistencia armenia no había caído en la cuenta, de que la nueva élite gobernante –los Jóvenes Turcos- tenían un carácter nacionalista que encajaba mal con el respeto a las minorías nacionales como la armenia. Como todo movimiento nacionalista, los Jóvenes Turcos aspiraban a “homogeneizar” el país y transformar al Imperio en Nación. Este nacionalismo llevó a las masacres de 1915-16.

El tratado de Sevres en 1920 había previsto la constitución de un Estado Armenio. Pero turcos y rusos boicotearon este proyecto. El Ejército Soviético, constituido tres años antes, jamás se retiró de la parte conquistada a Turquía en donde se constituyó la República Soviética de Armenia. Algunos voluntarios armenios se unieron a las tropas alemanas en la II Guerra Mundial, no sólo por anticomunismo, sino con la esperanza de que un eventual triunfo alemán permitiría la independencia armenia. Pero la derrota de las armas alemanas hizo que debieran de pasar cincuenta años mas hasta que Armenia fuera independiente, agrupando solamente una parte de su territorio y de su población.

Las dimensiones del genocidio armenio

Se conoce como “genocidio armenio” a la masacre de millón y medio de turcos realizada entre 1915 y 1917 durante el gobierno de los llamados “Jóvenes Turcos”. Ningún gobierno turco en los últimos noventa años, ha admitido que se tratara de un genocidio planificado y llevado a cabo sistemáticamente, sino que, para ellos, se trató “solamente” de un conflicto interétnico localizado, al que se añadieron las epidemias y la hambruna causada por la Primera Guerra Mundial. No vale la pena intentar contestar estos razonamientos. Desde el punto de vista formal, las cifras son elocuentes y el resultado final fue un genocidio, porque, sobre los dos millones de armenios censados por el Imperio Otomano en 1914, solamente sobrevivieron medio millón.

En esa turbulenta época, el grueso de la población armenia estaba situada en el Este de la Península Anatolia, con una importante comunidad de algo menos de cien mil miembros en la antigua Constantinopla (Estambul). Jamás habían tenido problemas con otras etnias, incluso los otomanos los conocían con el sobrenombre de "Nación leal" y esto, a pesar de que, jurídicamente, al pertenecer a otra confesión religiosa, se veían lesionados por la ley coránica que les confería un estatuto de inferioridad social y política.

Las reiteradas ofensas a las que fueron sometidos los armenios en la gran crisis del Imperio Otomano durante el siglo XIX, generó la aparición de un movimiento de liberación nacional. Pero si Turquía había concedido la independencia a las provincias balcánicas de su Imperio, no estaba dispuesta a ceder ante los armenios y mucho menos al existir la posibilidad de que un Estado Armenio, inmediatamente, se configurara como aliado de Rusia.

Hamid II, entre 1849 y 1897 realizó las primeras masacres sistemáticas entre los armenios. Se calcula que en ese período fueron asesinados doscientos mil miembros de esa etnia, a la que siguieron otros treinta mil asesinados en 1909. Ya en esa época, nadie lloró por los armenios. Lo peor estaba todavía por llegar.

Fue un genocidio premeditado. Del 23 al 24 de Abril de 1915 fueron detenidos y asesinados 650 notables de la comunidad armenia en Constantinopla. El perfil era siempre el mismo: personalidades influyentes, mayores de 15 años y susceptibles de configurar la clase dirigente de un futuro Estado Armenio independiente. Quienes no correspondían a este perfil (mujeres, ancianos, niños) fueron deportados al desierto sirio y mesopotámico. El mismo esquema de arresto y asesinato de los líderes y de los hombres mayores de 15 años, así como la deportación del resto de la población -mujeres, ancianos y niños-, hacia los desiertos de Siria, se repitió en todos las localidades armenias.

Por su parte, el gobernador turco de Van, Cevdet bey, azuzó a los nacionalistas turcos para que multiplicaran sus exacciones sobre la población armenia; se trataba, de un plan más ambicioso que el de satisfacer meramente los deseos de venganza de los extremistas; con estos ataques se pretendía provocar a la población armenia para justificar una represión indiscriminada. Entre las tropas turcas servía un curioso personaje con el grado de oficial e instructor. Se trataba de Rafael de Nogales Méndez, mercenario de nacionalidad venezolana, que, al acabar el conflicto, escribió un testimonio titulado “Cuatro años bajo la Media Luna”, en el cual se aportaban datos sobre estas provocaciones y la represión que siguió.

Cuando el ejército ruso penetró en territorio turco en enero de 1915, tras la batalla de Sarikamis, numerosos armenios se integraron en el ejército del general Vorontsov para vengar estas masacres. La mayoría de estos voluntarios pertenecían a formaciones nacionalistas que había acogido favorablemente la promesa del Zar Alejandro II sobre la formación de un Estado Armenio independiente al concluir el conflicto. No es raro que en abril estallara una revuelta pro-rusa en la ciudad de Van y que se cometieran excesos contra los musulmanes. La situación se agravó por que en el curso de 1915, la ciudad fue ocupada sucesivamente por los rusos (mayo), luego por la contraofensiva turca (agosto) y, más tarde, la reconquistaran los rusos (septiembre). Este baile de avances y retiradas prosiguió a lo largo de 1916, pero en 1917, el frente ruso se desmoronó a causa del estallido de la revolución bolchevique. Los turcos se sintieron con fuerzas de contraatacar en la zona del Caspio y llegaron a conquistar Bakú, entonces en poder de los británicos. Sin embargo, la derrota turca en la guerra fue total y solamente en el frente anotolio consiguieron mantener posiciones e incluso avanzar.

Paralelamente a estos vaivenes militares, la situación política se agravó mucho más. Enver Pasha atribuyó la derrota de Sarikamis a la revuelta armenia y ordenó que los reclutas de esa nacionalidad que servían en el ejército turco fueran desarmados e internados en campos de concentración. Al desplomarse el Imperio Otomano, la inmensa mayoría de estos reclutas habían muerto, unos a causa de la guerra, otros debido a la dureza del internamiento, la élite había sido fusilada y los más afortunados fueron incorporados como trabajadores esclavos. Por otra parte, nada más se inició la revuelta de 1915, el gobierno de los “Jóvenes Turcos” deportó a la población que estaba en el territorio por él controlado, al actual desierto Sirio, deteniendo primero y fusilando después a prácticamente toda la clase dirigente e intelectual. En los meses siguientes se alcanzaría la pavorosa cifra de un millón de deportados. Pero lo importante no era la deportación en sí –en el fondo se había producido una revuelta nacional- sino los excesos de los soldados turcos en el traslado y la falta de recursos y condiciones de la zona que debía albergar a los deportados, un verdadera desierto. Pues bien, fue allí donde se instalararon los veinticinco campos de concentración que albergaron a la población armenia.

En Anatolia Oriental y Antioquía, los armenios no se dejaron detener, sino que ofrecieron resistencia. En Musa Daga, la resistencia fue feroz, durante cuarenta días, hasta que los supervivientes fueron rescatados por la marina francesa.

Según las cifras dadas por el Patriarcado Armenio de Constantinopla, de los 2.000.000 de armenios que vivían en el interior del Imperio Otomano en 1912, se pasó a 77.435, en 1927, concentradas especialmente en Estambul y aproximadamente 50.00 en 1993.

El “negacionismo” pro-turco

Existían responsables ideológicos del genocidio; eran los “Jóvenes Turcos” que habían pasado de ser un movimiento liberal partidario de la modernización del país, a un movimiento nacionalista, progresivamente radicalizado y excluyente. El nacionalismo turco, para realizar su proyecto, precisaba liquidar al nacionalismo armenio y eliminar de una y por todas, la posibilidad de secesión.

Aún hoy, no solamente el genocidio armenio es ignorado sino que, además, se intenta borrar todo rastro cultural de este pueblo. Cualquier resto arqueológico es atribuido por el Estado Turco a cualquier otro pueblo, todo, con tal de evitar cualquier dato que pudiera confirmar lo evidente: que hubo un tiempo en el que el pueblo armenio se extendía por Anatolia (mucho antes que los otomanos), el Cáucaso y la Meseta de Armenia.

Resulta curioso que sean tres países los que se niegan a utilizar el término “genocidio” para calificar la masacre sistemática de armenios: uno de ellos es Israel que, al parecer, no quiere competencia en este tema; ellos se consideran las únicas víctimas de los genocidios del siglo XX; ellos y nadie más. Los otros dos países son los que históricamente han formado el eje atlántico o anglosajón, EEUU e Inglaterra, los principales valedores del ingreso de Turquía en la UE. Por el contrario, Alemania, Grecia, Italia, Holanda, Bélgica, Austria, Portugal, Eslovaquia, Suiza, Suecia y Ciudad del Vaticano, han reconocido oficialmente la tragedia. ¿Qué espera el aprendiz de brujo, hacedor de diálogos de civilizaciones y demás lindezas, para unirse a Europa también en este terreno? ¿están los armenios excluidos de tal “diálogo”? ¿Es que no sabe Moratinos que en Erivan el gobierno legítimo del Estado Armenio ha levantado un monumento a este genocidio?

A todo esto, el paciente candidato a “ser Europa”, ¿que dice sobre este episodio de la historia reciente? Que si no se trató de un plan organizado, que si se limitó a luchar contra una sublevación ilegal estimulada por un país extranjero, que si no fueron tantos los muertos, que si los armenios asesinaron más… en el colmo del absurdo, las cifras del actual gobierno turco, sitúan este macabro regateo de cifras, en 500.000 turcos asesinados por los armenios por 10.000 armenios asesinados por los turcos. O como el gato aplastó al elefante… El caso es que, todavía hoy la mera mención del genocidio armenio acarrea una queja formal de los embajadores turcos, y de tratarse de un turco, corre el riesgo de ser condenado a prisión.

En 2005, el Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, ante las protestas internacionales, propuso la formación de una comisión internacional para establecer qué fue lo que realmente ocurrió. La oferta iba dirigida especialmente al gobierno armenio y a historiadores de todos los países. Armenia solamente ha puesto una condición previa: el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países y regularizar el tráfico fronterizo sin limitaciones de ningún tipo. Pero Turquía se negó alegando que estas medidas implicarían aceptar la ocupación de Nagorno-Karabagh.

