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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

¿EUROPA, EUROSIBERIA, EURASIA?

¿EUROPA, EUROSIBERIA, EURASIA?

Infokrisis.- Tres conceptos se disputan la primacía en el acervo ideológico de los movimientos alternativos. La llamada “dimensión nacional”, la España-Nación, carece de dimensión geográfica, demográfica y económica suficiente para jugar un papel preponderante en el mundo futuro. Hay tres conceptos a elegir para complementar la debilidad político-económica de nuestro país: Europa, Eurosiberia, Eurasia.

Lo irreversible –afortunadamente- de la Unión Europea
Tras la II Guerra Mundial y, especialmente, a partir de 1948 –Golpe de Praga- se hizo evidente que la situación generada en Europa a partir de la paz de Westfalia (que sella la balcanización de Europa), con las correcciones aportadas por la desaparición de los “imperios centrales” tras el Tratado de Versalles en 1919 y la transformación del continente en el escenario principal del conflicto USA-URSS de 1948 a 1989, como resultado del Tratado de Yalta, obligaban a un replanteamiento de la situación general en Europa. Cuando el proceso de reconstrucción europea, tras los destrozos de la II Guerra Mundial, terminó en los años 50, un grupo de líderes políticos, fundamentalmente democristianos, impulsaron el Mercado Común Europeo que, inicialmente, aspiraba tan sólo a ser la “Europa Verde”, es decir, que no aspiraba a regular otra cosa que el sector agrícola. De eso han pasado ya más de cuarenta años y hoy nadie –nadie con dos dedos de frente- discute lo conveniente de una Europa Unida. El denostado Tratado de Maastrich, transformó la Comunidad Económica Europea en Unión Europea, a la unión económica, le seguirá, inevitablemente, la unión política.
Este trayecto de cuarenta años no ha estado exento de baches, el último de los cuales ha sido el rechazo generado en la opinión pública europea al proyecto de Tratado de la Unión, rechazado en Francia y Bélgica y aprobado ciegamente en España, un tratado suicida que resta personalidad a Europa y la convierte en un amasijo de naciones que nada tienen que ver unas con otras. Turquía, aprovechamos para recordarlo, hoy no es Europa y no importa que lo fuera desde la colonización de las costas de Asia Menor por los griegos, hasta la caída del Imperio Bizantino. Hoy, Turquía no es Europa, ni 60 millones de turcos son “europeos”.
Cualquier transformación política genera dificultades de asentamiento. La última que hemos sufrido –la implantación de la moneda única- también ha provocado desajustes y, especialmente en España, una aceleración de la inflación y una subida generada de los precios. Pero, como las reconversiones anteriores que tuvieron lugar durante el felipismo, a corto plazo se superará. Y más vale que nos hagamos a la idea que el “euro” es irreversible y que si, por azar se produjera el retorno a las anteriores divisas nacionales, el cambio adquiriría en pocos meses caracteres de tragedia. Hoy el euro se utiliza cada vez más en el comercio internacional, mientras que el dólar ve progresivamente restringido su campo de aplicación.
La UE no es seguramente la mejor de los escenarios que se podrían haber creado en Europa, pero es, desde luego, mejor que la fragmentación en pequeñas naciones incapaces de generar políticas y estrategias propias. Está claro, por lo demás, que los años que han transcurrido desde la Paz de Westfalia hasta ahora, han generado entre las naciones europeas rivalidades e, incluso, odios diversos. También en este terreno hay que tener paciencia: Europa está llamada inevitablemente a tener un destino común. Hay que reconocer, finalmente, que si bien no es del todo evidente que Europa pueda sobrevivir la competencia de otros polos económico-sociales, lo que si es evidente es que las naciones europeas y tomadas de una en una, no podrían de ninguna manera, sobrevivir aisladas: ni el país que hasta ahora ha constituido el motor político de la Unión, Francia, ni el motor económico, Alemania.

