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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Rusia y el destino de Europa (I de III)

Rusia y el destino de Europa (I de III)
Infokrisis.- Después de un corto viaje a la "capital del reino" y de haber mantenido distintos encuentros con amigos y compañeros de siempre, nos hemos visto gratamente sorprendidos por la tendencia común a incorporar a Rusia a los debates y conversaciones mas habituales. Todas las personas con las que hemos hablado han coincidido en que el mejor escenario para el futuro será aquel en el que Rusia y Europa aproximen sus destinos y sean capaces de establecer ejes de cooperación y políticas comunes en Eurasia. Así pues, hemos decidido reunir notas dispersas y elaborar este estudio en tres entregas sobre el tema "Rusia y el destino de Europa".



Rusia y el destino de Europa

I Parte:

De la Europa Atlántica a la Europa Eurasiática

Introducción

Entre la caída del Muro de Berlín (1989) y el extraño atentado al WTC (2001) se produjo una aceleración de la Historia, tras lo cual es preciso revisar nuevamente las posiciones geopolíticas y las alianzas. Este trabajo es todavía mucho más necesario en la medida en que, a partir de 2004, se pone de manifiesto que la era del “petróleo barato” ha concluido y que estamos ante una crisis energética sin precedentes. En el momento actual Europa vive todavía un momento de transición caracterizado por:

1) La inercia del período 1948 (inicio de la Guerra Fría) y la Tercera Guerra del Golfo (2003). A lo largo de ese lapso de tiempo Europa ha ido a remolque de la política norteamericana y de su brazo ejecutor, la OTAN.

2) El impasse generado en la construcción europea a partir del NO francés, al que ha seguido la ampliación de mayo de 2004, la mayor en la historia de la UE. Desde entonces subsisten las dudas sobre el futuro de Europa y sobre los plazos de su construcción.

Esta situación crea ciertas dudas y ambigüedades, pero resulta evidente que en las actuales circunstancias, y a la vista de los cambios producidos (y de los que se avecinan), es lícito, desde Europa Occidental, plantearse la posibilidad de nuevas alianzas y ejes que respondan más eficazmente a los retos del futuro.

Desde nuestro punto de vista, estas alianzas solamente pueden establecerse, no en función de contenidos emotivos y sentimentales, sino merced a sólidos puntos de apoyo geopolíticos. Los gobiernos cambian, las tendencias de las poblaciones también, las orientaciones de las políticas pueden alterarse pero, a la postre, lo único que permanece estable es la configuración de los continentes y la naturaleza de sus recursos. Así pues, nuestro estudio será fundamentalmente geopolítico, si bien realizaremos breves incursiones en el terreno de la geohistoria y de la geoeconomía.

Entendemos que los factores geopolíticos, aunque no determinan, condicionan; y que existen una serie de leyes de la geopolítica que han demostrado su perennidad a lo largo de la Historia y, por tanto, el establecimiento de políticas de futuro no puede hacerse ignorando estas líneas de tendencia. La geopolítica es una de las cinco ciencias auxiliares de la política (siendo las demás la biopolítica, la sociología, la sociopsicología y la economía) y debe tenerse rigurosamente en cuenta, especialmente para comprender las grandes contradicciones mundiales del momento presente y los contenidos críticos de la escasez de petróleo.

I. La Guerra Fría como anomalía en la Historia de Europa.

El período que abarca de 1948 hasta 1989 constituye una anomalía en la historia de Europa Occidental. Por primera vez, el destino de Europa deja de estar en manos de los propios europeos y pasa a depender de una potencia exterior a Europa. Así, el continente pasa a ser el escenario preferencial del gran choque geopolítico entre los EE.UU. y la URSS. Es en ese momento cuando se crean dos alianzas en las que la casi totalidad de los países europeos encuentran acomodo: la OTAN y el Pacto de Varsovia.

Cuando se producen los primeros movimientos que inician el “proceso de construcción europea”, esa “Europa” es, inicialmente, Europa Occidental y, además, no es una “Europea europea”, sino una “Europa Atlántica”. Esa Europa no mira  restablecer un eje de cooperación con sus vecinos del Este, sino que está convencida de que se encuentra amenazada y mira a los EEUU como paraguas protector.

