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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

No a Turquía en la UE (XI) Los problemas político-militares de la cuestión

No a Turquía en la UE (XI) Los problemas político-militares de la cuestión

Infokrisis.- En esta parte de nuestro estudio sobre Turquia, abordamos algunos aspectos fundamentales de la cuestión: el papel de las FFAA turcas en la evolución política de aquel país, y las paradojas más perversas que implicaría un ingreso en la UE. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, esa integración, lejos de desactivar la "bomba islamista", contribuiría a barrer al kemalismo, la principal trinchera antiislámica.

 

El 6 de octubre de 2004, la Comisión Europea se manifestó a favor de abrir negociaciones con Turquía para su adhesión en la Unión. La decisión fue tomada considerando que el gobierno turco había cumplido con las condiciones previas requeridas para iniciar las conversaciones. El informe presentado en aquella ocasión por la Comisión constaba de tres partes. En la primera, se pasaba revista al esfuerzo turco de democratización acometido en el 2003. La conclusión era que mejoraba la aplicación de los derechos humanos y los “Criterios de Copenhague” se iban cumpliendo; en la segunda parte se afirmaba que el país estaba preparado para iniciar la negociación y, finalmente, se especificaban los puntos más delicados del proceso. Turquía había dado otro paso al frente y parecía aproximarse, lenta, pero inexorablemente a Europa. Luego vino el NO francés al proyecto de Constitución Europea, la subida de Angela Merkel al poder en Alemania y el debilitamiento de Tony Blair, el gran turcófilo inglés. En el momento de escribir estas líneas nadie duda que el proceso negociador puede durar un mínimo de diez años y muy pocos serían capaces de afirmar si, finalmente, va a llegar a buen puerto. En cualquier caso, en 2006 todo induce a pensar que la negociación económica va a ir muy por delante, de la social o de la política. Los riesgos políticos del ingreso de Turquía en la UE persisten a pesar de la declaración favorable de la Comisión Europea. Estos riesgos están presentes en Turquía tanto como lo estarías en cualquier país musulmán.

En general, los países musulmanes suelen tener altibajos en sus líneas políticas. ¿Quién iba a decir que tras el relativamente breve período panarabista de Egipto sucedería un recrudecimiento de las actividades islamistas clandestinas sobre el trasfondo de un gobierno pro-occidental? El país de la Nasser es el que sufrió en 2005 un incremento más espectacular del fundamentalismo islámico. Y el Irán del Sha, heredero del antiguo imperio persa al que intentó vincular su régimen y su monarquía laica, es hoy el semillero de fundamentalismo chiíta. Otro tanto puede decirse de Irak, Estado laico hasta los últimos momentos del régimen de Saddam Hussein y hoy víctima de una guerra contra el ocupante norteamericano, además de una guerra civil entre baasistas y musulmanes y, finalmente, una guerra religiosa, superpuesta, dentro de la guerra de religión entre sunnitas y chiítas. Por no hablar de la Argelia del FLN, socialista y laica, pasada por ocho años de guerra civil tras la victoria electoral del FIS. ¿Acaso en el vecino Marruecos la situación es diferente? Presentada como baluarte contra el fundamentalismo islámico, la monarquía alahuíta no ha podido evitar que en 2006, el movimiento político-social hegemçonico sea la corriente fundamentalista. ¿Hacen falta más ejemplos?

En demasiadas ocasiones, un país de mayoría islámica parecía haber asumido, de una vez por todas, una vía laica, para luego sufrir una regresión hasta posiciones mucho más retrasadas que las del punto de partida. El esfuerzo de Kemal Ataturk por “occidentalizar” Turquía y transformarla en un Estado laico, a tenor de lo visto, no puede considerarse definitivo. De hecho, el proceso de discreta demolición de la obra de Ataturk sigue hoy inexorable. La sociedad turca está más islamizada hoy que cuando el que fuera llamado “el padre de los turcos” disolvió el califato y derogó la sharia. La “excepción kemalista” agoniza y si no ha sido abolida completamente se debe a las necesidades económicas y estratégicas de Turquía que precisa, por una parte, la amistad con EEUU y su apoyo en la marcha hacia el espacio turcófono a cambio de la amistad y reconocimiento con Israel, y de otro, con la UE, receptor de más de la mitad de sus exportaciones y considerado como dispensador de la sopa boba a la que Turquía aspira.

