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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Ultramemorias (VIII de X) Visicitudes políticas en la transición (5ª parte). Tiempos agitados

Lo sorprendente de Fuerza Nueva fue que entre el referéndum para la reforma política y las elecciones de junio de 1977, el partido no realizó grandes actividades y, sin embargo, fue creciendo. Se realizó, eso sí, alguna movilización en la calle que demostró que existía una posibilidad para atraer masas a diferencia de la Unión del Pueblo Español promovido por el “franquismo sociológico” del que solamente se sabía que “estaba en conversaciones”, pero que en la calle no dejaba rastros de su existencia. Con razón decían representar a la “mayoría silenciosa”; más que “silenciosa” era una “mayoría ausente”. Era un buen momento para que Blas hubiera reconocido los hechos consumados, a saber que caminábamos hacia una democracia formal, a la europea, en la que tendría que acomodarse… o bien, tirarse al monte. Y yo era el partidario, en primer lugar, de asimilarnos a un partido democrático de cara al futuro (y en esa línea estaban escritos todos los artículos que había publicado en el semanario), o en caso de que la dirección del partido se viera incapaz de homologarse a cualquier otro partido, tirar al monte, lo que en la época equivalía a asumir una estrategia “golpetera”.

Vale la pena preguntarse si defender el golpismo en aquella época era legítimo. Hay que recordar el contacto político español entre 1976 y 1980: la crisis de hoy se experimenta con brutalidad porque no existe ninguna otra noticia que la cubra, sin embargo, en 1976-77, el aumento de la inflación, las oleadas de huelgas, el aumento del paro (para una sociedad habituada a no conocerlo desde hacía mucho), el encarecimiento diario del coste de la vida, todo ello quedaba cubierto por la declaración de tal o cual lidercillo del tres al cuarto y por noticias de indudable calado político que eclipsaban cualquier otra noticia. Los asesinados por ETA, salvo que se tratara de un capitoste de la banca o de la patronal, apenas merecían pequeñas noticias en páginas interiores. El sol de la “reforma política” conseguía desplazar cualquier otra noticia y deslumbrar sobre el futuro radiante que nos esperaba.

Un paréntesis sobre ETA

Algunos que empezábamos a tener uso de razón política, que habíamos viajado ya por el extranjero, leído la prensa de los partidos hermanos y mantenido relaciones epistolares en toda Europa, sabíamos que la democracia formal que se avecinaba no era ninguna ganga. No albergábamos la menor duda de que la democracia formal era, fundamentalmente, debilidad y ausencia de “responsabilidad”. En 1976 augurábamos para España grandes dosis de corrupción y caos político-social. Y sin embargo, ni éramos profetas, ni siquiera en la época, alcanzábamos en rango de modestos analistas políticos. Cuando Cuadernos para el Diálogo titulaban “Contra terrorismo, democracia”, personalmente sonreía: contra más democracia, habrá más terrorismo, me decía. O aquel otro titular de “Vosotros fascistas sois los terroristas” que repetido tantas veces eludía considerar que el único terrorismo realmente existente en España era el de ETA y en mucha menor medida el de los GRAPO y que si había atentados “ultras” eran acciones aisladas de elementos individuales que jamás constituyeron ninguna organización estable, ni voluntad de tal. Y así fue durante los 30 años siguientes. Toda la prensa democrática clamaba por la amnistía y la liberación de todos los presos políticos, algo en lo que todos estábamos de acuerdo… salvo en los condenados por delitos de sangre. Por lo demás, en la trena se encontraban los responsables del atentado de la calle del Correo en el que murieron casi 20 personas, gratuitamente, simplemente porque tomaban un café con churros al lado de la Dirección General de Seguridad, hoy edificio de la Comunidad de Madrid. Al típico lumbreras etarra se le ocurrió que si estaba a dos pasos de la DGS todos los clientes y seguramente los camareros serían policías. Pues bien, todos eran civiles, incluida aquella pareja de recién casados que estaban de viaje de novios por la capital. No había ningún policía en el establecimiento.

Vale la pena hacer un alto y sintetizar en unas líneas lo que pensaba de ETA en la transición. Los tenía por asesinos, sin más matices. Hubo un antes y un después del atentado de la calle del Correo. Antes cabía la posibilidad de que ETA estuviera embarcada en una guerra particular “contra la represión en Euzkadi”, además, sea lo que fuera lo que ocurrió con Carrero Blanco, se trataba indudablemente de un atentado “político”. Las objeciones eran muchas: Carrero no sólo era presidente, era también persona. Como Melitón Manzanas del que, por activa y por pasiva se ha intentado justificar su asesinato en tanto que “torturador”. También era una persona con su familia y sus hijos. Podía entender que se asesinara al funcionario o al presidente, pero no que se asesinara a las personas que estaban tras estos cargos. Y en eso estaba cuando en el atentado de la Calle del Correo disipa cualquier duda sobre la legitimidad de ETA: no existe ninguna justificación porque ninguno de los muertos ocupa puesto alguno en lo que ETA llamada “el aparato represivo del Estado”. Pero ocurrió algo peor. ETA, al ver que, literalmente, había metido la pata, no reivindicó el crimen. Además de asesinos, cobardes. Hubo algo más.