Una estela de 44 metros simboliza el renacimiento nacional de los armenios y doce losas colocadas en un círculo (representando a las 12 provincias armenias todavía en poder de territorio turco) en el centro del cual se encuentra la llama eterna. En el centro del círculo, a una profundidad de 1,5 metros, se halla una llama eterna. Cada año, el 24 de abril, dentro del Estado Armenio y de las comunidades armenias de todo el mundo, se celebra el “Día de la Conmemoración del Genocidio Armenio”. El monumento fue elevado por las autoridades soviéticas en 1965, cuando se cumplió el cincuentenario de la masacre. En Erivan, caminan hasta el monumento donde arde la llama de los antepasados muertos y depositan claveles rojos. Hoy, esta conmemoración está más viva que nunca.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en Europa (IV) Turquía contra Bizancio. Turquía contra Europa

No a Turquía en Europa (IV) Turquía contra Bizancio. Turquía contra Europa

Infokrisis.- No puedo evitar, al escribir estas líneas, dedicar un recuerdo y un homenaje a Francisco de Toledo, noble castellano muerto en combate, en el asedio a la Puerta de San Romano, combatiendo codo a codo con el emperador Constantivo IX, y a Pére Julia, cónsul catalán, ejecutado ominosamente junto a sus últimos combatientes, oriundos de este lado del Mediterráneo, el último día del asedio a Constantinopla en el año 1453. Ellos supieron donde estaba el “lugar justo” para luchar y morir.


Turquía contra Bizancio, esto es, Turquía contra Europa

“Ya hace 550 años que no está el emperador para dirigir los asuntos terrenales; ya no hay logotetas ni strategos ni drungarios, y ningún sebastocrátor cruza a caballo con su guardia Macedonia para dar órdenes directas del emperador a los gobernadores de Bulgaria o Serbia o el Peloponeso; ya no hay monjes en los monasterios de la capital que discutan sobre la naturaleza de Cristo o sobre el significado de los íconos mientras pasean por los jardines aledaños; no hay más soldados que se apresten a defender sus tierras de las invasiones enemigas; no están más los ricos estancieros de Anatolia que proporcionaban enormes contingentes de tropas y los mejores generales nacidos en sus propias familias a los emperadores; nunca más el pueblo bizantino entraría a Santa Sofía para sentir esa emoción indescriptible de encontrarse con Dios, el emperador y el patriarca todos juntos, y disfrutar de esas luces cambiantes a cada minuto que entraban por las aberturas de la famosa cúpula, de los colores indescriptibles e iluminados de las cuentas de los hermosos mosaicos de sus paredes, de ese sonido único cuando todos están rezando y el eco vuelve enternecedor y soberbio; no están ya los marineros que prestos acudían de puerto en puerto combatiendo a todos los que osaban entrar en aguas del imperio; ya no habrá casas libres con íconos en su interior a los cuales poder rezar largamente y pedirles salud, bienestar y solución a sus problemas; no hay más sublevaciones contra los emperadores injustos o pecadores; no hay más embajadores con regalos para los potenciales aliados, no hay más romanos en este mundo”.

Rolando Castillo (septiembre 2003)

imperiobizantino.com

Cuando cae Constantinopla en poder de los turcos, es todo un viejo orden el que se desploma, hasta el punto de que los historiadores consideran que el episodio marca el fin de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna. Hoy, nuevamente, por azares del destino, los descendientes de los conquistadores de Constantinopla, corren el riesgo de provocar un cataclismo en la Europa integrada. Hoy, cuando han pasado más quinientos cincuenta años de la caída de la ciudad, todavía subsisten algunos conflictos derivados de aquel episodio. Que se le pregunten a los griegos, durante cuatrocientos años sometidos al yugo turco y que hoy mantienen todavía abierto el contencioso de Chipre. Así mismo, buena parte de las “guerras balcánicas” de los años 90 no fueron sino el producto del desorden provocada por la conquista otomana. Por que, los turcos tomaron Constantinopla, pero no se detuvieron en Constantinopla. De hecho, si Austria es el país de la UE, que más activamente se ha opuesto al ingreso de Turquía es a causa del mal recuerdo que dejaron los otomanos en los dos cercos que realizaron a Viena.

Porque lo que empezó en Constantinopla, terminó en Viena. Vale la pena evocar el episodio más traumático con el que concluyó la Edad Media.

Constantinopla, la ciudad inexpugnable, cien veces asediada

Cuentan las crónicas que era una hermosa ciudad, sin parangón durante siglos en Oriente. Había sido fundada en el 324, justo en el mismo lugar en el que diez siglos antes, los griegos de Megara, fundaron la colonia griega de Bizancio. Su historia fue atribulada y difícil y a lo largo de sus algo más de mil años de vida, raro fue el período en el que gozó de paz permanente. La ciudad llevaba el nombre de su fundador: Constantino el Grande.

Había algo mítico en aquella ciudad. Y como en toda mitología, también en Constantinopla, hubo un Hércules. Fue, en efecto el César Augusto Flavio Heraclio, quien asumió las riendas del imperio desde el 610. Era hijo y nieto de conquistadores y desde que su padre se sublevó en Cartago dos años antes, había ido de victoria en victoria, aproximándose cada vez más a la capital imperial, en busca de su recompensa, la corona imperial, usurpada por su rival, el general Focas. El usurpador, que se había hecho con el poder seis años antes, vio como su guardia de élite, los Excubitores, se pasaban a Heraclio que pudo entrar en Constantinopla sin resistencia. Focas, acto seguido, fue ejecutado. Sólo entonces fue consagrado emperador. Le esperaba un trabajo digno del héroe mítico cuyo nombre ostentaba.

En aquellos momentos, el Imperio Romano de Oriente se estaba desplomando, amenazado por los ávaros en los Balcanes, mientras, los persas habían adelantado sus líneas hasta Siria y ocupado Antioquia.

En un primer momento, Heraclio no consiguió detener a los persas que conquistaron Egipto, Damasco y Jerusalén en el 614. Si en Egipto se había perdido la provisión de grano para Bizancio, en Jerusalén había resultado saqueada la Iglesia del Santo Sepulcro y los infieles se habían apoderado de la Vera Cruz. Los persas consiguieron penetrar en la península Anatolia, hasta el punto de que desde Constantinopla podían verse las hogueras del campamento que habían establecido los persas sobre el Bósforo. Hubo un momento en el que Heraclio pensó en abandonar la capital, pero se impuso la fuerza de su nombre y, finalmente, optó por reconstruir el ejército y reformar la administración. Demostró ser un hábil estratega y un enérgico organizador.

En lugar de afrontar a los persas al otro lado del Bósforo, prefirió atacarles en su territorio, derrotándoles en Capadocia y rematándolos en la batalla de Nínive; pero los ávaros se abalanzaron sobre Constantinopla, defendida por el patriarca Sergio quien consiguió rechazar el ataque. Era el año 627. Bizancio pudo recuperar todos los territorios usurpados por Persia en la contraofensiva que supuso el principio del fin para la dinastía sasánida. Podemos imaginar la grandeza y la gloria con la que Heraclio volvió a Constantinopla el 14 de septiembre del 628. Parecía como si los antiguas días de esplendor se hubieran recuperado. Pero aún le quedaba a Heraclio llegar hasta Jerusalén y restaurar la Vera Cruz en la Basílica del Santo Sepulcro, para alcanzar la cúspide de su prestigio. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles.

No lejos de allí, Mahoma acababa de federar distintas tribus de la Península Arábiga y se lanzaba a conquistar el mundo para mayor gloria de Alá. En el 634, los árabes conquistaron Siria, Palestina y Egipto y dos años después derrotaban al ejército bizantino, en Yarmuk. Bizancio nunca más volvería a recuperar estos territorios. El Islam había irrumpido en la Historia.

A mediados del siglo X un general victorioso, Nicéforo Focas había destacado en la conquista de Creta y en la derrota definitiva de los islamistas de Saif-ad-Dawlah, en Alepo. Cuando falleció el emperador Romano II, su esposa, Anastaso, asumió la regencia en nombre de sus hijos, pero dado que su situación es precaria, busca apoyos y pronto recurre a Focas. Éste, embriagado por sus victorias, busca el poder absoluto y lo obtiene el 14 de Agosto del 963 cuando sus soldados le proclaman emperador en Cesárea. Una breve lucha contra los partidarios de, José Bringas, que fuera ministro de Romano II, le dio el poder. Focas tampoco se conformó con ser el favorito de Anastaso –que, a todo esto había asumido el nombre de Teofano- así que se casó con ella y fue elevado a la púrpura imperial. Considerado por algunos historiadores como usurpador, Focas fue un gran emperador que conquistó o recuperó amplias extensiones para el Imperio y cuya actividad bélica no tuvo límites tanto hacia los Balcanes como hacia Asia.

Pero todas las guerras son caras y se financian mediante impuestos, así que la población empezaba a oponerse a su política. Para colmo, las largas ausencias del lecho conyugal, habían impulsado a la emperatriz a llenar el vacío con un amante Juan Tsimiscés, no menos ambicioso que lo había sido Focas en su juventud. Era inevitable que Tsimiscés terminara aspirando a algo más que a dar y recibir placer de la emperatriz. En cuanto a esta, prefería la seguridad del poder, a las guerras sin fin, así que ambos conspiraron para eliminar al emperador. Tsimiscés, en cuanto tuvo la autorización de la emperatriz, fue implacable. En la noche del 10 de diciembre del 969, se introdujo con un grupo de guardias de corps en la habitación del emperador y lo asesinó mientras dormía. Así era Bizancio, un lugar en el que los actos de heroísmo se alternaban con las abominaciones más absolutas.