La gran razón esgrimida por los defensores del ingreso de Turquía en la UE, la que, según ellos debería de neutralizar la fuerza de cualquier argumento en sentido contrario, consiste en afirmar que contribuiría a reforzar el diálogo de civilizaciones y neutralizar el conflicto con el islamismo en tanto que sería un ejemplo de que, la democracia también puede coexistir con el Islam. Para nosotros, por el contrario, se trata, justo de lo contrario, Turquía sería el “caballo de Troya” del islamismo en la UE. No hay que perder de vista el hecho de que nuestro espacio es un “territorio a islamizar”. ¿Se puede facilitar más la islamización de Europa que integrando al Estado más potente del mundo islámico? Estamos antes otra “apuesta” de las presuntas cabezas pensantes del progresismo europeo. Si el término “caballo de Troya” no les gusta estéticamente, pongan este otro: “cabeza de puente”. Turquía está llamada a ser la “cabeza de puente” del islamismo en Europa, donde ya actúan bolsas fundamentalistas entre la inmigración turca, argelina y marroquí.

Los valedores de la causa turca, habitualmente, son tres. El primero procede de la izquierda y del progresismo “buenista” europeo que, unánimemente, apuesta por Turquía. Los “progres” son los grandes ludópata de nuestro tiempo. Les encanta realizar constantemente “apuestas”, piruetas, formular teorías y realizar saltos al vacío que, habitualmente, se saldan con demoledores costalazos. La derecha, muestra menos unanimidad. Existe cierta derecha que abomina de la posibilidad de Turquía en Europa (Merkel, Chirac, Shüssel), mientras que otros pertenecen al círculo pro-turco (Sarkozy, Aznar). Los hay como Rajoy que en este tema prefieren no opinar y otros como Berlusconi que, mientras permanecieron en el candelero de la política, dijeron cualquier cosa y su contraria. El tema turco se ha convertido en una máquina de hacer perder votos a sus valedores. El NO francés al proyecto de Constitución Europea se debió, en altísima medida, a que el texto no cerraba, de una vez y para siempre, las esperanzas a la candidatura turca. Todos los demás argumentos fueron menores. Y otro tanto ocurrió en Holanda. No es raro que la derecha pro-turca prefiera ignorar el tema ante la merma de votos que le supone. En las próximas presidenciales francesas del 2007, se verá como Sarkozy elude la cuestión, mientras que Le Pen le recuerda su turcofilia a cada paso.

El tercer gran apóstol de la causa turca es George Bush, especialmente desde que su presencia en Irak requiere más esfuerzos que los inicialmente previstos. Para EEUU, si la UE tiene frontera directa con las zonas calientes de Oriente Medio, inevitablemente se verá envuelta en el conflicto iraquí y, eventualmente, en el iraní y, solamente podría hacerlo del lado norteamericano. Por otra parte, la entrada de Turquía supone echar un cable a un aliado de la OTAN, tutelar su penetración en el “espacio turcófono”, globalmente segundo productor mundial de petróleo y tener la posibilidad de acceder directa y masivamente a la zona del Cáucaso, teniendo la llave del petróleo del Caspio hacia el Oeste. Finalmente, Bush no ignora que una federación es tanto más viable cuanto más homogénea es su población. Bush sabe perfectamente que la marcha de millones de turcos fuertemente islamizados hacia Europa Occidental no tardaría ni una generación en suponer un lastre de tal magnitud que la existencia de la propia UE peligraría. Pensar que podría existir entre la frontera irauí y Lisboa, un espacio sin fronteras, sería pensar que la heroína turca, los terroristas islámicos y las legiones de inmigrantes, no sólo turcos, sino afganos y extremo-orientales tendrían pocas dificultades en plantearse en el otro extremo de la Unión. Estúpido quien olvide que los EEUU y la UE son competidores en el momento actual. Un competidor es aquel que, en el futuro, corre el riesgo de convertirse en enemigo. Desde Tsun Tzu, debilitar al enemigo es la estrategia más antigua del mundo. Bush no está haciendo otra cosa que aplicarla, de la misma forma que, en contrapartida, la UE debería defender la entrada masiva de hispanos en EEUU y la adhesión de México como nuevo Estado de la Unión… total, puestos a ejercer de Maquiavelo, habría que demostrar que donde las dan las toman.

