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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

El Misterio de la Catedral de Barcelona. Las gárgolas de la Catedral.

Infokrisis.- Con este capítulo termina la primera parte de esta obra, una reflexión sobre las gárgolas de la Catedral y, por extensión sobre las gárgolas de la ciudad de Barcelona. A pesar de su aparente utilitarismo, la gárgola no responde solamente a una necesidad arquitectónica, sino que tambien tiene su simbolismo hermético y su significado simbólico. Vale a pena recalcar que los datos técnicos históricos sobre las gárgolas fueron extraidas de la edición originaria en francés del Diccionario Razonado de Arquitectura Francesa y los datos sobre las gárgolas de Barcelona, de la olvidada obra de Norberto Sagués de ese mismo título.

 

El misterio de la Catedral de Barcelona
Primera Parte
Capítulo XXIV
LAS GARGOLAS DE LA CATEDRAL

Doscientas cincuenta gárgolas miran a los barceloneses desde las cornisas de los distintos monumentos góticos. Se suele aceptar que no son otra cosa que representaciones del demonio o de los vicios personificados en distintos animales simbólicos. Derivado del latín gurges-gurgitis, torbellino, masa de agua, el término se transformó en la raíz garg- por corrupción fonética. Algunos hacen derivar la palabra "gárgola" del nombre de los dos auxiliares del anticristo, Gog y Magog; el primero es el "príncipe del Aire", y en hebreo indica lo que es aéreo o procede del aire, lo cual coincidiría con el elevado emplazamiento de las gárgolas. Gargagliare, en italiano, tiene el mismo sentido que gargarizar en español -gargarizar- y una cierta correlación con la función de estas obras de arte situadas en lo más alto de las Catedrales: hacer de canal.

No hay gárgolas anteriores al siglo XIII; la sencillez de las primeras construcciones románicas obvió situar desagües en los tejados; luego, cuando estas se fueron sofisticando, aparecieron algunos canalillos que evacuaban el agua de lluvia, sin que tuvieran el más mínimo mérito artístico, ni su elaboración requiriera algo más que el concurso de aprendices. Hacia el 1220 aparecieron las primeras gárgolas en la Catedral de Laon. Sencillas, tenían formas animales excepcionalmente simples y constaban de dos piezas, la superior no era más que el recubrimiento de la inferior por donde discurría el canal de desagüe. A lo largo de ese mismo siglo se fueron generalizando, depuraron sus formas y se estilizaron; ya no eran labradas por novatos, sino encargadas a los más hábiles artesanos. Hay miles de gárgolas en todas nuestras Catedrales, pero no existe una pareja idéntica, cada una de ellas es original y única; cada una tiene una personalidad propia y un estilo que denota una vitalidad específica y unos rasgos concretos del carácter, un momento de inspiración, en definitiva, distinto de cualquier otro. Los artistas que construyeron Notre Dame de París las emplearon sistemáticamente a partir de 1240 en la coronación de las cornisas superiores. Eran todavía compactas y robustas, no excesivamente separadas del edificio. Luego aparecen otras, mucho más esbeltas y largas, sobre los contrafuertes. La mayoría reproduce monstruos mitológicos, animales fantásticos salidos de los ingenuos bestiarios medievales, cada vez más detallistas. Los que ornan la Saint Chapele, al otro lado del Sena, representan animales enteros, con sus más pequeños detalles, en absoluto hieráticos, da la sensación que están a punto de saltar sobre la población a la que miran amenazadoramente. Están en los ángulos de los contrafuertes y en las cornisas. Hay gárgolas que muestran diablos aullando, secuestrando infantes, algunas son representaciones humanas, pero solo aparecen hacia finales del siglo XIII, cuando la técnica de la gárgola se ha depurado.

Un cortejo de horrores nos mira desde las alturas...

Todavía no existían en la Catedral de Barcelona, cuando una procesión presidida por un obispo desconocido, se vio acosada por una cohorte de magos, brujos y archidiablos que intentaban hacerse con la hostia, para Dios sabe que rito abominable. El más osado de los brujos, arrojó una piedra sobre el sacerdote que llevaba la custodia; pero ésta rebotó y mató al que la había lanzado. Los brujos jamás volvieron a hostigar la Sagrada Forma y en recuerdo de tan infausto episodio se colocaron las gárgolas de nuestra Catedral. [Foto 42.- GARGOLAS GÓTICAS DIBUJADAS POR VIOLLET LE DUC EN SU DICCIONARIO DE ARQUITECTURA]

Algunas son, en efecto, animales monstruosos, pero otras son nobles caballeros, hay algunas que incitan al pánico y difunden el terror, pero también existen amables y benéficas. ¿Cómo calificar el unicornio que mira al viandante y apunta hacia la Plaza del Rey? ¿o al elefante que ha sufrido la merma de sus cuernos y la sustitución de su trompa por una tubería de uralita? ¿Hay que tener a estos animales por fieras vencidas y por el principio del mal, petrificadas por su impotencia ante la falange de los justos? Se suele afirmar que las gárgolas están ahí, en lo alto de las Catedrales, prisioneras de un principio superior, subordinadas a las entidades angélicas.

