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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Entender y encuadrar el 15-M

Infokrisis.- Como movimiento incipiente, el movimiento nacido el 15-M resulta cambiante y contradictorio. A medida que pasan los días, el observador encuentra matices nuevos interesantes y afina algo más a la hora de realizar un análisis y encuadramiento del fenómeno. En estas líneas se exponen algunas reflexiones realizadas en los últimos días a raíz de los elementos nuevos que se han ido produciendo. Lo que hemos tratado de realizar, a fin de cuentas, es un intento de situar al 15-M en el contexto que le es propio: el arranque de la crisis política, consecuencia final de la crisis económica y de la crisis social. La “convergencia de crisis” y su difícil salida, es lo que permite pensar que estamos ante la apertura de la etapa final del “régimen”.

1. Un movimiento de “nueva izquierda”

El movimiento del 15-M es apartidista, pero casi en su totalidad respira el inequívoco aroma de la izquierda. No estamos hablando de partidos, es evidente para todos –salvo para Intereconomía- que el movimiento del 15-M es antisocialista y que no es en absoluto comunista. En ciertos sentidos remite al socialismo utópico, también al anarquismo asambleario y hay suficientes elementos que denotan un “humanismo universalista” que no es exactamente igual a la doctrina que Zapatero ha aplicado en este país, pero que se le parece bastante.

La izquierda europea está en crisis. Esa crisis deriva de que la socialdemocracia con la configuración que adoptó el SPD alemán después del congreso de Bad Godesberg, en el que “aceptaban” el capitalismo y renunciaban al marxismo, haciéndose, por tanto, co-gestores de ese mismo capitalismo, está agotada. Todo fue bien durante los “treinta años gloriosos” (de 1945 a 1975, en realidad hasta 1973) el crecimiento económico en Europa permitía el optimismo: se podía ser socialdemócratas y diferenciarse de la derecha en la promesa y en la aplicación de medidas sociales. Pero a partir de 1973, la crisis del petróleo empezó a poner palos en los engranajes y, posteriormente, al final de la década, el ascenso del neo conservadurismo (con Tatcher y Reagan y la revalorización de las doctrinas de la escuela austríaca de economía) empezaron a acortar el margen de maniobra del centro-derecha. Finalmente, al estallar la Gran Crisis, se demostró que la socialdemocracia carecía de soluciones propias y que no podía hacer otra cosa que “salvar al capital financiero”. Por eso mismo dejaba de tener personalidad propia y tendía a aplicar exactamente la misma política que el centro-derecha, esto es, la que peor convenía a las clases trabajadoras.

Hoy, por todo eso, por falta de referencias doctrinales, por selección a la inversa de la calidad de sus gentes (el socialismo francés solamente pudo oponer a Sarkozy y a Marina Le Pen a un “millonario, socialista y judío” para colme presidente del FMI, mientras que el socialismo español, tras Rubalcaba solo tiene una cohorte de perfectas deficientes mentales a lo Chacón, a lo Pajín, y poco más), por mansedumbre ante el capital, por comer de la mano de la alta finanza, y por haber abandona a su electorado natural, la socialdemocracia está semi desaparecida, ya no es preeminente respecta a su momento histórico y es incapaz de reconstruir un discurso político al estar excesivamente vinculada a la defensa del capital. Dicho de otra manera y, en síntesis, la socialdemocracia ha fallecido, que la lloren los que hasta ahora han sido sus beneficiarios. La componente de centro izquierda del “partido único realmente constituido” (la otra componente es el centro-derecha y ambos comparten la idea de la “única política posible”, siendo, a la postre la cara y la cruz de la misma moneda) está a punto de colapsar.

Hoy es evidente que el PSOE está excesivamente vinculado al régimen de la corrupción y la crisis económica, de la democracia formal pero no real, de la defensa del capital frente a la defensa del trabajo y de la economía especulativa frente a la economía productiva. Por eso las masas le están volviendo cada vez más la espalda. Y, en cuanto al PCE y a su prolongación, IU, la caída del marxismo entrañó su desaparición como fuerza política real, su asunción frívola del ecologismo demostró su desinterés por las cuestiones doctrinales y la imposibilidad de reconstruir un discurso desde la izquierda radical ortodoxa y marxista. La vieja izquierda, la izquierda de papá, del culto a la “resistencia” en Europa y del recuerdo obsesivo de la “memoria histórica” en España, han muerto.

