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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

La inmigración en el mundo feliz de ZP (II de X). Dossier Inmigración Pakistaní

La inmigración en el mundo feliz de ZP (II de X). Dossier Inmigración Pakistaní

Infokrisis.- La inmigración pakistaní se concentra en Barcelona. Desde finales de los años 80, han ido llegando a la Ciudad Condal pequeños contingentes en tránsito hacia Londres. Pero con la llegada del milenio, Barcelona se convirtió en el objetivo final de la inmigración pakistaní. A través del estudio sobre la inmigración pakistaní podemos comprender los paralelismos existentes entre la Ciudad Condal y Marsella. Algo extremadamente preocupante.

 

Conozco y tengo amistad con una docena de pakistaníes, la mayor parte de los cuales llegaron a España a principios del milenio. Hoy, ellos mismos, están asustados del crecimiento de su comunidad. Son completamente conscientes de que ese crecimiento perjudica su integración y no va a tardar en crearles –especialmente a ellos- problemas de todo tipo.

Los primeros inmigrantes pakistaníes llegaron a España a principios de los años 90, iban camino de Londres, pero a algunos les gustó nuestro país y empezaron a abrir los primeros comercios y restaurantes. Créanme: vale la pena probar la comida pakistaní, si no lo conocen será la primera vez que experimentarán esos sabores. Y les gustará. En cuanto a los comercios pakistaníes, realizan su tarea sin crear problemas a nadie. Vayan a cualquier hora del día o de la noche (si bien los ayuntamientos, como el de Barcelona les han limitado los horarios y multado) y allí encontrarán a unos simpáticos pakistaníes que les venderán cualquier provisión a buen precio. Son buena gente, por tanto, me molestaría que un día no muy lejano pagaran justos por pecadores.

Existe brecha cultural con los ciudadanos pakistaníes residentes en España. El Islam se adivina siempre como un obstáculo insalvable. Los pakistaníes son muy religiosos y el porcentaje entre ellos de fundamentalistas islámicos no es pequeño. En realidad, el Islam explica las diferencias entre India y Pakistán, tanto el atraso de éste como la predisposición de los hindúes a la informática, con el consiguiente despegue económico del primero.

Debo reconocer que experimenté una sensación de cólera mal disimulada, cuando en 2004 un grupo de inmigrantes, la mayoría pakistaníes, ocupó la Catedral de Barcelona. Soy un amante del arte y más del arte gótico. Me molesta, repito, me molesta mucho que se ocupe un edificio que empezó a construirse en el siglo XIV, donde están enterrados algunos prohombres de los gremios medievales y renacentistas, y se orine sobre sus tumbas. Abomino de ver las pilas de agua bendita de la Catedral convertidas en basureros. Había pasado dos años antes en la Iglesia del Pino (otra joya de la Barcelona gótica) y volvería a ocurrir después, en locales de hospitales y otras localidades del cinturón industrial. El Islam prescribe la muerte para quien profana una mezquita, aquí, en cambio, en el mundo feliz de ZP, no pasa nada.

Pakistaníes: los nuevos barceloneses

En los años 90, las mentes pensantes de la Generalitat de Catalunya establecieron –porque ya desde entonces venían observando el fenómeno de la inmigración- que era preferible que llegara una inmigración no hispano parlante a Catalunya. Así sería posible que los nuevos inmigrantes aprendieran catalán. Si, por el contrario, se entendían en castellano (el catalán también es una lengua española), la teoría sostenida por algún lumbreras de la burocracia catalana, era que no se esforzarían y se convertirían en nuevos focos castellano parlantes, lo cual, al parecer, era un menoscabo para la “nacionalitat catalana”.

A partir de ese momento, todo consistía en estimular la inmigración marroquí. La Generalitat estableció un proto-consulado en Rabat y allí envió a Angel Colom i Colom, no se sabe bien porqué motivo, ni ostentando qué meritos. Colom debió cumplir a la perfección la misión encomendada porque la inmigración marroquí se disparó en Catalunya y hoy alcanza el 70% de la inmigración de ese país residente en España. Lo que no estaba previsto es que no hubo nada capaz de contener a los ecuatorianos que llegaron después, ni nadie tampoco se fijó en que a lo largo de 2004 y 2005, la comunidad pakistaní que había ido creciendo sin que ni las instituciones ni nadie se hubiera percatado, era de todas la que crecía a mayor velocidad que ninguna otra. No existe el plan perfecto, especialmente cuando las políticas de inmigración son diseñadas por “estrategas” tan aficionados como indocumentados.

La inmigración pakistaní es radicalmente diferente a cualquier otra. Y esto por varios motivos: en primer lugar, la comunidad pakistaní tiene cierto “misterio”… en efecto, se conocen a “los” pakistaníes, en Barcelona todos los hemos visto, pero nadie puede afirmar que haya visto a “las” pakistaníes. De hecho, yo no he visto a ninguna. Y existen; parecen ser como el tesoro más preciado de aquella comunidad y están fuera del mercado de trabajo y dedicadas al mantenimiento del hogar y de la familia. Lo cual, por otra parte, indica su apego a los valores tradicionales.

El segundo misterio es que todas las protestas que han tenido como protagonistas a inmigrantes en la Ciudad Condal, han sido organizadas y protagonizadas por pakistaníes, solo por pakistaníes y nada más que por pakistaníes. A pesar de que hayan hablado en nombre de “todos” los inmigrantes y de que se hayan sumado individuos de otros comunidades nacionales, lo rigurosamente cierto es que todas estas protestas han sido desencadenadas por pakistaníes. Lo que indica que se trata de una comunidad inteligente y con iniciativa. Lo sabíamos desde que en los años 90 en el Raval de Barcelona empezaron a abrirse los primeros restaurantes y los primeros comercios regentados por miembros de esta comunidad, pero el hecho de que lideraran las protestas indicaba que habían aprendido a moverse bien en las procelosas aguas de las relaciones con las instituciones catalanas. Además leían los periódicos y fueron los primeros en reaccionar cuando ZP llegó al poder. Un después ya habían advertido que tenía la mandíbula blanda en el tema de la inmigración y que era posible presionar y vencer. Presionaron y vencieron. Dos meses después de la ominosa ocupación de la Catedral de Barcelona, Consuelo Rumi anunciaba el futuro proceso de “regularización masiva”. Era justo lo que querían los líderes de la ocupación de la Catedral: legalizar a los que estaban para traer más. Si, porque aquella protesta estaba organizada por las mafias pakistaníes de la inmigración. Y esas mafias se lucran introduciendo gente. Son los primeros beneficiarios del “efecto llamada”. Los pakistaníes son grandes y buenos comerciantes. Allí en donde se meten logran mover dinero, tanto si es en el negocio de la restauración como en el negocio de la inmigración.

Cuando tuvo lugar la ocupación de la Catedral, estuvimos convencidos de que detrás había una “organización” con las ideas muy claras sobre los objetivos y las estrategias (objetivo: aumentar el flujo de pakistaníes a Barcelona; estrategia: regularizar a los pakistaníes que se encontraban en la ciudad; táctica: la ocupación). No eran unos cuantos comerciantes y trabajadores pakistaníes deseosos de traer a sus amigos… era un movimiento perfectamente organizado. Luego se produjo el desalojo manu militari de la Catedral.

Yo fui uno de los primeros en entrar en el edificio después de que la policía hubiera logrado evacuar a los ocupantes; el claustro olía a orines, los bancos estaban todos revueltos y tirados; la basura se enseñoreaba del recinto; “mi” Catedral, la Catedral de nuestra Ciudad, había sido, literalmente, profanada, tanto en su sentido religioso como artístico. En la tarde tuvo lugar la manifestación en pro de la regularización de los inmigrantes. Ni que decir tiene que la columna vertebral estaba compuesta por pakistaníes. Era evidente que seguían consignas con una disciplina de hierro. No estamos hablando de una comunidad absolutamente desorganizada y atomizada como la marroquí, estamos hablando de una comunidad disciplinada que actúa al unísono, con jefes naturales, con jerarquías, sin discusiones interiores, con sentido de la lealtad recíproca entre sus miembros, donde no hay traiciones, ni delaciones, que lava los trapos sucios dentro de casa.

Para ZP y Maragall, les resultaba absolutamente increíble que una comunidad inmigrante se hubiera organizado como una falange de combate. No todos los pakistaníes participaron en las protestas, naturalmente; no hacía falta. Se trataba solamente de actuar en función del objetivo buscado. El resto, hasta llegar a mil, estaba formado por espontáneos de otras comunidades que se sumaron a la protesta sin que tuvieran más intención que la de regularizar su situación individual. Movilizar a más pakistaníes hubiera alertado excesivamente a las autoridades, así que decidieron que solamente con medio millar ya había suficiente. Lo realmente increíble es que desde 1992, a la policía barcelonesa le consta la existencia de una red de falsificadores de permisos de trabajo y residencia, de documentos, formada por pakistaníes –lo que nosotros conocemos como la “mafia pakistaní”- pero hasta ahora no ha estado en condiciones de desarticularla. Es más, los éxitos de esta mafia han ido aumentando progresivamente hasta llegar a su cenit tras la ocupación de la Catedral. En los meses siguientes –luego daremos cifras- la comunidad pakistaní creció más que ninguna otra. A un trabajo correcto corresponden unos resultados apreciables. Y la mafia pakistaní había operado lúcida y brillantemente.

Maragall nunca ha entendido nada de la inmigración. Y ZP, probablemente, menos aún. Quienes si han entendido la situación son los mafiosos pakistaníes: saben que basta con insinuar una actitud de fuerza para que las autoridades se arruguen y cedan. No lo harán, desde luego, hasta los máximos exigidos (“papeles para todos”, “ningún ser humano es ilegal”, etc, etc), pero hasta lo mínimos que verdaderamente interesan a las mafias pakistaníes de la inmigración. Era evidente que Maragall no sabía lo que decía cuando, tras la resolución de la crisis de la Catedral expresaba: "es lógico que en algunos momentos pasen cosas como ésta porque la inmigración es un tema muy difícil y un drama para mucha gente"… que era como no decir nada. El delegado del Gobierno en Catalunya, Joan Rangel, que tenía información de la policía y sabía un poco mejor de que iba la protesta, denunció la "utilización" de los centenares de inmigrantes y constó "la casualidad" de que este hecho haya coincidido con la campaña electoral” [se refiere a las elecciones europeas de 2004]. La cosa no iba por ahí, en realidad, era mucho más sencillo: comprobar si ZP era un “tipo duro” o un “blandengue” influenciable. Lo era. Y la mafia pakistaní fue, no solo la primera en intuirlo, sino la primera en comprobarlo empíricamente. Las “fuerzas sociales” relacionadas con la inmigración, no tenían muy claro lo que estaba ocurriendo pero intuían que había algo, como mínimo dudoso en aquella protesta. Los sindicatos CCOO y UGT, seis asociaciones de inmigrantes de Argentina, Chile, Pakistán, Nigeria, la Coordinadora de Entidades de Inmigrantes de Catalunya, así como el arzobispado no dieron apoyo al encierro y pidieron que finalizara.