Lo que va de Heraclio a Focas es un largo período de enfrentamientos con el Islam que no iba a finalizar sino hasta la caída de Bizancio en 1452. El Islam se estrelló en las murallas de Constantinopla en seis ocasiones. En 674 los árabes aparecen por primera vez ante los muros de Constantinopla en donde permanecerán cuatro años, hasta que Constantino IV, logre derrotarlos gracias a la marina bizantina. Treinta años después, León III debe afrontar un nuevo ataque árabe que será neutralizado gracias a la acción conjunta de fuerzas terrestres y navales. Pasarán tres siglos antes de que un pueblo turco asedie nuevamente la ciudad. En esta ocasión serán los cruzados en 1098 quienes se desviaron de sus objetivos en Tierra Santa e intrigaron para conquistas la ciudad.

Los musulmanera volverán en 675, 676, 677, 678, y en 717/718. Luego seguirían más ofensivas. Tras la derrota de Manzikert en 1071, cuando Romano I Diógenes es derrotado por los turcos seléucidas que lo capturaron, Manuel Comneno sufre una terrible derrota en 1176 y, en pocos años, se pierden Tracia, Macedonia, Grecia y las costas del Asia Menor. Las cruzadas aportan nuevos factores de inestabilidad a Bizancio.

En 1204, francos y venecianos de la IV Cruzada penetran en la ciudad y la saquean. Los bizantinos, con Miguel VIII Paleólogo, solamente conseguirán recuperar la ciudad en 1261 con apoyo genovés. Y, luego, sin detenerse, recupera buena parte del Imperio, pero no consigue hacerse con parte del Peloponeso, Atenas, Creta, Trebizonda y varios puertos que quedaron en manos venecianas. Cuando los bizantinos entran en Constantinopla la encuentran abandonada, pestilente y con malas hierbas enseñoreándose de las calles. La decadencia bizantina se inicia en ese momento, no por que la ciudad fuera imposible de reconstruir, sino por que los turnos otomanos asoman en el horizonte y, a partir de ese momento, hacen imposible la vida a los herederos de Constantino el Grande.

A mediados del siglo XIV, el Imperio Romano de Oriente ya se habían perdido las provincias occidentales. Los turcos habían penetrado en los Balcanes, apoderándose de la actual Bulgaria, Serbia y Albania. Tracia se encontraba cercada y aislada del resto del mundo, sumida en guerras civiles y “discusiones bizantinas”. Ignorada por Occidente que, tras la retirada de Tierra Santa ya no miraba hacia el Este, el Imperio estaba aislado y, lo que es peor, situado en la línea del frente contra el Islam.

Lo único que impedía a los turcos apoderarse de la ciudad era la triple muralla que la protegida, considerada inexpugnable durante siglos. El final se aproximaba inexorablemente y en esta ocasión, ya no aparecería un personaje providencial capaz de operar un milagro salvador. Los descendientes de Augusto y Constantino el Grande ya no estaban en condiciones de salvar a la ciudad. Apenas territorios en el Peloponeso y pequeñas porciones de Tracia seguían en poder del acosado imperio. Bizancio, en ese momento, no debía tener más de 50.000 almas. Pero los últimos bizantinos se negaban a pagar tributo a los sultanes otomanos, cerrar sus iglesias y renunciar a su gran tradición secular. En el siglo XV, lo único que le quedaba a Constantinopla era el recuerdo de haber sido la “Nueva Roma”, la ambición de obstinarse en sustentar que su cristianismo era el más “ortodoxo” del mundo y, finalmente, su realidad comercial.

A decir verdad, desde 1204, la ciudad había demostrado ser vulnerable y el Imperio evidenciado su debilidad ante toda Europa. Entonces, los cruzados francos y venecianos, sintiéndose engañados por Alejo IV, a causa de promesas incumplidas, asaltaron la ciudad logrando penetrar por unas tuberías que horadaban la muralla, mientras sus agentes en el interior causaban importantes incendios. La ciudad fue saqueada e incendiada. A partir de ese momento, jamás volvería el esplendor de los viejos tiempos, a pesar de los esfuerzos titánicos de algunos grandes emperadores como Miguel VIII Paleólogo que reconquista la ciudad en 1261, pero no puede evitar que el mito de su invulnerabilidad se haya disipado.

En 1354, los turcos ponen pie por primera vez en tierra europea, en Gallípoli. Su ejército en esa época es un poderoso mecanismo militar modelado por el sultán Orján (1326-1369), organizado en cuatro pilares: una milicia (los timar y ziamet); los sipahis o grueso del ejército (infantería, servicios generales...); los bashi-bazuk (unidades irregulares dedicados al pillaje), y los jenízaros. Estos últimos constituían la fuerza de mayor prestigio (hasta el siglo XIX en plena decadencia otomana), estaba formada por jóvenes cristianos entregados por sus familias como tributo forzoso; desde muy niños eran educados en el Islam y sometidos a una férrea disciplina militar. Unos 15.000 jenízaros participaron en la toma de Constantinopla en 1453. Fue el desquite al fracaso de su primer asalto en 1359, cuando solo consiguieron apoderarse de las ciudades bizantinas en Europa. El nuevo cerco de 1394 sume a la ciudad en la hambruna más absoluta. Paradójicamente, son los mongoles de Tamerlán quienes, indirectamente, salvan Constantinopla, derrotando al sultán turco Bayaceto el 1402 en la batalla de Ankara. Nuevo asalto turco en el 1411 y nuevo fracaso. Y otra vez en el 1422, Murad II vuelve a probar suerte. Fracasa, pero no por méritos propios, sino porque en su retaguardia ha estallado una rebelión que algunos, dentro de Bizancio, consideraron milagrosa. Pero se engañaban. Constantinopla se había salvado por última vez aunque los turcos lograron hacerse con los Balcanes. Y llegó 1453.

El nuevo cerco de la capital imperial

En ese momento, la ciudad se encontraba arruinada y empobrecida, nada quedaba en ella de los antiguos fastos imperiales y del lujo y la riqueza que en otro tiempo la habían aureolado. La devastación de 1204 se lo había llegado todo. Dentro mismo de la ciudad, solares y patios de edificios públicos se utilizaban como huertos, las vacas incluso pastaban en los jardines del palacio real que, por lo demás, se utilizaban como cementerio. Esto ya indica el estado en el que se encontraba la corte. Apenas vivían en la capital unas 50.000 personas de las cuales, entre un 15 y un 20% debían ser extranjeros. Ya no existían grandes avenidas pobladas con estatuas de los grandes hombres del pasado; tan sólo quedaban las peanas vacías y los palacios de piedra y mármol habían dado paso a cabañas de madera. Eran raros los que podían permitirse un vestido en condiciones, quizás solamente los cambistas, comerciantes y marinos que tenían contacto con otros puertos. Constantinopla había perdido, en un lento goteo, a sus élites que, desde el siglo XIII, preferían trasladarse a las provincias occidentales y, cuando estas se perdieron, su diáspora les llevó incluso hasta Portugal. Lo que habían dejado atrás era una ciudad fantasma cuyos habitantes vivían la realidad de otro tiempo y se obstinaban en sus pasados laureles y en el poder de la fe para convencerse de que podrían resistir a los turcos.

Pocos personajes hay en la historia que hayan suscitado tantas polémicas como Mahomet II, denostado como infame criminal por su detractores, capaz de matar a su hermano y redactar una ley que permitía a los gobernantes asesinar a todos sus parientes para evitar conflictos de sucesión. Con estos antecedentes, resulta difícil para sus defensores sostener que se trató de un gobernante ponderado, intelectualmente capaz y estratega brillante. Es posible que fuera lo uno y lo otro. La cuestión es que su figura no deja indiferente a los historiadores. Este personaje se hace cargo del sultanato en 1451 y en su mente tiene una idea fija, casi una obsesión: conquistar, de una vez por todas, Constantinopla. Para ello cuenta con un arma nueva y definitiva: el cañón. Y sabe emplearla. Tienen razón los que dicen que es un hábil diplomático. Negociará tratados comerciales con Venecia, evitando así que, a la hora de la verdad, se comprometiera en la defensa de la ciudad, como otras veces había hecho. ¿Por qué le interesaba Constantinopla? No seguramente por sus tesoros –que ya no existían-, ni por los tributos que podían pagar sus ciudadanos –empobrecidos y limitados-, sino por su valor estratégico y también, seguramente, por que ansiaba el poder y la gloria. ¿Y qué mejor laurel que conquistar la ciudad que un día fuera la más populosa del orbe. Los sultanes anteriores a Mahomet II, habían intentado saquear la ciudad, pero cuando comprobaron que el esfuerzo a emplear era superior a los beneficios a obtener, desistieron. Mohamet II albergaba un plan más ambicioso: convertir la ciudad en la capital de su Imperio. Y con esta idea se planto ante los muros de Constantinopla en abril de 1453.

Frente a él tenía a un adversario notable. Constantino el Grande estaría en el origen de la ciudad y del Imperio Romano de Oriente y otro Constantino, el XI, último de los paleólogos, estuvo al frente de la ciudad en su fina. Nacido en el Peloponeso y formado en el neoplatonismo, era todavía un joven cuando había conquistado la península de Morea y el ducado de Atenas. Fue soldado antes que emperador, y sólo abandonó las armas el tiempo suficiente para ser consagrado emperador. Cuando advirtió movimientos en las tropas de Mohamet II, supo inmediatamente el peligro que corría; almacenó todos los víveres que pudo encontrar, reforzó las defensas y buscó apoyos. Pero sus llamamientos a Occidente cayeron en saco roto. Bizancio les parecía muy lejano a los reinos cristianos que, en ese momento estaban sufriendo profundas transformaciones que culminarían en la formación de los Estados Nacionales y en una mayor concentración de poder. Con Constantino XI se percibe de nuevo el fuste de la raza de los césares que construyó la grandeza de Roma. Lamentablemente, el gran emperador había llegado demasiado tarde, cuando Constantinopla era demasiado débil y su adversario estaba en su mejor momento.

