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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

El Misterio de la Catedral de Barcelona. Los tres templos

Infokrisis.- Enunciamos por primera vez en esta obra la llamada teoría de los tres santuario o de los tres templos que luego, más adelante, intentaremos completar. Se trata de una doctrina central de la tradición hermética que ha sido enunciada en formas muy diversas por distintas escuelas. Se da la circunstancia de que en Barcelona no ha existido una sola catedral, sino tres: la actual, la pre-románica y la romática, lo que permite aportar algunos datos históricos a efectos de información que apenas interferirán con nuestra exposición de los temas esotéricos de la Catedral.

 

El misterio de la Catedral de Barcelona
Primera Parte
Capítulo III
LOS TRES TEMPLOS
Corazón, Cabeza y Vientre



Antes hemos dicho que Barcelona es la ciudad de las tres Catedrales. Pero hay otros tres templos. No están en la ciudad. Están en tu interior. En ellos reside el Ego y, a partir de ellos, prospera y se proyecta.

En el siglo XII, el rabino Moisés de León compiló hacia 1280 el llamado "Zohar", comentario y desarrollo del "Sepher Yetzirah", el "Libro del Esplendor": pero la tradición khabalística atribuía dicho libro a una inspiración muy anterior. El "Zohar" es un comentario místico al Pentateuco y en él se alude a los tres templos utilizados por el Ego que el khabalismo sitúa en la cabeza, el corazón y el hígado. En el primero anida la mente dualista, en el corazón las emociones y los sentimientos egóticos, y en el hígado la instintividad. Estos tres santuarios precisan purificación; deben ser derribados para construir sobre sus cenizas tres nuevos templos. ¿Acaso no se refirió Cristo a que era capaz de destruir el Templo y reedificarlo en tres días? Desde tiempos muy antiguos, la Iglesia gustó de utilizar el simbolismo constructivo: Cristo es, al mismo tiempo, la piedra angular y la piedra maestra, y San Pablo dice a sus fieles "Sois el Templo de Dios vivo"... ejemplos todos de que la alegoría de la "construcción del Templo" no debe ser tomado solo en un sentido físico sino en su proyección interior.

Barcelona, por azares del destino tuvo, como cada uno de nosotros, tres Templos.

Se sabe que en el año 343 ya existía una pujante comunidad cristiana en Barcelona, capaz de enviar un obispo al Concilio de Sárdica, convocado para combatir al arrianismo. No se tienen documentos sobre el primer templo barcelonés. Se puede suponer que es aquel cuyos rastros han aparecido bajo el edificio de la Pía Almoina, pero es incluso posible que existieran dos templos: el cristiano romano y el arriano. Una tradición sitúa el templo arriano bajo la Pía Almoina y el cristiano en la actual iglesia de San Justo y Pastor. Sea como fuere, en el 589, Ugno, obispo arriano de Barcelona, se convierte al cristianismo romano, junto con otros prelados de la Península Ibérica y un año después tiene lugar un concilio regional en Barcelona, del que Juan de Biclaro dice que se celebró en la "Basílica consagrada a la Santa Cruz". Luego la advocación es antigua, anterior, en cualquier caso, a la presencia islámica. Esta fue corta, del 717 al 801.

En el 801, Luis el Piadoso entró en Barcelona al frente de la tropas francas y se dirigió a su Catedral Basílica en acción de gracias. Este dato, evidenciado por incontrovertibles documentos históricos, nos dice que durante los setenta años de ocupación musulmana, a pesar de los mitos y las leyendas, no debió interrumpirse el culto católico en la basílica paleocristiana. Ciertamente, otros historiadores -siguiendo a Ermold el Negro quien escribió la crónica solo 25 años después de los hechos- pretenden que la Catedral de Barcelona permaneció ochenta años en poder del Islam, convertida en Mezquita, a ejemplo de la de Narbona, que apenas soportó doce años la media luna. Probablemente sea cierta la tradición que quiere que los barceloneses se convirtieron pronto al Islam para evitar pagar tributo, pero que, aproximándose el ejército de Luis el Piadoso, retornaron a la fé de sus ancestros y, ellos mismos, se sublevaron y dieron muerte a la guarnición musulmana, encarcelando a su malhadado rey Gamir. No sería la primera vez que la leyenda y el mito encierran la verdad histórica. 

