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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Ultramemorias (IV de X). Tipologías insólitas: los odiadores

La imagen del odiador corresponde a la de un tipo obsesivo que, por algún motivo, la ha tomado contigo y es lo más parecido a una ladilla culera: no hay forma de zafarse de él. A diferencia de la ladilla, terminas habituándote a su constante hostigamiento. De la misma forma que la ladilla tiene a la zona púbica como teatro de operaciones, el odiador ha hecho de Internet su campo privilegiado de actuación. Constituye un fastidio y una molestia, pero poco más, especialmente para los que nos sentimos queridos y arropados por nuestros amigos y familiares.

En ocasiones he llegado a experimentar cierta sensación de conmiseración hacia esos pobres sujetos que se pasan horas y más horas poniéndote verde en Internet, en la oscuridad de la noche, en la soledad de un cuarto oscuro, frecuentemente entre tranquilizantes, ansiolíticos o química rica en alcaloides. La vida de un internauta pajillero es incluso más rica y, desde luego, mucho más agradecida que la de los odiadores profesionales. Entre Baco y Hefaisto, el primero es más simpaticote, el segundo apenas un amargado perdido en las profundidades.

La vida es hermosa, salvo para el odiador que habita en un mundo sórdido de rencores y frustraciones proyectados sobre el objeto de su resentimiento. En este caso, yo... Estaría tentado de pensar que soy un tipo importante porque mis cuatro odiadores de cámara han inundado literalmente Internet con todo tipo de ataques en los últimos 10 años. En realidad, si es por eso, no soy importante: mis cuatro odiadores son personajes irrelevantes sino grotescos. Lo que más lamento hoy es que los enemigos que me quedan son enanos, no hay en ellos ni grandeza ni poder. Tan sólo mediocridad y comportamientos clínicos. El nivel de mis odiadores me impone, en sí mismo, una cura de modestia.

Antes de Internet, los había tenido también pero eran de otro tipo, apenas odiadores ocasionales. Con Internet ha irrumpido un nuevo tipo de odiador: el ciclotímico obsesivo, categoría clínica que indica a aquellos sujetos que sufren altibajos en su carácter y una patología mental bien definida: apenas una forma de paranoia. Te odian hoy, mañana se toman la medicación y te olvidan para volver a la carga y al cabo de unas semanas. Y así eternamente. Tienen algo de enfermos y como tales hay que tomarlos.

La vida debería haberme enseñado que la peor forma de tratar a un loco es recordarle que está como las maracas de Machín de la manera más descarnada posible. Sin embargo, desde que muy de joven leí La Vida de Don Quijote y Sancho sigo el consejo de Unamuno: “Encuentras a uno que roba, grítale a la cara “ladrón” y adelante, si encuentras a uno que miente grítale “mentiroso” y adelante… adelante siempre”. Y si te encuentras ante un petardo, ya sabes lo que hay que recordarle. En el fondo es simple: dar a cada uno lo suyo, a pesar de que no sea lo recomendado por Dale Carnagie en su curso sobre cómo ganar amigos.

Decirles la imagen que otros tienen de ellos es seguramente la mejor forma de ayudarles;  callar, implica hacerles todavía más daño. Si a un cocainómano o a un alcohólico no les echas en cara su vicio, lo más probable es que, antes o después, revienten. Si a un tipo de mente inestable no le recuerdas que sus altibajos son enfermizos y que cuando llegue a los 50 tendrá el cerebro completamente desbaratado, así ocurrirá inevitablemente. Y, en cuanto a un gilipollas, si no se lo recuerdas su estado, seguirá haciendo el gilipollas lo que equivale a decir que seguirá haciéndose daño a sí mismo.

Todo esto viene a cuento de que hoy a las 12:30 había en Internet en torno a 6.500 referencias a mi modesta persona, de las cuales un número no desdeñable, simplemente, me ponen verde. Si tuviera 20 años me preocuparía porque, literalmente, no habría empresa que me pudiera contratar a la vista de todas estas polémicas webs. Afortunadamente, tengo la vida bien orientada y en esa dirección poco daño pueden hacerme. Cuando ya empezaban a emerger en Internet los ataques de mis odiadores particulares, no tuve ningún problema en trabajar para distintas editoriales y revistas. Y así sigue ocurriendo hoy. Qué esas menciones calumniosas me restarán “partidarios” y “simpatías” tiene muy poco valor e interés para quien nunca ha entrado en sus planes ni buscar discípulos, ni ir de mesías, ni aquilatar simpatías. Los que me conocen saben perfectamente como soy y los que me desconocen pueden intuir mis inquietudes simplemente leyendo el índice de esta web, así qué ¿para qué preocuparse de lo que digan los calumniadores?

En cierta ocasión acudí a la policía de Barcelona. Un perfecto deficiente mental había enviado a la revista Kale-Gorria un dossier sobre mí. Me enteré casualmente gracias a un amigo que fue invitado junto con otros estudiantes que habían participado en un campus-line por Pepe Rey (q.e.p.d.) a la redacción de Kale-Gorria. El propio Pepe Rey, al saber que era de Barcelona, le preguntó sobre mí por pura casualidad y le explicó que había llegado a esa redacción un dossier: así la noticia llegó a mí. La cosa estaba clara: un tarado catalán me odiaba lo suficiente como para perder unas horas elaborando un dossier absurdo; la prudencia y la cobardía le indicaban que era mejor odiarme a distancia y confiar a ETA los datos suficientes sobre mí en la esperanza de que fueran ellos los que acabaran conmigo (Kale-Gorria era el órgano “legal” de ETA que marcaba a los que luego eran asesinados). El comisario con el que hablé me sorprendió: “¿Sabes quién es?”. “Sí, lo sé”. “Pues dale una mano de hostias”, me espetó… No hay nada como la sinceridad, siempre lo he dicho, pero no me negarán que es algo preocupante que un servidor de la ley, a la vista de la ausencia de recursos legales para frenar la difamación en la red, lo único que esté en condiciones de aconsejar es “Dale una mano de hostias”. Decliné la oferta: si bien era cierto que contratar a un par de búlgaros en la época costaba 1.500 euros que parecían algo más convertidos a pesetas, incluidos gastos de desplazamiento, no era menos cierto que la vida de algunos tarados vale bastante menos que esa cantidad y, por otra parte -¿qué quieren que les diga?- soy una persona respetuosa con la ley y que no está dispuesta a infringirla aunque sea otro servidor de la ley el que se lo recomiende. Nunca he aspirado a contratar matones para que solucionen problemas que solamente un buen psiquiatra, medicación y tratamiento podrían lograr en otros.

Las páginas que siguen están dedicadas a mis odiadores particulares. Si se sienten identificados, no se trata de pura coincidencia, es que me estoy refiriendo a ellos, no a otros.

Niveles de odio

El odio es un gusano con dentadura postiza que tiene como máximo ideal de vida roer las vísceras del odiador; el odio convierte en sombríos a los sujetos, les reconcome como si acabaran de zamparse un litro de nítrico y sulfúrico recalentados, está presente en su cerebro como un imán que atrapa sus ideas y bloquea su voluntad, convirtiéndose en una obsesión enfermiza de la que son incapaces de liberarse. La única salida a esta olla a presión consiste en exteriorizar el odio y focalizarlo en alguien, esto es, contra alguien. Eventualmente contra mí.

No considero a Manolo Canduela un odiador particular, si bien creo que tiene un lugar en este capítulo por méritos propios. El sempiterno presidente de Democracia Nacional es otro de esos tipos particulares que tiene un alto concepto de sí mismo mucho más allá de sus capacidades reales. Lo conozco lo suficiente como para poder afirmar con total "ausencia de malicia" que le falta flexibilidad, le sobra ego, desconfía demasiado de todo aquel que no le dé siempre la razón y tiene carencias de curriculum, carácter y de formación que lo inhabilitan por completo para jugar algún papel político de importancia. No es ni un ideólogo, ni mucho menos un estratega brillante, ni siquiera mediocre, simplemente no desconoce el sentido de la palabra estrategia, ni tampoco es un táctico que vaya más allá de seguir la “doctrina Ynestrillas”, a saber: que poco importa el motivo por el que se ocupe una primera página, lo importante es estar en primera página, eso "ayuda a dar a dar a conocer la sigla". Ynestrillas, ciertamente repetía en otro tiempo “yo [esto es, él] soy el único que doy primeras páginas”… le faltaba añadir que era por juicios, por atracos, por trifulcas o por ingresos en el talego. No, lo importante no es estar en “primera página”, sino si lo que te lleva allí aumenta tu prestigio político y personal o lo termina de machacar. Canduela comparte la “doctrina Ynestrillas”. En efecto, ambos tienen su prestigio tan pulverizado como el contenido de un bote de borotalco.