Los límites de Europa
Desde el punto de vista geopolítico, Europa es, básicamente, una potencia continental, exceptuando a Inglaterra en la que destaca la vocación atlantista, los países del Mediterráneo cuya zona preferencial de expansión se sitúa en las costas del Mare Nostrum, con el caso particular de España que fue Imperio mientras mantuvo el predominio en el Atlántico. Está claro, pues, que Europa va, según la fórmula de Thiriart: “de Brest a Bucarest” y del Cabo San Vicente al Cabo Norte. Europa es el actual territorio de la Unión, más los Balcanes. ¿Es todo?
Recientemente han ingresado en la Unión los Estados Bálticos y la malhadada “revolución naranja” ucraniana mira hacia Europa. El bobo ilustre que se sienta en la Moncloa ha dado como “europeos” a Marruecos y Turquía y, no albergamos la menor duda, de que cuando viaje a Israel, hará otro tanto con éste país ¿acaso no participa también del festival de Eurovisión? Afortunadamente, ZP será una anécdota en la historia de España y, antes que después, dejará de ser el forúnculo en culo de los españoles que hoy es. Pero la cuestión está abierta ¿cuáles son los límites de Europa?
Por el Norte y el Oeste está claro. También por el Sur: Europa termina donde terminan las aguas territoriales de los países del Mediterráneo Norte. Pero ¿y hacia el Este? Porque si los Países Bálticos están en Europa ¿por qué Rusia, Urania y Bielorrusia no pueden ser considerados europeos? De hecho lo son, étnica y culturalmente, sin paliativos.
El problema radica en que la formidable extensión rusa se extiende desde la frontera ucraniana hasta Vladivostok en las costas del Pacífico. La inmensa llanura siberiana parece excesivamente alejada del centro geográfico de Europa como para poder ser considerada “europea”. Nadie dudaría hoy en afirmar que Rusia es Europa, si prescindiera de las posesiones rusas al Este de los Urales: pero esas posesiones existen. Así pues habrá que recurrir a otras consideraciones para definir los límites de Europa.
Eurasia, como objetivo
El territorio de la actual UE no es particularmente rico en minerales estratégicos. Ciertamente existen yacimientos petrolíferos en el Mar del Norte y en Rumania. Hay carbón en Polonia, pizarras bituminosas en la antigua Prusia y Mercurio en España, pero todo esto supone poco en la economía mundial y, ni siquiera permite el autoabastecimiento de la Unión. Ciertamente, las prospecciones en el Mar de Alborán y en Canarias son prometedoras, pero, ni aún así puede pensarse en la autonomía energética de Europa.
Las consideraciones económicas son fundamentales para el futuro de las naciones, tanto como el patriotismo o la voluntad de defensa nacional. Si Europa precisa energía, solamente puede mirar hacia el Este. Es en el Este, en la cuenca del Caspio y en la estepa siberiana en donde se encuentran las grandes reservas energéticas y esto, además de la identidad étnica y cultural, a mirar hacia Rusia como aliado preferencial. Es con Rusia con quien la Unión Europea debe forjar una alianza indeleble y preferencial o, de lo contrario, correrá el riesgo, antes de 20 años, de sufrir un parón energético.
Resulta muy difícil pensar que una extraordinaria extensión de terreno, como lo es hoy Rusia, pueda aceptar su integración en la Unión Europea; por lo demás, ésta quedaría desequilibrada por el peso demográfico y territorial de Rusia. Pero un eje euro-ruso si sería justo, necesario y conveniente. Esa alianza, en un futuro, podría dar lugar a una confederación euroasiática, pero, en cualquier caso, el primer paso sería el cese de la expansión de la UE hacia el Este y el pacto de las zonas de influencia con la Rusia reconstruida de Putin.
Esa relación preferencial debería tener claro que entre Rusia y la Unión Europea no puede haber Estados que sufran la influencia de terceras potencias. La “revolución naranja” es ilegítima, no sólo por que ha multiplicado la corrupción en Ucrania, sino por que fue estimulada, fomentada artificialmente y apoyada por los EEUU. Impedir que terceros países intenten poner palos en los mecanismo, es la primera tarea que hoy los gobiernos europeos deberían pactar con Rusia.
La idea de “Eurosiberia” crearía un formidable flujo de mercancías del Este europeo hacia Rusia y un no menos formidable flujo energético del Este al Oeste, de los Urales a Gibraltar.
El papel de Turquía en el contexto euro-siberiano
Una alianza de este tipo tendría efectos beneficiosos para las dos partes. Rusia no dependería del Bósforo y de los Dardanelos para tener salida al Mediterráneo. A través de los Balcanes tendría salida al Egeo y al Adriático. Turquía perdería así el papel geopolítico que ha desempeñado en la OTAN: cerrojo de la URSS.
No hay que olvidar que Turquía alberga la quimérica idea –estimulada desde los EEUU- de crear una zona turcófona en Asia Central que abarcaría desde los antiguos territorios situados al Sur de la URSS, hasta el Oeste de China. Si a esto unimos la tragedia que supondrían 40 millones de inmigrantes islamistas turcos desparramados por Europa, deberemos convenir que euro-siberia sería, fundamentalmente, una alianza anti-turca esto es, antiamericana.