Tirando del hilo, la policía llegó a un núcleo de madrileños vinculados a la oposición democrática que estaban colaborando con ETA. Había un albañil y también un piloto de Iberia, pero lo esencial del bolsón de detenidos pertenecía a lo que se llamaba “fuerzas de la cultura”. Había actores de teatro, intelectuales, psiquiatras, abogadas, un pastiche muy heteróclito que ni siquiera correspondía a ninguna organización realmente constituida. Solamente Genoveva Forest Tarrat, estaba, más o menos incluida en el aparato etarra. Fue ella la que alertó sobre la frecuencia con la Carrero Blanco acudía a oír misa. Fue ella quien escribió “Operación Ogro: cómo y por qué ejecutamos a Carrero”. Y fue ella cuando la que albergó a los que ejecutarían la masacre de la Calle del Correo. Su marido, Alfonso Sastre, era autor teatral de prestigio. En aquella época acababa de escribir “La Taberna Fantástica” que intentaba reproducir, mal que bien, la vida de los quinquis y su lenguaje marginal, a la vista de que entre la oposición democrática de la época, el paradigma del marginal era Eleuterio Sánchez, “el Lute”, quinqui ayer y presunto maltratador hoy. Reconociendo sus méritos, nunca he podido digerir el teatro de Sastre que me parecía preñado de un exceso de demagogia social, muy del gusto, eso sí, de aquella época. Como era habitual, algunos de los detenidos recibieron algún que otro bofetón, pero no todos: los famosillos y pudientes recibieron un trato exquisito.

La policía sabía a quien propinada un tortazo y la Forest pertenecía a “los intocables” de la oposición democrática, al encarnar a “las fuerzas de la cultura”. Sin embargo, en la cárcel publicó un estremecedor relato de las torturas de que había sido objeto que indicaba un carácter con pulsiones sadomasoquistas demasiado visibles. Desnuda en medio de una habitación sórdida, mojada en sus propios orines, una y otra vez policías anónimos la sometían a humillaciones, vejaciones, malos tratos y torturas e incluso en el cuadro pintado por ella aparecía una sanitaria, bajita, regordeta y pintarrajeada que le inyectaba algún suero de la verdad… todo demasiado novelesco y casi extraído del reparto de “La Taberna Fantástica”. Era cierto que la policía no se andaba con miramientos con el obrerete detenido en una manifestación, cuidaba mucho más las formas con los estudiantes, esos hijos de la burguesía de los que ignoraban las influencias que podía tener papá y mamá y trataban con una cortesía casi versallesca a los detenidos representantes de las “fuerzas de la cultura”. Y esto, con Franco vivo.

Para desgracia de Eva Forest, en la celda de al lado estaba presa Lidia Falcón, feminista de pro, que, literalmente, pasaba por allí; el hecho de que su nombre figurara en la agenda de la Forest y que existiera una confusión en torno a un piso que le había facilitado la Forest, hizo que se viera implicada en el asunto. Al salir de la cárcel la Falcón negó tener relación con el grupo (ella y su marido, Eliseo Bayo, habían pertenecido al PSUC, creo que pasaron un breve período por el PCE(m-l), luego publicaron una revista ciclostilada, La Verdad, como comunistas independientes y finalmente recalaron en el PCOE de Lister… pero siempre se habían mantenido al margen del terrorismo) y puso especial énfasis en asegurar que la Forest ni había sido torturada ni vejada, ni humillada, ni enfermera bajita y regordeta le habían puesto inyección alguna, todo lo contrario, le habían tratado con exquisitez y ella, con la misma educación les había dicho a los policías todo lo que querían saber.  El testimonio de Lidia Falcón, “Viernes y 13, calle del Correo” dice muy poco a favor de Eva Forest, pero mucho sobre la mentalidad de las “fuerzas de la cultura”. Cualquier exageración y mentira pura y simple, eran admisibles para desprestigiar y denunciar al franquismo. Hasta su muerte, no hace mucho, la Forest siguió sosteniendo la realidad de las torturas de que fue objeto. Y la Falcón sigue sosteniendo que todo aquello fue una patraña urdido por una desequilibrada o poco menos.

No es cierta la imagen que los ex etarras que militaron en aquella época han dado de sí mismos: antes del 20-N de 1975, serían unos idealistas que lo estaban dispuestos a dar todo por su pueblo, a partir del asesinato de Miguel Ángel Blanco, unas bestias sedientas de sangre. En realidad, el material del que se nutría ETA fue el mismo siempre: chicos, más o menos descerebrados, que querían vivir una aventura y que, en la lógica de una organización terrorista, esa aventura pasaba por el asesinato. Quizás la única diferencia estribe en que antes ETA se cuidaba más de justificar sus crímenes, mientras que hoy simplemente los ejecutan sin más problemas de conciencia y, entre crimen y crimen, un porrito que siempre relaja. Esto hacía que, en otro tiempo, el número de intelectuales o presuntos tales, fuera mayor en ETA, mientras que hoy se limita a ser una jauría de perros de presa con la neurona declara en huelga.
 