Y es entonces cuando aparece una “nueva izquierda” polarizada en torno al movimiento aún inconcreto y nebuloso del 15-M. Nuestra tesis es que, si ese movimiento logra desembarazarse de las adherencias más desagradables que han acampado en Sol o en Pza. Cataluña, si con los fragmentos de los distintos grupos que lo componen logra articular un discurso coherente capaz de interesar a los “verdaderamente indignados”, de ahí nacerá una “nueva izquierda” mucho mejor adaptada al siglo XXI que la “vieja”.

Este movimiento del 15-M puede terminar siendo parecido al Nuevo Partido Anticapitalista, o a Die Linke en Alemania, espacios que aquí la blandenguería y la mediocridad de Rosa Díez no pueden cubrir.

2. Cayo Lara e Izquierda Unida en el 15-M

La “nueva izquierda” no parece querer nada con la “vieja izquierda”. Los primeros ven a los segundos como una especie de vector de izquierdas, antediluviano y oportunista, con el que se no se sienten identificados. A diferencia de la “nueva izquierda” del 68 que, en el fondo estaba formada por maoístas, trotskistas, anarquistas y situacionistas y todos ellos bebían más o menos de la izquierda tradicional y habían aparecido en un tiempo en el que los sindicatos todavía tenían prestigio, combatividad y capacidad de movilización. Hoy esa “nueva-vieja izquierda” no existe ni siquiera a título residual.

Izquierda Unida es precisamente un residuo al que se le agota el tiempo: permanecer con la dimensión actual es para IU un suicidio, si no crece ahora no lo hará jamás y su única posibilidad de crecimiento sería el ser un partido bisagra, pero para desgracia de IU las bisagras deben situarse entre dos fuerzas y no a la izquierda de una de ellas.

El drama que pesa sobre IU es que sus dos opciones tienen mala salida: o bien se alía con el PSOE en nombre de la “unión de la izquierda” (lo que hace que sus llamamientos a la honestidad caigan en el vacío), o bien llama al “desalojo de los corruptos” (haciendo causa común con el PP y traicionando a sus orígenes de izquierdas). La crisis de IU en Extremadura demuestra que mientras el crecimiento de este partido sea mínimo (y no hay esperanzas de un crecimiento asindótico) se verá sometido a tensiones internas lacerantes que diluirán sus triunfos. Por lo demás, el tiempo de IU ya ha pasado y un partido hecho a base de oportunismo de la peor especie, dogmatismo propio de otros tiempos, y democratismo, no podía sino tener un recorrido bien corto. Ese oportunismo está latente en el mismo tránsito del PCE a IU.

En 1970 aparecieron los primeros movimientos ecologistas. El hundimiento del Torrey Canyon, un petrolero que expandió la primera gran mancha de crudo en los océanos, fue su detonante. Para el Comité Central del PCE “el ecologismo era una ilusión pequeño-burguesa que distraía del hecho esencial: la lucha de clases”. En 1977, la posición del partido era la misma. Sin embargo, el desmantelamiento que ese partido vivió a partir de 1978 y el desprestigio del marxismo a partir de 1981 generaron la búsqueda de una “izquierda alternativa” que se encontró cada vez más en el ecologismo. IU, fundada por Gerardo Iglesias como una estructura “frentista” clásica, se fue convirtiendo poco a poco en un “modelo sandía”, rojo por dentro y verde por fuera, para pasar a ser, finalmente, una auténtica sandía verde… Nadie compra una sandía completamente verde.

El mismo día en que en Francia el viejo PCF, con los 90 años cumplidos, renunciaba a presentar candidatura propia a las próximas elecciones presidenciales en beneficio de otras opciones de izquierda, Cayo Lara, coordinador de IU era abucheado por los “indignados” de Sol. No era raro que así fuera: para estos jóvenes lobos de la izquierda en recomposición, Cayo Lara es el viejo modelo a eludir, un residuo del stalinismo, un político al uso que vive del cuento y no tiene interés en acometer ni proponer grandes reformas. No tienen nada que ver con él, a pesar de que Cayo Lara quiera ver en la protesta de los indignados un aliado objetivo para su maltrecha coalición.