Debemos a Norbert Font i Sagué el haber inventariado todas las gárgolas góticas de la Ciudad de Barcelona. Encontró ochenta y cinco que representaban a diversos tipos de dragones alados, de ellos, sesenta y tres con alas de águila y el resto de murciélago; algunos de estos dragones incluían formas de perro en la mitad inferior y algunas más de macho cabrío. Siguen los leones en número de veinticuatro y luego catorce perros, todos ellos extremadamente delgados hasta el punto de poderse contar sus costillas. Existen algunos animales domésticos como el puerco de la Capilla de Santa Agueda y otros salvajes, en ellos varios jabalíes, hasta un total de ocho. En el ábside de la Catedral, hay tres gárgolas que representan un puerco con el pelo muy largo que cobija a dos lechones, otro puerco, en la siguiente, con la boca muy abierta y el morro plano, también con dos lechones y finalmente, en la tercera un perro de extrañas formas, junto a dos cachorros. La imagen del sátiro aparece en distintas ocasiones y debió llamar poderosamente la atención del gremio de zapateros -al tener pezuñas de buco- que lo colocaron en una gárgola de su sede, cuando se encontraba frente a la Catedral en la desaparecida calle de la Corribia. Hoy puede verse el mismo edificio, despiezado y reconstruido de nuevo, en la Plaza de San Felipe Neri, frente al antiguo cementerio de la Catedral. Las menos, son antropomórficas. Pero una llama poderosamente la atención, la situada en la fachada de Sant Ivo que representa a un hombre con el gorro frigio propio de los iniciados, la boca bien abierta y en posición de defecar... ¡Santo e inagotable humor el de los maestros talladores! o ¿desprecio a lo que solamente es mero exoterismo y culto exterior...? [Foto 43.- GARGOLAS DE LA CATEDRAL DE BARCELONA]

¿Qué conclusión hay que sacar de todo esto? ¿Acaso un capricho estético? ¿o una simple enseñanza moral? Clemente de Alejandría, uno de los Padres de la Iglesia, escribió que Moisés al haber sido príncipe de los egipcios e instruido por ellos en la sabiduría, explicaba los preceptos de la ley moral por medio de jeroglíficos, es decir, bajo símbolos misteriosos de animales. Si aceptáramos esto, reduciríamos todo el simbolismo de las Catedrales al rango de la moralidad más banal. Es bien cierto que una de las intenciones con las que el artífice colocó las gárgolas en las cornisas de las Catedrales fue el recordar la eterna lucha del bien contra el mal. Pero este mal tenía múltiples rostros. Y por lo demás, no todas las gárgolas tienen el mismo carácter; basta observar las diferencias morfológicas entre unos y otros motivos. Las alas de águila estarán más en relación con la luz luminosa que las del murciélago, animal nocturno por excelencia. Y en cuando a los cerdos representados, su carácter variará si son salvajes -jabalíes- o bestias de corral. ¿Y qué decir del unicornio situado en un contrafuerte que nos indica, con precisión milimétrica, el Este, el lugar por donde sale el Sol?

Mientras unas orientan, otras acechan desde las alturas pero nada pueden contra aquellos que han penetrado en el interior del Templo. Se diría que su fuerza y poder solamente se cierne sobre quienes están desprotegidos fuera de los muros y las bóvedas; quienes aun no han iniciado la construcción de su Templo Interior, pueden sentir el terror que inspiran esas formas blasfemas y monstruosas. Unas gárgolas son anuncio de la función de la Catedral (el Unicornio), invitan a penetrar en ella. Otras recuerdan los peligros de los que protege el Templo.    