Además, por algún motivo, hubo un tiempo en el que en Euzkadi se ligaba más con el marchamo de ETA. Esto incluso lo descubrió Hellín, un ultra madrileño que se las iba dando de misterioso vasco en Madrid en bares frecuentados por gente de izquierda. Siempre había alguna que “picaba”. Luego se “curraba la página” de que estaba solo en Madrid, dejaba intuir que era etarra en misión en la capital. En ocasiones, ya en el “piso franco”, dejaba ver algún arma y la chica fascinada creía que estaba ante el “gran vengador euskeriko”. Cuando eso ocurría, las pobres chicas ya habían dejado las bragas sobre el cañón del fusil y se habían entregado al vengador de sus amores. Una no cayó en la trampa. Identificó al falsario como tal. Unas semanas después era asesinada. Se llamaba Yolanda González y militaba en un partido escindido de las Juventudes Socialistas y vuelto hacia el trotskismo, el PST. Compartí módulo penitenciario en la cárcel de Meco con algunos de los implicados en el asunto y fue esto lo que me contaron por todo “móvil”.

Otro paréntesis sobre “Pertur”

Eduardo Moreno Bergareche, alias “Pertur”, era un chico al que le había dado por apuntalar ideológica y estratégicamente la andanza de su organización, ETA(p-m). Le habían destinado a elaborar documentos y comunicados, a la vista de que el muchacho era un palizas, pero él, lo que verdaderamente hubiera querido era participar en los “golpes” de los comandos. No lo cuento yo, sino que sus biógrafos lo resaltaron y beatificaron. Pero para esas acciones había que tener un carácter que “Pertur” no tenía. Estaba preparando un escrito –la Ponencia Otsagabía– para la Asamblea de ETA cuando desapareció y desde entonces nadie ha vuelto a saber nada de él. El texto de la ponencia, es sin embargo, descorazonador sobre sus cualidades intelectuales. La única novedad era la propuesta de crear un partido que actúe en la legalidad democrática que preveían hasta los más ciegos (salvo, claro está, en la extrema-derecha).

En los últimos 30 años se ha hablado mucho de quién asesinó a Pertur. En los momentos de escribir estas líneas el caso ha tomado un nuevo giro cuando un juez italiano ha interrogado a “arrepentidos” italianos de extrema-derecha, un tal Sergio Calore y a algún otro, sobre un asunto que desde 1983 se creía resuelto. En efecto, a poco de desaparecer “Pertur” una llamada “Alianza Apostólica Anticomunista” (grotesca forma de salvar las tres aes que causaban espanto en Argentina) reivindicó la desaparición, añadiendo incluso un logo primorosamente elaborado. El logo no era otro que el símbolo “ummita” que mostraba la nave extraterrestre de ese país que presuntamente “aterrizó” en San José de Valderas… Por supuesto, ni jamás hubo “ummitas”, ni nave que aterrizara en la periferia madrileña, y todo era un “experimento sociológico” urdido por Jordán Peña, un sociólogo, a cuenta de vaya usted a saber quién. Pero el logo popularizado ocho años antes, quedó en la mentalidad de un tal Carmona, un ex miembro del JEP, que reivindicaba todo lo reivindicable. El chaval, que no estaba muy en sus cabales, se ve que le daba morbo que durante días la prensa estuviera mareando la perdiz con los comunicados que enviaba con cierta regularidad y que, por cierto, le llevaron a la cárcel.

Con esos vagos indicios, entre 1977 y 1983, fue creencia generalizada el que a “Pertur” lo había asesinado esta “Triple A” carpetovetónica de origen y “apostólica” por vocación. Pero la familia de Pertur había indagado por su cuenta y llegó a sus oídos, por declaraciones de sus antiguos camaradas, que la situación en ETA en el momento de la desaparición estaba muy enrarecida. Múgica Garmendía, “Pakito”, fue responsabilizado directamente de la desaparición en cuanto la familia tuvo la seguridad de que fue la última persona a la que vio. Y así fue hasta que Sergio Calore (un pequeño chivatillo “arrepentido” que, desde 1980 viene explicando lo poco que sabe, lo mucho que se inventa y lo que le sugieren que diga jueces de pocos escrúpulos) dijo que lo sabía todo sobre el tema: “fue Della Chiaie”. Así que creo que puedo aportar algo sobre la materia, por vía de la negación.

Desde diciembre de 1976, Della Chiaie estaba fuera de España. Abandonó España cuando Martín Villa estaba a punto de firmar su orden de captura. Una de las últimas entrevistas que tuvo en España fue con Girón y con la familia Oriol negando que tuviera algo que ver con el secuestro de José Maria Oriol y Uquijo, secuestrado en aquel momento por el GRAPO, pero del que la “prensa democrática” sostenía con una seriedad pasmosa que estaba secuestrado por la gente de Della Chiaie. Así pues no pudo estar implicado en la desaparición de “Pertur”, simplemente porque se encontraba en el momento de producirse muy, pero que muy, lejos de España… algo, por supuesto que el bobo de Sergio Calore no podía saber. Divagaciones de este tipo se han difundido últimamente en el documental “El año de todos los demonios”… en donde algunos etarras intentan salvar lo salvable y reafirmar que ellos no asesinaron a “Pertur”. Ni reconocer el crimen de la Calle del Correo, ni la desaparición de “Pertur”. Dentro de 20 años seguro que niegan que a Miguel Ángel Blanco lo asesinaran ellos.