Sea como fuere, en el 852 la Seo sufrió serios destrozos y quienes detentaban el báculo obispal en la época, debieron acudir a Carlos el Calvo, mendigando ayuda para la restauración. Pero no sería sino durante el gobierno de Wilfredo el Belloso y el obispo Frodolí que el proyecto cobró forma. Frodolí había decidido combatir la liturgia mozárabe que no era sino una pervivencia de la visigoda. Las orientaciones eclesiales surgidas bajo el reinado carolingio se concretaban en una liturgia alejada de la visigoda. Se primaba el culto a las reliquias de los santos locales y se daba al ejemplo de los mártires una autoridad pedagógica incuestionable. Es Frodolí y el obispo de Narbona, Sigebod, quienes impulsaron el culto a Santa Eulalia. Las primeras menciones documentales sobre esta Santa barcelonesa proceden de mediados del siglo VII. Cuando el 23 de octubre del 877, se trasladan los restos de Eulalia al emplazamiento actual, ese y no otro, ese es el lugar sagrado por excelencia del culto barcelonés. La nueva catedral románica, irradiará a partir de la tumba de la santa barcelonesa.

El 6 de julio del 985, un nuevo ataque musulmán, dirigido esta vez por el piadoso Almansur, deterioró la basílica paleocristiana, hasta hacer imposible su reconstrucción. Ramón Berenguer el Viejo y su esposa, Almodis, fundaron una nueva catedral. El baptisterio octogonal quedó sepultado y hasta él llegaron los fundamentos de la fachada de la nueva catedral. Los sarcófagos de Ramón Berenguer y de Almodís, están hoy situados junto a la sacristía de la actual catedral. El ábside paleocristiano y una parte de la nave central quedaron enterrados por un sector del Palacio Condal y por el edificio de la Pía Almoina.
La primera piedra de la nueva catedral románica se colocó en el 1058. Hasta un tiempo muy reciente se ha dudado de la orientación de este templo. Persistentemente, historiadores del arte han sostenido que, si bien su eje era el mismo que el de la catedral gótica actual, su orientación era inversa y el ábside limitaría con la muralla, mientras que la fachada principal estaría a la altura del actual cimborrio. Nosotros nos alineamos, por el contrario, con aquellos que sostienen que la orientación de la catedral románica fue idéntica a la del actual templo, es más, que éste, surgió por ampliación progresiva del primero, sin mediar interrupción en el culto. La catedral románica se vio rodeada de edificios religiosos y, constantemente, creció; pero Barcino creció mucho más deprisa...

Doscientos cincuenta años después, en 1298, se juzgó que la catedral románica se había quedado pequeña para tan populosa urbe. Y se colocó la primera piedra del nuevo templo, el gótico.

Fue así como Barcelona, en el decurso de los siglos, tuvo tres catedrales-basílicas: la primera, paleocristiana, orientada en dirección NE, la segunda, románica, finalmente, la gótica, orientadas hacia el SE. Tres catedrales para una sola fe. Tres templos para una ciudad. Como en cada uno de nosotros.

La obra hermética se resuelve purificando los tres templos que, según viejas doctrinas sapienciales, se encuentran en nuestro interior, tarea que no puede hacerse sino por el Fuego. Nuestros tres santuarios -corazón, cabeza e hígado- precisan de una cuidadosa calcinación en el curso de la cual arderán cada una de las partes del Ego. El Ego no tiene lugar en la verdadera espiritualidad. Percibir este concepto es la piedra angular de nuestro trabajo espiritual. ¿Queremos verdaderamente morir para el mundo? Tenemos proyección social, "somos", en definitiva, gracias a nuestro Ego; pero también por culpa suya estamos separados de la verdadera espiritualidad y cortados de nuestro lugar originario. El Ego es, básicamente, una estructura inmaterial sobre un soporte físico, el cuerpo; éste, hecho de barro, cumple la ley básica de la naturaleza -lo semejante se une a lo semejante- y, en tanto hecho de materia, hace que el Ego se identifique con la materia. Pero esto implica que la esencia de lo humano se aleja de la Trascendencia. Atraído por lo más bajo, olvida el mundo de lo Alto, su patria originaria.

El Ego se va formando lentamente y de manera imperceptible a partir del momento mismo de nuestro nacimiento; un buen día adquirimos conciencia de nosotros mismos y advertimos que existe una barrera entre nosotros y el mundo. Cada día el Ego engorda más y más, como si se tratase de una superposición de capas opacas que van recubriendo nuestra alma y ahogan su luz. El proceso es simple.

