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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Reflexiones sobre la inmigración (II de II). El problema no es religioso sino identitario

Infokrisis.- En esta segunda parte de las "reflexiones" intentamos establecer la naturaleza del problema que no es que la inmigración sea "molesta" por sus peculiaridades, ni siquiera que sea peligrosa a causa de su religion. El problema de fondo es que la inmigración masiva altera, desfigura y rebaja nuestra identidad. La religión forma parte de la identidad de algunos pueblos, pero casi nunca suele ser el origen del problema. La conclusión es simple: reforzar la propia identidad, reduciendo al mínimo imprescinible los flujos migratorios es la única garantía de eludir el espinoso problema de la alteración de nuestra identidad y del sustrato étnico de Europa.

 

4. ISLAM E INMIGRACIÓN

Ninguno de los rasgos del islam debería interesarnos gran cosa si se dieran en el otro lado del Mediterráneo. A fin de cuentas, a cada pueblo le corresponde alguna religión específica que ha arraigado más que cualquier otra en su entorno. Muchas religiones son exóticas y todas ellas nacieron en sociedades estamentales, por tanto, todas contienen en sus textos sagrados alusiones a la guerra y comprensibles especialmente por la casta guerrera: el Cristo pacífico del Sermón de la Montaña es también el que maldice a las ciudades de Betsaida y Corazaín que lo han recibido mal. El "maestro de amor" es, en la página siguiente, el que expulsa manu militari a los tenderos del Templo.

Se diría que los textos bíblicos aluden a dos “cristos”: uno guerrero y otro manso. Lo mismo ocurre con los textos islámicos: hay suras dedicadas a la casta guerra y que hablan su lenguaje de muerte, destrucción y liquidación de los adversarios, honor y victoria, mientras otras presentan al islamista como tolerante, alusivo de la violencia, caritativo y bondadoso. Lo mismo ocurre con el budismo, elaboración de un príncipe guerrero que es a la vez maestro de tolerancia y amor pero que no duda en sentenciar: “Si alguien molesta tu meditación, mátalo”. Los adeptos al Zen manejan la espada para decapitar pero la visión de un crisantemo les genera una lágrima de ternura. Y los viejos pagamos rendían culto a su dios en pie, pero llamaban a combatir en el Raknarök durante el ocaso de los dioses con la “hueste sagrada de Odín” formada por los guerreros muertos en combate, con el mismo énfasis que los tibetanos llaman hoy a formar en la guarnición de Shambala durante la batalla final contra las fuerzas del mal. Toda la historia de las religiones tiene su parte de guerra, muerte, destrucción y holocausto, pero también de honor y lealtad, historias de sacrificios y de privaciones por un ideal más alto, limpio y noble.

No nos puede extrañar por tanto que el islam hable de “pequeña” y de “gran” guerra santa, de la lucha contra otros ejércitos (la “pequeña guerra”) y de la lucha contra el enemigo interior que todos tenemos dentro y que nos impide llevar una vida limpia recta y pura (la “gran guerra”). Vale la pena leer todo lo que Evola escribió en su “Doctrina Aria de Lucha y Victoria” y en otros textos de análisis sobre al Tradición Guerrera (“Metafísica de la Guerra” especialmente, ambos en la Biblioteca Julius Evola, http://juliusevola.blogia.com), para encuadrar este aspecto del Islam dentro de la historia de las religiones. Haciéndolo, veremos que en este terreno, desde el punto de vista estrictamente doctrinal, el Islam es otra religión, nacida en otra época, en otras latitudes, adaptada para otros pueblos… pero no excesivamente diferente de cualquier otra forma religiosa.