El falso diario de Argala y como funcionan los servicios

Así es ETA. En torno al terrorismo ha existido siempre intoxicación informativa. Repasando recuerdos sobre ETA, me encuentro esta perla. Tras el atentado de la calle del Correo, el SEDEC pasó al ataque para lograr el aislamiento de ETA incluso dentro de la oposición democrática. Entre otras acciones –lo reconoce el propio coronel San Martín en sus memorias, así que no desvelo ninguna teoría– el SEDEC elaboró un “diario secreto de Argala” en el que se pretendía demostrar que ETA estaba tras el atentado de la calle del Correo (sobre el que permanecían completamente silenciosos e incluso negaron con la boca pequeña). En un momento dado, el falso “Argala”, escribe: “Se ha puesto en contacto con nosotros J.M. del PENS, dicen que son revolucionarios”. Añade: “Esos malditos nazis, no podemos fiarnos de ellos”. El texto, aparecido en 2004 es de una ingenuidad portentosa, pero en la época tenía una mala uva elevada a la enésima potencia. Las siglas “J.M.” no son ingenuas, puestos a crear confusión, casi mejor poner las siglas de alguien fácilmente localizable aunque ni siquiera perteneciera al PENS –que, por otra parte, se había disuelto dos años antes– “Jorge Mota”. Así trabajaba el SEDEC.

Otra perla. En cierta ocasión, en la última época del PENS, un capitancete del SEDEC me pasó una caja de clisés de ciclostil. Los fui utilizando hasta llegar al último, en el cual me encontré un clisé ya picado pero no utilizado de lo que debía ser un panfleto non nato firmado por la Coordinadora de Entidades Ciudadanas de Barcelona… en donde se acusaba al PENS de quemar librerías, cuando el SEDEC sabía perfectamente que no éramos nosotros quienes quemábamos librerías. De ese período aprendí mucho sobre cómo trabajan los servicios de inteligencia. Con la mano derecha te dan la mano, con la izquierda te la meten doblada.

Por todo ello, ya desde aquella lejana época me resulta muy difícil creer a pie juntillas todas las informaciones que se difunden sobre terrorismo. Siempre se trata de informaciones interesadas. Nunca está claro si se detienen terroristas para evitar que sigan asesinando o simplemente por conveniencias políticas. Ni siquiera está claro si la detención de un dirigente terrorista se deba al deseo de verlo entre rejas por necesidades de orden público, para prestigiar al ministro de turno, o simplemente para desplazar de la dirección del grupo terrorista a dirigentes hostiles y colocar en su puesto a los que sean más fácilmente accesibles.

En el lejano 1969, Fernando Poveda, le fundador del PENS, de retorno de un curso para estudiantes anticomunistas organizado por el SEDEC me comentó: “Fíjate si en España los servicios de inteligencia son primitivos que no han creado ningún grupo de extrema-izquierda”. No entendí bien lo que quería transmitirme. Me lo tuvo que volver a repetir una segunda vez: “Sí, hombre, es la mejor forma de tener controlado a un ambiente político, si lo creas directamente siempre lo tienes bajo control, de lo contrario vendrá otro, lo creará y no podrás controlarlo”. Fue una gran lección, tanto por su extraordinaria simplicidad como para que entendiera de una vez por todas que en el terrorismo internacional “nada es lo que parece”. Lo entendí a finales de los 60 y desde entonces es un principio que sigue en vigor. El terrorismo, cuando se ve incapaz de generar una estrategia propia (en ETA, desde la desarticulación de Vidart) deja de servir a sus propios intereses para servir a cualquier otro. El impacto emotivo de un atentado puede ser aprovechado por cualquiera, no solamente por quienes cometen el crimen. Créanme, no se fien de lo que le cuenta cada día la prensa sobre el terrorismo ni nacional ni internacional; pónganlo sistemáticamente en solfa. En el terrorismo, lo único realmente innegable son los muertos. Y esto es, precisamente, lo que cuestiona la legitimidad de una estrategia terrorista.

Pequeña introducción al golpismo y a los golpeteros

Lo del “golpismo” es, igualmente, complejo. Algunos de nosotros no creíamos en 1976 que la democracia fuera a ser un régimen puro, limpio y cristalino. Personalmente, en esa época, me encontraba muy influido por Solzhenitchin. La diferencia entre el mundo comunista y Occidente –venía a decir Solzhenitchin– es que en el primero no puede decirse nada, y en el segundo se puede decir todo, pero no sirve para nada. Con la democracia ocurría lo mismo: no te detendrían tres veces en cuatro meses (como me había ocurrido a mí en 1973), pero ni en Italia, ni en Francia, países que conocía bien, la democracia formal servía para gran cosa. Si vamos a eso, el plan Marshall había sido mucho más útil para la población que las luchas cotidianas de partidos.

