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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Cosmismo bolchevique y cosmismo de Occidente (IV de VII). Bogdanov: La Sangre es Vida

En 1926, León Trotksy escribió una despedida al poeta Sergio Esenin que fue incluido como apéndice del libro Literatura y Revolución. Esenin había nacido en 1895. De él dijo Lunacharski que “llegó de la aldea no como aldeano, sino en cierta forma, como un exponente de la inteligencia campesina”. Ganado para la agitación revolucionaria. Alcanza en Petogrado fama literaria cantando la vida campesina y la belleza de la naturaleza. Hay mucho espiritualismo en su obra que desemboca finalmente en una especie de panteísmo que percibe las estrellas, las flores, los árboles, tratados como objetos animados y en constante movimiento, transformándose unos en otros. Formó parte del grupo de socialistas místicos dirigido por Ivanov-Razumnik que proclamaban que “en el socialismo el sufrimiento del mundo salva al hombre”. Nunca pudo dejar atrás completamente su educación cristiana hasta el punto de aludir en 1971 a la Revolución de Octubre con Cristo resucitado, lo que no le impidió recibir una calurosa glosa por parte de Trotsky cuando falleció.

El elogio fúnebre de Trotsky es un pequeño texto de apenas cuatro páginas titulado En Memoria de Sergio Esenin. Escribe Trotsky: “Se ha ido por voluntad propia, diciendo adiós con su sangre a un amigo desconocido, quizá, para todos nosotros”, y más adelante, añade: “En su último momento, ¿a quién escribió Esenin su carta de sangre?”. Y apenas una página después: “cada uno de cuyos versos estaba escrito con la sangre de sus heridas venas”. Y finalmente, entre los últimos párrafos, Trostky escribe: “Los artistas vivían y viven en una atmósfera burguesa, respiran el aire de los salones burgueses, se impregnan cada día, en su carne y en su sangre, de las sugerencias de su clase. Los procesos subconscientes de su actividad creadora se alimentan ahí”. ¿A qué viene tanta insistencia con el tema de la “sangre”…?

La sangre ejerció una fascinación particular en la Revolución Rusa, tal como antes la hubo ejercido en la Francesa. El recuerdo de esta última está inevitablemente asociado a la sombra de la guillotina, sin duda la forma más sangrienta y espectacular de ejecución. En la revolución de octubre todos estos elementos están incluso más acentuados y dominados por la bandera roja tomada como estandarte revolucionario. De hecho, la bandera roja ya se había utilizado como insignia de los movimientos obreros durante la Revolución Francesa. La Ley del 20 de octubre de 1789 decretaba el despliegue de una bandera roja para anunciar que el ejército iba a intervenir, con el fin de reprimir revueltas y motives urbanos. La Comuna de París utilizó como bandeja la roja que a partir de ese momento se convirtió en el símbolo de la insurrección revolucionaria y del movimiento obrero. En aquella ocasión, en marzo de 1871, los revolucionarios se apoderaron del Hotel de Ville en París, que era el centro de operaciones de la Comuna de París, e izaron la bandera roja de la revolución hasta el punto de que Marx pudo escribir en La guerra civil en Francia: “El viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja”. Antes, se había utilizado como símbolo de la insurrección contra Louis Philipe y de nuevo en febrero de 1848 volvió a ser estandarte de luchas sociales. Ya durante la insurrección de la Comuna de París, los revolucionarios proclamaron: “¡La bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial!”. Años después, Federico Engels dijo de la Comuna: “Fue un valiente desafío a toda expresión de chovinismo burgué”s.