La ciudad estaba defendida por una mítica muralla que había acababa de cumplir mil años. Edificada por Teodosio II, las obras habían comenzado en el 412 y se prolongaron hasta el 447. Ciertamente, la muralla había sido restaurada y reconstruida en algunos tramos, pero no difería en gran medida de la originaria. Se prolongaba por espacio de seis kilómetros y estaba compuesto por una doble muralla a la que se unía un foso con parapeto de casi 20 metros de ancho. Se decía que la vista de ese foso era suficiente para desanimar a los sitiadores ante la imposibilidad de cruzarlo. Tras el foso se encontraba una franja despejada de 15 metros de anchura hasta llegar a las murallas. La primera estaba constituida por muros de 2 metros de ancho y 8 de alto. Cada 75 metros había un torreón fortificado. Tras esta sistema defensivo, se abría otra franja despejada, de 18 metros de anchura, que terminaba en la segunda muralla, compuesta por paredes de 5 metros de ancho y 13 de alto reforzada con un centenar de torreones (uno cada 60 metros) de 15 metros de altura. El sistema de construcción de las partes superiores de los muros (formados por adoquines, argamasa y ladrillos) estaba estudiado para que los cañonazos o las piedras de las catapultas destruyeron sólo los puntos en los que impactaban, pero no debilitaran las zonas adyacentes. Los 13 kilómetros de costas estaban defendidos por una muralla de 12 metros de altura y 300 torreones. No es raro que los musulmanes se hubieran estrellado en media docena de ocasiones.

Mahomet II era un decidido partidario de incorporar nuevos aumentos a su ejército. Hasta ese momento el cañón se había utilizado esporádicamente en algunos combates, pero nunca como elemento táctico. Mahomet II utilizó diestramente la artillería en el sitio de Constantinopla y dispuso de 12 grandes cañones que dispararon en total un promedio de 120 balas por día a lo largo del asedio. La mayor de estas piezas, pesaba 9 toneladas y debió trasladarse desde Adrianápolis (donde fue diseñado y fundido por el húngaro Orbón que había intentado antes vender sus servicios a Bizancio) hasta Constantinopla, arrastrado por 15 yuntas de bueyes y un centenar de soldados.

Los artilleros otomanos concentraban el fuego de las piezas en determinados paños de la muralla, apuntando en las partes más bajas. Cuando, ésta estaba horadada, elevaban el tiro para abrir una brecha vertical, hasta que se producía un derrumbe. En ese momento, debían acudir tropas bizantinas para taponar el asalto y, paralelamente, era preciso movilizar más efectivos para reconstruir como se pudiera el paño destrozado. Esto no hubiera supuesto un grave contratiempo si no hubiera sido por que la ciudad apenas había podido movilizar 8.000 soldados para asegurar su defensa. Excesivamente poco para ocupar los 475 torreones y mucho menos para afrontar un asalto tácticamente brillante. Se desconoce exactamente el número de combatientes otomanos, pero se estima que no debieron ser manos de 100.000 ni más de 200.000.

Además de la artillería, los otomanos contaban con 400 galeras de combate. Buena parte de la ciudad daba al mar y, por tanto, lo adecuado era contar con una flota capaz de neutralizar cualquier peligro llegado del mar. Pero Constantinopla apenas contaba con 28 galeras y una cadena de hierro, tendida de orilla a orilla de la entrada del puerto, el Cuerno de Oro.

Los refuerzos que llegaron fueron insuficientes, aunque valerosos. Giovanni Giustiniani Longo, genovés, había llegado con 700 combatientes. Pero los genovesas, propietarios de Gálata (junto a Constantinopla), se negaron a apoyarles y prefirieron pagar tributo al sultán. Sin embargo, el ejemplo de Longo sirvió para que algunos habitantes de Pera y genoveses que se encontraban en ciudades vecinas, se sumaran a la defensa. Un pequeño contingente veneciano, dirigido por Gabriel de Treviso y Alviso Diego, al igual que el cónsul catalana-aragonés, Pere Juliá y algunos marinos catalanes se unieron a la defensa en la muralla de Mármara, así como don Francisco de Toledo, noble castellano, primo del emperador. Todos estos efectivos y las tropas bizantinas fueron colocados en el muro exterior para intentar frenar el primer ataque, mientras en la segunda muralla se colocó un número menor de soldados encargados de manejar más catapultas.

Los primeros ataques

El 2 de Abril de 1.453 las vanguardias turcas plantas sus tiendas ante las murallas de Constantinopla. Algunas unidades bizantinas salen a su encuentro, pero cuando comprueban la desproporción de efectivos, vuelven grupas y regresan a las defensas. Tres días después llega el sultán y establece su estado mayor a quinientos metros de la muralla. El 6 de Abril, Mahomet II envía emisarios a la ciudad para exigir la rendición. Al día siguiente comienza el asedio con un cañonazo sobre la puerta de San Romano, en lo que se consideraba la zona más débil de la defensa. A esa zona se desplazaron los genoveses de Giustiniani para reforzar la defensa y en esa zona permanecerían a lo largo de todo el asedio.

La barbarie del asaltante se demostró el día 9 de abril, cuando el sultán ordenó empalar a algunos prisioneros en un lugar bien visible por los defensores. Era la forma de recordarles el castigo que les esperaba de proseguir la lucha. Y también una prefiguración de lo que vendría. Pero este acto de barbarie primitiva no arredró a los defensores. Todos los ciudadanos bizantino, durante las noches, contribuyeron a la defensa, llenando sacos terreros y obstruyendo con ellos los huecos abiertos por la artillería otomana en las murallas.

Cuando Mahomet II juzgó que los paños de muralla situados en torno a la puerta de San Romano se encontraban ya muy deteriorados, ordenó un primer asalto. Algunos historiadores describen aquel envite con tintes apocalípticos. Los otomanos, haciendo sonar trompas guerreras y tambores, se lanzaron gritando, entre enloquecidos y exaltados, al asalto. Gustiniani y sus genoveses defendieron durante todo el día el sector, mientras Constantino se desplazaba de un lado a otro de la muralla, temiendo lo que la lógica militar hubiera impuesto: el que los otomanos lanzaran ataques simultáneos en otros puntos. El error de concentrar fuerzas en un solo sector, permitió que la defensa fuera eficaz y al caer el sol, los otomanos terminaron por retirarse dejando varios miles de muertos ante los muros. Esta victoria, así como la batalla naval que tuvo lugar, dos días después, y que permitió que cuatro buques llevaran provisiones a la ciudad, hizo pensar a los defensores que la victoria era posible. Pero no lo era.

A poco de comprobar la derrota de sus naves, Mahomet II, optó por bombardear a la flota bizantina y desplazar el peso del ataque en el mar y evitar las dificultades que acarreaba el intentar traspasar la cadena que cerraba el acceso al Cuerno de Oro. Para ello, construyó un camino de madera que bordeaba el barrio genovés de Pera, por el que se podían deslizar con facilidad los buques otomanos. Concluido el camino, en pocos días se deslizaron setenta barcos otomanos que atraparon a la flota bizantina entre dos fuegos. La zona que, hasta ese momento se consideraba segura y bien protegida, había dejado de serlo. La muralla del mar se había convertido en otro frente de combate que obligaba a los bizantinos a dilatar aún más a sus escasos defensores. Ahora bien, esta victoria de Mohamet se había debido a dos factores: la colaboración de ingenieros italianos que diseñaron el camino de madera y la neutralidad de la abundante colonia genovesa de Pera que, al permanecer neutral sentenció la suerte de la capital. En mayo las cosas se pondrían aun peor.

El emperador pensó en abandonar la ciudad e intentar reunir tropas en la península de Morea para contraatacar, pero, finalmente, cuando la situación se tornó irreversiblemente adversa, optó por quedarse en la plaza y seguir el destino del resto de combatientes y ciudadanos. Los bombardeos sobre la muralla prosiguieron, el contraataque de los marinos venecianos fracasó y el propio almirante Giuseppe Coco murió en el intento. A partir de ese momento, los marinos venecianos abandonaron sus barcos y se integraron en la defensa de la ciudad. Nuevos ataques lanzados sobre la zona de la Puerta de San Romano, alcanzaron una violencia inusitada. Los atacantes escalaban la montaña de cascotes, sacos terreros, barriles y vigas que sustituía a la muralla exterior destrozada por tres semanas de cañonazos. Otro ataque en la zona de Blaquernas que fue rechazado a pesar de que, también en este sector, la muralla empezaba a estar extremadamente deteriorada. Las pérdidas otomanas empezaban a ser preocupantes.

Era evidente a estas alturas que Mahomet II intentaba concentrar los ataques en dos zonas, la de la Puerta de San Román y, por extensión, todo el sector del Mesoteichion, y la zona de Blaquernas. A mediados de mayo, en estos tramos, el primer muro defensivo estaba muy debilitado, a pesar de que los bizantinos habían conseguido obturar los huecos. Para colmo, en Blaquernas se detectó que los otomanos estaban cavando una mina bajo la puerta Caligaria. En los días siguientes otras minas fueron localizadas en otros puntos. Sin embargo, el riesgo fue conjurado por la audacia del megaduque Lucas Notaras que consiguió cavar túneles contraminas. La táctica consistía en aproximarse al túnel adversario y obturarlo con pólvora, o bien inyectar agua o humo. Las torres de asalto utilizadas por los otomanos fueron, así mismo, destruidas mediante barriles de pólvora. Los asaltantes utilizaban estas torres para proteger a los soldados que intentaban arrojar escombros y pasarelas sobre el foso situado ante la primera muralla.

El fracaso de las minas, la destrucción de las torres de asalto y la imposibilidad para la flota otomana de superar la Cadena de Oro, unido a las altas pérdidas que estaban sufriendo los atacantes, indujeron a Mohamet II a enviar una embajada a la ciudad con la propuesta de perdonar la vida del Emperador y de sus defensores a cambio de un tributo de sumisión. Pero el tributo era tan alto que hubiera resultado imposible de cubrir. Así que Constantino IX respondió que, tanto él como los habitantes de la ciudad, estaban dispuestos a morir. Y así era, porque el barco enviado para comprobar si llegaban refuerzos venecianos, solamente había regresado para anunciar que no habría apoyo de Occidente, la ciudad estaba sola y debería afrontar su destino. Los marinos enviados, regresaron conscientes de que volver implicaba necesariamente morir.