Por otra parte, de José Antonio Primo de Rivera lo único que consideraba que todavía tenía vigor era la crítica a la democracia. En realidad, el pensamiento no conformista de los años 30, el que procedía del fascismo directamente o de las periferias intelectuales (Maulnier, Dandieu, Mounier, etc.), todos, sin excepción habían hecho una crítica demoledora a la democracia, crítica no superada hasta hoy. Lo que no impide que la democracia sea el único gobierno mundialmente aceptable y políticamente correcto. Yo me sentía muy identificado con la crítica: la democracia rompía la unidad de la nación en partes (“partidos”) que, inicialmente se presentaban como opciones ideológicos y que a la postre terminaban siendo grupos opuestos de bajos intereses, influencias y amiguismo. La democracia, antes o después, degeneraba en partidocracia (poder de los partidos) o plutocracia (poder del dinero). Las campañas electorales no son más ejercicios de quien miente más y mejor. Y luego estaba la frase definitoria: “En democracia 51 imbéciles tienen la razón sobre 49”. En uno de los primeros programas de Protagonistas de Luis del Olmo, no recuerdo a santo de qué me invitaron y le solté la frase cuando me preguntó que qué me parecía la democracia. No la entendió y se la tuve que explicar de nuevo. Claro está, a la vista de los vientos que soplaban, y de que yo en ese período no tenía inconveniente en mostrar cierta voluntaria tosquedad provocadora, jamás volvió a invitarme a su programa. En realidad tendría que haber mejorado su expresividad: “En democracia 51 violadores tienen la razón sobe 49 Premios Nobel”, creo que lo hubiera entendido antes. En cualquier caso, la ley del número implica sólo cantidad, cuando lo que el gobierno de la nación lo que precisa es calidad.

Así pues, casi siempre he permanecido muy ajeno a los valores democráticos formales que se reducen a uno: vota y calla. No fue sino hasta el año 2000 cuando en el curso de una cena en Barcelona convocada por Democracia Nacional, Laureano Luna tomó la palabra y vino a explicar que la ley del número era un acuerdo entre las partes para hacer gobernable un país y mientras no se encuentre otro mejor, no podía rechazarse. Consideré el argumento de Laureano y lo acepté sin reservas, como mal menor. De todas formas, sigo considerando a los partidos políticos como estructuras completamente artificiales e irrelevantes mucho más ahora que han abandonado cualquier forma de ideología para ser solamente foros de tráfico de influencias, corruptelas e intereses espurios.

Por lo demás, creo que la democracia actual está en crisis y que la crisis económica se está en estos momentos convirtiendo en crisis social y en breve pasará a ser crisis política generalizada. Ese será el momento cuando se tratará de aplicar reformas en profundidad al sistema de representación democrática. Pensar que el ciudadano solamente puede estar representado en las instituciones a través de los “partidos” es muy aventurado. A pesar de que en los años 60 y 70 no gasté ni un solo esfuerzo del más olvidado músculo y que me siento tan alejado del franquismo como de Raticulín, ahora creo que la “democracia orgánica” era mucho más razonable que la partidocracia y la plutocracia que tenemos hoy. El que puedan sentarse en los escaños parlamentarios representantes de los sindicatos, de las universidades, de los consejos de la juventud, del tejido asociativo, del ejército, del mundo de los deportes, no en función del partido al que pertenecen sino del lugar que ocupan en la sociedad civil, es algo que debería considerarse.

En 1976 me movía en otro esquema. Había llegado a dos conclusiones: no había posibilidad de realizar revolución alguna, ni el país estaba para más saltos al vacío y aventuras que los que diariamente nos servía la prensa, y solamente había dos vías políticas a seguir: el golpismo o la democracia. A diferencia de otros sectores de la extrema-derecha que hacían del golpismo un fin en sí mismo, para algunos de nosotros, el golpe no era más que un medio para alcanzar un fin: mejorar las propias posiciones y prepararse para ascender otro peldaño en la larga marcha hacia una sociedad orgánica y estructurada como la que éramos capaces de definir. Habíamos ideado la “teoría de la escalera”: para llegar al poder situado en el peldaño superior, había que ascender antes por los peldaños que nos separaban del límite superior. Pero también había otros peldaños inferiores, el último de los cuales sería el llegar a una sociedad comunista en la que la masificación era absoluta, la capacidad por expresar puntos de vista disidentes reducida a cero y cualquier forma de libertad pulverizada en nombre de las masas. Esa era la peor visión que podíamos concebir y, por tanto, ocupaba el peldaño inferior, el más distanciado de nuestro ideal. Así pues, concebíamos la lucha política como un subir o bajar peldaños, como el llegar a estadios más próximos a nuestro ideal y otro más alejados. Se trataba de ascenderá los primeros y evitar caer en los segundos. Esto implicaba que el golpismo era una forma de mejorar posiciones, pero en absoluto un fin en sí mismo.

Eso llevaba a nuestra concepción del “golpe” que difería extraordinariamente del resto de fuerzas que se movían en el mismo ámbito, incluidas las opiniones de buena parte de los militares. En la extrema-derecha se ha practicado siempre un culto a los entorchados y a los galones. Si un militar opina, tú te callas, aunque lo que diga el uniformado sea una estupidez lacerante. Nosotros no éramos del mismo jaez. El golpe, para nosotros, no era un hecho simplemente “militar”, sino un proceso político-militar, en el cual el elemento castrense solamente entra en juego en el momento puntual del golpe. Así pues, es imposible dar un golpe de Estado si no existe un amplio sector de la población que lo pida y que esté dispuesto a movilizarse en su favor. En la ultraderecha, el golpe se consideraba como “asunto de los militares” y en la casi totalidad de ambientes políticos ultras se esperaba que los mílicos se movieran en esa dirección, pero nunca se hizo nada concreto para impulsarlos, salvo, de tanto en tanto, gritar aquello de “Ejército al poder”, cuando vienes oyéndolo desde 1970, ya no te dice nada. A nosotros, esta consigna nos parecía ya desprovista de todo sentido como aquellas palabras que, a fuerza de repetirlas, pierden todo su sentido. El golpe era pues, un hecho político-militar y, se trataba por tanto de establecer puentes con las FFAA y empezar a trabajar un terreno particularmente difícil e inseguro.