El movimiento del 15-M es, sobre todo y por el momento, antipolítica. Se trata, por supuesto de un reflejo infantil, el habitual en la izquierda radical de todos los tiempos que ya denunciara Lenin en uno de los folletos. El movimiento de 15-M ve en todo diputado o en todo político profesional a un enemigo a batir. Cayo Lara es uno de ellos a pesar de que IU haga suyos los ideales de los “indignados”. Si el movimiento logra sobrevivir unos meses más, este sentimiento antipolítico se transformará, en una segunda fase, en realismo y sus dirigentes harán lo mismo que están haciendo ahora, Lara e IU: buscar un lugar bajo el sol. Ya se sabe que la primera arma del “régimen” es comprar al peso a los opositores y el movimiento del 15-M no tiene raíces excesivamente profundas. Integrarlo todavía es posible. La falta de una doctrina de conjunto y la ausencia de una reflexión doctrinal coherente y en profundidad, fuera de unos cuantos tópicos que la “izquierda alternativa” repite desde hace años (tasa Tobin, “otra globalización”, democracia asamblearia, etc.), hace que, los comportamientos de quienes se erigirán en líderes, en principio, carezcan de grandes soportes doctrinales y compartan más bien posiciones vivenciales que, en cualquier momento, cuando la tentación sea grande, pueden abandonarse justificándolas por el “realismo táctico”, concepto que las izquierdas de todos los tiempos han repetido.

Porque hay algo inviable en el movimiento del 15-M…

3. De la democracia formal a la democracia imposible: el mito asambleario consecuencia extrema del mito igualitario

Lo más preocupante del 15-M es que asume un concepto peligroso e irrealista: el modelo asambleario abierto. Haría falta que sus impulsores leyeran la obra de Gustav Le Bon sobre los comportamientos de la psicología de las masas o la crítica a la democracia realizada desde finales del siglo XIX por autores de la talla de Ibsen o, posteriormente, por los fascismos e incluso por el propio marxismo, para reconocer que, la gran contradicción de las democracias formales es que están instauradas y han llegado a ser indiscutibles aun cuando nunca nadie haya contestado coherentemente a la crítica teórica contra ellas.

La democracia se basa en el concepto de “igualdad”. Un concepto que deriva del mundo clásico, sólo que allí, no todos eran iguales: eran iguales solamente los miembros de un mismo estamento, mientras que los estamentos estaban jerarquizados. La igualdad es imposible y el valor del voto es una falsedad piadosa asumida para lograr un sistema de mayorías que funcione fácilmente. Está claro que si se trata de votos sobre la apertura de más centrales nucleares o el cierre de todas ellas, son los técnicos, los que conocen verdaderamente el problema y sus riesgos, quienes tienen derecho a opinar y el resto, los profanos, no podemos hacerlo sino siendo víctimas de manipulaciones y sugestiones maliciosas de unos y de otros. Hay cuestiones cuya complejidad e importancia no permite ser discutida por unas masas que, desde Le Bon sabemos que son vagas, tienen un bajo nivel de asimilación de ideas, una nula capacidad de razonamiento y una casi inexistente posibilidad de racionalizar conceptos y concatenar ideas y desconocen, en tanto que masas, los mecanismos del razonamiento lógico y de la concatenación de silogismos.

Si en la antigua Grecia se practicaba la “democracia”, es evidente que había que añadirle un adjetivo: “democracia estamental”. Pero, hoy el movimiento dl 15-M nos dice que la alternativa a la democracia “formal”, esto es la democracia “real”, es un permanente ejercicio de asamblearismo. Una democracia real sería una asamblea permanente con capacidad de revocar decisiones de los dirigentes políticos.