Cuando la luna entre en cuarto menguante…

Una antigua profecía aseguraba que la ciudad jamás caería mientras la luna estuviera en cuarto creciente; al día siguiente de difundirse la noticia de que la ciudad no recibiría ayuda, la luna estaba en plenilunio, al día siguiente se iniciaba el cuarto menguante. Por si estos sombríos presagios fueron poco, en la noche del 25 de mayo se produjo un fenómeno todavía no explicado; un extraño resplandor y lo que ha sido definido como “extrañas luminosidades”, fue visto por todos. Los otomanos lo interpretaron como signo de victoria y otros como presagio de que el Imperio estaba viviendo sus últimos momentos. Pero las cosas tampoco iban excesivamente bien para los otomanos; habían aparecido síntomas de cansancio. En mes y medio de asedio, solamente habían conseguido destruir algunas zonas de la muralla y esto a costa de elevadísimas pérdidas. Así pues, también para Mohamet II, la situación era acuciante y decidió que era hora de jugársela el todo por el todo y lanzar un asalto final con todas las reservas disponibles.

Los preparativos de este asalto, no pasaron desapercibidos del lado bizantino y los defensores de la ciudad se prepararon para el final. Toda la ciudad asistió a los que presentían iban a ser los últimos oficios en Santa Sofía. El 29 de mayo, con la luna en cuarto menguante, tal como pronosticaba la profecía, Mohamet II inició el ataque, en plena noche, mucho antes de que despuntara el sol.

Los atacantes no eran sólo otomanos, la vanguardia estaba formada por mercenarios reclutados en los Balcanes, pero también había alemanes e italianos, atraídos por la paga y la peripecia de un seguro botín. Tras ellos, para asegurar su fidelidad, los jenízaros, seguían su ataque con la orden de eliminarlos si intentaban desertar. Se trataba de una fuerza militar extremadamente desorganizada y que quizás, hubiera resultado efectiva ante defensas más modestas o en combates en campo abierto, pero no, desde luego, ante las murallas de Constantinopla. Aunque los defensores estaban extremadamente debilitados, cansados, muchos de ellos heridos, y el primer cinturón defensivo en la zona de San Romano, no era más que un montón de ruinas, el ataque logró ser neutralizado. En esta ocasión, Mohamet II, multiplicó ataques en otros puntos, con la intención de que no pudieran ayudar a Giustiniani y a sus combatientes. La estrategia consistía en irlos debilitando progresivamente, para, más adelante, concentrar allí el ataque final.

A poco de ser rechazado el primer (y desorganizado) ataque, Mohamet II lanzó el segundo, cuando aún no habían terminado de retirarse los mercenarios, cuya indisciplina y desorganización, contrastaba con la férrea disciplina de los anatolios que lo protagonizaron y que aspiraban a ser los primeros que entraran en la ciudad. Aún no había amanecido cuando los anatolios cargaron. Una vez más, los defensores resistieron, pero cuando los atacantes estaban a punto de retirarse, un providencial cañonazo derribó un paño de muralla lo que les animó a avanzar de nuevo. Se combatía sobre las ruinas y algunas unidades lograron penetrar en el recinto, pero, al cabo de una hora, el ataque consiguió ser rechazado a costa de pérdidas irremplazables del lado bizantino y de cientos de muertos en el turco. En ese momento, Mohamet II comprendió que rozaba el fracaso, así que dispuso el asalto de la única fuerza de choque que le quedaba intacta, los jenízaros. Estos, recibieron la orden de atacar la Puerta de San Romano.

Este asalto consiguió aproximarse a la muralla y tender escalas. Una tras otra fueron derribadas, pero la línea de resistencia iba debilitándose progresivamente. Constantinopla jamás hubiera caído si sus efectivos militares hubieran contado con cinco mil combatientes más, pero la precariedad de efectivos hacía que cada baja contara como quince de los atacantes. Y, además, estaba el cansancio de los defensores. Como en todo combate, los mejores y más arrojados no tardan en morir. En esa jornada, Giovanni Giustiniani, que había soportado durante mes y medio de ataques, espada en mano, fue finalmente herido por un jenízaro y obligado a retirarse. El Emperador Constantino intentó en persona reforzar la posición, pero cuando los soldados de Giustiniani advirtieron que su capitán había resultado herido (evacuado a Chíos ese mismo día, moriría dos semanas después a causa de estas heridas), se desmoronaron justo en el momento de más intensidad de la lucha. Unos desertaron, otros abandonaron momentáneamente las defensas, y los hubo que, por lealtad, prefirieron no abandonar a su capitán, acompañándole en la evacuación. Ahora sólo quedaban bizantinos en los torreones. Pero la defensa se había hecho imposible.

Bruscamente, los defensores observaron que la bandera turca estaba encima de los torreones de Blaquernas. La vista de la bandera de la media luna ondeando sobre la muralla, enardeció a los atacantes y terminó por desmadejar la defensa bizantina. Solo Constantino, el castellano Francisco de Toledo y un grupo de soldados de su guardia, se abalanzaron sobre Blaquernas para conjurar el peligro. Les parecía imposible que los turcos hubieran conseguido tomar la zona. ¿Qué había ocurrido?

En la muralla de Blaquernas, antiguamente existía una pequeño hueco, que ocasionalmente se había utilizado como vía de huida en caso de emergencia. Dado el riesgo que conllevaba esta “abertura” en la defensa, hacía siglos que estaba tapiada. O quizás fuera por que una profecía aseguraba que por allí penetrarían quienes doblegarían a la ciudad. Durante el asedió, se volvió a utilizar la puerta para lanzar ataques por sorpresa, pero las pérdidas fueron demasiado elevadas y el adversario excesivamente numerosos como para que operaciones de “comando” pudieran debilitarlo sensiblemente. Durante el mismo 29 de mayo, durante el ataque, por esa puerta salieron algunos combatientes que regresaron pronto ante la imposibilidad de obtener éxitos apreciables; es posible que, o bien, los jenízaros siguieran en su retirada a estos bizantinos, o bien supieran de la abertura por una traición. El caso es que por allí penetró un pequeño contingente jenízaro que, ante la dispersión de los defensores, no encontró problemas en ascender a uno de los torreones y desde allí hacer ondear la bandera otomana que se vio desde el frente de San Romano. Sea como fuere el efecto fue demoledor y, aunque el grupo de jenízaros que habían penetrado era minúsculo y hubiera podido ser barrido sin dificultad, en las circunstancias que se estaban dando, suponía un tremendo golpe psicológico. Constantino, Toledo y sus soldados, al ver que lo ocurrido no revestía especial gravedad en ese sector, decidieron volver a la Puerta de San Romano, pero en los minutos que transcurrieron entre estos desplazamientos, ya se había operado el desastre. Los jenízaros dominaban las posiciones y los defensores habían sido destrozados, estaban heridos de gravedad o habían huido pensando que los turcos habían penetrado ya en la ciudad.

Comprendiendo la situación, Constantino, acompañado por Francisco de Toledo, y sus soldados, se despojó de sus insignias imperiales, tomó la espada y cargó, codo a codo, con sus soldados. Nadie sabe exactamente como murió, pero existe la certidumbre de que fue afrontando a los jenízaros ante las ruinas de San Romano. Mohamet II no consiguió identificar el cadáver del Emperador y, una vez más, proliferaron los rumores sobre si había conseguido huir para proseguir la resistencia desde Morea. cargan contra los turcos. Fue la última carga cristiana en Constantinopla. Uno de los episodios más nefastos en la Historia de Europa estaba a punto de consumarse. Quedaba el saqueo de la ciudad.

Se combatió barrio por barrio, calle por calle, casa por casa. Solamente unos pocos defensores consiguieron alcanzar las galeras venecianas y huir, mientras los turcos abrían los portones de la muralla y se desparramaban por el interior de la ciudad. Ese día perdieron la vida entre 3.000 y 4.000 bizantinos. Los catalana-aragoneses que defendían el Palacio imperial continuaron combatiendo hasta la muerte. El cónsul Pere Juliá, fue ejecutado, junto a sus últimos soldados. Los soldados que cayeron presos fueron, así mismo, asesinados, los otomanos solamente perdonaron la vida a unos pocos notables capaces de pagar su libertad y esclavizaron al resto. Cuando anochecía, Mahomet II penetró en la ciudad, ordenó que los edificios públicos y el palacio imperial fueran respetados y, luego, autorizó el saqueo de la ciudad. Sus tropas se vieron decepcionadas. En aquel momento ya quedaba poco por saquear en Constantinopla, su larga decadencia la había desprovisto de riquezas. Santa Sofía fue convertida en mezquita (y lo seguiría siendo hasta ue Kemal Ataturk, la transformara en museo), los bizantinos supervivientes debieron abandonar la ciudad que fue repoblada con turcos. El historiado coetáneo de los acontecimientos, Juan Dlugoz, escribió: “Con las bibliotecas quemadas y los libros destruidos, la doctrina y la ciencia de los griegos, sin las que nadie se podría considerar sabio, se desvaneció."

Las poblaciones “romanas” (o rumís o rhomaíoi) dispersas, no encontraron obstáculos en proseguir con el culto ortodoxo. Como los mozárabes españoles, sus ritos fueron autorizados y adquirieron la condición jurídica de “protegidos” por el sultán, a cambio de pagar un tributo. Poco a poco, despreciados por la población otomano, en condiciones extremadamente desfavorables, asumieron su triste destino. Pero no desaparecieron. Los rumi subsistieron.

A lo largo del siglo XIX, con la descomposición del Imperio Otomano, Grecia y otras regiones recuperaron su independencia. A mediados de ese siglo, algunos intelectuales griegos hicieron todo lo posible por recuperar su identidad y su imperio perdido. Ioannis Kolettis y otro asumieron la “megali idea” (la gran idea, el gran proyecto) cuyo eje no podía ser otro que la recuperación de “sagrada polis” (Constantinopla):"No creáis que consideramos este rincón de Grecia como nuestro país, Atenas nuestra capital y el Partenón nuestro templo nacional. Nuestro país es el vasto territorio en el que se habla la lengua griega y la fe religiosa responde a la Ortodoxia. Nuestra capital es Constantinopla y nuestro templo nacional Santa Sofía, la que fue durante un milenio la gloria de la cristiandad".