Algo menos de un año después, se reprodujeron las movilizaciones. En efecto, el 3 de abril de 2005, unos 450 inmigrantes se encerraron en cinco parroquias y locales sindicales de Barcelona y Santa Coloma de Gramenet en demanda de “papeles para todos”. Estábamos en plena regularización masiva promovida por el gobierno ZP. No importaba: si iban a legalizar a 800.000… se trataba de presionar para que esta cifra subiera. De hecho, cuando se produjo esa ocupación la regularización masiva era todo, menos masiva. Sería hacia finales de abril cuando se relajaron las exigencias. ZP llegó a proponer algo tan exótico como el “arraigo por omisión” que era como el “papeles para todos” enmascarado con una risible fórmula jurídica. Resulta increíble que una regularización masiva se inicie sin que los funcionarios de ventanilla tengan las ideas claras de los documentos que deben exigir, sino que la relación de documentos a presentar vaya corrigiéndose a medida que avanzaba la regularización. Pero, ya se sabe que en el mundo feliz de ZP todo es posible incluidos los absurdos más desternillantes. Preferentemente ellos.

En el curso de estas movilizaciones, siempre aparecía una “Asamblea por la Regularización sin Condiciones”, que ponía rostros españoles a la protesta. El hecho de que el paquistaní Chaudhr Shahnawaz, fuera uno de los portavoces de la Asamblea por la Regularización sin Condiciones era solo ligeramente significativo. Bastaba aproximarse un poco al movimiento de protesta para percibir muy a las claras que los escasos miembros de esta “asamblea” (salidos de ONGs y del llamado “movimiento alternativo” o, si se quiere los marginales del movimiento antiglobalización) ni tenían la iniciativa, ni disponían del más mínimo apoyo social. En toda protesta de inmigrantes, siempre debe haber ciudadanos del país anfitrión, para dar la sensación de que una “mayoría social” está por el “papeles para todos”, algo sumamente improbable. Los pakistaníes pusieron por delante a los chicos obtusos de esta “asamblea”, simplemente para evitar que los medios y los servicios de seguridad del Estado se fijaran en ellos.

Antes que esta protesta de abril 2005 y de la ocupación de la Catedral en 2004, había tenido lugar la larga ocupación de la Iglesia del Pi dos años antes. El rector de la Iglesia del Pi, por algún motivo mantenía muy buenas relaciones con la comunidad inmigrante, así que los pakistaníes vieron en él al interlocutor válido para su primera protesta. El objetivo era forzar al gobierno Aznar al “papeles para todos”. Solo que el anterior presidente tenía la mandíbula más dura que ZP. La ocupación duró varias semanas y no llegó a alcanzar ninguno de los objetivos. En esa ocasión, las mafias pakistaníes fracasaron.

Pero en esa ocasión se produjo un fenómeno que nos llamó la atención. Varios de los pakistaníes encerrados fueron hospitalizados de urgencia aquejados de crisis tuberculosas. Esa era la primera ocasión en la que se evidenciaba uno de los problemas que cabalgan con la inmigración masiva: la falta de controles sanitarios. Más vale que no hagamos demagogia porque de ello depende nuestra salud. Es, literalmente, lacerante que como mínimo 1 de cada 4 subsaharianos que llegan en cayuko esté infectado con el virus VIH. ¿Cómo podríamos expresar que nos sentiríamos enormemente reconfortados si tuviéramos la seguridad de que TODOS los africanos afectados por el VIH reciben un tratamiento sanitario adecuado que mejore su calidad de vida? Pero nos parece extraordinariamente injusto que este tratamiento solamente se depare a los que logran pisar territorio español. Los 40 millones de africanos infectados de VIH deben tener igualdad de oportunidades para tratar su dolencia en la tierra que los ha visto nacer y con cargo al presupuesto de ONGs e instituciones internacionales. Los 12.000 euros anuales que cuesta un tratamiento contra el VIH no pueden ser financiados por los contribuyentes españoles… Para colmo, en Europa algunas enfermedades que se creía erradicadas completamente sobre nuestro territorio, se han reproducido: la tuberculosis una de ellas. No nos engañemos: han llegado con la inmigración ilegal y masiva. No es que consideremos inmoral el solicitar un certificado de salud a los inmigrantes que aspiran a vivir entre nosotros… es que nuestra salud depende de ello. Cuando la inmigración es masiva se trata de establecer filtros, o de lo contrario, la marejada nos anegará, o lo que es peor, se llevará nuestra salud. Podemos entender que la Unión Europea planifique campañas de vacunación masiva, asegure tratamientos contra el VIH o contra la tuberculosis o el dengue en los países de origen… lo que no podemos entender es que personas con estas enfermedades infecciosas puedan entrar en nuestro relativo paraíso sanitario y ponerlo en peligro.

Aquella primera ocupación de la Iglesia del Pi ya demostró el poco respeto que las mafias pakistaníes tenían hacia los edificios religiosos católicos. Si, en respuesta a estas ocupaciones, activistas ultracatólicos hubieran ocupado mezquitas, alguna fatwa los hubiera condenado inmediatamente a muerte. No es que pidamos reciprocidad, es que pedimos el mismo respeto que exigen una por vía sumaria, a los edificios religiosos propios de nuestra tradición cultural. Para los entusiastas del “papeles para todos”, esos chicos descerebrados de la Asamblea por la Regularización sin Condiciones (nombre sintomático) un católico defendiendo un templo es un fanático inspirado por la Inquisición, mientras que un fundamentalista pakistaní capaz de cortar el gañote el que orine en la puerta de una mezquita tras una melopea, es un ser humano arraigado en sus tradiciones seculares. Tampoco se les puede pedir mucho más.

Barcikistán, casi un arrabal de Rawalpindi

Barcelona es una ciudad que se está transformando de manera acelerada. Los pakistaníes están colaborando en esta mutación. Y hay en todo ello una situación paradójica. Los barrios más pobres y degradados de Barcelona estaban viendo como se cerraban los pequeños comercios. Este proceso duró a lo largo de los años 80 y en buena parte de los 90. Pero hacia mediados de esa década, los comercios regentados por barceloneses que se cerraban en el barrio del Raval y en el de la Rivera, tenían su contrapartida en la apertura de un nuevo tejido comercial protagonizado por pakistaníes. Y esto es lo paradójico: mientras que los comerciantes españoles cerraban porque afirmaban que no podían competir con las grandes superficies, en cambio, los pakistaníes se las ingeniaban para hacerlo; e, incluso, parecía que lograban hacerse con una clientela que les garantizaba un razonable nivel de beneficios.

Algo está ocurriendo que no hemos sido capaces de percibir a tiempo. En realidad, contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, los comercios pakistaníes solamente no solamente forman pequeñas cadenas de distribución sino que en otros casos están asociados a cadenas preexistentes. No disponen de suministros diferentes al de cualquier otro comercio. Como máximo, se benefician de productos específicamente pakistaníes que no están presentes en otros comercios y que, por lo demás, tampoco figuran entre los más vendidos. Así pues, ¿a qué se debe este proceso de sustitución del comercio tradicional por una inflación de locales preferentemente pakistaníes?

Hay varios motivos. El primero de todos es el habitual: los bajos salarios que perciben los dependientes que trabajan allí. En general, no están asegurados a jornada completa… lo que no impide que trabajen jornada completa. Estos dependientes viven en pisos pequeños junto a, entre cuatro y seis compañeros de la misma nacionalidad. Un alquiler de 600 euros suficiente para desanimar a una pareja joven española, se reduce a entre 100 y 150 euros, con lo que la partida de “vivienda” queda redimensionado a la mínima expresión entre los pakistaníes (y entre otras comunidades inmigrantes). De ahí que esta comunidad pueda sobrevivir en España con sueldos muy bajos… aunque no tan bajos como los que perciben en Islamabad o Rawalpindi.

En 1998 cerraron en España 8.400 pequeños establecimientos, la mayoría de alimentación y droguería. Los hábitos de consumo de la población estaban cambiando desde 1990. Las grandes superficies habían irrumpido desde mediados de la década anterior y eran los principales beneficiarios de la nueva situación. El diario El País, indicaba el 27 de junio de 1999 que las 1.400 “grandes superficies” que existían en ese momento en toda España suponían el 47% de las ventas de alimentación, a pesar de que, apenas eran el 2% del total de establecimientos de ese ramo… El pequeño comercio parecía sentenciado.

En 1997, se contabilizaban 165 establecimientos comerciales regentados por inmigrantes. En 2006 se habían quintuplicado. Es lo que se llama “comercio étnico”. La mayoría de estos comercios estaban situados en barrios que atravesaban crisis agudas. En Barcelona, especialmente, el Raval y Ciutat Vella, -pero también en Gracia y Sans- los pakistaníes revitalizaron el pequeño comercio y, por tanto, la actividad económica de estos barrios degradados.

