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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Antropología de la Vieja España (X): Traje de novia y velo

Antropología de la Vieja España (X): Traje de novia y velo Redacción.- Llegamos a la décima entrega de esta serie que dedicamos a dos elementos ineludibles en toda oda: el traje de novia y el velo. En estos breves apuntes resaltamos algunas de las tradiciones antiguas que se siguieron hasta hace poco en nuestro país, así como el origen histórico y el simbolismo de ambos elementos. [En la foto boda tradicional en Madridejos en 1945... sensiblemente diferente en su desarrollo a la que celebró MAV veinticinco años después]

EL TRAJE DE NOVIA

Nada que ver una boda del ayer con una de nuestros días. En la antigüedad los matrimonios se contraían vistiendo los novios el traje regional correspondiente, nuevo, eso sí. No era específicamente blanco y, posteriormente, los novios volverían a utilizarlo en eventos especiales: otras bodas, el bautizo de los hijos, las celebraciones colectivas, etc.
Se cuenta sin gran convicción que la primera mujer que mandó confeccionarse un traje blanco especialmente para su boda fue Anna de Britania, casada en 1499 con el rey de Francia, Luis XII El Piadoso. Hasta entonces se aplicaba lo ya dicho sobre el mejor vestido, sólo que en Inglaterra, por tradición, era de color amarillo o rojo. Otras versiones atribuyen a la Reina Victoria de Inglaterra la imposición del color blanco para las novias de la época. Las fotos que nos han quedado de la dama indican que no era precisamente la alegría de la huerta y que la elección se debió a su interés por promover para la sociedad de su tiempo los valores de castidad, pureza, inocencia y, si se nos permite, incluso, asepsia, en tanto que el blanco es la ausencia de todo color. Claro está que en estos tiempos de mestizaje cultural y migraciones aceleradas y masivas hay que tener presente que en otros horizontes culturales el simbolismo de los colores es diferente. Para el islamismo el color de la pureza es el negro y en Japón el color predominante es el rojo.

En tiempos de nuestros bisabuelos, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, las novias de los pueblos de la Península requerían un atuendo extremadamente rico en prendas interiores y exteriores. Fundamental era el justillo de tela que hoy ha sido ventajosamente sustituido por el sujetador. Más abajo, tocando también la piel, un corsé apretado mediante un complejo entramado de cintas que presionaban la cintura hasta convertirla en más aceptable para las entradas en carnes y propia de avispa para las flacuchas. Junto con el corsé ceñía la cintura el jubón. Hoy ambas prendas han sido sustituidas por la faja. No se crea que la falda era suficiente para ocultar las piernas; unos pantalones de tela cubrían en la áspera meseta de Castilla, desde la cintura hasta las rodillas, concluyendo en una trabajada puntilla y atada con cintas de colores. La prosaica y estilizada braga de nuestros días es el sustituto de esta prenda. La cosa no concluía aquí, por que encima de esta prenda se colocaban las enaguas. Elaboradas en tela tenían el tamaño de una falda y terminaban con una puntilla. Dado que las bodas tenían lugar cuando los novios eran extremadamente jóvenes, en ocasiones se hacía necesario disimular la delgadez de la novia y el procedimiento más utilizado era colocar una segunda enagua que inspiraba más confianza en su capacidad procreadora. Hasta aquí todavía no hemos salido al exterior. Este era, como mínimo, tan complejo como la ropa exterior. La falda solía ser negra y de tejido damascado. Sobre ella el delantal, de raso y con bordados cubría la parte delantera de la falda. Se veía una porción de pantorrilla, eso sí, convenientemente cubierta con media de algodón. Los hombros cubiertos con una toquilla, cuyos picos se cruzaban por delante. Sobre la toquilla, que en Castilla solía ser de piel de cabra, un manto de blonda, habitualmente negro en raso, se colocaba encima y cubría la espalda, la cabeza y los hombros y llegaba hasta la cintura enlazando con el delantal. La cabeza solía estar cubierta con un velo negro. Y sobre los hombros, mayor que el manto, el mantón de Manila, verdadera joya del ajuar, rematado en flecos y cerrado por la parte delantera. Bota baja abotonada, guantes en algunos casos y abanico siempre, remataban el complejo vestido.