Entonces ¿cuál es el problema? Dos y muy graves:

- El Islam es otra religión… pero no es la nuestra. Todos los contactos que el Islam ha tenido con Europa han sido por vía de las armas desde la “pérdida de España” hasta el cerco de Viena y la lucha contra los piratas berberiscos que duró hasta tiempos modernos. Europa ha establecido la “libertad de culto” ya desde el mundo clásico y, por tanto, no ha tenido inconveniente en que algunos miles de europeos en las últimas décadas se convirtieran tanto al Islam como a cualquier otra religión. No eran árabes o magrebíes quienes traían “su” Islam, sino europeos que se convertían al Islam conservando su cultura y sus rasgos antropológicos. Estos contingentes nunca manifestaron tendencias extremistas sino que se limitaron a llevar su fe íntimamente. Y mientras esto duró, nadie les molestó. Sin embargo, con la inmigración masiva llegó una forma de islam primitivo, supersticioso y fatalista que nada tenía que ver con Europa. El islam, en ese momento, dejó de ser una opción religiosa personal para convertirse en un riesgo para la identidad europea. Al igual que en medicina homeopática, un veneno puede ser incluso convertido en un remedio a condición de variar la dosis: hoy la dosis islámica que está recibiendo Europa es masiva y convertida en un riesgo.

- El Islam no ha evolucionados desde la época en la que nació, y hoy estamos en el siglo XXI. Su monoteísmo extremo (muy diferente del católico) y propio del paisaje monocorde del desierto, hace que se conserve en su práctica ritual y en sus aspectos antropológicos, prácticamente como en el siglo VII, hasta el punto de que basta por si mismo para explicar el atraso secular de los países islámicos. De no haberse hallado bolsas de petróleo en esos países, su situación no sería muy diferente del interior del continente africano: incapacidad para superar el estadio de tribu, incapacidad para entender el concepto de Nación, incapacidad para seguir los ritmos de la historia.

- El Islam no está donde nació, sino que está entre nosotros. Ha llegado a través de la inmigración. Mientras el Islam era conocido apenas por unos pocos miles de europeos que, fundamentalmente siguiendo a Guénon, habían hecho de él “su religión” a fin de poder enlazar con una forma tradicional que consideraban más viva, no había problema. Antropológica y culturalmente eran europeos aunque su fe fuera islámica. Sin embargo, la llegada masiva de inmigrantes, que, casi completamente, tienen una visión básica del islam, extremadamente somera y, por tanto, simplista y con tendencia a practicar un fanatismo supersticioso que ya está desterrado de las concepciones con las que cualquier europeo asume el hecho religioso, han ahogado al “islam autóctono” sumergido por millones de fieles supersticiosos en absoluto interesados por los aspectos tradicionales del Islam y mucho menos por su esoterismo, ni siquiera por los aspectos más accesibles del sufismo.

- El Islam tiene una increíble capacidad para deslizarse hacia sus actitudes más radicales. Véase por ejemplo, los casos de Palestina, Afganistán e Irak en donde son frecuentes los atentados suicidas ¿por qué? Por desesperación en primer lugar y luego por comparación entre la magnitud del sacrificio (una fracción de segundo de dolor mientras el cuerpo se hace trizas) y la magnitud de la recompensa prometida (una eternidad vivida con 33 años de edad, en erección permanente, como propietarios de siete palacios de jade, cada uno con uno con siete harenes de setenta y siete concubinas, ciertamente una visión muy sensualista de la felicidad en el más allá que puede interesar especialmente a quien ha conocido miseria en el más acá…). Se trata de suicidios instigados no por el desprendimiento… sino por la sensualidad. ¿Y en Europa? ¿Por qué los islamistas se radicalizan? : por reacción ante lo que les está vedado y les resulta inaccesible. Han venido aquí atraídos por los escaparates del consumo, pero una vez en Europa comprueban que la mayoría de ellos jamás tendrán acceso a lo que desean (coches de alta cilindrada, dinero en abundancia, comodidades, lujos, poco trabajo, mujeres rubias su fantasía obsesiva, etc.). El desfase entre el sueño y la realidad se traduce en una frustración que los imanes pueden “explicar” con facilidad: “Los europeos, degenerados y débiles nos han sido dados por Alá para que los dominemos con la fuerza que el viento tuerce una caña”. Es el odio social, la frustración, el complejo de inferioridad que frecuentemente aqueja al excolonizado con resentimientos y reacciones irracionales, la ira ante lo inalcanzable, todo esto, mucho más que la religión, es lo que genera la hostilidad creciente de comunidades inmigrantes (no sólo islámicas) contra Europa y contra los países de acogida. Cuando esa sensación aparece, la religión aporta los valores y actitudes en función de los cuales se intenta superar esa frustración. Por eso se dice que ante las crisis personales y sociales, la gente siempre, siempre, siempre, tiende a refugiarse en la religión y en su concepción más primitiva y radicalizada: porque sólo ella es capaz de dar un sentido a la crisis, a las privaciones y al deseo de revancha, venganza y revuelta. El fundamentalismo religioso siempre es la única esperanza para los desesperados.