Pero esta actitud la sitúa en la “línea del frente”. A lo largo de 40 años siempre planeó la posibilidad de que, si el conflicto entre Este y Oeste pasaba de “frío” a “caliente”, Europa se transformase en teatro de batalla y, por tanto, se produjera una nueva destrucción del continente.

Por otra parte, el impacto que supuso la Guerra del Vietnam en la mentalidad americana hacía planear sombras sobre la determinación norteamericana de defender Europa en caso de conflicto. Vietnam demostró que la política interior pesaba mucho en la política exterior norteamericana. Un presidente de los EEUU, a partir de Vietnam, jamás emprendería un conflicto en el exterior que hiciera peligrar su reelección en el interior. Y en la opinión pública norteamericana, una eventual “defensa de Europa” era algo que carecía de interés. De lo único que se trataba es de que, en caso de conflicto, el frente de combate quedara alejado del territorio norteamericano, esto es, se quedara en Europa.

II. Los EEUU, ajenos a la historia de Europa. El mundo anglosajón.

Cuando en el siglo IV las legiones romanas se retiraron de las Islas Británicas después de haber contenido durante dos siglos a las tribus pictas del Norte, la decisión se tomó por realismo geopolítico. El Imperio Romano era, fundamentalmente, un imperio mediterráneo y todo lo que estaba más allá del Rhin y del Danubio, y más allá de las costas de la Bretaña gala, suponía abandonar el propio espacio geopolítico. Alejandro Magno ya lo había intentado en otra dirección y, de victoria en victoria, llegó hasta las puertas de la India, construyendo un imperio efímero al no comprender cuál era el espacio geopolítico propio de la Hélade.

A partir de la retirada romana de las Islas Británicas, el carácter marítimo de los pueblos que allí se fueron estableciendo en los seiscientos años siguientes fue acentuándose, y el mundo anglosajón terminó siendo algo completamente distinto al resto de Europa. Hasta el siglo XV, la mirada inglesa estuvo puesta en Europa y particularmente en Francia pero, en el momento en el que se descubrió el Nuevo Mundo, allí fueron a parar los excedentes de población, los disidentes religiosos y los aventureros. Cincuenta años después de la independencia de las colonias, las rencillas ocasionadas por la guerra habían desaparecido y el mundo anglosajón inició un colaboración ininterrumpida a ambos lados del Océano que llega hasta nuestros días y que ningún político británico ha osado cuestionar.

Constatar que, a pesar de las afinidades culturales y étnicas, a pesar de una historia en muchos momentos común, Inglaterra sigue mirando al otro lado del Atlántico antes que a la UE, produce perplejidad. El euroescepticismo inglés es la justificación para seguir manteniendo la brecha y, de hecho, ocurre lo contrario: el deseo de mantener la brecha genera el euroescepticismo y no a la inversa.

El problema de EEUU es que quiere seguir manteniendo una pata en el viejo continente y lo hace a través de Inglaterra. Por su parte, Inglaterra está empeñada en no olvidar sus viejos laureles imperiales y aspira a seguir teniendo cierto protagonismo en la política internacional. De ahí el mantenimiento de su vínculo atlántico con EEUU.

Este vínculo es comprensible (de hecho, los EEUU son una derivación de la cultura inglesa), aunque no realista ni oportuno. Está basado en realidades históricas pasadas y que jamás volverán (el peso de lo hispano en EEUU promete asestar un duro golpe a la hegemonía WASP en las próximas décadas y deteriorar el eje anglosajón). El problema de Inglaterra en este momento es que, o bien se integra en la UE sin ningún tipo de reservas mentales, o bien corre el riesgo de quedar aislada por dos fenómenos que ya hemos mencionado y mencionaremos más adelante: la irrupción de lo hispano en EEUU y el desplazamiento del eje central de la política norteamericana del Atlántico al Pacífico.

III. La gran contradicción que emerge con la Guerra Fría.

La Guerra Fría no fue solamente un conflicto “ideológico” sino, sobre todo y por encima de todo, un conflicto geopolítico. Ese mismo conflicto hubiera aparecido si ambos actores hubieran sido “capitalistas”, “demócratas” o “socialistas”. La ideología “democrática” o “comunista” fue solamente el acompañamiento emotivo del conflicto, pero no su desencadenante.