¿Y el novio? En conjunto, su traje era algo más simple, pero no mucho más. En el interior camiseta de felpa en invierno y calzoncillos largos hasta los tobillos, que con el clima castellano no se jugaba. En el exterior camisa de popelín blanca y corbata negra. Traje negro compuesto por chaleco y chaqueta, ésta de astracán o pana, abotonada y que cubría hasta los riñones. Los pantalones estrechos y marcando lo que hubiera a marcar por delante y por detrás, en plan torero. Se les llamaba “pantalones de tubo”. Botas, sombrero y capa en negro.

Así subían al altar los novios. El traje tenía las lógicas variaciones según fuera en campo o en ciudad, se aligeraba en los veranos y tenía leves variaciones de una región a otra. Hoy todo esto ha variado extraordinariamente, pero subyace ayer y hoy la idea de que el momento de contraer matrimonio es particularmente importante, supone un tránsito de una situación de independencia y ausencia de responsabilidades familiares a otra de vida en común. La solemnidad del momento se realzaba mediante un traje nuevo, específico y complejo. Con todo el traje de ayer era más similar al utilizado habitualmente que el actual impuesto a finales del siglo XIX. En la actualidad el 80% de los trajes de novia son de color blanco natural y el resto se distribuyen según la moda y la capacidad de convicción del vendedor entre marfil, champán o blanco refulgente. Se rescató en las bodas de postín la costumbre medieval de mostrar la capacidad adquisitiva y la nobleza de la novia añadiendo unos cuantos metros de cola. Cuanto más larga era la cola de la novia se indicaba que más cercano era su parentesco con el monarca de turno. En cuanto a los guantes, en otro tiempo –siglos XVIII y XIX- eran también símbolo de gracia y porte, los solían utilizar las novias procedentes de familias con recursos y la costumbre se convirtió en rigurosa hasta que apenas hace veinte años perdió intensidad y se dejó de considerarlos imprescindibles.
Estas someras indicaciones deben necesariamente completarse con una serie de indicaciones supersticiosas llegadas hasta nosotros desde la noche de los tiempos y que aún hoy gozan de buena salud. Es importante, según las supersticiones populares que el novio jamás vea como se viste la novia, ni siquiera que vea el traje antes de entrar en la Iglesia (o en el Juzgado). Segunda superstición, a observar: la novia y los que acompañan al novio deben preocuparse de que éste lleve la corbata perfectamente centrada, por que si la lleva virada hacia la derecha la infidelidad presidirá las relaciones matrimoniales. Más madera: Se considera factor propiciatorio de mala suerte el que la novia confeccione su propio vestido o que lleve un vestido usado o prestado. La novia no debe usar completo su traje antes del día de la boda. Algunas dejan una terminación final en el vestido deshecha hasta último momento.

Más que supersticiones puede considerarse una costumbre la recomendación, por así decirlo, de que la novia lleve en el momento de subir al altar “algo viejo, algo nuevo, algo usado (o prestado) y algo azul”, reputada de constituir la tetralogía de la felicidad. La costumbre tiene una respetable antigüedad cuyo origen no es posible precisar, pero que entronca con el lenguaje simbólico propio de las sociedades tradicionales. Lo viejo simboliza la conexión de la novia con su pasado, la fidelidad a su linaje familiar y a las tradiciones ancestrales, muestra el sentido de continuidad en la vida; simboliza también el estado que se deja atrás y suele ser una joya familiar. Los lazos familiares, los amigos y las costumbres siguen siendo las mismas, tan sólo se adaptan.. Lo nuevo simboliza sus esperanzas de comenzar una nueva vida feliz, el nacimiento a una nueva vida que supone el tránsito de la soltería al matrimonio, representa un cambio y la renovación del espíritu, suele ser el vestido, la ropa interior. Lo prestado simboliza la amistad, quiere indicar que la felicidad se puede atraer usando algo de alguien que sea feliz; suele ser también una joya o un pañuelo... En cuanto a lo azul simboliza la fidelidad; en Inglaterra se dice que "aquellos que se visten de azul tienen amores verdaderos"; se dice que la costumbre es de origen judío, las novias de esa etnia usan un arco azul en su cabello, que representa fidelidad; desde que en la Guerra de Secesión americana, las mujeres confederadas utilizaban una liga de blonda azul como símbolo de virginidad, esta prenda pasó a ser la utilizada en nuestros ritos matrimoniales, pero ya se utilizaba en antiguas ceremonias. Ricardo del Arco en su libro “Costumbres y trajes de los Pirineos” explica que antiguamente en la ceremonia de petición del Empordà se colocaba en la pierna de la novia una liga como símbolo de fidelidad o como promesa de tal.

