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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Alain de Benoist. Entrevista sobre el decrecimiento. Elements 2007/08

Infokrisis.- El verano de 2008 aprovechamos para traducir la obra de Alain de Benoist, "Mañana, el decrecimiento" que está en estos momentos entrega a la imprenta para publicarse en lengua castellana. Nos permitimos remarcar el interés que tiene esta obra para comprender las distintas escuelas ecologistas y particularmente la tendencia "decrecentista". Aprovechamos ahora para traducir esta entrevista publicada en el número 8 de la revista Elements que alude a los contenidos de esa obra.

Elements:  Contra el desarrollo sostenible y el conjunto de las visiones "progresistas" de la ecología y el hombre, una teoría del “decrecimiento" ha empezado a desarrollarse en los años 1970. ¿Puedes definirla y puedes describir sus principales desarrollos?

Alain de Benoist:  Estamos confrontados hoy a dos fenómenos que cada uno conoce bien: poluciones de todo tipo transforman progresivamente la Tierra en cubo del basura y arrastran serias irregularidades climáticas y un agotamiento acelerado de las reservas naturales que nuestro planeta tardó millones de años a constituir.  La causa mayor de esta situación es la civilización industrial que se ha lanzado durante dos siglos a una loca carrera sin preocuparse por entorno natural e imaginándose que los recursos naturales eran, al mismo tiempo, inagotables y gratuitos; pero no lo eran. La teoría del decrecimiento ha nacido tras una reflexión sobre la noción de “límites”, y más precisamente por la constatación de que no puede existir crecimiento económico (o demográfico) infinito en un espacio limitado y con las reservas naturales limitadas. Por decirlo de otra manera, nadie puede vivir indefinidamente a crédito sobre una capital no reproducible. El economista Nicholas Georgescu-Roegen ha sido uno de los primeros a presentar el decrecimiento como una consecuencia inevitable de los límites impuesta por la naturaleza. La idea ha sido luego recuperada, particularmente en los medios ecologistas, por un cierto número de economistas y teóricos.

Afirmando que hace falta hacer decrecer "huella ecológico" de las sociedades industriales, los “decrecentistas” constatan que vamos contra un muro, que vamos hacia allí muy rápidamente y que hace falta cambiar de ruta. Pero la temática del decrecimiento también tiene naturalmente un alcance antropológico y un aspecto moral. Tiene por eje el rechazo de la desmesura, el rechazo de una evolución que hace predominar el interés por las cosas inanimadas sobre las cosas vivientes, que redoblan la noción de valor sobre las nociones de cálculo y renta, y que acaba por transformar los seres humanos  mismos en objetos. La escuela propone, no una limitación de la libertad, sino al revés, una vuelta a la “vida buena" de la que habló a Aristóteles, por oposición a la “vida" ordinaria considerada solo en relación a las necesidades elementales. Es un rechazo a la mercantilización del mundo, un rechazo a esta fuga hacia adelante en el “cada vez más", que durante mucho tiempo ha consistido en internalizar los beneficios y externalizar las pérdidas, sin preocuparse por el marco natural de vida ni por las consecuencias futuras de nuestras acciones. Es una teoría que contradice a la mentalidad dominante actual según la cual vale más tener más que tratar pues de ser más(e incluso que el ser se reduce al tener).

Elements:
  El objetivo del que se habla hoy, sin embargo, es el de alcanzar un “desarrollo sostenible", algo que criticas duramente en tu libro. ¿Cuáles son las grandes líneas de esta crítica?

A. B. : El desarrollo sostenible consiste en reducir los costes, intentar utilizar menos materias primas,  generalizar el reciclaje, construir productos menos golosos en energía, recurrir a las fuentes de energía alternativas, etcétera. Todo eso es bonito y bueno… pero tales medidas no hacen evidentemente más que retroceder el fina. Sabiendo que el barco irá a chocar contra las rocas, el capitán se limita a reducir la velocidad, pero mantiene la ruta…

Tal como dice Patrick Viveret, el tiempo ecológico, la medida de los equilibrios naturales y el calendario climático, no concuerdan con el tiempo económico (la aproximación puramente cuantitativa y monetaria de las contabilidades públicas). El rechazo a considerar esta discordancia de las temporalidades muestra que la doctrina del “desarrollo sostenible" no cuestiona seriamente los principios de base de la sociedad actual. Se trata siempre de extraer un beneficio de los recursos naturales y humanos, y de reducir la deuda del hombre hacia la naturaleza mediante dispositivos técnicos que permiten transformar el entorno natural casi en una mercancía. Ahora bien, no puede coexistir de forma duradera la protección del entorno natural con la búsqueda obsesiva de un rendimiento cada vez mayor y de un beneficio cada vez más elevado. Estas dos lógicas son contradictorias.