El conflicto tuvo un innegable trasfondo geopolítico y reprodujo el modelo histórico de otros conflictos anteriores en la historia de la civilización. Era el eterno conflicto entre “tierra” y “mar”, la contradicción esencial entre una potencia naval –los EEUU- y una potencia continental –la URSS–. Desde el conflicto entre Atenas y Esparta o entre Roma y Cartago, la Historia ha visto en demasiadas ocasiones cómo una potencia comercial que domina los mares, dotada de un gobierno oligárquico, choca contra una potencia continental dueña de las rutas terrestres y con un gobierno autoritario. La Guerra Fría no fue sino la reproducción del mismo cliché.

Ahora bien, el problema radicaba en que, dentro de una geopolítica global, Europa pasaba a formar parte de la red defensiva de la “potencia oceánica” o dicho en otras palabras: en apenas 40 años, Europa pasó a ser una colonia política, económica y cultural de los EEUU. La “globalización” del conflicto hizo que Europa dejara de tener peso propio, careciera de política internacional autónoma (el último intento fue durante el ataque franco-británico a Suez en 1956) y pasara a ser, en la práctica, la punta de lanza de la “potencia naval” en Eurasia.

IV. La “Europa Atlántica” satelizada por los EEUU.

La satelización de Europa por los EEUU tiene distintas dimensiones: política, económica, cultural y militar. A lo largo de los años de la Guerra Fría Europa no fue dueña de su destino, ni estuvo en condiciones de crear políticas propias. De hecho, mientras duró la Guerra Fría, incluso la Comunidad Económica Europea se limitó a barrer aranceles y crear solamente una política agrícola común.

Desde el punto de vista político a nadie pareció extrañarle que las democracias europeas fueran en realidad partitocracias (poder omnímodo de los partidos) y plutocracias (poder de los grupos económicos oligárquicos), según el modelo de la “democracia americana”.

Desde el punto de vista militar, el proceso de reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial hizo que disminuyera el peso de los gastos de defensa en los presupuestos militares de la posguerra. A esto siguió el proceso de la descolonización, en el que Europa no estuvo en condiciones de defender sus colonias en el Tercer Mundo, viéndose forzada a conceder independencias bajo presión de grupos terroristas. Luego, estas ex-colonias pasaron al ámbito de influencia de uno u otro bloque.

Militarmente, Europa dejó prácticamente de producir tecnología y armamento propios y se limitó a adquirir las armas ofrecidas por los EEUU; relajó su tensión en materia de defensa y, finalmente, a partir de la segunda parte de los años sesenta, tras las derrotas francesas en Vietnam y Argelia, tras la retirada inglesa de todas las bases situadas al Este de Suez, tras las desastrosas independencias del Congo, Guinea, Uganda, Marruecos… Europa se retiró, prácticamente, de todos los focos de producción de materias primas.

Culturalmente, Europa fue recibiendo cada vez más productos elaborados en Norteamérica que no eran meros objetos de divertimento, sino que difundían el estilo de vida americano y los valores del otro lado del Océano.

A mediados de los años 80 Europa Occidental no es más que una colonia norteamericana, país “tutor” que ejerce su dominio a través de la OTAN y del mantenimiento de la tensión con la URSS y, especialmente, a través de una clase política incapaz de pensar por sí misma y de establecer políticas propias.

V. La crisis del bloque soviético y la emergencia del mundo unipolar.

Pero, cuatro elementos distintos: la elección de un Papa polaco, las huelgas en los astilleros de Danzig que supondrán el inicio del desmantelamiento del cinturón defensivo de la URSS, el empantanamiento de la guerra en Afganistán y el esfuerzo armamentístico norteamericano conocido como Guerra de las Galaxias que había situado el listón a una altura que hacía imposible la respuesta de la URSS, especialmente a causa de la precariedad económica) hacen entrar en crisis al sistema soviético. Esta crisis se manifiesta finalmente con la caída del Muro de Berlín y la reunificación alemana.

Paradójicamente, cuando lo normal hubiera sido el desmantelamiento de la OTAN, se produjo su crecimiento incorporando a buena parte de los países que hasta ese momento habían formado parte del Pacto de Varsovia. Importaba muy poco que ya no hubiera “enemigo”, ni posibilidades de conflicto. Para justificar la persistencia de la OTAN, los EEUU crearon falsos conflictos (las crisis yugoslavas, especialmente la crisis de Kosovo), participaron en conflictos locales (Segunda Guerra del Golfo en 1990), y finalmente generaron un enemigo incierto y difícil de determinar su realidad: el llamado “terrorismo internacional”.