De ahí que el movimiento de 15-M no sea, como no lo fue antes la revolución de octubre, ni antes aún las revoluciones burguesas, y, por supuesto como fue la revolución de mayo del 68, no sea, decimos, otra cosa que el enésimo intento de llevar a la práctica los ideales de “libertad, igualdad”, cuando precisamente esos ideales, lejos de ser el centro del problema, acaso sean su desencadenante. Si la noción de “libertad” es ambigua, la noción de “democracia” no lo es menos. Y si bien está claro que la autoridad debe derivar de algún principio unánimemente aceptado, la “voluntad popular” no es más que un mito que, a fin de cuentas supone una medición cuantitativa de unos votos que se dan por “iguales”, cuando todo el mundo está obligado a reconocer que el voto de un experto y el de un ignorante nunca, en buna lógica, tendrán el mismo valor. La “democracia” (real o formal, “ya” o “mañana”) no es más que un mito que fue útil durante el período de las revoluciones burgueses para justificar el ascenso de nuevas clases sociales y en nombre de las cuales se procedió al desmantelamiento del antiguo régimen, pero no la idea tenía muy poco que ver con la democracia ateniense. La prueba ha sido que TODOS los intentos de llevarla a la práctica y hacer de la democracia un régimen de libertades, han fracasado (revolución francesa, revolución bolchevique, revolución de mayo del 68) y, por lo mismo, no hay ningún motivo para pensar que la “revolución de los indignados” tendrá otro final.

De hecho, los dos principales lastres de esta “revuelta” son: su asamblearismo y su humanismo universalista extremo. Por lo primero, la democracia numérica se convierte en una obsesión: todos en todo momento deben decidirlo todo… Quien haya asistido a una asamblea sabe lo fácil que es manipularla y quien haya seguido debates en foros de internet conoce perfectamente que las distintas opiniones no contribuyen jamás a encontrar la línea correcta.

El error del movimiento de los indignados es no percibir que el problema no es únicamente derribar los espacios de poder de los “partidos mayoritarios”, sino derribar el orden de ideas que ha permitido a los partidos mayoritarios llegar a la actual situación. Si en lugar de “libertad, igualdad, fraternidad”, el punto de partida fuera “orden, autoridad, jerarquía”, la protesta tendría otra perspectiva y, seguramente, supondría una ruptura con el “viejo orden”. Pero, mientras se persista, en llegar a las últimas consecuencias de un principio histórico que ha generado casi 225 años de errores, este será la cuarta rectificación que, como las otras tres, llevará a aberraciones históricas. Una cosa es que estemos en la era de las masas y otra muy diferente pensar que las masas, a través de las asambleas, pueden hacerse dueñas de sus destinos.

Es más, la “revuelta de los indignados” supone el límite extremo del “democratismo”: las asambleas permanentes, los cargos electores revocables en cualquier momento, el rendir cuentas al dedillo sobre la gestión realizada, elementos todos que ignoran el hecho esencial, a saber que tenemos una población que ha perdido desde hace décadas su capacidad crítica, que la competencia y el conocimiento de los problemas no es su característica esencial, que masas educadas en la telebasura y en el consumismo, que han callado durante décadas ante una pérdida progresiva de derechos y que, ni siquiera han sido capaces de algo tan sencillo como rectificar su voto, no son el sustrato más adecuado –pero si son el mayoritario- para una “asamblea permanente”.

Como todo movimiento nacido durante unas crisis, el movimiento del 15-M porta en su propio ADN el germen de la crisis. Su reflexión ha sido “simpática” en el sentido en que han aislado un solo problema (los límites de la democracia formal), han exteriorizado una sensación de hastío (generada porque la inseguridad que se ha convertido en la característica dominante del sistema político-económico español) y han abucheado a los responsables últimos de la crisis. Pero, el movimiento, en su conjunto, tiene unos ideales que, extrañamente, coinciden con los del Zapaterismo, esto es, un humanismo universalista que en la “otra globalización” el objetivo a alcanzar, en las fronteras nacionales y en los aparatos estatales el enemigo (cuando pueden ser considerados como los últimos bastiones contra la globalización), en una forma de ingeniería social la vía justa (ya se sabe: aborto libre, eutanasia, divorcio exprés, adopciones gays, etc, elementos características del programa zapateriano extraídos todos, sin excepción, de las directrices de la UNESCO), y si han dicho algo sobre la inmigración está más próxima al “papeles para todos” y al “ningún ser humano es ilegal” que a la percepción de la inmigración como uno de los canales a través de los que actúa la globalización.