La sensación de ser nosotros mismos es ilusoria; no en vano la palabra "personalidad", como ya hemos dicho, indica "máscara" en griego. La personalidad y el Ego se forman a costa de identificarnos con sensaciones, objetos y estímulos que no están dentro de nosotros mismos, sino fuera. Cuando vemos una película y nos identificamos con el héroe dejamos de ser nosotros mismos, nos alienamos, voluntaria y gustosamente, algo exterior nos invade; otro tanto ocurre cuando la ira o el miedo se apoderan de nosotros. Decimos "tengo miedo", para indicar que el miedo está en nosotros. Poco a poco, se va creando una película que aísla nuestro interior -el alma y nuestro espíritu- con todos aquellos agregados y elementos venidos de fuera, alógenos a nosotros, invasores; esta película va engordando a lo largo de la vida hasta convertirse en un grueso blindaje que nos hace incomprensible el mundo de la trascendencia y nos hurta su acceso, hasta el punto de ni siquiera entender de qué diablos estamos hablando. Imaginad un espeso muro de plomo que impide que la luz de una candela pueda verse desde el otro lado. Disolver esta capa -el plomo opaco- que impide que la luz de nuestro interior ilumine toda nuestra existencia y entre en contacto con la Luz del Mundo, es la tarea que propone el Noble Arte de la Alquimia.

Los moralistas y ocultistas, los exoterismos religiosos de todos los pelajes, difunden sin excepción la errónea idea de que el hombre tendrá acceso al Reino de los Cielos practicando las "buenas obras" y apelando a un código ético y moral justo. Pero esto no basta, ni tan siquiera nos sitúa en el atrio del Templo del Saber. Para entrar allí hace falta responder a una pregunta terrible: ¿Estoy dispuesto a que muera mi Ego?. Un hombre notable, en cierta ocasión nos preguntó porqué postulábamos la entrada en una hermandad iniciática de singular antigüedad; nosotros, en nuestra torpe ingenuidad, contestamos que lo hacíamos para "mejorar". Pero no se trataba de mejorar, sino de morir. El Ego no tiene acceso a la verdadera espiritualidad, y de la misma forma que una piedra no puede atravesar un fino tamiz, tampoco el Ego puede penetrar en la Trascendencia. El drama de lo humano y su gran paradoja consiste en que tenemos conciencia de que "somos" gracias al Ego, pero el Ego es "no-ser", perpetuo movimiento y mutación; así, nuestra percepción de la existencia es errónea y no la concebimos sino como devenir. Se dice que algo "es", cuando tiene estabilidad y realidad objetiva, pero esto no basta: un vaso es un vaso y siempre será un vaso, ni su forma cambiará, ni su esencia, ni su funcionalidad. Un ser humano es distinto: todo lo que constituye su Ego es mutable, su pensamiento, sus sentimientos, sus instintos, por no hablar de los aspectos físicos sometidos al eterno proceso de nacimiento, desarrollo, muerte. En términos absolutos, el Ego es "no-ser". Frente a él se alza la absoluta quietud y estabilidad del Ser. El Ego debe sufrir una transformación radical que los antiguos llamaban "metanoia" consistente en desplazar el eje de la personalidad a estratos más profundos y auténticos y hacer del Alma, nuevamente, el centro de la personalidad.

En la cercana fachada de la capilla de Santa Lucía hay una gárgola con la cabeza de un mono. Y en la puerta del claustro que va a dar a la calle de la Pietat, sobre una columnilla, ya en el capitel, casi imperceptibles, pueden verse a una pareja de monos abrazados, copulando. El mono es el "mico de Dios", el gran imitador. Es también la personificación más grotesca y exacta del Ego. [Foto 10.- CAPILLA DE SANTA LUCIA, GARGOLA DEL MONO, "EL MICO DE DIOS"]

La alquimia clásica nos habla de la triple constitución del ser humano e identifica cada una de sus partes -cuerpo, alma y espíritu- con alguno de los metales emblemáticos del Arte. El cuerpo físico, soporte del Ego y receptáculo de la personalidad es asimilado, en su materia grosera, al Plomo. El espíritu, en tanto que bagaje mental y volitivo, equivale al Mercurio, pues más que ningún otro metal, es cambiante, carece de forma, el suyo es el tono de la luna y su cualidad, la variación y la movilidad extrema. En cuanto al alma, presencia divina en estado de latencia en el interior del cuerpo, su carácter ígneo y su calidad abrasiva, lo asimilan al Azufre, pero también al Oro por la luminosidad que despide. La obra hermética y concretamente la llamada "Vía Húmeda", la más frecuente, consiste en operar sobre el Mercurio, transformándolo, estabilizándolo primero y fijándolo luego. Así la tendencia del Mercurio a identificarse con los elementos materiales y lunares de la naturaleza -esto es, mutables- se invierte; debilitado en su poder y neutralizado en su capacidad de seducción, muere. Lo que renace luego es otro Mercurio más próximo a la naturaleza del Azufre y con el que se puede combinar para restablecer, tras la ruptura inicial de las partes  -no en vano la alquimia fue llamada el "arte de la separatoria"-, una nueva unidad, pero así como la anterior estaba orientada hacia lo bajo, esta lo será a los mundos superiores.

Y este proceso se desarrolla en tres fases, pues tres son los templos.

(c) Ernesto Milá - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción total o parcial de este texto

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