En algunas calles del Raval o de la Rivera han llegado a desaparecer entre 60 y 80 comercios regentados por españoles, debido a muchas causas (jubilaciones, escasa competitividad frente a las grandes superficies, pérdida del mercado habitual, cansancio, etc.). Sin embargo, en esas mismas calles, los pakistaníes especialmente, han tomado el relevo. Los sociólogos no han estado en condiciones de interpretar el por qué uno de los indicativos de la crisis del pequeño comercio… es la apertura de pequeños comercios. Es mucho más fácil si se toma en consideración el origen nacional de unos y otros: la crisis del pequeño comercio “autóctono” se refleja en su  sustitución por el pequeño comercio “inmigrante”. Desde el punto de vista económico, las características del pequeño comercio autóctono e inmigrante, son idénticas en lo que a servicios y facturación se refiere… pero no todo es economía. En barrios que viven del turismo, el “tipismo” y lo “tradicional”, son importantes. Un inglés de Londres no verá un paisaje esencialmente diferente entre nuestras Ramblas y su East-End: en efecto, en ambos el pequeño comercio es pakistaní, lo que dice mucho a favor de Pakistán e indica que las grandes ciudades están sufriendo una mutación cosmopolita, niveladora y despersonalizadora que hace que solamente se distingan por las “piedras”, por lo material, no por sus gentes. Toda nivelación implica empobrecimiento cultural. En el fondo, el “multiculturalismo” no es más que la una forma de globalización, paradójicamente vista de forma condescendiente por los antiglobalización…

En el ya lejano 1996, el diario barcelonés La Vanguardia publicaba un reportaje del que extraemos unas líneas: "Los paquistaníes que de un tiempo a esta parte van abriendo sus negocios en Barcelona han introducido una nueva manera de entender la actividad comercial. Una manera que choca con las reglas y los hábitos de aquí, pero que contiene valores que no pueden soslayarse (…) Los empleados trabajan de 14 a 15 horas diarias, domingos incluidos. Uno de sus éxitos ha sido, precisamente, que los comercios paquistaníes aplican horarios flexibles. Los ciudadanos agradecen esta disponibilidad y el resultado evidente es que la actividad comercial de los paquistaníes ha sido bien acogida en los barrios donde se han establecido (….) Compiten en costes laborales y en horarios, dos factores esenciales para el progreso de esta actividad de servicio que es el comercio. No se trata de que todos los comerciantes deban seguir la fórmula paquistaní, pero lo cierto es que son un ejemplo de que la libertad comercial es positiva para los que se dedican a este negocio y, sobre todo, para los consumidores" (edición del 14 de octubre de 1996)

¿A qué se debe este proceso? A que en esos barrios es donde se ha concentrado el mayor número de inmigrantes y esto les otorga un dinamismo que se había perdido. La nueva demanda, encuentra una nueva oferta.  Los inmigrantes pakistaníes, por ejemplo, solamente compran en comercios regentados por gentes de su propia comunidad. Eso ya les asegura un “suelo mínimo” de ventas, especialmente en el Raval y en la Ribera. Pero también compran –compramos- muchos barceloneses en estos comercios. El “nicho” de mercado que han encontrado, se había escapado a los comerciantes barceloneses de siempre. El horario de apertura del pequeño comercio no puede ser el mismo que el del resto de profesiones y empleos… para poder ser efectivos, deben ampliar sus horarios más allá de las 20 horas en estos tiempos en los que muchas jornadas laborales se prolongan hasta las 19 o 20 horas. He conocido comercios pakistaníes en el Barrio de Gracia que empezaron cerrando a las 24:00 siete días a la semana, y solamente tras ser multados por el Ayuntamiento pasaron a cerrar las 22:00 horas y a partir de las 14:00 horas del domingo… Es en estos horarios extremos cuando los comercios pakistaníes obtienen sus mejores ventas. Sus disciplinados dependientes (en muchas ocasiones los dependiente son los mismos propietarios) no se amparan en el sindicato para reivindicar sus 40 horas semanales, ni discuten los términos del contrario. Están aquí para ganar dinero y enviarlo a sus familias. Las horas de trabajo parecen interesarles poco, de hecho, le interesan más al Ayuntamiento. La inmensa mayoría no están sindicados y tampoco muestran mucho interés por sus derechos laborales. Al parecer, una comunidad tan bien dispuesta para movilizarse por el “papeles para todos”, no tiene la misma conciencia activista cuando se trata de reivindicar derechos laborales, especialmente si el empresario es de su propia nacionalidad. Es innegable que los pakistaníes son muy buenos comerciantes.

He conocido pakistaníes encantadores y excelentes personas. Como en toda comunidad inmigrante, hay un poso –seguramente por motivos culturales y antropológicos- inaccesible para el que no pertenece a su etnia. Sin embargo, su competencia no ha sido muy apreciada por los comerciantes autóctonos de Barcelona. Se quejan, sobre todo de los horarios con los cuales no pueden competir. En segundo lugar, los pequeños comerciantes barceloneses se sienten alarmados por la formación de guetos. Habitualmente, estos comerciantes han mantenido abiertos sus negocios durante décadas, sino durante generaciones; la mayoría, no sólo trabajan en el barrio, sino que, además, viven en él. Se trata de un grupo social, no solo conservador, sino que ha sufrido mucho a partir de mediados de los años 80. El Raval y la Rivera barcelonesas sufrieron, inicialmente, el abandono por parte de los primeros ayuntamientos democráticos. Hacia 1986 y hasta 1995, estos barrios se llenaron de “camellos”, mientras sus clientes se encontraban tirados en sus calles. Cuando parecía que la situación iba a “mejorar” (si es que, dramáticamente, puede llamarse “mejora” a la muerte de la mayoría a causa del VIH y del desgaste físico propio de los heroinómanos…), los comerciantes que habían sobrevivido a esa primera ola, se encontraron con que, bruscamente, en ese momento, el paisaje de sus barrios empezó a cambiar. Ya no eran solamente unos pocos comercios abiertos por extranjeros, ante los que los barceloneses permanecían vacilantes y sin atreverse a consumir los productos de sus anaqueles. Ahora era todo el barrio el que cambiaba de fisonomía. Se estaban formando guetos y los guetos siempre tienen una connotación negativa. Los recién llegados tenían costumbres diferentes y, eso no era lo peor. Lo peor es que hacia principios del milenio ya habían aparecido fricciones entre las nuevas y distintas comunidades que poblaban el Raval. Los ecuatorianos se llevaban mal con los marroquíes, los pakistaníes marcaban su terreno para evitar que los chinos les usurparan el terreno, los argelinos se llevaban mal con todos y especialmente con los pakistaníes que no soportaban verlos entrar en sus comercios e intentar salir sin pagar los productos que se llevaban en los bolsillos… Desde el principio de la inmigración masiva (1999) hubo racismo en el Raval, pero no fue entre barceloneses e inmigrantes, sino entre las distintas comunidades inmigrantes. Mal asunto. A los comerciantes del Raval y de la Rivera lo que menos le gustaba es que sus barrios se fueran depreciando ante la formación de guetos de inmigrantes. La inmigración era percibida como degradación. En 1999 se produjo un caso lamentable en Barcelona. Un psicópata agredía a mujeres en las calles del barrio de la Rivera. Las atacaba con un objeto punzante y les inflingía heridas superficiales, pero no por ello menos dolorosas y traumáticas. Cuando el misterioso agresor llevaba varios meses de actividad, resultó detenido. Era un pakistaní con problemas psiquiátricos. Una excepción en esta comunidad que suele ser pacífica, amigable y poco aficionada a la delincuencia. Pero, el caso dio a pie a que la inmigración pakistaní fuera percibida –abusivamente- como peligro. La marginalidad de muchos magrebíes y la identidad religiosa común con los pakistaníes, contribuyó a aureolarlos a estos con los mismos estigmas que a argelinos y marroquíes. Debió pasar tiempo hasta que los comercios pakistaníes empezaron a llenarse de barceloneses e incluso –como es mi caso- surgieran vínculos de amistad, o al menos de confianza, entre unos y otros. Hoy, los comercios pakistaníes forman parte del paisaje urbano barcelonés, guste o no guste.

Hay que decir que los viejos comerciantes barceloneses tenían algo de razón. Planificado o no, lo cierto es que hay zonas de la ciudad de Barcelona –y otras ciudades españolas- que están sufriendo una “limpieza étnica”. El centro histórico de Alicante, por ejemplo. El proceso es el siguiente: en una primera fase, aparecen algunos comercios en las zonas con alquileres más baratos de esa ciudad; esos mismos alquileres económicos, hacen que sea en esas zonas donde se instalan los inmigrantes; fin de la primera fase y ahora empieza la segunda. La inmigración va creciendo: los veteranos recomiendan a los recién llegados –frecuentemente, habitantes en el mismo pueblo de origen o familiares suyos- instalarse allí donde están ellos. Inicialmente, no ocurre nada, pero cuando el total de la inmigración empieza a superar el 5% en una misma zona se produce un fenómeno poco estudiado pero inexorable: los autóctonos van abandonando progresivamente esa zona. Eran barrios con edad media elevada y degradados desde antes de que llegara la inmigración. Los jóvenes autóctonos no quieren vivir en esos barrios que, además de tener mala fama, son percibidos como hostiles por ellos. Y se van yendo progresivamente. Los inmuebles vacíos son vendidos o alquilados a inmigrantes. Incluso se revalorizan porque los inmigrantes prefieren vivir entre ellos que en zonas con mucha densidad de población autóctona. En otro lugar analizaremos el fenómeno de la delincuencia que, en términos absolutos es cinco veces mayor entre inmigrantes que entre “nacionales”. La delincuencia genera la sensación de que uno puede ser agredido, robado y expoliado en cualquier momento; así que es mejor poner tierra de por medio y cambiar el lugar de residencia a zonas más seguras. Otro motivo para abandonar un barrio es empezar a considerarlo inhabitable. Cuando desde las ventanas de un barrio la “salsa” empieza a sonar a todas horas, o la música árabe –machacona, en absoluto pegadiza- o las peleas en idiomas incomprensibles, se hace el pan de cada día, muchos vecinos juzgan que ya tienen suficiente y añoran el tiempo en que solamente se oían seriales radiofónicos, el parte de Radio Nacional y algún jovenzuelo desvergonzado ponía música de los Rolling o de los Beatles a todo volumen. Y se van del barrio. No es limpieza étnica a punta de bayoneta, es, simplemente limpieza étnica por la fuerza de las cosas.

Las zonas donde hay más tiendas de inmigrantes coinciden también con las de mayor residencia de inmigrantes. Las tiendas surgen para responder a las necesidades específicas y culturalmente determinantes de los inmigrantes. Ha ocurrido en toda Europa. He visto como la vieja Massalia empezaba a degradarse tenuemente a finales de los setenta; aquel gran puerto mediterráneo que un día fue Marsella, con su Cannabiere y sus interminables muelles, fue perdieno a razón de 30.000 habitantes por año desde 1980. Hoy es una ciudad magrebí en el norte del Mediterráneo. Ubicada en Francia, su fisonomía ya no es francesa. Barcelona corre el riesgo de convertirse en la segunda Marsella. No será por culpa de los pakistaníes, sino de la acumulación de distintas comunidades inmigrantes con crecimiento desordenado pero continuo, ante la desidia de las autoridades municipales, autonómicas y estatales, que Barcelona supere a Marsella en apenas unos años.

