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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

LOS PROBLEMAS DEL ACTUAL SISTEMA POLITICO

Infokrisis.- Hacia 1994 compusimos unas notas para un ensayo que finalmente no llegamos a escribir sobre los absurdos de la "democracia" moderna. Había, en la época, algo que nos interesaba particularmente: las relaciones entre animismo y concepción democrática del poder y a ello le dedicamos unas notas. Salvo este tema, comprobar que no existían argumentos nuevos contra la democracia fue lo que nos impulsó a cesar de investigar en esa dirección. A decir verdad, la crítica realizada en los años 20-30 contra la democracia, conserva hoy toda su actualidad. Esta crítica puede resumirse así: la democracia liberal tiene una increible tendencia a deslizarse hacia partidocracia (poder de los partidos) y la plutocracia (poder del dinero). Los partidos rompen el cuerpo nacional y temrinan haciendo que sus intereses "de parte" priven sobre los intereses de la comunidad. La democracia cuantitativa solamente sería aceptable desde el punto de vista teórico, si el valor de cada voto fuera realmente el mismo. Lamentablemente no es así: la igualdad es pura ficción y la paradoja sería de 51 violadores, criminales, toxicómanos y asesinos, en lógica democrática, tendrían más valor y decidirían sobr 49 premios Nobel... La democracia partidocrática es a la política lo que el liberalismo es a la economía: un signo de los tiempos que aparece con la irrupción del "tercer estado" a finales del siglo XVIII y que sufre un proceso degenerativo bien estudiado. Nos ha parecido curioso traer a colación estos apuntes realizados sin gran elaboración.

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A partir del núcleo americano de irradiación, la nueva forma política se extendió a todo el mundo. En lo político se llamó "nacionalismo", en la organización del Estado "democracia", en lo económico "liberalismo", en filosofía fue "ilustración", en lo social supuso un momento hegemónico de la burguesía. Doscientos años después el nacionalismo ha sido causa constante de guerras y conclictos; la democracia ha sufrido una serie de degeneraciones; la teoría democrática se sigue enseñando en las Universidad e informando las leyes fundamentales de los Estados; el liberalismo económico ha generado desarrollo y prosperidad, pero también ha sido fuente sin fin de injusticias sociales y matriz de bolsas de pobreza y subdesarrollo. En cuanto a la burguesía, la evolución del sistema económico, le ha restado su privilegiada posición y hoy vive una nueva realidad, amenazada por el empobrecimiento, mientras se ha creado una nueva aristocracia económica, detentadora del capital financiero, que ya nada tiene que ver, ni en mentalidad ni ritmo de vida, con las categorías burguesas.

El sistema que nació en el siglo XVIII está enfermo y condenado. Recientemente se han elevado las primeras voces -irreprochables, en cuanto a su independencia y alejamiento de intereses políticos concretos- que claman por una revisión del sistema política y advierten sobrela esclerotización de las formas políticas en vigor. Al llamamiento del "Club de Roma" -"La Primera Revolución Global"- han seguido tímidas reacciones de personalidades independendientes y comunicadores, advirtiendo sobre el callejón sin salida al que se enfrenta la "res publica".

EL "MENOS MALO DE TODOS LOS SISTEMAS POSIBLES"

Esta frase, mencionada por Winston Churchill, suele ser citada habitualmente por los defensores del sistema democrático liberal a modo de última trinchera. Estaríamos tentados de darle la razón sino fuera por que desde que fue enunciada han pasado más de setenta años, tiempo en el curso del cual la humanidad ha variado más que en los doscientos años anteriores y esto nos remite a la inadecuación del sistema político a la realidad actual. Pero hay algo más.

En mayo de 1968 las calles parisinas vivieron todo tipo de manifestaciones y declaraciones exajeradas, pero, a la postre, aparecieron también algunas iniciativas interesantes y, ciertamente, por última vez en este milenio, la juventud intentó tomar las riendas de la historia, siquiera el mes antes de las vacaciones escolares. "Imaginación al poder" fue una de las consignas menos repetidas entre las barricadas -no olvidemos que lo esencial de la agitación callejera fue guiada por estudiantes marxistas-leninistas y trotskystas, con sus catecismos y libros sagrados- pero que han pasado a caracterizar aquel movimiento.