5. UN PROBLEMA DE ARRAIGO E IDENTIDAD

Así pues, nuestra conclusión es que lo que tenemos ante la vista no es una lucha contra la religión islámica sino una lucha contra la inmigración masiva. Esta lucha no tiene nada que ver con lo que ocurre fuera de Europa y no puede estar condicionada ni determinada por los intereses de los EEUU o del Estado de Israel a causa del conflicto de Palestina tal como aspiran los instigadores de la “campaña Eurabia” y  que tan irresponsablemente difunden quienes creen que, por encima de todo, de lo que se trata es de denunciar a la religión islámica con no importa qué argumentos, por zafios, erróneos e ignorantes que sean.

Reducir la lucha contra la inmigración masiva a la lucha contra el islam es un error en la medida en que hay más inmigrantes presentes en Europa que los islamistas y el problema no es religioso sino de identidad.

Hay algo que condiciona mucho más que las creencias religiosas: el material genético con el que están constituidas las poblaciones, vinculado a determinadas formas antropológicas y culturales. De la misma forma que los mamíferos superiores desarrollan instinto que condicionan su existencia (instinto territorial que genera patriotismos, instinto de supervivencia vinculado a la reproducción sexual, instinto de agresividad que genera guerras y reacciones de autodefensa, etc.), así mismo están arraigados a la tierra en la que han nacido y ésta les ha proporcionado una identidad que se concreta en unas formas culturales específicas que nacen ahí y no en otro lugar.

El inmigrante pakistaní, el andino, el subsahariano, el magrebí, el llegado del Este europeo, el romaní, el europeo trasladado al Cono Sur que regresa luego a Europa como inmigrante, todos ellos tienen distintos comportamientos y distintas capacidades para integrarse en la sociedad de acogida. Incluso dentro del mismo país, dependerá de si pertenecen  a uno u otro grupo étnico que se integrarán mejor o peor. El comportamiento de la etnia romaní nómada procedente de Rumanía no es el mismo que el del rumano consciente de pertenecer a una cultura del Este Europeo. El comportamiento del chileno o del argentino de origen europeo es muy diferente a los de origen andino.

Y lo que es más interesante: tal como demuestra la inmigración que lleva varias décadas en Europa, el comportamiento del inmigrante africano (magrebí y subsahariano) y su capacidad de integración varían extraordinariamente de la primera a la segunda generación. El inmigrante de primera generación muestra un arraigo mantenido en relación a su tierra natal: está en Europa, pero vive como africano o andino, su corazón y sus sentimientos están allí aunque él esté en Europa. Ha venido a trabajar y trabaja en lo que puede cuando hay trabajo. Pero con la segunda generación la situación se agrava: el hijo del inmigrante ya no es de “allí”, pero tampoco se siente de “aquí” por mucho que en su pasaporte se reconozca doble nacionalidad.

A diferencia de la segunda generación de inmigración interior que en los años 50–70 trasvasó contingentes enormes de población de una región a otra de España sin generar problemas de integración ni fricciones en la medida en que existía una contigüidad antropológica y cultural entre la región emisora de inmigración y la región receptora, ni en la primera ni en las sucesivas generaciones, con la inmigración llegada del exterior ocurrió un fenómeno perverso y lo mismo ocurrió con los inmigrantes españoles que se desparramaron por Europa en los años 50–70.

En cambio, el magrebí de segunda generación perdió su identidad: ni era europeo, ni magrebí. Le repugnaba tanto el que su tierra hubiera sido colonizada (psicológicamente –y recalcamos lo de “psicológicamente” por que, en realidad, la colonización fue no tanto un sometimiento como una aportación cultural cuyo error consistía en pensar que el colonizado iba a asumir sin resistencia una identidad que no era la suya– esto implicaba, de hecho, reconocer la propia inferioridad: en la medida en que se acepta implícitamente que el colonizado siempre es “inferior” al colonizador…). Le acomplejaba estudiar historia, estudiar ciencia, estudiar filosofía y percibir que casi todas estas ramas del saber están completamente huérfanas de personajes de su etnia y el elemento dominante es europeo. Y eso es completamente irremediable que no puede cambiarse.