Al certificarse el fin del Imperio Otomano, la República de Kemal Ataturk, Santa Sofía deja de ser mezquita y se transforma en un museo, la capital deja de ser Estambul (la vieja Constantinopla) para ser Ankara. Pero la República de Ataturk fue “nacionalista” y no permitió a los rumi expresarse. Hoy, sólo queda la pequeña iglesia de Panagia Mugliotissa, en un barrio hasta hace poco cristiano y desde hace veinte años invadido por islamistas. Allí aún se mantiene el complejo culto ortodoxo y quizás así siga durante unos pocos años. Cuando esta iglesuela cierre sus puertas, el último eco de Roma en Oriente, habrá concluido. Sin embargo, a despecho de todo pesimismo, un viejo proverbio rhomaíoi dice:

Un Constantino la levantó, un Constantino la ha perdido, un Constantino la tomará…”.

Europa sigue a la espera del futuro Constantino.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en Europa (III). De la crisis del Imperio Otomano a Kemal Ataturk

No a Turquía en Europa (III). De la crisis del Imperio Otomano a Kemal Ataturk

Infokrisis.- La Turquía moderna es el último subproducto de la desintegración del Imperio Otomano, cuyo final fue sellado y certificado por el turco más excepcional del siglo XX, Mustafá Kemal Ataturk. En esta nueva entrega de la serie sobre Turquía, abordamos la historia del Imperio Otomano, desde sus primeros pasos hasta la irrupción de Atatuk.

El Imperio Otomano: un imperio contra Europa

El Imperio Otomano se extendió entre 1299 y 1922, con un cenit indiscutible en el siglo XVI, cuando abarcó toda la península Anatolia, la zona de hoy conocemos como Oriente Medio, grandes extensiones en África del Norte, y territorios europeos que se prolongaban desde los Balcanes hasta el Cáucaso. Su historia había sido larga y atribulada y, a causa de su extensión, generó graves conflictos internacionales.

A mediados del siglo XIII, las incursiones de los mongoles presionaron sobre pueblos otomanos, haciendo que se desplazaran hacia el Oeste. El sultanato de Rüm, poblado por turcomanos, terminó partiéndose en varias fracciones, la mayoría tributarias de los mongoles; pero, una de ellas, situada en Anatolia occidental, poblado por turcos Oghuz y dirigido por Uthman I Gazi, se convirtió en el germen del futuro Imperio Otomano.

Setenta años después, en 1326, los turcos conquistaban Nicea que, hasta ese momento había pertenecido al Imperio Bizantino. Luego marcharon hacia los Balcanes y derrotaron a los cruzados en la Batalla de Nicópolis en 1396. Pero luego los turcos fueron batidos por los mongoles de Tamerlán en la Batalla de Angora y debieron esperar cincuenta años después para reconstruir su naciente Imperio. El impulso definitivo lo encuentran con Mehmed II, quien se apoderó de Constantinopla en 1453 y liquidó definitivamente el Imperio Bizantino. En 1529, Soleiman el Magnífico es derrotado a las puertas de Viena, pero los turcos lograron extenderse hasta Persia y Egipto logrando su máximo apogeo en 1683.

En realidad, la decadencia otomana se había iniciado en 1566 tras la muerte de Soleimán el Magnífico. El nuevo asalto perpetrado sobre Viena en 1683, supuso un revés que cortó definitivamente las aspiraciones turcas de islamizar Europa. Lo que va de 1683 hasta 1922, es la crónica de una irremisible y continuada decadencia que ni el disciplinado cuerpo de los jenízaros, ni la temible caballería Sipahi, lograron conjurar.

La interminable decadencia otomana

Debilitada la posición militar, a principios del siglo XVIII no quedaba más remedio para subsistir que utilizar la diplomacia y contar con la casta de comerciantes griegos para salvar la integridad del Imperio. Esta casta fraguó la idea de reconstruir la antigua grandeza griega y sustituir el Imperio Otomano por el Griego. Después de sucesivas insurrecciones y revueltas, finalmente, los griegos obtuvieron la independencia en 1823, aunque jamás pudieron vencer completamente a los otomanos y recuperar la grandeza perdida de Bizancio.

Estas derrotas cerraron a los otomanos en sí mismos. Sin embargo, la casta militar, educada en las escuelas militares occidentales, era consciente de que había que renovar y modernizar el país. Los militares protagonizaron constantes insurrecciones, levantamientos y golpes de Estado, muchos de ellos habían ingresado en distintas obediencias masónicas occidentales y buscaban implantar una democracia similar a las que se habían ido extendiendo por Europa a partir de la Revolución Francesa. A partir de entonces, Turquía fue llamado “el enfermo de Europa” (en la medida en que aún poseía dominios en los Balcanes). Si en esas fechas el Imperio Otomano no terminó hundiéndose fue gracias al apoyo británico. A lo largo de todo el siglo XIX, Inglaterra se apoyó en Turquía para cortar el acceso ruso a uno de los mares cálidos, el Mediterráneo.

Seis países habían surgido en la segunda mitad del siglo XIX como frutos de la descomposición del Imperio Otomano (Albania, Bulgaria, Grecia, Montenegro, Rumania y Serbia) que, en 1914 solamente disponía de la pequeña Tracia en tierra europea. En aquella época, los dos adversarios históricos de Turquía, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso, mantenían todavía una posición sólida. El primero aspiraba a extenderse por el valle del Danubio y abrirse paso hasta el Mar Negro, mientras que Rusia estaba ligada por lazos étnicos a las poblaciones balcánicas, no solo por la común raza eslava, sino por la religión ortodoxa. Rusia se encontraba encerrada en el espacio geopolítico por el control turco del Bósforo y los Dardanelos y aspiraba a tener acceso a los mares cálidos del sur y por las aspiraciones austro-húngaras sobre los Balcanes. La política rusa y la austro-húngara tenían pendiente un enfrentamiento que no habían podido resolver desde el desplome del Imperio Turco.

Turquía y la Primera Guerra Mundial

En las décadas previas a la Primer Guerra Mundial se habían creado dos sistemas de alianzas: de un lado la Triple Entente contituida por Francia, Inglaterra y Rusia, y de otro la Triple Alianza, constituida en 1882 por los Imperio Alemán y Austro-Húngaro y Serbia. Cuando Gavrilo Prinzip, un joven miembro de una sociedad secreta serbia –la “Mano Negra”- asesinó al heredero de la corona austro-húngara, Francisco José, en Sarajevo, la larga rivalidad se precipitó. Primero Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, pero, al salir los rusos en defensa de los serbios, la guerra se extendió también a Rusia, el 1º de agosto de 1914, la guerra prendió en toda Europa. En pocos meses se habían enzarzado en los combates treinta y dos Estados, de las cuales cuatro formaban en el bando de las “Potencias Centrales” (Austria-Hungría, Alemania, Bulgaria y el Imperio Otomano) y el resto (con Francia, Italia, Inglaterra, Rusia y EEUU) constituían el bando de los “aliados”.

Durante la guerra, los ingleses estimularon la insurrección de los pueblos árabes contra el poder otomano. Al acabar la guerra, con la derrota de los Imperio Centrales y del Imperio Otomano, el país cayó en la anarquía. Esa fue la hora en la que uno de los militares occidetalizados, Kemal Ataturk, esperó para imponerse sobre el caos. En 1924 abolió el Sultanato e instauró la República.

La irrupción de Kemal Ataturk

Mustafa Kemal “Ataturk” (“Ataturk”, literalmente, “padre de los turcos”) es, aun hoy, cuando su obra se ha visto desvalorizada por el ascenso islamista, como el fundador de la Turquía moderna. Había nacido en Tesalónica (región de la actual Grecia). Siguió la carrera militar que concluyó en 1905 siendo enviado a la guarnición de Damasco como primer destino. Ingresó en la asociación secreta militar “Vattan” (Patria) y se unió en 1907 a los “Jóvenes Turcos”, una asociación política reformadora. Cuando se produjeron las revueltas de 1908 y los Jóvenes Turcos derrocaron al sultán, Kemal pasó a ser uno de los hombres más prestigiosos del país. Participó en las operaciones contra los italianos cuando estos atacaron Libia, luego manda la guarnición de Gallipoli en Tracia y, poco antes de estallar la Guerra Mundial, es enviado a la embajada Turca en Sofía, la capital búlgara.

Ataturk tomó parte en los combates comandando la 19ª División, impidió el desembarco de ingleses y franceses en Gallipoli y, ya en 1915, había ganado fama de enérgico conductor militar y perfecto estratega. Con este prestigio fue destacado al Cáucaso en donde obtuvo victorias sobre el ejército ruso y luego, en Arabia Saudí, donde hizo frente a las revueltas y, más tarde, fue destacado a Palestina. Pero, en cada traslado, se volvía más escéptico sobre las posibilidades de recuperación del Imperio Otomano. Cuando en 1918 los otomanos firmaron la capitulación, nadie dudaba que Mustafá Kemal Ataturk jugaría un papel decisivo en los acontecimientos que sucederían. La derrota y el despedazamiento del Imperio Otomano exacerbó en muchos militares como él el virus nacionalista. Los griegos habían ocupado Izmir en 1919, y luego, junto a franceses y británicos, se hicieron con Bursa, Uçak y Nazilli.