Luego estaba la otra vía, la democrática. El partido –Fuerza Nueva– debía homologarse lo más posible a cualquier otro partido democrático. Ejemplos en Europa no faltaban. Existían partidos hermanos a los que se podía pedir concurso y que podían ayudarnos en la formación de cuadros. Existían, en síntesis dos días estratégicas: la golpetera y la democrática. El problema no era decidirse por una o por otra (esto dependía, a fin de cuentas,  de las condiciones siempre cambiantes) sino ser consciente de que había que decidir. Y, a medida que pasaban los meses, la dirección del partido no decidía nada. Se permitían los gritos de “ejército al poder” en los mítines de Blas, pero no se hacía nada absolutamente por sistematizar los contactos con los sectores militares disconformes con la evolución política. Se llamaba a votar a nuestras candidaturas pero no se hacía nada por evitar esa imagen paramilitar de ejército de Pancho Villa que restaba toda credibilidad al partido, ni esos discursos apocalípticos de Blas en el que se nos hablaba de la desintegración de España, pero no de la forma en la que se podía revertir el fenómeno. No se nos asignaban ni objetivos políticos, ni estrategia y así ocurría lo que ocurría. Yo creo que inconscientemente, pero el hecho era que Blas estaba fanatizando a grupos de chicos jóvenes que salían de sus discursos con la sangre caliente: todo se estaba hundiendo, España, la sociedad, la Iglesia, la familia, el Estado, así pues había que hacer algo… y Blas no les decía qué hacer y si intentaba apuntar algo en esa dirección (el votar a Fuerza Nueva) lo irrelevante de lo que pedía (el voto) contrastaba con los tintes apocalípticos de la situación descrita por tan fogoso orador. El resultado era que, en aquellos años, chavales políticamente inmaduros, se fueron radicalizando y generando una constelación de incidentes violentos que, en muchos casos, les afectaría en sus vidas futuras. En el otro lado, la extrema-izquierda hacía exactamente lo mismo, por lo que a nadie le podía extrañar que la situación del orden público se degradara de día en día.

El I Congreso de Fuerza Nueva

En eso que se convoca el I Congreso del partido y Blas me encarga la “ponencia de organización”. Hasta ese momento solamente había hablado con Blas en una ocasión y durante muy poco tiempo, así que entiendo que si pensó en mí fue a causa de los buenos oficios de Pepe Ruiz, el divisionario delegado del partido en Catalunya y teniendo como referencia los artículos que con mucha frecuencia publicaba en el semanario del partido. No me indicó nada más así que me las compuse como pude. La ponencia tenía unas 24 páginas y se abordaban todos los aspectos, no sólo organizativos, sino estratégicos. En aquella época no existían ordenadores y la tarde en que empecé a escribirla el único papel que tenía a mano eran unos cuadernillos de papel de barba que utilizaba para dibujar. Ocupó cuadernillo y medio, esto es 24 páginas.

Mis padres aprovecharon para acompañarme al aeropuerto a tomar el puente aéreo para Madrid. Las fotos que sacó mi madre me definen en aquella época: cazadora de cuero, gafas de sol, aspecto de intelectual autosuficiente y cierta seriedad escéptica en la mirada. No tenía muy claro en dónde me iba a meter. En el avión me encontré a Jaime Serrano el delegado de Gerona que también acudía al congreso. El avión salió tarde, tirando a muy tarde, y llegamos con el congreso ya iniciado. Tras pasar por el control, abrimos la puerta del congreso e inmediatamente percibir que llamar congreso a lo que no pasaba de ser una mera asamblea de delegados era demasiado aventurado. Nada de delegados elegidos democráticamente por cada tantos afiliados, nada de delegados de las organizaciones militantes, nada de invitados de otros partidos, ni nada de presencia de la prensa. Todo se reducía a 40 delegados de las 40 provincias en las que el partido tenía presencia. Un invitado (Horia Sima, ex jefe de la Guardia de Hierro rumana). Blas y, a su vera, Pepe las Heras. Eso era todo. Las ponencias por supuesto no se habían repartido previamente entre los congresistas para que pudieran aportar mociones. En realidad, ni el propio Blas sabía exactamente que coño les iba a contar. Si hubiera dado una conferencia sobre el “centralismo democrático marxista-leninista” no lo habría sabido sino hasta una vez entrado en el discurso.

Blas estaba concluyendo su alocución cuando entramos. No tuve ni tiempo de sentarme, 10 segundos después ya estaba a la izquierda de Blas largando mi rollo, ante un auditorio que no parecía el más adecuado para recibirlo. No lo era, desde luego. Por lo demás, leer 24 folios a doble espacio tampoco es ninguna ganga. En aquel tiempo era capaz de hablar en público, pero iba a piñón fijo, no me importaba mucho la actitud del auditorio ni reparaba en si aburría hasta las piedras o si me excedía en el tiempo. En las asambleas públicas no hablaba mal, pero en las conferencias y en las reuniones formales como esta, no hacía concesiones ni al tiempo, ni a la dicción, ni a la necesidad de entretener al auditorio. Hasta muy adelante no supe que si quería que algo fuera admitido por la audiencia debía entretenerla previamente, contar algún chiste, realizar inflexiones de voz, alternar momentos de gran intensidad con otros de cadencia parsimoniosa y serena, en fin, en aquel tiempo no utilizaba los recursos del espectáculo para hacerme oír.