A lo largo de 2005 y 2006, el barrio en el que creció más el precio de la vivienda en Barcelona, fue el Raval. Increíble pero cierto. El único elemento que permite interpretar este fenómeno es la llegada masiva de distintas comunidades inmigrantes. El Raval y la Rivera son barrios “agradables” para inmigrantes, no por la salubridad y la belleza de sus calles, sino porque allí los inmigrantes se sienten como en casa, esto es, en su propio entorno comunitario. Estamos hablando de “enclaves étnicos” en la Barcelona del siglo XXI. Estos enclaves étnicos existen en las ciudades del Mediterráneo español y en Madrid. Ya no hay medidas posibles para dar marcha atrás: los guetos se han formado y nada en el mundo va a conseguir disolverlos. La inmigración ha ido tan rápida que no las autoridades no han reaccionado a tiempo. Ahora, ya es inevitable el proceso de guetización del Raval y de la Rivera, el vaciado de población autóctona que ha ido subiendo del 2% en 1992 al 5% en 1994, luego al 15% en 1997, tres años después al 25%, en el 2000 llegó al 30% y en 2006 estaba en torno al 70%... la población autóctona es hoy residual.

En el momento de escribir estás líneas, la inmigración es mayoritaria en el Raval y la Rivera de Barcelona, está ascendiendo vertiginosamente en los barrios de Gracia y Sans, así como en el cinturón industrial de Barcelona. La falta de políticas de inmigración de los distintos niveles de administración han convertido este problema en irresoluble. Irresoluble. Y esto es lo que puede hacer peligrar la situación de mis amigos pakistaníes, arrastrados por la marejada incontenible de seis años de “efecto llamada” sostenido. 

Los pakistaníes son poco dados a orientar su comercio solamente hacia sus propios ciudadanos. Han logrado que las carnicerías halal que regentan sean frecuentadas también por barceloneses y en cuanto a los bazares que regentan en las Ramblas tienen como principal contingente migratorio a los turistas; hay locutorios propiedad de inmigrantes marroquíes, hindúes, ecuatorianos, colombianos y pakistaníes, principalmente, peluquerías propiedad de caribeños, etc. Es el “comercio étnico”. Solamente una mínima parte del comercio pakistaní está dedicado a satisfacer la demanda de inmigrante, obviamente los situados en los “enclaves étnicos”. Esto no gusta a los comerciantes locales; su razonamiento es, en apariencia, contradictorio y difícil de entender, intentemos seguirlo: el pequeño comercio está en crisis por la competencia de las grandes superficies, no puede competir con alas grandes cadenas de alimentación en precios, aunque sí en proximidad. Para que esa competencia sea efectiva, los barrios deben gozar de buena salud, pero desde el momento en que la inmigración se instala en esos barrios, estos tienden inevitablemente a degradarse en tanto que los ciudadanos autóctonos tienden a abandonarlos y los recién llegados tienen una tendencia a comprar solamente en los establecimientos de su propia nacionalidad. Además, la proliferación de “otra forma de comerciar” resta “tipismo” e “identidad” a zonas de la ciudad que, como el Raval y la Rivera, junto con las Ramblas que los separan, viven del turismo y, por tanto, deberían ser la quintaesencia de la “barcelonidad”. A uno y otro lado de las Ramblas y en las arterias que confluyen allí, se han aposentado comerciantes pakistaníes, chinos e hindúes, vendiendo objetos y souvenirs que poco tienen que ver con Barcelona, Catalunya o España. Desde 1995 los locales comerciales de estas zonas han sido adquiridos por extranjeros y la población autóctona del barrio experimenta una sensación de incomodidad evidente. ¿Racismo, xenofobia? No, simplemente, inmigración masiva y sin control.

Los pakistaníes huyen de los circuitos de la delincuencia como de la peste. Lo suyo es el comercio. Y lo hacen bien. Pero no pueden evitar ser “diferentes” a los barceloneses. La experiencia del Raval y la Rivera demuestran que mientras la inmigración se mantiene dentro de unos límites aceptables –en torno a un 5%- la convivencia entre las comunidades étnicas es aceptable, sino, incluso, cordial. No hay que olvidar que estos barrios pertenecen a la zona de la ciudad más próxima al mar y, por tanto, en donde tradicionalmente siempre ha residido un mayor número de extranjeros. Ahora bien, a partir de que la inmigración se convierte en masiva y descontrolada –a partir de mediados de los 90- se produce un fenómeno perverso: la delincuencia aparece vinculada a los nuevos inmigrantes. De hecho, lo está. Si bien la inmensa mayoría de los inmigrantes han venido para trabajar, así mismo, la inmensa mayoría de delincuentes… han salido de la inmigración.

A esto se une otro fenómeno: si un barcelonés no tiene el ojo bien entrenado, será fácil que confunda a un filipino con un chino y a un coreano con un vietnamita… y, por supuesto, a un argelino con un tunecino, a un senegalés con un marfileño, a un peruano con un ecuatoriano o… a un marroquí con un pakistaní. Solamente cuando se está suficientemente familiarizado con los distintos grupos étnicos es posible –con relativa facilidad- identificar a un oriundo de Quito de uno de Guayaquil, a un paceño de un cruceño… y, por supuesto, a un marroquí de un pakistaní. Pero cuesta.

Por otra parte, no todas las comunidades inmigrantes tienen los mismos índices de delincuencia, ni numéricamente, ni por “intensidad”. Los venezolanos apenas tienen delincuencia, mientras que sus vecinos colombianos si. Por su parte, en términos absolutos, la delincuencia colombiana es menor que la ecuatoriana… pero mucho más intensa. En efecto, los colombianos tienen una increíble tendencia a solucionar sus “ajustes de cuentas” de manera expeditiva. En Colombia, la vida vale poco y en España no tienen ningún valor añadido. Por su parte, los marroquíes tienen unos niveles de delincuencia muy superiores a los tunecinos y todos ellos, muy inferiores a la comunidad de origen argelino… En cuanto a su “peligrosidad”, la policía sabe perfectamente que los delincuentes de determinados grupos étnicos no ofrecen ninguna resistencia al ser detenidos, e incluso que sus delitos no implican violencia (la “banda de las autopistas”, compuesta por peruanos, actúa siempre “al descuido” en las autopistas) saben que sus delitos son menores y por tanto, descubiertos, se dejan detener sin oponer más que las excusas y los descartes propios de este tipo de delitos. Pero, en cambio, cuando se trata de detener a delincuentes de otros grupos étnicos, los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado prefieren tomar seguridades, ir más de uno y realizar la detención con las armas desenfundadas… algo que ocurre frecuentemente con magrebíes y, especialmente, con argelinos.

A los pakistaníes, comerciantes natos, todo esto les perjudica extraordinariamente. El rechazo a los inmigrantes no aparece porque sí, sino solamente cuando resulta demasiado evidente que la delincuencia ha aumentado con su presencia, cuando la convivencia se vuelve difícil por las peculiaridades antropológicas de algunos grupos y, poco importa que unos sean más refractarios que otros a la integración: el aspecto “diferente” les perjudica a todos, incluso a los menos implicados en actividades delictivas como los pakistaníes. Nadie puede siquiera achacarles mala calidad de los productos que ponen a la venta en sus comercios. Todo lo contrario. Y sin embargo, esta comunidad es una de las más perjudicadas por el carácter masivo de la inmigración y por la relación innegable “aumento de la delincuencia = inmigración descontrolada”.

Los comerciantes de las zonas colonizadas por la inmigración se quejan de la progresiva (y evidente) reducción y pauperización de la población del distrito, la caída en picado de la imagen de los barrios “de inmigrantes” que jamás volverán a ver población autóctona, lo que hace que dejen de ser recorridos por la clase media en busca de los paisajes de siempre de su siempre; el Ayuntamiento es el principal blanco de las críticas: los pequeños comerciantes autóctonos se ven sangrados, literalmente, por los impuestos municipales… si a esto unimos las cargas impuestas por la hacienda del Estado (hoy de la Generalitat), podrá entenderse que esa sensación de asfixia económica no sea una exageración. Paralelamente, los comercios regentados por inmigrantes son mucho más frívolos a la hora de cumplir la normativa municipal y viceversa, porque, en realidad, tampoco el ayuntamiento se muestra muy proclive a sancionarlos. La presidenta de la Asociación de Comerciantes del Mercado de la Boqueria (en las Ramblas) declaraba: "No tengo nada en contra de los inmigrantes, pero actualmente la gente que viene de fuera destroza nuestro comercio. No se adaptan a nuestras costumbres (…) con las tiendas de souvenirs y bazares de las Ramblas parece que estoy en la India, en lugar de Barcelona. Y lo más grave es que algunas funcionan sin permiso y con horario libre. Esto es una discriminación para el resto del comercio" (en Eco, 28-VI-1997). Un año antes, el diario El Mundo, había hecho sonar las alarmas: "Inmigrantes paquistaníes se hacen con el pequeño comercio tradicional de Ciutat Vella" (El Mundo 18-IX-1996). El ayuntamiento no puede alegar desconocimiento de la situación cuando ya hace ¡diez años!, la degradación del pequeño comercio barcelonés y las constantes infracciones de los comerciantes recién llegados, eran el pan de cada día. Lo normal era que los establecimientos regentados por inmigrantes (locutorios, bazares, colmados) abrieran sin permiso de apertura, que no respetaran los horarios, pusieran a la venta productos y objetos (incluso peligrosos) sin tener licencia para ello, y, para colmo, nadie se preocupara de su completa “objeción fiscal” y, puestos a infringir normativas, mantuvieran a sus hijos menores de edad trabajando en sus establecimientos cuando, por imperativo legal, deberían estar en clase y no trabajar hasta los 16 años…

Todo esto recuerda extraordinariamente el proceso degenerativo seguido por Marsella (no tan distante de Barcelona, incluso en este terreno). Los comerciantes argelinos que se hicieron inicialmente con las zonas portuarias de la antigua Massalia se instalaron en barrios de mayoría inmigrante. La administración francesa empezó a despreocuparse por esos barrios considerados “pobres”. Los servicios del Estado Republicano fueron desapareciendo de estas zonas, incluida la policía. No es raro que se convirtieran en focos de delincuencia. Pero lo que se estaba produciendo era algo mucho más grave: el Estado iba desapareciendo de esas zonas. La totalidad del Estado. Cuando en 1994, a algún jerarca de la inspección fiscal marsellesa se le ocurrió enviar a sus muchachos a estos barrios a la vista de que en zonas amplias de la ciudad el pequeño comercio ni siquiera se tomaba la molestia de realizar resúmenes de IVA, impuesto de beneficios, ni nada similar, simplemente fueron expulsados de mala manera del barrio. Cuando se recurrió a la policía para que acompañara a miembros de hacienda o de los servicios social o de protección de la infancia, la policía –que conocía perfectamente la situación- llamó al realismo: “si vamos, puede haber una insurrección”. Así que “París”, de conformidad con el prefecto, decidieron hacer la vista gorda, antes que arriesgarse al estallido de unos disturbios que siempre terminan siendo nefastos en términos electorales. Pues bien, estos disturbios estallaron en noviembre de 2005. Hoy, en toda Francia, existen en torno a 1200-1500 de estas zonas conocidas en la jerga francesa como zonas de “non droit”, es decir, en las que ya no rigen los principios de la República ni las instituciones del Estado francés. Aquellas aguas, trajeron estos lodos. Barcelona –y otras ciudades españolas- están siguiendo inexorablemente los pasos del “modelo marsellés”.