¿Por qué éste americanismo? Por cuatro motivos: por que, culturalmente, los EEUU no forman parte de Europa. Han desarrollado una cultura propia, quizás la más adecuada en esta era de las masas, pero no por ello, de más calidad, sino, precisamente, de calidad ínfima. En segundo lugar por la contradicción inevitable que nacen en las relaciones entre una potencia marítima y comercial, los EEUU, y una potencia terrestre y con un concepto más elevado del Estado, euro-siberia. En tercer lugar por que las guerras de Afganistán e Irak han puesto de manifiesto la rapacidad de los EEUU en materia energética, incompatibles con cualquier alianza estable. Finalmente, por que la fatalidad geopolítica ha hecho que, una vez más, se reviva la contracción entre “mar” y “tierra”, entre potencias navales y terrestres, como ocurrió entre Atenas y Esparta, entre Roma y Cartago, y más recientemente, entre EEUU y la URSS.
Reconocer el propio espacio geopolítico
¿Dónde queda, pues, Eurasia? Queda como concepto geopolítico, reducido y limitado a este terreno. Es cierto que Eurasia forma una masa continental, pero es igualmente cierto que esa masa no es homogénea, ni mucho menos tiene posibilidades de adoptar una política unitaria.
Eurasia está formada, como mínimo, por siete bloques: Europa, Rusia y su prolongación siberiana, China, India, el sudeste asiático y la franja islámica desde Turquía hasta Filipinas. ¿Puede pensar alguien, en su sano juicio, que un bloque tan extenso, que, por lo demás, concentra a dos tercios de la población mundial, verdadero mosaico de étnico-cultural, que tiene un destino común?
Los que sostienen la necesidad de Eurasia en función de concepciones geopolíticas (hay que recordar, por lo demás, que la geopolítica es una “ciencia auxiliar” de la política, pero no dicta leyes a la política en sí misma) los errores que se han generado en la historia por no tener claros cuáles eran los “límites geopolíticos” de un Estado. Alejandro Magno fue, indudablemente, un excelente general, cuyas victorias no pudieron impedir que, inmediatamente muriera, su Imperio se desmigajara. Alejandro, pésimo político y nulo geopolítico, excedió los “límites geopolíticos” de Hélade y, llegando a las puertas de la India, se introdujo en un territorio excesivamente lejano, dilatando sus líneas de aprovisionamiento, con el que Hélade no tenía absolutamente ningún vínculo étnico-cultural.
La figura de Alejandro Magno tiene como contrapartida la de Julio César, igualmente, genial conductor en la guerra, pero dotado de una perspicacia geopolítica singular, en un tiempo en el que aún no se habían enunciado las leyes que rigen esta ciencia auxiliar. César abandonó pronto la idea de extender el Imperio más allá del límite de los bosques de Germania y, voluntariamente, redujo la expansión romana al estanque Mediterráneo, evidentemente, el eje geopolítico de Roma.
Pensar que es posible hablar en términos de “Eurasia”, especialmente, en Europa Occidental, parece sorprendente. En Rusia, la situación es diversa. Las antiguas repúblicas soviéticas del sur de la URSS están situadas en Asia Central, toda Siberia es Asia. Desde Moscú puede entenderse el término “Eurasia”, haciendo abstracción de que China, India, Pakistán, el Sudeste Asiático, Oriente Medio, son también “Asia”. Hay que prevenir sobre la traslación automática de conceptos desde Rusia a Europa. A los errores de traducción se unen las distintas percepciones. En este sentido el término “Eurasia” es equívoco y suscita sugestiones intelectuales sin posibilidad de tener cristalizaciones políticas.
Resulta imposible realizar SOLO un análisis basado en términos exclusivamente geopolíticos. Desde el punto de vista geopolítico “América” es una potencia oceánica, pero esto solamente ocurre en América del Norte; no en América Central, ni mucho menos en Iberoamérica. No es evidente que “América” sea el enemigo de “Eurasia”; el enemigo es América del Norte y, más concretamente, EEUU. Realizar un análisis exclusivamente geopolítico implica desconocer el papel de Iberoamérica en las próximas décadas. Y el elemento más importante de ese papel va a ser la penetración hispana en los EEUU rompiendo la unidad étnico-lingüística y cultural, incluida la escala de valores, que hasta ahora ha presidido la expansión norteamericana. A nadie se le escapa que, ante esta perspectiva, España puede ocupar un papel preponderante, si el nacionalismo, el independentismo y los bobos ilustres no tienden a debilitar a nuestro país hasta hacer que no pueda recoger los beneficios de la explosión hispana en los EEUU.
El bloque euroasiático es un mosaico superpoblado, completamente diversificado desde el punto de vista cultural, con una extensión tal que desafía cualquier reduccionismo a una sola idea: “Eurasia” es un concepto geopolítico, pero no es políticamente operativo.
Europa es una aproximación al futuro (Europa unidad o las naciones europeas arruinadas, rebasadas y desmanteladas por las sucesivas oleadas de la globalización). Eurosiberia es el esquema confederal al que debería tender la Unión Europea, olvidando los lastres psicológicos que aun subsisten como residuos de Yalta. Eurasia es un concepto geopolítico, como existen otros muchos (las cuencas fluviales, los núcleos neohistóricos, la contradicción entre habitantes de la llanura y habitantes de las montañas, etc.), pero cuya desmesura, amplitud y contradicciones internas, hacen inviable una cristalización política. Eurasia ¿desde Bangkok a Lisboa, desde Hong-Konk hasta Upsala, desde Kabul hasta Brest? No gracias, lo inviable nunca conduce a ninguna parte.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

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