5 Directores de cine americano (II) Fritz Lang (2ªparte) Metrópolis
«Ya he terminado mi obra. He creado una máquina a imagen del hombre que nunca se cansa ni comete errores. A partir de ahora ya no necesitaremos obreros humanos. ¿No ha valido la pena perder una mano para poder crear a los trabajadores del futuro? ¡La máquina humana! Déme otras veinticuatro horas y le traeré una máquina que nadie será capaz de diferenciar de un ser humano.», Rotwang a Fredersen
El argumento
En el año 2906, bajo los fastos y oropeles de la ciudad de Metrópolis, los trabajadores mecánicos, esclavizados, sufren los ritmos de inhumanas decadencias. Estos infortunados, desarrollan su trabajo en el interior de la tierra, a partir del décimo nivel de subterráneos. Allí no llega ni el sol ni el aire limpio, pero su esfuerzo agotador, oscuro y anónimo, garantiza el elevado nivel de vida de los habitantes de la superficie. En las profundidades, la máquina ha destruido a lo humano. Las máquinas lo dominan todo y ocupan un lugar preponderante en la sociedad. No hay humanidad en las profundidades, sólo esclavitud y sometimiento a la tiranía de la máquina. No existen emociones, ni tensión, ni creatividad, sino solamente una rutina agotadora, sin matices, gris, triste. El ser humano de las profundidades es un ser abatido y roto. Por el contrario, en la superficie reina el lujo, el bienestar y la opulencia. En altos edificios y plazas espaciosas, viven los privilegiados. La casta de los poderosos puede mantener su nivel de vida gracias al sacrificio de los esclavos.
Esta ciudad tiene un dueño todopoderoso, Fredersen. Un hombre duro, implacable. Frío y calculador. Su tiranía induce a los obreros a sublevarse, pero una joven, María, intenta tranquilizarlos y les promete que un día no lejano gobernará el amor. Pero no hay nada que hacer, la capacidad de sacrificio de los trabajadores ha llegado al límite y sólo la revuelta puede asegurar la liberación o la muerte.
Freder, el hijo de Fredersen, un día, como el Buda al salir de su encierro ideal, desciende a los subterráneos cuya existencia ignoraba, acompañado por Maria a la que ha encontrado. La presencia de María le causa una extraordinaria pasión. A partir de este encuentro, Freder, intentará liberar a los esclavos, pero, su padre no puede tolerar esta relación, así que contrata a Rotwang, un científico enloquecido que construirá un robot con los mismos rasgos que María para que termine la revuelta y recupere a su hijo.
El robot causará una crisis en la ciudad subterránea, destruirá las enseñanzas propagadas por María y las sustituirá por ideas de venganza, lucha de clases, revuelta y saqueo. El robot ha triunfado en propagar el odio entre los trabajadores; pero, finalmente, Freder y María consiguen denunciar la superchería y denunciar al robot que resultará destruido por los trabajadores. La revuelta ocasiona la inundación de la ciudad y la catástrofe. A la vista de los hechos, algunos obreros esclavos entienden la situación: han sido engañados por la falsa María, la “bruja”; la persiguen y la detienen, luego la queman y es, justamente, en ese momento, cuando entienden lo que ha ocurrido: el recubrimiento del robot arde y deja en evidencia el aspecto interior, metálico y frío de la falsa María. En ese momento, Rotwang se siente perdido; sabe que cuando los trabajadores le atribuyan a él, la autoría del robot, lo perseguirán. Su única posibilidad de sobrevivir es tener un as en la manga, así que decide secuestrar a la verdadera María, pero ésta es liberada por Freder.
Freder lucha contra Rotwang que muere cayéndose del campanario de la Catedral. El amor triunfa sobre la mecánica, el corazón se impone sobre lo artificioso. El hijo del propietario y la pobre trabajadora, hacen triunfar su amor por encima de su origen social. Incluso, a la vista de los hechos consumados, el propio Fredersen acepta la nueva situación, resignado. María puede predicar de nuevo el mensaje de paz y dice: «No puede haber entendimiento entre las manos y el cerebro si el corazón no actúa como mediador».