Veinticuatro páginas dan para mucho: para exponer la teoría de la escalera, para anunciar un futuro democrático o golpista, para explicar cómo es la organización interior de un partido, para aludir a los partidos hermanos, para proponer la creación de una escuela de cuadros, etc. Al cabo de una hora, estaba desgranando los temas cuando de repente se abrió la puerta y apareció Juan Ignacio González a quien entonces todavía no conocía. Iba con el uniforme de la Sección C, el servicio de orden del partido, una camisa gris con boina negra, pantalón negro y botas de media caña. Se susurró unas palabras al oído de Blas y éste interrumpió mi alocución: “parece que nuestros enemigos han dejado un maletín bomba en la recepción, pero está todo resuelto, han venido los artificieros y se han llevado ya el artefacto”… luego seguí. Grave eso de que algún grupo terrorista hubiera tenido los santos arrestos de llegar hasta la antesala del congreso y dejar allí un bombazo que de haber estallado se hubiera llevado al tacho a los 40 delegados del partido. Seguí con lo mío y al concluir hubo un pequeño debate.

José María Rebate, delegado por Castellón, fue el primero en tomar la palabra afeándome el que considerara a Fuerza Joven como algo diferenciado del partido y dijo aquello de que “aquí todos somos combatientes y todos tenemos espíritu joven”. Rebate, que superaba los 66 años y a quien conocía desde hacía tiempo, era de esos excombatientes con cara de permanente cabreo. Le contesté que los jóvenes llevaban una vida diferenciada de los adultos y que había que pensar como podían hacer trabajo específico en la universidad, en las escuelas, y que los que habíamos dejado atrás o muy atrás nuestro período de estudiantes no teníamos nada que hacer en esos frentes.

De todas formas aquella intervención me dejó un mal sabor de boca, no solamente porque el bueno de Rebate que era de aquellos de “o coincides en todo conmigo o pasas a ser mi peor enemigo” sino porque la intervención indicaba que el nivel de educación política de los dirigentes provinciales no era el óptimo. Horia Sima, en cambio, alabó mi alusión a la Guardia de Hierro y a los “cuibs” en los que se había organizado. Personalmente guardaba el más profundo aprecio a Sima a quien no esperaba encontraren aquella asamblea, pero eso no me impedía echar en falta a los delegados del MSI o del Front National. La Guardia de Hierro, en aquel momento, era solamente un pequeño grupo de ancianos exiliados sin contacto con la realidad interior de su país. Hablaron algunos delegados más preguntando aspectos de la ponencia que acababa de presentar y a los que contesté lo mejor que pude.

En un momento dado, Blas juzgó que ya había suficiente y que era hora de pasar a otro tema así que realizó el resumen de la ponencia. “Entre las frases que ha dicho Ernesto, yo me quedaría con una en la que seguramente él ni siquiera ha reparado de su importancia cuando la ha pronunciado”. Ay madre de Dios, a ver por dónde me sale Blas, pensé. “Organizarse hoy, para vencer mañana”. Suspiré desterrando mi intranquilidad. El caso es que no recordaba haber dicho esa frase y tuve que buscarla luego entre los 24 folios y allí estaba, mira por donde, perdida entre sugerencias organizativas, propuestas estratégicas e ideas críticas. A partir de ese momento, la frasecita de marras apareció en todas partes en la vida del partido: Blas ordenó que se colocara en todos los locales, en muchos mítines apareció la frase en pancartas. Bueno, no estaba mal la iniciativa, en realidad un congreso es precisamente para eso, para “organizarse hoy y vencer mañana”. Lamentablemente, ninguna de las líneas aportadas en la Potencia de Organización se llevó a la práctica. Ni hubo definición estratégica, ni tampoco escuela de cuadros, y el partido siguió con ese aspecto paramilitar que satisfacía a unos pocos y sellaba el aislamiento de la organización. Dicho de otra manera, los 24 folios no sirvieron para nada. Y lo de “organizarse hoy para vencer mañana” no pasó de ser la expresión de un deseo que no vino avalado luego por nada concreto.

Al salir, me esperaban dos camaradas de Valencia. Uno de ellos había perdido su maletín: “Oye, has visto mi maletín, es que no logro encontrarlo”, preguntaba angustiado. “Oye, ¿no será ese que se han llevado los artificieros…?”. Lo era, efectivamente. Poco después, un compungido artificiero llegaba al local con los restos del maletín. Lo había llevado a la Casa de Campo, acordonaron la zona e hicieron estallar un detonante. El maletín quedó literalmente escacharrado. Esa misma noche, el camarada valenciano lucía un pijama exactamente con 16 quemaduras simétricas pues no en vano lo había doblado con precisión obsesiva.