Este complejo de inferioridad se acentuaba al mirar los escaparates de consumo europeo y percibir que, mediante el trabajo cotidiano que veía desarrollar diariamente a sus padres, no iba a tener jamás acceso a esos objetos del deseo. Para colmo, compara a las mujeres de su grupo étnico, cubiertas con velos, y le resulta inevitable compararlas con los cuerpos europeos de mujeres en topless en las playas a las que no puede evitar desearlas… aunque con frecuencia es rechazado por ellas. A eso le llama “racismo” aun cuando sea el producto de una práctica habitual en la historia de la humanidad: “lo semejante se une a lo semejante”. El joven inmigrante de segunda generación experimenta una sensación de rechazo que se une al complejo de inferioridad del colonizado. Y ningún esfuerzo para "facilitar la integración" realizado por el Estado o por la sociedad de acogida

Ignora quien es, experimenta una sensación contradictoria de carencia: Europa le gusta, pero sabe que nunca podrá ser “europeo”. Se sabe originario de otras tierras, pero esas tierras le repugnan en su mojigatería, en sus hábitos culturales, en su atraso secular. Esto hace de él un personaje inestable y con comportamientos socialmente turbulentos.

Peor es la situación de la segunda generación de inmigrantes subsaharianos: en África Negra el elemento esencial de organización es la tribu. La tribu es una comunidad que ofrece “servicios” ante la inexistencia práctica de otros conceptos habituales en Europa. La sexualidad africana y su tendencia a la promiscuidad hacen que la institución de la familia sea excepcionalmente débil en África Negra. Los hijos no suelen ser educados por los padres a la vista de la volatilidad de las uniones; es la tribu quien educa a los hijos; la tribu trasmite las tradiciones de la tribu, la tribu se convierte a sí misma en un factor de estabilidad mediante un amplio repertorio de técnicas, desde los ritos de tránsito a la organización en sociedades específicas de hombres a un lado y de mujeres en otro. Y el sistema funciona… en África.

Pero una vez trasplantado a Europa, el inmigrante procedente del África Negra, ha dejado atrás a la tribu. La inestabilidad familiar habitual en las sociedades subsaharianas sigue siendo la misma que en África, pero ya no hay tribu capaz de asumir la tutela y educación de los recién nacidos hasta su pubertad. El resultado es catastrófico tal como demostraron los incidentes de noviembre de 2005 en las aglomeraciones de inmigrantes en Francia.

La segunda generación procedente de África Negra se muestra imposible de controlar y educar a través de los canales habituales en Europa y, al igual que los magrebíes, se convierten en focos de inestabilidad para los países de acogida. La reacción de los originarios de África negra es todavía mayor en la medida en que desarrollan un complejo de inferioridad incluso superior a otros colectivos. Podemos imaginar lo que supone para un niño de color asistir a clase y a lo largo de su formación percibir que ni un solo miembro de su raza parece estar presente en las distintas ramas del saber que se transmiten en la escuela.

A pesar de que estos inmigrantes de segunda generación nacen en hogares mayoritariamente islámicos, solamente unos pocos –y es importante destacarlo porque contradice por sí mismo a la tesis de “Eurabia”– asumen el islam como religión. La influencia de los imanes en los disturbios que sacudieron Francia en noviembre de 2005 fue prácticamente nula. Las revueltas de 2005 fueron completamente “laicas” y el odio se orientó no tanto hacia las iglesias católicas como hacia los establecimientos del Estado (comisarías, cuarteles de bomberos, escuelas, centros cívicos, transportes públicos…).

En general, la inmigración a horizontes lejanos, cuando existe una brecha cultural y antropológica, tiende a empobrecer culturalmente a los inmigrantes de segunda generación y a desposeerlos de rasgos identitarios propios: ni son una cosa, ni son otra, son un híbrido “mestizo” que, como aplicación de las leyes de la Psicología de las Muchedumbres de Gustav Le Bon, no asumen “lo mejor” de cada cultura… sino “lo peor”, lo menos esencial de cada una de ellas.