Los comerciantes autóctonos –los barceloneses hoy, como los marselleses ayer- tienen la sensación de que, cuando el Ayuntamiento necesita exteriorizar su voracidad impositiva, aumenta las inspecciones contra ellos, mientras hace la vista gorda ante el incumplimiento de los requisitos legales por parte de los comercios abiertos por inmigrantes. Esto no es del todo cierto. La ciudad de Barcelona todavía no es completamente plana: hay zonas en las que, efectivamente, el Ayuntamiento ha renunciado a cualquier control (Raval y Rivera), mientras que en otras en las que todavía se mantiene un tejido comercial local con relativa buena salud (Gracia y Sans) si existe algún tipo de control.

Aunque no debería ser así, lo lamentable es que los distintos niveles administrativos actúan siempre bajo presión, no porque las circunstancia indiquen que deberían hacerlo. En 1995, cuando los comerciantes del Raval empezaron a tomar conciencia de lo que se les venía encima, multiplicaron sus movilizaciones y obligaron al Ayuntamiento a adoptar medidas que garantizasen, como mínimo, un trato idéntico a “autóctonos” y “foráneos”. Se decretó una suspensión en la concesión de licencias de obras y apertura para bazares y establecimientos para turistas en la Rambla y en la zona del Raval y la Rivera. En 1996 se aprobó una nueva ordenanza restringiendo la apertura en toda Ciutat Vella de comercios ligados a la "actividad turística", para "proteger la diversidad comercial del centro histórico", según declaró un responsable municipal a El País. La distancia mínima entre bazares pasaba a 80 metros… pero bajaba a 40 metros para los “fast-food” y las casas de cambio de moneda. Todo eso fue flor de un día. Cuando la población inmigrante del Raval se disparó hacia principios del milenio, todas estas ordenanzas municipales quedaron, en buena medida, relegadas al olvido. Lo dicho, Barcelona está sufriendo un proceso de “marsellización”, nada bueno para los barceloneses. E, igualmente, malo para los pakistaníes.

Pakistán o la corrupción en versión islámica

En Pakistán, como en cualquier otro país del antiguo “tercer mundo”, la corrupción es una verdadera plaga. Es fácil obtener un pasaporte por caminos no regulares, pues tal es la corrupción de las autoridades, pero, por si alguien no estuviera dispuesto a pagar esas “mordidas”, tampoco hay problema: se compra un pasaporte falso y… ¡hacia España!

Los pasaportes utilizados en Pakistán se falsificaban hasta hace pocos años en el Líbano. En la ciudad cristiana de Zalhé, cuando te ven la cara de extranjero, te preguntan solamente que les aclares lo que vas a buscar allí, en pleno valle de la Bekaa: “¿dólares falsos o droga?” y, cuando les explicar que eres periodista, te siguen preguntando con un guiño, como indicando que te explicas perfectamente “Ah, oui, ¿dólares falsos o droga?”. Los dólares que se hacían en Zalhé eran de una calidad tan proverbial como el “rojo libanés”, quizás la mejor calidad de haschís. Durante años, existieron vasos comunicantes entre Zalhé e Islamabad. Y no unos sino varios. De un lado, la guerra contra los soviéticos en Afganistán movilizó a los activistas musulmanes de todo el mundo que se concentraron en la zona fronteriza con Pakistán. Iban a morir por Alá en la “gran guerra santa”, así que se tomaban precauciones para ocultar su verdadera identidad. La mayoría iban provistos de “faux papiers” fabricados en Zalhé. Allí, el Mosad había puesto mucho énfasis en infiltrar –e incluso en impulsar, no olvidar que estamos en 1982-89- a los nacientes grupos fundamentalistas islámicos. Era fácil pues, para los servicios secretos norteamericanos, conocer la verdadera identidad de aquellos primeros yihadistas. Pero, luego, cuando la URSS tiró la toalla y retiró sus tropas del territorio afgano, esta veta se secó. La dinámica misma de los acontecimientos en el Líbano y las necesidades de la reconstrucción hicieron que se limitara la exportación de haschís a través de los puertos francos situados al Norte de Beirut y la famosa imprenta de Zalhé consagrada a las mejores falsificaciones de papel moneda y de documentos de identidad, se dedicara a tareas menos comprometidas.

Ocasionalmente, la policía británica, pudo seguir la pista de algunos pasaportes falsos llevados por pakistaníes que intentaban entrar en Inglaterra con personalidades y visados falsos. Establecieron que procedían del Líbano. Era de prever. Ahora bien, a partir de 1990 las mafias pakistaníes de la inmigración establecieron nuevas fuentes de suministro de documentos falsos, en zonas más próximas y, por tanto, más accesibes. En 1999, imprentas dotadas de las tecnologías digitales más avanzadas en la época, abordaban desde Tailandia, la arriesgada, pero lucrativa tarea de facilitar pasaportes, sellos secos y demás documentación falsa a las mafias pakistaníes de la inmigración.

Inicialmente, estos documentos eran utilizados, preerentemente, para acceder al “espacio Schengen”, progresivamente más blindado, pero también hay datos que indican que llegaron hasta zonas, inicialmente, tan poco proclives para la inmigración como Argentina o Chile.

Tailandia tiene una ventaja: es un paraíso turístico en alza. Los aviones que llegan de Tailandia a los distintos aeropuertos europeos parecen libres de toda sospecha. En ellos llegaron muchos miles de pakistaníes provistos de pasaportes falsos comprados allí. En diciembre de 2001, ya se habían detectado 151 pasaportes y documentación falsa en Tailandia y, oh maravilla de maravillas, 4 pasaportes en blanco sustraídos de la Embajada española en Luxemburgo y 72 pasaportes españoles en blanco, íntegramente falsos, con la característica de que todas las libretas tienen en su número de serie “K 875...”. Si, porque las imprentas y los profesionales dedicados a la falsificación en Tailandia tienen preferencia por los pasaportes españoles. La primera falsificación “K 875 fue detectada por primera vez en el año 99 con la detención de Safarsai Bat, al que se le intervinieron cinco pasaportes de esta serie. ¿Imaginan de qué nacionalidad era? Efectivamente, pakistaní. En Noviembre de 2000 fue arrestado, de nuevo en Tailandia, otro súbdito extranjero al que se le ocuparon 20 pasaportes españoles de esta serie, 347 portadas y contraportadas y 1500 hojas dobles de esta falsificación; 103 permisos de trabajo y residencia españoles tipo B. Con estos pasaportes también han ingresado en el “espacio Shengen” inmigrantes chinos y laosianos.

A la vista de todo lo anterior, INTERPOL entró en acción. La oficina de correos del aeropuerto de Bangkok fue sometida a vigilancia y pronto se obtuvieron resultados.
Los primeros en caer fueron dos paquetes dirigidos al Reino Unido con 20 pasaportes, perteneciente a la serie K 875..., en blanco y unos días después cuatro paquetes dirigidos a España con seis pasaportes británicos, un paquete dirigido a Singapur con documentos españoles, tres paquetes con destino Tailandia, procedentes de España con pasaportes del Reino Unido, Italia y España, un paquete procedente de Turquía con pasaportes españoles, tres paquetes enviados desde España con pasaportes del Reino Unido, Corea, Japón y Grecia. Siguiendo todo este material, INTERPOL tuvo pronto una aproximación a la estructura de la red de falsificación.

El 12 de Septiembre de 2004 resultó detenido en el aeropuerto de Paris-Roissy un súbdito británico de origen pakistaní, procedente de Bangkok, al que se le incautaron 249 pasaportes falsos en blanco con 50 pasaportes italianos, 119 franceses y 80 españoles de la serie “K875”. Antes, en Mayo de 2003, cayó una parte de la red, dirigida por el paquistaní, Asan Bacheri Saeid. En esa ocasión se intervinieron dieciocho pasaportes españoles en blanco de la inefable serie “K875”..., pero lo más grave es que, llegados a ese punto, algunos pasaportes de la serie habían llegado a manos de terroristas islámicos. En efecto, en Agosto del 2002 fue detenido Riduan Isamuddin, alias “Hambali”, miembro de la Jihad Islámica, implicado en varias acciones terroristas en los últimos años en Malasia, Filipinas y Singapur, que utilizaba pasaportes españoles falsos.

Habría que esperar hasta el 8 de octubre de 2005 para que esta red fuera completamente desarticulada. En esa fecha fue arrestado el súbdito pakistaní Sheik Mamad Saeed Naz, como cerebro de la trama. Había establecido su cuartel de operaciones en un restaurante y almacén, propiedad de su propiedad en Bangkok, Tailandia. Resultaron intervenidos medios suficientes para la producción de la página biográfica y pasaportes completos de España, Australia, Dinamarca, Francia, Irlanda, Israel, Italia, Noruega, Irán, Pakistán y Holanda, los medios suficientes para la producción de cartas de identidad de Canadá, Francia, Italia, Holanda y Vietnam, medios suficientes para la producción de Permisos de Residencia y Trabajo de España;
cartas de identidad o permisos de residencia de Canadá, Francia, Italia, Holanda, Vietnam y… España.