Pero, finalmente, su función delimita perfectamente su simbolismo, mucho más que sus formas. Y su función es la misma cualquiera que sea lo que representan. Las gárgolas no son más que desagües concebidos para alejar el flujo de las aguas de las paredes y de los fundamentos de la Catedral. Por su "alma" no pasa nada que no sea agua y son completamente inútiles para cualquier otra tarea. Todas ellas están vacías en su interior; las primeras que se labraron en Francia, no eran sino algo parecido a una cáscara exterior, hueca, muchas de ellas sin recubrimiento superior, salvo por la cabeza. En el Palau del Llochtinent y en el Reial, en la Capilla de Santa Agueda y en la Torre del Rei Martí, a pocos metros de la Catedral de Barcelona, pueden verse algunas gárgolas antropomórfias en la que el canal de desagüe ocupa, precisamente, el lugar de la columna vertebral. De su boca mana el agua de lluvia. La intención del maestro de obras que allí las colocó, era demostrar lo monstruoso y absurdo de una vida por la que solo fluye el devenir. Tras la tempestad, nada queda en la gárgola sino la esperanza de que la siguiente sea más amable, al igual que nosotros, rendidos y agotados cada noche, caímos sobre la cama, sin percibir que nuestro interior está igualmente vacío y que nuestra cotidianeidad se construye de un flujo de situaciones que se suceden en infernal cadencia. Pero a la quietud de cada noche, sigue la tempestad del nuevo amanecer y así, día tras día, nos vamos, nosotros mismos, convirtiendo en devenir, flujo incontenible, que llega incluso a desgastar la piedra más dura. Es así como envejecemos. Hemos visto gárgolas en Notre Dame de París, pero también en Barcelona, desleídas como un azucarillo, romos los ángulos, desgastadas las facciones y enferma la piedra... tal es el destino de quien no sabe zafarse de la corriente del devenir.

El secreto de la Tradición Hermética es alcanzar un estado interior incondicionado del que la serenidad y la quietud calmada sean su reflejo en el comportamiento cotidiano. Esa serenidad indica el tránsito operado del mundo del devenir al del Ser. Un viejo refrán nacido a la sombra de nuestra Seo, denuncia la insensatez de verse arrastrado por el flujo enloquecido de lo cotidiano: "Ballas més que el gegant de la Ciutat" [Bailas más que el gigante de la Ciudad]... Y otra muestra de la sabiduría popular dice a ritmo marcial "Tram-pes, tram-pes, tot son tram-pes" [trampas, trampas, todo son trampas].  Hemos elegido ambos refranes por que están ligados a la que, para nosotros, constituye la más entrañable de las festividades barcelonesas, el Corpus Christi; es entonces cuando los gigantes ocupan las calles de la ciudad antigua. La Ciudad Condal, a poco de tenerse conocimiento que el Papa había instituido dicha festividad, puso todo su empeño en que el segundo gran jueves del año -siguiente al Jueves Santo, pero precediendo al de la Ascensión- alcanzara relieve y vistosidad. Aun hoy, en la explanada de la Catedral, puede verse a los últimos menestrales de Barcelona, hombres de edad madura, casi todos jubilados, siempre pulcros, modestos pero aseados, con un estilo muy personal y el gesto de serenidad en el rostro, visten, junto a sus esposas, las mejores galas de día festivo y se reúnen para asistir a la misa concelebrada y luego seguir al Águila y al León de la Ciudad, así como al Gigante, en la procesión. El Águila y el León, reyes, respectivamente del Aire y de la Tierra, tienen ambos un carácter solar e imperial, como igualmente Imperial es el gigante gótico de la ciudad; tras sus rasgos de cartón piedra hemos de ver la personificación idealizada de Carlomagno, el emperador de Occidente que tanto empeño puso en avanzar las marcas de sus fronteras; a él y a sus herederos se debe, más que a nadie, la liberación de Barcelona y la repoblación de la comarca con sus provenzales que dejaron recuerdo en la toponimia de algún barrio periférico (Sant Martí de Provençals). Pues bien, en el curso de esa procesión, el tambor bate a un ritmo descrito de forma admirable por el refrán, "Tram-pes, tram-pes, tot son tram-pes", que al mismo tiempo nos define -junto con el movimiento perpetuo del gigante de la ciudad en el curso de su desfile- el acecho que sufre la naturaleza humana arrastrada por el devenir continuo: una verdadera trampa para quien se considera algo más que carne mortal.

No es raro que en la leyenda de las gárgolas de nuestra Catedral sea la Sagrada Forma quien ahuyenta las amenazas de los brujos y diablos. Situada en el centro de la custodia, irradia destellos de oro, levantada entre los fieles por las manos de un hombre santo. Nada hay más alejado de la estabilidad crística ubicada en el centro de la custodia, como el Sol en el centro mismo del Universo, que la canalización de las gárgolas que no tiene otra posibilidad que aceptar pasivamente el líquido que por ella fluye. En lo alto de la Catedral estarán siempre las gárgolas mostrando a quien quiera verlo el drama de lo humano antes de acometer los trabajos de construcción del puente de oro que le permitirán pasar de la física a la metafísica, del devenir al ser, del flujo a la estabilidad, de lo contingente a lo trascendente.

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