La inmigración es, en definitiva, negativa tanto para el mantenimiento de la cultura del país de acogida como para la identidad de los propios inmigrantes. El tan cacareado “mestizaje” no se sitúa por encima de la cultura inmigrante o de la del país de acogida, sino muy por debajo del nivel cultural más bajo de cada una de ellas.

Lo mismo ocurre con los inmigrantes andinos que experimentan el mismo complejo propio del colonizado y que reaccionan a la manera de Evo Morales, manifestando, de un lado, su hostilidad a “la Hispanidad” y a todo lo que les legó la cultura española al trasplantarse a América; y de otro, mediante la recuperación de las culturas andinas… que habían desaparecido prácticamente en su totalidad a finales del siglo XVI y de las que apenas existían datos fragmentarios.

La habilidad de Evo Morales ha consistido en “crear”, literalmente de la nada, a partir de unos cuantos monumentos de piedra y de unos pocos testimonios documentales (habitualmente escritos por los propios colonizadores…), así como por fragmentos aislados de tradiciones indígenas en estado de agonía, y presentar todo esto como una “alternativa” a la colonización. Chávez, al menos, ha sido más prudente haciendo del Simón Bolívar histórico el eje de su “mito”. En cualquiera de los dos casos, el resultado es el mismo: hostilidad hacia Europa e intentos de arraigo en una real o supuesta tradición local. Tanto Venezuela, como Bolivia, como parte del mundo árabe se permiten estas actitudes gracias a un bien que poseen en común: el petróleo. El petróleo les “financia” la búsqueda o la construcción de una identidad.

¿Dónde entra la religión en todo esto? Los católicos españoles se equivocaron al pensar que los contingentes andinos revitalizarían a la iglesia española, cuando en realidad han tenido mucho más impacto en el crecimiento de las sectas evangélicas, los grupos protestantes y comunidades como mormones, adventistas, testigos de Jehová, etc. ¿Le interesa la religión a un inmigrante de segunda generación? No lo parece, salvo a grupos muy minoritarios, contrariamente a lo que afirman los “eurabianos”.

La religión es un factor identitario para los inmigrantes de primera generación, pero las experiencias y los estudios realizados en Europa demuestran que en las generaciones siguientes el problema religioso pasa a segundo plano y lo que se convierte en elemento indeseable es precisamente la pérdida de toda identidad (a fin de cuentas, una religión no es más que un factor de estabilidad social, algo que vale también para el Islam y sus preceptos) y un innegable proceso de aculturización que hace de esa segunda generación el verdadero riesgo de la inmigración… ¡que en Europa se ha demostrado que no hay forma de reconducir ni de integrar!

La pérdida de toda identidad propia del inmigrante de segunda generación, y esa sensación de “no ser ni de aquí ni de allí” termina generando un odio hacia todo lo que supone “identidad” y un afán destructivo contra cualquier forma de “identidad”. Esto por lo que se refiere a la mayoría.

Pero todavía puede ocurrir un fenómeno más perverso. En tiempos de crisis, cuando se está en trance de perder toda esperanza en el futuro, la religión siempre supone un clavo ardiendo, la esperanza para desesperados de la que hablábamos antes. En este sentido, el Islam trasplantado a Europa ha sido uno de esos clavos ardiendo para unos cuantos miles de jóvenes originarios de países islámicos (especialmente paquistaníes y magrebíes). Su reacción ante la crisis ha sido arraigarse en su propia identidad y tender a reforzarla. Y en el mundo árabe y magrebí, el islam aporta la mayor parte de su identidad en la medida en que trasciende el plano religioso y se convierte en una forma de organizar la sociedad.

Para colmo, en tiempos de crisis aparecen formas extremas de “reduccionismo” esto es, intentos de explicar la crisis mediante el “Es voluntad de Alá” o “Dios lo quiere”, explicaciones simplistas (“Las desgracias son el resultado de nuestras faltas”) y las soluciones radicales (“Vivir intensamente el islam” o cualquier otra religión). Y esto tiene una extraordinaria tendencia a deslizarse hacia el radicalismo religioso.