Democracia Nacional fue un gran proyecto: la idea básica enunciada por Laureano Luna era que había que romper definitivamente con la ultraderecha para poder despegar. Todo consistía en “soltar lastre” y el “lastre” era la extrema-derecha y su imagen impresentable. Entre 2001 y 2004, los años en los que permanecí en DN, el partido fue creciendo, pero no lo suficiente, ni a la suficiente velocidad; el partido era una perpetua polémica interna. Laureano paría documentos doctrinales (ahí está su libro sobre el mundialismo del que el editor me decía, hace unas semanas, no sin cierta desesperación, si le podía conseguir un ejemplar, tan sólo uno…) y, aunque lo suyo no era la elaboración de una línea política, era relativamente fácil, partiendo de la línea ideológica, plasmar una forma de hacer política. Así que la experiencia era esperanzadora y la única, hasta ahora, que ha supuesto una innovación real en la derecha radical peninsular.

Entré en contacto con DN en 1999. Sus dirigentes de la época, Pérez Corrales y Pedro Alonso, me invitaron a la Universidad de Verano de ese año en Granada; intenté salir hacia el Albaicín pero la bocanada de aire caliente que me abofeteó la cara convenciéndome de que la forma de evitar la deshidratación era permaneciendo bajo el paraguas protector del aire acondicionado del hotel; así que mi visión de Granada se reduce al Hotel y al Corte Inglés que estaba enfrente, íntimamente unidos ambos por la refrigeración. Año y medio después me integré en el partido. A poco de entrar, la persona que asumía buena parte de la financiación dejó de hacerlo. Pérez Corrales fracasó en su intento de integrar a Martín Beaumont (que, en mi opinión, jamás tuvo intención de integrarse pero que tampoco tuvo la menor intención de ser claro en su negativa) y, por causas que no llegué a entender muy bien, se dio de baja poco después junto con Pedro Alonso. Les sustituyó una Mesa Nacional de la que emergió la figura de Canduela cuyo único mérito había sido una intervención en un programa dirigido por Ana Rosa Quintana.
 
En el siguiente congreso, Laureano que jugó mal sus cartas y quedó excluido de la dirección. Aprovechando la situación, Canduela aprovechó para expulsar a una docena de militantes de los que intuía que no le apoyaban (de Sevilla, de Málaga, de Asturias…). En ese momento, hacia 2003, DN llegó a su situación de máximo desarrollo. En las elecciones de 2004 el partido se presentó sólo, emergiendo entre la media docena de grupos de extrema-derecha como el más sólido y el único que progresó. Pero su techo seguía siendo bajo, en torno a 15.000 votos, si no recuerdo mal. Las elecciones europeas que siguieron no fueron mucho mejor. A todo esto, el partido parecía como paralizado: en el congreso que tuvo lugar en octubre de 2004, "saltó" la delegación de Alcalá, la más fuerte, con mucho y Canduela apenas logró salir elegido por un número muy exiguo de votos, aportados por la delegación de Alicante, la misma que poco después resultaría expulsada por una nimiedad. El partido, se estaba deshilachando por la vía de las expulsiones, las dimisiones y los abandonos por la puerta trasera.

Yo había resultado elegido para la Mesa Nacional, pero en la primera reunión en Madrid, lo que vi me demostraba ampliamente que el partido en esas circunstancias estaba muy tocado: la inmensa mayoría de miembros del organismo de dirección apenas había cumplido los veinte años y casi todos carecían de experiencia política; la mayoría ni siquiera llevaba un año en el partido. Y, sobre todo, la delegación de Madrid era un caos inenarrable. ¿Qué diablos hacia yo entre adolescentes? Para colmo, en marzo o abril de 2005, una de las muchas falanges convocó una manifestación a la que Canduela personalmente se adhirió, cuando sólo diez días antes había aprobado el envío de un comunicado redactado por mí en unos términos muy diferentes. Supongo que debió ser para congraciarse con Roberto Fiore (líder de un curioso grupo italiano, Forza Nuova, católico tradicionalista que, a pesar de ser italianos y de que en aquel país no ha faltado jamás imaginación en la extrema-derecha, ostentaban el nombre del partido de Blas Piñar traducido a la lengua de Dante y tenían el carpetobetónico Cara al Sol por todo himno, todo lo cual no deja de sorprender) que lo ignoraba todo sobre el significado y en sentido de la “autonomía histórica”. Fiore, jamás se enteró de lo que significaba este concepto y era de los partidarios de la “unidad con los falangistas”. Esto vulneraba flagrantemente la tesis de la “autonomía histórica” que había dado origen a DN. Al sentirme desautorizado, dimití. Al dimitir, Canduela comprobó que la que hasta entonces le había parecido mi “adhesión incondicional” hacia su persona, no lo era tanto. “Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Y con más razón si Platón no es Platón, sino Canduela.

En realidad, yo siempre había manifestado (y demostrado por vía de la práctica) que no tenía ninguna ambición de mando, ni afán de protagonismo alguno dentro del partido. Por tanto,  Canduela jamás  me tuvo como un rival que pudiera amenazar su cargo. En esa época se proliferaba declaraciones que me abochornaban presentándome como “la mente más preclara de DN” y otras lindezas. Ni yo tenía la sensación de ser la mente más brillante de DN (en todo caso este sitial le correspondía a quien había dado vida a las tesis que se situaban en el origen del partido), ni este tipo de halagos desmesurados me han producido nunca nada más que incomodidad (conozco demasiado bien mis límites), ni podía permanecer en una organización que vulneraba el tema central que había inducido a afiliarme a él: la “autonomía histórica”. Así que mis tiempos dentro del partido estaban contados: ya era cuestión solamente de si me iba o si me expulsaban. Yo me fui y Canduela me expulsó junto a una cincuentena larga de militantes.

Tras exponer los motivos de mi disidencia hacia Canduela, lo normal hubiera sido pactar las condiciones del desenganche mutuo –la persona adecuada para mediar era Ignacio Mulleras– y procurar que todo aquello fuera lo más apacible posible. No hubo tal. Canduela prohibió todo contacto incluso por email conmigo y el blog infokrisis vio como Alvaro Peñás, el brazo derecho de Canduela y responsable del partido en Madrid empezó a bombardearlo con mensajes onomatopéyicos e insultantes. Me hizo un favor porque mantener un foro de discusión en el blog me llevaba más tiempo que el redactar los artículos. Lo dicho, gracias don Álvaro.

Canduela era uno de esos tipos convencidos de que “quién no está conmigo está contra mí” y que cualquier cosa que no sea una “adhesión incondicional y para siempre” se transforma en una traición. Mide poco sus actos, impulsivo y con carácter áspero tirando a papel de lija del 10 no valora las consecuencias que sus actos de hoy puedan tener en el futuro. A partir de ahí se organizó la tradicional escalada de reproches y ataques mutuos. Por lo que a mí respecta, me responsabilizo solamente de lo dicho en el blog El Caracol, no de lo escrito en otros blogs con los que no tengo absolutamente nada que ver. Y lo digo, en concreto, por “Los Candueleros.com”. Ni lo he inspirado yo, ni he colocado artículo alguno ahí, ni siquiera creo que valga la pena perder el tiempo en ese tipo de iniciativas, por mucho que el otro haya sido el primero en abrir el fuego. Lo sorprendente es que en pocos días pasé de “ser el cerebro más preclaro de DN” a ser “un provocador al servicio del CNI entrado en DN para destruirla desde dentro”. Hombre, ni tanto ni tan calvo, Manolete…

Con todo, no tengo a Canduela como odiador profesional, simplemente defiende lo suyo. Y lo suyo es DN entendido como modus vivendi. Afortunadamente no ocupo más que un lugar completamente secundario en sus preocupaciones; lo central para él es qué hacer con DN porque, a fin de cuentas, no creo que desvelar ningún misterio si digo que su futuro personal depende de la sigla DN. Por eso digo que su actitud es completamente diferente a la de un Farrerons o un Ynestrillas. Tipos curiosos, ambos, cara y cruz de una misma moneda: el de mis odiadores profesionales. Conozcámoslos un poco mejor.