Entre la caída del Muro de Berlín y la Tercera Guerra del Golfo (2003), el mundo fue inequívocamente unipolar. Los EEUU fueron la única potencia mundial. Sus think-thanks ideológicos intentaron crear una nueva doctrina (“el fin de la Historia”) y un nuevo sistema mundial (la “globalización”).

Pero la doctrina del “fin de la Historia” no resistió ni siquiera diez años. No solamente la “democracia” no era el destino de un mundo sin historia sino que, además, la democracia liberal estaba sufriendo un proceso de degeneración bien visible allí donde se encontraba implantada con más tradición.

Por otra parte, la globalización tendía a favorecer no tanto a países como a grandes consorcios industriales y, desde luego, nunca al grueso de las poblaciones. La gran mentira de la globalización consistió en afirmar que se había creado un “mercado mundial” en el que todos los países podían competir para lanzar productos en mejores condiciones, y que esto redundaría en beneficio del crecimiento económico mundial. Pero era falso: para que un mercado de este tipo pudiera existir era preciso que existiera “igualdad” de oportunidades. Resulta evidente que los derechos de los trabajadores asiáticos son completamente inexistentes en relación a los de los trabajadores occidentales y por lo tanto, toda la producción mundial se orientaba hacia las zonas con salarios más bajos y menos derechos sociales…

Paradójicamente, los EEUU han sido la primera víctima del proceso globalizador. La pérdida de puestos de trabajo, el depender completamente, no solo de las importaciones de bienes, sino también de capitales, ha hecho a los EEUU el país más endeudado del mundo y necesitado de la inyección diaria de miles de millones de dinero extranjero en las bolsas norteamericanas para impedir la quiebra de su sistema económico. Según los teóricos de EEUU este endeudamiento “es bueno” para la estabilidad del sistema económico mundial…

VI. La falsa era del “terrorismo internacional” y la política de los EEUU.

El ataque a las Torres Gemelas inauguró un nuevo período: el del llamado “terrorismo internacional”. Nadie duda de la existencia de cierto terrorismo residual, localizado en determinadas zonas geográficas (Palestina, el Cáucaso, Afganistán, Colombia, varios países africanos, etc.), de carácter “nacional”. Lo que se duda es de la existencia de un “terrorismo internacional” digno de tal nombre y que presupone la existencia de una organización internacional que mueva los hilos.

Las pruebas sobre la existencia de tal organización son excesivamente tenues y difusas como para que pueda tomarse en serio. Sin embargo, las acciones norteamericanas en política exterior en los últimos cinco años han tomado como justificación ese presunto “terrorismo internacional”.

No existe hasta la fecha ni un solo atentado atribuido al “terrorismo internacional” que pueda ser considerado sin ningún tipo de reserva mental. Desde el extraño atentado al Pentágono (en el que no se encontraron restos del Boeing presuntamente secuestrado y estrellado), hasta la grotesca historia de los musulmanes que, sin conocimientos de ningún tipo, estarían en condiciones de pilotar complejos polirreactores hasta lograr estrellarlos contra las delgadas torres del WTC, pasando por el increíble atentado del 11-M, los atentados puestos a la espalda del “islamismo” desencadenados en Marruecos, Argentina, Turquía, Bâli, por no mencionar el anómalo atentado del 6 de junio en Londres del que hoy se duda todo… todos estos atentados evidencian “anomalías” que permiten sospechar si no son, en buena medida, “casus belli” fabricados “ad hoc”.

Sea como fuere, la retórica de la “lucha contra el terrorismo internacional” ha sido diestramente utilizada por los EEUU para invadir Afganistán e Irak y para fraguar pactos de cooperación económico-militar con gobiernos locales a raíz de alguno de estos atentados. Por ejemplo, en el Proyecto Pan-Sahel se empezó a trabajar tras los atentados de Casablanca y sirvió para establecer la penetración de EEUU en toda la “franja del Sahel”.

Si bien en el estado actual de conocimientos e información no puede asegurarse quién está promoviendo el terrorismo internacional, lo que sí puede establecerse sin ningún género de dudas es que ha sido aprovechado diestramente por los EEUU para acercarse a cualquier teatro de operaciones que le interese. Y –como por azar– estos teatros están íntimamente ligados a los recursos energéticos.