Comentando todo esto, Julius Evola, el genial compilador del pensamiento contra-revolucionario de la postguerra escribió en un artículo en el diario Roma (4 de mayo de 1955): “Nos podemos referir en primer lugar al simbolismo del color rojo. Se conoce muy bien aquel cántico que nos dice: "Levántate o pueblo para la liberación, bandera roja triunfará". A partir de la bandera del Terror de los jacobinos en la Revolución Francesa , el "rojo" ha señalado permanentemente las consignas del radicalismo revolucionario, luego fue la insignia del marxismo y del comunismo hasta arribar a las "guardias rojas", a la estrella roja de los Soviet y a la armada roja de la Rusia bolchevique”. Pero, añade Evola, no siempre fue así: “El color rojo, que se ha convertido ya en emblema exclusivo de la subversión mundial, es también aquel que, como la púrpura, se ha vinculado habitualmente con la función regia e imperial, es más, no sin relación con el carácter sagrado que tal función, fue muchas veces reconocido de esta manera. Al rojo de la revolución se le contrapone el rojo de la realeza. La tradición podría remitirnos hacia la antigüedad clásica, en donde tal color, que tenía una correspondencia con el fuego, concebido como el más noble entre todos los elementos (es el elemento radiante que, de acuerdo a los Antiguos, indicaría al cielo más elevado, el cual por tal causa fue denominado empíreo), se asoció también al simbolismo triunfal. En el rito romano del triunfo que, en la antigüedad tuvo un carácter más religioso que militar, el imperator vencedor no sólo vestía la púrpura, sino que en su origen se teñía de este mismo color, en el intento por representar a Júpiter, el rey de los dioses; esto en tanto se pensaba que Júpiter hubiese actuado a través de su persona, en modo tal de ser él el verdadero artífice de la victoria y el principio de la gloria humana”.

Evola prosigue su análisis simbólico citando ejemplos en los que, en otro tiempo rojo y púrpura fueron emblemas de la realeza: “En el mismo catolicismo, los ’purpurados’ son los ’príncipes de la Iglesia’. Existía el dicho: "haber nacido en la púrpura", con referencia a una cámara del palacio imperial bizantino, en donde se hacía en modo que nacieran los príncipes de la Casa reinante. Entró en el uso de la lengua inglesa la expresión: he was born in the purple, para significar que una persona había nacido en un ambiente regio o, por lo menos elevadísimo”. Nuestro autor termina percibiendo una “inversión”: “El hecho que, sucesivamente, la asociación del rojo con la subversión puede haber tenido ciertas relaciones con el Terror, con el esparcimiento de sangre que formaba parte integrante de los pregoneros de la religión jacobina de la humanidad, no le quita para nada su carácter singular de proceso efectivo de inversión: el color de los reyes se convierte en color de la revolución”. Y, apurando este punto de vista, añade: “Justamente el uso moderno de la palabra "revolución" acusa una idéntica inversión de significado. En efecto el término ’revolución’, en su sentido primario y originario no quiere decir subversión y revuelta, sino justamente lo contrario, es decir el retorno a un punto de partida y movimiento ordenado alrededor de un centro inmóvil: por lo cual, en el lenguaje astronómico la "revolución" de un cuerpo celeste es justamente el movimiento que el mismo cumple gravitando alrededor de un centro, centro que regula la fuerza centrífuga, obedeciendo a la cual el mismo se perdería en el espacio infinito. Por lo cual, en razón de una natural analogía, también este concepto ha tenido un papel importante en la doctrina de la realeza. El simbolismo del ’pueblo’ aplicado al Soberano, punto firme, ’neutro’ y estable alrededor del cual se ordenan las diferentes actividades político-sociales, ha tenido carácter y difusión casi universales. He aquí por ejemplo un dicho característico de la antigua tradición extremo-oriental: "Aquel que reina  a través de la virtud del Cielo (en términos occidentales se diría ’por la gracia de Dios’) se asemeja a la misma estrella polar: la misma permanece fija en su lugar, pero todas las otras estrellas giran a su alrededor". En el cercano Oriente el término Qutb, ’polo’, ha designado no solamente al Soberano, sino también a aquel que en un determinado período histórico decreta la ley como jefe de la tradición”.

Así pues, para este autor existe un inversión entre el simbolismo originario del color rojo-púrpura y el que ha resultado en los movimiento revolucionarios de finales del XVIII hasta nuestros días.  Esa misma inversión es la percibimos en el entorno cultural favorable a la revolución soviética de 1917. Este proceso de inversión simbólica llega también a esa sangre a la que Trotsky, extrañamente, parece atribuir tanta importancia en su despedida al poeta Esenin. Pues bien, existió toda una corriente organizada dentro de la Revolución Rusa que giraba en torno al tema de la sangre. Esta corriente tenía a Alexandr A. Bogdanov, como su jefe de fila. Y no se trató de un bolchevique como otro cualquiera…