La negociación de la UE con Turquía tiene varios frentes a limar. Ya hemos hablado de algunos, pero el frente político, aparentemente, el más simple de resolver, va a resultar, sin duda, el más complicado. Empezando por la cuestión de las minorías.

Según el Tratado de Lausanne, en Turquía “existen minorías”… Bravo, el problema es que no las menciona con nombres y apellidos. Para el artículo 143, “minoría” es equivalente a “no musulmán”. Los criterios internacionales consideran que una minoría es discriminada en cuanto no goza de los mismos derechos que la mayoría de la población. ¿Cómo hay que considerar el hecho de que las mezquitas turcas sunnitas tengan la electricidad y otros servicios públicos gratuitos, mientras que otros grupos religiosos islámicos no gozan de este privilegio en sus lugares de culto? ¿o el hecho de que la “minoría kurda”, mayoritaria, por lo demás, en el Kurdistán turco, no pueda aprender su lengua en la escuela? Si se trata de hablar de “minorías” se trata, así mismo, de hablar de igualdad de derechos con el resto de la población. Las autoridades turcas más sinceras han sugerido que un proceso de este tipo “fragilizaría” al Estado. Y es posible que tengan razón. La cuestión es que para ingresar en la UE, estas reformas son necesarias. Y la primera de todas, modificar el artículo 3º de la Constitución turca, según el cual “el Estado turco con su patria y su nación indivisible es una y su lengua es el turco”. Este redactado es incompatible con los principios de la UE. Si bien nadie cuestiona la “indivisibilidad del territorio”, debería de aludir al turco como “lengua oficial”, lo que facilitaría la aceptación de otras lenguas en régimen de igualdad, y en cuanto a la referencia al Estado, la Nación y la Patria, conceptos, en buena medida, ideológicos, debería señalar simplemente que Turquía es un “Estado unitario”. En el fondo, las reformas constitucionales que precisa Turquía son, al menos en este terreno, relativamente parecidas a las que sufrieron las “Leyes Fundamentales” franquistas durante la transición. Desde este punto de vista, una cosa sería el respeto, la co-oficialidad de la lengua kurda y su coexistencia con el turco y otra muy distinta el secesionismo kurdo y la pretensión de forjar una “nación”. El concepto de “ciudadanía” debería ser también reformado. Un kurdo o un armenio, en realidad, no son “turcos”, son, en realidad “ciudadanos turcos de nacionalidad kurda o armenia”.

Estas posibilidades fueron negadas por Kemal Ataturk en los años veinte. Y si, ciertamente, en su período de gobierno, Turquía ha avanzado por delante de todos los países islámicos, no es menos cierto que se trató de una “revolución en lo alto”, impuesta por la cúpula kemalista, a la que siguió y sigue una “reacción en lo bajo”. Sin embargo, es significativo, que tanto kemalistas como antikemalistas, laicistas e islamistas, coincidan en seguir considerando a las minorías no musulmanas, como carentes de derechos culturales y nacionales.

La cuestión de las minorías es, sin duda, uno de los frentes políticos que van a resultar más duros de negociar, porque no se trata solamente de aplicar algo que está escrito en la constitución y a lo que buena parte de la población y de la clase política está predispuesta a aceptar, sino todo lo contrario. La mayoría turcófona y musulmana, no experimenta la menor reserva mental a la hora de cercenar los derechos de las minorías. Es más, un eventual cambio de legislación, forzado por la negociación con la UE, no haría otra cosa que dar alas al islamismo radical y, especialmente a los partidos nacional-islamistas. Con Turquía siempre existe la oportunidad de apostar para perder.