Hoy, la política exterior norteamericana tiene como objetivo preferencial el control de las fuentes de energía, y marcha al paso con los atentados del “terrorismo internacional”.

VII. El decoupling EEUU-UN y los nuevos intereses norteamericanos.

En las relaciones entre la UE y EEUU ha habido un antes y un después del 11-S. Antes del 11-S, muy pocos políticos europeos cuestionaban el eje atlántico. Después del 11-S, tras unos meses de estupor y vacilación en que Europa apoyó el ataque a Afganistán, se evidenció el sentido de la “política antiterrorista” norteamericana. Cuando en junio de 2002 EEUU deja clara su voluntad de atacar a Irak, el grueso de la UE ya ha cambiado su orientación. El eje franco-alemán se opone a las nuevas aventuras energético-colonialistas de EEUU y así lo manifiesta en reiteradas ocasiones.

EEUU intenta seguir influyendo en Europa a través de dos peones: la Inglaterra de Blair que aspira a seguir siendo el socio preferencial de los EEUU en el contexto del “eje atlántico” y José María Aznar que aspira a liderar a los países de tamaño medio de la UE. Está resabiado por la actitud francesa ante la crisis hispano-marroquí de Isla Perejil y, finalmente, cree que estamos ante una crisis energética generalizada y opta por ponerse bajo la cobertura de quien le ha garantizado recursos petroleros procedentes del Golfo Pérsico para España. Por ende, la presencia de Aznar en la Cumbre de las Azores es importante porque rompe la idea de que existe un “bloque europeo” y además la postura española es tenida como ejemplo por el grupo de países hispanoamericanos, e incluso por la población hispana de EEUU.

Pero, salvo estos dos datos, lo esencial es considerar que los ideólogos neoconservadores norteamericanos han determinado dos orientaciones esenciales para la política de los EEUU en los próximos años:

- De un lado EEUU, aprovechando su carácter “transoceánico” (sus costas están bañadas por el Atlántico, pero también por el Pacífico e incluso los grandes centros de producción industrial e investigación tecnológica tienden a situarse en el área del Pacífico), aspira a ocupar un papel destacado en el Arco del Pacífico, zona geográfica en la que prevén que va a concentrarse la producción mundial y el tráfico de mercancías. Para los estrategas neoconservadores, el área del Pacífico va a sustituir al área del Atlántico como eje de la economía mundial.

- De otro lado, dentro del área del Pacífico, el gran competidor con el que los EEUU se van a enfrentar es China. Así pues, desde el inicio de la “era Bush”, los EEUU han practicado una política de presión sobre China que irá aumentando inevitablemente en los próximos años y puede llegar desde a favorecer la revuelta de las comunidades musulmanas del Oeste de China, hasta reiterar las acusaciones por la cuestión de los derechos humanos o, simplemente, a revitalizar sectas de oposición como el Falung-Kong o a aumentar el protagonismo internacional del Dalai-Lama. De la misma forma que la política atlántica solamente era válida con una Europa dividida y debilitada, la política norteamericana en el Pacífico solamente es válida con una China debilitada, nunca con una China capaz de ejercer un papel entre los actores internacionales de primera fila.

El resultado de estos dos factores es el “decoupling”: literalmente el “desacoplamiento” o “desenganche” entre EEUU y la UE. Desde los años 80 la tendencia al alejamiento de Europa está presente en los EEUU. Durante los últimos años de la Guerra Fría porque se consideraba que “Europa” no hacía lo suficiente para asegurar su “defensa”, y después de la invasión de Irak, porque se acusa a Europa de no hacer lo suficiente contra el “terrorismo internacional”.

EEUU aspira a mantener el vínculo atlántico a través de Inglaterra y, a través de este país, hacer todo lo posible por retrasar la construcción europea. La fisonomía del “decoupling” en este momento es la de unos EEUU separados de una Europa dividida, con inestabilidad económica permanente en el interior e incapaz de jugar papel alguno en el terreno internacional.

Los intereses estratégicos norteamericanos se han desplazado en este momento del Este hacia el Oeste, del Atlántico al Pacífico. Los GI y los marines, la Flota y la USAF, estarán allí donde haya pozos de petróleo bombeando, o cerca de las reservas más importantes.