Desde el año 2000 hasta la fecha se han intervenido miles de documentos falsos producidos en Tailandia, se han detenido a cientos de personas por todo el mundo provistos de tales documentos y los beneficios económicos obtenidos por la red pakistaní eran, sencillamente incalculables, dado que cada documentos se vendía entre  3.000 y 6.000 euros… y se produjeron miles.

La red era pakistaní, pero, por aquello de la globalización, sus beneficiarios estaban extremadamente diversificados. Ciertamente los pakistaníes no entran Europa con bombas de mano y el sable de abordaje entre los dientes, ni una vez aquí tienen por hábito atracar o traficar… sino trabajar y comerciar, pero no puede olvidarse que una parte indeterminada pero sustancial de ciudadanos asiáticos que han entrado en nuestro país, lo han hecho utilizando documentaciones y permisos de residencia y trabajo falsos e, incluso, que entre ellos, algunos eran terroristas en ejercicio…

Inmigración pakistaní: ¿porqué emigran?

Pakistán es una gran país poblado por unos 150 millones de habitantes. Se declara “república islámica”, lo que no es muy tranquilizador; su lema nacional puede incluso suscitar escalofríos entre la progresía europea: “Fe, Unidad, Disciplina”. Es independiente desde 1947. El nombre de Pakistán significa “tierra de los puros”, pero también procede del acrónico formado por los nombres de las cinco provincias musulmanas del nortea de la India: el Punjab, Cachemira, Sind, Beluchistan y la “provincia del noroeste” o Afgana. Pakistán no es un país con “amplia tradición”, de hecho, históricamente estaba distribuido entre la India y Afganistán y formaba parte de la “joya de la Corona” durante la dominación inglesa. Pero había una diferencia: la religión. Mientras los hindúes pertenecían a las distintas corrientes surgidas del hinduismo, en algunas zonas del norte la religión dominante era el Islam.

En el siglo VII, llegaron los misioneros islámicos a Pakistán, procedentes de Persia (y no de Arabia o de cualquier otro país árabe), lo que incorporó algunas peculiaridades étnicas. Así mismo, el sustrato budista e hinduista originario también introdujo diferencias respecto a la corriente mayoritaria del Islam. Hoy, el islam es mayoritario (97%) en Pakistán a pesar. Existen hindúes, budistas y cristianos en Cachemira. De hecho, a la alta burguesía le gusta enviar a sus hijos a colegios de monjas irlandesas, los mejor considerados.

La presión islamista obligó a los ingleses a dar una independencia separada a las provincias musulmanas. En 1971 el llamado “Pakistán Oriental”, separado del “Pakistán Occidental” por las provincias del Norte de la India, se declaró independiente con el nombre de Bangladesh y la ayuda del ejército hindú. A partir de ese momento la situación entre Pakistán y la India está sometida a tensiones frecuentes con la India (por Cachemira) y con Afganistán (por reivindicaciones fronterizas). Las crisis con la India se sucedieron en el año de la independencia, luego en 1965, más tarde en la guerra de Bangadlesh y, a partir de 2001. Ambas partes, en este momento, disponen de armas nucleares con todo lo que ello implica. Sin embargo, la guerra no ha estallado, luego explicaremos el porqué se mantiene una paz precaria.

No estamos ante una democracia. Desde la independencia las dictaduras militares se han alternado con los gobiernos corruptos. La política pakistaní supone ir de Guatemala a Guatapeor o del hambre a las ganas de comer. El islamismo parece incompatible con la democracia y, por lo demás, decir democracia en Pakistán es decir corrupción.

A partir de 1980, la zona sufrió distintas mutaciones que llevaron a su configuración actual. Pakistán era un país olvidado por Occidente hasta que los soviéticos invadieron Afganistán, evidenciando la persistencia de la tendencia de los zares a abrir camino hacia los “mares cálidos” del sur. En pocos meses, se produjo la mayor migración de la historia moderna de Afganistán hacia Peshawar en Pakistán. Esa zona fronteriza se convirtió en el “santuario” de la resistencia contra los soviéticos. Se comparaban armas vendiendo adormideras cultivadas en el interior de Afganistán. Luego, llegaron los voluntarios yihadistas canalizados por Bin Laden.

La guerra de Afganistán revitalizó indirectamente la economía afgana, pero los niveles de corrupción de la clase política volvieron a ponerla en entredicho. Los diez años que van desde 1988 hasta 1998, vieron sucederse a dos presidentes elegidos democráticamente… y retirados de su cargo por corrupción. El poco énfasis puesto en la creación de políticas serias de desarrollo económico hizo que hacia finales del milenio, la economía pakistaní se paralizara. Además, el esfuerzo económico puesto en la industria de armamento y en la investigación nuclear, terminaron por desequilibrar a la economía local.

Los pakistaníes fueron sancionados por la comunidad internacional a causa de las pruebas nucleares, pero tenían una buena excusa: los indios habían empezado antes. De poco importaba ya quien hubiera empezado antes, la carrera nuclear se había iniciado en Asia. En el 2000 empezó a fraguar lo que parecía que iba a ser una guerra a gran escala entre ambos países. Para colmo, dos fenómenos terminaron por arruinar al país: la crisis financiera finisecular de Asia y la corrupción incontenible en la que cayó la administración de Nawaz Sharif. Cuando el general Prevés Musharraf destituyó a Sharif en 1999, se oía en todo el país un clamor popular que pedía a gritos la intervención militar.

Resumamos: crisis política sostenida desde la guerra de Bangladesh, pérdidas territoriales en aquella ocasión, enfrentamiento con la India, llegada masiva de exiliados afganos, economía fronteriza basada en la guerra y en el tráfico de drogas, corrupción insoportable alternada con gobiernos militares, proliferación de armas tácticas de destrucción masiva, riesgo constante de conflicto y, para colmo, crisis económica generalizada, son los factores, en definitiva, que hicieron que en torno a 3.000.000 millones de pakistaníes decidieran abandonar el país. Muy pocos de ellos, ni los que están en Londres, muchos de ellos nacionalizados británicos, ni los que derivan hacia España, tienen intenciones de volver a la inestabilidad que dejaron atrás. Lo comprendemos. El problema del “tercer mundo” es que la inmensa mayoría de sus habitantes en la inmensa mayoría de países se encuentran en la misma situación: todos miran a Europa. Y, de todos los países europeos, el increíble país menguante regentado por ZP, es el eslabón más débil, la puerta de entrada más accesible, el país dirigido por la mandíbula más blanda del “primer mundo”…

Cifras de la inmigración pakistaní

Antes de que Pakistán fuera independiente en 1947, ya había facilitado un flujo de inmigración hacia Inglaterra no desdeñable. Tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, el ejército británico englobó a miles de soldados pakistaníes. Muchos de ellos, al acabar el último conflicto mundial decidieron permanecer en Inglaterra y, más adelante, trajeron a sus familias. En la actualidad, se calcula que en más de un millón y medio el número de residentes pakistaníes o de origen pakistaní, nacionalizados ingleses que se encuentran en las islas. Aún hoy, Inglaterra sigue admitiendo a un mínimo de 11 a 15.000 pakistaníes al año. Otros contingentes mucho menores se orientan hacia Alemania e Italia y, en la actualidad, de forma preferente, a España. De la misma forma que en España, los inmigrantes de origen marroquí y ecuatoriano son los que tienen tendencia a ocupar los puestos de trabajo peor remunerados, en Inglaterra ese  dudoso honor corresponden a los pakistaníes. De todas formas, Europa no es, necesariamente, el objetivo privilegiado de los pakistaníes. Entre 1975 y 2005, los mayores contingentes de este país se han orientado hacia Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, los seis países productores de petróleo miembros de la Gulf Cooperation Council. En 1990 parte de la inmigración pakistaní se orientó hacia los nacientes “dragones asiáticos”, en especial Malasia y Corea.

Hacia 1990, calculando todos los contingentes de la diáspora pakistanó, la cifra de inmigrantes ascendía a dos millones y medio. En la actualidad, la cifra ha ascendido a tres millones y medio que giran anualmente remesas que llegan hasta el 15% del PIB del país (el 48,9% de los pakistaníes residentes en Barcelona envía euros a sus familias, especialmente los que tienen hijos allí). De todas formas, estamos hablando de “trabajadores”, desgraciadamente, las estadísticas inglesas no aluden a familiares no productivos. Es probable que, en total, estemos hablando de entre cuatro y cinco millones de personas. Destinos como Malasia y Corea han surgido como nuevos países receptores.

La economía pakistaní depende en buena medida de estas remesas de divisas que llegan del exterior. La economía, la balanza comercial de Pakistán es deficitaria. Las exportaciones de productos agrarios, ropa manufacturada, cuero, alfombras, tapices, pesca y lana hacia Japón, Estados Unidos, Arabia Saudí y Reino Unido, no rinden excesivos beneficios; no importa, el cuantioso déficit se compensa con los envíos de los inmigrantes. De no ser por sus inmigrantes, la economía del país ya habría entrado en una dramática quiebra técnica.

Hasta el año 2000 la mitad de los pakistaníes que se dirigían a Europa terminaron radicando en Inglaterra. España fue afianzándose a lo largo de los años 90, también como destino de esa inmigración. Pero, a partir de 2001, la inmigración que se fijaba en España se convirtió en mayoritaria. A nivel mundial, Arabia Saudí es el principal destino de la inmigración pakistaní desde que, a finales de los años ochenta, los palestinos que trabajaban en los campos petroleros debieron abandonar el país, siendo sustituidos por pakistaníes. Se estima que, entre medio millón y setecientos cincuenta mil pakistaníes se encuentran actualmente en Arabia Saudí.

En 2002, la población global de inmigrantes en Europa representaba oficialmente el 7,7% y realmente, superaba el 10%. Las “locomotoras” económicas de la Unión Europa (Reino Unido, Alemania y Francia), contaban en esa época con un 10% de población inmigrante, en un período en el que en España, las cifras oficiales eran del 3’2%, las reales alcanzaban el 5%. Sin contar con las redes de trabajo negro y de economía informal, la población activa inmigrante alcanzaba el 6’2% del total de población activa. Pero, si el año 2000 fue el “gran año de la inmigración” en nuestro país, será a partir de 2001, cuando se produzca una tendencia generalizada al aumento de todos los grupos de inmigrantes.