En ese sentido, el examen del comportamiento de las comunidades islámicas en Europa demuestra que basta que en una comunidad inmigrante aparezca un imán radicalizado para que en pocos meses, esa comunidad, hasta entonces en fase de integración, cambie completamente: de un día para otro, las niñas usan velo islámico, dejan de hablar con europeos de su edad, la comunidad islámica tiende a cerrarse en sí misma, aparecen síntomas de desprecio hacia el estilo de la vida de la comunidad de acogida que pasa a considerarse “degenerado y contrario al Corán”. La religión se convierte entonces en problema, pero el problema no es la religión sino la concentración de inmigración que en tiempos de crisis hace que ésta sea para ellos particularmente aguda.

6. ALGUNA CONCLUSIÓN APRESURADA

Siempre, cuando la inmigración supera el 5% en el seno de una comunidad, aparece el conflicto. El 5% parece marcar la divisoria entre lo que se puede “integrar” o que, al menos, puede convivir sin problemas y lo que resulta inintegrable y con una convivencia progresivamente difícil. Y esto ocurre con todas las comunidades étnicas. El factor religioso, cuando existe, ciertamente puede desarrollar tendencias hacia el radicalismo y es, siempre, un factor de identidad, pero el problema no es la religión en sí misma, sino la identidad de la que la religión es una parte y en función de la cual los fundamentalismos intentan organizar su vida y la de su comunidad por encima de las leyes del país de acogida.

¿Cuál es el problema, a fin de cuentas? El problema radica en que existe una brecha antropológica entre la identidad europea y la identidad islámica o la identidad andina. Esa brecha está anidada en la genética de las poblaciones: la identidad, en este sentido, es un instinto más, como el instinto territorial, el de reproducción o el de agresividad. Permite a una comunidad sobrevivir y tener un rostro propio. El fenómeno de la inmigración tiende a diluir y alterar ese sistema de identidades, tanto en la comunidad inmigrante como en la comunidad receptora y, por tanto, es un medio para desestabilizar a las comunidades.

¿Y la solución? La solución es simple. Si la inmigración es un producto de la globalización (la optimización de las inversiones y de la producción logrando que la inyección masiva de inmigración en Europa abarate el precio de la mano de obra) el problema-fuente es la globalización. Si el péndulo de la globalización llegó en 2008 hasta sus consecuencias extremas, la crisis desencadenada a partir de aquel momento evidenció la necesidad de asumir la DESGLOBALIZACIÓN como una exigencia para restablecer la normalidad.

Y esto implica en la materia que estamos tratando, por una parte, cortar los flujos de inmigración a Europea, en seco y radicalmente y, en segundo lugar, proceder a las repatriaciones masivas de inmigrantes en paro de larga duración, inmigrantes en situación de ilegalidad, inmigrantes presos o a la espera de juicio y favorecer leyes que eviten concentraciones de inmigración superiores al 5% en localidades, barrios y comunidades; reforzar la propia identidad en lugar de renunciar a ella, atenuarla y aceptar las veleidades gilipollescas del “mestizaje” y genialidades similares.

Sólo así la inmigración será “sostenible”: cuando ni amenace ni altere la identidad de la comunidad de acogida y solamente en número estrictamente necesario, algo que no depende de la voluntad de los individuos sino de las necesidades –si existieran– de la comunidad de acogida.

¿Y la religión? En una Europa laica, la religión se recluye en el ámbito personal. Y, por supuesto, la religión que corresponde a Europa, y por tanto, la única que puede recibir un trato especial, es el cristianismo y en España el catolicismo.

¿Y “Eurabia”? El intento de hacer partícipes a los europeos de los problemas de Oriente Medio es un intento rechazable y denunciable como intento de los laboratorios de op-sic del Mosad. Su problema no es nuestro problema. ¿”Eurabia”? ¿Y por qué no “Euroandinia”? ¿O Euroafricalandia? No, el problema de Oriente Medio no es nuestro problema. La inmigración masiva y la desfiguración de nuestra identidad si lo es y en este sentido, el islam es un problema, pero no el único: el problema es lo masivo de la inmigración, venga de donde venga.

© Ernest Milà – infoKrisis – infoKrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen

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