El 27 de abril de 2003, el Ministro de Asuntos Exteriores de Turquía, Abdullah Gül, demostró que no había cambiado gran cosa en la historia de Turquía en los últimos ochenta años. Ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, negó nuevamente la realidad histórica del genocidio armenio. Mal asunto, porque la reunión estaba prevista para que rindiera cuentas de los progresos en la aproximación de Turquía a la UE. Gül ejerció exhibición pública de cinismo cuando aludió a “la tradición secular de multiculturalismo y tolerancia religiosa del pueblo turco”. Era lo que se esperaba de él, si bien rebasó los límites del sentido común y sobreactuó en el ejercicio de cinismo. Un diputado socialista suizo le solicitó viajar a Turquía para examinar el problema kurdo de cerca y otro de la UDF francesa osó preguntarle sobre cómo iba el reconocimiento del genocidio armenio. Error. Gül reaccionó con argumentos que quizás en el senado norteamericano hubieran cortado cualquier discusión posterior, pero no en la patria de Aristóteles y Descartes, la denostada “vieja Europa”. Sobre los kurdos, Gül negó cualquier particularismo de este pueblo y equiparó las reivindicaciones kurdas con el terrorismo; sobre Armenia negó la existencia del genocidio y, se refirió a los muertos como resultado del estado de guerra de la época. El 28 de junio de 2003, siete docentes fueron condenados por un tribunal regular, por haber cuestionado la posición oficial del Estado turco sobre el genocidio armenio.

La victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo el 3 de noviembre de 2002, dejó atrás el esfuerzo occidentalizador de Kemal Ataturk. Vale la pena meditar sobre lo que significó, en plena marcha hacia Europa, esta victoria de un partido islamista moderado. Veamos, en primer lugar, lo que significó para las FFAA.

El ejército turco es el más numeroso de Europa y, sin duda, de los mejores dotados de armamento y modernas tecnologías de guerra. El problema radica en que las fuerzas armadas turcas, no solamente tienen unas dimensiones inusitadas, sino que, además, sus militares tienen una tendencia irreprimible a intervenir en las cuestiones políticas. Sobre ese intervencionismo vale la pena decir unas cuantas palabras.

El ejército turco es el gran bastión del kemalismo. Ahora bien, sabemos que el kemalismo es, históricamente, el único intento sincero y enérgico de arrancar a Turquía del mundo islámico para reconducirlo hacia Occidente. Ayer, de no haber irrumpido el kemalismo, Turquía sería hoy un califato islámico venido a menos. Hoy, si no existiera la sombra militar, el movimiento islámico se mostraría mucho más amenazante que ahora. El caso argelino demostró el riesgo de que un islamismo radicalizado se suicidara generando la intervención militar. Pero, imaginemos que Turquía se esfuerza sinceramente por alcanzar los estándares democráticos europeos en aras de su integración en la UE. Es evidente que el papel del ejército debería necesariamente disminuirse ante la perspectiva europea y no habría inconveniente… de no ser porque, paradójicamente, una Turquía europea dejaría vía libre para que el país fuera controlado en el espacio de menos de un lustro por los elementos más antieuropeos y antioccidentales, mientras que los sectores kemalistas –los únicos que ejercen el pro-occidentalismo en ese país- se verían peligrosamente laminados.

A todo esto, vale la pena hablar de las relaciones entre kemalismo e islamismo. Turquía cayó en cierta medida en el mismo error que cometió Hassan II con el islamismo radical, o los norteamericanos con la resistencia antisoviética en Afganistán. Los gobiernos marroquí y turco, mientras duró la Guerra Fría, estaban alarmados por el desarrollo de los acontecimientos. Como era habitual, la URSS utilizaba a los partidos comunistas como peones de su política expansionista. En ambos países, las autoridades consideraron que para oponer al comunismo, otro movimiento de masas, era preciso recurrir al islamismo. En los años 60-90, el principal foco de expansión y financiación de los movimientos islamistas radicales era, paradójicamente, los gobiernos marroquí y turco. Otro tanto ocurrió en Afganistán. Los asesores norteamericanos juzgaron que el elemento emotivo y sentimental más agresivo para reclutar voluntarios y carne de cañón que combatiera a los soviéticos, era apelar al fenómeno religioso. La propia CIA financió los primeros núcleos de Al-Qaeda de la misma forma que Israel había hecho otro tanto con Hamas y Hezbolah, cuando intentó –y consiguió- torpedear a la resistencia palestina (inicialmente laica), estimulando el fundamentalismo religioso. Los errores se pagan y las estrategias erróneas terminan convirtiéndose en fuentes de males futuros y volviéndose contra quienes las han generado. En Turquía se reprodujo un proceso análogo cuando los distintos gobiernos militares se preocuparon solamente de reprimir las actividades comunistas y separatistas, pero no adoptaron ninguna iniciativa contra los partidos confesionales y, no sólo eso, sino que incluso los financiaron como carne de cañón anticomunista.