Inglaterra cuenta con 675.000 personas "étnicamente pakistaníes", se inició a principios de los años 60, cuando fue preciso recurrir a mano de obra extranjera para la industria textil del norte del país. Birminhan se convirtió en la “nueva Cachemira”. Cuando el sextor se hundió, el paro se abatió sobre la comunidad pakistaní; hoy, más de dos tercios de las familias pakistaníes residentes en Gran Bretaña se encuentran justo bajo el umbral de la pobreza, mientras que entre la población inglesa esa proporción se reduce a la cuarta parte. ¿Entienden por qué Londres ha dejado de ser el destino preferido de los pakistaníes?

Se atribuye a esta pobreza el que los niños pakistaníes tengan tendencia a fracasar en los estudios. A medida que van creciendo, solamente una cuarta parte termina teniendo algún título; con las mujeres la proporción se reduce a la quinta parte. El resultado es dramático : sin ninguna titulación, no hay forma de reciclar a los pakistaníes en el mercado laboral, la única posibilidad es el pequeño comercio, pero los inmigrantes de esa nacionalidad en Inglaterra no tienen los recursos que tienen los que se han orientado hacia España.

Ya sea a causa de la pobreza endémica o de la brecha antropológica (religiosa, étnica y cultural), el caso es que en 2002 se produjeron disturbios raciales en Yorshire Oeste y en Bradford (donde ya habían estallado incidentes graves el año anterior), protagonizados por jóvenes de origen pakistaní. Una vez más, como ocurrió en Francia en noviembre del 2005, los padres llegaron a Europa para trabajar, pero los hijos viven una situación muy diferente: ni son competitivos, ni están excesivamente interesados en ritmos agotadores de trabajo que los mantengan fuera de sus amigos y de su comunidad, ni tampoco tienen una preparación técnica suficiente para poder encomendarles tareas más allá de las que ellos mismos deploran, básicamente mal pagadas.  Cuando se comparan con los jóvenes de origen británico experimentan una frustración insuperable que los recluye en la marginación, el paro y… el fundamentalismo religioso.

En el momento en que escribimos estas líneas es todavía pronto para saber si realmente, un grupo de jóvenes anglo-pakistaníes, pensaron seriamente en atentar contra aviones británicos o bien se trató de un malentendido, una provocación o unas simples conversaciones entre gente joven frustrada. Lo cierto es que el Islam se convierte con demasiada frecuencia en el refugio identitario de jóvenes frustrados de origen pakistaní.

En España, como siempre, las cosas han empezado tarde, pero avanzan a marchas forzadas. Si bien, la comunidad pakistaní no vive en la situación de precariedad que el grueso de la comunidad inmigrante en Inglaterra, lo cierto es que también en nuestro país se han producido interrelaciones con el terrorismo islámico. Hasta 2004 habían sido detenidos en nuestro país 12 ciudadanos pakistaníes vinculados a distintas redes de terrorismos islámico… reales o supuestas. Estas cifras estaban lejos de los 86 argelinos y 76 marroquís, vinculados a las mismas redes, o incluso a los 26 sirios detenidos… pero los pakistaníes, en términos absolutos, aportaban el cuarto contingente por orden de importancia numérica al terrorismo islámico presuntamente desarrollado en nuestro país.

En 2003, vivían en España, oficialmente 17.645 pakistaníes, todos ellos con permiso de residencia en regla, pero una cantidad dos veces superior se encontraba en ese momento “sin papeles” (entre 35.000 y 40.000). Y debía de llegar, todavía el año 2004 en el cual la inmigración pakistaní casi se dobló tras la llegada de ZP a la Moncloa.

En los primeros días de 2004, oficialmente, Catalunya albergaba a 389.946 inmigrantes pertenecientes a 164 países. Pero era, naturalmente, una cifra falsa por que no recogía a los residentes ilegales, empadronados, pero no regularizados. En una charla dada a principios de 2003 en la sede de una asociación de inmigrantes del Este en Bellvitge, el director de migraciones de la Generalitat nos confesó que a esa cifra había que añadir otros 350.000 empadronados, no regularizados. Y nosotros le decíamos que, probablemente, hubiera que añadir otros 50.000 ilegales no regularizados que utilizaban la tarjeta de empadronamiento de otros para recibir atención médica. Estábamos hablando, entonces de 700-800.000 inmigrantes solo en Catalunya, la cuarta parte de los que residían en España. Aludimos específicamente a Catalunya porque es ahí en donde se concentra el 90% de la inmigración pakistaní en España.

Hasta el año 1999, los pakiestaníes en España eran pocos e imperceptibles. Pero el efecto llamada generado por la reforma de la ley de inmigración promovida por los socialistas con el apoyo de todos los partidos parlamentarios, salvo del PP, llegaría hasta Peshawar, Islamabad y Rawalpindi. Esta inmigración hubiera pasado desapercibida para casi todos salvo para los aventureros de nuevas sensaciones gastronómicas, de no haber sido por el largo encierro de un centenar de pakistanías en la Iglesia del Pi que se prolongó del 20 de enero al 8 de marzo de 2001. Nos acostamos considerando a Pakistán un destino turístico exótico y nos despertamos con los pakistaníes entre nosotros. Pero, todavía eran pocos en relación a marroquíes y ecuatorianos, incluso las gitanas rumanas que pedían limosna en bandadas por las principales arterias urbanas, eran mucho más visibles que las hormiguitas laboriosas pakistaníes. Al terminar 2004, la comunidad pakistaní barcelonesa había duplicado en apenas un año sus efectivos. Además la inmensa mayoría de pakistaníes se concentraron en Barcelona. Ninguna de las múltiples ONGs, generosamente subvencionados, alertó sobre este crecimiento desmesurado. Y, ¿cómo fue que la Delegación del Gobierno de Barcelona no hiciera caso de las pesquisas que la policía nacional de la ciudad seguía sobre las andanzas de bandas mafiosas pakistaníes desde 1992, especialistas en falsificar cualquier documentos falsificable? En el fondo, cualquier ciudadano del Raval estaba mucho más al corriente de la realidad de la inmigración en esa época –y seguramente, ahora- que la Delegación del Gobierno en el 2004 o que el gobierno ZP.

Cuando los Caldera, Rumi, Pajín, se dieron cuenta de lo que estaba pasando, era tarde y ya nada ni nadie lo podía detener. Cifras en mano –cifras realistas, se entiende, no cifras tranquilizadoras, las que habitualmente el gobierno ZP ofrece al consumo- el crecimiento de la comunidad pakistaní en Barcelona, había sido espectacular entre 2004 y 2006.  A pesar de que ZP parece “receptivo” a las autonomías, lo cierto es que él vive atrincherado en el complejo de la Moncloa y desconoce completamente la realidad social que no registra El País ni se percibe en los altos muros de la Presidencia del Gobierno. En Madrid, no hay pakistaníes. Y en León, menos. Así que, es probable, que a la vista de la simplicidad y/o rusticidad de los conceptos políticos con los que se mueve ZP, es posible que en 2004, cuando las bombas providenciales cambiaron el destino de este país, ni siquiera supiera que existían inmigrantes pakistaníes en España. Ignoraba, así mismo, que de los 14.322 pakistaníes regularizados en 2002, la casi totalidad vivían en Catalunya y la inmensa mayoría de estos en Barcelona capital. Y, así mismo, ignoraba que estas cifras oficiales ni siquiera eran reales. ¿Para qué conocer las reales, si las oficiales ya son suficientemente preocupantes?

Las peculiaridades sociológicas de la inmigración pakistaní

¿Recuerdan que les decía que tengo muchos amigos pakistaníes, pero siempre me han mantenido lejos de sus mujeres? Lo atribuía a prejuicios religiosos y la creencia popular es que las tienen encerradas en sus domicilios, sin apenas salir a la calle. Hay algo de eso, pero la realidad es muy diferente. El 94% de los inmigrantes pakistaníes son de sexo masculino. De todas formas, en el 2003, 617 mujeres de esa nacionalidad tenían “papeles” y residían en Barcelona. Y yo seguía sin conocer a ninguna. Y en eso estoy. Parece ser que la inmensa mayoría de esas 617 mujeres (aun cuando no hay cifras, a la vista del incremento de la comunidad pakistaní en los últimos años, todo induce a pensar que en la actualidad estaremos en torno a las 2000 entre legales e ilegales) llegaron a España casadas, acogiéndose a la reagrupación familiar pedida por sus maridos. De hecho, el 71’5% de los pakistaníes que llegan a España están casados y, en torno a la mitad, desean traer a sus esposas o ya las tienen aquí. El resto o está soltero o creen que, a la vista de las costumbres de las mujeres españolas, podría producirse un contagio que consideran perverso e insano, así que no tienen intención de traerlas. La media de hijos de cada matrimonio pakistaní residente en España es de 3’5 hijos.

Ellas son las visitantes más asiduas a los médicos, acaso por cuestiones de maternidad. Los pakistaníes no son una comunidad étnica que tienda a “abusar” de los servicios sociales. Los que utilizan son pocos y siempre los mismos: educación gratuita para sus hijos, becas comedor –que tienen todos los niños pakistaníes- y poco más. Ahora bien, sólo el 20% ha recurrido en alguna ocasión a la asistencia social y casi siempre en las primeras semanas de su estancia en España. Es evidente que los pakistaníes llegan para unirse a sus familiares y amigos, se refugian en su propia comunidad y de ella obtienen lo esencial para asentarse y sobrevivir. Además, la mayoría de las consultas a los servicios sociales son realizadas por los pakistaníes que tienen hijos en edad escolar. El 48,2% han utilizado una o varias veces los servicios hospitalarios y 62,9% han acudido a la asistencia primaria y el 35% jamás han acudido al médico. Ellas, seguramente por causas de maternidad, van más al médico que ellos: 77% frente al 23% de los varones. Precisamente en los servicios de rehabilitación traumatológica del FREMAP conocí a un simpático pakistaní que llevaba diez años en España (cuatro “con papeles”) y tenía ¡ocho hijos! Durante la hora y media que duraba nuestro tratamiento no teníamos otra cosa que hacer más que hablar. Aproveché para conocer muy bien a la comunidad pakistaní. Formaba parte del 70% de pakistaníes residentes en España que tienen hijos. Era un pakistaní típico de la inmigración en España: pulcro, educado, comedido en sus comentarios, solamente reaccionaba con hostilidad cuando se le mencionaba a los magrebíes. Se preocupaba extraordinariamente por cumplir la legislación española en materia de extranjería. Curiosamente, tenía miedo de que si quedaba en paro lo repatriaran y no había forma de convencerle de que ni siquiera los delincuentes multirreincidentes eran puestos en la frontera. Vivía en el Raval como la mayoría de sus compatiotas (en 2003, el 62% residían en el Raval que, en el futuro podrá llamarse “el pequeño Punjab” a la vista del crecimiento espectacular del tejido pakistaní en la zona; el resto vive en los barrios próximos al Raval, Pueblo Seco, Sans-Montjuich y Sant Marti), el piso era una tercera planta (cuarta en realidad) sin ascensor; pequeño y pulcro, por todas partes había recuerdos de su Punjab natal y me dio la impresión de que salían niños hasta de debajo de las baldosas. Sus estudios correspondían a una formación profesional en electricidad y aspiraba a que algunos de sus hijos fueran ingenieros. Tenía claro que el que no sirviera o no quisiera estudiar, trabajaría con él como electricista. Era, como el 100% de los pakistaníes residentes en España, musulmán y pertenecía al 82% que practican su religión tal como ordena el Corán.