Es imposible sostener eternamente que la democracia es el menos malo de todos los sistemas posibles y negar a la imaginación el derecho a buscar alternativas. Y, sin embargo, los gobiernos en el poder se niegan pertinazmente a realizar reformas, por nimias que sean, a la actual ordenación política. Cualquier constitución establece en sus primeros párrafos su inamovilidad, como si se tratara de una ley sagrada, metafísicamente inmutable; paradójica-mente, la historia política de los países occidentales ha sido en los últimos doscientos años, un cementerio de textos constitucionales.

LAS DEGENERACIONES DE LA DEMOCRACIA

Es fácil entender los motivos de esta cerril negativa a que la imaginación se vuelque en el terreno política. La política se ha convertido en el coto cerrado de los políticos; y estos se han profesionalizado. El político vive y se alimenta gracias al sistema que le ha permitido acceder a los mecanismos de poder. Lógicamente está agradecido al sistema que le ha beneficiado y poco dispuesto a realizar modificaciones que le harían perder su situación privilegiada.

En segundo lugar, el político vive una vorágine diaria que distorsiona y limita su visión de la realidad: en realidad el político solamente tiene contacto con la realidad social durante los períodos pre-electorales en los cuales las reglas del juego implican el que deba aparecer casi necesariamente postulando votos por mercados y fábricas, puerta a puerta o a través de las calles. Acabada la campaña electoral y elegido, el candidato pasa a otro nivel de la realidad: la que limita su radio de acción a los alfombrados corredores del Parlamento, a los restaurantes de campanillas en donde recibe a periodistas, comparte cubierto con otros políticos o a los puentes aéreos en donde recibe muestras de simpatía o cuanto menos es observado con interés. Pero la sociedad está en otra parte.

Su quehacer cotidiano tiene mucho que ver con la aprobación de leyes de escaso interés y mínima incidencia; por otra parte, se le requiere que carezca de opinión propia, su posibilidad de volver a figurar en la lista de su partido en las elecciones siguientes, va en función de que no sea problemático y se limite a apretar el botón correspondiente a requerimiento del jefe de grupo parlamentario. Luego están las intrigas interiores del partido, la tarea de promoción personal, el tener que recurrir a entrevistas, debates, la necesidad de asistir a fiestas sociales ineludibles, a recepciones oficiales en las que su ausencia sería objeto de comentarios. Además debe dormir un mínimo... ¿qué tiempo tiene un político para pensar? ¿cuándo puede plantearse, él o su grupo, la necesidad de algo que vaya más allá de lo inmediato y puntual? ¿cuándo tendrá tiempo de establecer estrategias a largo plazo que afronten problemas de prospectiva? ¿qué le importa como será el mundo dentro de cincuenta años y las medidas para corregir desvia-ciones, lacras o problemas futuros? lo único que le preocupa es el aquí y el ahora.

Nuestro pobre político no es un especialista en todo; el sadismo de sus dirigentes partidarios y del sistema radica en que se le obliga a opinar y a entender sobre cosas de las que nunca ha oido hablar, ni probablemente volverán a interesarle en su vida: un día deberá votar una ley sobre alquileres e incluso se le habrá requerido para que estruje sus neuronas en la búsqueda de la mejor ley posible; en otras votará unos farragosos presupuestos generales, él que no tiene ni idea de economía y que solo es un abogadillo de provincias; puede ser, incluso, que tenga que participar en una comisión de Defensa Nacional o de investigación sobre sectas, o cualquier otra lindeza: él, que solo pretendía ser elegido para satisfacer su ego, para lograr un modus vivendi más cómodo para él y para sus familiares y amigos, él que está felizmente casado y se le exige su presencia en la capital del Estado lejos de sus seres queridos... Se exige de nuestro pobre político tantas cosas sobre las que no tiene ni idea, tantos esfuerzos y sacrificios, que entonces puede entenderse la aprobación continua de leyes que no tienen desembocaduras prácticas o de instituciones que se superponen unas a otras sin que sus límites queden bien diferenciados. Se dice desde el mundo clásico que un Estado es más injusto contra más leyes produce... y nuestros estados modernos se han transformado en expendedores de leyes y decretos que legislan todo lo legislable en floridos e inextricables compendios que apenas sirven para otra cosa que para judicializar la vida pública y las costumbres sociales. En varios estados de los EE.UU. las leyes tienden incluso a legislar la intimidad del lecho conyugal, pero incluso en nuestro país alguién pretende legislar las relaciones de los padres con los hijos... Además, quienes establecen, discuten y aprueban las leyes apenas tienen idea sobre lo que legislan y, en la mayoría de los casos, ni siquiera un conocimiento directo; puede entenderse el porqué algunas leyes son tan absolutamente imperfectas e incluso mal redactadas, incomprensibles y susceptibles de interpretaciones contradictorias, ¿qué otra cosa se puede exigir a gentes que no son especialistas en casi nada?