Nacido en 1873, Bogdanov, e verdadero nombre Alexandr Alexándrovich Malinovski), fue, además de filósofo y economista, publicista y activista política cuya carrera se inició en la socialdemocracia, hasta que en 1903, se adhirió al bolchevismo. Después de una fulgurante carrera que le llevó al Comité Central en 1905, sería expulsado del partido, dedicándose desde ese momento a escribir extrañas y siniestras novelas de ciencia ficción y a difundir los ideales de lo que él identificaba como «Cultura Proletaria». Lenin le dedicó varios párrafos críticos en 1908 señalando cuatro etapas en la búsqueda intelectual de Bogdanov: el “naturalismo” (que le hacía estar próximo al poeta Esenin por el que sentía gran aprecio), luego pasó al “energetismo”, más tarde se adhirió a la filosofía de Mach y finalmente creó un sistema propio. En realidad, la distinción de Lenin entre “energetismo” y filosofía de Mach era ocioso: ambos, en efecto, son conceptos extremadamente próximos que parte de la base de que todos los fenómenos de la naturaleza son modificaciones de la energía, carentes por completo de base material. Mach, adepto del energetismo, al desarrollar la interpretación energética de la ciencia natural, negaban el valor científico de la teoría atomística. La evolución de la física les obligó a reconocer la existencia de los átomos, pero lejos de caer en el descrédito, esta corriente experimentó un cierto revival en los años siguientes cuando Einstein desarrolló su ecuación (E = mc²), lo que suponía aportar un fundamento científico a su teoría filosófica.

Cuando Bogdanov decidió elaborar un sistema propio que oponer al método de análisis marxista, tanto Plejanov como Lenin (en “Materialismo y Empirocriticismo”) se le echaron encima. En efecto, Bogdanov expone en su obra “Tectología: la ciencia de la organización universal” la necesidad de unir a todas las ciencias a fin de adquirir una perspectiva más homogénea para “organizar el mundo” a través del hallazgo de “principios organizativos universales”. Esa “organización universal” era un sistema de equilibrios estables contraria al proceso dialéctico percibido por Marx. Lo sorprendente es que Bogdanov no iba desencaminado y algunas de sus ideas se popularizarían luego en la Teoría General de Sistema de Norbert Wiener y Ludwig von Bertalanffy.

Nacido en Bielorrusia, obtuvo su doctorado en medicina en la universidad de Kharkov, poco antes de ser arrestado por actividades revolucionarias a la edad de 20 años. Graduado en 1899, abandonó pronto la carrera médica para unirse al Partido Socialdemócrata de los Trabajadores poco antes de la revolución de 1905. Sus obras –divulgadas en tres volúmenes con el título de Empiromonismo- influyeron en las concepciones de Bujarin y de otros teóricos bolcheviques. Tras la revolución de 1905 sus diferencias con Lenin fueron insalvables y éste procuró erosionar la reputación de Bognanov como filósofo a que le dedicó buena parte del libro “Materialismo y Empirocriticismo” en el que acusaba a Bogdanov de “idealista”.

En junio de 1909, tras la conferencia bolchevique de París, Bogdanov fue expulsado del partido y junto a Lunacharsky y Máximo Gorki creó un “Escuela Proletaria” en Capri (que luego trasladaron a Bolonia) para rivalizar con la escuela de París creada por Lenin. Sin embargo, Bogdanov, abandonó la actividad política en 1913 y regresó a Rusia acogiéndose a una amnistía. No tomó parte activa en la revolución bolchevique y se dedicó hasta 1922 en la elaboración de las tesis de su “tectología”, recibiendo apoyo económico del gobierno bolchevique para sus actividades a favor de una “cultura proletaria pura” que terminara por desarraigar a la “vieja cultura burguesa”. Sin embargo, algunas de las extrañas tesis que Bogdanov sostenía en la época –en especial sobre la sangre- fueron atacadas por Pravda e hicieron que Bogdanov perdiera su plaza en el Comité Central. En 1923 resultaría detenido aunque rápidamente se le puso en libertad. Ya en ese momento estaba empezando sus experimentos con transfusiones de sangre, esperando conseguir la inmortalidad. La propia hermana de Lenin, María Ulianova, se ofreció para tomar parte como voluntaria en los experimentos y tras someterse a 11 transfusiones de sangre, aseguraba que su vista había mejorado notablemente; por su parte, otro miembro de la vieja guardia bolchevique, Leonid Krasin escribió que su esposa, tras haberse sometido a siete transfusiones había rejuvenecido diez años, algo que los asistentes de Bogdanov aseguraban también…

En 1925-1926, Bogdanov fundó Instituto para Hemotología y las Transfusiones de Sangre, que luego llevaría su nombre. Al morir Lenin se le confió su cerebro para que estudiara la posibilidad de ¡resucitarlo! Así mismo, en algunas de sus cartas explica que sueña con rejuvenecer a Joseph Stalin y a Bukharin… Sin embargo, estos experimentos tuvieron fatales consecuencia para el propio Bogdanov que en 1928 perdió su vida como consecuencia de una de estas transfusiones a las que él mismo se exponía. Uno de los estudiantes que le donó sangre estaba enfermo de malaria y tuberculosis, además, al parecer, hubo una confusión en el grupo sanguíneo y Bogdanov recibió una sangre que no le correspondía. Loren Graham, especula que su muerte pudo ser un suicidio, dato que jamás ha podido confirmarse.