Mientras, en la superficie, Fredersen es informado de lo que está ocurriendo en las profundidades así que decide bajar y visitarlas. Cuando encuentra a su hijo, acepta la mano que éste le tiende. Las clases antagónicas se reconciliarán con este sencillo gesto.
Metrópolis y el expresionismo
En relación a las grandes obras expresionistas, “Metrópolis” es una obra tardía. Es expresionista, pero también es algo más. Contiene elementos nuevos, desconocidos hasta ese momento.
El entorno arquitectónico de la ciudad no es tan angustioso y torturado como el de “El Gabinete del doctor Caligari” y mucho menos, desde luego, que “El Golem”. Pero, en cualquier caso, la película se rodó según criterios expresionistas a las que se sumó el particular empeño de Lang y la predisposición de su equipo para la realización de efectos especiales que fueron empleados, por primera vez, de manera sistemática en el cine. De entre todos los personajes, Rotwag, el científico enloquecido, es, sin duda, el personaje más expresionista del film.
Se trata de una película maniquea, como todo el cine expresionista. La dualidad entre el mundo de las profundidades y el mundo de la superficie, entre los amos y los esclavos, entre bien y mal, en definitiva, reflejan perfectamente los contenidos éticos de los que los claroscuros, los contrastes y la gama de grises que utiliza.
Eugen Schweffton, artífice de la mayoría de estos trucajes, enamorado del art-decó, llegó a vaciar espejos, quitarles la capa de azogue, situarlos frente al escenario y filmar alguna escena con personajes reales y el escenario, formado por maquetas reducidas, reflejado en lo que quedaba del azogue. Se trataba de trucos sencillos, pero no por ello menos imaginativos, especialmente en aquella época. Metrópolis, no lo olvidemos, se filmó en los albores del cine, cuando aún distaba mucho de alcanzar su plenitud.
Los decorados son espectaculares. Los altos edificios, las fábricas sombrías, el inmenso reloj que marca obsesivamente las horas, las grutas subterráneas que transmiten directamente la desesperación de los esclavos del subsuelo.
De todas formas, “Metrópolis” es expresionista, especialmente por tres contenidos: la situación angustiosa que se percibe desde los primeros fotogramas y que, lejos de disminuir, va aumentando en cada escena; la sobreactuación de los actores, propia del cine mudo, pero resaltada por el ambiente generado por el expresionismo; y, finalmente, por el fondo del guión, en el que lo fantástico se une a lo terrorífico.
Es posible, además, apreciar en buena parte del cine expresionista, una crítica social, reflejo del hundimiento moral de la Alemania weimariana. Esta crítica queda exasperada en Metrópolis. En este sentido, el mensaje moral de la película es mucho más directo que el del “Gabinete del Doctor Caligari”, “El Golem”, o “Nosferatu”. Se trata de un film en el que queda clara la crítica a los mecanismos de producción, al empobrecimiento de los trabajadores y al enriquecimiento sin límite de los privilegiados.
Metrópolis y el mensaje de la época
¿Se trata de una película prefascista? A Lang la política no le interesaba. Su amante y guionista Thea von Harbou, fue militante nacionalsocialista ya en las primeras horas. Así que hay que pensar que Lang estaba influido en cierta medida por las ideas de su esposa. En tanto que Thea era militante del partido nacionalsocialista, hay un poso en “Metrópolis” que sintoniza con la ideología hitleriana.
Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, el hitlerismo realizó una crítica implacable al modo de producción capitalista, que logró penetrar en las clases trabajadoras alemanas. Se sabe que las Secciones de Asalto hitlerianas, eran llamadas “secciones bistec”, rojas por dentro, pardas por fuera. Estas agrupaciones activistas estaban formadas por antiguos soldados del frente y por exmilitantes comunistas pasados al hitlerismo. No es raro que Hitler y los demás ideólogos del partido, hicieran especial énfasis en criticar al capitalismo, máximo cuando buena parte de los capitalistas de su tiempo, para colmo, eran judíos, bestia negra del nacionalsocialismo.
