Un estudio sobre la "cuestión judía" (II de X). El judaismo en la Roma Antigua
Hemos dicho anteriormente que el judaismo degenerado fue el cuerpo en donde la judaidad se manifestó y que este cuerpo constituyó uno de los instrumentos físicos mediante los cuales la Antitradición realizó su obra en la historia. Ilustraremos pues ahora, en un panorama sintético, la acción conducida por el judaismo sobre el plano histórico, demostrando como contribuyó, con otros factores de desintegración, a destruir las instituciones políticas mediante las cuales se expresó la Europa tradicional.
El primer episodio de la participación judaica al asalto desencadenado contra la civilización europea consistió en la guerra subterránea que el judaismo llevó contra Roma. Esta guerra finalizó con el hundimiento espiritual en principio, político luego del Imperio Romano; y una de las causas de este hundimiento, el cristianismo nació de la matriz judaica.
Que hubiera que contemplar al judaismo como un foco perturbador, era algo que ya se había comprendido en Roma antes de que el contagio cristiano amenazara a la Ciudad Eterna.
En el 411 a. JC los judíos habían sido expulsados de Roma al ser juzgados culpables de corromper las costumbres romanas; en otra ocasión fueron expulsados por Tiberio, que consideraba a la comunidad judía como "un peligro para Roma" y indigna de permanecer entre los muros de la Urbs" (como nos informa Suetonio); Claudio los había alejado de nuevo, porque "actuaban sin cesar a instigación de Chrestus" (Suetonio); el mismo Claudio había amenazado a los judíos de Alejandría con ser castigados "como los que provocan una peste universal en el mundo" (Flavio Josefo).
Horacio, Tíbulo, Propercio, Ovidio, habían descubierto en el judaismo una realidad irreconciliable con el mos Romanus; y Cicerón, en su requisitoria a favor de Flaco, había hablado de los judíos en términos muy claros (40). Roma no ignoraba puesque tenía un enemigo mortal en ese pueblo que, reducido numéricamente a ocho millones de individuos sobre una población de sesenta o setenta millones de sujetos del imperiales. A las primeras escaramuzas de la revuelta cristiana, Roma reparó pues inmediatamente en los judíos como la causa de la infección. Tal es el sentido de la advertencia de Claudio a los Alejandrinos y de la expulsión de los judíos de Roma, por él decretada en el año 49; veía bien que los judíos eran "solidariamente responsables del tumulus y de la nosos producida por la nueva airesis judaica de los cristianos; castigó a los judíos para castigar a los cristianos. Se puede decir con precisión: castigó a los judíos, pues acumulaba sobre ellos la responsabilidad de la propaganda misionera cristiana" (41).
Y, de hecho, Jesús el Ungido el Chrestus del que habla Suetonio era "un judío en palabras y actos" (42), por utilizar la definición de un representante autorizado del judaismo contemporáneo que, con justicia, reivindica para al matriz judaica la esencia del nacimiento del cristianismo.
Saulo de Tarso, el fundador intelectual del Cristianismo, era un judío separado de la tradición, que denuncia la Ley como algo penoso y "transforma una fe despreciada y perseguida en una religión mundial" (43); las más antiguas comunidades cristianas estaban constituidas por judíos de Alejandría, Cirene, Siria y Cilicia.
Se ha observado que "a través de las formas primeras, precatólicas del cristianismo, mientras que el Imperio romano estaba ya animado de todo tipo de cultos impuros asiático semíticos, el espíritu judaico se puso efectivamente a la cabeza de una gran insurrección de Oriente contra Occidente, de los shudra contra los aria, de la espiritualidad mezclada el Sur pelasgo y prehelénico contra la espiritualidad olímpica y urania de las razas superiores conquistadoras" (44); una confirmación de esto se tiene en el hecho de que fue el Africa semítica la misma región donde se estableció, en otro tiempo, el foco antiromano de la fenicia Cartago quien produjo los más famosos retóricos y apologetas de la superstitio nova ac malefica (Suetonio), no menos que el principal doctor de la Iglesia de la antigüedad: Tertuliano, Minucio Felix, Cipriano, Comodiano, Arnobio, Lactancio, Agustín eran, de hecho, semitas de Africa. El hecho de que el cristianismo descienda del judaismo de la decadencia es visible también en la obra específica que la nueva religión acomete en el terreno político y social (45). La secta cristiana, en realidad, se sitúa en la línea del profetismo que había anunciado la revancha de los "humildes, los pobres y los desheredados" (anavim ebionim) sobre las civilizaciones "inicuas y orgullosas", se relaciona con el ideal profético de "nivelación general que hará desaparecer todas las distinciones de clase y finalizará con la creación de una sociedad uniforme, donde serán eliminados cualquier privilegio" (46).