Esto es todo lo que puedo recordar del I Congreso de Fuerza Nueva. En congresos siguientes, yo ya había sido expulsado del partido, pero por lo que leí, realmente no se aportaron grandes innovaciones. Existía en muchas ponencias una especie de esquizofrenia. Recuerdo alguna en la que se insistía en cuáles debían ser las líneas por las que debería discurrir una educación católica, o cuales debían ser las políticas de juventud, pero ninguna, absolutamente ninguna sobre cómo poner en práctica tan loables intenciones. Los congresos siguieron siendo asambleas de delegados. Dado que todos ellos habían sido nombrados “por la superioridad”, era difícil que hubiera alguien con ideas propias o, en cualquier caso, alguien que en un momento dado le dijera a Blas: “Blas, te equivocas”.

Al día siguiente, hubo mitin en la sede del partido. Todo fue bien hasta que Carmen Apolo se puso a cantar unas coplillas. Muchas mujeres abandonaron el local refunfuñando. Carmen Apolo era de las actrices del destape, actividad para la cual no le faltaban, desde luego condiciones, empezando por un par de pechugas lo que se dice rotundas. Solía ir a los actos del partido con una camisa azul desabotonada, de la cual afloraba un vertiginoso canalillo que era el deleite de los varones del partido y denostado por buena parte de las ricashembras. Años después, cuando se produjo la escisión del Frente de la Juventud, Carmen Apolo se desvinculó del partido. Por entonces había estrenado junto a la “reina del destape”, Susana Estrada, una obra de café teatro, tirando no ya a porno, sino a pornísimo, en la que a un robot se le ponía tiesa una pieza metálica que la Estrada se metía hasta la bola. Unos diálogos picantuelos entre la Susana Estrada progre-progrísima y Carmen Apolo ultra-ultrísima, sazonaban la obra.

En 1978 vería a la Apolo por última vez en Barcelona. Quedamos en el Drugstore-Liceo, bien entrada la noche y pasó lo que tenía que pasar: que no era ni la mejor hora ni el mejor lugar para quedar. Estábamos tomando algún combinado cuando un borracho le dijo algo así como “joder, que par de tetas”, algo, como se ve, con poca elaboración intelectual. Me estaba dirigiendo hacia el fulano por aquello de que el caballero español no permite este tipo de actitudes, cuando la Apolo me rebasó, “deja que ya me encargo”. El tacón de aguja golpeado insistentemente y con furia irracional sobre el borracho lo dejó desparramado en el suelo a la espera de la ambulancia. Cuando nos tocó explicar a la policía el incidente, el maderamen no podía levantar la mirada del canalillo de la Apolo. Lamenté mucho su fallecimiento unos años después.

No era el único caso de persona relacionada con el ambiente del destape que ingresó en un partido confesionalmente católico y en el que existía oficialmente un rechazo al modelo sexual que acompañó a la transición. En cierta ocasión –debió ser hacia 1977– coincidí en un programa de radio con Pablo Villamar. Nos habían hecho coincidir a la vista de que los dos veníamos precedidos por una justa fama de ultras. Sabía de Villamar porque había aparecido en distintas ocasiones en el semanario Fuerza Nueva y dirigido una especie de réplica católica al Jesucristo Super Star, Jesucristo Libertador creo que se llamaba. Sin embargo, en esa ocasión Villamar no venía acompañado de ningún aspirante al papel de Jesús o de Juan, ni siquiera por un Judas de guardarropía, sino por una chica muy bonita pequeñita y delgadita en la que no reparé mucho. Una vez en el estudio, yo iba a lo mío (y creo recordar que lo mío era publicitar el libro que acababa de sacar –era el primero que una editorial de cierto prestigio, Ediciones Acervo, me publicaba– titulado La ofensiva Neo-Fascista del que se vendieron 10.000 ejemplares sin muchas dificultades) y Villamar a publicitar su nueva obra de teatro: “África, el amor ardiente de los negros”, muy en la línea de la época. La chica en cuestión que le acompañaba, estrella de la obra, desnudita ganaba mucho. El resto pueden imaginarlo. Lo menos que podía decirse de la obra, eso sí, es que se caracterizaba por una ausencia total de prejuicios raciales. En efecto,  media docena de negros se pasean, ciruelo al aire, en pos de la chati. No era de extrañar que Villamar terminara siendo expulsado del partido (o yéndose a la vista de que en Fuerza Nueva no terminaban de compartir sus gustos estéticos ni la línea principal de sus obras). No volví a saber nada de él sino hasta hará un par de años cuando se hizo habitual durante unos días de ciertos espacios de la telebasura al revelarse una relación que mantuvo con Norma Duval.

Tras el acto y los gorgoritos de la Apolo, nos fuimos a un conocido restaurante madrileño donde Blas pudo despachar nuevamente su fogoso y arrebatado verbo. Al despedirme me dijo que había leído algún otro papel que le había enviado y que hablara con Villamea (el responsable de la revista) para ver cómo podíamos abrir unas páginas para noticias de otros partidos hermanos en Europa. No dio tiempo. Meses después se complicó todo. Yo me casé por lo civil. Blas me expulsó por eso.

A decir verdad, le agradecí a Blas aquella decisión. Tenía pensado dedicarme al “frente internacional” que me parecía mucho más prometedor y apto para las “emociones fuertes” que buscada. Quién me iba a decir que en los tres años siguientes me esperaría una actividad política rutinaria y en la que jamás creí del todo. Acabada la experiencia de Fuerza Nueva, se abrieron los tres años de los dos “frentes”: el Frente Nacional de la Juventud y el Frente de la Juventud.

© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.

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