Nuestras democracias son cuantitativas, en ellas rije la ley de las mayorías y minorías. La ley del número contribuye a acelerar el proceso degenerativo de las democracias. Dado que la elección es realizada por mayorías no cualificadas, el político para ser elegido deberá halagar al ego de las masas. Realizará promesas de futuro radiante y esperanzador, se cuidará muy mucho de mencionar en sus discursos los aspectos problemáticos o conflictivos que pudieran repercutir negativamente en las msas, so pena de arriesgarse a no salir elegido. Si es un demagogo bien dotado, logrará cautivar a las masas y si está apoyado o es capaz de aparecer más veces que sus oponentes en los medios de comunicación, tendrá más posibilidades de salir elegido. No hay otra forma de salir elegido en un sistema demoliberal que alagar a las masas y realizar promesas, aun a sabiendas, de su imposibilidad de cumplirse.

Pensemos por un momento en un candidato que diga a sus electores: "Mirad, queridos, nosotros que somos partidarios del libre mercado, implantaremos el despido libre y los contratos-basura por que es la primera regla del juego para rentabilizar los negocios". Posiblemente sería linchado en el curso de la misma campaña. Imaginemos lo que habría sucedido en 1981 si el PSOE se hubiera desembarazado de sus ambigüedades del género de "¿La OTAN? De entrada, no" y hubiera sincera su posición: "¿La OTAN? de cabeza", o imaginemos si en 1981 la sensibilidad de la población en relación al problema de las drogas ("despenalización") hubiera sido la misma que en 1993 ("cumplimiento completo de penas por delitos de narcotráfico")... y es que los partidos tienen unos programas cambiantes, no en función de sus propios principios ideológicos, sino de las oscilaciones del electorado.

Por otra parte, los programas de la mayoría de partidos se parecen cada vez más unos a otros. Los partidos, con el paso del tiempo, han ido limando sus aristas: por de pronto han empezado a renunciar a los grandes sistemas ideológicos para zambullirse en el mero pragmatismo, luego la "realpolitik" y la mentalidad del electorado les ha inducido a converger en lo esencia y diverger solo en lo accesorio, encontrando los grandes motivos de colisión en aspectos concretos de gestión, no en los conceptos que rigen tal gestión.

Los partidos políticos así concebidos han dejado de ser opciones ideológicas, pasando a la categoría de conglomerados de círculos de influencia, muy fragmentados interiormente y organizados en fammilias y tendencias que tienen como denominador común el afán por gestionar el poder y vivir bajo sus mieles,

El peligroso sistema electivo basado en la ley cuantitativa del número ha provocado una caida de nivel de la tensión política en los Estados. Ya hemos visto a qué conduce esto: no estamos ante una democracia, sino ante una partitocracia, en la cual todo el poder pasa a través de los partidos políticos; pero ¿qué son hoy, en definitiva, los partidos? No desde luego grandes estructuras repletas de cuadros y militantes; la mayoría solo existen como partidos en horas pre-electorales y como staffs proveedores de cuadros para la administración pública cuando llegan al poder.

Los bajos niveles de filiación a los partidos políticos contrastan con la amplitud de las áreas de poder que se han arrogado: representan poco, cada vez menos, incluso electoralmente, en la medida en que los índices de abstención en el mundo desarrollado oscila entre el 55 y el 35%, a nivel militante su importancia es numéricamente despreciable, y sin embargo, su poder está presente en todos los ámbitos de la vida de un Estado: desde el consejo de Radiotelevisión, hasta los Ayunta-mientos de barrio, pasando por las Cajas de Ahorros y así sucesivamente.... ¿cómo podemos pensar que alguna vez quienes lo tienen todo vayan a renunciar a algo por voluntad propia?