Empecé a comprender el problema de Farrerons el día en que un amigo me comentó que había acabado un libro sobre Heidegger y buscaba editor… al parecer no lo encontraba. Pero yo no tengo la culpa de que el umbral de ventas de un texto sobre Heidegger escrito por él no alcance los mínimos aceptables para realizar una pequeña inversión económica con esperanzas de recuperarse. Me fijé que Farrerons en determinadas alusiones contra mí resaltaban tenuemente el que yo me considerara y me considerasen como “periodista y escritor”… hombre, me gustaría más ser “top gun”, incluso tocoginecólogo o, si cabe, astronauta titulado, pero es que me dedico a escribir para revistas y a escribir para editoriales. Lo lamente si ofendo la sensibilidad de este heideggeriano, pero alguien que se dedique a esos menesteres se le llama “periodista y escritor”, no es sastre ni tragasables, ni tampoco barquillero o picapleitos. Voy por la treintena de libros editados, de algunos de ellos vendidos en varias ediciones por editoriales de primera fila; de cierta colección que escribí en el 2001-2003 para editorial Freelive, las tiradas alcanzaban los 50.000 y lo que no se pudo vender en España se vendió en Iberoamérica; e incluso si nos remontamos a lo que escribo en el blog infokrisis, la difusión de hoy mismo, cuando escribo estas líneas, ha sido de 1.143 artículos diferentes leídos en un solo día y una media de 30.000 artículos diferentes leídos al mes. ¡Qué le voy a hacer si me gano la vida escribiendo aun sin tener ninguna titulación especial para ello! La carrera de periodista es un pasaporte para el paro tras una larga estadía como becario, y no existe escuela alguna de escritores. Simplemente, escribes y te lo publican o escribes y los editores juzgan que lo tuyo es un peñazo infumable y no te lo publican. En este segundo caso, no eres un escritor, sino un fracasado. Y yo ¡qué le voy a hacer si así son las cosas! ¡qué puedo hacer yo si un libro con título desaprensivo como ¿Fumas porros, gilipollas?, o aquel otro de La depresión y la madre que la parió, sin olvidar tampoco aquel de título impresentable ¿Aun votas, merluzo?, o el que non nato por prohibición impuesta por toda la familia en pleno de Satanás y su puta madre, en poco tiempo llegaron a dos ediciones de 4.000 ejemplares o si mi Guía Mágica de Barcelona va por la tercera edición! ¡qué puedo hacer si para la mayoría de lectores una obra sobre Heidegger no suscita pasiones o si el mundo académico que podría aceptarla y considerarla, ni la acepta ni la considera! Ni puedo hacer nada; ni, por  lo demás, me interesa todo ese tema.

El día que llegué a la conclusión de que el problema de Farrerons era albergar resentimiento contra mí por algo tan sencillo de entender como que no consiguiera asumir el hecho de que un tipo como yo, que escribe desordenadamente, sin aspirar a transmitir grandes mensajes filosófico-existenciales, le han publicado algo así como una treintena de libros y unos cuantos cientos de artículos en revistas y diarios de todo tipo, aun sin tener el título de periodista, empecé a entender el drama –que tendría su encaje como capítulo interpolado en La Colmena de Camilo José Cela– de este tipo con su manuscrito de Heidegger bajo el brazo, y decenas de cartas de editoriales con los mismos mensajes: “Lo lamentamos, pero esta obra no entra dentro de nuestra línea editorial”, o aquel otro de “Lo lamentamos, pero este año ya tenemos cubierto nuestro plan de publicaciones”, por no recordar aquel demoledor y lacónico: “Aquí le devolvemos su obra. No interesa su publicación”.

Conocí a Farrerons de la mano de Joan Colomar. Estaban intentando “hacer algo”. Colomar procedía del trotskismo y fue uno de los fundadores de la Liga Comunista Revolucionaria, a través del grupo Proletario, tras militar en el Front Obrer de Catalunya. Durante la campaña contra la OTAN, creo recordar que ambos se conocieron. Colomar le invitó a tomar la palabra en un acto anti-OTAN que tuvo lugar en el antiguo local de CEDADE y en el que había puesto lo esencial de la audiencia, antiguos izquierdistas como él. Como es habitual en todo pelmazo, en cuando se le da un micrófono y una tribuna, Farrerons se despachó a gusto: lo que debía ser un acto sobre la OTAN, esto es contra la OTAN, terminó siendo una exótica crítica a la “doctrina de Auswitchz” que no venía al caso, pero que, en cualquier caso, logró sorprender a todos por su inoportunidad. Colomar, cuando me comentó el episodio, lo recordaba como uno de los más lamentables de su dilatada carrera como agitador político. En sí mismo, el episodio era suficiente como para que Colomar empezara a saber con quien se jugaba su tiempo, pero, sin embargo, poco después me lo presentó. Sin saber exactamente cómo, me vi embarcado en el Círculo Cultural Nueva Europa, inspirado especialmente por el propio Colomar. Farrerons asistió a varias reuniones en las que inevitablemente sacaba, como quien no quiere la cosa, un ejemplar manoseado de El Ser y el Tiempo de Heidegger del que leía páginas selectas a quien quisiera escucharlo. No recuerdo el motivo por el que Farrerons se desenganchó del asunto de Nueva Europa. Lo que sí recuerdo es que el círculo vivía en el debate permanente: sobre el “hombre nuevo”, sobre economía, sobre el futuro de la Europa de Maastrich, sobre el capitalismo, etc.

La desgraciada muerte del cuñado de Colomar, hizo que la compañera de éste cediera al Círculo un millón de pesetas de la época, procedente del cobro de un seguro, para publicar una revista. Salieron unos cuantos números. Me desenganché (la verdad es que no veía desembocaduras políticas al debate sobre el “hombre nuevo” y en esa época ya había entendido que para hacer político era precisa la existencia de un grupo “target” que pudiera acoger y entender el mensaje a difundir) hacia finales de 1991. Un lustro después Colomar, retirado a áspera meseta castellana, la del desnudo brazo en alto y de la pertinaz sequía, buen comedor y mejor bebedor, dio vida al Partido Nacional Republicano, si bien es probable que se hubiera sentido mucho más cómodo en Izquierda Unida  donde quizás habría llegado lejos; en cuanto a sus análisis hubieran tenido más eco en El País o en cualquier diario de provincias que en un partido de escasas posibilidades. Por lo demás, las ideas del PNR, por lo que sé, eran contrarias a las del Nueva Europa: el tema del "hombre nuevo" había desaparecido y la cuestión europea se había transformado en jacobinismo republicano. El “debate” es lo que tiene: se sabe cómo se empieza, pero nunca cómo termina.

Debió ser hacia 2007 cuando un nuevo militante llamó a la puerta del PNR: Farrerons en persona, mira por donde. Error imperdonable por parte de Colomar:  la experiencia universal dice que si Farrerons llama a la puerta de un grupo, lo más probable es que en breve se produzca un pifostio de envergadura en el seno de ese grupo. Algo así debió ocurrir, como antes había ocurrido en la Plataforma per Catalunya en la que nuestro hombre –Farrerons– pasó de ser ponente e ideólogo en el Primer Congreso a impenitente denunciador del “infame Anglada” a quien no dudó en tachar en el semanario El Triangle como un títere de CiU, o algo así, con la vehemencia y el odio eterno a los romanos que le caracteriza. Los odiadores son polivalentes, lo mismo sirven para un roto como para un descosido; todo depende del humor y del día que toque. Para colmo, Farrerons se obstinó en presentarse en 2007 como candidato a la alcaldía de Vic por el PNR en un intento de denunciar a Anglada ante la ciudadanía… en fin, que debió ser en esa época cuando Colomar cortó, por tercera vez, amarras con Farrerons. La placidez de la áspera meseta castellana casa mal con la rauxa de un heideggeriano catalán obsesionado en aquel momento con Anglada. Tras fracasar en el PNR, Farrerons terminó como factótum de unos disidentes leridanos de la PxC. Y en eso debe seguir. O quizás, ya no. Vaya usted a saber.

Por cierto que recuerdo que cuando me encontré a Farrerons en el Primer Congreso de la Plataforma per Catalunya –yo estaba de oyente y él había presentado una ponencia sobre lo suyo, prisiones o algo así– la frase que me dijo fue inolvidable cuando le pregunté “¿Qué haces por aquí?”. Respuesta textual: “Es que a mí, ya sabes, eso del fascismo catalán siempre me ha atraído”… Doble error: porque no tenía conciencia de que algo tan excéntrico como el “fascismo catalán” le atrajera y (fallo, más importante aún) ignoraba que la PxC fuera “fascismo catalán” (cuando precisamente su éxito radica en que se descolgó completamente de cualquier forma de fascismo). La anécdota sirve para explica el drama personal del tal Farrerons: entra en alguna organización pensando –por alguna frase perdida o una intuición ignota surgida en lo más profundo de su corazón o, simplemente, por azar– que coincide con sus planteamientos o que, en su defecto, es capaz de llevarla hacia sus planteamientos. Luego ocurre lo inevitable: que o bien la organización en cuestión va por otros derroteros que no son los que él creía, o bien la gente no está dispuesta a que les suelten rollos que no les interesan. En la última fase ocurre el drama: en lugar de reconocer “me he equivocado” (o aquello otro mucho más duro de “si es que soy un pelmazo”), cree intuir una conspiración, maniobras de infiltrados o la mano oculta de fuerzas secretas. Todas las paranoias son así y tienen en su origen una falta de empatía con el ambiente que lleva a considerar a Anglada como un monigote de CiU y a mí como un perverso agente de la TIA.