Uno de los aspectos más absurdos del crecimiento medido por el PIB, producido interior bruto, es que éste contabiliza positivamente cada actividad económica a pesar de que resulte de la destrucción de un valor, por ejemplo, una catástrofe natural, un huracán o una marea negra." Señalo en mi libro que la consideración, en el establecimiento del PIB, de estas destrucciones de valor, de una parte, y de otra parte del coste real de la actividad económica, referida a sus efectos no comerciantes (impacto negativo sobre el biodiversidad) destrucción de los paisajes, polución del aire, etcétera), conduciría a evaluar muy diferentemente nuestros índices de crecimiento.

Como hoy todo el mundo se considera más o menos favorables a la ecología, sus adversarios no quieren quedarse al margen. Se dicen “ecologistas” a su manera. Su discurso es, aproximadamente, el de todos los políticos: reducirse a intentar conciliar lo inconciliable. La “buena" ecología, según ellos, es la que no amenaza la primacía de la economía, su idea es que no es preciso sobre todo oponer los que quieren proteger el planeta a los que quieren seguir engrosando sus beneficios. A este respecto es revelador la declaración de Luca Ferry que declara recientemente:  “Soy resueltamente favorable a la ecología dado que se integra dulcemente en a la economía de mercado." ¡Todo radica evidentemente en el “dado que!" Olivier Dassault, por su parte, va más lejos:  es a través del mercado que los problemas tienen solución, la prueba es que los derechos de contaminación se venden en Bolsa”. Conclusión:  “Finalmente, la ecología no puede ser más que liberal". Casi un sueño…

El desarrollo sostenible busca de poner al servicio de la lógica del capital una disciplina, la ecología, que por naturaleza contesta a sus fundamentos. Es la razón por la que Serge Latouche no titubea en calificarlo de "oxymorón." Símbolo de esta contradicción:  Nicolás Sarkozy firmando, como toda la clase política, el “Pacto Ecológico" de Nicolás Hulot, luego organizando “el Grenelle del medio ambiente" en el mismo momento que se declaraba dispuesto para “relanzar el crecimiento”. Bossuet dijo divertidamente que Dios se ríe de las criaturas que deploran los efectos pero que siguen aferrados a las causas." Querer al mismo tiempo “desarrollo" y “respeto por marco natural de vida”, es inventar la cuadratura del círculo.

Elements:  En tu libro, pones en aprietos, precisamente, algunas ideas recicladas regularmente por los medios de comunicación, particularmente el principio de que quien contamina, paga. En lugar de disuadir de contaminar o de “moralizar" la emisión de contaminantes, tendemos efectivamente a la constitución de un vasto y lucrativo “mercado de la polución": a los que contamina de más, y que también soy más ricos, se les atribuyen verdaderos derechos para contaminar" mediante un coste añadido que se apresuran a repercutirr sobre sus precios. ¿Qué piensas del principio de precaución?

A. B. : El principio de precaución es la respuesta dada por los juristas al  "indeterminismo metafísico" (Karl Popper) que, poco a poco, se ha impuesto en las ciencias. Desde Ludwig Boltzmann y Henri Poincaré hasta Werner Heisenberg e Ilya Prigogine, el desarrollo científico nos ha conducido a abandonar el paradigma clásico de algo real accesible en su totalidad al espíritu humano, pues la imposibilidad de conocer los valores iniciales de un sistema rompe cualquier esperanza previsibilidad. El sueño de Laplace, participando de una esperanza ontológica se basada en el determinismo metafísico y todavía seguido por Einstein, Rosen y Podolski, todos hostiles a las consecuencias epistemológicas de la revolución de los quanta, ha cedido el sitio a una representación del mundo incompatible con la idea liberal de una “mano invisible" dando a luz una sociedad armoniosa por la simple oblicuidad del mercado.