Además, desarrollando la antítesis judaica entre "espíritu" y "materia", entre "más allá" y "más acá", el cristianismo concibió la oposición bien conocida entre civitas Dei y civitas Diaboli. El mundo es impuro, el Estado es obra del demonio, el imperio la creación del orgullo y la soberbia. "Todo lo armonioso de la sociedad romana es declarado culpable: su resistencia a las exigencias yavhicas, sus tradiciones, su modo de vida constituyen otras tantas ofensas a las leyes del socialismo celeste. Culpable, debe ser castigada, es decir, destruida" (47). Y en consecuencia las anatemas antipaganas de la literatura cristiana primitiva recuperan los temas y el tono del profetismo judío, incitan a la lucha de clases (48), anuncian la inminencia de la venganza, se extienden en imprecaciones contra Roma: la "gran prostituta", la "nueva Babilonia". Desconocen la sacralidad del imperium y rechazan sacrificar ante su símbolo viviente, los galileos atacaron los fundamentos de la concepción tradicional que confería a la fides una sanción divina y un valor religioso. La unidad de la autoridad espiritual y del poder civil, unidad que Roma había establecido en el principio imperial, fue sacudida desde la base, mientras que el "Rey de los judíos" proclamaba la separación del César y del Dios y anunciaba un Reino que exluía "este mundo" de sus fronteras.
"La tragedia del pueblo judío consistió en el hecho de que es precisamente cuando la Biblia y la ética judaica empezaron a difundirse en el mundo (con la cristianización del Imperio, n.d.t.), cuando los judíos fueron excluidos de la sociedad de los hombres y el odio marcó siempre con su peso toda aportación espiritual procedente de ellos... El pueblo de Cristo, aquel que había enseñado el sufrimiento, se convirtió en el Cristo de los pueblos" (49). En realidad, si la cristianización del Estado comportó un régimen jurídico de neta separación entre cristianos y judíos, e implícitamente la inferioridad declarada de estos últimos, una discriminación precisa no puede jamás completamente realizada, hasta tal punto que no fueron raros, en los siglos que siguieron a la caida de Roma, ver a judíos propietarios de esclavos cristianos (50).
Notas fuera de texto:
(40) S. MAZZARINO, L'Impero romano, vol. I, Bari 1973, pág. 201.
(41) A. EBAN, Op. cit., pág. 99. Ya en 1899 Max Nordau, próximo colaborador de Theodoro Herz, decía: "Jesús es el alma de nuestra alma, la carne de nuestra carne. ¿Quién podría pues separarle del pueblo judío?". Diferentes pensadores judíos han recuperado esta idea: Joseph Klausner, Martin Buber, Leo Beck y, recientemente, David Flussier. En su estudio titulado Jesús (Ginebra, 1976), Flusser, que es profesor en la universidad hebrea de Jerusalén, sitúa los hechos emanados de la actividad de Jehoshua en las formas de pensar y de "ser" judíos de la época.
(42) Op. cit., pág. 100.
(43) J. EVOLA, Tre aspetti..., op. cit., pág. 22.
(44) Es sobre todo en este terreno, según Marx, donde se manifiesta la marca judía del cristianismo: "El judaismo escribe Marx alcanzó su apogeo con la perfección de la sociedad burguesa; pero la sociedad burguesa no ha alcanzado su perfección más que en el mundo cristiano. No es más que bajo el reino del cristianismo, quien exterioriza todas las relaciones nacionales, naturales, morales y teóricas del hombre, que la sociedad burguesa podía separarse completamente de la vía del Estado, desgarrar todos los lazos genéricos del hombre y colocar en su lugar el egoísmo, la necesidad egoísta, descomponer el mundo de los hombres en un mundo de individuos, atomísticos, hostiles unos a otros. El cristianismo ha nacido del judaismo; y ha terminado por remitirse al judaismo. Por definición, el cristiano fue el judío teorizante; el judío es, en consecuencia, el cristiano práctico y el cristiano práctico se ha vuelto judío" (K. MARX, La question juive, op. cit., pág. 54).