Con Ynestrillas todo es algo más casposo, casi diría “elemental”; verán...

A poco de cumplir mi condena por manifestación ilegal, oí que Ynestrillas había montado un partido con Eduardo Arias y José Luis Corral, AUN, sigla que en sí misma ya indica cierta languidez y nostalgia. Debía ser hacia 1987, quizás en el 88. Acertó a venir Ynestrillas al local barcelonés de ADES (los ex fuerzanuevistas) y tuve curiosidad por oír la buena nueva de la gran esperanza blanca de la ultraderecha de la época. Le Pen, incluso, le había tocado con su mano e investido con el marchamo de “valor de futuro”. Oí la conferencia desde la puerta lateral de la sala de conferencias de ADES. Fue un discurso, cómo decir, tópico, de esos que la ultraderecha repite con singular insistencia: España se rompe, todos son traidores, todo está en peligro y se cae, dicho con una retórica infumable, completamente fuera de lugar. Nada nuevo hasta ahí, era como ver compendiados los titulares de El Alcázar en boca del nuevo valor ejerciendo de panfleto parlante. Pero hubo una idea nueva que me sorprendió: la consideración de los Mossos d’Esquadra como “futuro ejército popular de Catalunya”… justo en ese momento quedó claro que Ynestrillas era, literalmente, un ignorante en política que ni siquiera era capaz de entender que los Mossos d’Esquadra era un cuerpo funcionarial aséptico y que CiU eran nacionalistas y regionalistas, mucho más que separatistas. Si a su edad –y el muchacho sin haber llegado a la edad provecta, estaba ya hecho todo un hombrecito– no había entendido esto, es que su problema era de cultura política. Simplemente, tenía un déficit grave. Eso era todo.

Con todo, la gente que llevaba AUN en Barcelona eran antiguos amigos así que en las elecciones de 1990, cuando un camarada me dijo que Ynestrillas iba a dar un mitin en el ExpoHotel próximo a la estación de Sans, no tuve inconveniente en asistir. El mitin empezaba a las 11:00, pero a esa hora solamente faltaba Ynestrillas. Al parecer venía de Valencia y se retrasaba. Tenía desconectado el teléfono móvil y no apareció hasta las 14:00 horas cuando solamente quedábamos en la sala una decena de personas, Fernandito Durán y yo entre ellos, junto a Pepe Ruiz Hernández (q.e.p.d.), exdivisionario, exfuncionario sindical y exjefe de Fuerza Nueva de Barcelona devenido delegado de AUN. Lo peor hasta ese momento había sido la espera de tres horas, a partir de ese momento lo peor fue escuchar la voz gangosa de Ynestrillas –unido a su ya habitual discurso desgarrado y caótico– que denotaban una resaca reciente no superada y muy poco respeto hacia sus camaradas. No fui a la comida que siguió, para mí estaba suficientemente claro que aquel claval era cualquier cosa menos un líder político. Acaso el jefe de una banda. Poco más. Luego vino el tiroteo en la discoteca y su condena, en firme primero y extinguida después.

Realmente, no creía que Ynestrillas después de aquella primera condena por delito común volviera a pasearse por ambientes políticos, pero la ultraderecha desafía siempre la lógica y el sentido común. Ynestrillas volvió con ganas de liderar los restos en putrefacción de la ultra. Era 1998. AUN, por supuesto, se había desintegrado en la nada a poco del tiroteo en el malhadado parking de la disco. Pero no importa: Ynestrillas era capaz de fascinar a cuatro críos en Madrid y con eso podía empezar de nuevo.

Entonces, Internet despuntaba por primera vez como vehículo movilizador de la ultraderederecha. En el foro Disidencias se había propuesto la formación de un Frente Nacional que contaba con el apoyo de un amplio sector dentro de Falange, convencido, sino de las tesis de autonomía histórica, sí de que había que poner las siglas históricas en barbecho. Y empezamos a trabajar por ese Frente. Ynestrillas se creía predestinado a liderarlo. Era el único que lo creía. Ya, por entonces, tener cerca a Ynestrillas suponía, en sí mismo, un puro desprestigio (además de trifulcas tumultuarias varias, estaba el tiroteo en el parking generado simplemente porque no aceptaron fiarle la perica), así que si alguien no tenía lugar en la dirección del non nato frente, era precisamente él. Cuando al mesías le dices que no es a él a quien se espera se lo suele tomar a mal (Cristo, rey de los judíos, sin ir más lejos, maldijo a Betsaida y Corazain que le habían recibido mal y eso que era el manso cordero pascual) y, especialmente, si le recuerdas implícitamente que ni siquiera es el mesías sino apenas un metepatas de tomo y lomo.

En esa época Ynestrillas ya había iniciado la pendiente que le llevó a su segunda condena en firme por delitos comunes. El episodio que sucedió entonces tiene, incluso, cierta gracia por lo esperpéntico que fue. Estábamos trabajando en la idea del Frente Nacional con los de la tendencia Vértice de Falange, Democracia Nacional y algunos independientes y quedaba el espinoso tema de AUN, el grupo de Ynestrillas. Me habían comentado que, Martín, su hermano era un tipo accesible, inteligente y mucho más centrado que su hermano, así que me puse en contacto con él e intercambiamos algunos mensajes con la intención de vernos en Madrid en el curso de un encuentro que debía tener lugar en el local de DN en Avda. General Perón. Creo recordar que el email llegó tarde y Martín no asistió a la reunión. Sin embargo, a primera hora allí ya se encontraba su hermano junto a Pedro Pablo Peña y otro miembro de AUN (o de lo que quedaba de AUN). Empezó la reunión y en un momento dado, este tercero alegó que se iba a buscar unos papeles que había dejado en el coche. Al cabo de un rato llamaron a la puerta, abrió Álvaro Peñas y en lugar de aparecer solo el que se había ido aparecieron él más unos ocho encapuchados con pasamontañas que irrumpieron en la sala de reuniones. Eran “los hombres de Ynestrillas” intentando aparentar su mejor aspecto amenazador. Éste, me achacó haberlo querido marginar: le dije que, en efecto, no era la persona más adecuada para encabezar una lista electoral, acababa de extinguir una condena por delito común y las personas con problemas de imagen teníamos –y dije “teníamos” porque los comentarios que sobre mí habían aparecido en la prensa a principios de los 80 no hacían recomendable el que yo estuviera en posiciones de dirección, a pesar de que mi nombre solamente fue vinculado a episodios políticos y mi única condena fue por una manifestación ilícita, y jamás fui procesado por terrorismo, no podía evitar que la prensa me hubiera vinculado con episodios truculentos– que situarnos en segunda fila. La respuesta fue inmediata: hostia en la mandíbula. La mandíbula resistió pero no las gafas que se partieron en dos. En la refriega, Pérez Corrales recibió otra hostia de Ynestrillas. Me llevaron a otra habitación, el despacho de dirección de DN, acompañado por Ynestrillas y dos de los payasos con pasamontañas: fue entonces cuando tuve a Ynestrillas a un palmo de distancia. Sus pupilas eran pozos sin fondo dilatadas hasta calirse de las órbitas como en los cómics de Mortadelo y Filemón.

Intentó interrogarme sobre la financiación de DN y quién estaba detrás de DN… pura paranoia, oiga. A todo esto los dos payasos disfrazados de etarras me mantenían agarrado e Ynestrillas, a lo suyo, repartiendo estopa. No eran golpes que dolieran –de hecho, tras la primera hostia, las siguientes que caen en el mismo punto ya no duelen, lo supe cuando me detuvieron en Barcelona en 1983: el primer bofetón dolía, el segundo ya no; el primer golpe con porra flexible en los pies dolía, el segundo más, el tercero simplemente te cagabas en la madre que los pario y eso aliviaba– y la impresión que me dio es que  se trataba de golpes propios de anabolizado, esto es, volumen sin potencia.