En Francia, como lo se sabe, el principio de precaución fue incorporado en el 2005 al texto de la Constitución que estipula que, “cuando la realización de un daño, aunque incierto en el estado de los conocimientos científicos, podría afectar de modo grave e irreversible el entorno natural, las autoridades públicas velan por la puesta en marcha de procedimientos de valoración de los riesgos y adoptarán medidas provisionales y proporcionadas para detener la realización de un daño". Formulación bastante moderada y que ha dado lugar a las polémicas muy inútiles. Pero Jacques Attali no sale de su lógica cuando denuncia el principio de precaución como una amenaza para el crecimiento, mientras Claude Bébéar, hablando de "obscurantismo", asegura que no tenemos otra elección más que el hundimiento, dado que “ya estamos embarcados", del navío.

Todo depende naturalmente de las modalidades de aplicación. Admito la objeción de Jean-Pierre Dupuy según la cual “hay casos dónde la incertidumbre es tal que la incertidumbre es, en sí misma, incierta”, de modo que “no puede saberse si las condiciones de aplicación del principio de precaución son satisfechas o no”. Pero se trata de caso-límite. El principio de precaución no es un principio que hace del “miedo" el motor de las políticas públicas, incapaz de estimular la investigación y la innovación y acabar en la parálisis. No es, en absoluto, un principio de abstención que conduciría a no hacer nada, ni el fruto de una ideología de la “tercera edad" aspirando al riesgo cero. Es un principio de acción que, esforzándose por debatir sobre lo probable (que, como observó Bergson, no nos parece retrospectivamente “posible" más que cuando ha ocurrido) y teniendo en cuenta la incertidumbre del conocimiento, hace intervenir simplemente en las decisiones del momento presente la preocupación por el futuro. En otras palabras, es un principio que afirma que las medidas pueden ser también tomadas en la ausencia de certeza absoluta y sin esperar imposibles “pericias definitivas", para que el riesgo haya sido percibido correctamente y haya sido valorado.

Elements:  ¿En tu opinión, es el decrecimiento la prolongación natural de la ecología, su traducción práctica? ¿Te parece la única respuesta económico-política a la crisis ecológica que están en vías de manifestarse?

A. B. : El subtítulo de mi libro es:  “Pensar la ecología hasta al final", lo que ya contesta a la pregunta. Está claro que a una preocupación ecológica rigurosa carrearía una teoría de la disminución. Algo lógico. Pero está claro que esta convicción no está compartida por todos. Ciertos ecologistas aceptan con más facilidad la idea del “desarrollo sostenible", otros incluso están dispuestos a ceder a los cantos sirenas de cierto capitalismo verde". Todo esto puede explicarse por la reticencia a romper claramente con la ideología del progreso.

El “desarrollo" prolonga, en efecto, la ideología del progreso que se encuentra expuesta en Bosquejo de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano de Condorcet, pero también en formulaciones religiosas anteriores. La idea de que la humanidad es fundamentalmente una y que está destinada a pasar universalmente por los mismos estadios se encuentra en la economía de la salvación propuesta por san Agustín (se ha pasado de la economía de la salvación a la salvación por la economía). La visión de un desarrollo unilineal del devenir histórico, en oposición a la concepción cíclica heredada de los Antiguos, está en el origen mismo del monoteísmo y ha inspirado en todos los historiadores modernos la idea profana del “sentido de la historia" como substituto a la idea teológica de la Providencia.

Los partidarios del decrecimiento, no hay que ocultarlo, llaman a un cambio de civilización. Saben que lo que quieren conservar implica una verdadera Revolución (en estos son verdaderos “conservadores revolucionarios"). El tema de la disminución choca de lleno frente, no sólo con una tradición occidental fundada, al menos desde el Renacimiento, en la idea del dominio de la Tierra, sino también en un sistema económico, el capitalismo, para el cual la actividad económica implica un crecimiento sin fin, en los dos sentidos del término. Se comprenden entonces las dificultades con las que se choca y las resistencias que tienen que vencer. Cada tendencia llevada hasta lo exponencial implica lo que en matemáticas se llama un “paso al límite”. Los partidarios del decrecimiento si sitúan más allá de este paso al límite.

Elements:  Los “decrecentistas" experimentan las mayores dificultades para elaborar un programa político. ¿En qué podría consistir una política del decrecimiento? Evidentemente, semejante sociedad no está a la orden del día. ¿No podrá manifestarse más que en un contexto de crisis generalizada, sino de catástrofe?

