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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Hacia la gran crisis (III)

3. Las consecuencias futuras: el hundimiento del Estado surgido en 1978

3.1. El Régimen nacido en 1978 se ha constituido como una “norme pirámide de fracasos”. Fracaso del PSOE (2004-2012) y presumible fracaso del PP (a partir de 2012 que se prolongaría hasta 2016…). Según el modelo político español, a un fracaso del PP seguiría, o bien un período en el que este partido seguiría gobernando en minoría apoyado por un partido nacionalista o bien cuando se produciría una nueva alternancia en el poder, ganando un PSOE reconstruido las siguientes elecciones… El hecho de que esto haya ocurrido ya en anteriores ciclos políticos no implica que vuelva a ocurrir ni mucho menos que el ciclo se pueda reproducir ad infinitum. ¿Por qué? Por que las clases dirigentes del PP y del PSOE, e incluso del nacionalismo catalán, están ya excesivamente desprestigiadas como para que el electorado les conceda en tan poco tiempo, un nuevo voto de confianza. El hecho de que, a medida que pasan los días, cada vez con más nitidez vaya cristalizando la protesta en distintos sectores de la sociedad española y el hecho de que los niveles de abstención, pero mucho más especialmente los votos en blanco y nulos (esto es, lo que podríamos llamar “abstención activa”), aumenten espectacularmente (nulos: 1,17% en 2007 y 1,70% en 2011, esto es 398.506 votos nulos y 1,92% en 2007 frente al 2,54% de votos en blanco en 2011, es decir 584.012 votos, hace que a los 11.710.762 abstenciones que se produjeron el 22-M se hayan sumado 982.518 votos más ascendiendo la “insolidaridad” del electorado ante el régimen y su protesta a 12.593.280 electores… Dicho de otra manera: más de 1/3 del electorado ha dicho no al sistema o no se identifica con ninguna de las opciones que compiten. Hoy, prácticamente el número de votantes a los partidos mayoritarios es casi el mismo que el número de electores que, activa o pasivamente, se abstienen de votarlos. Y sin embargo, los primeros tienen el poder absoluto gracias a la Constitución de 1978 y a la Ley d’Hont.

3.2. Vivimos bajo la tiranía de un escuálido régimen partido único: el PPSOE. Pero hay algo peor para nuestro sistema político que las altas tasas de abstención: la erosión de los pilares sobre los que se aguanta todo su entramado burocrático. En efecto, en 1978 los “padres de la patria” elaboraron una constitución que, sobre todo, garantizaba por todo el tiempo en el que estuviera en vigor, que el poder quedaría repartido entre centro-derecha y centro-izquierda, actuando como bisagra los pequeños partidos nacionalistas cuando no existieran mayorías absolutas. Las discusiones sobre el régimen electoral que debían garantizar este principio fueron interminables, mientras que las declaraciones de principios se solventaron en pocos días y Títulos importantes como el tema autonómico o los organismos que configuración la división de poderes, se cerraron malamente dando lugar a todo tipo de interpretaciones posteriores. Lo esencial en 1978 era garantizar la estabilidad del sistema político favoreciendo la creación de una especie de “partido único” con un tejado de dos vertientes: centro-derecha y centro-izquierda, UCD-PSOE primero y PP-PSOE después. Ese sistema ha terminado siendo una “democracia formal” mucho más que una “democracia real”, un sistema en el que la corrupción, el nepotismo, el saqueo de los fondos públicos, la burocratización y la mala gestión de los distintos poderes y de los múltiples niveles administrativos del Estado, se ha convertido en la norma. Con razón se dice que la corrupción afecta poco electoralmente… quienes diseñaron el sistema político ya se preocuparon de que así fuera y de que la Ley d’Hont garantizara que los partidos mayoritarios todavía serían más mayoritarios a pesar de que fueran cloacas de corruptelas e inmundicias.