Al cabo de un rato, me llevaron de nuevo a la sala donde los payasos encapuchados seguían custodiando al resto que había oído perfectamente los golpes que había recibido en la otra habitación. Ynestrillas dio su última proclama: “Estáis avisados… etc.”, propia de un alucinado. El pobre Pedro Pablo Peña, inseparable de Ynestrillas en la época, intentó que prosiguiera la reunión. Lo tenía sentado delante y tuve que decirle: “No ves que ya está todo dicho…”. De hecho, aún hoy no atribuyo responsabilidad a Ynestrillas sobre este caso concreto: los hechos demostraron que apenas cinco días después de suceder, la policía detenía a Ynestrillas como autor de dos atracos con objeto de procurarse dinero para obtener droga. Así lo decía en la sentencia. Por tanto, no era dueño de sus actos… pero Pedro Pablo Peña, nunca ha necesitado dinero para obtener droga, ni nunca ha sido un toxicómano; así que Pedro Pablo, era dueño de sus actos; y lo mismo vale para la chica que suele acompañarlo y testificar a su favor también. Era a ellos a los que les correspondía alertar a la familia de Ynestrillas de que su vástago se estaba deslizando por la pendiente que inevitablemente le llevaría a cumplir unos años de cárcel y a destrozar un poquito más su vida. Ni Pedro Pablo, ni ningún otro camarada de Ynestrillas hicieron nada por evitar que se acercara al borde del abismo y saltara al vacío con la grácil torpeza de una morsa calzada con tacón de aguja. No lo hicieron: eludieron su responsabilidad. Son pues culpables.

Decía que el episodio tenía gracia ¿en donde radica la fina ironía del asunto? En tres actos: el primero, que los afectados en el episodio (macarrónico donde los haya, sin duda el más esperpéntico que haya conocido jamás) decidimos no denunciar el asunto que hubiera dado una publicidad sobre las siglas DN que no deseábamos. Por lo demás, estábamos convencidos de que la loca carrera de Ynestrillas terminaría en breve estampado contra la justicia, como de hecho así ocurrió menos de una semana después. El segundo aspecto que incita a la sonrisa de conmiseración fue la alocución de Ynestrillas al día siguiente en la celebración del 20-N… Unos cuantos cientos de admiradores del antiguo régimen le aplaudieron a rabiar cuando les largó un discurso con su imagen de marca: inconexo una vez más y desde luego  más que exaltado, apocalíptico . Vamos, lo normal. Un pasado de vueltas y unos cuantos cientos de ultras era lo único que quedaba del regimen de los cuarenta años, casi 25 años después de la muerte del anterior jefe del Estado. Cuatro décadas habian dejado solamente esa herencia. Sería triste sino fuera grotesco. Tercer elemento gracioso: en llegando a casa abrí el ordenador y allí estaba una afable y calurosa respuesta de Martín Ynestrillas a mi e-mail del jueves anterior. No se había enterado de nada. Le respondí, resumiéndole lo que había ocurrido y añadiéndole al relato: “Tu hermano tiene un problema y sería bueno que os preocuparais de ese problema”. La respuesta fue la esperada: “Es mi hermano y no voy a hacer nada contra él”. Tres días después, el hermano caía preso tras un par de tristes e intrascendentes atracos. No volví a saber nada de Martín, ni sé que continuara ninguna actuación política, hasta que al cabo de seis o siete años junto a su hermano irrumpieron en el juicio contra el etarra que había asesinado a su padre. Allí Ynestrillas, dirigiéndose al etarra que había asesinado a su padre dijo aquello de “Mírame a los ojos, será lo último que veas”. Yo le había mirado unos años antes y lo que vi fue una pupila dilatada.

Por cierto, la historia, en todos sus detalles puede ser corroborada por Álvaro Peñas, Pedro Alonso, Pérez Corrales, Galocha (que era el representante de Vértice) y otro nombre vinculado a Vértice que se me escapa, además, por supuesto, de Pedro Pablo Peña, así como los encapuchados (que, a fin de cuentas eran los más inteligentes, a tenor de que evitaron la vergüenza de que se vieran sus rostros). En cuanto a la eterna testigo de Ynestrillas, estaba también por la zona, siempre dispuesta a presentar el testimonio que hiciera falta.

Todo este episodio, en sí mismo, no es sorprendente: era un espasmo agónico más de una extrema-derecha terminal que en aquel momento tenía como máximo exponente a un pobre chaval atrapado en su adicción y que la pagó cara. Lo más sorprendente es que, al salir de la cárcel Ynestrillas, en esta segunda ocasión, también prosiguió su tour por la extrema-derecha como si nada hubiera ocurrido. Es cierto que en los años que pasó en la cárcel, de los activistas de extrema-derecha que le habían acompañado en su loca aventura, ya no quedaba ni uno; se había renovado la sangre y siempre hay media docena de adolescentes y otra media de maduritos descerebrados para seguirle en nuevas aventuras. Ahí lo tenemos hoy en una de las seis falanges, en la misma vía muerta que el resto de grupos ultras. Sus partidarios cuentan que ha sido víctima de “provocaciones del sistema” (como si el “sistema” tuviera a gala preocuparse por un tipo alocado y desmadrado) y se quedan tan anchos. Bueno, siempre tendrán tiempo de crecer y madurar. Seguro de que antes que terminen ese proceso personal, Ynestrillas ya ha dado que hablar nuevamente en primera página de los diarios.

Está claro que a Ynestrillas le interesaría que este episodio no se recordara. Es demasiado bochornoso para él, infamante incluso, pero, sobre todo, casposo. Contra menos se hable del episodio, mejor… mejor, para Ynestrillas, claro está. Y yo no hubiera aludido a él, si no fuera porque un camarada me comentó que Ynestrillas había publicado en su blog un artículo sobre mí. El artículo no era más que un “corta y pega” de los artículos colocados por Farrerons en Indimedia. Dios los cría y ellos se juntan. El heideggeriano de la “izquierda nacional-revolucionario” y el “ultraderechista impenitente” y “panegirista del antiguo régimen” odiaban a la misma persona: servidor.
 
Los ciclos del odio

Habitualmente no hay odios que cien años duren. Un odio así sería un “Gran Odio”, un odio casi nietzscheano y por tanto, incluso respetable y dotado hasta de magnificencia y grandeza. El odio que he visto, percibido y sentido siempre en la extrema-derecha denota más “manguificencia” que “magnificencia”. Ese “pequeño odio” nace de un estado de frustración y de una obsesión paranoica y enfermiza sobre alguien –aleatoriamente yo– al que se señala como origen de los propios males que, a fin de cuentas están dentro de los odiadores.
 
Mis odiadores son ciclotímicos, están sometidos a ritmos. Es curioso –será porque el primavera florecen los capullos– que demuestren más vigor cuando llega esa época del año. Todos ellos tienen un “factor desencadenante”: en uno de ellos es la medicación; Pepe Rodríguez, hace unos años, hizo un dossier sobre él: sus crisis coincidían con su abandono de la medicación, algo normal entre los esquizoides. Con Ynestrillas, por ejemplo, el problema es otro, acaso mucho más simple, simplemente que determinados consumos desmadejan la personalidad. Así pues, es muy fácil saber el día y la hora en que ha consumido algo que ni  a usted ni a mi seguramente se nos ocurriría consumir.
 
Los ciclotímicos son tan previsibles como un reloj suizo. A finales del milenio se paseaba por Internet un tipo, falangista por más señas, del que todos sabíamos que había entrado en crisis etílica por el contenido de sus mensajes cuando éstos, bruscamente, se volvían desmadrados, surrealistas, inexplicables, ininteligibles: “Ya está bolinga…” intuíamos todos. La crisis le duraba entre cinco y siete días, luego se detenía e iniciaba un período de reflujo silencioso tras el cual podía adivinarse una profunda depresión, pero algo más tarde recuperaba una precaria normalidad y así hasta la siguiente recaída. Lo dicho, ciclotímicos de tomo y lomo.

Con Farrerons, el elemento desencadenante es sin duda las crisis generadas por su oficio de carcelero, a pesar de ser un oficio digno. Tengo muchos amigos funcionarios de prisiones que ejercen este oficio con dignidad y entrega, pero ninguno de ellos, se cree el gran intérprete de Heidegger a esta parte de la Galaxia. Es fácil entender que, para quien aspira a seguir los pasos del maestro y creerse intérprete de las más sublimes cotas del existencialismo alemán, cerrar celdas y contar presos es una tarea ingrata. He visto funcionarios de prisiones con menos ínfulas caer en las depresiones por distintos motivos, y todos ellos justificados (el percibir la propia miseria de las prisiones, el estar demasiado cerca de la maldad humana, el situarse en la línea de fuego de hepatitis y sidas con riesgo de contagio, el permanente riesgo de sufrir agresiones e insultos por parte de galeotes que tienen poco que perder o simplemente, caminando entre el desprecio habitual prodigado por los presos), con más razón, alguien que ha puesto su vida al servicio de Heidegger, debe ser necesariamente proclive a las estados depresivos más sombríos y endiablados.

Tampoco me hubiera acordado de Farrerons de no ser a que tiene tendencia a sublimar sus crisis personales poniéndome verde en foros y webs. Va siendo hora de que entienda que donde las dan las toman. La diferencia estriba en que yo no estoy dispuesto a realizar una investigación policial sobre él, ni creo que merezca mucho más la pena que estas notas redactadas no sin cierta ironía.