A. B. : Serge Latouche cree mucho en la “pedagogía de las catástrofes". Por mi parte soy algo más reservado que él. ¡Temo que las catástrofes no tengan sobre todo efectos catastróficos! Lo que está seguro, éste es que si se continúa en la dirección actual, de las catástrofes son muy conocido. Eso dice, hace falta subrayar, a pesar de los piaillements de las críticas al Claude Vivaracho, que los trabajos del Grupo intergubernamental de peritos sobre la evolución del clima, GIEC que reúne hoy acerca de 200 científicos, no han manifestado para nada al primer golpe una inspiración catastrophiste", lo que incita a aún más cogerlos en serio. Sobre la calefacción climática, la primera relación del GIEC, en el 1990, se afirmó encoré agnóstico. Sólo está en el segundo, publicado más tarde cinco años, que esta calefacción ha sido declarada verificado con una fuerte presunción de la acción del hombre para explicar el aumento de los gases a efecto cierra que paran el destello infrarrojo emití de la Tierra. La tercera relación, parecida en 2001, afirmó por fin con limpieza que lo esencial de la calefacción de las últimas décadas ha sido debido al aumento de los gases a efecto cierra imputable al empleo de las energías fósiles.

Pero la cuestión del calentamiento climático sólo es un aspecto del problema de la evolución de los ecosistemas confrontado con las desestabilizaciones entrópicas. Recientemente se ha revelado que la subida del nivel del mar debido al calentamiento climático podría, no sólo arrastrar la inundación de numerosas tierras costeras, con todas las consecuencias económicas y sociales que eso implica, sino también contaminar con el agua salada de un 30 a un 40% del agua potable subterránea que existe en la plataforma continental. Ahora, sólo el 2% del agua presente en Tierra es potable, y se sabe que las capas freáticas ya están en vías de disminución.

El barril de petróleo que cotizó 20 dólares en el 2002, ha alcanzado prácticamente hoy los 100 dólares. El coste del petróleo sólo puede seguir aumentando por dos razones simples. El primero es que el “pico de Hubert” está a punto de ser alcanzando, más allá del cual, la mitad de las reservas originarias de petróleo habrán sido consumidas y el petróleo no podrá ser extraído más que a rendimiento menguante. El segundo es que por eso mismo el petróleo está llamado a convertirse en una mercancía rara, cuya demanda será cada vez más superior a la oferta. En cuanto a la producción masiva de biocarburantes como el etanol, tendrá como resultado disminuir las superficies agrícolas dedicadas a los cultivos de alimentos. Esta situación es intrínsecamente polemógena: tras las guerras del petróleo, seguirán las guerras del agua.

Se puede ciertamente creen que el mercado y la inventiva humana solucionarán todos los problemas, que se descubrirán reservas de petróleo desconocidas, que los progresos tecnológicos harán aumentar la tasa de explotación de los yacimientos petrolíferos, que se pondrán a punto energías de sustitución mucho rentable, etcétera… es posible creer en todo eso, pero no es nada más que un acto de fe. Convocándonos a este acto de fe, los teólogos del crecimiento se revelan como los últimos creyentes de la ideología del progreso. Nada más…

En cuanto al programa político del decrecimiento, contra el que se levantan muchas objeciones (aumento del paro, efectos sociales devastadores, etcétera), queda por precisar algunos puntos. Pero numerosas propuestas prácticas han sido realizadas: relocalización de la producción, nueva orientación hacia la autosuficiencia, revaluación de los costes en función de sus incidencias no comerciantes, supresión de los productos desechables y penalización de los gastos publicitarios, reducción drástica del derroche y control de la obsolescencia programada de los productos, limitación del crédito, desarrollo de la economía directa y el sector terciario, reciclajes intensivos, limitación de los consumos “intermediario”, restauración del sector agrícola, relanzamiento de la democracia participativa en la esfera pública local, recurso a todos los niveles al principio de subsidiareidad, recronstrucción de los lazos sociales (entre los individuos, las comunidades y las familias), y de un tejido orgánico de cuerpos intermedios, etcétera. Sobre todos estos puntos, remiro al último libro de Serge Latouche, Pequeño tratado del decrecimiento sereno, (Ed. Mil y un noches) que subraya con mucha precisión la importancia que los “decrecentistas" conceden a la noción de autonomía (y, por tanto, de subsidiareidad), bajo todas sus formas económicas, políticas y sociales.