A diferencia de la crítica marxista, el nacionalsocialismo denunciando la explotación capitalista, no cuestiona la división en clases. Eso mismo ocurre en Metrópolis. El mensaje de la película es que el “corazón”, representado por María, debe mediar entre los “manos” de los explotados y el “cerebro” de los explotadores. El “mediador” entre las clases es el elemento nuevo introducido en la película y desconsiderado por el marxismo. En este sentido, “Metrópolis” es una película que, si no es fascista, es, desde luego, una película próxima al fascismo, más que a cualquier otra ideología política. Y así la debieron ver los jerarcas nacionalsocialistas, aún en la oposición, cuando, nada más acceder al poder, ofrecieron a Lang la dirección de la UFA.
Paro además, hay otro elemento simbólico no desdeñable. “Maria” tiene un doble rostro: por una parte predica amor y comprensión entre las clases y, por otra es una agitadora revolucionaria, la “María-robot”. Esta última es destruida y denostada como una muestra de la perversión de su creador, Rotwag. La “María-robot” es hija de los privilegiados, es decir, de los capitalistas. Y esto encaja de una manera absolutamente exacta con la crítica nacionalsocialista de la producción capitalista. Los sectores más simplistas del partido nazi sostenían que los agitadores comunistas y los capitalistas tenían un mismo origen étnico: eran, sencillamente, judíos. Pero otros sectores del partido, elaboraron doctrinas mucho más sofisticadas sobre la identidad marxismo-capitalismo. El mismo fundador de la Falange Española, sostenía que los excesos del capitalismo dieron lugar al marxismo, como sucesión dialéctica. Los nazis, pensaban eso exactamente. En la parábola de Metrópolis, toda esta teoría queda genialmente dramatizada en la agitadora “María-robot”, surgido del malévolo ingenio de Rotwag.
Hay algo de crítica a la tecnología (y, mucho más) a la mecanización, pero también un encendido elogio de la máquina. La máquina deja de ser beneficiosa para el ser humano cuando de ser un medio para alcanzar un fin, el progreso, pasa a ser un medio para esclavizar. Si en los años veinte hubo un movimiento estético-político que defendiera tesis parecidas, ese movimiento fue el futurismo que, al poco tiempo de lanzar su manifiesto, convergió con el fascismo.
Metrópolis y Fritz Lang
No fue una cinta fácil de realizar. Fue una de las primeras superproducciones de la historia del cine: la filmación duró casi un año (entre el 22 de mayo de 1925 y el 30 de octubre de 1926), participaron 36.000 extras, de a los que 7000 se les rapó el cráneo para una escena de apenas siete segundos, el presupuesto fue inusual para la época (cinco millones de marcos), la proyección se prolongó durante tres horas. La película se estrenó el 10 de enero de 1927. Su éxito fue moderado. Quizás la película era demasiado larga y densa para la época.
No fue desde luego la cinta que más beneficios económicos le proporcionó, pero si la película que, por síu misma, colocó a su director en un lugar preferente en la historia del cine. Dado que “Metrópolis” no fue un éxito económico, Lang fundó su propia productora, “Fritz Lang Gesselschaft”, rodando en los dos años siguientes, dos películas menores “Spione” (Los espías) y “Frau mi Mond” (La mujer en la Luna). Ambas son fácilmente accesibles en formato DVD.