VIII. La respuesta: el espacio euroasiático y el eje eurosiberiano.

Esta nueva situación crea las condiciones objetivas ideales para establecer políticas euroasiáticas. Entendemos por “políticas euroasiáticas” aquellas que afectan a los distintos países de este bloque geopolítico, a sus interrelaciones y a su papel dentro del Nuevo Orden Mundial post-globalizador.

Es preciso pensar a dos niveles: a nivel geopolítico y a nivel de alianzas. En el primer nivel, los países euroasiáticos forman un bloque excesivamente amplio como para que pueda hablarse de “una” sola política. En la amplitud, complejidad y diversidad de los distintos actores euroasiáticos reside la imposibilidad de pasar de la geopolítica a una política común. Como máximo, a lo que puede aspirarse es a unos objetivos comunes (la estabilidad, la paz y la cooperación económica entre las distintas zonas del continente euroasiático). Lo cual no es poco si tenemos en cuenta las contradicciones y los conflictos existentes en distintas zonas y el cuadro de evolución extremadamente confuso que puede aparecer en el futuro.

El conflicto entre India y Pakistán, el papel de aliados de EEUU de buena parte de los países árabes, la situación movediza en algunas ex-repúblicas soviéticas, pero también las diferencias étnicas, culturales, económicas, históricas y las distintas tradiciones, hacen imposible hablar de “eurasia” como bloque político. Eurasia es un edificio con varios pisos y, como en todo edificio, se trata de que sus vecinos cooperen entre sí, que no surjan fricciones entre ellos y que tengan conciencia de que el logro de sus objetivos depende, en gran medida, de que sean capaces de trazar políticas de acercamiento y cooperación. Es fundamental que cada uno de los actores euroasiáticos entienda que sus intereses están mejor resguardados cooperando con los otros, que siendo cuña de la potencia oceánica norteamericana. Las políticas “atlánticas” de ayer y las “pacíficas” de mañana, deben ser completamente rechazadas. Parafraseando a la “doctrina Monroe” podemos establecer este axioma: “eurasia para los euroasiáticos”. O dicho de otra forma: “nunca más intervenciones exteriores ajenas al tablero euroasiático”. Los intereses comerciales de la potencia oceánica ya han causado demasiadas tragedias en el bloque euroasiático como para que puedan reproducirse nuevamente.

En este sentido, valdrá la pena crear organismos nuevos de seguridad, diálogo y cooperación en Eurasia. En tanto que mayor bloque geopolítico del planeta, asegurar la integridad, estabilidad y prosperidad de Eurasia equivale a asegurar la paz mundial.

Ahora bien, dentro de Eurasia es evidente que existen dos actores que, por su historia, por su situación geográfica y por sus afinidades, están llamados a ser la columna vertebral de este Nuevo Orden Euroasiático. En efecto, la Unión Europea y la Rusia en vías de reconstrucción tras la crisis de los años 90 (crisis desencadenada en buena medida por la irrupción de los “oligarcas” y por el intervencionismo norteamericano en el desmantelamiento de la URSS) están demasiado cerca geográfica, cultural y étnicamente como para que no puedan aspirar a ser la columna vertebral de Eurasia.

Aquí es preciso introducir otro concepto nuevo: Eurosiberia en tanto que área geopolítica más coherente dentro de Eurasia.

Desde el siglo XIX los estrategas anglosajones han tenido pánico a la formación del eje Moscú-Berlín-París. Y no sólo eso: lo han boicoteado por todos los medios. Ese boicot se mantiene todavía en estado de latencia. Periódicamente se agita (la última ocasión durante la “revolución naranja” de Ucrania) porque la posibilidad de que en algún momento pudiera reconstruirse ese eje (Rusia-UE) aún sigue aterrorizando al mundo anglosajón.

Eurasia precisa una columna vertebral. Lo semejante se une a lo semejante. El destino de Rusia y el de Europa no pueden sino encontrarse. Si así hubiera ocurrido desde el siglo XIX seguramente nos hubiéramos evitados dos guerras mundiales y una guerra fría de cuarenta años. Y aquí, los niveles de homogeneidad de ambos actores son suficientes como para pensar en políticas de integración que fueran más allá de la mera cooperación euroasiática.

 

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - 01.08.06

 

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