El otro elemento desencadenante es el momento en que reactualizan lo que opino de ellos: que precisan ayuda especializada. Ninguno de los miles de Napoleones que han aparecido detrás del genuino Bonaparte, toleran bien a quien les niega directamente el trato de Alteza Imperial. En cualquier caso, a partir del primer Napoleón, convendrán en que todos los que han venido detrás, solamente pueden calificarse con un calificativo geográfico: chalados.

Hay un elemento curioso en mis odiadores particulares. Se retroalimentan. Hacia 1998, alguien difundió que yo era “agente del CNI”. Nunca he tenido ocasión de desmentirlo. Hacerlo sería dar algún valor a todas esas informaciones de las que he podido reconstruido su origen e incluso el momento exacto en el que nació y el tonto baba que inició su difusión. Pues no, nunca he sido agente del CNI ni de nada parecido. He reconocido, eso sí, que en los años 60 conocí a gente del SEDEC, añadiendo a continuación: “como todos los estudiantes anticomunistas, desde la democracia cristiana a la extrema-derecha”. Nunca he actuado como agente del CNI, como tampoco lo hice del SEDEC. Cuando tuvo lugar el proceso en el que se me condenó, junto a una docena de camaradas por una manifestación ilegal convocada en junio de 1980, uno de los abogados defensores me preguntó –concretamente Tuero Madueño, hasta hacia poco lugarteniente de la Guardia de Franco de Barcelona, luego aspirante a presidir Falange Española compitiendo con Diego Márquez y hoy diputado de la Gran Logia Federal de España– si yo tenía algo que ver con los servicio de inteligencia. Tuve ocasión de decirle textualmente: “Nunca he trabajado para servicios una de cuyas misiones es la destrucción del ambiente político del que procedo”. Ah, y añado, no me negaría jamás a colaborar con nadie, con ningún servicio de seguridad, en la lucha contra el terrorismo de ETA, del GRAPO o de cualquier otro grupo de cretinos asesinos.

En los años en los que he sido activista político, nadie, absolutamente nadie puede acusarme de haber trabajado para ningún servicio, ni de haber traicionado mi causa: y desafío a quien diga lo contrario a que lo demuestre. Ningún camarada ha terminado en prisión por mi culpa, ni por delación alguna que tuviera su origen en mí. Ningún camarada ha sido condenado jamás por un testimonio que yo diera en su contra.

También puedo añadir que yo, en cambio, si he tenido que cumplir 16 meses de cárcel (3 meses de prisión preventiva y 13 más de cumplimiento de condena) por declaraciones realizadas por otros camaradas ante la policía (obviemos sus nombres porque no les guardo hostilidad ni resentimiento; cabría simplemente recordar la canción del Duo Dunámico: “Jóvenes, éramos tan jóvenes”). Puedo añadir que, si no recuerdo mal, la única denuncia por malos tratos y torturas que ha presentado algún militante de extrema-derecha a la Comisión de Derechos Humanos del Parlament de Catalunya fue la que presenté contra el grupo de la Brigada de Información que me interrogó durante una semana en Barcelona. Añado, además, que en los años 80 no fueron camaradas, pero sí servicios de seguridad del Estado los que urdieron tramas en las que se me responsabilizaba de atentados odiosos en función de determinadas coyunturas políticas de la transición de las que habrá tiempo de tratar… Raro este “agente del CNI”, que es el primero es ser objeto de represión, y en sufrir en sus carnes algunas maniobras de desprestigio por parte de servicios de seguridad del Estado y por parte de algunos medios que, más que canallescos, casi calificaría de hijoputescos.

Este sujeto que habitualmente coloca datos cada vez más enloquecidos sobre mí en Indimedia insiste en que se me responsabilizó del atentado antisemita de la calle Copernic en París o de incendios de librerías en Barcelona. Difícilmente: nunca fui acusado de nada de todo eso, lo cual, aún sabiéndolo, no es óbice para que lo repita una y otra vez… para acto seguido contar que yo soy “agente del CNI”. Elude, por ejemplo, explicar que el atentado de rue Copernic estuvo claro para la policía francesa desde su comisión y que veinticinco años después en 2008, se logró detener al autor material del atentado: un palestino… Si a la prensa francesa le llegaron datos sobre mi participación en el execrable crimen fue, precisamente, por que el servicio de seguridad del Estado al que se me vincula ¡fue quien dio los datos a través de un sindicalista policial! El cómo pude reconstruir todo esto es cosa mía y sólo a mí compete. Tengo facilidad para obtener los datos que me interesan verdaderamente.

En cuanto a los incendios en librerías en 1973 y 1974, mi "vinculación" estriba en que, por teléfono tuve una conversación con Ignacio Castells en la que valorábamos quién podía ser el autor. Estábamos convencidos de que era un conocido militante de la Guardia de Franco barcelonesa, que conoció cierta fortuna mediática. La policía tenía intervenido nuestros teléfonos, así que me detuvo para que repitiera esa conversación con luz y taquígrafo, lo cual habría implicado la detención de ese militante de la ultra barcelonesa. Por supuesto, no lo hice. El papel de delator no es el mío. Y aún hoy tampoco voy a hacerlo dado el aprecio que siento, más que por este representante de la ultra, por alguno de sus hijos. Las cosas del honor tienen esto, que la propia satisfacción no puede obtenerse señalando con el dedo a los otros.

Y, a todo esto, ¿qué importancia tiene hoy todo esto? Poca, en realidad. Muy poca. Casi diría que todo esto no tiene más importancia que el sonido de la lluvia de primavera que ahora mismo está repiqueteando en el cristal de mi estudio en las faldas del Montseny. Algo banal que interesa a mis odiadores mucho más que a mí.
 
El factor odio en la extrema-derecha

La extrema-derecha está más que muerta. Me hace gracia cuando algunos antiguos camaradas, en nombre de la "unidad", se nieguen a hacer tabla rasa con la docena larga de siglas ultras dándoles cancha y vidilla en webs “unitarias”. El resultado es que este ambiente nunca termina por desaparecer. Tampoco es un gran problema. Si ellos no quieren desaparecer, con alejarse de él se obtiene el mismo resultado. Desde hace veinticinco año vengo diciendo que la extrema-derecha está muerta y enterrada, lo único de lo que se me puede acusar es de no haber roto completamente puentes con ella, seguramente por pura inercia y porque siempre queda allí un "último amigo". ¿Se quiere alguien quedar con ese ambiente en nombre de una “izquierda nacional-revolucionaria” o así? ¿se quieren quedar con ese ambiente en nombre del “patriotismo exaltado y antiseparatista”? Que se lo queden. Un ambiente que permite que gente visiblemente inestable se pasee entre sus filas como Pedro por su casa, es un ambiente que ya no tiene pulso. Me molesta la compañía de los cadáveres. Ya lo dijo el poeta: “Allá los muertos que entierren como Dios manda a sus muertos”.

Desde hace años no albergo la menor duda de que el odio es la última trinchera de los últimos mohicanos de la extrema-derecha. Es imposible que ninguna de la decena larga de siglas ultras destaque sobre las demás porque todas ellas, sin excepción, gastan más tiempo en atacarse unas a otras que en realizar trabajo político, hasta el punto de que, en el remoto supuesto en que una de ellas lograra despuntar sobre cualquier otra, las restantes concentrarían sus ataques en taponar a la estrella emergente y no cesar hasta que lograran arrastrarla en el mismo fango en que ellos reptan. Cuando un entorno político gasta más esfuerzos en bloquear a sus competidores que en destacar sobre ellos, mal asunto: ahí lo que existe es una putrefacción del espíritu. Es lo que le pasó a Farrerons ante la estrella emergente de Anglada: que, desde entonces sólo piensa en hundirla como tarea que dará sentido a su vida.

En un ambiente emergente e investido de confianza en su misión histórica, el odio queda lejos. Se odia al enemigo lo necesario, recordando que más que enemigo es adversario y, odiado y/o despreciado, nunca puede constituir una obsesión. Además, el enemigo es el enemigo. Con o sin odio, combatirlo es la única alternativa. En cambio, el odio endógeno que practican los restos de la extrema-derecha, además de ser la garantía de que jamás logrará ninguna de sus partes levantar cabeza, es signo de una enfermedad terminal, de un agotamiento de la propia vitalidad. Siempre es más fácil combatir a aquel que es tan débil como tú que a aquel otro que es todo fuerza y vigor. Por eso la extrema-derecha se autofagocita sin interrupción.