3.3. La centrifugación creciente del PSOE. Y este es el problema que tenemos ante la vista: el sistema político español, como hemos dicho, se apoya sobre dos columnas políticas, una de las cuales ya está completamente erosionada y carcomida (el PSOE), sufriendo un proceso de centrifugación de sus “baronías” y de pérdida de calidad de su dirección. En lugar de aparecer un partido de izquierdas que lo sustituya, o incluso, en lugar de reforzarse Izquierda Unida, lo que está sucediendo es que nadie está –ni probablemente estará- en condiciones de sustituir al “coloso” de centro-izquierda y en su lugar están apareciendo pequeños grupos, frecuentemente de carácter local o regional que intentan apropiarse de la herencia que antaño perteneció al PSOE: es UPyD en Madrid, es Ciutadans en Cataluña, son grupos regionalistas como la Xunta Aragonesista, es el revival inesperado del Partido Andalucista, e incluso, son algunas formaciones “verdes” y la propia Izquierda Unida, y también es el propio PSOE el que ve como sus “federaciones” cada vez son más independientes y alejadas de una cúpula que se muestra cada vez más incapaz de hablar en nombre de una sola sigla e inmovilizado ante las tensiones de sus propias “baronías”. En la actualidad, el PSOE ya no es, ni seguramente podrá ser después de su derrota cantada en las próximas elecciones generales, una columna sólida sobre la que se mantenga el sistema político español, ni tampoco, su crisis ha dejado que se consolidara ninguna otra columna, apareciendo en su lugar minúsculas formaciones que aportan poco, salvo constatar la pulverización del centro-izquierda. Y en esas condiciones, si una de las dos columnas sobre las que se sostiene nuestro sistema político colapsa, el sistema en su conjunto pierde estabilidad.

3.4. Las fuerzas que impulsaron la transición ya no son preeminentes. Así pues, en los próximos años, vamos a asistir a una “precarización” creciente del régimen surgido en 1978 a raíz de la crisis del PSOE. A esto se une otro factor de importancia no desdeñable: la configuración de los medios de comunicación social que existía en 1978 y la preeminencia que entonces mantenían sobre la sociedad, ya no es la misma que la existente actualmente. En efecto, el papel de las grandes cadenas mediáticas en la transición española fue innegable hasta el punto de que puede decirse que sin su concurso no hubiera sido posible. Los 33 años que han seguido han modificado sustancialmente esta situación: alguna cadena ha desaparecido (Cadena 16), otras han visto disminuido su poder (Prisa), otras se encuentran en situación agónica (Unidad Editorial) y casi todas ellas tienen en el momento actual dificultades económicas y se ven obligadas a recortes en plantilla y en salarios. Además de esto, el eje de la información se ha desplazado en estos últimos 15 años, de los medios de comunicación convencionales al universo digital. Los propios diarios se han visto ante la tesitura de mantener ediciones digitales que les hurtaban lectores a sus ediciones convencionales, a la vista de que si querían seguir manteniendo situaciones de preeminencia en el sector debían necesariamente estar presentes en Internet. A lo que se ha unido la aparición de nuevas formas de información: webs primero, blogs después, redes sociales en la actualidad, que cada vez son más seguidas por el público en detrimento de los medios digitales cuya opinión cuenta cada vez menos. Dentro de 5 años buena parte de los diarios actualmente existentes habrán desaparecido y lo mismo cabe decir de las televisiones privadas. Precisamente la generalización de Internet ha roto la unanimidad y la tiranía de lo políticamente correcto que regía en la transición. Y si bien es cierto que hoy la totalidad de las grandes cadenas mediáticas sigue constituyen una estructura de apoyo al sistema surgido en 1978, no es menos cierto que esa estructura tiene mucho menos peso, poder e influencia que en aquella época. La caída en picado de la influencia de las grandes cadenas mediáticas se constituye también como una más de los factores de inestabilidad y precarización del sistema. No hay que olvidar que una de las “condiciones objetivas” que indican que un régimen ha llegado a su fin es el descrédito de sus portavoces que en este caso ha alcanzado incluso el descrédito de su sistema mediático.

(c) Ernest Mila. Prohibida la reproducción de este texto

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