En otras palabras, a pesar de lo paradójico que pudiera parecer, mantener a Turquía fuera de Europa supondría la opción más segura para que el kemalismo pudiera subsistir y, por tanto, el país continuaría siendo, al menos en teoría, aliado de Occidente. Vale la pena no olvidar este dato fundamental: solamente los que se sienten kemalistas se muestran sinceramente por la integración en Europa. Cuando un musulmán se muestra favorable a la integración, es porque espera obtener unos beneficios, no para un Estado laico y democrático, sino para reconstruir el califato perdido, restablecer la sharia y hacer del territorio de la UE, una tierra de promisión. Que no lo puedan decir en voz alta no implica que no contemplen esa posibilidad como la más ventajosa para su forma de ser. El islamismo turco tiene un enemigo interior, el kemalismo, y un enemigo exterior, el carácter democrático y laico de la Europa común. Para su fortuna, existe una contradicción fundamental entre el soporte fundamental del kemalismo turco –las fuerzas armadas- y el marco democrático de la UE. El proceso de integración en Europa, al marginar a los militares turcos, hace saltar la muralla kemalista que todavía hoy impide una islamización profunda de la sociedad turca, y el libre paso de los terroristas islámicos desde Irak hasta Lisboa. Mientras el Estado turco ha sido tutelado por los militares, esto era imposible, en el momento en que se les recluya en el mismo papel que tienen en las democracia occidentales, se abrirá la caja de Pandora. El hecho de que en Europa sea justo y necesario que el estamento militar se recluya en las actividades prescritas por las constituciones de las distintas democracias europeas, no quiere decir que eso mismo sea posible en Turquía. Dejando aparte que una cosa es proclamar que una democracia es tal y otra muy distinta, llevar a cabo la mutación cultural que implica pasar de una concepción teocrática y otra liberal y democrática. La misma historia reciente de Turquía indica que si los principios democráticos no están grabados a fuego en la mentalidad de su población, los retrocesos, las involuciones y los riesgos están siempre presentes. Basta con que una crisis económica estalle, o que una fuerza exterior financie a cualquier formación integrista, para que se produzca un brusco crecimiento del fundamentalismo, con el consiguiente desenganche de los principios democráticos. Hoy sabemos que ochenta años de kemalismo, como máximo, han logrado que una parte de la población aprecie los escaparates de consumo, pero no la tolerancia, la libertad de culto, la concepción laica del poder, las libertades democráticas, los derechos humanos y los derechos de las minorías, etcétera. En las actuales condiciones políticas, Turquía no está preparada para ingresar en la UE. La democracia no cala en la mentalidad de las poblaciones por una simple y superficial reforma constitucional. No se cambia de la mentalidad teocrática de la mayoría a una mayoría democrática, como quien compra un traje pret-à-porter. La victoria del islamismo moderado en 2003 demuestra lo que decimos.

Ahora bien, el mantener alejada a Turquía de la UE no implica desvincularnos de su destino como nación, ni mucho menos considerarla un “Estado hostil”. Estado hostil es aquel que demuestra encono, animadversión y conflictividad en relación a cualquier socio de la UE. De la misma forma que un “Estado amigo” no es aquel que remite más veces en menos tiempo frases encomiásticas, un “Estado hostil” es el que lo demuestra en los hechos. En caso de que Turquía fuera capaz de cortar sus flujos migratorios hacia Europa Occidental, se constituyera como un baluarte ante el fundamentalismo islámico, o impidiera que a través suyo llegaran riadas de heroína y estupefacientes, es evidente que, con el tiempo, sería considerado como un “Estado amigo”, dueño en su política interior de mantener unas peculiaridades propias, ante las cuales la UE no tendría nada que decir. Lo que nosotros y muchos que no creen en la oportunidad de integrar a Turquía, estamos proponiendo es una alternativa a la integración que no llevara directamente a la hostilidad recíproca. Turquía es seguramente el país islámico más próximo a Occidente… pero, aun así, existe una brecha antropológica, cultural, religiosa e histórica que resulta tan innegable como inevitable y que desaconseja la integración de pleno derecho.