Las consecuencias de esta situación son las que todos conocemos y que están presentes tanto en nuestro país como en cualquier otro del mundo democrático: nepotismo y amiguismo, corrupción (capitulación de la política ante la economía, el individualismo y el afán de lucro), la ausencia de soluciones a corto y medio plazo, y finalmente el divorcio entre el país real y el país oficial, junto a la agudización de los procesos en crisis hoy abiertos.

MISTICA DEMOCRATICA Y ANIMISMO

Un sistema que se asienta sobre un concepto erróneo, la ley del número, puede funcionar más o menos bien durante un tiempo, desafiando las leyes de la lógica, pero esta, antes o después se impone. Resulta sorprendente el que aun hoy la partitocracia sea incuestionable para algunos -especialmente para sus beneficiarios y para ciertos teóricos políticos poco imaginativos- toda vez que si descendemos a sus rituales democráticos concretos, adquiere el problemático aspecto de una religión animista propia de pueblos primitivos. Obsérvese sino.

Ya hemos dicho que la partitocracia tiene como vector fundamental el reduccionismo de lo humano a lo meramente cuantitativo y mecanicista (un hombre, un voto), algo que resulta excesivamente pobre y deslucido para que pueda tener eco entre gentes cultivadas y cenáculos intelectuales. Hacía falta envolver este concepto de un halo místico y de un envoltorio que recubriera su vanalidad intrínseca.

Los teóricos de la democracia proclaman que este es el mejor sistema para hacer valer la "soberanía popular", un concepto difícilmente definible pero que vendría a estar implícito en el mmismo concepto de la democracia entendida como "mando del pueblo". Pero "el pueblo", que no puede mandar directamente delega, su "voluntad" en unos representantes que son investidos en una ceremonia y en los cuales, la suma de las voluntades populares se hipostatiza y adquiere el carisma de una legitimidad metafísica para ejercer el mando. Observar detenidamente el proceso es importante porque veremos hasta qué punto refleja la existencia de un arquetipo iniciático y animista laicizado.

Las campañas electorales renuevan y vivifican la "voluntad popular", tienen sus ritos específicos e ineludibles: el mitin, la ceremonia de instauración de la primera piedra (en este caso la primera pegada de carteles), la postulación de los candidatos, los duelos singulares considerados como los juegos olímpicos antiguos como aquellas pruebas en donde el "justo" evidencia su estado frente al "injusto". A esto sigue una "jornada de reflexión" equivalente al período de ayuno y abstinencia inmediatamente anterior a cualquier ceremonia iniciática o a la administración de un sacramento. Y al igual que en estos ritos de paso, la ceremonia del voto viene precedida por la estancia en una "cámara oscura", en soledad, en donde se madura el acto que va a realizarse. Los masones antes de entrar en logia para ser iniciados en el grado de Aprendiz redactan en la cámara oscura su "testamento filosófico" y los electores en una sala parecida meditan por última vez la importancia de su opción. Luego cierran el sobre y acuden a la mesa electoral siguiendo un ritual que termina con el tradicional "ha votado!" gritado por el sacerdote oficiante con el visto bueno de los vigilantes enviados por los distintos partidos. La mesa electoral, por lo demás, tiene el carácter de un ara sagrada; sobre ella se contienen los rituales necesarios para el culto: la urna, los sacerdotes y los testigos. A una hora concreta, ni antes ni después, tiene lugar el recuento de votos, la ruptura de los sellos de las urnas: las "voluntades populares", traspasadas a la papeleta, después de un ritual mágico cuidadosamente establecido (campaña, jornada de reflexión, cámara de meditación, cierra del sobre, entrega en urna), se suman, dejan de ser patrimonio de las unidades individuales que las han depositado y se transforman en un ente común gracias al cual, mediante otra operación mágica -el acto de investidura- se hipostatizan sobre los señores diputados o los cargos electos. Estos, por mor de este ritual, se convierten automáticamente en inviolables e infalibles: inviolables porque a ellos no llega la jurisdicción ordinaria que sí llega al común de los mortales, infalibles porque solo ellos y nada más que ellos tienen el privilegio de -iluminados por la "voluntad popular"- redactar normas y leyes, y reciben el nombre colectivo y misterioso de "el legislador"... Claro está que, como en todo rito mágico, la fuerza que los ha investido, se agota, y es preciso actualizarla nuevamente mediante la reiteración de la ceremonia descrita en todos sus pasos.

...Y todo esto para un sistema en crisis... en realidad los chamanes no complicaban tanto la vida.

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