El problema con los pakistaníes es que sus estudios no tienen paralelismo en España. Es difícil saber cuando te dicen que tienen estudios primarios, si realmente los tienen o si se están refiriendo a “estudios coránicos”. El 36% tiene el equivalente a estudios secundarios y el 13,2% estudios superiores. Cuando se les conoce, llama la atención que la mayor parte de inmigrantes pakistaníes residentes en España no huyeron de su país por que no fueran capaces de sobrevivir allí (como ocurre con la inmigración africana, magrebí y subsahariana), sino que (tal como ocurre con algunas contingentes iberoamericanos) allí casi fueran “privilegiados”. La mayoría de pakistaníes tenían trabajo en su país y pertenecían a lo que aquí conocemos como “clase media”. Disponían de, más o menos fondos, que les permitieron abrir comercios en Barcelona. A diferencia de los ecuatorianos y magrebíes, la comunidad pakistaní apenas conoce el paro. El 45% trabajan en el pequeño comercio y el 22% en hostelería; casi todos están empleados por miembros de su propia comunidad o bien son los propietarios de los negocios. Se trata de un contingente de inmigrantes muy particular y, en cierto sentido, anómalo en relación a otros.

A pesar de vivir la inmensa mayoría en Catalunya y, más en concreto, en Barcelona, lo cierto es que la lengua catalana les importa muy poco. No ven práctico aprender el catalán. La Generalitat no puede evitar su perplejidad y hostilidad a esta tendencia. Los pakistaníes le llaman pragmatismo: uno me decía que el español les puede permitir residir y trabajar en Miami, California o Nueva York. Con el catalán, en cambio, lo tendrían bien para trabajar en Andorra, lo cual no entra en sus proyectos. En 2003, el 95% hablaba español y de ese porcentaje, el 66% lo hacía con dificultades. Ahora bien, es posible que estas cifras hayan descendido a la vista del incremento de la inmigración pakistaní en los últimos tres años. Su dominio del inglés les permite tratar con extranjeros (más del 54% lo habla correctamente). He conocido un joven paquistaní empleado en un comercio de Gracia que hablaba la mayor parte de idiomas europeos; los había aprendido como inmigrante –frecuentemente, ilegal- en Alemania, Italia, Francia y España. Era su forma de realizar turismo. Nos habituamos a que mientras él me calculaba con la registradora el precio de los productos que había elegido, yo lo calculaba mentalmente. A pesar de la religión, sus peculiaridades antropológicas y demás, reconozco que los pakistaníes son abiertos y, aun a pesar de que sobre todo confían en su comunidad, no se cierran a mantener amistad con autóctonos. En tanto que musulmanes, la abstención de alcohol, evita los graves problemas de alcoholismo (y desmadre) que tienen las comunidades procedentes de iberoamérica o los territorios de la antigua URSS. Además, cuando se habla con ellos, uno no tiene la sensación de que intenten aprovecharse o que preparen el terreno para un sablazo o cualquier favor. Y no se tiene la sensación porque no entra dentro de sus planes. Son orgullosos y los he conocido con un estilo, incluso aristocrático (lo mismo puede decirse de los sijs). Si precisan algo, lo solicitan a su comunidad. La comunidad étnico-religiosa es su identidad suprema, su sostén y su refugio.

El 65% no tienen intención de regresar a su tierra. Son conscientes de que la inmigración masiva puede crearles problemas, pero tampoco quieren renunciar a traer a sus amigos y familiares. El 90% proceden del Punjab. El principal atractivo de nuestro país es el alto nivel de coberturas sociales que les garantizan a ellos y a sus familias atención médica en caso de necesidad. Eso es un lujo en el “tercer mundo”.

Se tiene tendencia a pesar que la mayoría de establecimientos regentados por pakistaníes son tiendas de souvenirs y comercios dedicados a la alimentación, pero, en realidad, abarcan otros muchos campos: después de los comercios de alimentación y los locutorios, resulta curioso comprobar que el tercer puesto lo ocupan… las barberías. Hay unas ocho en el Raval. En realidad, la barbería es un lugar de encuentros para la comunidad pakistaní, equivalente a los bares de tapas en España o a los pubs en Inglaterra. Islam obliga. Realmente, cuando en un bar no se pueden tomar ni cerveza ni embutidos, quizás la mejor solución sea reunirse en la barbería.

Esta comunidad empieza a evidenciar algunos problemas derivados de su creciente masificación. En el 2003 la guardia urbana descubrió un piso de 50 metros cuadrados en la calle Carretes en la que vivían 25 personas… 1 por cada 2 metros cuadrados. Piénsenlo y horrorícense. Algunos emprendedores pakistaníes han comprado pisos a precios extremadamente baratos en Casa Antúnez, no para vivir en ellos sino para alquilarlos a miembros de otras comunidades. Allí van a parar gitanos rumanos. El carácter comunitario de la inmigración pakistaní es garantía suficiente de que los “romanís” residentes en esos pisos pagarán el alquiler o deberán vérselas con toda la comunidad. En el Raval, los arrendadores españoles a través de agencias inmobiliarias particularmente toscas, han terminado cobrando alquiler, no por la superficie del piso, sino por cada residente en el mismo.

En el Raval se ha producido un fenómeno sociológica a partir de 1990 que recibe el nombre de “gentrificación”. Es un fenómeno paradójico y no suficientemente explicado. Básicamente consiste en la confluencia de dos grupos sociales en barrios en crisis. De un lado aparecen pequeños contingentes inmigrantes por lo barato de los alquileres. Se trata de barrios en los que la población es de edad elevada y va falleciendo paulatinamente dejando sus domicilios (casi siempre de alquiler) libres. Se trata de zonas con vivendas antiguas, abundancia de locales comerciales e industriales, todos ellos necesitados de reformas profundas. Estas solamente pueden ser abordadas por los propios inquilinos… o bien por gentes que dispongan de fondos suficientes para encargarlas a empresas de restauración. Si, porque la segunda componente de los procesos de gentrificación son elementos de las clases acomodadas que trasladas sus talleres y residencias a esas mismas zonas, en las que parece no existir problemas de espacio. Desde 1990 se instalaron en el Raval –paralelamente a comunidades de inmigrantes- los talleres de muchos artistas, profesionales y diseñadores que transformaron antiguos locales industriales en “lofts” y estudios de trabajo. Lo que atrae a estos clientes “selectos” es la amplitud, el tipismo y la proximidad al centro histórico. Este proceso, finalmente, no ha podido consumarse. Con la masificación de la inmigración en el Raval, los intelectuales, artistas y profesionales que habían ocupado los antiguos locales industriales, reconvertidos en lofts, han ido espaciando sus visitas. Y en cuando a los pisos nuevos construidos en los aledaños a la Rambla del Raval, y en torno a las Ramblas (la misma Plaza Reial), registran en estos momentos incesantes cambios de propiedad. La gentrificación se ha transformado en guetización, a caballo de una “limpieza étnica” de facto, operada espontánea, pero inexorablemente.

La inmigración masiva ha “rejuvenecido” a la población barcelonesa. Hasta 1996 la edad media de la ciudad iba “envejeciendo” (la media de 35’8 años de edad en 1996, descendió a 32’2 años en 2001, gracias a la inmigración). Así mismo, la tendencia que se inició a principios de los años ochenta, suponía una constante pérdida de población a un ritmo de casi 20.000 habitantes/año entre 1981 y 1996… pero, a partir de 1996, la ciudad de Barcelona ha ganado 30.000 nuevos habitantes. No es que haya aumentado la población autóctona, de hecho este colectivo de población (entre los que me encuentro) ha abandona la ciudad a un ritmo mayor… es que la población inmigrante ha aumentado hasta ser un 15% del total.

Todo esto recuerda extraordinariamente el “proceso marsellés”, iniciado también a principios de los años 80. Cada año, desde entonces, 30.000 franceses han ido abandonando Marsella cada año; los huecos han sido cubiertos por inmigrantes, preferentemente magrebíes y subsaharianos. Hoy, Marsella –hay que reconocerlo- es una sombra de lo que fue hace veinticinco años. Mi padre conocía muy bien Marsella y me decía que era una de las ciudades más parecidas a Barcelona. Pues bien, Barcelona ha optado por un modelo de inmigración que, voluntaria o involuntariamente, le crea un destino que yo jamás hubiera querido para mi ciudad. La Barcelona del mañana, es la Marsella de hoy. Y no tengo muy claro, ni siquiera, que la comunidad pakistaní desee ese destino para la ciudad que los ha acogido.

Por cierto, el “Nuevo Estatut” prevé “competencias exclusivas” para la Generalitat en materia de inmigración. A partir de ahora ya no habrá excusas, la política de inmigración será trazada desde la Plaza de Sant Jaume… Allí se encuentras las dos instituciones –frecuentemente rivales- frente a frente: la Generalitat y el Ayuntamiento. Y tiene gracia que la Plaza de Sant Jaume esté situada entre los barrios del Raval y de la Rivera, apenas a 200 metros de las Ramblas. La inmigración alcanza en esos barrios más del 65%... y sigue subiendo. No sé por qué pero las dos instituciones de la Plaza de Sant Jaume me recuerdan a un “Fort Apache” rodeado por tribus hostiles.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

 

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