Algunos analistas contrarios al ingreso de Turquía en la UE, ofrecen como contrapartida el estatuto de “país asociado”, una especie de rango privilegiado, como país amigo y aliado, socio comercial preferencial y destinatario principal de ayudas económicas al desarrollo. No sería Turquía el único caso de país que resultara muy difícil y peligroso integrarlo como miembro de pleno derecho de la UE, pero con el que conviene mantener relaciones de buena vecindad. Bielorrusia, Ucrania y la propia Rusia, podrían integrarse en el mismo cinturón. Esto favorecería la cooperación internacional y, de hecho, supondría una modalidad de asociación no ensayada hasta ahora, en la que estos países no participarían en los mecanismos institucionales de la UE. Incluso los países de la orilla sur del Mediterráneo podrían optar a este tipo de acuerdos en tanto que “Estados vecinos”.

En el fondo se trata de recuperar una idea que irrumpe en la Edad Media Europea con el Imperio Carolingio. Entre éste y los territorios hostiles o demasiado alejados del centro, se crearon las “marcas”. Los “Estados Vecinos” de la UE deberían poder optar a un tratamiento similar. Autónomos de los mecanismos de poder y autoridad de la UE, mantendrían relaciones privilegiadas con ella. La cooperación debería llegar hasta el control de la inmigración y la vigilancia de fronteras, hasta la cooperación en política exterior, seguridad y defensa, pasando por la cooperación en terrenos culturales y de comunicación.

Si la UE constituye la “dimensión federal”, éste segundo círculo, sería la “esfera de amistad y cooperación”, más allá de la cual existiría un complejo mundo euroasiático con el que la intensidad y proximidad de las relaciones debería dictarse según consideraciones geopolíticas, las únicas que, a fin de cuentas, están por encima del tiempo y de los gobiernos. Es evidente, por ejemplo, que Europa no es una obra de caridad, y que la ayuda al desarrollo no puede seguir distribuyéndose según criterios vagos, oportunistas o inadecuados. Ante la imposibilidad de trazar planes de ayudas a nivel mundial (en unos países la ayuda es desaconsejable en la medida en que se trata de países que están bajo la esfera de otras superpotencias, mientras que otros están excesivamente distantes como para que esa ayuda se convierta en proyección política, e incluso existen países en los que la ayuda al desarrollo se convierte en un elemento paralizante de la economía: “si nos dan dinero sin hacer nada ¿para qué hacer algo?”) el criterio geopolítico debe transformarse en el verdadero patrón que oriente el sentido y las prioridades de las ayudas dirigidas a este “tercer círculo” de países que ni son miembros de la UE, ni “Estados Vecinos”.

De todas formas, en política internacional, nunca se debe ser excesivamente optimista. El realismo es la mejor vacuna contra los excesos del voluntarismo, el buenismo y los espejismos al estilo del “diálogo de las civilizaciones”. Turquía no tiene muchas posibilidades de evolucionar. En realidad solo dispone de cuatro opciones: o bien, una nueva crisis del orden público y la convivencia puede llevar nuevamente a los militares al poder, especialmente si se producen procesos como el que tuvo lugar en 1992 en Argelia con la victoria del Frente Islámico de Salvación, en la primera vuelta de las elecciones; o Turquía desarrolla un modelo propio que algunos han llamado “democracia islámica” y sigue mirando hacia la UE; o bien, el país no supera sus crisis cíclicas y, en el próximo período de vacas flacas, se produce un nuevo estallido social bajo la bandera del islamismo que termina por inclinar al país en el bloque de los Estados Islámicos radicales, junto a Irak; una última posibilidad sería una situación de crisis generalizada en el que la Tracia europea se escindiera del resto del país, los kurdos recuperaran su independencia y el resto de la Península Anatolia quedara sumida en una crisis similar a las que desintegraron el Imperio Otomano entre el siglo XIX y la toma del poder de Ataturk. Estas cuatro hipótesis tienen todas similares posibilidades de realizarse. Existe, por supuesto, una última, la más improbable: Turquía se transforma en una democracia gracias al impulso de los restos del kemalismo y prosigue una marcha hacia Occidente, decidida y sin retrocesos. Insistimos, esta posibilidad es altamente improbable. Cualquiera de las otras, en cambio, puede ocurrir. Las condiciones objetivas no permiten ser, pues, excesivamente optimistas.