“Los espías”, es una película realizada con ideas ya presentes en la serie sobre el Doctor Mabuse. La variante es que aparece el tema del amor entre el agente enviado a liquidar la organización y una de sus miembros. En “La mujer en la Luna”, Lang explora una fusión entre el género negro y la ciencia ficción, a la que se añade también una historia de amor entre astronautas perdidos en la Luna. En esta cinta, Lang vuelve a los decorados grandilocuentes, pero descuida el guión. El resultado es una película incoherente y progresivamente aburrida. Sin embargo, también ha pasado a la historia por ser la última película muda de Lang.
En los años 90, “Metrópolis” fue rescatada de las filmotecas y restaurada. Giorgio Moroder realizó una versión musical con las imágenes originales coloreadas que limitó la duración del film apenas a 83 minutos. Versiones posteriores en DVD han devuelto la duración original y el montaje de Lang. En realidad, el intento de Moroder no era absurdo. Hay algo en “Metrópolis” que remite a la estética del video clip tanto como al estilo expresionista.
Este estilo ha llegado hasta el cine moderno a través de “Metrópolis” y es fácilmente reconocible en otras cintas de ficción modernas como “Blade Runner” (de Ridley Scout) o “2001, Odisea en el Espacio” (de Kuprick). La escena del vals de la estación espacial evoca la visión de “Metrópolis” sobrevolada por aviones; lo siniestro de las catacumbas donde viven los infrahumanos, remiten directamente al ambiente angustioso y opresivo donde los robots de “Blade Runner” van siendo liquidados por Harrison Ford. El tema de la máquina que toma conciencia de sí misma y termina dominando a su creador, ha aparecido en muchas cintas de ficción, desde “Matrix” a la saga de “Terminador”. Por su parte, Las tres piezas de “Mad Max”, especialmente la segunda, remiten directamente a la angustia expresionista. No es por casualidad que esta serie fue filmada en los años ochenta, cuando se experimentaba el terror a que la guerra fría se convirtiera en caliente.
De hecho, “Metrópolis” es una película producto de un tiempo angustioso y que solamente puede ser apreciada por quien ha experimentado una angustia existencial absoluta.
Metrópolis, ochenta años después
Quien pretenda ver “Metrópolis” con los ojos del siglo XXI, se sentirá decepcionado y se aburrirá soberanamente. “Metrópolis” es una película que figura con derecho propio en la historia del cine, pero no es una película actual. El argumento huele a naftalina, los trucajes, incluso los más imaginativos, son infantiles para los desarrollos de los modernos efectos especiales. El lenguaje narrativo es completamente diferente del utilizado hoy.
La película, a pesar de ser muda, se entiende con facilidad, pero, en algunos momentos resulta pueril. La misma crítica al proceso de producción capitalista, resulta infantil y hoy está superado. La mecanización no es el gran problema del mundo moderno; de hecho, “Metrópolis” se anticipa a la modernidad: el robot ha terminado siendo el rey de las cadenas de producción y no el trabajador alienado.
Quizás la estética de “Metrópolis” es lo que mejor ha soportado el paso del tiempo. El robot destila un singular aroma de modernidad y es, sin duda, el autómata más imaginativo realizado jamás para la pantalla. Quienes tenemos el póster de la película en un lugar destacado de nuestra oficina, tenemos a la imagen como una de las más afortunadas de la historia del espectáculo.
Hay que considerar a esta cinta como una de las que han hecho avanzar un paso más a la industria del cine. Si la ciencia ficción tiene un antes y un después de “Blade Runner” o de “2001” y el cine bélico un antes y un después “Salvad al soldado Ryan”, “Metrópolis”, supuso un paso al frente en la experiencia expresionista. Es, desde luego, una película de tránsito entre un cine que daba sus primeros pasos balbucientes, y el cine como arte.
El expresionismo alemán se situó en ese punto de inflexión en la historia del cine. Lang lo comprendió. En el fondo, él quiso siempre hacer del cine un arte. A diferencia de Howard Hawks, buen artesano, que jamás tuvo otra ambición que hacer un cine entretenido. Si con Lang el cine es arte –como veremos en el próximo artículo- con Hawks, el cine es industria.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
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