Me di cuenta por primera vez de esto entre mediados de los años 70 y principios de los 80. Había un tipo en el entorno de Fuerza Nueva particularmente curioso, no recuerdo su nombre, pero si su rostro y, por supuesto, algunos de sus opiniones. En los mentideros madrileños  de la ultra se le conocía como “Saldovalito Gazmoño” en la medida en que era un tipo bastante cargante y con un punto repipi. Hacía relativamente poco que Blas Piñar me había expulsado por el único motivo de haberme casado por lo civil, esto es, de haber reconocido que no era católico y de negarme a realizar la pantomima de casarme ante un altar en el que había dejado de creer. Sin embargo, a principios de los 80, estábamos trabajando en el período post-fuerzanuevista, en lo que debían ser las Juntas Españolas. Hube de entrevistarme con “Saldovalito” para tratar de que cesara sus ataques contra las todavía non natas Juntas. Le planteé la situación de manera bastante gráfica: “Mira, estamos todos dentro de una ciudadela sitiada y es absurdo que sigamos tirándonos piedras entre nosotros”, que era como decirle de manera educado: “Mira, macho, no jodas más”, algo que posiblemente el fulano no terminaría de entender. En realidad, tampoco entendió mi planteamiento algo más edulcorado. Fue la única vez que le vi sonreír: “Pues no –me dijo- para mí es más importante eliminar a los enemigos de España dentro de la ciudadela”. No había nada que hacer. Otro que estaba como las maracas de Machín. El tipo era un fanático religioso y se comportaba con la lógica estalinista de “somos demasiado pocos, así que  mejor hacer una purga no sea que crezcamos algo”. O como los judíos dentro de la Jerusalén sitiada por las legiones de Tito que seguían peleándose entre ellos. Aquel tipo –Sandovalito– llevaba la parálisis política escrita en la cara. Pero, al menos, este chaval tenía sinceridad. No llegaba a la mentira ni a la calumnia, sino que siempre atacaba tomando como base unas sinceras creencias religiosas. Está claro que esas creencias le nublaban la perspectiva y le conducían a una inenarrable vía muerta, pero, al menos, tenía el don de la sinceridad y de la honestidad. No era, digámoslo así, un odiador profesional.

Luego he visto gente que realiza razonamientos similares pero no ya desde una óptica tan sincera, sino esgrimiendo las más estrafalarias excusas. Hay por ahí un blog en donde aparece un individuo tocado con un pañuelo palestino (y será de Carabanchel o casi, el jodido) que tiene el hábito de apostrofar como “pro-sionista” a todo el que no comparte su particular moda estética reflejo de sus islamofilias. Yo no la comparto, luego yo soy pro-sionista y así me proclama como gesto máximo de desdén hacia mi persona. En la medida en que soy “pro-sionista” de mí se puede decir cualquier cosa y apostrofarme con cualquier disparate. Si fuera visitador médico le recomendaría un reforzante cerebral. Ni soy visitador médico ni siquiera cocinero, así que n otengo receta para aliviar lo suyo; allá se las componga con su neurosis.

No he logrado fijar en el tiempo el momento en que el heideggeriano exaltado que corre por ahí me convirtió en objeto de su odio. Debió ser a inicios del milenio o, como máximo en el 2003. En realidad, ¿a quién le importa? Me preocupan más los motivos. Él asegura –y no es el único, los temas de ataque terminan siendo compartidos por todos los odiadores aun cuando cada uno acentúe aquella parte a la que es más sensible– que soy “agente del CNI”. No lo soy,  ni lo he sido nunca, ya lo he comentado. Pero eso poco importa. Este individuo está convencido en que tengo algún interés, peso o ascendiente sobre los ambientes “nacional-revolucionarios” de los que él se postula como ideólogo: si yo soy denunciado como agente del CNI, seré irradiado de esos ambientes y, por tanto, estos terminarán reconociéndole “su rango”. Es inútil, por supuesto, intentar explicarle –un tipo así sólo entiende a sus obsesiones interiores– que ni me considero nacional-revolucionario, ni a fin de cuentas, sé ni dónde está ese sector, ni siquiera si existe y, desde luego, que no tengo nada que ver con él más de la relación que puedo tener con la Iglesia Evangélica de Peret y su rumba catalana. En realidad el tal Farrerons debería pensar más bien: “Me muevo entre los nacional-revolucionarios como un pulpo en una cacharrería, frecuento foros y ambientes por los que el Ernesto ni está interesado, ni se mueve en absoluto, ni probablemente sabe que existen ¿a ver si me equivoco y resulta que el Ernesto, tal como dice, no tiene nada que ver con ningún medio nacional-revolucionario?”. Pero esto implicaría renunciar a su obsesión y dar una explicación a sus fracasos personales: no soy yo el que boicotea su presencia en el medio “nacional-revolucionario”, sea cual sea a lo que se refiere, es él mismo, con sus modales de pulpo en cacharrería, con sus faltas de tacto hacia unos o hacia otros, quién hace todo lo posible para ser expulsado de foros y debates, algo que inevitablemente logra en pocos días. En otras palabras: el problema es él, no yo, si bien es cierto que es más cómodo atribuir a otros los propios errores.

Este tipo, o el propio Ynestrillas, o el individuo este del pañuelo palestino, verdaderos fracasos en la evolución de las especies, confirman, eso sí, al bueno de Nietzsche cuando explicaba en su Zarathustra aquello de que “hemos recorrido el camino entra el gusano y el hombre y aún queda en nosotros mucho de gusano”. Necesitan “culpables” para explicar sus miserias personales; no señalar a un “culpable” equivaldría a que ellos mismos albergaran la sensación de que son culpables de sus propios fracasos personales. Aunque yo desapareciera, Ynestrillas nunca podría negar que su abrakadabrante vida y sus hazañas se encierran en dos: un tiroteo en el garaje de una disco y un par de atracos a bares para lo que declara la sentencia que no es, desde luego, nada político ni honorable. Y si lo niega tampoco hay problema: hay están dos sentencias en firma y dos penas cumplidas para confirmarlo. Nada político, mangutadas puras y simples. En cuanto al heideggeriano, ¿díganme qué necesidad tiene de “enemigo” un tipo que, ya mayorcito él, bautiza a su organización como ENSPO, esto es, “Entre Potencialista”? (o “Ens Potencialista” en catalán) y pretende hacer política explicando El Ser y el Tiempo como otros explican los 27 puntos de la Falange... ¿Cómo no iba a fracasar una organización así? No fui tampoco yo quien lo desalojó de la Plataforma per Catalunya, ni del Partido Nacional Republicano, ni siquiera de no sé que foro nacional-revolucionario… fue él, por méritos propios quien se colocó en la puerta de salida, con el culo en pompa, esperando que alguien pasara por allí para darle la correspondiente patada.

Lo interesante es constatar que este tipo de gente no son militantes de base: Ynestrillas es, no sé que cargo, en una de las seis falanges; a Farrerons le gusta ser presentado como “intelectual nacional-revolucionario” y en calidad de tal peroró en unas jornadas alternativas no ha mucho. Así pues, se trata de “dirigentes”. Díganme si con dirigentes así, ese ambiente político, multiforme y poliédrico, puede llegar a algún sitio…

El odio en la izquierda

Lo sorprendente de todo el asunto y la gran contradicción de mi vida, es que aun siendo antimarxista he tenido muy buenos amigos en el marxismo. Siendo antilibertario, he tenido excelente relación en la anarquía. Sin ocultar mis afecciones políticas he amado a mujeres de izquierdas que incluso me han ayudado cuando he sido detenido o cuando he debido huir por motivos políticos. Cuando la policía me detuvo para cumplir la única condena que he tenido en España (por desórdenes públicos en el curso de una manifestación), fue Vázquez Montalbán (q.e.p.d.) el primero que llamó a mi esposa para expresar su lamento y ofrecerse por si ella necesitaba algo. Dentro de la cárcel, fue el entonces diputado de Euzkadiko Ezkerra, José María Bandrés  quien tramitó generosamente mi petición de indulto. Vázquez montalbán nos había unido en su libro de entrevistas Encuentros con gente inquietante, publicado en Espejo de España por Planeta. Fue con el secretario general de la CNT, con quien montamos una granja en Osona, y allí pude conocer a gentes de la CNT y de la FAI, con alguno de los cuales colaboré en la publicación Saber MAS. Fue una inolvidable mujer próxima a la Joven Guardia Roja y un amigo próximo al anarquismo, quienes fueron a retirar lo que pudiera haber en mi casa de “comprometido” después de que la policía barcelonesa me detuviera en 1974 por una bomba en el cine Balmes, con la que no tuve nada que ver, y por lo que nunca fui procesado. Yo, en esa época, era “sospechoso habitual”, detenido por orden de Martín Villa cuando la presión mediática obligaba a detener a alguien y liberado inevitablemente tres días después por el juzgado cuando certificaban que no tenía nada que ver con el hecho investigado. Fue junto a una antigua trotskista italiana, conocida de Henry Weber y Livio Maitan, con quien fui detenido en París. He tenido amigos situados en la dirección del PSUC. Tengo amigos –y buenos amigos– en las distintas obediencias masónicas, algunos ellos socialistas, que conocen perfectamente mi posición sobre la masonería… lo cual no ha sido óbice para que presentara libros en círculos masónicos o me invitaran a “tenidas blancas”. Y así sucesivamente. Mis relaciones con gente de izquierda han sido, como mínimo, menos malas que con una parte sustancial de la extrema-derecha, aun cuando la lógica pareciera indicar que yo, presunto ultra de derechas, debía de ser considerado en la extrema-izquierda como Lucifer redivivo. Está claro, por lo demás, que todos esos amigos y conocidos de izquierdas, nunca han experimentado la sensación cuando estaban conmigo de estar con un “agente del CNI”, ni que yo vendiera a alguien informaciones que les hubieran perjudicado de alguna manera.
 