El error sería concebir el decrecimiento convivencial como una detención de la historia, un simple crecimiento negativo. El decrecimiento no propone de llegar a un estado estable, terminal, comparable a la sociedad sin clases de Marx, al equilibrio global de los liberales o al “fin de los tiempos" de la escatologia clásica.

Elements:  ¿Qué piensas de la fórmula, defendida por algunos “decrecentistas", de una renta universal, incondicional, generalizado para el conjunto de la población?

A. B. : Antes que de una “renta universal", prefiero hablar de renta de ciudadanía. Es una idea que encuentro extremadamente interesante, y que hará falta estudiar en serio un día o el otro. Es en todo caso revelador, es que esta propuesta, que se encuentra ya de Víctor Hugo y que ha recibido un principio de aplicación práctica en Norteamérica, ha encontrado defensores en los medios más diferentes:  en Francia, por ejemplo, ha sido sustentada por ecologistas como Yves Cochet o Christine Boutin (una “renta social garantizada desde la cuna a la tumba"), y para algunos liberales que ven en ello un remedio para luchar contra el “asistencialismo”. No tiene ciertamente como objetivo animar a las personas a "no hacer nada" (tanto más en la medida en sólo la percepción por ciudadanía no garantizaría un nivel de vida muy envidiable), sino que tiende a organizar toda la vida social sobre bases diferentes. También supone un cuestionamiento claro a la hipertrofia del salario. Al no tener espacio, porque el dossier es complejo, no me extenderé sobre el tema. Tendremos oportunidad de regresar a él. Por lo que se refiere a una aproximación teórica y a las modalidades de aplicación, me remitiré a los trabajos de economistas como Yoland Bresson, André Gorz, Laurent Geffroy, Philippe van Parijs, etcétera..

Elements:  La preocupación por la "ecología profunda" (deep ecology), es una constante de muchos movimientos que cuestionan la sociedad liberal, en especial de algunos comunitaristas americanos como Edward Goldsmith, Robert Hainard o Arne Næss, movimiento que se ha acentuado con la aparición relativamente reciente del "ecoterrorismo" ¿Qué piensas de esto?

A. B. : ¡Dejemos de parte el ecoterrorismo sobre qué no hay gran cosa a decir, si no que la más razonable de las doctrinas siempre puede inspirar el extremismo… En cuanto a la "ecología profunda" ha tenido el gran mérito de intentar dar a la ecología bases realmente filosóficas.  En mi libro, por ejemplo, hablo de los debates sobre el “valor intrínseco” de la naturaleza al que ha contribuido abundantemente. Le reprocho, por el contrario, caer en el exceso inverso al que denuncia: el “biocentrismo" igualitario defendido por algunos de sus partidarios no vale más que el antropocentrismo alimentado desde la época de Descartes o Galileo. Lo que está en juego entre los hombres y la naturaleza no es un juego de suma nula en el que todo lo que sería concedido a uno sería automáticamente perdido por él otro. Para decirlo más claramente, estoy convencido que se puede reconocer el lugar excepcional que ocupa al hombre entre los seres vivos sin conceder nada a la ideología del dominio desencadenado y del todo poder de la técnica.

Elements:  “Del hombre y de la naturaleza, escribes en tu libro, la pregunta crucial no es saber quién tiene que dominar al otro, sino saber cómo puede reinstaurarse y mantenerse la relación de co-pertenencia que ellos une" Pero, esta relación, esta suerte de pertenencia mutua entre la naturaleza y los hombres ¿quién ha sido responsable de que cediera y se derrumbara? ¿Y quién podría hacerla reaparecer?

A. B. : Amplia pregunta. Hablando en términos históricos, lo que lo ha hecho ceder y derrumbarse, es la cancelación de una representación hermenéutica del cosmos como un todo armonioso pudiendo servir de modelo a la conducta de los asuntos humanos. Este “desencanto del mundo", vaciando la naturaleza de todo lo que le se atribuyó antes como sagrada, ha sido incontestablemente cuestión del monoteísmo. Ha desembocado, a causa de la desviación cartesiana, en la transformación del mundo en un objeto inerte en el que el hombre fue invitado a erigirse como él “dueño soberano". Dualismo agudo, por consiguiente, entre el mundo-objeto y los hombre-sujeto que no han dejado de legitimar todas las formas de destrucción del entorno natural. Al mismo tiempo, la sustitución de una visión lineal y monovectorial de la historia humana a la concepción cíclica de los Antiguos le ha desembocado en el progresismo" moderno. En este sentido, la ecología aparece incontestablemente como una reapropriacion de otra relación  con la naturaleza diferente de la que ha dominación en los últimos siglos. Es preciso no equivocarse, lo que se cuestiona en este disciplina, es una cuestión a la vez filosófica y moral relativa a la relación del hombre con la naturaleza: relación de dominio o de co-pertenencia, de predación o de convivencia amistosa.