Antes de morir había escrito dos extrañas y turbadoras novelas de ciencia ficción que, en realidad, eran la excusa para proponer sus ideas. El nombre de una de estas novelas es significativo: “Estrella Roja”, publicada en 1908. Si en el siglo XX existe un texto contra-iniciático, es precisamente esta novela cargada de símbolos, el primero de los cuales es la estrella que luego sería emblema del régimen bolchevique y que, en el momento en que Bogdanov escribía la novela, ya era uno de los símbolos del comunismo. Marx y Engels la había utilizado argumentando que era la síntesis de la unión proletaria de los cinco continentes. También se la ha asociado a los cinco grupos sociales que protagonizaron el tránsito al socialismo en Rusia (obreros, campesinos, jóvenes, militares e intelectuales) y se ha hecho un paralelismo entre este símbolo y los cinco dedos de la mano contenidos en un puño cerrado.

Pero la estrella de cinco puntas se remontaba a varios miles de años antes. La primera vez que aparece este símbolo en la historia es en el antiguo Egipto en el llamado “duat”, también conocido como Amenti o Necher-Jertet, el inframundo. Allí, tiene lugar el juicio de Osiris, en un espacio en el que el alma del difundo debe sortear peligros y entes diabólicos descritos en el Libro de los Muertos. Este inframundo, es equivalente al reino de Vulcano, telúrico, subterráneo, próximo al fuego del centro de la tierra, a donde iban a parar los espíritus después de la muerte. Es un lugar siniestro repleto de dioses y poderes ctónicos, que causan espanto en las almas de los muertos. El símbolo jeroglífico que representa al duat es, la estrella de cinco puntas. Sorprendentemente, casi cuatro mil años después, en las novelas de Bogdanov este símbolo encuentra carta de naturaleza: ¡porque lo que nos está pintando Bogdanov en su novela “Estrella Roja” es precisamente el Duat egipcio situado en el planeta Marte!

La estrella roja…

“La Estrella Roja” es una novela turbadora, escrita en clave de anticipación. Marte es la “estrella roja” que da título a la novela.  El tema es la existencia de una sociedad comunista en aquel planeta.  Bogdanov incluso menciona que el ángel de este planeta en la kábala es Samael, que suele identificarse con Satán, al que, por cierto, califica como “Dios del proletariado”. La novela tiene una intención didáctica, se trata, como en otras novelas del estilo de “Viaje a Icaria” o “La nueva Atlántida”, de pintar el cuadro de una sociedad ideal. Y esto es lo que sorprende: el concepto de Bogdanov se hace de lo “ideal”. Vanamente buscaríamos en esta novela algo hermoso dentro de los cánones estéticos en los que se ha movido nuestra civilización desde el mundo clásico. Absolutamente todas las descripciones oscilan entre lo simplemente horrendo o lo desagradable. Bogdanov, en realidad, no está describiendo, gustosa y voluntariamente, el infierno.

Los propios marcianos, habitan bajo la superficie del planeta, próximos a los fuegos abisales, son de aspecto horrible, no hay belleza, ni más estética que la del puro delirio abisal, pero, eso sí, son “socialmente conscientes”, esto es “evolucionados”, tienen la propiedad colectiva de los medios de producción y, por tanto, son “buenos”. Lo que Bogdanov ha pretendido es, simplemente, superar el concepto clásico según el cual “el rostro es el espejo del alma”: ha construido, literalmente, su inversión. La belleza no cuenta, es más, la belleza puede ser engañosa. Solamente lo deforme y lo horrible hacen que centremos nuestra atención en “valores superiores”, como la propiedad colectiva o la sociedad igualitaria.

Pero, además, Bogdanov trae a colación la imagen poco marxista de los espectros, algo que en una estricta interpretación marxista son inconcebibles. En realidad, la lectura de la novela induce a pensar que el propio Bogdanov sufría alucinaciones o las generaba artificialmente e intenta dar una explicación “materialista” y “científica” a esos espectros. No era nada nuevo en la época. De hecho, en esos mismos momentos, Sir Archibald Crookes y buena parte del movimiento espiritista estaba intentando explicar “científicamente” la existencia de los “espíritus”. Bogdanov recupera esta temática siniestra y la introduce en su novela.