Claro está que en la extrema-izquierda el modelo humano es muy parecido al que circula en la extrema-derecha: a climas extremos corresponden tipos humanos no menos extremos. Lo mejor se alterna con lo peor y en proporciones similares. No es raro, por tanto, que recuerde con cariño y considere como excelentes amigos a gentes de uno y otro lado. Faltaría más que por un quítame allá esos pajotes ideológicos, me olvidara de que en el ambiente político que tengo enfrente hay gente excepcional… y gilipollas casi en el mismo número y proporción  que en aquel en el que habitualmente se me encasilla.

Creo que será bueno recordarlo en este momento: he estado buena parte de mi vida en la extrema-derecha, pero especialmente a partir de 1983 he dejado de considerarme de extrema-derecha e incluso en un período situado entre 1973 y 1976 tenía serias dudas sobre dónde ubicarme políticamente. Mi error personal ha consistido en no romper todas las amarras y puentes con este ambiente. Cuando estaba ya separado de la militancia política, en 1999, acepté establecer contactos con la Democracia Nacional de la época simplemente porque en el programa elaborado por Laureano Luna se hablaba de la “autonomía histórica” y eso encontró un eco en mí. Laureano, en tanto que filósofo, fue capaz de formular una teoría que respondía a lo que para mí era solamente una intuición: no soy ideólogo, ni teórico, ni nada que se le parezca, no tengo preparación suficiente para formular teorías, sino sólo para experimentar sensaciones susceptibles de reconocerse en teorías elaboradas por otros. La de la “autonomía histórica” fue una construcción personal de Laureano que compartí sin reservas ni fisuras.

Lamentablemente, cuando DN abandonó esta doctrina y el pobre Canduela creyó tener cierto protagonismo político abrazando a Blas Piñar con treinta años de retraso o bien poniéndose a la cola de manifestaciones falangistas, ya no tenía ningún sentido el que permaneciera bajo esas siglas. La extrema-derecha está maldita y tiene un estigma que la marca por siempre jamás: ha muerto, sólo que no ha enterado de su fallecimiento; es un no-muerto, como un vampiro que, en lugar de mamonear sangre fresca, destila odio hacia los que están más cerca (otros extremistas de derecha como ellos) e incomprensión hacia la política.

En la izquierda, ayer y hoy se ha intentado mantener cierta perspectiva: digamos, que la mayor parte de la izquierda ha estado algo más –no mucho más, pero sí algo más, especialmente en cierta izquierda no zapateriana– inmersa en la sociedad, a diferencia de la extrema-derecha que no sólo ha sido segregada de la política, sino también incluso de la sociedad, configurándose como pura marginalidad en un mundo pequeñito y redondito en cuyo interior, diversas facciones siguen una especie de movimiento browniano de partículas cuyo único destino es el choque de unas con otras y ninguna de las cuales tiene posibilidades de salir del recipiente que las contiene y las aisla del resto de la sociedad.

Perfil de mi odiador particular


Costaría poco liquidar el tema despachando el tema y diciendo simplemente que mis odiadores particulares son casos patológicos, sin más. Es cierto que, al haber permanecido demasiado tiempo en el entorno de la extrema-derecha, he conocido a más chalados de los que nos corresponde a todos por cuota estadística. En efecto, hay entre un 2 y un 5% de psicópatas, un 3% de esquizofrénicos, neuróticos casi todos, en mayor o menor grado, incluido el que suscribe… así que si al cabo del día nos cruzamos a 500 personas, es casi seguro que entre ellas figurarán entre 10 y 25 psicopatones de tomo y lomo. Lo llevan escrito en la cara, en su código genético y en su comportamiento habitual: carecen completamente de empatía, hacen daño sin percibirlo, creen que son seres especiales que se lo merecen todo y al servicio de los cuales todos deberían estar; habitualmente, no son muy inteligentes, tienen un fugaz atractivo personal y, por supuesto, desconocen lo que son “valores”, de los que apenas tienen una aproximación literaria y libresca como máximo, pura retórica. En general, mis odiadores no son siquiera psicopatones de perfil bajo, es decir, no son particularmente peligrosos. Más que peligrosos, se quedan al nivel de pelmazos.

No es gente ni muy mayor, ni excesivamente joven. Suelen tener edades intermedias, en torno a los 45-55 años. A esa edad ya se tiene perfecta constancia de si se ha fracasado en la vida y empieza a aparecer la sensación de que lo que queda por vivir es menor a lo ya vivido e incluso menos interesante. Si en esa época se tiene la sensación de que no se han cubierto los objetivos de la vida, lo que aparece es una sensación de frustración e incluso un complejo de culpabilidad que solamente se logra sublimar convenciéndose de que hay alguien más culpable, frente al cual las culpas propias son pura fruslería. Alguno me ha elegido a mí como presunto culpable. Bueno… si eso les hace feliz, para los que nos hemos educado en los principios de la Tradición para la que el individuo no es nada y la persona es poco, apenas una máscara, el que dos o tres chalados, la tomen conmigo quizás pueda suponer una tragedia para otros, pero no desde luego para el que suscribe. Preferimos el vago “nosotros” al siempre concreto y personalista “yo”.  Buena parte de nuestros libros y artículos han sido firmados –y son firmados– con seudónimo. El seudónimo nos ayuda a evitar que nuestro ego engorde. Distancia a libros y artículos de nosotros mismos. La idea es simple: si lo que hemos escrito es pura mierda –que de todo hay como en botica– carece de sentido el que asumamos su autoría, y si tiene algún valor es, sin duda, porque no expresamos ideas propias sino universales, por lo tanto sería todavía más inconsecuente que intentáramos vincular esa parcela de verdad universal a nuestra personalidad transitoria y efímera. No hay ninguna tragedia en ello: el pillao aquel inundando Indimedia con sus fantasmagorías sobre mí o sobre cualquier otro, Ynestrillas evidenciando que cada vez que se mete algo en el cuerpo lanza un exabrupto, o el otro colgado que cuando se olvida de medicarse se acuerda de mi existencia vía Internet, no son nada grave, pueden erosionar a la “persona”, pero no a su núcleo ni a nada esencial, mientras que ellos –sus freakadas y sus adicciones en el mejor de los casos serían atenuantes relativos, pero no eximentes– reducen su vida a una triste obsesión a la dedican tanto tiempo que no cabe ver su vida sino como esclava de su obsesión y de su intento de sublimar sus propias frustraciones, complejos de culpabilidad y sensaciones de fracaso. Algo sombrío, vaya.

Heidegger probablemente se colgaría del palo de la bandera de la universidad de Heidelberg de enterarse que su más acérrimo partidario a este lado de los Pirineos dedica buena parte de su tiempo a investigar y, especialmente, calumniar sobre un tipo gris que solamente aspira a vivir y a gozar como el que suscribe estas líneas. No creo que Ynestrillas padre (q.e.p.d.) –a quien conocí, por cierto– se sintiera particularmente orgulloso de un hijo dos veces encarcelado por episodios que nada tenían que ver con algo mínimamente honorable. No es pues a mí a quien deben preocupar tanta energía colocada en torpedear a la “persona Ernest Milà” como a ellos la vergüenza que generarían en quienes admiran y respetan. Soy hijo del pensamiento evoliano y de éste he aprendido a “cabalgar el tigre”: el veneno puede no ser tal y terminar constituyendo un remedio. Benditos mis odiadores que al machacar mi individualidad me lo ponen más fácil para tener siempre presente que el camino de la Tradición pasa por la renuncia del ego.

Por lo demás, los odiadores –al menos los míos, suerte tiene si usted dispone de otros de más talla– son una drama, pero no tanto para el objeto de su odio como para sí mismos. Créanme, lo peor de una mierda seca bien aplanada no es su situación y estado, sino el pretender convertir a otros a su mismo estado y condición.

[sobre Ynestrillas ver el siguiente link con lo que nos evitamos el consabido cortar y pegar]


© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción sin indicar origen

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