En mayo de 1920 fue enviado al sultán Mehmed VI el Tratado de Paz que sería firmado en octubre del mismo año. El gobierno que había alejado a Ataturk de la capital para evitar que agitase contra las condiciones draconianas impuestas a Turquía en el tratado, aprovechó su presencia en Ankara para fundar un movimiento nacionalista. Los representantes del Parlamento Provisional decidieron aceptar lo inefable y ofrecer a Ataturk el cargo de presidente de la Asamblea Nacional, pero éste rechazó el ofrecimiento y se declaró en rebeldía. Proclamó que el Consejo Otomano y la dinastía eran traidores a la patria. Los griegos aprovecharon para lanzar una ofensiva que solamente resultó detenida por las fuerzas Ataturk en las puertas de Ankara. En septiembre de 1922, tras las victorias de Sakarya y Dumlupimar, Kemal reconquistó Izmir. Estas victorias forzaron a los aliados para reconsiderar el tratado de paz y elaborar otro que fuera más aceptable para la nueva Turquía que se insinuaba en el horizonte. En noviembre de 1922, el gobierno provisional abolió el sultanato y proclamó a Kemal Ataturk como presidente de la República. Pero Ataturk no pudo impedir que se consumara la pérdida de Siria, Palestina, Mesopotamia y Arabia.

El régimen de Ataturk

El régimen de Ataturk se basó en un partido único, el CHP o Partido Popular Republicano. Se suele atribuir a Araturk una voluntad de democratizar completamente el país, y se argumenta que no consiguió hacerlo a causa de las ingerencias de los países occidentales que instigaban a los movimientos reaccionarios. De lo que no hay muchas dudas es de que Ataturk era partidario de un régimen autoritario mucho más que de los regímenes democráticos a la occidental. No escondió jamás su admiración por la política soviética en los logros relativos a la independencia nacional y luego del fascismo italiano capaz de superar la grave situación de quiebra nacional que afectó a Italia tras la guerra. A partir de 1933 demostró en muchas ocasiones su admiración y buena disposición hacia la Alemania hitleriana. No fue un fascista clásico, ni mucho menos un comunista, aceptaba la propiedad privada y, la represión contra los opositores siempre fue limitada, pero no puede olvidarse que, bajo su gobierno, no se reconoció personalidad jurídica a la minoría turca y se inició se adoptaron medidas que supusieron un verdadero genocidio cultural.

El régimen inaugurado por Ataturk puede resumirse en seis principios: republicano, nacionalista, popular, estatista, laico y revolucionario. El mayor esfuerzo del gobierno de Kemal Ataturk consistió en “occidentalizar” Turquía o tratar de emular los estándares de vida occidental. Y esto era algo sorprendente en un país musulmán. El programa de Ataturk en este sentido podía definirse como una “secularización de la vida pública” que hasta ese momento había estado sujeta a las iniciativas de las autoridades religiosas y guiada por los principios coránicos. Si con Mehmet I se había iniciado una “europeización” del Imperio Otomano por la vía de la espada, con Ataturk la “europeización” se realiza por imitación. Clausuró las escuelas coránicas y sustituyó la Sharia por el código civil. La mujer turca resultó muy beneficiada por Ataturk. En 1934 se le dio derecho a voto y posibilidad de ser elegidas. Los imanes fueron elegidos por el gobierno y se sustituyó el calendario árabe por el gregoriano,

Se reformó la escritura, rechazándose los caracteres árabes por un alfabeto latino modificado que resultaba más fácil de aprender y reproducir; se prohibió el uso del fez para los hombres y del velo para las mujeres, se autorizó el uso del alcohol, y se adoptaron reformas sociales para integrar a la mujer en el mercado de trabajo.

En 1936, Turquía recuperó el dominio de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, cuando la salud de Ataturk ya empezaba a quebrantarse. En los últimos años se había convertido en un tabaquista empedernido y consumía cantidades ingentes de licor. En 1938, finalmente, falleció.

El tránsito de un Estado musulmán a una república laica no fue fácil. Los fundamentalistas religiosos terminaron por controlar el Partido Republicano Liberal, de oposición, y extendieron la protesta contra la occidentalización a todo el país. Ataturk no dudó en disolver este partido en 1930, cuando los regímenes autoritarios y de partido único ya se extendían por toda Europa. Hasta 1945, cuando Ataturk ya había muerto y se habían derrotado a los fascismos, Turquía no caminó decididamente hacia una democracia formal. El sucesor de Ataturk, Ismet Inönü, mantuvo a Turquía al margen de la Segunda Guerra Mundial y no declaró la guerra a Alemania sino dos meses antes de concluir el conflicto. En 1945, ingresó en NNUU y en 1952 en la OTAN.

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en Europa (II) La caída de Constantinopla en la leyenda

No a Turquía en Europa (II) La caída de Constantinopla en la leyenda

Infokrisis.- La caída de Constantinopla supuso un trauma para la cristiandad. El impacto psicológico de aquella derrota cristalizó en una serie de leyendas que todavía circulan hoy por el Mediterráneo Oriental. Las huellas de la caída de Constantinopla, lejos de haberse disipado, todavía están hoy mas vivas que hace quinientos cincuenta años. Hemos realizado una selección de estas leyendas, suficientemente ilustrativas para describir la mentalidad de aquellos tiempos.

Las leyendas dicen mucho más que el frío relato de los hechos históricos. El universo legendario nos dice mucho sobre lo que supuso para Occidente y, muy especialmente para Grecia, la caída de Constantinopla. Los griegos y muchos europeos, se negaron a creer que Constantinopla hubiera caído en poder de los turcos el 29 de mayo de 1453. Las leyendas y poemas que circularon en los años siguientes en Grecia denotaban esta incredulidad y aspiraban a una inmediata reconquista. En una de estas leyendas, un sacerdote estaba friendo unos peces cuando le comunicaron que había caído la capital de Bizancio. El sacerdote explicó que eso era tan improbable como que los peces que estaba cocinando saltaran del aceite hirviendo y volvieran al agua. Pero el milagro se produjo y esos peces, a medio freir, esperan, en una fuente de Constantinopla, que otro sacerdote termine de cocinarlos el día en que los griegos recuperen la ciudad. Otra tradición habla de que, cuando los turcos irrumpieron en el recinto de Santa Sofía, el sacerdote que oficiaba la misa logró huir con los objetos sagrados. Los turcos registraron toda la catedral sin lograr hallarlo. Y, dice la tradición, que cuando los griegos –cuando Europa- recupere Constantinopla, el sacerdote saldrá de su escondite y terminará la liturgia sagrada. Estas dos leyendas, urdidas a finales del siglo XV, demuestran las esperanzas que se forjaba Europa de recuperar, en breve, los territorios ocupados por los turcos. Otra vieja tradición cuenta que al caer Santa Sofía, los griegos desmantelaron el altar mayor de la catedral y lo embarcaron rumbo a Occidente. Pero al adentrarse en el mar, el casco del navío se abrió y el altar se perdió en el mar. Se dice que en el lugar donde ocurrió el episodio, en el mar de Mármara, las aguas siempre están tranquilas. El altar espera para reaparecer, el día en que se libere a la ciudad del poder turco y pueda volver a cantarse misa en Santa Sofía. Otra vieja leyenda bizantina es similar a las que circularon en todo Occidente sobre el “rey perdido”, no muerto, pero sí desaparecido que espera la hora del combate final contra las fuerzas del mal para retornar de su exilio. Se decía, por ejemplo, que Constantino XI Paleólogo no murió en la defensa de Constantinopla sino que, cuando estaban a punto de derrumbarse las defensas, un ángel salvó el emperador y lo deposito en una cueva, desde donde espera el momento para liberar por la fuerza de sus armas, la ciudad sagrada.

Lo realmente sorprendente es que los otomanos del sultán Mejmet II, aspiraban a ser los verdaderos herederos del Imperio Romano, del cual, su continuación en Oriente, era el Imperio Bizantino. Mejmet II aspiraba incluso a conquistar Roma y reunificar el antiguo imperio. La muerte le impidió desarrollar este ambicioso proyecto. Además, creían que bajo la cúpula de Santa Sofía se encontraba la tumba de un sobrino de Mahoma. Una tradición islámica afirmaba que, cada vez que los bizantinos abordaban la construcción de la cúpula de Santa Sofía, ésta se desplomaba. La calidad del mortero utilizado solamente podía mejorarse utilizando la saliva del Profeta. Enviados unos mensajeros del emperador para traer a Constantinopla, la saliva de Mahoma, éste accedió a entregársela, argumentando que algún día aquella iglesia se convertiría en mezquita.

Durante siglos se había considerado a Constantinopla como dotada de murallas inexpugnables y temibles defensas reforzadas por el famoso “fuego griego”. Se creía que Dios y la Virgen María habían participado en la construcción de estas defensas y que la ciudad estaba protegida por los Cielos. A pesar de que, a mediados del siglo XV, el Imperio Bizantino había perdido todo su esplendor y se encontraba reducido a la mínima expresión, el impacto que causó su caída en Occidente fue tremendo. Aquel episodio histórico marcó el fin del medievo europeo y el inicio de la Edad Moderna (que en España se retrazó hasta la toma de Granada). Se iniciaban dos siglos en los que Europa debería mirar a sus fronteras del Sureste permanentemente amenazadas por las vanguardias otomanas, incluso después de la victoria de Lepanto.

La caída de la ciudad fue particularmente lamentada en el antiguo Reino de Aragón, que había enviado una guarnición catalana a Constantinopla, al mando de Peré Juliá, el cual fue ejecutado por los turcos. Otros catalanes residentes en la ciudad sufrieron el mismo destino, como el cónsul Joan de la Via y su familia. La caída de Bizancio solamente tuvo una consecuencia positiva para Occidente. Muchos intelectuales bizantinos lograron huir de los saqueos y las destrucciones y alcanzar las ciudades italianas desde donde trajeron documentos y conocimientos de la antigua filosofía griega, neoplatónica y alejandrina y ejercieron como profesores de griego, realizando las campañas que estuvieron en su mano para organizar una campaña que liberara a la ciudad. No es por casualidad que el Renacimiento irrumpió en Italia al cabo de unas décadas y que, en particular, floreció el humanismo mágico gracias al redescubrimiento de la antigua filosofía griega.