El nivel teórico del movimiento del 15-M es, pues, una prolongación extrema de lo iniciado en 1789 y con ello se cierra el ciclo: cuando se parte de principios falsos que se absolutizan (libertad, igualdad y fraternidad), el error se manifiesta antes o después.

4. Ha llegado el tiempo del primer despunte de la crisis política

En nuestro análisis expresado anteriormente en multitud de ocasiones desde 2007 preveíamos una especie de “efecto dominó”: la crisis económica, en caso de prolongarse, generaría una crisis social y ésta, si se prolongaba, terminaría generando una crisis política. Estos pasos se han seguido de manera inexorable y ahora estamos ante los primeros despuntes de la última fase. Repasemos el proceso para encuadrar el movimiento del 15-M dentro del contexto de la crisis.

En 2007 se decía: “dos millones de parados es un problema laboral, tres millones de prados es un problema social y cuatro millones es una revolución”. No era así. El “entartainment” ha hecho que dos millones de parados fueran considerados de manera tan optimista que incluso cuando existían era preciso importar a seis millones de inmigrantes; cuando existían tres millones bastaba con ampliar las ayudas y cuando teníamos cinco, para calmar a la población ha bastado dar más sobredosis de telebasura y fútbol televisado a diario.

Pero el problema que se ha planteado al zapaterismo es que el superávit que tuvo en la primera fase de su gobierno, se ha ido agotando. ZP nunca supo por qué crecía la economía española y, por tanto, nunca se enteró de porqué decrecía. Se limitó a creer que se trataba de un percance temporal y que pronto la economía mundial tiraría de la española, por eso se podía aumentar subsidios y subvenciones y eso se hizo. Pero la crisis se prolongó, otros países salieron de ella, pero no España cuya estructura económica era de “monocultivo” (construcción-hostelería) y al ir prolongando los subsidios sin disminuir el gasto en otras actividades dio como resultado un agujero económico gigantesco.

El primer aviso de que estaba en ciernes la transformación de la crisis económica en crisis social se produjo durante la huelga convocada por los sindicatos minoritarios del sector de transportes en junio de 2008: unas pequeñas asociaciones habían conseguido detener los transportes por carretera. Sin embargo, en los dos años siguientes sorprendió el que los sindicatos se negaron a convocar protestas contra el gobierno y, cuando llegó la huelga general, se trató de un mero trámite para seguir siendo considerados como “agentes sociales”, en el que evidenciaron tener poco interés. De hecho, la movilización se hizo más en contra del PP que del Zapaterismo. Sin embargo, el hecho mismo de que se percibiera claramente que los sindicatos tenían poca capacidad de movilización, constituyó en sí mismo uno de los rasgos que hacía temer que la protesta social cuando estallase, los rebasaría.

El riesgo para la estabilidad del “régimen” nacido en 1978 era esta: que las dos columnas sobre las que se construyó, centro-derecha y centro-izquierda, entraran en crisis, introduciendo un factor de inestabilidad en la totalidad del sistema. Ello ocurriría inevitablemente si se prolongaba la crisis. En el momento actual, la columna de centro-izquierda corre el riesgo de colapsar. El hundimiento electoral de esta formación el pasado 22-M fue mucho más grave de lo que preveían incluso los más pesimistas dentro del partido. Inmediatamente, la sensación de crisis se trasladó a las federaciones regionales iniciándose un proceso de centrifugación que se acelerará cuando se cierren las urnas en las próximas elecciones generales. Ahora el PSOE paga diez años de errores en los que su sigla ha quedado sustituida por la sigla ZP. Y el recuerdo del Zapaterismo tardará en extinguirse.

En cuando a la otra columna, el centro-derecha, parece difícil que logre sacarnos de la crisis en poco tiempo. A la vista de sus propuestas económicas (ridículamente electoralistas unas: “bajar impuestos sin bajar prestaciones”), de sus silencios obligados (¿alguien ha oído el modelo económico que propone el PP?) y de sus lagunas (¿qué dice el PP sobre la globalización ahora que ya resulta evidente que beneficia a unos –el capital especulativo- y perjudica a todos los demás?), no cabe hacerse ilusiones. La estrategia del PP consiste en que las presiones de la UE obliguen a ZP a poner en marcha las reformas drásticas y neoliberales de la economía española y le ahorren a él tener que hacer el ajuste duro. Pero ambos programas para salir de la crisis son uno: el dictado por el capital especulativo y la finanza internacional y transmitido directamente a través de la UE, del FMI e indirectamente a través de los “mercados”. Así pues, el PP no será una solución, sino que en el período 2012-2014 se vivirá una sensación de “ajuste duro” con más privaciones y estrecheces para casi todos. Es cuestión de examinar lo que ocurrirá en ese momento.