Y es que Turquía es un país políticamente muy, muy inestable. En los 84 años de república, se han sucedido 60 gobierno, con una media de poco más de un año en el poder. Esta trepidante sucesión de gobiernos ha imposibilitado el desarrollo político de Turquía y es, desde luego, la causa de que hasta 2004, los pasos en la integración europea hayan sido lentos y limitados. Pero hay un hecho que merece ser destacado. Resulta extremadamente paradójico que haya sido un partido islamista, moderado pero islamista, el que haya dado pasos más firmes que cualquier otro para integrar a Turquía en la UE. En efecto, el Partido de la Justicia y el Desarrollo ascendió al poder en noviembre de 2002, aupado en el 34% de los votos, lo que le reportó una cómoda mayoría absoluta de 363 escaños sobre 550. Vale la pena preguntarse por qué el PJD está tan interesado en promover la marcha –“forzada”, incluso- de Turquía hacia Europa.

Hay una buena razón que eclipsa a cualquier otra. Para entenderla debemos antes valorar el papel de los militares en el Estado turco.

El fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Ataturk, era militar y gobernó el país con mano de hierro, pero tuvo la habilidad de impedir que los militares participaran en política. Si querían hacerlo, debían abandonar la carrera militar. Su sucesor, Ismet Inonu, era también militar profesional. La exigencia. Inonu dio el primer paso hacia una democracia occidental, legalizando algunos partidos políticos y convocando elecciones generales en 1950. La experiencia no funcionó. En 1960, los militares “golpearon” y volvieron a hacerlo en 1980 y 1997. Sin embargo, a diferencia de las dictaduras iberoamericanas de los años sesenta y setenta, los gobiernos militares turcos no fueron particularmente corruptos, si bien, su nivel represivo no tuvo nada que envidiarles. Además los militares turcos preferían volver lo antes posible a sus cuarteles. De hecho, siempre, salvo en el caso de Ataturk, a los pocos años del pronunciamiento militar, los militares han cedido el poder a los civiles. La población turca tiene unos estándares políticos muy diferentes de los occidentales; las reiteradas intervenciones de sus FFAA en el gobierno de la nación no es percibido como una “amenaza contra la democracia”, sino todo lo contrario, como si el ejército fuera una especie de guardián de las esencias democráticas y constitucionales.

De tanto en tanto, algún partido realiza llamamientos a las FFAA. El último caso fue protagonizado por el Partido de Acción Nacional, en el año 2004, el cual envió algo más de trescientas cartas a altos mandos militares quejándose de la negligencia de las autoridades a la hora de responder a lo que calificaban como “provocaciones kurdas”.

A diferencia de países como Argentina, Brasil, Bolivia o Chile, en donde el ejército tomó el poder apoyado por una mínima parte de la población, las FFAA turcas son muy populares: la ciudadanía está convencida de que, de producirse un momento de crisis nacional, desencuentro entre los partidos y violencias civiles, el ejército pondrá orden. No es, desde luego, la idea que en Europa nos forjamos de la misión de las FFAA, lo que no impide que allí sean la institución más valorada. Frente a unos políticos corruptos, las FFAA son una institución a salvo de cualquier sospecha. Además se trata de un ejército que ha librado una guerra contra la insurgencia kurda entre 1987 y 1999, y que causó casi 40.000 muertos. Salvo los kurdos, la población percibió esta guerra como un intento de conjurar una amenaza contra la integridad territorial del país y, en general, apoyó a su ejército.

No parece arriesgado decir que estamos ante una democracia tutelada por las FFAA. El organismo mediante el cual se realizaba este control era el Consejo de Seguridad Nacional, una especie de comisión mixta compuesta por mandos militares y altos cargos políticos. Estaba gobernado por una “secretaría general” que, al decir de los observadores de la UE, era una “verdadero gobierno en la sombra”. Tras las últimas reformas constitucionales, su papel quedó limitado al de un órgano consultivo.

Ya hemos dicho en otro lugar que las FFAA turcas figuran entre las primeras del mundo, tanto en número como en equipamiento. Esto implica que su presupuesto de defensa es alto para un país en vías de desarrollo. A partir del 2004, los gastos militares empezaron a ser inferiores a los de educación. Al igual que en su momento la URSS, tampoco Turquía hacía público el monto total de sus gastos de defensa. Esto duró hasta 2004, cuando se suprimió la confidencialidad de los gastos militares ante el Tribunal de Cuentas. Hasta el 2004, los militares nombraban un representante para el Consejo de la Educación, para el Consejo Audiovisual y para los Tribunales Especiales.

© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – 18.05.06

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