(45) G. WALTER, Les origines du communisme, París 1931. Se lee en el Libro de Enoch, bastante difundido entre los cristianos del siglo I: "El Hijo del Hombre expulsará a los reyes y a los poderosos de sus lechos, y a los fuertes de sus tronos; destrozará los reinos de los fuertes... Derribará los tronos de los Reyes y su poder. Hará bajar el rostro de los fuertes y los cubrirá de vergüenza..." (Enoch, XLVI, 4 6). Jeremías maldiciendo dice: "Sepáralos como se hace con las bestias pequeñas del ganado para el matadero y destínalos para la carnicería" (Jer., XII, 3). Y Amós amenazaba así a las mujeres de los poderosos, a las que llamaba "vacas de Basan": "Adonai Iavhé ha jurado por su santidad que llegará el día para vosotros, en que se os levantará con arpones y vuestra posteridad con anzuelos de pesca" (Amos, IV, 2). El judío Isidoro Loeb ha encontrado huellas de este deseo social en los Salmos igualmente; mejor, según él el único verdadero problema de los Salmos es la lucha del pobre contra el malvado (Litterature des pauvres dans la Bible, París, 1892).
(46) A. DE BENOIST, Presentación del ibro de Louis Rougier: El conflicto del cristianismo primitivo y de la civilización antigua, Ed. Thor, Barcelona, 1988, pág. 25).
(47) Cfr. SANTIAGO, V, 1 6: "!Os toca a vosotros los ricos! ¡Llorad y gritad a causa de las desgracias que vienen sobre vosotros... Habéis amasado en los últimos días! El salario que habéis hurtado a los obreros que han trabajado en vuestros campos, he aquí que grita, y los clamores de los que han trabajado para vosotros han llegado a los oídos del Señor de los Ejércitos, etc...." [NdT].
En el período igualitario introducido por el cristianismo: "El ciclo igualitario llega así a su fin. Según el proceso clásico del desarrollo y de la degradación de los ciclos, el tema igualitario ha pasado, en nuestra cultura, del estadio de mito, (igualdad ante Dios) al estadio de ideología (igualdad ante los hombres), luego al estadio de pretensión "científica" (afirmación del hecho igualitario): del cristianismo a la democracia, luego al socialismo y al marxismo. El gran reproche que se le puede hacer al cristianismo es haber inaugurado el ciclo igualitario, introduciendo en el pensamiento europeo una antropología revolucionaria, con carácter universalista y totalitario". (R. DE HERTE, La question religieuse, "Elements", n 17 18) [NdT].
(48) N. BENTWICH, Op. cit., pág. 22.
(49) Casi todos los judíos nombrados en las cartas de Gregorio el Grande aparecen como poseedores de esclavos cristianos: "...en Nápoles, en Luni, en Sicilia, donde Joses Nasas compra esclavos cristianos burlándose de los rigores de la Ley; en Galia, la reina Brunehilde tolera tal escándalo sin intervenir. La Galia del siglo VI debía constituir, en realidad, un medio particularmente favorable para los judíos, ya que un tal Basilio consiguió fácilmente burlar las disposiciones en vigor en este terreno, presentando sus esclavos cristianos como perteneciendo a sus hijos conversos; mientras que un tal Domingo, cristiano, se lamentada que cuatro de sus hermanos, reducidos a la esclavitud por los judíos, estuvieran todavía a su servicio en Narbona" (R. MORGHEN, Medioevo christiano, Bari, 1970, pág. 135).
(50) La "larga tradición comercial" de los judíos es reconocida, aunque de forma contradictoria, por R. FINZI (Per un'interpretazione materialistica della questione ebraica, en L. POLIAKOV, Storia dell'antisemitismo, Florencia, 1974; vol. I, pág. XX). Cfr. además sobre esta "larga tradición", A. LEON, Il marxismo e la questione ebraica, Roma 1968, cáp. I y II.
(c) Por el texto: el autor [desconocido. Se agradecerían datos]
(c) Por la traducción: Ernest Milà
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