Parece claro que con un centro-izquierda que saldrá desmantelado de las próximas elecciones y un centro-derecha que se ganará pronto el rechazo general (¿de qué hablará Intereconomía cuya única “bestia negra” es Zapatero?), y que no obtendrá ningún éxito inmediato por lo menos en su primera legislatura, la crisis social se habrá transformado y en crisis política. Porque si la columna de centro izquierda que sostiene al régimen también entra en colapso, es el sistema el que corre el riesgo de desplomarse.

El nacimiento del movimiento del 15-M responde precisamente a este esquema de la sucesión de crisis: aparece cuando la crisis social ya está muy avanzada, sustituyendo a unos sindicatos “huidos” y silenciosos e incluso atreviéndose a impulsar la convocatoria de una huelga general (que esta vez sí será masiva con millones de personas en las calles porque la convocatoria no estará lastrada por unos sindicatos desprestigiados y con la peor imagen posible, sino por un movimiento “joven y simpático” para la mayoría del país en el que cada cual ve justo lo que quiere ver) y cuando una de las columnas del régimen (el centro-izquierda) empieza a convulsionarse. De hecho, la tesis que hemos sostenido en el inicio de este análisis es precisamente que en el futuro el 15-M puede evolucionar como pieza de sustitución y de renovación de la “izquierda de papá” (tanto de IU como del PSOE) cuando esta se hunda definitivamente. Desde este punto de vista, el movimiento no es tan importante hoy, como lo puede ser en el futuro a poco que adquiera una coherencia interior y un estado de madurez (del que hoy dista todavía mucho de alcanzar).

Hemos rectificado la opinión que manteníamos inicialmente sobre la perennidad del movimiento que nos hicimos en sus primeras semanas (creíamos que a partir del 22-M se desmovilizaría), creímos luego que seguiría un proceso degenerativo (que en realidad se ha producido al integrarse colectivos marginales y desaparecer entre el 22-M y los quince días que siguieron a los grupos sociales que tenían verdaderos motivos para estar “indignados”), pero los errores cometidos en Barcelona con el caótico intento de desalojo de la plaza de Cataluña reavivaron el movimiento y el cerco al parlamento catalán, consolidaron el movimiento mucho más en Barcelona que en Madrid en donde, si no fuera la capital del Estado y terminaran allí convergiendo las protestas, probablemente lo que quedaría de la acampada de Sol serían marginalidad pura y simple (como ha quedado en Valencia, marginalidad, residuos de la izquierda radical y newagers).

El intento de recuperación que realizó el Zapaterismo se ha cerrado entre el fracaso y el ridículo, y la preocupación de Rubalcaba para evitar que se produjeran tensiones entre las fuerzas de seguridad del Estado y los “indignados” (como ocurrieron en Barcelona), obedece precisamente a la convicción de que el electorado del PSOE es el más sensible a la posición de los “indignados” y que los decepcionados con la política zapaterista irán a engrosar sus filas. Bastará con que un diputado del PSOE, en este momento, rompa con el partido y se manifieste a favor de los indignados para que un movimiento “sin rostro” (la máscara de Anonymus es, sin duda, otro de los hallazgos del movimiento) empiece a tenerlo.

Dicho de otra manera: el movimiento del 15-M es el primer despunte de la crisis política que se avecina, último estadio de la crisis del régimen que sigue a la crisis económica y a la crisis social. La “sucesión de crisis” y su “convergencia” en un Punto Omega, estación término del sistema de equilibrios políticos surgidos en 1978, es lo que tenemos ante la vista y el lugar natural de encuadre del 15-M.

© Ernest Milà – Infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://info-krisis.blogspot.comInfokrisis@yahoo.es – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.

 

 

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