Pero donde aparecen todas las ideas obsesivas de esta corriente, y particularmente de Bogdanov, es en el tema de la sangre. Bogdanov explica –y tampoco en esto hay novedades, porque hacía menos de 10 años, Bram Stocker había alcanzado fama universal en el mundo de la literatura gracias a su “Drácula”- que “la sangre es vida”, que cada gota de sangre contiene la “vida” de cada ser humano. Y de ahí extrae su loca teoría sobre las transfusiones: mezclando gotas de sangre de manera ilimitada, se sumarán las posibilidades de vida de cada sangre. Y, además, esto favorecerá el mantenimiento de una sociedad comunista, pues no en vano, la sangre “es un bien común de la humanidad que debe repartirse en proporciones iguales”. La novela tiene un trasfondo titánico: la muerte es definida como “el peor enemigo del comunismo” (en esto sigue al pie de la letra la doctrina de Fiodorov) y la “comunidad de la sangre” como la forma de exorcizarlo. Lo que Bogdanov aspira es, pues, a que el comunismo logre realizar el sueño de los alquimistas tal como él lo ha concebido: el logro de la vida eterna a través de la mezcla de la sangre. Pero hay, incluso, algo más: en su novela y en algunos de sus escritos, alude directamente a la posibilidad de resucitar los muertos gracias a la “fuerza de la sangre”, esto es, de las transfusiones ilimitadas.

No hay diferenciación sexual en la Estrella Roja. Los marcianos son andróginos, cada uno de ellos posee los dos sexos, con lo que la polaridad sexual y las contradicciones entre hombre y mujer han sido superadas en la sociedad comunista marciana. También aquí, las elucubraciones de Bogdanov no se quedaron en meras teorías, más o menos risibles: el régimen comunista las llevó a la práctica. La famosa estatua del Obrero y la Campesina que unen la hoy el martillo, constituyen ese ideal. Así mismo, en otras representaciones iconográficas en el Metro de Moscú y en distintos carteles de propaganda difundidos por la organización impulsada por Bogdanov durante los primeros años de comunismo en Rusia –el Proletkult o “Cultura Proletaria”- muestran diseños explícitamente andróginos. La mujer, al desaparecer su belleza y ser, como cualquier otro “marciano”, físicamente horrible, se ve “liberada”, desaparece lo que Bogdanov llama “la esclavitud nacional”. Además, la doctrina filosófica que preconizaba Bogdanov explicaba que no podemos percibir la realidad de los cuerpos, sino los "complejos de sensaciones" que contenían. Por tanto, podemos conocer las características de los cuerpos físicos a través de su olor, de su color, de su sabor, de su textura, de su temperatura, pero no podemos reconocer a los cuerpos en sí. Esto le oponía definitivamente a los materialistas  de los que Bogdanovdecía que eran “metafísicos” cuando insistían en que el mundo existe totalmente independiente de nuestra consciencia de él.

Se han comparado las descripciones realizadas por Bogdanov en esta novela a las escritas por Poe y, especialmente, por Howard Philip Lovecraft. Todo esto es, en realidad, enfermizo. Ha sido comparado por Alexandre de Dannan en su obra “Memoire du sang” (Ed. Arche, Milano) con una forma de vampirismo científico, todavía más inquietante en la medida en que para Bogdanov, no se trataba de un “jeu d’esprit” o del argumento de una novela, sino de una opción existencial a la que atribuía una base científica, tal como muestras sus experiencia al frente del Instituto de Transfusiones que, finalmente, acarrearon su muerte. 

La muerte de Bogdanov y la prohibición del Proletkult por parte de Stalin (Lenin había subordinado sus actividades al Ministerio de Educación), no dispersó a sus discípulos, ni hizo que desapareciera su influencia sobre la sociedad. El Instituto de Transfusiones siguió existiendo. Los seguidores de Bogdanov permanecieron activos en varias organizaciones culturales y literarias, tales como la VAPP (Asociación Rusa de Escritores Proletarios) o la MAPP (Asociación Moscovita de Escritores Proletarios), y dispusieron de publicaciones de prestigio a través de las que pudieron expresarse con relativa libertad, como “Octubre” y “En guardia”.

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