Elements:  ¿Para aplicar un día un decrecimiento probatorio, ¿no sería posible redoblar la diguración en la derecha de “Cómo no ser progresista sin convertirse en reaccionario" de Jean-Paul Besset por un “Cómo no ser reaccionario sin convertirse en progresista" de Alain de Benoist? ¿Es posible reunir a anti productivistas y anti-utilitaristas de derecha e izquierda?

A. B. : Siendo la Tierra nuestro patrimonio común y atravesando la preocupación ecológica potencialmente todos los terrenos heredados de la modernidad, es evidente que los hombres de derecha tanto como los hombres de izquierda, pueden tener buenas razones para proteger el entorno natural. Ha existido por lo demás siempre un anti-productivismo y un anti-utilitarismo de derecha cuyas raíces históricas son al menos tan viejas como las del anti-productivisme y del anti-utilitarismo de izquierda que fueron durante mucho tiempo ocultados por los espejismos del progreso. Serge Latouche llega incluso a reconocer que “la crítico más radical de la modernidad ha sido planteada más a la derecha que a la izquierda", algo que el compromiso reciente de la mayor parte de la derecha bajo la bandera liberal tiende a hacer olvidar. En contraposición, parece claramente hoy que el socialismo productivista siempre ha presentado puntos de convergencia mayor con la lógica de la expansión continua del capital, lo que da retrospectivamente razón a los partidarios de una “tercera vía".

La conjunción transversal a la que aludes y por la que yo también hago votos, se enfrenta sin embargo a lastres persistentes de un lado y del otro. A la izquierda, cierto número de “decrecentistas" han heredado un sectarismo del que no logran deshacerse. ¡Contrariamente, se consta hoy una indiferencia, hasta una hostilidad señalada hacia el ecologismo en los medios de derecha que alardean de no creer en el “calentamiento climático" (“¡que no se nos cuenten historias! ") o de tener otras prioridades, etc.

Las causas de esta actitud son variadas. Cuando no resultan de una adhesión pura y simple a las ideas liberales, pueden provenir de un no conformismo mal situado, de un deseo de realizar sistemáticamente lo contrario de lo que se dice o se escribe un poco por todas partes (es mucho más original afirmar que 2 + 2 son 5), o también de un deseo de voluntad de poder que llega a aceptar no importa qué forma de desmesura. En los medios de derecha, algunos definen ingenuamente la civilización europea a través del “espíritu prometeico”, sin preguntarse porque, en la mitología griega, Prometeo es condenado por los dioses (representa el espíritu titánico portador del hybris anunciadora del caos. Otros ven en los ecologistas a izquierdistas mal arrepentidos o en el amor de la Tierra una forma de “mundialismo", sin advertir que la misma teoría del decrecimineto plantea detener la mundialización enfatizando el localismo. Bruscamente, estos medios son inducidos naturalmente a aceptar la lógica del depredación y el reino sin límite de la voluntad de poder. Uno queda sorprendido cual los adversarios de la ideología del progreso no perciben que la ecología representa hoy la forma más vigorosa de contestación de esta ideología, que personas para las que el hombre es primeramente un heredero no comprenden que el entorno natural carácter forma parte de la herencia y que los adeptos de los valores propios de las sociedades tradicionales derivan de allí, por pura estupidez o pereza intelectual, para hacerse ardientes defensores de una modernidad que ha laminado todo lo que habrían querido conservar.

(entrevista realizada por Michel de Urance y François Bousquet)

Diciembre de 2007

(c) Revista Elements

(c) Alain de Benoist, Michel de Urance y François Bousquet

(c) por la traducción: Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es  http://infokrisis.blogia.com - Prohibida la reproducción de éste texto sin indicar procedencia.

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