En Ansó, la novia, contrariamente a la mayoría de pueblos, va a pie hasta el altar. Hay que decir que va vestida igual que el resto de zagalas. Así los malos espíritus no la reconocen y a esto se une un crucifijo, dos relicarios y dos medallas de la Virgen del Pilar. El traje utilizado por la novia en esa ocasión, era conservado y utilizado durante años, finalmente, antes de arrojarlo a la basura se le realizaban los últimos remiendos. En otros pueblos, como en Ripoll, la novia iba vestida como las mozas de su edad, y el traje se transportaba junto con el ajuar y los regalos en la comitiva; en la rectoría de la Iglesia se cambiaba.

EL VELO

No siempre se ha utilizado el velo, pero tampoco existe una linealidad en su utilización. Ha aparecido y desaparecido en determinados momentos de la historia sin que tales avatares tuvieran lógica. En las ceremonias matrimoniales de los parsis el velo ya tenía un papel central y se le consideraba la forma de aislar a los novios de las malas influencias mágicas. Los sacerdotes del culto solar parsi recitaban el himno de bodas constituyendo un círculo en cuyo centro se situaban los novios. Evidentemente se trataba de un círculo mágico de protección. Los sacerdotes los cubrían completamente con un manto de cachemira y así pasaban el largo período de recitación de los exorcismos. Cuando terminaba la oración, los novios, ellos mismos, se despojaban del chal y podían ser considerados marido y mujer. Este tema se encuentra en muchas tradiciones de los pueblos indo-europeos. Inicialmente se convino, que el velo se impuso para ocultar a la novia de los malos espíritus como una medida más para alejar a éstos de la ceremonia. Así se concebía en las ceremonias romanas y así estaba presente en las uniones de aquel tiempo. Al velo le pasó como al Imperio, desapareció. En el año 800, el velo volvió a irrumpir en Inglaterra pero ya con un sentido de sumisión, modestia y humildad de la novia.

La actual utilización del velo en las ceremonias de boda procede de una española, Eugenia de Montijo, cuando esposó al Emperador Napoleón III. Lució velo acompañado por un tocado con tiara de brillantes. Al otro lado del Canal de la Mancha, la princesa Augusta, recogió el gesto y lo popularizó.

El velo no siempre es blanco –símbolo de pureza-, ocasionalmente se ha utilizado el azul cielo como símbolo de la Virgen María. Algunas costumbres que han llegado hasta nosotros proceden de insospechados horizontes geográficos. En Oriente Medio, el velo ocultaba el rostro de la novia que el novio jamás debía haber visto antes, imagínense; solamente después de la ceremonia se permitía que la novia mostrara su rostro. Este mismo acto es el que tiene lugar tras la bendición del sacerdote cuando éste indica que los novios pueden besarse; ella, entonces, levanta su velo y une sus labios a los del novio devenido por la bendición sacerdotal, esposo hasta que la muerte o el divorcio los separe. En el ámbito de la cultura islámica el velo –negro, necesariamente- es símbolo de respeto a Mahoma. Casas menciona un trabajo de Laurière el cual “creía que el velo simbolizaba el dosel del lecho nupcial y al ponerle el cura sobre los esposos, formulaba votos de fecundidad”.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

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