Pero esta fue la única consecuencia positiva. A cinco siglos de la caída de Constantinopla, estas leyendas nos dicen mucho sobre lo que supuso éste acontecimiento histórico. En Grecia estas leyendas todavía circulan y existe la sensación de que Turquía es una nación usurpadora, creada sobre el expolio del Imperio Bizantino. En países como Bulgaria, subsiste el rechazo a todo lo que es turco y en los países eslavos “el turco” sigue siendo hoy el adversario que fue ayer. Parece como si quinientos cincuenta años de historia no hubieran podido cambiar mucho las ideas anidadas en la psicología profunda de las poblaciones. Y es que la brutalidad de la ocupación de Bizancio y la represión que siguió grabaron a fuego en la mentalidad de las poblaciones, el rechazo a todo lo que procede de Turquía.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

No a Turquía en Europa (I). Rasgos del conflicto

No a Turquía en Europa (I). Rasgos del conflicto

Infokrisis.- Iniciamos una serie de quince artículos sobre Turquía y la Unión Europea. Consideramos que Turquía es el "caballo de Troya" que pretende introducir EEUU en la UE para hacer inviable la construcción de una Europa unida, libre, fuerte e independiente. Consideramos que la entrada de Turquía en la UE desequilibraría, no solamente a esta institución, sino a todos los países miembros y a la sociedad europea. Consideramos, finalmente, que, en el momento actual, este es el problema más grave que afronta la UE.

Robert Kaplan en su obra “Rumbo a Tartaria”, describe la impresión que le causó su visita a la sede del Partido de la Virtud, precedente del Partido de la Justicia y el Desarrollo del actual primer ministro turco Tayyip Erdogan. A pesar de que se trate de un partido islamista moderado, Kaplan quedó convencido de su vocación modernizadora. Todos los partidarios de considerar a Turquía como “país europeo”, integrable en la Unión, parten de este análisis: “Si, creo que Erdogan tiene vocación modernizadora, lo cual no es óbice para que se defina como islamista moderado”. En Occidente tenemos tendencia a considerar que cualquier tendencia “modernizadora” que aparece en un país de mayoría islámica, tiene que ser, forzosamente, laica. Erdogan y su partido ha demostrado que era posible conjugar Islam y modernidad. ¿Lo ha demostrado, en realidad? No estamos completamente seguros.

Es cierto que Erdogan se ha ido moderando con el paso del tiempo. El Erdogan que inicia su carrera política junto a Necmettin Erbakan, no es el mismo que termina rompiendo con su maestro. Por lo demás, se trata de un islamista ilustrado, educado por el Sheik Kotku, de la orden Nakshibandi Kotku, en una moral muy similar a la calvinista, para la que la rectitud moral es el requisito indispensable para obtener el éxito económico y social. Kotku reconocía que la modernización del país era necesaria e inaplazable y supo transmitir esta idea a su alumno.

El programa político de Erdogan

Las ideas de Erdogan son extremadamente simples, pero no por ello menos eficaces: Turquía tiene necesidades de desarrollo y estabilidad interior y esto implica una aproximación a la Unión Europea, la única institución capaz de salvaguardar ambos objetivos y absorber los excedentes demográficos del país. La democracia, a diferencia de en Europa, un fin en si mismo, sino el medio para alcanzar estos dos fines. Sin democracia no hay “Europa” y sin Europa no hay desarrollo. Pero Europa mantiene prevenciones ante el islamismo, así pues hay que actuar con cautela. Por otra parte, la clase política turca está desprestigiada; para que pueda volver a recuperar credibilidad debe de pasar por un proceso de moralización.

El Islam ofrece la posibilidad de que cada miembro de la clase política se rearme personalmente; no se trata de que el Estado sea “islamizado” sino que lo sean sus servidores y, en especial, la alta clase política. El Estado no debe cambiar su orientación laica, lo que debe cambiar es la orientación de su clase política. Lo que se defiende no es una forma de laicismo, sino de las raíces culturales islámicas de Turquía que deben quedar salvaguardadas por encima de todo y ser compatibles con los dos objetivos propuestos (“Desarrollo” y “Europa”). Si Erdogan consigue engarzar democracia e Islam habrá conseguido realizar la “piedra filosofal”. Demostrará que su ejemplo es transferible a otros países del “dorsal islámica”.

Democracia e Islam, ¿compatibilidad o “takiyye”?

En la actualidad no existe ni un solo país de mayoría islámica en el que la democracia haya logrado instalarse. Desde la Segunda Guerra del Golfo (1989-90), se ha sostenido la idea de que la implantación de la democracia en un solo país islámico, arrastrará al resto en esa dirección. Se ha intentado en Afganistán, en Irak, en Palestina, en Marruecos… pero los resultados han sido completamente nulos. Hoy, en el año 2006, sigue sin existir ni una sola “democracia islámica”. Además, toda la cadena de razonamientos que hemos expuesto es excesivamente optimista y voluntarista como para que pueda ser aceptada. Veamos…

A lo mejor resulta que no hay ningún país islámico democrático por que la democracia “a la occidental” es incompatible con el Islam. O puede que lo que para Occidente sea la mejor forma de gobierno, no se considere así en el mundo islámico. Y, en lo que se refiere a las ideas de Erdogan, existe cierto pragmatismo en su planteamiento, pero un Estado en el que su clase dirigente fuera islámica, aprobaría algún tipo de ley incompatible con el Islam. Evidentemente no. Así pues, lo que surgiría de su gestión sería un “Estado islámico” propiamente dicho y entre tal Estado y la legislación de la Unión Europea, tarde o temprano, surgirían contradicciones. Finalmente, tras los planteamientos de Erdogan –y de otras formaciones islamistas moderadas emergentes en buena parte de la “dorsal islámica”- ¿no estará la vieja práctica islámica de la “takiyye”, literalmente, el “disimulo”, consistente en ocultar las verdaderas intenciones hasta que se es lo suficientemente fuerte como para poner las cartas sobre la mesa? No se puede excluir que Erdogan sea el “gran disimulador” y que, en realidad, esté interesado solamente por desparramar cuarenta millones de turcos por la Unión Europea, ser el Estado mas poblado de la Unión, obtener un mercado de quinientos millones de personas, mientras que, paralelamente, en el Este lleva a cabo el proyecto agresivo de construir un “espacio panturco” y, para lograrlo, precisa tener detrás el peso de la UE. No puede excluirse, desde luego y, tal como veremos a lo largo de esta obra, esta duplicidad de la política turca (mendigando la entrada de la UE en el Oeste y propagando la idea panturca en el Este) es, como mínimo, preocupante.

México y Turquía

Ahora bien, en todo esto hay una cuestión de fondo, la única que cuenta en última instancia: ¿el Islam puede evolucionar hacia formas democráticas?, o, dicho de otra manera, ¿el Islam es compatible con la democracia? También intentaremos responder a esta cuestión. Vaya por delante que no somos muy optimistas en cuando a una respuesta afirmativa a estas dos preguntas. Y, respecto a todo lo demás, lo único que vale la pena decir ahora es que… Turquía es un país importante, pero no es un país europeo. Turquía es un frente avanzado del “conflicto de civilizaciones”, está situado en la frontera entre Europa y Asia y, por tanto, va a ser un país decisivo en las décadas venideras. Se trata de un país roto. Está demasiado próximo a Europa como para ignorar que el “sistema europeo” funciona de manera mucho más racional y eficaz que el “sistema islámico”… sólo que sus raíces son islámicas y no está dispuesto a renunciar a ellas. Está dispuesto, por el contrario, a renunciar a una parte de su historia –la que va desde Kemal Ataturk hasta Erdogan- pero no a su pasado “imperial”. En ese pasado, el Imperio Otomano dominó los Balcanes y buena parte del Sureste europeo. Una parte del alma turca, no es que se siente europea, sino que tiene la sensación de que Europa, al menos una parte, le pertenece. Decir que Turquía es un país desgarrado entre dos civilizaciones no es hacer exactamente honor a la verdad. Quizás el país más próximo a Turquía, sea México. Al igual que Turquía, México tiene unas señas de identidad propias, extremadamente acusadas en relación a su gran vecino. México, al igual que Turquía, no puede prescindir de tener una relación privilegiada con el “gran vecino”, al que se siente unido por una relación de amor-odio. Y, tanto para la población de Turquía, como para la de México, el “gran vecino” constituye una especie de imán para legiones de menesterosos que desean mejorar su situación. Europa en relación a Turquía y EEUU en relación a EEUU no pueden olvidar que la llegada masiva de inmigrantes, con una cultura diferente, pertenecientes a un grupo antropológico y cultural diferenciado, con fuertes señas de identidad, y unas diferenciales demográficas extraordinariamente altas en relación a las propias, es, a medio plazo, una amenaza. Y, en este sentido, resulta extremadamente significativo que el gran apoyo de Turquía en su pretensión de convertirse en miembro de la Unión Europea, sea, precisamente, el gran enemigo de la Unión, los EEUU e Inglaterra, y los gobiernos situados en su órbita. No son, desde luego, los mejores avales. Turquía puede ser el “caballo de Troya” introducido en la Unión, que la haga inviable y que, finalmente, liquide el proyecto europeo en beneficio del proyecto atlantista anglosajón.

Turquía, Caballo de Troya de EEUU

Huntington en su obra “Choque de Civilizaciones”, considera que para que un país en las circunstancias de México o Turquía, pueda aproximarse al “gran vecino”, deben de darse tres condiciones: que la élite del país sea partidario del acercamiento, que la población acepte que, necesariamente, ese acercamiento implica una modificación en su identidad y que, finalmente, el país anfitrión acepte tal aproximación. Ninguna de estas tres condiciones se dan en la actual situación: la población turca, tal como demuestran los contingentes de la inmigración turca en Alemania (y los de la emigración argelina en Francia o de la inmigración marroquí en España) quieren tener acceso a los escaparates del consumo europeos, pero no están dispuestos a modificar ni un ápice su identidad. Esto lleva, necesariamente, a la formación de guetos de población turca en Europa. En cuanto a la unanimidad de la clase política turca en su voluntad de acercamiento a la Unión, es también cuestionable. Esa unanimidad no existe e, incluso, entre los que aceptan el acercamiento hay buenas razones para pensar si no se trata de mero “disimulo”, mucho más que convicción profunda y arraigada.

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es